TIEMPO DE NAVIDAD

DICIEMBRE

Dia 31: Día séptimo dentro de la octava

- El final del año resuena en nuestra celebración. El nacimiento de Jesús es "el principio y la plenitud de toda religión", dice la oración colecta; y el evangelio nos muestra a Jesús como punto de referencia único de la historia. Hoy podemos hablar de que todo nuestro tiempo, en la vida humana y en la fe, tiene un único centro y criterio: Jesús.

- El evangelio nos invita a contemplar a este Jesús: en él está toda la gracia y el amor de Dios; y esta gracia y amor los hemos visto en su hacerse hombre, en su "carne". Sólo en la vida concreta de este Jesús podemos encontrar la gloria de Dios, el sentido de todo.

- Podemos dar gracias por el año que acaba, por la salvación que Dios nos ha continuado dando; y pedir perdón por lo que hay de "anticristo" en nosotros (1. Iectura): somos anticristos cuando tenemos criterios de "mentira", criterios que no son los de Jesús.

JOSEP LLIGADAS


1.- 1 Jn 2, 18-21

1-1.

"Todos me conocerán, desde el pequeño al grande". (Jr 31, 34). El autor sigue haciendo su llamamiento a la serenidad. Tampoco él sabe cuándo será la última hora de la historia, pero está convencido, con toda la Iglesia primitiva, de que esa hora decisiva llegará precedida de anticristos que se esforzarán por seducir a los fieles.

Pues bien, los anticristos ya están a la puerta: incluso formaban parte de la comunidad antes de ponerse a predicar doctrinas contrarias a la fe. Hay motivos para vacilar, sin duda; pero los que se mantengan fieles pueden seguir sintiéndose seguros. Ellos son los que han recibido la Buena Noticia y los que han sido marcados con la unción. Por eso también han de ser ellos los que perseveren.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 93


1-2.

Es la última hora. Con Cristo hemos llegado a la última hora: el tiempo de decisión que se extiende hasta la parusía -hasta la manifestación gloriosa de Jesús. En esta última hora ya están presentes los anticristos, todos los que niegan a Cristo, todos los que no le aceptan como Señor (2 Ts 2, 4).

"Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros". Es decir: lo mismo que por el cumplimiento de los mandamientos se conoce la comunión con Dios de los cristianos, así también por la negación de Cristo que tales personas hacen, se deduce que no vivieron realmente de la fuente de energía de la que vivía la comunidad.

Lo que quiera decir el evangelista es esto: alerta, cristianos, habéis de saber que dentro de la comunidad de los creyentes existe la terrible posibilidad de que sólo se pertenezca a ella de una manera puramente externa, i. e. no se vive del Espíritu de Cristo.

Nos ha tocado vivir -por la misericordia de Dios- tiempos de escándalos, de dolorosas pérdidas y de sorprendentes fallos, allí donde menos se podían esperar. Hay momentos en que uno, viendo irse a éste o a aquél, tan entero, tan limpio y tan seguro, comienza a dudar de uno mismo. ¿Estaremos en lo cierto? ¿Es posible que se vayan tan seguros y que crean que no pueden en conciencia, seguir trabajando a nuestro lado? ¿Quién se equivoca aquí y con quién está el Señor? ¿O estará el Señor por encima de ellos y de nosotros? Uno quisiera en más de una ocasión ver claro. Quisiera tener esa seguridad de Juan, desposado con la verdad, incapaz de aliarse con la mentira.

No queda otro camino que orar con humildad.

"En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo y todos vosotros lo sabéis".


1-3.

Hijos míos, es la última hora. Habéis oído que iba a venir un anticristo. Pues bien, muchos anticristos han aparecido.

En este pasaje, san Juan pone en guardia a los cristianos contra los «falsos doctores».

Esta carta se dirige, evidentemente a unas comunidades que atraviesan una crisis grave.

En efecto, en el interior de esas comunidades se han levantado unos «cristianos» que pretenden anunciar a Cristo, pero que Juan califica de «anticristos» y dice que son muchos.

-Estaban entre nosotros, pero no eran de los nuestros. De haber sido de los nuestros, se hubieron quedado con nosotros.

En tiempo de crisis, las defecciones son inevitables.

Los «falsos doctores» han dejado la comunidad. Se les detecta por el hecho que: bautizados o sacerdotes, se separan de la Iglesia.

Jesús había anunciado esto con anterioridad, cuando dijo: «Si se os dice: "Mirad aquí está Cristo" o bien "Mirad, está allá", no lo creáis. Surgirán, en efecto, falsos-cristos y falsos-profetas, que harán signos y prodigios considerables, capaces de engañar, incluso, a los elegidos.» (Mateo 24, 24)

Sería peligroso que, partiendo de textos de esta clase, pretendiéramos, nosotros, hacer una separación entre los buenos y los malos, entre los fieles y los heréticos. Pero esas Palabras divinas nos colocan ante la realidad de la verdad, ante la realidad de nuestra pertenencia a la Iglesia.

«De haber sido de los nuestros, se hubieran quedado con nosotros.»

Roguemos por todos los que HOY, como en todo tiempo sienten la tentación de abandonar la Iglesia.

-En cuanto a vosotros estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo sabéis.

Del hecho de estar en "comunión" con la Iglesia, se derivan otros dos signos.

-la vida sacramental, simbolizada por la «unción»...

-la rectitud doctrinal, el «conocimiento»...

1. El sacramento no es un rito mágico y mecánico de pertenencia a Dios es: el reconocimiento de que «Dios actúa en nosotros». Es un «acto de Dios en nosotros».

Por él, reconocemos que no podemos salvarnos a nosotros mismos: «el que es Santo os ha consagrado por la unción». No es el hombre quien se consagra. Es Dios el que le consagra.

¿Ee ésta mi actitud profunda de cara a los sacramentos? ¿Me pongo ante Dios como un pobre, humildemente?

Características del falso-doctor, del falso-cristo, son: el orgullo, la suficiencia.

2. La Fe -el «conocimiento» de Dios- es el segundo signo de pertenencia a la Iglesia. La "fe" y el «sacramento» están vinculados uno al otro.

-La fe da vigor y sentido al sacramento. El Espíritu es el que actúa y no el «gesto» externo: bautizar al que no tiene fe (salvo el caso de los niños en que la Iglesia exige la fe a los padres o padrinos) está prohibido y no tiene significado alguno... recibir la eucaristía sin tener fe sería un gesto vacío.

-El sacramento da vigor a la fe: el signo exterior y visible, repetido en muchos sacramentos refuerza y alimenta la fe.

En este último día del año me pregunto sobre mi actitud profunda respecto a la Iglesia... a los sacramentos... a la fe...

¡Señor, aumenta en nosotros la fe!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 70 s.


1-4. /1Jn/02/18-29 MENTIRA/RV

"Ha llegado el momento final". Parece claro que el autor se hace eco de la convicción de la Iglesia primitiva: el tiempo de la parusía (2,28) no tardará apenas en llegar. Sin embargo, está mas preocupado por la situación actual de la Iglesia que no por la parusía, porque independientemente de lo que esa venida tarde, la situación actual de los creyentes es ya un período de anticipación en que ya han comenzado los últimos tiempos.

Por eso se detiene a explicar unos criterios para la verdadera fe: la fidelidad a lo que «habéis oído desde el principio». La primera impresión es que es un criterio demasiado tradicional. Parece que se nos diga: no cambiéis nada de la doctrina recibida. Pero en realidad no es así. El criterio fundamental de la verdadera fe está ciertamente en lo que se oyó desde el principio, pero no en cuanto contenido de doctrina, sino más bien en cuanto Verbo de vida escuchado, visto, palpado. El criterio fundamental es Jesús, Cristo (2,22). La palabra que nos anuncia a Cristo es Cristo, por eso nos unge con el don del Espíritu que es la fe. La aceptación de Jesús venido en carne es el criterio último y definitivo. Por eso los enemigos son los anticristos: «¿Quién es el embustero sino aquel que niega que Jesús es Cristo?» (2,22). La negación de Jesús es la negación de la revelación salvífica (la verdad), por eso es la mentira. «La noción de mentira es correlativamente opuesta a la de verdad y significa no sólo la manera de hablar, sino también obras en desacuerdo con la revelación y los mandamientos. Mentira es un término escatológico que designa la actividad de los que se oponen a la verdad y comporta un cierto sentido satánico, ya que el diablo es el padre de la mentira (Jn 8,44)» (R. Torrents).

Hoy, cuando nos situamos frente a las diversas cristologías del NT, muchas veces nos encontramos ante la pregunta: ¿cuál es la mejor?, ¿cuál es la más «verdadera»?, ¿qué lectura resulta más conforme con «lo que hemos oído desde el principio»? Tal vez una mirada más purificada de los muchos elementos extraños que ha ido depositando la historia nos pueda hacer volver a la unción de la fe, al Espíritu que de él hemos recibido. Entonces no tendremos necesidad de que nadie nos enseñe, porque su unción nos enseñará todas las cosas, ya que es verídica y no mentirosa (2,27). Entonces será posible confesar una vez más que "Jesús es el Cristo", y comprenderemos que eso sólo puede hacerse por boca del Espíritu.

ORIOL TUÑI
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 619 s.


5.

¡Qué bello es vivir!

Ya estamos en 1992; ya estamos en ese año en que se conmemoran y se celebran tantos acontecimientos en nuestro país. Uno piensa que hace quinientos años, cuando el cambio de la última cifra del calendario tenía muchísimas menos repercusiones que las que tiene hoy, nadie sospecharía las grandes transformaciones que se iban a dar en los siguientes doce meses. Quizá algunos pensarían que se iba a poner término a una epopeya de reconquista que había durado ocho siglos; pero no podrían imaginarse que el horizonte del mundo se iba a agrandar con el descubrimiento de unas tierras vírgenes y desconocidas. Como tampoco podíamos imaginar, hace sólo doce meses, cuando nos reuníamos aquí en esta eucaristía entrañable, muchas cosas de las que han sucedido en los últimos meses: ¿quién nos hubiera dicho, al acabar el año 1990, que iba a desaparecer la Unión Soviética, que las estatuas de Lenin iban a ser demolidas, que las fronteras de los países del Este iban a entrar en un vertiginoso proceso de cambio, que la bandera roja con la hoz y el martillo iba a dejar de ondear sobre el Kremlin o sobre la recién inaugurada embajada rusa -tendríamos que haber dicho soviética- en Madrid?

Los hechos que han acontecido durante los últimos años han modificado nuestra visión del mundo. Creíamos vivir en un orden internacional inamovible; en un equilibrio de fuerzas en torno al cual giraba la política, la economía, la vida social.... y de golpe esta visión del mundo se ha derruido. Ya se nos dice que no hay verdadera alternativa a la economía de mercado ante el estrepitoso fracaso de las economías dirigidas. Pero, al mismo tiempo, se han agudizado otras trasformaciones en nuestras coordenadas vitales: la fe en la ciencia y en la técnica como camino para resolver los problemas humanos sigue perdiendo enteros; la filosofía vuelve los ojos a la trascendencia y la religión porque no acaba de encontrar otros caminos para fundamentar unos principios éticos que puedan salvar nuestro planeta.

Un reciente artículo en una revista francesa hablaba de que se ha iniciado un declive en la era de las apariencias y el derroche y que el francés busca ya productos menos sofisticados, que la época de los yuppies está comenzando a remitir...

Todos estos son datos que reflejan que nuestro mundo tiene unas posibilidades de cambio muy superiores a las que imaginábamos hace poco tiempo. El viejo refrán de «año nuevo, vida nueva» ha mostrado mayor sabiduría que la que se le atribuía hace poco.

Y aquí estamos hoy nosotros, este reducido grupo de creyentes, comenzando el nuevo año en torno a la mesa del Señor, ciudadanos de un mundo sometido a esos cambios espectaculares que deben significar para nosotros un motivo de esperanza. Porque si han caído tantas cosas que parecían inamovibles, ¿por qué no van a seguir cayendo otras de un mundo que en tantos aspectos no nos gusta?

Si lo de «año nuevo, vida nueva» se ha hecho realidad en el mundo, ¿por qué no va a ser realidad en nosotros? ¿Por qué vamos a ser inamovibles, incambiables, en un mundo que ha tenido transformaciones espectaculares e inesperadas?

Creo que, como creyentes, debemos vivir este cambio de calendario desde una triple actitud:

1) La primera es de acción de gracias por la vida. Hemos finalizado otro año más de nuestra vida. Y la vida es un don y un regalo de Dios, por el que debemos dar gracias. Creo que a los creyentes nos falta esa vivencia de sentir nuestra propia vida como un regalo que Dios nos ha hecho. Cada uno de nosotros es una casualidad desde el punto de vista genético. Me viene a la memoria la conocida película ¡Qué bello es vivir! Hay momentos en la vida en que nos puede parecer que nuestra existencia carece de sentido y nos hace falta preguntarnos y sentir qué distinta hubiera sido la vida de los otros, si yo no hubiera existido, si yo ya no viviese.

Formamos parte de un tejido de relaciones y afectos que configuran la verdadera trama de la vida. Y esta vida es don de Dios: a él le damos gracias porque hemos vivido un año más, regalo del Dios amigo de los hombres y amigo de la vida. Si queréis podemos repetir la conocida canción: «Gracias a la vida, que me ha dado tanto».

2) CV/P: La segunda actitud es la de pedir perdón por nuestras limitaciones y debilidades en el año que termina. Cada uno de nosotros ha recibido un número de talentos y todos sabemos que no los hemos hecho rendir todo lo que hubiéramos podido. Pero no se trata de agudizar sentimientos de culpabilidad. Martín Buber escribía que «la gran culpa del hombre no es el pecado que comete -la tentación es poderosa y las fuerzas pequeñas-. La gran culpa del hombre consiste en que en todo momento puede convertirse y no lo hace».

Si lo de «año nuevo, vida nueva» no es verdad entre los hombres -ya que nos parece que no existe posibilidad de cambio en las personas conocidas-, sí es verdad ante Dios: ante él siempre puedo comenzar a escribir mi vida de un modo mejor, más humano, más cristiano. Es lo que decía san Pablo a la comunidad de Filipos: «Me olvido de lo que queda detrás y me lanzo hacia lo que queda delante»; me olvido de lo sucedido en el año 1991, porque lo que tengo entre manos es ya el 1992. Siempre podemos decir que «aun después de una mala cosecha, se debe sembrar de nuevo» (Reinhold Schneider).

3) La tercera actitud es la de saber que tengo una misión que cumplir en este año que hoy comienza. El mismo ·Martin-Buber decía que «todos estamos llamados a llevar algo a plenitud en el mundo». Fácilmente creemos que los únicos que tienen una misión son los importantes: los que fueron protagonistas del descubrimiento de América o aquellos cuyos nombres figuran en la lista de «desaparecidos» en el año 1991, que la prensa recogía en el día de ayer. Y, sin embargo, ¡cuántos hombres desconocidos hicieron posible la llegada a América o han hecho la vida más humana en 1991! Tenemos que decir que en cada día de 1992: «Siempre espera en alguna parte un niño para que le consueles y le ames. Siempre espera en alguna parte un hombre al que puedes darle una esperanza nueva. Siempre espera en alguna parte un dolor para que muera en tu amor. Siempre espera en alguna parte tu Dios, que te pide tu amor» (Daniela Krein). Siempre espera en alguna parte alguna misión que tengo que realizar. Hoy podemos decir, al comenzar este año, cargado de promesas y expectativas, como ciudadanos de un mundo que ha dejado de ser inamovible, que «Dios se atreve a darte la vida; atrévete tú a vivir la vida con él. Dios se atreve a regalarte este día, este año; atrévete tú a tomarlo y a troquelarlo para él» (Saturnin Pauleser).

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 50 ss.


2.- Jn 1, 1-18

2-1.

VER NAVIDAD DÍA LECTURA 3


2-2.

1 Jn 2, 18-21: Estáis ungidos por el Santo

Jn 1, 1-18: Prólogo de Juan

Este himno cristológico es muy antiguo. Seguramente ya existía cuando se escribió el evangelio de Juan. Es un himno extensamente estudiado, debatido, explicado.

Juan, a diferencia de Lucas y Mateo, no pone el origen de Jesucristo directamente relacionado con un "nacimiento maravilloso (Mt 1, 18-25), ni se remonta al primer Adán (Lc 3, 38) sino que afirma el origen de Jesucristo en Dios mismo". Este procedimiento nos quiere señalar no sólo el significado de Jesús para el pueblo elegido, o para la humanidad en general. Su interés es enfatizar el significado definitivo que tiene la existencia de Jesús para toda la humanidad. Jesús nos revela al hombre en su integridad total y absoluta. Depende de nuestra decisión el que nos tomemos en serio a ese hombre y lo asumamos como nuestro itinerario vital.

El verbo de Dios, su palabra creadora, se enfrenta a la oscuridad del mundo. Y es un conflicto que no ocurre en el vacío, sino en lo concreto de la historia. La oscuridad del mundo es todo aquel sistema de ideas, organizaciones y realizaciones que empantana la existencia humana y la sumergen en la injusticia y la angustia. La Palabra creadora de Dios viene a desafiar esa situación y a plantear una alternativa definitiva. Por eso, la existencia de Jesucristo, ilumina nuestra vida con una luz absolutamente novedosa. Esa luz nos permite reconocernos como seres humanos dignos y auténticos. La comunidad humana bajo esta nueva perspectiva no está sometida a la oscuridad que quiere imponer el mundo de la injusticia y la angustia. La Palabra de Dios viene en nuestro rescate y da todo lo que es para alcanzar nuestra liberación.

Ahora, esa lucha definitiva contra el mal ocurre en la historia, en la vida concreta de un ser humano que se enfrentó al absurdo de un mundo hundido en la oscuridad. Esa persona es Jesús de Nazaret. De su vida, historia y presencia continua en nuestras vidas depende el sentido que le demos a la historia de la humanidad, especialmente al futuro. Si queremos que la realidad cambie, no podemos ignorar lo que Dios ha hecho en Jesús por nosotros: ha realizado en la historia la perfección de su creación. Y no en un hombre biológica, intelectual o psíquicamente superior, no. Lo ha hecho en un hombre que nos ha mostrado que el verdadero significado de la humanidad está en Dios. Y un Dios que significa respeto, dignidad, justicia, solidaridad y todos aquellos valores que nos permiten hacernos un juicio correcto de lo que debe constituir el mundo para el ser humano.

Más allá de lo bíblico está también lo vital: "San Silvestre, toma la capa y vete", dice un viejo refrán castellano, uniendo al santo del día con el fin del año: la última página del calendario, a la que hoy daremos vuelta, también es una hoja de la Biblia del tiempo en la que se escribe nuestra vida. Y es importante que meditemos todos en esa dimensión del paso del tiempo. La fiesta de esta noche, nochevieja, es tanto para reir como para llorar. Porque no se puede celebrar "un año más" si no es porque tenemos un año menos (por vivir). Celebrar la noche vieja y lo que ella significa con alegría superficial, sin la correspondiente carga de compunción, humildad y reflexión crítica, no deja de ser insensato y suicida.

Enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-3.

1. Ante el momento final, «la última hora», Juan da una consigna a sus lectores: que permanezcan fieles a la verdad, y no se dejen seducir por falsas doctrinas.

Aplicando la creencia judía de que al final de los tiempos vendrá el «anticristo», el «antiungido», Juan señala que ya está presente esta personificación de las fuerzas del mal: se trata de los falsos doctores, seductores, que habían pertenecido a la comunidad, pero que «no han permanecido con nosotros». Mientras que los creyentes deben seguir siendo «ungidos», fieles al Ungido por excelencia, Jesús (las palabras Cristo y Mesías significan lo mismo: el Ungido).

Se trata de la antítesis entre la verdad y la mentira. Cristo es la verdad, la Palabra que Dios nos ha dirigido. Todo lo que no sea Cristo es mentira, embuste y anticristo.

2. Terminamos el año escuchando el prólogo de san Juan, el magnífico resumen de todo el misterio de Cristo y de nuestra fe.

La página que nos introduce a los grandes temas que luego va a desarrollar su evangelio.

La presentación teológica que Juan nos hace de Cristo nos lleva al mayor nivel de profundidad en nuestra celebración de la Navidad:

- estaba junto a Dios, era Dios desde toda la eternidad,

- era la Palabra viviente de Dios, la luz, la vida: y por él fueron hechas todas las cosas,

- un profeta, Juan Bautista, fue enviado por Dios como precursor y testigo de la luz, para preparar sus caminos,

- y al llegar la plenitud del tiempo, el Verbo, la Palabra que existía antes, se hizo hombre, se encarnó, y acampó entre nosotros, para iluminar con su luz a todos los hombres,

- pero los suyos no le recibieron, vino a su casa y no le reconocieron; siempre la contradicción que anunciara Simeón: el contraste entre la luz y las tinieblas,

- eso sí: los que creyeron en él, los que le acogieron, han recibido gracia sobre gracia, lo más grande que pueden pensar: el ser hijos de Dios, nacidos del mismo Dios.

Es la mejor teología de la Navidad, y a la vez el mejor estímulo para una vida cristiana llena de valores positivos.

3. a) Las dos lecturas nos han centrado en lo principal que estamos celebrando en la Navidad: el misterio de Cristo Jesús, el Dios encarnado.

Así podemos acabar bien el año y disponernos a empezar el siguiente, porque Cristo es el centro de la historia. Como dice la oración del dra, «has establecido el principio y la plenitud de toda religión en el nacimiento de tu HiJo Jesucristo... porque sólo en él radica la salvación del mundo».

La carta de Juan Pablo II convocando al Jubileo del año 2000 empieza y termina con la misma cita de la carta a los Hebreos: «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13,8).

Dios, por la encarnación de su Hijo, se ha introducido en la historia del hombre para redimirnos y comunicarnos su propia vida. Eso es lo que ha dado sentido a toda la historia y al correr de los años, que ha quedado impregnado de la presencia de Cristo Jesús.

Terminar el año y empezar otro en el ambiente de la Navidad, sobre todo en la cercanía del año 2000, nos invita a pensar en la marcha de nuestra vida, cómo estamos respondiendo al plan salvador de Dios. Para que no vayamos adelante meramente por el discurrir de los días, atropellados por el tiempo, sino dueños del tiempo, conscientes de la dirección de nuestro camino.

b) Es bueno que terminemos lúcidamente el año. «Es la última hora», decía la carta de san Juan, y nos invitaba a vigilar para que no se mezcle el error y la mentira en nuestra fe, a saber discernir entre el Cristo y los anticristos, entre el embuste y la verdad. En fechas como el fin de año necesitamos sabiduría para que nuestra historia personal y comunitaria no se desvíe de ese Cristo que, además de Niño nacido en Belén, se nos presenta como la Palabra y la Verdad y la Vida.

Nosotros, que hemos visto su gloria y hemos cantado nuestra fe en él en estas fiestas de Navidad, los que le hemos acogido en nuestra existencia, nos vemos obligados a que nuestro seguimiento sea más generoso y coherente.

Navidad es luz y gracia, pero también examen sobre nuestra vida en la luz. Cada uno hará bien en reflexionar en este último día del año si de veras se ha dejado poseer por la buena noticia del amor de Dios, si está dejándose iluminar por la luz que es Cristo, si permanece fiel a su verdad, si su camino es el bueno o tendría que rectificarlo para el próximo año, si se deja embaucar por falsos maestros. En este discernimiento nos tendríamos que ayudar los unos a los otros, para distinguir entre lo que es sano pluralismo y lo que es desviación, entre lo que obedece al Espíritu de Cristo 0 al espíritu del mal.

c) Junto a la vigilancia, las lecturas de hoy nos invitan a la alegría: ¿con qué mejor noticia podemos terminar el ano que con la que nos da el evangelio de hoy: que los que creemos en Cristo Jesús somos hijos de Dios, nacidos del mismo Dios? Porque el Hijo de Dios se ha hecho hermano nuestro, nosotros somos hermanos de él y entre nosotros, y a la vez hijos del mismo Padre del cielo, llenos de la gracia de Jesús, iluminados con su luz y fortalecidos con su vida.

d) En la Eucaristía de hoy podemos dar gracias a Dios por todos los beneficios que hemos recibido de él a lo largo del año, sobre todo por habernos hecho hijos en el Hijo y hermanos los unos de los otros.

Y a la vez deberemos pedirle perdón por nuestros fallos, en el acto penitencial de la misa, o con el sacramento de la reconciliación, porque seguramente en el camirio recorrido habrá luces y sombras, éxitos y fracasos, porque nunca acabamos de acoger a Cristo plenamente en nuestra vida y más de una vez nos habrá resultado más fácil seguir los caminos de este mundo que los evangélicos que él nos enseña.

«Has establecido el principio y la plenitud de toda religión en el nacimiento de tu Hijo Jesucristo» (oración)

«Cantad al Señor, bendecid su nombre, proclamad día tras día su victoria, alégrese el cielo, goce la tierra» (salmo)

«La Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros» (aleluya)

«A los que recibieron la Palabra les dio poder de hacerse hijos de Dios» (evangelio)

«Dios mandó al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él» (comunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 .Págs. 125 ss.


2-4.

1 Jn 2,18-21: "Esa gente salió de entre nosotros, pero no eran de los nuestros; si hubieran sido de los nuestros, se habrían quedado con nosotros".

Jn 1,1-18: "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros".

La carta de Juan de este día es, por lo menos, misteriosa. Se refiere al anticristo, y a los anticristos que han venido y que "han salido de nosotros". Podemos preguntarnos, en primer lugar, qué está diciendo el autor cuando se refiere al anticristo (o anticristos), especialmente en su tiempo.

Es necesario, por lo tanto, comprender, al menos en parte, el contexto de la comunidad joánica. Su característica mística y contemplativa, su percepción de la "Verdad" como presencia en el creyente por obra del Espíritu Santo, su vida un tanto apartada del resto de las comunidades, le provocó algunos conflictos internos, especialmente en los momentos en que algunas doctrinas cuestionaban la tradición y la autoridad misma.

La segunda carta de Juan, vers. 7, daría una idea de qué tipo de doctrina ponía en conflicto a la comunidad: "porque han venido al mundo muchos seductores que no reconocen a Jesús como el Mesías venido en carne. Esos son impostores y anticristos". Los anticristos, por lo tanto, son quienes niegan el misterio de la encarnación y sus consecuencias.

Es ahí en donde también juega un papel importante el texto del prólogo del evangelio de Juan que hoy leemos. El vers. 14 es terminante: "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros".

Un desvío de la espiritualidad había llevado a algunos a caer en el espiritualismo, en una espiritualización del mensaje de Cristo. La herejía que condena Juan es la de no reconocer la humanidad de Jesús. Este problema ha derivado, con la historia, en los grandes concilios cristológicos de los primeros siglos, en los que se define la naturaleza humana y divina de Cristo.

Afirmar la humanidad tiene sus consecuencias. Es reconocer la debilidad, la pobreza, la limitación. Y esto no es fácil para quienes tienen una religión "del más allá" y de la perfección religiosa. Afirmar la humanidad de Cristo es reconocer que Dios por fin tomó la causa de los hombres y mujeres como una causa personal, es verlo comprometido con el pueblo como un hombre más, como todo hombre, sufriendo la injusticia y padeciendo la marginación.

Por eso, quienes son del mundo, es decir, quienes no comprender la Verdad del Dios de la Vida, no puede entender que Cristo al mundo, a su mundo, a nuestro mundo, para desde allí proclamar la dignidad del hombre y la mujer como hijos de Dios.

En nuestro tiempo quizás sea conveniente volver a plantear este problema cristológico ante tantos avances de espiritualizaciones de Cristo, y ante tantas condenas cuando se presenta la humanidad del Señor.

La teología latinoamericana es, sin duda, una teología de la encarnación, cree profundamente en la humanidad de Jesús y por eso se compromete con los problemas de los hombres y mujeres, que han pasado a ser, desde la encarnación, problemas de Dios.

Sin embargo, los embates de una cristología más espiritualista intentan silenciar esta reflexión y esta tarea. Hoy debemos preguntarnos, por lo tanto, quiénes son los anticristos que "han surgido de nosotros" y que, con rostros adustos y de autoridad, sentados en sus templos de la burocracia eclesial, condenan lo que en verdad es un elemento esencial de la fe cristiana.

¿Desde dónde, el poder religioso legitima sus actuaciones para cortar los proyectos de liberación de nuestros pueblos acompañados por tantos cristianos y cristianas que son fieles al contenido fundamental de la fe?

¿Quiénes son los que "están afuera" de la verdad y quiénes son los que "están adentro"?

Aparte de los textos bíblicos, esta noche es nochevieja, y en todo el mundo -como en nuestras propias familias- todos "celebraremos" el final de "un año más", que es a la vez "un año menos". Bien mirado, esa "celebración" pudiera ser tanto de alegría y acción de gracias cuanto de tristeza y de arrepentimiento. Alegría y acción de gracias por lo ya vivivo, por la oportunidad que se nos ha dado de vivir; tristeza, por lo que "ya se fue y no volverá", y arrepentimiento por no hayamos sabido aprovechar la oportunidad que nos ha sido dada.

La celebración de la nochevieja tiene algo de celebración de la solidaridad en la común condición temporal de nuestra vida. Nos sentimos todos bañándonos en este río de Heráclito que nunca es el mismo, que cambia y nos cambia constantemente, que nos hace caminar hacia la muerte y su más allá. El tiempo no deja de ser un gran misterio, que remite a nuestro propio misterio existencial: en nuestra vida terrena, no sólo estamos en el tiempo, sino que el tiempo está en nosotros. Tanto hoy como mañana son días oportunos para reflexionar sobre el paso del tiempo, nuestro ser temporal, la fugacidad de la vida.

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2-5.

1Jn 2, 18-21: La última hora: el amor es decisivo

Jn 1, 1-18: El Verbo de Dios es la vida de los seres humanos

Este himno cristológico es muy antiguo. Seguramente ya existía cuando se escribió el evangelio de Juan. Es un himno extensamente estudiado, debatido, explicado. Hoy, sólo nos fijaremos en unos pocos versículos.

Juan, a diferencia de Lucas y Mateo, no pone el origen de Jesucristo directamente relacionado con un "nacimiento maravilloso (Mt 1, 18-25), ni se remonta al primer Adán (Lc 3, 38) sino que afirma el origen de Jesucristo en Dios mismo". Este procedimiento nos quiere señalar no sólo el significado de Jesús para el pueblo elegido, o para la humanidad en general. Su interés es enfatizar el significado definitivo que tiene la existencia de Jesús para toda la humanidad. Jesús nos revela al hombre en su integridad total y absoluta. Depende de nuestra decisión el que nos tomemos en serio a ese hombre y lo asumamos como nuestro itinerario vital.

El verbo de Dios, su palabra creadora, se enfrenta a la oscuridad del mundo. Y es un conflicto que no ocurre en el vacío, sino en lo concreto de la historia. La oscuridad del mundo es todo aquel sistema de ideas, organizaciones y realizaciones que empantana la existencia humana y la sumergen en la injusticia y la angustia. La Palabra creadora de Dios viene a desafiar esa situación y a plantear una alternativa definitiva.

Por eso, la existencia de Jesucristo, ilumina nuestra vida con una luz absolutamente novedosa. Esa luz nos permite reconocernos como seres humanos dignos y auténticos. La comunidad humana bajo esta nueva perspectiva no está sometida a la oscuridad que quiere imponer el mundo de la injusticia y la angustia. La Palabra de Dios viene en nuestro rescate y da todo lo que es para alcanzar nuestra liberación.

Ahora, esa lucha definitiva contra el mal ocurre en la historia, en la vida concreta de un ser humano que se enfrentó al absurdo de un mundo hundido en la oscuridad. Esa persona es Jesús de Nazaret. De su vida, historia y presencia continua en nuestras vidas depende el sentido que le demos a la historia de la humanidad, especialmente al futuro. Si queremos que la realidad cambie, no podemos ignorar lo que Dios ha hecho en Jesús por nosotros: ha realizado en la historia la perfección de su creación. Y no en un hombre biológica, intelectual o psíquicamente superior, no. Lo ha hecho en un hombre que nos ha mostrado que el verdadero significado de la humanidad está en Dios. Y un Dios que significa respeto, dignidad, justicia, solidaridad y todos aquellos valores que nos permiten hacernos un juicio correcto de lo que debe constituir el mundo para el ser humano.

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2-6. CLARETIANOS 2002

Hemos llegado al final de este dramático año 2002. Hace un año estábamos acongojados por las consecuencias del 11 de septiembre. Ahora presagiamos la posible guerra de Estados Unidos contra Irak y quizá también contra Corea del Norte. Rumsfeld, el Secretario de Defensa norteamericano, ha dicho que pueden mantener dos guerras al mismo tiempo. Estas cosas son el pergamino sobre el que hoy se escribe la Palabra de Dios, que siempre es una palabra “hecha carne” en cada momento de la historia. Esta noche, desde las madrugadoras islas del Pacífico, hasta los habitantes de las costas occidentales de América, millones de personas recibirán el nuevo año con múltiples expresiones rituales, que van desde la adoración al sol naciente hasta el brindis tópico con una copa de champán, pasando por el lanzamiento de cohetes o la consumición apresurada de doce uvas. En cada uno de estos ritos se formulan deseos para el nuevo año: salud, prosperidad, desarrollo.

¿Qué nos dice la Palabra de Dios? ¿Cómo podemos “entregar” a Dios el año cumplido? ¿Qué podemos aprender para el nuevo año? Os invito a acercarnos de puntillas al prólogo del cuarto evangelio en busca de luz.

Comer las doce uvas no produce ningún efecto transformador excepto una ligera subida del índice de glucosa, pero en la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La Palabra no es un texto estimulante que produce vibraciones, como si fuera un poema de José Hierro o un cuento de Kahlil Gibran. La Palabra es una persona capaz de producir vida donde hay muerte, porque yo soy la vida (Jn 14,6). Esta vida puede iluminar nuestros rincones oscuros: La Palabra era la luz verdadera que alumbra a todo hombre.

Gonzalo Fernández cmf (gonzalo@claret.org)


2-7. 2001

COMENTARIO 1

Introducción (1-2). El término griego logos sintetiza dos conceptos del AT: el de palabra/potencia creadora (Gn 1) y el de sabiduría crea­dora (Prov 8,22-24.27; Eclo 1,1.4-6.9; Sab 8,4; 9;1.9; Sal 104,24). El logos o Palabra formula el proyecto de Dios (sabiduría), que existe antes de la creación y la guía, y, en cuanto potencia, lo realiza. En v. 1, la Palabra representa el proyecto formulado, cuyo contenido está expre­sado en lc: la Palabra era Dios o, ateniéndonos al significado de la Pa­labra en este pasaje: un Dios era el proyecto. Éste consistía, por tanto, en que el hombre tuviese la condición divina, que fuese igual a Dios. El proyecto es la palabra divina absoluta y relativiza todas las demás pala­bras, en particular, las de la antigua Ley: a las diez palabras (decálogo) se opone la única palabra que las sustituye. Paralelamente, todos los ideales humanos propuestos en la antigua alianza quedan superados al conocerse en Jesús el verdadero proyecto de Dios sobre el hombre. Este proyecto, concebido en la mente divina, es personificado por Jn, quien lo presenta como el interlocutor de Dios. Expresa con esta espe­cie de soliloquio divino (el proyecto se dirigía/interpelaba a Dios) una urgencia: la del amor de Dios por realizarlo.

La antigua humanidad. El rechazo del proyecto de Dios (3-10). Existe la actividad creadora del proyecto/palabra, que se traduce en co­municar la vida que contiene. Vida (= plenitud de vida), se opone a la existencia que no merece ese nombre; la plenitud de vida es la luz, la verdad del hombre (4). Consecuencia: no existe una verdad anterior a la vida ni independiente de ella: no hay más verdad que el esplendor de la vida misma; la aspiración a la vida plena guía al hombre, y la experien­cia de ella le va descubriendo la verdad. Es decir, la verdad es la vida misma en cuanto se puede conocer, experimentar y formular. Donde hay vida, hay verdad; donde no hay vida, no hay verdad.

La luz/vida tiene un enemigo, la tiniebla, que pretende extinguir la luz (5). Es una entidad activa y maléfica: a la luz/vida se opone la ti­niebla/muerte. La tiniebla aparece después de la luz (no como en Gn 1); es decir, la aspiración a la vida es componente del ser del hombre, por ser la vida el contenido del proyecto creador, del que el hombre es resultado. La tiniebla no se opone a la vida en sí misma, sino a la luz/verdad, a la vida en cuanto puede ser conocida. Es una antiverdad, una falsa ideología (8,44: la mentira) que, al ser aceptada, ciega al hom­bre, impidiéndole conocer el proyecto creador, expresión del amor de Dios por él, y sofocando su aspiración a la plenitud.

A pesar del esfuerzo por extinguirla, la vida/luz sirve de orientación y de meta a la humanidad. El hombre puede comprender qué significa una vida plenamente humana y a ella ha aspirado siempre, aun cuando por culpa de otros hombres tuviera que vivir sometido a una condición inhumana. Los dominados por la tiniebla son muertos en vida.

En medio de la antigua humanidad y de la dialéctica luz/tiniebla se presenta Juan (6-8), mensajero enviado por Dios para dar testimonio a los hombres acerca de la luz/vida, avivando la percepción de su existen­cia y el deseo de alcanzarla; de rechazo, denuncia la tiniebla y su activi­dad. Su bautismo simbolizará la ruptura con la tiniebla.

La luz verdadera (9) se opone a las luces falsas o parciales, cuyo prototipo había sido la Ley (Sal 119,105; Sab 18,4; Eclo 45,17 LXX). La luz no sólo brilla (1,5), sino que ilumina, llega y pretende comuni­carse a todo hombre: a pesar de las tinieblas y de las falsas luces, el hombre podía experimentar el anhelo de vida; la plenitud contenida en el proyecto creador se le presentaba siempre como ideal y meta. Su an­helo de vida y de plenitud era criterio para distinguir entre luces verda­deras y falsas. Pero la humanidad no reconoce el proyecto ni hace caso de la interpelación (10); aunque le era connatural, lo rechazó y con ello rechazó la vida. Dominada por las ideologías contrarias a la vida (la ti­niebla/muerte), se negó a responder al ideal al que estaba destinada por la creación misma. Tal era su situación hasta la llegada histórica de la Palabra: la ideología/tiniebla represora de la vida le quitaba hasta el de­seo de la propia plenitud.

Centro del prólogo. El proyecto creador realizado en la historia (11-13). En paralelo con la llegada de Juan Bautista está la de Jesús. El es el Hombre Dios (3), el proyecto realizado, la palabra creadora, la vida y la luz (8,12; 9,5). Su presencia histórica se verificó en su propio pueblo (su casa), pero aquel pueblo no lo aceptó (11). Fracaso de la antigua alianza, que debía haber preparado a Israel para este momento. Se ha interpuesto la tiniebla, es decir, la ideología mantenida por la institución judía, la absolutización de la Ley y los principios nacionalistas (12,34 40). En su nombre se condenará a Jesús (19, 7).

Hay quienes lo aceptan (12), sobre todo fuera de su pueblo, liberándose del dominio de la tiniebla. Ser hijo se demuestra con el modo de obrar. La capacidad de ser hijos de Dios se confiere con el nacer de Dios; hacerse hijo indica el crecimiento, fruto de una actividad semejante a la de Dios mismo. Dios no anula al hombre sino que colabora con él. La actividad del cristiano no es la de Dios en el hombre, sino la de Dios con el hombre. Aceptar a Jesús consiste en darle la adhesión personal en su calidad de proyecto realizado y en aceptar la vida que comunica en cuanto palabra creadora. No pide Jn la adhesión a una ideología ni a una verdad revelada sino a la persona de Jesús, modelo y dador de vida, que Dios ofrece a la humanidad

La capacidad de hacerse hijos de Dios supone un nuevo nacimiento. Este, que se identifica con la recepción del Espíritu (3 5) procede de la muerte de Jesús (sangre derramada), del propósito de su actividad histórica («carne»), de su propósito personal («varón»), pero no en cuanto meros hechos humanos sino en cuanto en ellos se expresa y se hace eficaz la Palabra/Proyecto que es Dios (1,1) (13). Esta calidad/nombre de Jesús (12) es la que percibe el que le mantiene su adhe­sión.

La nueva humanidad (14-17). La comunidad (nosotros) que ha aceptado a Jesús habla de la llegada de éste en términos de experiencia, la propia de los que lo han aceptado y, con ello, han nacido de Dios.

El proyecto divino, la plenitud de vida, se ha realizado en un hom­bre sujeto a la muerte (hombre/carne) (14). Por vez primera aparece la meta de la creación: el Hombre-Dios. Su presencia se interpreta en clave de éxodo, es decir, de liberación de toda esclavitud: acampar hace alusión a la antigua Tienda del Encuentro, morada de Dios entre los is­raelitas durante su peregrinación por el desierto (Ex 33,7-10). En el nuevo éxodo, el lugar donde Dios habita es un hombre, Jesús. La gloria era el resplandor de la presencia divina, que, durante el éxodo de Israel, aparecía en particular sobre el santuario (Ex 40,34-38). Para la nueva humanidad en camino, la presencia activa de Dios resplandece en el hombre Jesús. No hay distancia entre Dios y los hombres; en Jesús, su presencia es inmediata para todos.

El hijo único es el heredero universal del Padre y todo lo que éste tiene le pertenece; el Padre le comunica su misma gloria, haciendo al Hijo igual a él. Su gloria es su plenitud de amor y lealtad (cf. Éx 34,6): amor gratuito y generoso que se traduce en don/entrega y que no se desmiente ni falla nunca (lealtad). Como la luz es el resplandor de la vida, la gloria es el resplandor del amor leal. Si la vida es un dinamismo, su actividad es el amor: vivir es amar y amar es comunicar vida (14).

La comunidad narra el testimonio de Juan (15), que ve confirmado por su propia experiencia. Jesús llega después de Juan, pero se pone de­lante de él. La comunidad narra el testimonio de Juan, que ve confir­mado por su propia experiencia. La Palabra/Sabiduría, ahora realizada en Jesús, estaba presente en el mundo desde el principio de la humani­dad (1,4: «la luz del hombre») y es la misma que existía ya «al principio» (1,1). Juan resume aquí, en sentido inverso, las tres etapas de la Palabra/proyecto: su existencia antes de la creación (existía primero que yo), su presencia en la humanidad (estaba ya presente antes que yo), su realización histórica en Jesús (el que llega detrás de mí).

Al nuevo éxodo y a la nueva alianza se invita a la humanidad entera. No desembocan, por tanto, en la formación de un nuevo pueblo, sino en la de una nueva humanidad. La comunidad tiene conciencia de per­tenecer a ella.

Lo específico cristiano (todos nosotros) es la experiencia y participa­ción del amor-vida que está en Jesús (16). El Hijo, heredero universal (14), hace a los suyos partícipes de su misma herencia. La prueba palpa­ble de la realidad y de la acción de Jesús es el amor que existe en la co­munidad; se muestra en una actividad como la suya, que lleva a realizar el designio divino, es decir, a trabajar por la plenitud humana.

La nueva comunidad humana existe en virtud de la nueva y directa relación del hombre con Dios (nueva alianza), inaugurada y hecha posi­ble por Jesús (17). La antigua relación, mediada por la Ley mosaica, ha caducado. Gracias a la obra de Jesús pueden existir en los hombres el amor y la lealtad propios de Dios mismo (14); con ello culmina la obra creadora de Dios y se establece la nueva relación/alianza. La Ley era exterior, el amor es interior y transforma al hombre, haciéndose consti­tutivo de su ser (Jr 31,31-34; Ex 36,25-28). El código externo pierde su validez y su razón de existir.

Colofón (18). Moisés y todos los intermediarios de la antigua alianza habían tenido sólo un conocimiento mediato de Dios (Éx 33,20-23). Por eso la Ley no consiguió reflejar la realidad de Dios. Todas las ex­plicaciones de Dios dadas antes de Jesús eran parciales o falsas; el AT era sólo anuncio, preparación o figura del tiempo del Mesías.

La teología del hombre-imagen de Dios queda superada; el proyecto creador sólo llega a su término con el Hombre-Hijo, a quien el Padre comunica su propia vida/amor. Unicamente Jesús, el Hijo único/amado, que tiene la condición divina, puede expresar lo que Dios es: el Padre que está total e incondicionalmente en favor del hombre, el que, por amor, le comunica su propia vida. Jesús lo explica con su persona y ac­tividad. El es el punto de partida, el único dato de experiencia al al­cance del hombre para conocer al verdadero Dios. Toda idea de Dios que no corresponda a lo que es Jesús es un invento humano sin valor. Jesús es, de modo inseparable, la verdad del hombre y la verdad de Dios: manifiesta lo que es el hombre por ser la realización plena del proyecto creador, el modelo de Hombre; manifiesta lo que es Dios ha­ciendo presente y visible el amor incondicional del Padre, al entregar su vida para dar vida a los hombres.


COMENTARIO 2

Leemos el comienzo del evangelio de san Juan, el llamado "prólogo". Con palabras solemnes y hermosas se nos dice que la Palabra de Dios, su verbo, su "logos", ha acampado en medio de nuestro mundo, para iluminarlo con su potente luz. La Palabra divina se ha hecho carne humana en Jesucristo, poniendo en nuestra historia un principio de esperanza. Los creyentes sabemos que ni la muerte ni la vejez, ni el dolor ni la enfermedad, ni la guerra ni el hambre, ningún mal que podamos padecer podrá apartarnos del amor de Dios. Nuestra suerte está asegurada si recibimos a Cristo en nuestra vida, en nuestro hogar, en nuestro corazón. Somos nosotros, los cristianos, los responsables de hacer que este mensaje tan alegre se haga realidad en el mundo. Que estas palabras dejen de ser meras palabras para convertirse en realidades de convivencia fraterna, de paz y de servicio, especialmente a favor de los pequeños, los pobres y los humildes. El tiempo que pasa y que contamos por años según el ritmo de la tierra alrededor del sol, es nuestra oportunidad de hacer presente a Dios en nuestro mundo, como lo hizo presente Jesucristo al nacer y vivir en medio de nosotros. Es cierto que "a Dios nadie lo ha visto", pero Jesús nos lo dio a conocer y nosotros, los cristianos, hemos de darlo a conocer al mundo, no tanto con palabras, sino con actitudes y compromisos que correspondan a nuestra fe.

Es el último día del año, cuando muchos se entregan a frenéticas fiestas sin sentido, entorpeciéndose de ruidos, luces fatuas y vanas celebraciones. Nosotros proclamamos serenamente que Dios es Señor de la historia, que nos ha creado para compartir su felicidad y disfrutar su amor perfecto, y que nos sentimos comprometidos a seguir testimoniándolo ante los seres humanos, todos los días que Él quiera darnos, a lo largo de este tercer milenio cuyo amanecer nos ha sido dado ver. Quién sabe si no será para que el mundo conozca días de paz y de prosperidad compartida para todos. Eso esperamos, eso pedimos humildemente al Padre de nuestro Señor Jesucristo y eso queremos regalarle al mundo con nuestra vida comprometida.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-8. 2002

En el último día del año civil la liturgia nos propone dos lecturas significativas, sin olvidar que estamos celebrando el nacimiento de nuestro Salvador. La 1ª lectura, tomada de la 1ª carta de Juan es una advertencia. Los cristianos de los últimos años del siglo I DC, tuvieron que enfrentar una situación turbulenta tanto en el interior de la comunidad, sacudida por discordias entre los hermanos y por la aparición de las primeras incipientes herejías; como en el exterior, en el Imperio Romano, cuando apuntaban las primeras persecuciones contra la naciente Iglesia.

A esa situación responden las advertencias del apóstol: cuidarse del Anticristo, que no es uno sino muchos, y que no vienen de fuera, del judaísmo o del paganismo hostiles, sino de la propia comunidad. Son los primeros detractores de la obra de Jesús, pretendientes a usurpar su lugar, negadores o de su condición divina o de su perfecta naturaleza humana, incapaces de aceptar que Dios se haya abajado hasta tales profundidades, hasta permitir que su Palabra eterna, su Hijo amado, haya compartido la debilidad y demás limitaciones de nuestra carne. Las disputas doctrinales traen además consecuencias graves para la comunidad: se rompe la unidad, surgen envidias, emulaciones y calumnias. Los paganos encuentran mayores motivos de detracciones y denuncias. La aparición de los anticristos es la señal del fin, del "esjatón", como lo predijo Jesús. De ahí la urgencia de las advertencias apostólicas.

La otra cara de la moneda son los fieles. Los miembros de la comunidad que permanecen unidos entre sí, unánimes en la fe de los apóstoles, en la vida fraterna, en el constante y sobrio testimoniar las virtudes cristianas: Servicio, acogida, comprensión, benignidad. Son los que se dejan conducir por el Espíritu Divino, sin vanidosas pretensiones que atentan contra la verdad y la santidad del Evangelio.

Por su parte, la lectura evangélica quiere marcar la gravedad de este último día del año civil. Se trata del llamado "prólogo" del evangelio de Juan, un texto denso y hermoso, que compendia algunas de las más importantes convicciones cristianas. Se cree que este famoso prólogo era un himno cristiano, incluso precristiano, que el autor del evangelio juzgó conveniente anteponer a su relato para darle un digno comienzo.

Se afirma la preexistencia del Logos, de la Palabra de Dios, como un ser personal en la presencia del Padre, en constante diálogo de amor y entendimiento con Él. Se afirma igualmente su papel en la creación del mundo y en la primera etapa de la historia de la salvación, cuando Dios quiso revelarse a Israel por los profetas y sus demás enviados. Ya en ese entonces la Palabra fue rechazada. Luego se afirma solemnemente, en el versículo 14, que la Palabra, el Logos, el Verbo eterno de Dios, llegada la plenitud de los tiempos, se hizo "ser humano", habitó entre nosotros. Aquí se emplea el bello lenguaje de la acampada en el desierto, lenguaje que tan bien conocía el pueblo de Israel. Es el misterio que estamos celebrando en esta Navidad la encarnación del Hijo eterno de Dios, su presencia humanada entre nosotros, para darnos a conocer la voluntad del Padre y para realizar la redención humana.

La Humanidad de nuestro tiempo es sensible al paso inexorable del tiempo. Vive este último día del calendario con una fuerte expectativa: ¿Qué sentido tiene el tiempo que se nos escapa como la arena de la playa por entre los dedos? ¿Para dónde vamos empujados en la nave de la historia que no deja de moverse a lo largo de los siglos y de los milenios? ¿Tiene algún sentido nuestra existencia personal, tan efímera, y la existencia de nuestra especie, que ante la vastedad del universo puede resultar irrelevante? Ante tan graves preguntas muchos prefieren, para no pensar demasiado, organizar una buena fiesta y aturdirse un poco con la música, el licor y el baile. Nosotros los cristianos, sin renunciar obligatoriamente a una cordial celebración con los hermanos, damos gracias a Dios en este día por el don de la vida, de la existencia de todas las cosas. Y damos gracias, sobre todo, porque en su hijo Jesucristo, hecho ser humano como nosotros, Dios ha querido recorrer con nosotros los enigmáticos caminos de la historia. Anticipándonos que a la meta sólo llegaremos felices y en paz, en la medida en que hayamos acogido su Palabra, su Evangelio, la Buena Noticia de su amor por nosotros que nos debe impulsar amarnos y a servirnos como hermanos y hermanas, sin distinción alguna entre nosotros.

En este último día del año la gente suele hacer propósitos para el año que viene; los nuestros deben ser propósitos cristianos: de vivir intensamente nuestra fe, anunciándola con la vida y con las palabras. Manifestándola en el amor y el servicio.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-9. ACI DIGITAL 2003

1. Juan es llamado el águila entre los evangelistas, por la sublimidad de sus escritos, donde Dios nos revela los más altos misterios de lo sobrenatural. En los dos primeros versos el Aguila gira en torno a la eternidad del Hijo (Verbo) en Dios. En el principio: Antes de la creación, de toda eternidad, era ya el Verbo; y estaba con su Padre (14, 10 s.) siendo Dios como El. Es el Hijo Unigénito, igual al Padre, consubstancial al Padre, coeterno con El, omnipotente, omnisciente, infinitamente bueno, misericordioso, santo y justo como lo es el Padre, quien todo lo creó por medio de El (v. 3).

5. No la recibieron: Sentido que concuerda con los vv. 9 ss.

6. Apareció un hombre: Juan Bautista. Véase v. 15 y 19 ss.

9. Aquí comienza el evangelista a exponer el misterio de la Encarnación, y la trágica incredulidad de Israel, que no lo conoció cuando vino para ser la luz del mundo (1, 18; 3, 13). Venía: Así también Pirot. Literalmente: estaba viniendo (en erjómenon). Cf. 11, 27.

12. Hijos de Dios: "El misericordiosísimo Dios de tal modo amó al mundo, que dio a su Hijo Unigénito (3, 16); y el Verbo del Padre Eterno, con aquel mismo único amor divino, asumió de la descendencia de Adán la naturaleza humana, pero inocente y exenta de toda mancha, para que del nuevo y celestial Adán se derivase la gracia del Espíritu Santo a todos los hijos del primer padre" (Pío XII, Encíclica sobre el Cuerpo Místico).

13. Sino de Dios: Claramente se muestra que esta filiación ha de ser divina (cf. Ef. 1, 5 y nota), mediante un nuevo nacimiento (3, 3 ss.), para que no se creyesen tales por la sola descendencia carnal de Abrahán. Véase 8, 30 - 59.

14. Se hizo carne: El Verbo que nace eternamente del Padre se dignó nacer, como hombre, de la Virgen María, por voluntad del Padre y obra del Espíritu Santo (Luc. 1, 35). A su primera naturaleza, divina, se añadió la segunda, humana, en la unión hipostática. Pero su Persona siguió siendo una sola: la divina y eterna Persona del Verbo (v. 1). Así se explica el v. 15. Cf. v. 3 s. Vimos su gloria: Los apóstoles vieron la gloria de Dios manifestada en las obras todas de Cristo. Juan, con Pedro y Santiago, vio a Jesús resplandeciente de gloria en el monte de la Transfiguración. Véase Mat. 16, 27 s.; 17, 1 ss.; II Pedr. 1, 16 ss.; Marc. 9, 1 ss.; Luc. 9, 20 ss.

16. Es decir que toda nuestra gracia procede de la Suya, y en El somos colmados, como enseña S. Pablo (Col. 2, 9 s.). Sin El no podemos recibir absolutamente nada de la vida del Padre (15, 1 ss.). Pero con El podemos llegar a una plenitud de vida divina que corresponde a la plenitud de la divinidad que El posee. Cf. II Pedro, 1, 4.

17. La gracia superior a la Ley de Moisés, se nos da gratis por los méritos de Cristo, para nuestra justificación. Tal es el asunto de la Epístola a los Gálatas.

18. Por aquí vemos que todo conocimiento de Dios o sabiduría de Dios (eso quiere decir teosofía) tiene que estar fundado en las palabras reveladas por El, a quien pertenece la iniciativa de darse a conocer, y no en la pura investigación o especulación intelectual del hombre. Cuidémonos de ser "teósofos", prescindiendo de estudiar a Dios en sus propias palabras y formándonos sobre El ideas que sólo estén en nuestra imaginación. Véase el concepto de S. Agustín en la nota de 16, 24.


2-10. DOMINICOS 2003

7º día de la octava de Navidad

Hoy decimos ‘adiós’ al año 2003.

¿Qué poso ha dejado en nuestro espíritu? ¿Qué experiencia se ha acumulado durante 365 días en nuestra historia personal y comunitaria?

¿Cuántos niños habrán visto la luz en estos doce meses pasados, y cuántos de ellos habrán gozado del amor humano o han sido, más bien, víctimas de nuestra inhumanidad?

Durante esos 365 días ¿se han producido en nosotros huellas imborrables a causa de los odios, guerras, hambres, drogas, injusticias que defraudan al Espíritu del Señor y que amargan gravísimamente la existencia sobre la tierra?

Nos conviene hacer un sincero examen de conciencia para discernir la verdad de nuestra caridad, economía, convivencia, solidaridad, familia, cultura, entrega a los demás...

Mientras se juega en los casinos, se pueblan los hoteles, se preparan cotillones..., convoquemos a nuestra oración de acción de gracias y de súplica a cuantos, sin el brillo de esas fiestas o en medio de ellas, quieran arder en caridad, y deseemos desde esta página que todos se encuentren con paz en la conciencia, con proyecto nuevo de vida para empezar el año 2004, con memoria agradecida a Dios y con hambre y sed de justicia para todos.

La luz de la Palabra de Dios
Primera carta de san Juan 2, 18-21:
“Hijos míos, es la última hora. Habéis oído que iba a venir un Anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, y por ello nos damos cuenta de que la hora última se acerca. Esos anticristos salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros...

En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo y todos lo sabéis.”

Evangelio según san Juan 1, 1-18:
“Al principio ya existía la Palabra, y la Palabra {el Hijo} estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios... Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella nada se hizo.

En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibe... Al mundo vino, y en el mundo estaba... y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron...”

Reflexión para este día
No seamos anticristos sino comunicadores de luz divina
El apóstol y evangelista Juan, observando cómo se vivía en el mundo y cómo la respuesta a la encarnación, nacimiento, predicación, muerte y resurrección de Cristo, no era digna de hijos amados sino de servidores infieles, cree que el final no sólo de un año sino de toda la historia se acerca entre nieblas.

Por eso dice que los anticristos, los enemigos de la luz, pululan por todas partes, y teme por su salvación.

¡Alerta, fieles! Vosotros vivid como ungidos por el Santo, pues de él viene la salvación, y no os canséis de anunciarlo.

Nada tiene que ver la vida de ‘anticristos’, de ‘infieles’, con la revelación que se nos ha hecho: que Dios es Padre, y que tiene una Palabra-Hijo eterno, y que esa Palabra-Hijo vino hasta nosotros, por amor, para enseñarnos a vivir en vida nueva, según el Espíritu.

Recibámoslo en el año 2004, día a día, caminando en verdad y justicia, abiertos a la luz.

Sólo quienes se abrieron a la luz se hicieron hijos de Dios, nacidos no de la carne y sangre, sino de Dios Amor y Salvación.


2-11.

Comentario: Rev. D. David Compte (Manlleu-Barcelona, España)

«Y la Palabra se hizo carne»

Hoy es el último día del año. Frecuentemente, una mezcla de sentimientos —incluso contradictorios— susurran en nuestros corazones en esta fecha. Es como si una muestra de los diferentes momentos vividos, y de aquellos que hubiésemos querido vivir, se hiciesen presentes en nuestra memoria. El Evangelio de hoy nos puede ayudar a decantarlos para poder comenzar el nuevo año con empuje.

«La Palabra era Dios (...). Todo se hizo por ella» (Jn 1,1.3). A la hora de hacer el balance del año, hay que tener presente que cada día vivido es un don recibido. Por eso, sea cual sea el aprovechamiento realizado, hoy hemos de agradecer cada minuto del año.

Pero el don de la vida no es completo. Estamos necesitados. Por eso, el Evangelio de hoy nos aporta una palabra clave: “acoger”. «Y la Palabra se hizo carne» (Jn 1,14). ¡Acoger a Dios mismo! Dios, haciéndose hombre, se pone a nuestro alcance. “Acoger” significa abrirle nuestras puertas, dejar que entre en nuestras vidas, en nuestros proyectos, en aquellos actos que llenan nuestras jornadas. ¿Hasta qué punto hemos acogido a Dios y le hemos permitido entrar en nosotros?

«La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9). Acoger a Jesús quiere decir dejarse cuestionar por Él. Dejar que sus criterios den luz tanto a nuestros pensamientos más íntimos como a nuestra actuación social y laboral. ¡Que nuestras actuaciones se avengan con las suyas!

«La vida era la luz» (Jn 1,4). Pero la fe es algo más que unos criterios. Es nuestra vida injertada en la Vida. No es sólo esfuerzo —que también—. Es, sobre todo, don y gracia. Vida recibida en el seno de la Iglesia, sobre todo mediante los sacramentos. ¿Qué lugar tienen en mi vida cristiana?

«A todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios» (Jn 1, 12). ¡Todo un proyecto apasionante para el año que vamos a estrenar!


2-12. La Palabra se hizo Carne y habitó entre nosotros.

Autor: P. José Rodrigo Escorza

Reflexión

El prólogo de San Juan nos indica que el Hijo de Dios ha sido generado en el seno del Padre, fuera del tiempo, desde toda la eternidad. Por su parte, San Mateo y San Lucas nos cuentan los detalles históricos del nacimiento de Jesucristo en la tierra. Así, en la Persona de Jesucristo, las dos naturalezas, la humana y la divina, han quedado inseparablemente unidas. Esto era lo que experimentaba cada uno que se acercaba a Jesús: estando en todo igual a nosotros, era al mismo tiempo tan diverso…

“El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado” (Constitución Pastoral de la Iglesia, Gaudium et Spes, n. 22).

Jesús no tenía pecado, por eso sus gestos y sus palabras brillaban como luz entre las tinieblas. El que no se escandalizó ante este espectáculo contempló en Él la gloria del Padre, lleno de gracia y de verdad. A todos los que lo recibieron y creyeron en su nombre, Jesús les dio poder de hacerse hijos de Dios y no dudó de entregarse a la muerte por ellos: “Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida.

En Él Dios nos reconcilió consigo y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gal 2,20)” (Gaudium et Spes, n. 22).

Este es el misterio que San Juan quiso transmitirnos. Sabiendo que me amó con corazón de hombre y se entregó a sí mismo por mí, ahora me toca a mí transmitirlo a los demás.


2-13. Reflexión

Nuestro año calendario termina con este bellísimo prologo del Evangelio de san Juan en el cual nos dice que el mundo no recibió a Cristo, pero a aquellos que lo recibieron les concedió el llegar a ser hijos de Dios. Mañana iniciaremos un nuevo año y con ello se nos abre una nueva oportunidad de dar más espacio a Jesús en nuestra vida, para que nuestra filiación divina crezca y se fortalezca, y también de ser el instrumento, como lo fue san Juan Bautista, para que la luz de Cristo y de su evangelio sea conocida y aceptada por todos. Démosle más espacio a Cristo en nuestra vida, en nuestros medios de trabajo, en nuestra misma familia; dejemos que el Evangelio impregne todas las áreas de nuestra vida para que podamos gozar de verdadera paz, de autentico gozo, de felicidad duradera; en fin para que la justicia, tan necesaria sobre todo en nuestra patria, llegue a ser realidad y todos podamos vivir como verdaderos hijos de Dios.

Que pases un buen día y que inicies el 2004 en la presencia de nuestro amado Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro

FELIZ AÑO NUEVO


2-14.

Comentario: Rev. D. Ferran Blasi i Birbe (Barcelona, España)

«Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria»

Hoy, el Evangelio de Juan se nos presenta en una forma poética y parece ofrecernos, no solamente una introducción, sino también como una síntesis de todos los elementos presentes en este libro. Tiene un ritmo que lo hace solemne, con paralelismos, similitudes y repeticiones buscadas, y las grandes ideas trazan como diversos grandes círculos. El punto culminante de la exposición se encuentra justo en medio, con una afirmación que encaja perfectamente en este tiempo de Navidad: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14).

El autor nos dice que Dios asumió la condición humana y se instaló entre nosotros. Y en estos días lo encontramos en el seno de una familia: ahora en Belén, y más adelante con ellos en el exilio de Egipto, y después en Nazaret.

Dios ha querido que su Hijo comparta nuestra vida, y —por eso— que transcurra por todas las etapas de la existencia: en el seno de la Madre, en el nacimiento y en su constante crecimiento (recién nacido, niño, adolescente y, por siempre, Jesús, el Salvador).

Y continúa: «Hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Ibidem). También en estos primeros momentos, lo han cantado los ángeles: «Gloria a Dios en el cielo», «y paz en la tierra» (cf. Lc 2,14). Y, ahora, en el hecho de estar arropado por sus padres: en los pañales preparados por la Madre, en el amoroso ingenio de su padre —bueno y mañoso— que le ha preparado un lugar tan acogedor como ha podido, y en las manifestaciones de afecto de los pastores que van a adorarlo, y le hacen carantoñas y le llevan regalos.

He aquí cómo este fragmento del Evangelio nos ofrece la Palabra de Dios —que es toda su Sabiduría—. De la cual nos hacer participar, nos proporciona la Vida en Dios, en un crecimiento sin límite, y también la Luz que nos hace ver todas las cosas del mundo en su verdadero valor, desde el punto de vista de Dios, con “visión sobrenatural”, con afectuosa gratitud hacia quien se ha dado enteramente a los hombres y mujeres del mundo, desde que apareció en este mundo como un Niño.


2-15. 2003

LECTURAS: 1JN 2, 18-21; SAL 95; JN 1, 1-18

1Jn. 2, 18-21. El Verbo, el Hijo de Dios, se hizo carne y puso su tienda de campaña en medio de la nuestra: habitó entre nosotros, no como un extraño, ni como un fenómeno, sino en la realidad de nuestra carne mortal. Quien niegue a Cristo, Hijo de Dios hecho uno de nosotros, pertenece al anticristo, pues sus errores no sólo los dirá con los labios, sino con una vida contraria al amor, a la verdad, a la santidad, a la misericordia que Dios nos manifestó por medio de su propio Hijo. No basta estar bautizado para ser hijo de Dios, es necesario que nuestras obras sean el mejor testimonio de que en verdad Dios permanece en nosotros y nosotros en Dios, pues si no creen a nuestras palabras, que crean por nuestras obras; ellas dan testimonio de que en verdad venimos de Dios.

Sal. 95. El Señor llega como Rey a gobernar a todas las naciones. No viene a destruirnos, sino a darnos su paz, a ayudarnos a caminar en la justicia y en la rectitud. Por medio de su Hijo hecho uno de nosotros, el Padre Dios nos ha hechos sus hijos y nos ha llenado de gozo, pudiendo elevar un canto nuevo al Señor. Ese canto nuevo, que viene a dejar atrás nuestras voces destempladas a causa del pecado, brota de la presencia de su Espíritu en nosotros. ¿Cómo no llenarnos de alegría cuando sabemos que el Señor no sólo vino a perdonarnos nuestros pecados, sino a elevarnos a la dignidad de hijos de Dios? Que incluso la naturaleza se regocije, pues, junto con nosotros, también ella debe verse liberada de todo aquello que la había convertido en motivo de esclavitud para el hombre, y, por tanto, en signo de maldad, de destrucción y de muerte. Quien vive bajo el régimen del pecado continuará siendo un malvado, un destructor y un egoísta. Abramos nuestro corazón a Dios para que en Él encontremos el perdón de nuestros pecados, la salvación y el gozo eterno.

Jn. 1, 1-18. La Palabra eterna del Padre, es Palabra creadora. Dios pronuncia su Palabra, Dios envía su Palabra a la tierra y no volverá al cielo con las manos vacías, sino con la abundancia de los frutos del amor, de la bondad, de la justicia, de la paz que proceden de Dios. A pesar de que tal vez no hemos sido un buen terreno, y que esperando Dios de nosotros frutos de buenas obras sólo hemos producido espinos y abrojos, Dios no nos ha abandonado, sino que su amor por nosotros es un amor eterno. Por eso le damos gracias, porque se ha dignado poner su morada en nuestros corazones. Ojalá y no lo rechacemos, sino que se convierta en nosotros en el único Camino mediante el cual lleguemos a ser hijos de Dios y, guiados por su Espíritu, podamos revelarle al mundo quién es Dios, no sólo porque le hablemos con discursos bellamente estructurados, sino porque nuestra vida misma se convierta en una manifestación del amor de Dios para todos los pueblos.

Aquel que es la Palabra eterna del Padre, nos ha convocado para celebrar este Sacramento en que se convierte en Eucaristía y en vehículo de comunión entre Dios y nosotros. El Señor llega a nosotros para transformarnos, día a día, en hijos de Dios. Ojalá y no cerremos nuestro corazón al amor que nos ofrece. Ahora Él ha querido que nosotros seamos su pueblo santo. Él viene a nosotros, que somos los suyos. Abramos las puertas de nuestro corazón al Redentor. Sabemos que muchas veces las tinieblas del pecado se han cernido sobre nosotros. Que el Señor sea para nosotros Luz que ilumine nuestra vida y que Él mismo guíe nuestros pasos por el camino del bien. Acercarnos al Señor cuando está terminando un año, no es sólo para agradecerle los beneficios recibidos; es también para comprometernos a vivir guiados por su Espíritu y a convertirnos en constructores de su Reino entre nosotros.

Dios ha salido a nuestro encuentro para entrar en diálogo amoroso con nosotros. Él nos comunica su Vida y su Espíritu y habita en nuestros corazones como en un templo. Desde esa presencia salvadora de Dios en nosotros, también nosotros debemos aprender a poner nuestra morada en medio de los hombres para caminar con ellos en sus penas y alegrías, en sus gozos y esperanzas, en su dolor y en su pobreza. La Iglesia de Cristo no puede solo quedarse como espectadora en medio de todo aquello que aqueja a la humanidad. La Voz de la Iglesia es la primera que ha de resonar en la búsqueda de la paz y de una mayor justicia social. Estar en el mundo sin ser del mundo; es decir, sin dejarse dominar por los criterios deshumanizantes, injustos o pecadores que muchas veces se han apoderado de quienes viven con una conciencia destruida por el egoísmo o por la maldad. Cristo nos quiere como signos claros de su amor, de su alegría, de su bondad, de su paz, de su misericordia para nuestros hermanos.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir comprometidos con el Señor y su Evangelio, aceptando todas las consecuencias que se nos vengan por nuestra fidelidad al amor de Dios y al amor del prójimo y a la misión que se nos confió: Proclamar la Buena Nueva de salvación a todos los hombres.

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2-16. ARCHIMADRID 2003

HORA DE HACER EXAMEN.

“Hijos míos, es el momento final”. Estas palabras del apóstol San Juan no aluden precisamente a la llegada del fin de año en la que nos encontramos. El evangelista se refiere, más bien, a un personaje en nada mencionado por nuestra sociedad moderna, que cree superados toda una serie de tabúes y mitos del pasado. Así pues, perdonadme que en este día, lleno de burbujas de champán, turrones y uvas contadas, toque de soslayo la figura del demonio.

“Os he escrito, no porque desconozcáis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira viene de la verdad”. Siempre se ha dicho que el diablo es el príncipe de la mentira y el engaño. También los últimos papas nos han recordado que uno de los triunfos del demonio es precisamente hacer pensar que no existe o, lo que es lo mismo, el olvido del sentido del pecado incitado por él. No se trata de ponernos melodramáticos, ni de incurrir en fatalismos; simplemente, se trata de invitarte a que en este día tan significativo del fin de año hagas examen de conciencia. ¡Seamos realistas!… En cualquier empresa, que se digne ser medianamente seria, el concepto de “balance” es algo necesario para situarse al término de un ejercicio económico; es importante comprobar los “pros” y los “contras”, los beneficios y las pérdidas que se han obtenido y, así, reajustarse de cara al próximo curso. Mucho más importante, como podemos suponer, es hacer balance de nuestra alma y, como nos recuerda San Juan, ya que conocemos la verdad, ésta, ayudada por la gracia, ha de ser la medida de nuestras acciones pasadas y el fundamento de las futuras.

“Cantad al Señor, bendecid su nombre, proclamad día tras día su victoria”. Éste es el grito de los que sabemos que Cristo, con su nacimiento, muerte y resurrección, ha vencido al demonio y al pecado. Ésta es, en definitiva, la suerte que corremos los hijos de Dios que, dando el adiós al año que acaba, somos capaces de entonar un “Te Deum” en acción de gracias por los beneficios obtenidos, a la vez que pedimos perdón por nuestras infidelidades pasadas, pero con el firme propósito (aunque sea uno pequeño), de cambiar para el año entrante.

“A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”. El Niño del Pesebre nos enseña, una vez más, que Dios se nos muestra en lo más humilde y sencillo del corazón del hombre… que la fidelidad nuestra consiste en permanecer, junto a aquellos pobres pastores de Belén, en actitud de contemplación y adoración…, aunque no comprendamos ni entendamos nada. Lo importante es permanecer. ¡He aquí el secreto de la perseverancia!

“La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió”¿Crees acaso que puede hacer algo el demonio frente a tanta debilidad aparente que pueda haber en el Portal de Belén? Ese esplendor no lo puede soportar el que anda en tinieblas. Así pues, estar junto a luz es seguir estando en gracia de Dios que, en definitiva, es lo único que nos importa… ¡Ah!, ¡feliz año 2004!, y que el Niño Dios os bendiga y acompañe siempre


2-17. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

1 Jn 2, 18-21: Estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis
Salmo responsorial: 95, 1-2.11-13
Jn 1, 1-18: Prólogo del evangelio de Juan

Muchos autores creen probable que detrás del Prólogo del EvJn haya un himno primitivo. Más allá de las diferentes opiniones, en lo que coincide la inmensa mayoría es atribuir a un “redactor” los agregados referentes al Bautista en este himno. Algo semejante hace la liturgia al omitirlos en la posible lectura breve. Pero veamos el texto en su integridad; un texto cargado de elementos que nos ponen en un trasfondo sapiencial judío.

Muchos elementos nos recuerdan el relato de la Creación que encontramos en Gen 1: “en el principio”, los temas luz, tinieblas, vida... “Principio” refiere al período anterior a la Creación; va a referir a la Palabra mediante la cual Dios crea.

El término clave del relato es “palabra” (logos): en el mundo judío se refiere a la Palabra de Dios (dabar), por ejemplo, comunicada a un profeta (Os 1,1; Jl 1,1). Hay que tener en cuenta el carácter central que ocupa la revelación en Jn. Se debe permanecer en la palabra (8,31), es liberadora, es el medio para entrar en la vida. No es un mero mensaje, revela algo de la persona. Conduce al Padre porque es palabra del Padre (17,6.14.17), "lo que he oído se los di a conocer" (15,15). No habla por su cuenta (12,49s) sino por el que lo envió (7,16; 14,24). Pero además, Jesús es Palabra: Es revelador del Padre, es palabra “hacia Dios”, que muestra tensión hacia, presencia. Hay una íntima relación con el Padre (10,30; 17,10). Supone una unión personal (14,11.20).

Si hay una relación creación-palabra es porque la creación es modo de revelación (Sab 13,1; Rom 1,19; cf. 1 Cor 1,21). Lamentablemente, el mundo rechazó (1,10) esta revelación. Y esta era la vida:¿Refiere a la vida natural o a la vida eterna? Si refiere a la creación, refiere a la vida, pero al ser por la Palabra, puede ser eterna (ver la luz; 1 Jn 1,1). Aquí parece más en relación a la Creación que a la Encarnación. Las tinieblas no la vencen (¿relectura de Gen 3?). En Gn se habla de vida y Jn habla de vida eterna, pero el árbol de vida es vida eterna (ver Ap 22,2) Como el árbol, el pan de vida y el agua no necesitan volver a comerse; el enemigo, en cambio (8,44) es homicida, lo que implica pérdida de vida. En Jn la vida lleva a la participación de la eternidad presente (1,12; 20,30; 3,15s; cf. 5,40; 7,38; 8,12); ocupa en Jn un lugar semejante al Reino en los Sinópticos.

Para Jn, Cristo es portador de la vida; se comunica por sus palabras. La vida es respuesta a la duda ("la vida es la luz de los hombres"; es "luz de vida"). Es participación de la vida de Dios.

El añadido pasa a hablar de Juan, y no usa “ser” sino “haber”: hubo (egeneto); Juan es un ser creado. Fue enviado: el verbo apestalmenos tiene, en Jn, significado netamente cristológico: Jesús es enviado al mundo (3,17.34; 10,37) para salvarlo (3,17) y dar vida eterna a quienes creen en él (5,38-40; 17,3). El Bautista es enviado por delante (1,6.33), es el que dice: "el que viene después que yo"; es testigo: la idea es claramente jurídica (hablar-convencer; acusar; paráclito; juzgar-juicio). En un contexto de controversia, Jesús muestra testigos que autentiquen su misión. Ya el mismo encuentro de Jesús con los hombres es un juicio. Es la transmisión de una palabra revelada.

El himno original refería a la Palabra de Dios en la Creación y en los profetas. Ahora (Jn supone la Encarnación) se refiere al rechazo de Jesús: para Jn el pecado es no conocer y no creer en Jesús. Creer, para Jn es la actitud fundamental, el único camino de salvación. Es confianza en la persona; dar un sí a la auto-revelación de Jesús, supone un tipo de unión personal a Jesús. Como absoluto es semejante a "ver". El contenido es Cristo, está ligado a la promesa de salvación en estrecha relación a su persona. Es una entrega activa, supone aceptación, permanecer en las palabras de Jesús. Se usa en especial en los caps. 1-12 (74 veces de las 98) ya que caps. 13-21 se dirige a los que ya creen (en la segunda parte, pide la perfección de los creyentes: el amor)

La fe lleva a la vida (3,36; 5,15; 6,40.47; 20,31), a la luz (12,36.46; 8,12). Los que la reciben fueron capaces de ser hijos, con lo que explica qué se entiende por "hijos de Dios". “sangres (plural)...carne”: designa lo natural, lo que es impotente para participar de lo divino sin el poder que viene de Dios. Por eso la palabra se hace carne, lo que la solidariza con todo el ser humano, y pone su morada, tienda del encuentro; allí se manifiesta la gloria de Dios. La gloria (doxa): es la manifestación de Dios. Hay una gloria que Jesús desprecia (5,41; 7,18), la que vale es la que viene de Dios (7,18; 12,43). La doxa que los seres humanos tributan a Dios es sólo un reconocimiento de la doxa que tiene. Para Jn, en Jesús se hacen presentes los elementos del AT. Su doxa se manifiesta en su ministerio, no solo en su resurrección. En los signos brilla la doxa. Dios da la salvación como expresión de su amor (cf. Is 4,2; 52,13s; 53,2), la gloria se manifiesta en el sufrimiento del Hijo.

Lleno de gracia y verdad: recuerda el par hebreo hesed w'emet, misericordia y lealtad, que son los "motivos" de Dios para concretar la alianza con su pueblo. Alianza que llega a su plenitud en su Hijo y en la revelación que él trae y nos muestra a Dios que nadie ha podido ver. Sólo él es exégeta del Padre.

Reflexión
Dijo Dios, "-Hágase la luz"; el profeta afirma: "esto dice Dios:...". Ya directamente, por los profetas, la ley, u otros medios, Dios no queda callado. En nuestra historia, Dios interviene con su palabra salvadora...

Pero no le basta con hablar, ahora nos dice que la Palabra se hace carne. Eso es lo que celebramos. En un mundo donde se dicen tantas cosas, y tan pocas con sentido, donde tantas palabras chocan contra paredes, porque es lo mismo si no se hubieran pronunciado, en este mundo, se pronuncia una palabra con sentido, palabra que no es hueca, palabra que se hace carne, que es capaz de sufrir, amar, y vivir. La palabra de Dios, no es como las que oímos habitualmente: es una palabra fuerte, jugada, enamorada. La palabra de Dios, no es como aquellas palabras vacías y huecas, es una palabra que al pronunciarse dice, y al decir ama, y al amar crea, y al crear salva. Es palabra de Dios, y si alabamos al Señor es porque no nos deja indiferentes.

Hoy, el pesebre nos habla, la fiesta nos habla, la familia nos habla, todo nos habla de Dios, de la vida, del amor. Nos habla, y debemos callar. Frente al Dios del silencio y la palabra, surge la respuesta de la alabanza y el amor. Hay palabras que matan, otras que siembran discordia, otras que se dicen porque sí. Pero hoy... es Dios quien toma la palabra y mete su Palabra como una cuña en nuestra historia. Palabra luminosa pronunciada para marcar nuestra vida.

Pero hoy Dios nos habla callando. En el silencio de un niño, en la pobreza de un pesebre, en la humildad de María y José. Esa palabra silenciosa, esa humildad gigante, esa pobreza enriquecedora, nos muestra el camino que Dios enseña con su palabra; la palabra creadora, la misma de los profetas. La palabra de Dios nos marca el camino, el del pesebre, la pequeñez y la pobreza. Dios va a hablar: ¡hagamos silencio!


2-18. FLUVIUM 2004

La dimensión del hombre para concluir el año

Nos convendrá leer de cuando en cuando este prólogo del Evangelio de san Juan, para intentar, con la Gracia de Dios, calar más y más en su sentido, de modo que alcancemos un conocimiento progresivamente más completo de cómo han sido las cosas en el mundo –las verdaderamente fundamentales–, y de lo que somos y podemos llegar a ser por la voluntad de Dios. Posiblemente es buen momento ahora, que concluimos un año más de nuestra vida –esta vida que va pasando– y estamos a punto de comenzar el siguiente, en el que deseamos ser más conscientes aún del sentido y valor de nuestra existencia.

Muy frecuentemente nos invita a la Iglesia a meditar la Sagrada Escritura, para que incorporemos más y más es nuestra vida la incuestionable verdad de que todo procede de Dios: Todo fue hecho por él, y sin él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho, nos dice san Juan. Pues, si agradecemos a un amigo un regalo, un favor, una ayuda... y, de algún modo, nos sentimos obligados con él, cuánto más nos sentiremos agradecidos y querremos corresponder a Dios, por quien existimos y es el principio de todo enriquecimiento ulterior.

Advierte el evangelista san Juan enseguida, que no todos aceptan esta verdad ni reconocen a Dios, a pesar de ser la luz verdadera, que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo. Para reconocer a Dios en Jesucristo necesita el hombre una regeneración peculiar, que equivale a un nuevo nacimiento. Esta es una enseñanza repetidamente presente en este cuarto evangelio. De diversos modos y en distintos momentos, recoge san Juan palabras de Jesús con las que afirma que la dimensión vital propia del hombre no es sólo humana. El Evangelio, la buena noticia que Jesucristo comunica a la humanidad, es precisamente que, por El, el hombre puede vivir un vida superior, sobrenatural, porque es superior a la humana: Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia.

No ha venido el Señor a traernos una vida humana más confortable, ni tampoco para librarnos de los dolores de nuestro caminar cotidiano, como si su misión fuera construir para los hombres un paraíso en la tierra. La "salvación" que Cristo ha traído al mundo, a la que alude el significado de su nombre –Jesús es salvador–, es la libertad de la gloria de los hijos de Dios, como dice san Pablo en su Carta a los Romanos. Ser hijos de Dios, aunque por adopción: no en igualdad de naturaleza como Jesucristo, puesto que somos criaturas; es la consecuencia de acoger personalmente a Jesucristo: a cuantos le recibieron les dio poder para ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, que no han nacido de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni del querer del hombre, sino de Dios.

El Señor vino a la Tierra, se hizo carne en María y nació en Belén, y trajo de su misma vida para los hombres. La vida cristiana es la vida de los hijos de Dios, que supone mucho más que unos comportamientos correctos. No nos basta a los cristianos con cumplir unas leyes, con ser ciudadanos ejemplares, ni tampoco con sentirnos a gusto y en paz con todos. Todo esto y más, ¡claro que es necesario para el cristiano! Pero no basta, si queremos agradar a Dios, con ser lo que solemos llamar "una buena persona": honrado a carta cabal, buen cumplidor en casa y en el trabajo, muy amigo de sus amigos... porque, Dios es verdaderamente Padre nuestro, y un afecto singular del corazón debe mover hacia El nuestra entera existencia. El afecto que se afianza y acrecienta en la intimidad de la oración y en la comunión: En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros.

No queramos "andarnos por las ramas", ocupados en proyectos cortos porque no culminan en Dios como objeto de esos afanes. Busquemos directamente agradarle, amarle, haciendo rendir en su honor las cualidades, los talentos, que hemos recibido de su bondad. Para esto muy a menudo alentaremos los deseos de amarle con obras, en unos minutos de silencioso coloquio con Él junto al sagrario, o donde mejor podamos recogernos en oración.

Nuestra Madre, como nos quiere, será siempre si se lo pedimos, la gran aliada que nos recordará el sentido sobrenatural de nuestra vida.


2-19. Fray Nelson Viernes 31 de Diciembre de 2004

Temas de las lecturas: Han recibido ustedes la unción del Espíritu Santo * La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.

1. Esta es la última hora
1.1 Harto da qué pensar eso de que en el siglo I ya Juan nos hable de que estamos en la última hora (1 Jn 2,18). Idea que no era sólo suya. La Carta a los Hebreos habla de "estos tiempos, que son los últimos...". Tales palabras resuenan de modo particular en el último día del año civil.

1.2 Juan ve llegada la última hora por la multiplicación de anticristos, palabra que aquí debe entenderse seguramente en el sentido general de "adversarios de la propagación del Evangelio". Las enseñanzas de estos adversarios pueden deducirse del conjunto de advertencias que trae la Carta. Al parecer se trataba de tendencias que hoy llamaríamos "gnósticas", que quitaban importancia a la Encarnación del Verbo y pretendían una especie de salvación por el conocimiento (gnosis) al margen de la vida y de las enseñanzas específicas de Cristo. Mucho de esto puede ciertamente encontrarse hoy en la New Age.

1.3 Juan hace una lectura de esa abundancia de apóstatas: se trata de una anticipación del juicio. Y como el gran juicio sólo pertenece a Dios y sólo se dará en el último día, es claro que ya en nuestra historia es sensible la proximidad de ese desenlace, porque ya vemos que acontecen primicias del gran juicio divino, que está separando lo que sí es de lo que no es.

1.4 Así habría que entender aquello de "esta es la última hora". El sentido sería: no dejemos que nos desanime la pérdida de hermanos que sólo eran falsos hermanos. Con su partida ellos están cumpliendo en el fondo un designio de Dios que purifica a su pueblo y declara lo que es suyo, y que así anticipa el juicio del final de los tiempos.

2. En el principio ya existía la Palabra...
2.1 Por contraste con el tema de la última hora, el evangelio de hoy toma el precioso prólogo de Juan, que nos remite al principio.

2.2 La impresionante altura contemplativa de este texto nos lleva del modo más dramático posible a la admiración del misterio de la Navidad. Por siglos, hombres y mujeres han desfallecido de amor y asombro ante la grandeza de esa compasión que trae a nuestra historia al Autor de la vida. ¡Qué bello, qué infinitamente bello nos parece el Niño cuando se nos revela un poco más de quién es y por qué viene a nuestro humilde valle!

2.3 El centro de este texto inmortal está, sin duda, en el v. 14: "la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros". ¡Se hizo hombre!, ¡se hizo carne, capacidad de dolor y traición, fragilidad que recorre el borde de la muerte!

2.4 El amor inconmensurable de la Encarnación es también la razón de su majestad y soberanía sobre toda carne. La misericordia de Dios quita validez a toda disculpa del hombre. La luz de Dios revela una verdad que nos desnuda de la comodidad de no saber quién es el verdadero Señor entre tantas voces de falsos señores. Por eso el Niño del pesebre es también el juez de nuestras vidas: sólo quien nos ha amado hasta el extremo de su bondad puede revelarnos el extremo de nuestra verdad.


2-20. Comentario: Rev. D. David Compte (Manlleu-Barcelona, España)

«Y la Palabra se hizo carne»

Hoy es el último día del año. Frecuentemente, una mezcla de sentimientos —incluso contradictorios— susurran en nuestros corazones en esta fecha. Es como si una muestra de los diferentes momentos vividos, y de aquellos que hubiésemos querido vivir, se hiciesen presentes en nuestra memoria. El Evangelio de hoy nos puede ayudar a decantarlos para poder comenzar el nuevo año con empuje.

«La Palabra era Dios (...). Todo se hizo por ella» (Jn 1,1.3). A la hora de hacer el balance del año, hay que tener presente que cada día vivido es un don recibido. Por eso, sea cual sea el aprovechamiento realizado, hoy hemos de agradecer cada minuto del año.

Pero el don de la vida no es completo. Estamos necesitados. Por eso, el Evangelio de hoy nos aporta una palabra clave: “acoger”. «Y la Palabra se hizo carne» (Jn 1,14). ¡Acoger a Dios mismo! Dios, haciéndose hombre, se pone a nuestro alcance. “Acoger” significa abrirle nuestras puertas, dejar que entre en nuestras vidas, en nuestros proyectos, en aquellos actos que llenan nuestras jornadas. ¿Hasta qué punto hemos acogido a Dios y le hemos permitido entrar en nosotros?

«La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9). Acoger a Jesús quiere decir dejarse cuestionar por Él. Dejar que sus criterios den luz tanto a nuestros pensamientos más íntimos como a nuestra actuación social y laboral. ¡Que nuestras actuaciones se avengan con las suyas!

«La vida era la luz» (Jn 1,4). Pero la fe es algo más que unos criterios. Es nuestra vida injertada en la Vida. No es sólo esfuerzo —que también—. Es, sobre todo, don y gracia. Vida recibida en el seno de la Iglesia, sobre todo mediante los sacramentos. ¿Qué lugar tienen en mi vida cristiana?

«A todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios» (Jn 1,12). ¡Todo un proyecto apasionante para el año que vamos a estrenar!


2-21.

Reflexión:

1Jn. 2, 18-21. El Verbo, el Hijo de Dios, se hizo carne y puso su tienda de campaña en medio de la nuestra: habitó entre nosotros, no como un extraño, ni como un fenómeno, sino en la realidad de nuestra carne mortal. Quien niegue a Cristo, Hijo de Dios hecho uno de nosotros, pertenece al anticristo, pues sus errores no sólo los dirá con los labios, sino con una vida contraria al amor, a la verdad, a la santidad, a la misericordia que Dios nos manifestó por medio de su propio Hijo. No basta estar bautizado para ser hijo de Dios, es necesario que nuestras obras sean el mejor testimonio de que en verdad Dios permanece en nosotros y nosotros en Dios, pues si no creen a nuestras palabras, que crean por nuestras obras; ellas dan testimonio de que en verdad venimos de Dios.

Sal. 96 (95). El Señor llega como Rey a gobernar a todas las naciones. No viene a destruirnos, sino a darnos su paz, a ayudarnos a caminar en la justicia y en la rectitud. Por medio de su Hijo hecho uno de nosotros, el Padre Dios nos ha hechos sus hijos y nos ha llenado de gozo, pudiendo elevar un canto nuevo al Señor. Ese canto nuevo, que viene a dejar atrás nuestras voces destempladas a causa del pecado, brota de la presencia de su Espíritu en nosotros. ¿Cómo no llenarnos de alegría cuando sabemos que el Señor no sólo vino a perdonarnos nuestros pecados, sino a elevarnos a la dignidad de hijos de Dios? Que incluso la naturaleza se regocije, pues, junto con nosotros, también ella debe verse liberada de todo aquello que la había convertido en motivo de esclavitud para el hombre, y, por tanto, en signo de maldad, de destrucción y de muerte. Quien vive bajo el régimen del pecado continuará siendo un malvado, un destructor y un egoísta. Abramos nuestro corazón a Dios para que en Él encontremos el perdón de nuestros pecados, la salvación y el gozo eterno.

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La dimensión del hombre para concluir el año

Nos convendrá leer de cuando en cuando este prólogo del Evangelio de san Juan, para intentar, con la Gracia de Dios, calar más y más en su sentido, de modo que alcancemos un conocimiento progresivamente más completo de cómo han sido las cosas en el mundo –las verdaderamente fundamentales–, y de lo que somos y podemos llegar a ser por la voluntad de Dios. Posiblemente es buen momento ahora, que concluimos un año más de nuestra vida –esta vida que va pasando– y estamos a punto de comenzar el siguiente, en el que deseamos ser más conscientes aún del sentido y valor de nuestra existencia.

Muy frecuentemente nos invita a la Iglesia a meditar la Sagrada Escritura, para que incorporemos más y más es nuestra vida la incuestionable verdad de que todo procede de Dios: Todo fue hecho por él, y sin él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho, nos dice san Juan. Pues, si agradecemos a un amigo un regalo, un favor, una ayuda... y, de algún modo, nos sentimos obligados con él, cuánto más nos sentiremos agradecidos y querremos corresponder a Dios, por quien existimos y es el principio de todo enriquecimiento ulterior.

Advierte el evangelista san Juan enseguida, que no todos aceptan esta verdad ni reconocen a Dios, a pesar de ser la luz verdadera, que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo. Para reconocer a Dios en Jesucristo necesita el hombre una regeneración peculiar, que equivale a un nuevo nacimiento. Esta es una enseñanza repetidamente presente en este cuarto evangelio. De diversos modos y en distintos momentos, recoge san Juan palabras de Jesús con las que afirma que la dimensión vital propia del hombre no es sólo humana. El Evangelio, la buena noticia que Jesucristo comunica a la humanidad, es precisamente que, por El, el hombre puede vivir un vida superior, sobrenatural, porque es superior a la humana: Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia.

No ha venido el Señor a traernos una vida humana más confortable, ni tampoco para librarnos de los dolores de nuestro caminar cotidiano, como si su misión fuera construir para los hombres un paraíso en la tierra. La "salvación" que Cristo ha traído al mundo, a la que alude el significado de su nombre –Jesús es salvador–, es la libertad de la gloria de los hijos de Dios, como dice san Pablo en su Carta a los Romanos. Ser hijos de Dios, aunque por adopción: no en igualdad de naturaleza como Jesucristo, puesto que somos criaturas; es la consecuencia de acoger personalmente a Jesucristo: a cuantos le recibieron les dio poder para ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, que no han nacido de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni del querer del hombre, sino de Dios.

El Señor vino a la Tierra, se hizo carne en María y nació en Belén, y trajo de su misma vida para los hombres. La vida cristiana es la vida de los hijos de Dios, que supone mucho más que unos comportamientos correctos. No nos basta a los cristianos con cumplir unas leyes, con ser ciudadanos ejemplares, ni tampoco con sentirnos a gusto y en paz con todos. Todo esto y más, ¡claro que es necesario para el cristiano! Pero no basta, si queremos agradar a Dios, con ser lo que solemos llamar "una buena persona": honrado a carta cabal, buen cumplidor en casa y en el trabajo, muy amigo de sus amigos... porque, Dios es verdaderamente Padre nuestro, y un afecto singular del corazón debe mover hacia El nuestra entera existencia. El afecto que se afianza y acrecienta en la intimidad de la oración y en la comunión: En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros.

No queramos "andarnos por las ramas", ocupados en proyectos cortos porque no culminan en Dios como objeto de esos afanes. Busquemos directamente agradarle, amarle, haciendo rendir en su honor las cualidades, los talentos, que hemos recibido de su bondad. Para esto muy a menudo alentaremos los deseos de amarle con obras, en unos minutos de silencioso coloquio con Él junto al sagrario, o donde mejor podamos recogernos en oración.

Nuestra Madre, como nos quiere, será siempre si se lo pedimos, la gran aliada que nos recordará el sentido sobrenatural de nuestra vida.

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2-22.

31 de Diciembre

237. RECUPERAR EL TIEMPO PERDIDO

I. Hoy, es un buen momento para hacer balance del año que ha pasado y propósitos para el que comienza. Buena oportunidad para pedir perdón por lo que no hicimos, por el amor que faltó; buena ocasión para dar gracias por todos los beneficios del Señor. La Iglesia nos recuerda que somos peregrinos y que durante esta vida nos dirigimos hacia la eternidad. El tiempo es una parte importante de la herencia recibida de Dios; es la distancia que nos separa de ese momento en el que nos presentaremos ante nuestro Señor con las manos llenas o vacías. Sólo ahora podemos merecer para la eternidad. Pasado este tiempo, ya no habrá otro. Esta vida, en comparación con la que nos espera, es como una sombra, nos dice San Pablo (1 Corintios 7, 31). Hoy podemos preguntarnos si nuestro tiempo ha sido aprovechado o, por el contrario, ha sido un año de ocasiones perdidas en el trabajo, en el apostolado, en la vida de familia; si hemos abandonado con frecuencia la Cruz, porque nos hemos quejado ante la contradicción o lo inesperado.

II. Al hacer examen es fácil que encontremos, en este año que termina, omisiones en la caridad, escasa laboriosidad en el trabajo profesional, mediocridad espiritual aceptada, poca limosna, egoísmo, vanidad, faltas de mortificación en las comidas, gracias del Espíritu Santo no correspondidas, intemperancias, malhumor, mal carácter, distracciones voluntarias en nuestras prácticas de piedad... Son innumerables los motivos para terminar el año pidiendo perdón al Señor, haciendo actos de contrición y desagravio. Y también terminar el año agradeciendo al Señor la gran misericordia que ha tenido con nosotros y los innumerables beneficios que nos ha dado, muchos de ellos desconocidos por nosotros mismos. Y junto a la contrición y el agradecimiento, el propósito de amar más a Dios, y de luchar más por adquirir las virtudes y desarraigar nuestros defectos, como si fuera el último año que el Señor nos concede.

III. El año que comienza nos traerá, en proporciones desconocidas, alegrías y contrariedades. Un año bueno, para un cristiano, es aquel en que unas y otras nos han servido para amar un poco más a Dios. Un año bueno es aquel en el que hemos servido mejor a Dios y a los demás, aunque en el plano humano haya sido un desastre. Pidamos a la Virgen la gracia de vivir este año que comienza luchando como si fuera el último que el Señor nos concede.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre