MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA DE PASCUA

 

Libro de los Hechos de los Apóstoles 3,1-10.

En una ocasión, Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la tarde. Allí encontraron a un paralítico de nacimiento, que ponían diariamente junto a la puerta del Templo llamada "la Hermosa", para pedir limosna a los que entraban. Cuando él vio a Pedro y a Juan entrar en el Templo, les pidió una limosna. Entonces Pedro, fijando la mirada en él, lo mismo que Juan, le dijo: "Míranos". El hombre los miró fijamente esperando que le dieran algo. Pedro le dijo: "No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina". Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó; de inmediato, se le fortalecieron los pies y los tobillos. Dando un salto, se puso de pie y comenzó a caminar; y entró con ellos en el Templo, caminando, saltando y glorificando a Dios. Toda la gente lo vio camina y alabar a Dios. Reconocieron que era el mendigo que pedía limosna sentado a la puerta del Templo llamada "la Hermosa", y quedaron asombrados y llenos de admiración por lo que le había sucedido.

Salmo 105,1-4.6-9.

¡Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, hagan conocer entre los pueblos sus proezas;
canten al Señor con instrumentos musicales, pregonen todas sus maravillas!
¡Gloríense en su santo Nombre, alégrense los que buscan al Señor!
¡Recurran al Señor y a su poder, busquen constantemente su rostro;
Descendientes de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido:
el Señor es nuestro Dios, en toda la tierra rigen sus decretos.
El se acuerda eternamente de su alianza, de la palabra que dio por mil generaciones,
del pacto que selló con Abraham, del juramento que hizo a Isaac:


Evangelio según San Lucas 24,13-35.

Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. El les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!". "¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron". Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?" Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?". En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!". Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
 

 

LECTURAS 

1ª: Hch 3, 1-10 

2ª: Lc 24, 13-35 = PASCUA 03A


1.

-Pedro y Juan subieron al Templo para la oración de la hora nona.

Al principio y durante un cierto tiempo, los discípulos continuaron siendo fieles a la liturgia del Templo. No comprendieron enseguida el alcance sacerdotal y sacrificial de la muerte de Jesús y del rito del «pan y del vino». Ciertamente, desde un principio, celebraban la Cena como Jesús les había recomendado: «haced esto en memoria mía».

Pero, de momento no captaron que esto iba a reemplazar todas las liturgias del Templo.

-Un tullido de nacimiento pedía limosna... Pedro le dijo: «oro no tengo, pero lo que tengo te doy: en nombre de Jesucristo el Nazareno, levántate y anda».

Los Apóstoles son los continuadores de Jesús. Son los depositarios del poder taumatúrgico -hacer milagros- del Mesías.

La acción de Jesús no terminó con su muerte: Dios continúa actuando a través de su presencia misteriosa en su Iglesia.

Y para subrayar esa continuidad:

Pedro dice las mismas palabras que Jesús: «Levántate y anda...» (Lc 5, 23)

Pedro hace el mismo gesto que Jesús: «Tomándole de la mano...» (Lc 8, 54)

Y sana la misma enfermedad, un paralítico y en el mismo lugar... (Mt 21, 14)

¿Creo yo en la Iglesia, depositaria de los beneficios de Dios? ¿Creo, de veras, que Jesús está viviendo en ella?

¿Es su Palabra la que oigo, cuando se lee la Escritura en la Misa? ¿Es a El a quien encuentro, cuando me confieso?

Ocasión de descubrir de nuevo la misteriosa profundidad de la "acción Apostólica": el Papa y los obispos continúan la función de Pedro y de los Doce.

-En nombre de Jesucristo, ¡Levántate y anda!

Eso es los que repite la Iglesia a la humanidad, con tanta frecuencia paralizada. «Levántate».

La Iglesia, siguiendo a Jesús, quiere la grandeza del hombre: un hombre de pie, un hombre activo, un hombre capaz de tomar su destino en su mano...

En mi vida familiar o profesional, ¿contribuyo a «levantar» a la humanidad? ¿contribuyo a curar?

Yo mismo, ¿sé apoyarme en la fuerza de la resurrección para ponerme de nuevo en pie cada vez que una prueba me ha paralizado o anonadado? «En nombre de Jesucristo, ¡que me levante y ande!»

-Entró con ellos en el Templo...

La ley de Moisés había establecido un cierto número de barreras: así ciertas categorías de personas, consideradas como «impuras» legalmente no tenían derecho a entrar en el Templo. Los tullidos estaban en este caso (ver Lv 21, 18 y II Samuel 5, 8). Pero he aquí que la nueva religión rompe todas esas barreras legales: nadie es excluido... Todos están invitados a entrar. ¡Gracias, Señor! Ayúdanos a no reinstalar barreras ni exclusiones. Que seamos acogedores y abiertos a todos. En particular a los más pobres...

-Andando... saltando... y alabando a Dios...

Es algo muy comprensible.

Imagino la escena en el templo.

El poder maravilloso de la resurrección comienza a difundirse en el cuerpo de la humanidad, como presagio y anuncio de la exultación final de los «resucitados».

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983. Pág. 178 s.


2

-Dos discípulos iban a Emaús... y hablaban entre sí...

El viernes último murió su amigo. Todo ha terminado.

Vuelven a su casa. Ya no esperan nada. "Nosotros esperábamos..." Estas palabras están llenas de una esperanza perdida. Me imagino su decepción. Camino con ellos. Les escucho. En toda vida humana esto sucede algún día: una gran esperanza perdida, una muerte cruel, un fracaso humillante, una preocupación, una cuestión insoluble, un pecado que hace sufrir. Humanamente, no hay salida.

-Jesús se les acercó e iba con ellos... pero sus ojos estaban ciegos, no podían reconocerle... "¿De qué estáis hablando? Parecéis tristes."

Por su camino has venido a encontrarles; e inmediatamente te interesas por sus preocupaciones. Tú conoces nuestras penas y nuestras decepciones. Me alivia pensar que no ignoras nada de lo que soporto en el fondo de mí mismo. Me dejo mirar e interrogar por ti.

-Lo de Jesús Nazareno... Cómo le entregaron nuestros magistrados para que fuese condenado a muerte y crucificado...

Jesús deja que se expresen detenidamente, sobre sus preocupaciones.

No se da a conocer enseguida: deja que hablen, que se desahoguen.

-Bien es verdad que ciertas mujeres de entre nosotros nos han sobresaltado:

Habiendo ido ellas de madrugada al sepulcro, no encontraron su cuerpo.

Ellos tampoco están muy dispuestos a creer.

Todos los relatos del evangelio son unánimes sobre este punto; dudan, no esperan la resurrección, están desconcertados...

El relato de San Lucas ha sido elaborado totalmente para hacernos comprender "cómo se puede reconocer a Jesús"... cómo se avanza lentamente de la "duda", de la "desesperación" a la fe.

-¡Hombres tardos de corazón para creer todo lo que vaticinaron los profetas! Y comenzando por Moisés y por todos los profetas les fue declarando cuanto a él se refería en todas las Escrituras.

He aquí el primer método para "reconocer" a Jesús: tomar contacto, profundamente, cordialmente, con las Escrituras con la Palabra de Dios.

El Antiguo Testamento esclarece el Nuevo. La Biblia introduce al evangelio. El proyecto de Dios prosigue sin ruptura.

Lo que se realiza en Jesucristo, es lo que Dios preveía desde toda la eternidad, es lo que El había ya comenzado en la Historia del pueblo de Israel. ¡Cómo hubiéramos querido estar allí para escuchar los comentarios de Isaías hechos por el mismo Jesús! Hacer "oración". Procurar por encima de todo tener unos momentos de corazón a corazón. Leer y releer la Escritura.

-Puesto con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Se les abrieron los ojos y le reconocieron.

Esta es la segunda experiencia para "reconocer a Jesús": la eucaristía, la fracción del pan. La eucaristía es el sacramento, el signo eficaz de la presencia de Cristo resucitado. Es el gran misterio de la Fe: un signo muy pobre, un signo muy modesto.

Comulgar con el "Cuerpo de Cristo". Valorar la eucaristía por encima de todo. Arrodillarse alguna vez ante un sagrario.

En el mismo instante se levantaron, y volvieron a Jerusalén.

Siempre la "misión". Nadie puede quedarse quieto en su sitio contemplando a Cristo resucitado: Hay que ponerse en camino y marchar hacia los hermanos.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 182 s.


3.

1. Pedro y Juan curan en nombre de Jesús al paralítico del templo, a la hora del sacrificio de la tarde.

Qué bien cuenta Lucas el episodio: el pobre mendigo a la puerta del templo -como se ve, fenómeno antiguo-, la mirada fija del mendigo que espera algo, la mirada también fija de Pedro, el contacto de la mano, las palabras breves y solemnes: «en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar», y la curación progresiva del buen hombre hasta seguirles dando brincos al Templo, ante la admiración de la gente.

La fuerza salvadora, que en vida de Jesús brotaba de él, curando a los enfermos y resucitando a los muertos, es ahora energía pascual que sigue activa: el Resucitado está presente, aunque invisible, y actúa a través de su comunidad, en concreto a través de los apóstoles, a los que había enviado a «proclamar el Reino de Dios y a curar» (Lc 9,2). No tendrán medios económicos, pero sí participan de la fuerza del Señor.

2. a) Otro magnifico relato de Lucas, ahora en su evangelio, con la descripción psicológicamente magistral del «viaje de ida y vuelta» de los dos discípulos desde la comunidad a su casita propia y desde la casita propia de nuevo a la comunidad, desde Jerusalén a Emaús y desde Emaús a Jerusalén, que es donde tenían que haberse quedado, porque no hay que abandonar a la comunidad sobre todo en momentos difíciles.

El viaje de ida es triste, en silencio, con sentimientos de derrota y desilusión: «nosotros esperábamos...». No reconocen al caminante que se les junta. Siempre es difícil reconocer al Resucitado, como en el caso de la Magdalena, sobre todo cuando los ojos están tristes y cerrados. Se ha desmoronado su fe, que estaba mal fundamentada. No creen en la resurrección, a pesar de que algunas mujeres van diciendo que han visto el sepulcro vacío.

El viaje de vuelta es exactamente lo contrario: corren presurosos, llenos de alegría, los ojos abiertos ahora a la inteligencia de las Escrituras, comentando entre ellos la experiencia tenida, impacientes por anunciarla a la comunidad.

En medio ha sucedido algo decisivo: el Señor Jesús les ha salido al encuentro -Buen Pastor que quiere recuperar a sus ovejas perdidas-, dialoga con ellos, les deja hablar exponiendo sus dudas, les explica las Escrituras sobre cómo el Mesías había de pasar por la muerte para cumplir su misión, y finalmente le reconocen en la fracción del pan, aunque luego recuerdan que ya ardía su corazón cuando les explicaba las Escrituras. En el momento en que, como la Magdalena con el hortelano, le quieren retener -«quédate con nosotros»-, Jesús desaparece.

Dicen los expertos que Lucas, sin pretender contarnos que la escena fuera celebración eucarística -impensable todavía, antes de Pentecostés- ha querido dejarnos en este último capítulo de su evangelio como una catequesis historizada de esta importante convicción:

Cristo Jesús sigue también presente a las generaciones siguientes, los que no hemos tenido la suerte de verle en su vida terrena. Y está presente en los tres grandes momentos en que los discípulos de Emaús le encontraron: en la fracción del pan, en la proclamación de su Palabra y en la Comunidad. Que son precisamente los tres momentos primordiales de nuestra celebración: la Comunidad reunida, la Palabra escuchada y la Eucaristía recibida como alimento: los tres «sacramentos» del Señor Resucitado.

b) Pascua no es un recuerdo. Es curación, salvación y vida hoy y aquí para nosotros. El Señor Resucitado nos las comunica a través de su Iglesia, cuando proclama la Palabra salvadora y celebra sus sacramentos, en especial la Eucaristía.

También a nosotros nos puede pasar que experimentemos alguna vez la parálisis del mendigo y la desesperanza de los dos discípulos: enfermedades que nos pueden afectar, y que en Pascua el Señor Resucitado quiere curar, si le dejamos.

Muchos cristianos, jóvenes y mayores, experimentamos en la vida, como los dos de Emaús, momentos de desencanto y depresión. A veces por circunstancias personales. Otras, por la visión deficiente que la misma comunidad puede ofrecer. El camino de Emaús puede ser muchas veces nuestro camino. Viaje de ida desde la fe hasta la oscuridad, y ojalá de vuelta desde la oscuridad hacia la fe. Cuántas veces nuestra oración podría ser: «quédate con nosotros, que se está haciendo de noche y se oscurece nuestra vida». La Pascua no es para los perfectos: fue Pascua también para el paralítico del templo y para los discípulos desanimados de Emaús.

En medio, sobre todo si alguien nos ayuda, deberíamos tener la experiencia del encuentro con el Resucitado. En la Eucaristía compartida. En la Palabra escuchada. En la comunidad que nos apoya y da testimonio. Y la presencia del Señor curará nuestros males. ¿Nos ayuda alguien en este encuentro? ¿ayudamos nosotros a los demás cuando notamos que su camino es de alejamiento y frialdad?

El relato de Lucas, narrado con evidente lenguaje eucarístico, quiere ayudar a sus lectores -hoy, a nosotros- a que conectemos la misa con la presencia viva del Señor Jesús. Pero a la vez, de nuestro encuentro con el Resucitado, si le hemos sabido reconocer en la Palabra, en la Eucaristía y en la Comunidad, ¿salimos alegres, presurosos a dar testimonio de él en nuestra vida, dispuestos a anunciar la Buena Noticia de Jesús con nuestras palabras y nuestros hechos? ¿imitamos a los dos de Emaús, que vuelven a la comunidad, y a las mujeres que se apresuran a anunciar la buena nueva?

Si es así, eso cambiará toda nuestra jornada.

«Todos los años nos alegras con la solemnidad de la resurrección del Señor» (oración)

«Dad gracias al Señor, invocad su nombre, dad a conocer sus hazañas a los pueblos» (salmo)

«Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo» (aleluya)

«Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída» (evangelio)

«Los discípulos conocieron al Señor Jesús al partir el pan» (comunión)

«Que la participación en los sacramentos nos transforme en hombres nuevos» (poscomunión)

J, ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 27-30


4.

Primera lectura : Hechos 3, 1-10 No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te lo doy

Salmo responsorial : 104, 1-2.3-4.6-7.8-9 La misericordia del Señor llena la tierra

Evangelio : Lucas 24, 13-35 ¿Qué conversación es esa que traen mientras van de camino?

Emaús es el lugar que Lucas escoge para que dos personas que habían escuchado a Jesús y le habían visto actuar coherentemente sean los que se encuentran con el Señor resucitado. Ellos, que no formaban parte de la oficialidad, serán los que anunciarán al grupo de los discípulos que Jesús ha resucitado y vive en sus corazones.

A Emaús se dirigen estas dos personas, dos que se habían sentido interpeladas con el proyecto del Nazareno, pero que van asustadas por los últimos acontecimientos. El poder romano aliado al poder religioso judío han asesinado a Jesús, y por lo tanto los discípulos y seguidores del ajusticiado ahora caminan temerosos por la calles de Jerusalén y sus alrededores.

Mientras iban de camino, ellos vuelven a recordar a Jesús, y al recordarlo, se aviva su descontento con el sistema injusto en el que nacieron; pero no es el descontento por el descontento hacia la oficialidad, ni el recuerdo apasionado de lo que hizo Jesús durante su vida, lo que va hacer que ellos sientan al Señor resucitado. Ellos van a reconocer vivo a Jesús ahora en la fracción del pan. Es el cambio que ha suscitado en ellos la fuerza del resucitado que los ha hecho nuevas creaturas, capaces de partir y compartir la vida, el alimento, la amistad y la lucha común por un mundo más justo y humano.

Fue en el gesto de la fracción del pan donde se dieron cuenta de que el asesinato del maestro no había podido apagar el ardor de sus corazones, sino que desde ese mismo instante no valió otra cosa, sino la experiencia del Jesús resucitado. Ya no tiene validez la preocupación por el sepulcro vacío, ya no existe el temor a Roma ni a la oficialidad judía. Ya no hay temor porque la fuerza del Cristo resucitado los ha impulsado para anunciar un mundo nuevo, una experiencia diferente, y los ha ayudado a comprometerse en la causa del Reino.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


5.

En el primer momento, la comunidad de discípulos continúa las mismas prácticas de Israel. Ellos acuden al templo a la oración como cualquier judío creyente. Sin embargo, la realidad los interpela y los llama a continuar la misma práctica de Jesús: servir a los pobres y los marginados.

Un paralítico pide dinero en la puerta principal del templo, llamada "Hermosa". Pedro y Juan le comparten lo que tienen: la fuerza del Espíritu de Jesús. El hombre que estaba postrado y en una situación de dependencia, recupera su dignidad. Se pone de pie de un salto, apoyado de la mano de Pedro, y comienza a andar para dar testimonio con su presencia de la acción del resucitado.

El hombre camina con dignidad junto a los apóstoles. La gente, acostumbrada a verlo por el piso, se sorprende de su actitud y teme por lo que pueda pasar. El levantamiento de este hombre y su ingreso al templo, de donde estaba excluido por su enfermedad, sublevan el orden establecido y anuncian una nueva realidad. Con la acción de Jesús por medio de Pedro y Juan, la práctica transformadora que intentó ser extinguida por la violencia renace otra vez entre los pobres, para afirmar la condición del ser humano ante Dios.

El camino de Emaús es el proceso de conversión de los discípulos. Ante la tragedia, el fracaso y la incertidumbres los seguidores se alejan. Sin embargo, Jesús les sale al encuentro y, a través de la reflexión sobre la realidad y sobre la Palabra de Dios, les abre el entendimiento para que perciban la fuerza del resucitado.

Notas:

*La curación del lisiado de nacimiento es el segundo paso en la conformación de la iglesia de Jerusalén. Mientras los discípulos continúan las prácticas piadosas, no encuentran dificultades. En cuanto continúan la práctica de Jesús, se tienen que enfrentar a las autoridades judías, que no permiten el cambio de valores y, sobre todo, la participación de los marginados al interior del templo. (Cf. J. Rius Camps 1989).

*El acontecimiento coincide con el sacrificio vespertino (hora nona). La muerte de Jesús ocurrió a la hora nona, al igual que la conversión de Cornelio (Hch 10, 1-30). La acción de Pedro y Juan en la puerta "Hermosa" contrasta con la acción de los sacerdotes judíos al interior del templo. Mientras que los discípulos ponen en pie a un ser humano «defectuoso» y marginado, al interior los sacerdotes sacrifican un animal perfecto. (Cf. A. Wikenhauser 1966).

*El lisiado es denominado con el nombre genérico de "un varón". Es una figura representativa del pueblo que se encuentra postrado por la enfermedad y la marginación, Lucas emplea esta misma descripción para el pueblo pobre de Israel (Lc 5, 17-26; 7, 22; 14, 13.21). Contrasta con la magnificencia del templo y con el nombre de la puerta principal, "Hermosa", donde todos los días pedía limosna.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


6. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

A pocos relatos les he dado más vueltas que al de los discípulos de Emaús. Me parece tan rico, tan redondo, tan inagotable, que también este año tiene algo que decirme. Es un itinerario para discípulos frustrados, una terapia intensiva para aprender a reconocer al Resucitado en el camino de la vida. ¿Qué podemos hacer cuando nos sentimos timados, cuando tenemos la impresión de que la fe no produce ni en nosotros ni el mundo los resultados que habíamos soñado? ¿Cómo encajar las decepciones que nos crea a veces nuestra Iglesia? ¿Cómo aceptar que tras dos mil años de cristianismo siga habiendo en el mundo tanto mal?

La terapia de recuperación de la fe pasa por cuatro etapas. La primera consiste en hablar, en poner nombre a todas nuestras zozobras y miedos, en sacar afuera la frustración que guardamos en nuestra bodega, en contársela con pelos y señales a ese misterioso pedagogo que camina con nosotros y que nos pregunta: "¿Qué asuntos te traen de cabeza? ¡Cuéntamelos! Cuando nos atrevemos a contarle a él lo que nos pasa hemos puesto en marcha un proceso de sanación.

La segunda etapa consiste en escuchar. En la primera, Jesús, como buen terapeuta, ha sido todo oídos para que nosotros pudiéramos ser todo palabra. Ahora se invierten los papeles. Nos toca a nosotros escuchar su Palabra. Esta palabra se nos transmite, sobre todo, en la Escritura. Volver a la Escritura con humildad, sin ansiedades, es el único modo de que nuestro corazón decepcionado comience lentamente a arder. ¡Sólo la Palabra enciende de nuevo las ascuas que están debajo de nuestras cenizas!

La tercera etapa pasa por el comer. A los discípulos de Emaús sólo se les abren los ojos, sólo reconocen al extraño compañero de camino, cuando éste se queda a cenar con ellos y les parte el pan. También hoy para cada uno de nosotros la eucaristía es el "lugar del reconocimiento", en el doble sentido de la palabra: de acción de gracias y de caer en la cuenta.

La cuarta etapa finalmente, es semejante a la que hemos visto en los encuentros de los días anteriores. Consiste en acoger el testimonio de otros y en comunicar el propio. Los discípulos de Emaús, que habían comenzado un itinerario de di-misión (el que los llevaba de Jerusalén a su pueblo), emprenden un itinerario de misión, que los lleva de nuevo a Jerusalén, donde está la comunidad. Tras reconocer al Resucitado, han pasado de ser dimisionarios a ser misioneros. Curiosamente, cuando se encuentran con la comunidad, no son ellos los primeros en contar lo que les ha pasado, sino que aceptan la confesión de fe de los Once y de sus compañeros: "Es verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón".

Hablar, escuchar, comer y comunicar son los verbos que marcan las cuatro etapas de un profundo encuentro con el Resucitado. Los discípulos de Emaús (Cleofás y otro; ¿tal vez su esposa?) no son sino prototipos de lo que tú y yo somos. En su aventura de fe encontramos luz para comprender mejor la nuestra.

Vuestro amigo.

Gonzalo Fernández (gonzalo@claret.org)


7. CLARETIANOS 2003

Durante toda esta semana de Pascua seguiremos rastreando las palabras del Resucitado. Ellas tienen la virtud que ninguna otra palabra tiene: conectan con el fondo de nuestro ser y allí donde nadie llega inyectan la alegría y la esperanza que necesitamos. En este Miércoles de Pascua nosotros somos los discípulos de Emaús. Nosotros somos los dimisionarios tristes y ofuscados. A nosotros se nos regalan estos mensajes:

¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? El Resucitado es un terapeuta que quiere ayudarnos a viajar hasta nuestras raíces. Ayer nos preguntaba por las razones de nuestro llanto. Hoy quiere saber lo que nos traemos entre manos. ¿Cuáles son nuestras preocupaciones actuales? ¿A qué estamos prestando atención? ¿Qué o quién ocupa nuestros intereses, nuestro tiempo? ¿De qué solemos hablar con las personas de nuestro entorno? ¿Por qué razón nos levantamos cada mañana?

¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? Ese “era necesario” nos trae de cabeza. ¿Cómo puede ser “necesario” el sufrimiento”? ¿Qué valor puede tener la muerte? Cuando llegamos a estos límites, se alza siempre la señal que parece decirnos: “Callejón sin salida. Dé la vuelta”. Y, sin embargo, en este misterioso “era necesario” se esconde el proyecto de amor de Dios hacia el mundo, la razón que da sentido a nuestras noches oscuras.

¿Cómo podemos reaccionar ante las palabras del Resucitado? Tal vez haciendo nuestras las de los discípulos de Emaús:

Quédate con nosotros. El Resucitado siempre aparece en el camino de nuestra vida, pero siempre hace ademán de seguir adelante. Este estar sin ser visto, esta presencia ausente, esta cercanía distante, alimenta nuestro deseo, provoca nuestra búsqueda. Sólo puede decir “quédate” quien ha sido tocado y anhela la posesión total: “¿A dónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido? Hay algo en nuestra fe que es siempre un “no sé qué que queda balbuciendo”.

¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? Las brasas de nuestras vida están, a menudo, cubiertas con las cenizas del cansancio, el aburrimiento, la desesperación. ¿Cómo encender lo que parece completamente extinguido? ¿Cómo podemos poner en danza nuestra vida? ¿De dónde brota el fuego interior? ¡De la palabra de Jesús! Cada día, cuando nos acercamos al evangelio, somos como ese mendigo que estaba sentado junto a la puerta Hermosa del templo. Pedimos la limosna de la luz, de la alegría. Quizá no aspiramos a grandes destellos. Nos conformamos con la ración diaria que puede mantener el fuego interior. Jesús nunca la niega a quienes la piden con fe.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


8. 2001

COMENTARIO 1

EL LARGO CAMINO DEL HOMBRE OBSTINADO EN TENER RAZON

El episodio de Emaús, propio de Lucas, describe el camino que tienen que hacer los discípulos para reconocer la presencia de Jesús en la historia. Lucas enfoca («Y mirad») la comunidad de discípulos («dos de ellos») en el momento en que, simbólica­mente, deciden, de mala gana, dejar la institución judía («que distaba dos leguas de Jerusalén») en dirección a una aldea, llama­da Emaús (24,13).

La conversación que sostienen entre ellos explicita, de palabra, el recorrido que hacen físicamente. Comen­tan los acontecimientos negativos que han dejado en ellos una profunda frustración (24,14). La ideología que comparten les impide reconocer a Jesús en el compañero de viaje (24,15-16). Reconocen que era un Profeta, pero siguen adictos a los dirigen­tes de Israel, a pesar de que éstos lo han traicionado y ejecutado («los sumos sacerdotes y nuestros jefes», 24,20), y proyectan sobre su persona rasgos nacionalistas («Jesús, el Nazareno», 24,19): «Cuando nosotros esperábamos que él fuese el liberador de Israel» (24,21a). Como quiera que sólo esperaban un triunfo terrenal, ni las repetidas predicciones de Jesús (9,22.44s; 18,32-34) ni los indicios de su resurrección (testimonio de las mujeres y de los representantes de la Escritura, 24,22), ni la confirmación del relato de las mujeres por parte de Pedro (24,24) han avivado su esperanza: «Pero, además de todo eso, con hoy son ya tres días que ocurrió» (24,21b).


JESUS ABRE EL SENTIDO PROFUNDO DE LA ESCRITURA

Lucas concentra en esta escena y en la que seguirá, de la que ésta es un desdoblamiento, toda la artillería pesada con el fin de librar la batalla decisiva contra la mentalidad que continúa ama­rrando a tierra a sus comunidades y les impide reconocer a Jesús en el camino de la historia de los hombres. La resistencia provie­ne, como en el caso de los discípulos, de la mentalidad que los invade y de la falta de entrega personal, con la excusa de que no lo ven claro, de que la situación no hay quien la arregle, de que ya están de vuelta de todo.

En primer lugar Jesús les recuerda, de palabra, lo que ya les había dicho antes por partida triple (las predicciones sobre su muerte y resurrección), insistiendo en que todo eso ya estaba contenido en la Escritura: «¡Qué torpes sois y qué lentos para creer en todo lo que dijeron los Profetas! ¿No tenía el Mesías que padecer todo eso para entrar en su gloria?" Y, tomando pie de Moisés y de los Profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura» (24,25-27). La temática es la misma de la escena de la transfiguración y de la escena de las mujeres en el sepulcro. Aquí es Jesús en persona el que les imparte la lección. En el prólogo de Hch 1,3 dirá Lucas, de forma resumida, que la lección duró «cuarenta días». Su mentalidad nacionalista a ultranza y triunfalista les impide comprender el sentido de las Escrituras. Ni siquiera el fracaso del Mesías los ha hecho cambiar. Ahora, peor todavía, como están quemados y de vuelta, regresan al bastión inexpugnable que les queda, la «aldea de Emaús». El día ya declina, oscurece, cae la tiniebla: pero ellos siguen adelan­te, arrastrándose por la vida decepcionados y resignados.

La segunda lección que les impartirá Jesús será con hechos. Pero antes ha sido preciso que ellos diesen señales de vida: «Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día va ya de caída» (24,29). Han acogido al hombre, sin saber que era Jesús. Este ha hecho ademán de seguir adelante (24,28), para que fuesen ellos quienes tomasen la iniciativa de darle acogida. Tienen que hacerse «prójimos», acercándose a las necesidades humanas y compartiendo lo que tienen. «Y sucedió que, estando recostado con ellos a la mesa, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo ofreció» (24,30). Jesús les da la misma señal que les había dado en la escena del compartir los panes (9,16) y que los llevó a reconocerlo como Mesías (9,18-20). Se dan cuenta de que es él en la acción de compartir el pan (24,35) para que comiera de él todo Israel. Lo sienten viviente, como cuando «estaban en ascuas mientras les hablaba por el camino» (24,32).

Palabra y gesto: si queremos comprender el plan de Dios, debe­mos habituarnos también nosotros a compartir, como Jesús se entregó a sí mismo en un acto supremo de donación (22,19) y lo significó mediante la «partición del pan». Mientras vayamos en busca de una iglesia triunfante, bien considerada y aplaudida por los poderosos, mientras confiemos en los grandes medios de comunicación como formas de evangelización, por el estilo de los carismáticos evangelistas que dominan las televisiones americanas, remaremos contra corriente y no descubriremos nunca a Jesús en la pequeña, pobre e insignificante historia de los hombres y mujeres que nos rodean o que se nos acercan.


COMENTARIO 2

Emaús es el lugar que Lucas escoge para que dos personas que habían escuchado a Jesús y le habían visto actuar coherentemente sean los que se encuentran con el Señor resucitado. Ellos, que no formaban parte de la oficialidad, serán los que anunciarán al grupo de los discípulos que Jesús ha resucitado y vive en sus corazones.

A Emaús se dirigen estas dos personas, dos que se habían sentido interpeladas con el proyecto del Nazareno, pero que van asustadas por los últimos acontecimientos. El poder romano aliado al poder religioso judío han asesinado a Jesús, y por lo tanto los discípulos y seguidores del ajusticiado ahora caminan temerosos por la calles de Jerusalén y sus alrededores.

Mientras iban de camino, ellos vuelven a recordar a Jesús, y al recordarlo, se aviva su descontento con el sistema injusto en el que nacieron; pero no es el descontento por el descontento hacia la oficialidad, ni el recuerdo apasionado de lo que hizo Jesús durante su vida, lo que va hacer que ellos sientan al Señor resucitado. Ellos van a reconocer vivo a Jesús ahora en la fracción del pan. Es el cambio que ha suscitado en ellos la fuerza del resucitado que los ha hecho nuevas creaturas, capaces de partir y compartir la vida, el alimento, la amistad y la lucha común por un mundo más justo y humano.

Fue en el gesto de la fracción del pan donde se dieron cuenta de que el asesinato del maestro no había podido apagar el ardor de sus corazones, sino que desde ese mismo instante no valió otra cosa, sino la experiencia del Jesús resucitado. Ya no tiene validez la preocupación por el sepulcro vacío, ya no existe el temor a Roma ni a la oficialidad judía. Ya no hay temor porque la fuerza del Cristo resucitado los ha impulsado para anunciar un mundo nuevo, una experiencia diferente, y los ha ayudado a comprometerse en la causa del Reino.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


9. 2002

Un paralítico pide dinero en la puerta principal del templo, y Pedro y Juan le comparten lo que tienen: la fuerza del Espíritu de Jesús.

El hombre que estaba postrado y en una situación de dependencia, recupera su dignidad. Se pone de pie de un salto y comienza a andar para dar testimonio con su presencia de la acción del Resucitado. El hombre camina con dignidad junto a los apóstoles. La gente, acostumbrada a verlo por el suelo, se sorprende de su actitud y teme por lo que pueda pasar.

El levantamiento de este hombre y su ingreso a templo, de donde estaba excluido por su enfermedad sublevan el orden establecido y anuncian una nueva realidad. Con la acción de Jesús por medio de Pedro Juan, la práctica transformadora del mundo que intentaron extinguir paría violencia renace otra vez entre los pobres, para afirmar la condición del ser humano ante Dios.

Por su parte, El camino de Emaús es el proceso de conversión de los discípulos. Ante la tragedia, el fracaso y la incertidumbre los seguidores se alejan. Pero Jesús les sale al encuentro y, a través de la reflexión sobre la realidad, desde la Palabra de Dios -«con Biblia y el periódico», se diría hoy en América latina les abre el entendimiento para que perciban la fuerza de la Resurrección, y de la Utopía del Reino que en ella se manifiesta.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


10. DOMINICOS 2003

Vivir en la tierra mirando al cielo

En la celebración litúrgica de hoy somos invitados a participar de dos experiencias de vida eclesial:

La primera nos lleva a conocer cómo vivía la primera comunidad de discípulos de Jesús en Jerusalén, acudiendo sistemáticamente al templo para hacer la oración.

La segunda nos introduce en el conocimiento de la Escritura por medio de la lección que Jesús explica a dos de sus discípulos que iban camino de Emaús.

Las dos son de extraordinario interés para nuestra comunidad eclesial.

ORACIÓN

Oremos  al Señor y pidámosle que su mensaje de vida, paz y gracia, penetre profundamente en nuestros corazones a fin de que, en la tierra que pisamos seamos fieles peregrinos, hermanos y solidarios con todos los peregrinantes, y en el espíritu llevemos siempre la luz del amor y de la esperanza que nos proyecta hacia la eternidad de la vida en Dios por Cristo nuestro Señor.

 

Palabra de Dios y Reflexión

Hechos de los Apóstoles 3, 1-10:

“En aquellos días, Pedro y Juan subían al templo, a la oración de media tarde.

Cuando subían vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento que solían colocar todos los días en la puerta Hermosa del templo para que pidiera limosna a los que entraban.

El lisiado, al ver entrar a Pedro y Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando, y le dijo: Míranos ... Yo no tengo plata ni oro. Te doy lo que tengo: En nombre de Jesús Nazareno, echa a andar; y agarrándolo de la mano derecha, lo incorporó...”

Ese texto y ese gesto acreditan que, después de la resurrección y de pentecostés, los apóstoles y discípulos acudían al templo a orar, en las horas convenidas, según la tradición judía, y que los enfermos continuaban poniéndose a la puerta, pidiendo limosna. La comunidad cristiana no tenía otro punto de encuentro oracional que el del Templo o, en su caso, los domicilios particulares. Su separación del templo judío vendría más tarde, tras la ruptura de las comunidades cristianas con el judaísmo, para seguir a Jesús.

Pedro y Juan, al ver al lisiado, se acordaron de las entrañas misericordiosas de Jesús para con los enfermos; y en su nombre, tocados por el Espíritu, hicieron lo que hacía Jesús: derramarse en misericordia, poner en pie al lisiado y hacerle caminar. Todo fue obra de la fe y confianza en Cristo Jesús.

Evangelio según san Lucas 24, 13-35:

 “Tras la muerte del Señor Jesús, dos discípulos iban andando el día primero de la semana hacia una aldea llamada Emaús..., y comentaban entre sí todo lo que había sucedido. Jesús en persona se acercó a ellos y se puso a caminar a su lado, sin que ellos le reconocieran. En el camino les preguntó: ¿de qué veníais hablando? ...

 Uno de ellos, Cleotás, le replicó : ¿eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí en estos días?. Jesús les preguntó: ¿A qué os referís? Ellos le contestaron: a lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras...; a cómo lo entregaron... y lo crucificaron.

Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo y vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles....

Jesús les dijo: ¡qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?...

Ya cerca de la aldea, Jesús hizo ademán de seguir adelante...; pero ellos lo apremiaron diciendo: quédate con nosotros... Jesús accedió, se sentó a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Y a ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron...”

Presencia viva de Cristo con su palabra, fuerza, gracia. Suave denuncia de la incredulidad de los discípulos. Ejercicio del magisterio de Jesús, enseñándonos a leer las Sagradas Escrituras teniendo a él mismo como referencia suprema de la historia de Israel : Mesías, Salvador, liberador. Reconocimiento de su persona y mensaje en los gestos: le reconocieron al partir el pan, asociando cuanto hizo en la última Cena.

Juntemos en nuestra fe las dos actitudes y reconocimientos de Cristo presente: Los discípulos de Emaús confiesan que Jesús fue quien cenó con ellos y les inflamó en su verdad y amor. Tuvieron conciencia de ello al partir el pan. Y Pedro confiesa que sólo en el nombre de Jesús podía decirse : levántate y anda.

Apliquemos la lección a nuestra vida y veámonos en el espejo de Jesús y de sus discípulos: ¿Tenemos tal firmeza de fe, confianza en Cristo, amor compasivo a los hermanos más débiles, como para repetir el milagro de Pedro y Juan, en nombre de Jesús?

Si a Jesús lo reconocieron como quien era en la fraccion del pan y acción de gracias, ¿en qué gesto de fe, amor, solidaridad, humildad, entrega ... nos pueden reconocer a nosotros nuestros vecinos y conciudadanos como discípulos de Jesús, el Hijo de Dios?

Que la luz de la fe ilumine toda nuestra vida, y se haga luz para los demás. Que la sinceridad de espíritu nos haga percibir los signos de la presencia de Cristo entre los hombres. Que el gozo de hacer bien nos abra a todos los hermanos y mantenga nuestras manos solidarias. Que nuestra Mesa Eucarística y de la Palabra tenga el calor, la amistad, el fuego de amor que tuvo la cena de Emaús.


11. ACI DIGITAL 2003

13. Ciento sesenta estadios: o sea unos 30 kms., distancia que corresponde a la actual Amwás. En algunos códices se lee "sesenta", en vez de "ciento sesenta", lo que dio lugar a buscar, como posible escenario de este episodio, otros lugares en las proximidades de Jerusalén (El Kubeibe y Kaloníe).

23. Gran misterio es ver que Jesús resucitado, lejos de ser aún glorificado sobre la tierra (cf. Hech. 1, 6), sigue luchando con la incredulidad de sus propios discípulos. Cf. Juan 21, 9 y nota: "Al bajar a tierra, vieron brasas puestas, y un pescado encima, y pan". Santo Tomás de Aquino opina que en esta comida, como en la del Cenáculo (Luc. 24, 41 - 43) y en la de Emaús (Luc. 24, 30), ha de verse la comida y bebidas nuevas que Jesús anunció en Mat. 26, 29 y Luc. 22, 16 - 18 y 29 - 30. Otros autores no comparten esta opinión, observando que en aquellas ocasiones el Señor resucitado no comió cordero ni bebió vino, sino que tomó pescado, pan y miel, y que, lejos de sentarse a la mesa en un banquete triunfante con sus discípulos, tuvo que seguir combatiéndoles la incredulidad con que dudaban de su Redención (cf. Luc. 24, 13; Hech., 1, 3).

26. Les mostró cómo las profecías y figuras se referían también a su primera venida doliente (cf. Is. 53; Salmos 21 y 68, etc.), porque ellos sólo pensaban en la venida del Mesías glorioso. Cf. Hech. 3, 22 y nota: "Porque Moisés ha anunciado: El Señor Dios vuestro os suscitará un profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a El habéis de escuchar en todo cuanto os diga". Os suscitará un profeta: Este notable pasaje puede traducirse también: Os resucitará un profeta. Según esta interpretación, el célebre vaticinio de Moisés sobre el Mesías (Deut. 18, 15) anunciaría que tales profecías habían de cumplirse en El después de muerto y resucitado. Lucas al narrar, y Pedro al hablar aquí, usan en griego el verbo anastesei (lo mismo que el texto de Moisés en los LXX, que es la versión citada por S. Pedro), cuyo sentido principal es resucitará, y repiten el mismo verbo en el v. 26, donde tal sentido es evidente y exclusivo de todo otro: levantar de entre los muertos. Esta versión tiene en su favor circunstancias importantes, puesto que Pedro está hablando de la Resurrección de Jesús, y su intención expresa es aquí (como en 2, 24 ss., donde usa el mismo verbo), mostrar precisamente que esa resurrección estaba anunciada desde Moisés, como lo estaba por David (véase 2, 25 ss., cita del S. 15, 8 ss., y 2, 30, cita del S. 131). Igual testimonio que éstos de Pedro, da Pablo en 13, 33 ss., con idénticos argumentos y usando el mismo verbo. Por lo demás, Jesús ya lo había dicho a los discípulos de Emaús (uno de los cuales era tal vez el mismo Lucas) llamándolos "necios y tardos de corazón" en comprender que su rechazo por Israel, sus dolores, muerte y resurrección estaban previstos, para lo cual "comenzando por Moisés" les hizo interpretación de las profecías (Luc. 24, 25 - 27). Y el mismo Lucas relata luego que a fin de hacerles comprender esos anuncios, el divino Maestro "les abrió la inteligencia para que entendiesen las Escrituras" y les dijo que estaba escrito "en Moisés, en los Profetas y en los Salmos" que el Cristo sufriese "y resucitase de entre los muertos al tercer día" (Luc. 24, 44 - 46). Cf. 26, 23. Como a mí: Sobre el sentido de estas palabras, véase 7, 37. Cf. 17, 18 .

30. Pirot hace notar que ha sido abandonada la opinión de que esta fracción del pan fuese la Eucaristía.

32. Felicidad que hoy está a nuestro alcance (cf. v. 45 y nota: "Entonces les abrió la inteligencia para que comprendiesen las Escrituras". Vemos aquí que la inteligencia de la Palabra de Dios es obra del Espíritu Santo en nosotros, el cual la da a los humildes y no a los sabios.

"La inteligencia de las Escrituras produce tal deleite que el alma se olvida no sólo del mundo, sino también de sí misma" (Santa Angela de Foligno).


12. Encontrar a Cristo

Autor: P. José Luis Richard

A los dos discípulos que Jesús se encuentra en el camino de Emaús se les suele reprochar su desánimo y tristeza. Nada más injusto.

Las autoridades habían matado a su Maestro, a su Jefe, al que creían su Mesías y Libertador. Habían perdido a Cristo. ¿Podría existir tristeza más justificada?

Tanto lo querían, además, que no quieren permanecer ni un momento más en la ciudad: no soportan el choque de sus antiguas ilusiones, ya muertas, con la vida vacía y sin sentido que arrastran ahora. Aquel mismo día regresaban a su aldea natal. Cristo comprende a estos discípulos y su decaimiento. Por eso sale a su encuentro y les recompensa con un efusivo y cariñoso: ¡Oh insensatos y tardos de corazón! ¿Por qué? Porque, tres años escuchándole y no le habían entendido, no habían podido descubrir quién era... Tres años a su lado observando sus milagros, embelesados ante su mensaje, viéndole amar, sufrir, consolar, reír, orar... y no habían sido capaces de reconocerlo.

Ciertamente, no deja de ser un consuelo en nuestra vida cristiana apreciar cómo Jesús no pierde la paciencia ante la ceguera de los pobres discípulos -prototipo, quizás, de la nuestra- y cómo poco a poco les va apartando las escamas de los ojos.

Primero comienza a calentar su corazón, ya bastante decaído y frío, recordándoles y explicándoles las Escrituras. Los pasajes tantas veces leídos sin prestar atención, aburridos, comienzan a cobrar nueva vida a medida que Él los va explicando. Van respondiendo las preguntas más íntimas que nunca se habían atrevido a presentar. Comienzan a bullir en su interior, consolándoles y animándoles.

Tan interesante se convirtió la conversación de Jesús que, cuando se dieron cuenta, ya habían llegado al lugar adonde se dirigían. Después de mucho insistir, consiguen que Jesús acepte su hospitalidad.

Y, puesto a la mesa con ellos, se convierte de repente en el anfitrión: tomó el pan, lo bendijo y se lo dio. Y ellos, lo reconocieron en la fracción del pan. En la Eucaristía descubrieron a Cristo. Experimentaron la presencia de Jesús. Supieron en seguida que era Él por la paz, la tranquilidad interior y esa fuerza que enseguida sintieron en su interior.

Inmediatamente después, ya no vieron más a Cristo. Pero ya habían descubierto el secreto para encontrarlo. En adelante, siempre lo buscarían donde Él siempre está esperando: en el Evangelio y en el Sagrario. Ahí recibirían también la fuerza para levantarse de su egoísmo y correr a anunciar la Gran Alegría que les consume.

* * *

Visitad frecuentemente a Jesús en la Eucaristía. Ahí, en su presencia, contadle vuestros ideales, vuestras esperanzas, vuestros deseos de amarle apasionadamente. A solas con Él desahogad vuestras dificultades y desalientos. El cristiano que vive al pie del Sagrario triunfará, porque el Sagrario es horno de amor, de sacrificio y de entrega. Y si os acercáis a él no podéis menos de participar de ese fuego que da vida al alma.


13.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Venid vosotros, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la Creación del mundo. Aleluya» (Mt 25,34).

Colecta (del Misal anterior y antes de los Sacramentarios Gelasiano y Gregoriano): «Oh Dios, que todos los años nos alegras con la solemnidad de la resurrección del Señor; concédenos, a través de la celebración de estas fiestas, llegar un día a la alegría eterna».

Ofertorio: «Acepta, Señor, este sacrificio, con el que has redimido a todos los hombres, y concédenos bondadosamente la salud del alma y del cuerpo».

Comunión: «Los discípulos conocieron al Señor Jesús al partir el pan. Aleluya»  (Lc 24,35).

Postcomunión: «Te pedimos, Señor, que la participación en los sacramentos de tu Hijo nos libre de nuestros antiguos pecados y nos transforme en hombres nuevos».

Hechos 3,1-10: Te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar. Lo que actúa en San Pedro  al curar a este lisiado de la Puerta Hermosa del Templo en Jerusalén, es el Nombre de Jesucristo, esto es, su Persona y su fuerza.

Sobre el Nombre de Jesús dice San Bernardo:

«El nombre de Jesús no es solamente Luz, es también manjar. ¿Acaso no te sientes confortado cuantas veces lo recuerdas? ¿Qué otro alimento como él sacia así la mente del que medita? ¿Qué otro manjar repara así los sentidos fatigados, esfuerza las virtudes, vigoriza la buenas y honestas  costumbres y fomenta las castas afecciones? Todo alimento del alma es árido si con este óleo no está sazonado; es insípido si no está condimentado con esta sal. Si escribes, no me deleitas, a no ser que lea el nombre de Jesús. Si disputas o conversas, no me place, si no oigo el nombre de Jesús. Jesús es miel en la boca, melodía en los oídos, alegría en el corazón. ¿Está triste alguno de vosotros? Venga a su corazón Jesús, y de allí salga a la boca. Y he aquí que apenas aparece el resplandor de este nombre desaparecen todas las nubes y todo queda sereno» (Sermón 15 sobre el Cantar 1.2).

–Las grandes maravillas de Dios en favor de su pueblo culminan con la resurrección de Jesús, primicia de los que resucitaremos. Cantemos con el Salmo 104 al Señor, que ha sido fiel a sus promesas, haciendo maravillas con su pueblo al nombre de Jesús: «Dad gracias al Señor, invocad su nombre, dad a conocer sus hazañas a los pueblos, cantadle al son de instrumentos, hablad de sus maravillas. Gloriaos de su nombre santo, que se alegren los que buscan al Señor. Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro. ¡Estirpe de Abrahán, su siervo; hijos de Jacob, su elegido! Él Señor es nuestro Dios, Él gobierna toda la tierra».

Lucas 24,13-35: Reconocieron a Jesús al partir el pan. Aparición a los discípulos de Meaux. A Jesús se le sigue encontrando en su Palabra, en la Eucaristía, en los hermanos, en los pobres y necesitados. Comenta San Gregorio Magno: 

«En verdad les dirigió la palabra, les reprendió su dureza de entendimiento, les descubrió los misterios de la Escritura Sagrada que a Él se referían... Fingió ir más lejos. Convenía probarlos por si podían amarle, al menos como extraño, los que como a Dios no le amaban todavía. Pero, como no podían ser extraños a la caridad los hombres con quienes la Verdad caminaba, le ofrecen hospitalidad... Ponen pues la mesa, presentan pan y manjares; y en el partir el pan conocen a Dios, a quien en la explicación de la Sagrada Escritura no habían conocido. Al escuchar, por lo tanto, los preceptos de Dios, no fueron iluminados; pero sí lo fueron al cumplirlos, porque escrito está: “No son justos ante Dios los oyentes de la ley, sino que serán justificados los que la observen”. Así pues, todo el que quiera entender lo que ha oído, apresúrese a poner por obra todo lo que ha podido oir. He aquí que el Señor no es conocido mientras habla, y se digna ser reconocido cuando le sustentan» (Homilía 23 sobre los Evangelios).


14. DOMINICOS 2004

 Mujer, ¿porqué lloras? ¿a quién buscas?

Habéis resucitado con Cristo; buscad las cosas de arriba.
Venid, benditos de mi Padre; participad del Reino de Dios.
Los discípulos conocieron a Jesús al partir el pan con ellos.

Hoy en la liturgia de la palabra somos invitados a participar de la primitiva vida eclesial en dos formas complementarias: sumándonos a su experiencia de vida, como discípulos de Jesús en Jerusalén, acudiendo sistemáticamente al templo para hacer la oración. Escuchando de labios de Jesús resucitado una sublime lección que nos introduce en el conocimiento profundo de la Sagrada Escritura y del mesianismo.

Las dos experiencias son de extraordinario interés para nuestra comunidad eclesial en el siglo XXI, demasiado ajena a la espiritualidad y espiritualidad bíblica.

La luz de la Palabra de Dios
1ª Lectura: Hechos de los apóstoles 3, 1-10:
“En aquellos días, Pedro y Juan subían al templo, a la oración de media tarde, cuando vieron traer a cuestas a uno que era lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta Hermosa del templo para que pidiera limosna a los que entraban.

Cuando él vio entrar a Pedro y Juan, les pidió limosna, como a los demás.

Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando y le dijo: Míranos... No tengo plata ni oro. Te doy lo que tengo: En nombre de Jesús Nazareno, echa a andar; y agarrándolo de la mano derecha, lo incorporó...”

Evangelio según san Lucas 24, 13-35:
“Dos discípulos de Jesús iban andando el día primero de la semana hacia una aldea llamada Emaús.. y comentaban todo lo que había sucedido. Jesús en persona se acercó a ellos, se puso a caminar a su lado, sin que ellos le reconocieran, y les dijo: ¿de qué veníais hablando mientras caminabais? ...

Uno de ellos, Cleofás, le replicó : ¿eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí en estos días? Jesús les preguntó: ¿a qué os referís? Le contestaron: a lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras...; a cómo lo entregaron... y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto, y nada. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo y vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles...

Jesús les dijo: ¡qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?...

Ya cerca de la aldea, Jesús hizo ademán de seguir adelante..; pero ellos le apremiaron diciendo: quédate con nosotros... Jesús accedió, se sentó a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Y a ellos se les abrieron los ojos y le reconocieron...”

Reflexión para este día
Hagamos revivir con ilusión la historia de nuestros orígenes.

El texto de los Hechos acredita que, después de la resurrección y pentecostés, los apóstoles y discípulos acudían al templo judío a orar. Era su templo y su casa de oración. La comunidad cristiana no tenía otro punto de encuentro oracional. No lo tendría hasta que se fuera configurando la ruptura entre el cristianismo y el judaísmo.

En esos días de oración es cuando se produjo la bellísima escena que se narra en el Evangelio. En ella Cristo, que sigue fiel, se hace presente en la sencillez de vida, amonesta suavemente por su incredulidad a los que ama, y ejerce como Maestro.

Agradezcamos mil veces a Jesús Maestro, y a los redactores de este encuentro del Señor con los discípulos, camino de Emaús.

En su relectura, percibamos su voz, sintamos su calor, aprendamos a interpretar las Sagradas Escrituras no como un libro de ciencias humanas sino de sabiduría divina, teniendo en perspectiva a Jesús mismo : Mesías, Salvador, Liberador.

¡Felices de nosotros, cristianos, si sabemos reconocer y procuramos que nos reconozcan al partir el pan en la Eucaristía, en el Amor, en el Sacrificio por los demás.


15.

Comentario: Rev. D. Xavier Pagès i Castañer (La Llagosta-Barcelona, España)

«Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron»

«Hoy es el día que hizo el Señor: regocijémonos y alegrémonos en él» (Sal 117,24). Así nos invita a rezar la liturgia de estos días de la Octava de Pascua. Alegrémonos de ser conocedores de que Jesús resucitado, hoy y siempre, está con nosotros. Él permanece a nuestro lado en todo momento. Pero es necesario que nosotros le dejemos que nos abra los ojos de la fe para reconocer que está presente en nuestras vidas. Él quiere que gocemos de su compañía, cumpliendo lo que nos dijo: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

Caminemos con la esperanza que nos da el hecho de saber que el Señor nos ayuda a encontrar sentido a todos los acontecimientos. Sobre todo, en aquellos momentos en que, como los discípulos de Emaús, pasemos por dificultades, contrariedades, desánimos... Ante los diversos acontecimientos, nos conviene saber escuchar su Palabra, que nos llevará a interpretarlos a la luz del proyecto salvador de Dios. Aunque, quizá, a veces, equivocadamente, nos pueda parecer que no nos escucha, Él nunca se olvida de nosotros; Él siempre nos habla. Sólo a nosotros nos puede faltar la buena disposición para escuchar, meditar y contemplar lo que Él nos quiere decir.

En los variados ámbitos en los que nos movemos, frecuentemente podemos encontrar personas que viven como si Dios no existiera, carentes de sentido. Conviene nos demos cuenta de la responsabilidad que tenemos de llegar a ser instrumentos aptos para que el Señor pueda, a través de nosotros, acercarse y “hacer camino” con los que nos rodean. Busquemos cómo hacerlos conocedores de la condición de hijos de Dios y de que Jesús nos ha amado tanto, que no sólo ha muerto y resucitado para nosotros, sino que ha querido quedarse para siempre en la Eucaristía. Fue en el momento de partir el pan cuando aquellos discípulos de Emaús reconocieron que era Jesús quien estaba a su lado.


16.

Cardenal John Henry Newman (1802-1890) presbítero, fundador de un oratorio de San Felipe Neri, teólogo
PPS 6, 10

“¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?” (Lc 24,32)

Hermanos, reflexionemos sobre lo que significaban las apariciones de Jesús a sus discípulos después de su resurrección. Tienen tanto más importancia cuanto que nos muestran que una comunión de este género con Cristo sigue siendo posible. Este contacto con Cristo nos es posible también hoy. En el período de los cuarenta días que siguieron a la resurrección, Jesús inauguró su nueva relación con la Iglesia, su relación actual con nosotros, la forma de presencia que ha querido manifestar y asegurar.

Después de su resurrección ¿cómo se hizo Cristo presente a la Iglesia? Iba y venía libremente, nada se oponía a su venida, ni siquiera las puertas cerradas. Pero una vez presente, los discípulos no eran capaces de reconocer su presencia. Los discípulos de Emaús no tenían conciencia de su presencia hasta después, recordando la influencia que él había ejercido sobre ellos: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?”

Observemos bien en qué momento se les abrieron los ojos: en la fracción del pan. Esto es lo que le evangelio nos dice. Aunque uno reciba la gracia de darse cuenta de la presencia de Cristo, se le reconoce sólo más tarde. Es sólo por la fe que uno puede reconocer su presencia. En lugar de su presencia sensible, nos deja el memorial de su redención. Se hace presente en el sacramento. ¿Cuándo se ha manifestado? Cuando, para decirlo de alguna manera, hace pasar a los suyos de una visión sin verdadero conocimiento a un auténtico conocimiento en lo invisible de la fe.


17. 2004. Comentarios Servicio Bíblico Latinamericano

1ª Lectura
He 3,1-10
1 Pedro y Juan iban un día al templo a la hora de la oración, a las tres de la tarde. 2 Todos los días llevaban a un cojo de nacimiento y lo ponían a la puerta del templo llamada Hermosa para pedir limosna a los que entraban. 3 Al ver a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les pidió limosna. 4 Pedro y Juan clavaron sus ojos en él; y Pedro le dijo: «Míranos». 5 Él los miraba, esperando que le dieran algo. 6 Pedro dijo: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, eso te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, echa a andar». 7 Lo agarró de la mano derecha y lo levantó; y al instante sus pies y sus tobillos se fortalecieron; 8 y de un salto se puso en pie y echó a andar; y entró con ellos en el templo andando, saltando y alabando a Dios. 9 Todo el pueblo lo vio andar y alabar a Dios. 1 0 Y reconocían que era el que solía sentarse junto a la puerta Hermosa a pedir limosna; y se quedaron admirados y desconcertados por lo que le había sucedido.

Salmo Responsorial
Sal 105,1-2
1 Dad gracias al Señor, invocad su nombre, publicad entre los pueblos sus proezas; 2 cantad, entonad himnos en su honor, decid a las gentes sus milagros;

Sal 105,3-4
3 estad orgullosos de su santo nombre, alegraos los que buscáis al Señor. 4 Recurrid al Señor y a su poder, buscad siempre su rostro.

Sal 105,6-7
6 raza de Abrahán, su siervo, hijos de Jacob, su elegido. 7 El Señor es nuestro Dios, sus leyes rigen en el mundo entero.

Sal 105,8-9
8 Él se acuerda de su alianza eternamente, de la palabra dada, por mil generaciones; 9 del pacto que firmó con Abrahán, del juramento que hizo a Isaac,

Evangelio
Lc 24,13-35
13 Aquel mismo día, dos de ellos se dirigían a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos trece kilómetros. 14 Iban hablando de todos estos sucesos; 15 mientras ellos hablaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar con ellos. 16 Pero estaban tan ciegos que no lo reconocían. 17 Y les dijo: «¿De qué veníais hablando en el camino?». Se detuvieron entristecidos. 18 Uno de ellos, llamado Cleofás, respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha sucedido en ella estos días?». 19 Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo, 20 cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. 21 Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, pero a todo esto ya es el tercer día desde que sucedieron estas cosas. 22 Por cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han dejado asombrados: fueron muy temprano al sepulcro, 23 no encontraron su cuerpo y volvieron hablando de una aparición de ángeles que dicen que vive. 24 Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo encontraron todo como las mujeres han dicho, pero a él no lo vieron». 25 Entonces les dijo: «¡Qué torpes sois y qué tardos para creer lo que dijeron los profetas! 26 ¿No era necesario que Cristo sufriera todo eso para entrar en su gloria?». 27 Y empezando por Moisés y todos los profetas, les interpretó lo que sobre él hay en todas las Escrituras. 28 Llegaron a la aldea donde iban, y él aparentó ir más lejos; 29 pero ellos le insistieron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque es tarde y ya ha declinado el día». Y entró para quedarse con ellos. 30 Se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. 31 Entonces sus ojos se abrieron y lo reconocieron; pero él desapareció de su lado.32 Y se dijeron uno a otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». 33 Se levantaron inmediatamente, volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los once y a sus compañeros, 34 que decían: «Verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón». 35 Ellos contaron lo del camino y cómo lo reconocieron al partir el pan.

* * *

La sección 3, 1 - 4, 31 forma una unidad compacta, que es difícil separar. La estructura de esta sección es la siguiente:

1: curación de un tullido: 3, 1-10

2: anuncio de la resurrección de Jesús: 3, 11-26

3: represión de las autoridades del Templo: 4, 1-22

4: reunión de la comunidad: 4, 23-31

Tenemos aquí un narración en 4 actos. Lucas hace teología narrativa. La fuerza del relato está en su totalidad. Se rompe el relato y la teología del relato, cuando interpretamos cada parte por separado. Sólo podemos entender lo que Lucas quiere comunicar a Teófilo (a los líderes de su propia comunidad) y lo que el Espíritu quiere comunicar a nosotros hoy, si entramos en la profundidad total del relato.

Este ha sido compuesto por Lucas a partir de información histórica, pero el conjunto es una composición redaccional, donde cada elemento histórico del relato adquiere una dimensión simbólica. El autor está creando un paradigma para interpretar la vida de la primera comunidad en Jerusalén y proponerla como modelo para la Iglesia de su tiempo y del futuro.

Curación de un tullido: 3, 1-10:

La historia comienza con un hecho concreto. Pedro y Juan suben al Templo a la hora del sacrificio de la tarde (a las 3 p.m.), como si estuvieran integrados a la organización litúrgica del Templo. Son hombres del Templo (cf 5, 12b y 5 , 42). Un pobre, sin embargo, se les atraviesa en el camino y les cambia el programa.

Hay un encuentro profundo de los apóstoles con el hombre tullido, que todos los días llevan y ponen en la puerta del Templo (como si fuera un objeto). Este encuentro se expresa en la mirada: el tullido ve a Pedro. Pedro fijó en él la mirada y le dijo míranos y el tullido les miraba con fijeza. Podemos decir que hay un encuentro profundo entre la Iglesia (representada por Pedro) y el pobre (representado por el tullido).

El tullido representa también al pueblo de Israel, que está tullido por la práctica de la ley y por el Templo. Pedro no tiene oro ni plata, sino únicamente la fuerza del Resucitado y su Espíritu. Con esta fuerza ordena al tullido que camine; pero no sólo le ordena, sino que también le da la mano. La liberación del tullido es una verdadera resurrección: cobran fuerza sus pies y tobillos, da un salto, se pone de pie, camina y entra con ellos en el Templo andando, saltando y alabando.


18.

Reflexión

Lucas, en este pasaje, sintetiza lo que ya desde el principio de su evangelio ha venido diciendo: Dios se ha acercado a nosotros, nos ha salido al camino haciéndose uno de nosotros. Los judíos no lo reconocieron, ni tampoco ahora lo reconocieron los mismos discípulos. Dejando el cielo se puso a caminar con el hombre, para instruirlo en el camino de la vida, pero, como dirá san Juan: “los suyos no lo reconocieron, pero a los que lo reconocieron les dio el poder llegar a ser hijos de Dios”. Jesús continua saliéndonos al encuentro de las formas más inusitadas: en un amigo, en los acontecimientos de todos los días, y ni que decir en la palabra de Dios, la oración y los sacramentos. Jesús ha tomado una opción por el hombre, y su deseo es acompañarlo hasta que lleguemos todos a la cielo. Si nuestros ojos están oscurecidos, pude ser porque, como los discípulos de Emaús, no creemos aun que está vivo y que tiene verdaderamente poder para cambiar nuestra vida. Pidamos todos los días al Espíritu Santo que abra nuestros ojos y que inflame nuestro corazón para descubrir cómo Jesús nos acompaña en nuestra diaria jornada.

Que la resurrección de Cristo, llene de amor tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


19.Los discípulos de Emaús

Fuente: Catholic.net
Autor: Elí Ricardo Marín

Reflexión

En el evangelio de ayer María Magdalena va a buscar al Señor y Cristo le sale al encuentro. En cambio en este evangelio nos encontramos con los típicos seguidores de los días de gloria que huyen el día del castigo.

Cierto que los discípulos de Emaús tienen el mérito de no haber traicionado a Jesús. Habían esperado que él sería el Salvador. Lo que no han tenido en cuenta es que Cristo persevera hasta el final, es capaz de esperar hasta el último momento y salir al encuentro como un buen amigo que tiende la mano.

Sin embargo, Jesús no quiere limitar nuestra libertad y nos deja libres de aceptar la mano que nos ofrece. Nos acompaña durante todo el camino; pero, si no le pedimos que se quede con nosotros, no lo reconoceremos cuando parta el pan.


20. CLARETIANOS 2004

Queridas amigos y amigas:

Los que por diferentes motivos nos movemos entre los jóvenes a nivel pastoral (grupos, colegios, parroquias,….) más de una vez comentamos que nos cuesta mucho llegar a seducirles, engancharles, cautivarles. Les ofrecemos lo que para nosotros es nuestro tesoro y en el mejor de los casos encontramos muchas veces indiferencia. Es como si nuestro anuncio no fuera con ellos, como si les dejara igual que antes. Ante esta situación, unos ven el problema en los jóvenes (“tienen de todo, nada parece que les dice algo, no tienen demasiados ideales,…”) y otros empiezan a entonar el mea culpa (“no sabemos acercarnos a los jóvenes, la Iglesia sigue anclada en el pasado, no sabemos vender el producto,….). ¿Dónde está la verdad? Como siempre, un poco en cada parte.

Quizá lo que nos falte a todos es un poco de fe y de experiencia rica de Dios que nos haga ser creíbles. Dice Jesús que nuestra boca habla de lo que rebosa nuestro corazón. Si de verdad viviéramos con profundidad nuestra fe, si nos saliera por los poros el Evangelio, seguro que más de uno se sentiría tocado por Jesús. A veces vivimos de rentas y nuestra fe más que una fe viva es una fe que intenta sobrevivir, sin garra, que en ocasiones, no nos convence ni a nosotros mismos.

No me extraña que los discípulos dijeran que ardían sus corazones cuando Jesús les explicaba las Escrituras mientras iban de camino. El verle (aunque no le reconocieran), el escucharle (aunque tal vez tampoco entendieran la profundidad de lo que les transmitía), el tenerle al lado (aunque no le sintieran como el Resucitado) tuvo que ser una gozada por la vitalidad y la pasión con que les hablaría. Nosotros también necesitamos que Jesús toque nuestro corazón, nos queme, nos haga despertar del letargo,… para después poder irradiar algo a otros.

Pero para eso es necesario que nos pongamos a tiro, es decir, que vivamos sensibles a las presencias de Dios en nuestra vida. Los discípulos de Emaús le reconocieron al partir el pan y en el camino, cuando les explicaba las Escrituras. Ahí tenemos una invitación a encontrarnos con el Resucitado, especialmente, en la Eucaristía y en la escucha y meditación de la Palabra. También en nuestro trabajo, cuando estamos con nuestros familiares y amigos, o simplemente cuando viajamos en el Metro, el Resucitado se hace el encontradizo. Mantengamos alerta nuestras antenas y no perdamos la sintonía.
Vuestra hermana en la fe,
Miren Elejalde (mirenelej@hotmail.com)


BUSCO A DIOS

Un joven inquieto se presentó a un sacerdote y le dijo: -'Busco a Dios'.

El reverendo le echó un sermón, que el joven escuchó con paciencia. Acabado el sermón, el joven marchó triste en busca del obispo.

-'Busco a Dios', le dijo llorando al obispo.

Monseñor le leyó una pastoral que acababa de publicar en el boletín de la diócesis y el joven oyó la pastoral con gran cortesía, pero al acabar la lectura se fue angustiado al Papa a pedirle:

-'Busco a Dios'.

Su Santidad se dispuso a resumirle su última encíclica, pero el joven rompió en sollozos sin poder contener la angustia.

-'¿Por qué lloras?', le preguntó el Papa totalmente desconcertado.

-'Busco a Dios y me dan palabras' dijo el joven apenas pudo recuperarse.

Aquella noche, el sacerdote, el obispo y el Papa tuvieron un mismo sueño. Soñaron que morían de sed y que alguien trataba de aliviarles con un largo discurso sobre el agua.


21. 2004

LECTURAS: HECH 3, 1-10; SAL 104; LC 24, 13-35

Hech. 3, 1-10. Habrá situaciones extremas en que tengamos que dar una solución inmediata a las necesidades de nuestro prójimo cuando padezca hambre, o sufra alguna enfermedad, o sea víctima de alguna injusticia. Pero la Iglesia no puede convertirse en una figura paternalista, que tienda la mano constantemente para socorrer a los necesitados. Quienes, abanderados equivocadamente por Cristo, despojan a los demás de sus bienes para socorrer a los necesitados, no han entendido el camino de la auténtica liberación. En esta Lectura el Señor nos invita a ayudar a los demás para que caminen por su propio pie y puedan valerse por sí mismos. Esto no lo haremos por mera filantropía, sino porque es lo que debemos de procurar como consecuencia de un amor activo, puesto en práctica en el Nombre del Señor.

Sal. 104. Dios es siempre fiel a su Alianza y a su amor hacia nosotros. Él jamás abandonará a su Pueblo a pesar de nuestras infidelidades. ¿Habrá alguien que nos ame como Dios lo ha hecho? Su misericordia es eterna y se prolonga de generación en generación. En su amor por nosotros se hizo uno de nosotros para ofrecernos su perdón, y para hacernos partícipes de su Vida y de su Espíritu. Aun cuando muchas veces nosotros nos alejemos del Señor y traicionamos su amor, Él no se olvidará de nosotros y siempre estará dispuesto a perdonarnos, pues Él es nuestro Dios y Padre misericordioso, y no enemigo a la puerta. Mientras aún es tiempo, volvamos al Señor, dejémonos amar por Él y convirtámonos en fieles testigos suyos, proclamando sus prodigios a todos los pueblos.

Lc. 24, 13-35. Jesucristo no sólo vive su comunión con el Padre Dios, sino también la vive con la humanidad, compartiendo con nosotros nuestros gozos y esperanzas, nuestras tristezas y angustias. Él se hace compañero del hombre para darle sentido a su caminar por la vida; ilumina los acontecimientos con su Palabra y comparte su Pan. La Iglesia de Cristo no sólo se reúne para escuchar a su Maestro y para partir y compartir el Pan de Vida; también debe ponerse en camino junto al hombre que sufre, para devolverle la paz y la esperanza , no sólo con palabras que hagan arder en amor su corazón, sino también partiendo el propio pan para que se mitigue, por lo menos un poco, el hambre de alimento, de amor, de comprensión, de alegría, de paz que padecen muchos hermanos nuestros.

Sólo en el Nombre de Jesús obtendremos la salvación. La Iglesia, más allá de su esfuerzo por hacer más llevadera la vida de los que sufren y de los pobres, debe ayudar a todos a encontrar en Cristo el auténtico Camino de salvación, de comunión y de solidaridad fraternas. La Eucaristía, que estamos celebrando, nos une a Cristo; pero también nos debe unir a nuestros hermanos para cargar sobre nuestros hombros su pecado, sus miserias y sus dolores para darles una solución desde la mirada amorosa de Cristo, a quien pertenecemos y por cuyo Reino trabajamos constantemente. Mientras la Eucaristía no haga arder nuestro corazón en amor verdadero, ni nos impulse a levantarnos para ir y proclamar las maravillas de Dios a todos los hombres, tendremos que revisar la madurez de nuestra fe en Cristo, que ha de llegar a un auténtico compromiso con Él y con su Misión, y no reducirse a sólo un mero acto de piedad.

Al entrar en comunión de Vida con Cristo, su Iglesia, de la que nosotros somos miembros, debemos aprender a no cerrar nuestros ojos ante todo aquello que aqueja y disminuye o destruye la vida de nuestro prójimo. El Señor nos pide que no nos quedemos instalados en nuestras comodidades, sino que nos acerquemos a aquellos cuya vida parece ser una caña resquebrajada o una mecha que ya sólo humea, para volver a encender en ellos la llama del amor e infundirles ánimo para que levanten la cabeza, y vuelvan a alegrarse porque la vida cobre nuevo significado en ellos. No permitamos ni busquemos que aquellos a quienes tratamos de hacer el bien cifren su fe y sus esperanzas en nosotros, pues somos tan frágiles y pasajeros que muy fácilmente podrían quedarse desanimados y vacíos cuando nosotros desapareciéramos de su presencia. La Iglesia, efectivamente, no trabaja para lograr para sí misma una gloria terrena. La Iglesia busca la gloria de Dios no sólo esforzándose para que desaparezcan los males que aquejan a los hombres de hoy, sino entregando su vida para que la Vida de Dios llegue a todos, haciéndose realidad, así, el inicio del Reino de Dios entre nosotros.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber convertirnos, por obra del Espíritu Santo en nosotros, en un signo creíble del amor de Dios para todos los pueblos. Amén.

www.homiliacatolica.com


22. ARCHIMADRID 2004

NI PLATA NI ORO

Hace dos años, en las navidades de 2002, llegó a la sacristía de mi parroquia un hombre de unos treinta y cinco o cuarenta años, normalmente vestido, bien afeitado, limpio, es decir, un hombre corriente del barrio donde vivimos. Me encargó un funeral para cuando fuese posible. Mientras miraba la agenda empecé a preguntar por quién era el funeral, a lo que me contestó que era para su hija de siete años que había tenido una muerte repentina. Ante esto le di a elegir el día que quisiera así como la hora que mejor le venía, lo fijamos al miércoles siguiente a las ocho de la noche. Seguimos hablando y me contó lo sucedido durante ese año: habían muerto su padre y su suegro con una diferencia de seis meses, el dueño de la empresa de artes gráficas donde trabajaba se había fugado con el capital del negocio y estaban esperando el resultado del juicio para quedarse los empleados con la empresa, gestionarla y así cobrar los meses que llevaban sin cobrar su sueldo; su única alegría era el nacimiento, hacía unos meses, de otro hijo, aunque ahora tenía muy difícil el mantenerle pues no contaba con medios hasta que saliese de esta situación, lo que esperaba fuese pronto. Le pregunté dónde vivía y su teléfono y me facilitó una dirección del barrio y un teléfono móvil. Ante tales circunstancias, y como en unas semanas no habría despacho de Cáritas, le di en un sobre los billetes que había de la colecta de esos días para que pudiera dar de comer decentemente a su hijo y su mujer y él pasasen al menos esos días sin demasiadas necesidades. No sé cuánto había, le dije que ya lo devolvería cuando le fuesen bien las cosas. Me lo agradeció (ya que lo único que había pedido era la celebración de la Misa por su hija), se despidió y … esa fue la última vez que volví a verle: ni hubo funeral, ni el teléfono pertenecía a ningún abonado, ni vivía en el piso que me había dicho.

Me sentí bastante tonto (cosa que no es ninguna novedad), pero al momento me acordé de la primera lectura de hoy: “No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo” y desde ese día rezo por ese desconocido (y por sus hijos si los tuviera). Ciertamente yo le di “oro”, lo que tenía (no mucho, mi parroquia es deficitaria y tengo unos cuantos miles de euros de deuda) pero había pedido mucho más: Una Misa.

Con estas cosas que a veces humillan nuestro orgullo creo que el Señor a veces nos dice: “¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas!”, estamos preocupados por tantas cosas, por nuestra propia estima que nos volvemos desconfiados, “es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado”, que nos olvidamos de encontrarnos con Dios. “Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan”. ¿Hace cuánto que no “arde tu corazón” cuando comulgas?. ¿O es que estás tan preocupado del oro y la plata que no recibes lo que realmente es importante y Dios te da en la Eucaristía?.
Desde ese día que esperé sin resultado para celebrar el funeral por la hija de ese desconocido pido al Señor que me permita seguir siendo “tonto”, que nunca valore más las “cosas” o a mí mismo que un acto de caridad, que una Misa celebrada con cariño, que una caricia del amor de Dios, aunque duela.

Pídele a la Reina del cielo que tu tesoro no sea “oro ni plata” y que puedas dar lo que tienes: un amor intenso a Dios, tu Padre, a Cristo Resucitado, al Espíritu Santo que vendrá a ser tu consuelo.


23. Fray Nelson Miércoles 30 de Marzo de 2005

Temas de las lecturas: Te voy a dar lo que tengo: En el nombre de Jesús, camina * Lo reconocieron al partir el pan.

1. "Lo que tengo, eso te doy..."
1.1 Los Hechos de los Apóstoles, si bien lo pensamos, son los hechos de Cristo Resucitado. Porque los únicos "hechos" que salían del corazón asustado de esos pobres hombres eran: esconderse, callarse, llorar de miedo, huir. Por contraste, los "hechos" que les vemos realizar en los textos que oímos en Pascua son en todo maravillosos. He aquí hombres valientes, llenos de luz, de pureza, de desinterés, de gallardía, de vida interior, de generosidad. ¿Qué ha sucedido? Lo que también puede suceder en nosotros: llevan a Cristo Vivo en su corazón.

1.2 Por eso puede decir el apóstol Pedro: "lo que tengo, eso te doy". Es que tiene vida adentro, tiene a Cristo adentro, tiene fuerza capaz de levantar a uno y muchos paralíticos, a uno y muchos muertos.

1.3 Descubramos la diferencia entre lo que aquel paralítico pidió y lo que recibió. Pedía una limosna que podía aliviar su necesidad de un día; recibió curación para el resto de sus días. Este hombre tenía que quedarse siempre "a la puerta" del templo; la curación, en maravillosa alegoría, le permite "entrar" al templo y proclamar como los demás y junto con los demás las glorias de Dios. Este paralítico, en fin, era "llevado por otros"; ahora, ya curado, "lleva a otros" a que se encuentren con la noticia fantástica del amor divino hecho presente y real entre los hombres.

2. De camino a Emaús
2.1 Emaús es un tremendo símbolo, después de la escena que nos cuenta el evangelio de hoy. Es el símbolo del fracaso, de la dispersión, de la desilusión. Estos dos discípulos que se van de Jerusalén son una imagen de todos aquellos que se habían ilusionado con Cristo y que ahora, perplejos por la Cruz, no ven otro camino que la huida, la retirada, el largo duelo por haberse atrevido a soñar con un mundo mejor.

2.2 Jesús los alcanzó. Se hizo "el encontradizo", salió al paso de ese duelo que punzaba sus almas y ensombrecía sus rostros. ¡Dios, cuánta misericordia en ese solo hecho! ¡Qué piedad la del Señor, que no abandona a los que le abandonan y que busca mostrar su rostro a los que ya le daban la espalda!

2.3 Cristo les explica las Escrituras. Hace camino con ellos, no sólo en cuanto une sus pies a los de estos entristecidos, sino sobre todo en cuanto recorre a su lado la senda interior que lleva de la oscuridad a la luz y de la desolación a la esperanza. Así también Cristo sigue haciendo camino con su pueblo y con todos los pueblos y gentes. No nos desanimemos de ver desánimo incluso en quienes han estado con nosotros oyendo al Maestro. Bien es posible que si ellos huyen Cristo camine más rápido y en algún recodo del camino les alcance con el poder de su gracia.

2.4 Lo reconocieron "al partir el pan". Es el gesto entrañable, el estilo único, la manera caritativa y bella de Jesús. Tiene que ser él; nadie más parte así el pan, nadie lo agradece como él, nadie lo bendice y nos bendice como él. ¡Qué hermosura, qué dulzura, qué ternura! Iglesia de Dios: ¡alégrate en Cristo, gózate en su Pascua, reconócelo en el Pan!


24. Benedicto XVI