TIEMPO DE NAVIDAD

DICIEMBRE

Día 29: Día quinto dentro de la octava

- El evangelio nos trae ecos nuevamente de la Navidad. Jesús nos aparece plenamente encarnado en la condición humana: es un niño que tiene que ser llevado en brazos como cualquier otro niño, y su familia ha de someterse a la Ley como toda familia. Y es pobre: hace la ofrenda de los pobres.

- En esta condición humana normal, somos llamados a reconocer, como Simeón, al Salvador de todos los pueblos. Eso quiere decir que Jesús es la luz de nuestra vida, y que vale la pena creer en él; que el camino de la salvación está en el Evangelio, en lo que Jesús dirá y hará; y que vale la pena hacer conocer esta luz a todo el mundo.

- La 1. lectura reafirma uno de estos aspectos: donde se verifica si conocemos y amamos a Jesucristo, es si hacemos caso de lo que él ha dicho y hecho: es decir, si amamos a los hermanos; si no, todo es comedia.


1.-1 Jn 2, 3-11

1-1.

-Queridos...

Así se dirigía Juan a los cristianos. El mismo aplica ese gran principio de «comunión» del que nos habla. ¿Puedo yo usar esa expresión para tal o cual persona? ¿Qué clase de conversión exigiría de mi parte?

-En esto sabemos que conocemos a Jesucristo: en que guardamos sus mandamientos.

El conocimiento de Jesucristo no es un conocimiento intelectual. No está reservado a los sabios, a los que son capaces de descifrar intelectualmente las «Escrituras» o el "Dogma"... es un conocimiento experimental, vital.

El que "guarda" los mandamientos, el que «hace» la voluntad de Dios... ese tal «conoce» a Dios.

¿Corresponde mi vida a Dios?

-Quien guarda fielmente su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud.

Dame, Señor, el amor de tu Palabra. Haz que la medite, que practique tu Palabra. Que todos los actos de mi vida cotidiana sean como una aplicación de tu Palabra: amar, servir, trabajar para guardar tu Palabra. Por tu amor.

-En esto conocemos que estamos en El. Quien dice que permanece en El debe vivir como vivió El y seguir el camino que Jesús ha seguido.

Fórmula a repetir.

Me imagino la "conducta" de Jesús, sus actuaciones... sus maneras de hacer... sus reflejos... el camino seguido. En ese momento ¿cómo reaccionaría si estuviera en mi lugar junto a las personas con las que vivo?

Portarme como Tú, Jesús. La imitación de Jesucristo es secreto de santidad y de felicidad.

Y en la medida en que actúo como Tú, me es licito pensar que «permaneces en mí». En mí Tú eres bueno cuando yo soy bueno. Habitan en mí tu dulzura, tu pureza, tu oración...

Soy una encarnación prolongada. Cristo continúa su vida en mí.

-Lo que os escribo no es un mandamiento nuevo... y sin embargo es «nuevo» en Jesús y en vosotros.

Quien declara estar en la luz, mientras odia a su hermano no ha salido de las tinieblas.

Esa es la razón principal por la que sc está "en la noche"...

Es el principal obstáculos a la luz... es nuestra dificultad para encontrar a Dios... Todo ello viene sobre todo de nuestra falta de amor fraterno.

Pretendemos encontrar a Dios, quisiéramos la "luz"... pero mantenemos en nosotros el odio y la falta de amor.

Es lo más contrario a Dios, porque ¡Dios es amor!

El que ama a su hermano permanece en la luz.

Todo se aclara cuando nos situamos y vivimos en el verdadero amor. Dios se descubre cercano, a los corazones abiertos al amor, al perdón, a la participación; pero es inaccesible a los corazones cerrados en si mismos.

Ahora bien, Señor, ¡no es fácil amar! Uno se hace fácilmente la ilusión, se cree amar.

Yo te ruego, Señor, que me ilumines, que pongas suficiente claridad en mí, para que descubra las sutilezas que he inventado para rechazar el amor.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 66 s.


2.- Lc 2, 22-35

2-1.

VER FAMILIA CICLO/B


2-2.

-Cumplido el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés...

Aun siendo Dios, Jesús sigue las leyes humanas.

Me entretengo contemplando largamente esta humildad profunda, de la que San Pablo dirá que es un "anonadamiento", una "kenosis". (Filipenses, 2, 7) No ponerse en la excepción. No querer privilegios. Aceptar en profundidad los contratiempos banales, las servidumbres sin gloria.

-Los padres de Jesús llevaron al niño a Jerusalén, para presentarlo al Señor.

No creemos lo que vemos ni lo que oímos.

Veamos, Lucas, ¿qué estás diciendo? Para "presentarlo al Señor"? Pero, El mismo, ¿no es el Señor? Sí, "El que era de condición divina, no mantuvo ávidamente su igualdad con Dios, sino que se anonadó tomando la condición humana, viniendo a ser semejante a los hombres, y, reconocido como un hombre por su aspecto, se humilló". De momento no hay nada que indique su divinidad. Es un niño pequeño como todos los niñitos judíos, ¡cuyos padres van a "presentarlo" a Dios!

-Iban para presentar la ofrenda de un par de tórtolas, o dos palominos como está ordenado en la ley del Señor.

Seamos curiosos de vez en cuando. Vamos pues a leer ese texto de la Ley en el libro del Levítico, 12, 8. En él leemos: "Si la madre no puede encontrar la suma necesaria, coste de una pequeña res, ofrecerá dos tórtolas o dos palominos". Así pues, se trataba de la ofrenda de los pobres.

María no pudo ofrecer nada más valioso.

Esto es pues lo que puede entenderse si uno sabe leer entre líneas el evangelio. ¡Y ella es la "madre de Dios"! Gracias, Señor, por todos los pobres que pueden verdaderamente reconocerte como su hermano.

-Simeón, hombre justo y religioso, esperaba la "consolación de Israel". El Espíritu le había revelado que no había de morir antes de ver el Mesías. Inspirado por el Espíritu Simeón vino al Templo.

Me imagino a este anciano.

Camina hacia la muerte. Piensa en su muerte. No parece estar triste. Es un varón justo y religioso. Es espiritual; está investido por el Espíritu de Dios. Se deja guiar. Dios le conduce, como de la mano, hacia el Templo.

Señor, quisiera cerrar mis ojos, y tomar tu mano, como el niño que juega a dejarse conducir por su padre.

-Bendijo a Dios.

A lo largo del día, los judíos tenían la costumbre de pronunciar varias bendiciones. Los más piadosos, diestros en este hábito ritual, debían sin cesar elevar hacia Dios breves plegarias: "Bendito seas, Señor".

¿Tengo yo también esta costumbre?

-Y dijo a María, su madre: "Este Niño está destinado para ruina y para resurrección de muchos en Israel; y para ser el blanco de las contradicciones. Una espada traspasará tu corazón, para que se descubran los pensamientos secretos en los corazones de muchos..."

La salvación, será fruto del sufrimiento.

Y María participa en el.

¿Cómo participo en ese mismo misterio de la redención por la cruz?

-Mis ojos han visto a su Salvador: luz para alumbrar las naciones paganas y gloria de su pueblo Israel.

Salvación universal que desborda las fronteras del pueblo elegido.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 66 s.


2-3.

1 Jn 2, 3-11: Las tinieblas pasan y la luz brilla ya

Sal 95, 1-3.5-6

Lc 2, 22-35: Jesús presentado en el Templo. El Benedictus

Juan sigue insistiendo en el proyecto de una sociedad nueva que se deja guiar por la luz. Luz que es fuente de Vida. Luz que es Dios expresado en la Encarnación del Hijo. Esa luz pone a las personas en un dilema: hay que adherirse a ella. Ya sabemos lo que significa esa adhesión... pero la comunidad de Juan, una comunidad que ciertamente hizo suya la opción por la luz, tiene momentos de tensión, donde la opción por la Vida parece perderse en el "maremagnun" de los diversos proyectos que se cruzan. Cuando eso se hace realidad, es hora de parar para evaluar, para reafirmar la opción por la Vida y por las personas, especialmente, aquellas que más sufren. Juan tiene claro que negar a la persona, es dar las espaldas al proyecto de Vida, es apartarse de Jesús y su Amor. La persona para Juan se hace como punto de referencia obligatorio para medir nuestro compromiso con el proyecto de Vida. No hay que perder de vista el proyecto de la persona, bajo el cargo de vivir prisionero de las tinieblas.

Lucas, en el evangelio de hoy, pone en labios de Simeón, la seguridad que han de tener las personas comprometidas con la Vida: "mis ojos han visto la luz de las naciones" (Lc 2, 29-32). Simeón es, al igual que Zacarías, uno de los muchos piadosos y justos (Lc 1, 6) que aguardaban la liberación de Israel. El viejo Simeón al final de su vida pudo experimentar la liberación de Dios, liberación que esperan todos los justos. Éstos son los que aman al Señor (véase la traducción de la Biblia Latinoamericana); lo aman porque buscan, porque están luchando desde su pobreza por un nuevo espacio geográfico y social que sea significativamente distinto de aquel en el que se vive. En la pluma de Lucas, la liberación no es sólo para Israel, es para todas las naciones, sin condiciones. Nada ni nadie puede poner como pretexto que la liberación de las condiciones de tinieblas está restringida. A todas las naciones se les retira las vendas: no tienen porque andar en tinieblas. Han de buscar hacer realidad el nacimiento de la Nueva Sociedad que recibe en sus brazos al Verbo de Dios (v. 28).

Esa visión universalista de la sociedad liberada de las tinieblas, es lo que Lucas quiere transmitir con urgencia. De manera que las naciones y las personas que acogen a Jesús, que lo toman en los brazos, se obligan a un nuevo discurso y nueva praxis social que lleva a la liberación.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-4.

1. Una cosa es conocer y otra vivir en conformidad con lo conocido.

Juan nos dice dónde está la prueba de la verdadera fe: «en esto sabemos que le conocemos, en que guardamos sus mandamientos». Y no como los gnósticos de fines de primer siglo, contratos que escribeestacarta, que daban la prioridad absoluta al saber («gnosis», conocimiento), y con eso se sentían salvados, sin prestar gran atención a las consecuencias de la vida moral. No actuaban según ese conocimiento de Dios.

El que cree conocer a Dios y luego no vive según Dios es un mentiroso, la verdad no está en él. Mientras que «quien guarda su Palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud».

Más en concreto todavía, para Juan la demostración de que hemos dejado la oscuridad y entrado en la luz, es si amamos al hermano: «quien dice que está en la luz y aborrece al hermano, está aún en las tinieblas», «no sabe a dónde va» y seguramente tropezará, porque «las tinieblas han cegado sus ojos».

Es la consecuencia de haber conocido el misterio del amor de Dios en esta Navidad: también nosotros tenemos que imitar su gran mandamiento, que es el amor. La teoría es fácil. La práctica no lo es tanto: y las dos deben ir juntas.

2. La presentación de Jesús en el Templo, cuya primera parte leemos hoy, es una escena llena de sentido que nos ayuda a profundizar en el misterio de la Encarnación de Dios.

José y María cumplen la ley, con lo que eso significa de solidaridad del Mesías con su pueblo, y lo hacen con las ofrendas propias de las familias pobres.

Así, en el Templo sucede el encuentro del Mesías recién nacido con el anciano Simeón, representante de todas las generaciones de Israel que esperaban el consuelo y la salvación de Dios. En la tradición bizantina se llama precisamente «Encuentro» a esta fiesta. 120 Simeón, movido por el Espfritu, reconoce en el hijo de esta sencilla familia al enviado de Dios, y prorrumpe en el breve y entusiasta cántico del «Nunc dimittis»: «ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz», que nosotros decimos cada noche en la oración de Completas que concluye la vivencia de la Jornada. En su boca es como el punto final del Antiguo Testamento Describe en unos trazos muy densos al Mesías: «mis ojos han visto a tu Salvador», que es «luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel». Cristo, gloria del pueblo de Israel y luz para los demás pueblos. Pero a la vez esa luz va a ser «crisis», juicio, signo de contradicción. Todos tendrán que tomar partido ante él, no podrán quedar indiferentes. Por eso Simeón anuncia a la joven madre María una misión difícil, porque tendrá que participar en el destino de su Hijo: «será como una bandera discutida... y a ti una espada te traspasará el alma».

La presencia de María en este momento, al inicio de la vida de Jesús, se corresponde con la escena final, con María al pie de la Cruz donde muere su Hijo. Presencia y cercanía de la madre a la misión salvadora de Cristo Jesús.

3. a) La carta de Juan nos ha señalado un termómetro para evaluar nuestra celebración de la Navidad: podremos decir que hemos entrado en la luz del Hijo de Dios que ha venido a nuestra historia si estamos progresando en el amor a los hermanos. «Quien ama a su hermano, permanece en la luz y no tropieza». Si no, todavía estamos en las tinieblas, y la Navidad habrá sido sólo unas hojas de calendario que pasan.

Es un razonamiento que no necesita muchas explicaciones. Navidad es luz y es amor, por parte de Dios, y debe serlo también por parte nuestra. Claro que la conclusión lógica hubiera sido: «también nosotros debemos amar a Dios». Pero en la lógica de Jesús, que interpreta magistralmente Juan, la conclusión es: «debemos amarnos los unos a los otros».

Porque el amor de Dios es total entrega: «tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que todos tengan vida eterna». El mismo Jesús (Jn 13,34) relaciona las dos direcciones del amor: «yo os he amado: amaos unos a otros».

b) Se nos invita, por tanto, a que no haya distancia entre lo que decimos creer, lo que celebramos en laNavidad, y lo que vivimos en nuestro trato diario con los demás. «Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él»: el Jesús a quien estamos celebrando como nacido en nuestra familia, es el Jesús que nos ha enseñado a vivir, con su palabra y sobre todo con sus hechos. La Navidad nos está pidiendo seguimiento, no sólo celebración poética.

Habría bastante más luz en medio de las tinieblas de este mundo, si todos los cristianos escucháramos esta llamada y nos decidiéramos a celebrar la Navidad con más amor en nuestro pequeño 0 grande círculo de relaciones personales.

c) También el evangelio nos conduce a una Navidad más profunda. El anciano Simeón nos invita, con su ejemplo, a tener «buena vista», a descubrir, movidos por el Espíritu, la presencia de Dios en nuestra vida. Él la supo discernir en una familia muy sencilla que no llamaba a nadie la atención. Reconoció a Jesús y se llenó de alegría y lo anunció a todos los que escuchaban. En los mil pequeños detalles de cada día, y en las personas que pueden parecer más insignificantes, nos espera la voz de Dios, si sabemos escucharla.

Además, Simeón nos dice a nosotros, como se lo dijo a María y José, que el Mesías es signo de contradicción. Como diría más tarde el mismo Jesús, él no vino a traer paz, sino división y guerra: su mensaje fue en su tiempo y lo sigue siendo ahora, una palabra exigente, ante la que hay que tomar partido, y en una misma familia unos pueden aceptarle y otros no.

Nosotros somos de los que creemos en Cristo Jesús. De los que celebramos la Navidad como fiesta de gracia y de comunión de vida con él. Pero también debemos ser más claramente «hijos de la luz» y vivir «como él vivió», no sólo de palabra, sino de obras.

«Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todos tengan vida eterna» (entrada)

«Tú has disipado las tinieblas del mundo con la venida de Cristo, la luz verdadera» (oración)

«Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él» (1ª lectura)

«Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza» (1ª lectura)

«Mis ojos han visto a tu Salvador, luz para alumbrar a las naciones» (evangelio)

«Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto» (comunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 .Págs. 119 ss.


2-5.

1Jn 2, 3-11: El que dice que está unido a Dios, debe vivir como vivió Jesucristo

Lc 2, 22-35

Los himnos de Isabel, Zacarías, Ana y Simeón se mezclan con el canto de María para elogiar la obra de Dios que consiste en el descenso de los poderosos y la exaltación de los humildes, designio que Jesús realizará con su contradictoria misión.

En efecto, la Persona, palabra y obra de Jesús fue motivo de honda controversia y división. Él puso en evidencia las verdaderas intenciones de muchos corazones. Su acción profética desenmascaró los intereses de los opresores y los mecanismos con los que manipulaban al pueblo.

Anunció la esperanza definitiva para todos aquellos que no tenían la menor oportunidad. Mostró con su vida el verdadero rostro de Dios que estaba cautivo por las instituciones legalistas.

María, madre y discípula, lo acompañó en ese proceso. Muchas veces con dolor y algunas otras sin alcanzar a comprender todo el alcance de sus acciones. Sin embargo, fiel y firme, lo siguió hasta el último momento y después participó de la comunidad cristiana que dio origen a la evangelización del mundo gentil.

María nos muestra cómo el seguimiento de Jesús tiene una altísima dosis de exigencia e, incluso, de dolor. Pues, como madre del Señor, recorrió el mismo proceso que siguieron otras discípulas y que les costó lágrimas y total abnegación.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-6. 2001

COMENTARIO 1

JESÚS, JUDÍO POR LOS CUATRO COSTADOS

«Al cumplirse los días de su purificación conforme a la Ley de Moisés, llevaron al niño a la ciudad de Jerusalén para presen­tarlo al Señor (tal como está prescrito en la Ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor) y ofrecer un sacrificio (conforme a lo mandado en la Ley del Señor: Un par de tórtolas o dos pichones)» (2,22-24). José y María siguen integrando a Jesús en la cultura y religión judías. Pretenden cumplir con él todos los requisitos que manda la Ley, a la par que purificarse la madre de su impureza legal (nótese la triple mención de la Ley).

La madre, después de dar a luz, quedaba legalmente impura: debía permanecer en casa otros treinta y tres días. El día cuarenta debía ofrecer un sacrificio en la puerta de Nicanor, al este del Atrio de las Mujeres. Por otro lado, todo primogénito varón debía ser consagrado a Dios (Ex 13,2.12.15) para el servicio del santuario y rescatado mediante el pago de una suma (Nm 18,15-16). Lucas no menciona rescate alguno. Habla, en cambio, del sacrificio expiatorio de los pobres (Lv 12,8) ofrecido para la purificación.


EL PUEBLO ACUDE AL TEMPLO
EN ESPERA DE LA LIBERACIÓN DE ISRAEL

Para un buen judío, el templo era el lugar más apropiado para las manifestaciones divinas. Lucas, sin embargo, ya nos ha dejado dicho que la aparición del ángel Gabriel a Zacarías en el recinto más sagrado del templo, el santuario, a la hora de la oración matutina, en lugar de asentimiento había suscitado incre­dulidad; por el contrario, la gran noticia de que fue portador el mismo Gabriel a una muchacha del pueblo, cuando ésta se ha­llaba en su casa, sin que se diga que estaba orando, había encon­trado plena acogida.

Mediante la primera pareja, Zacarías/Isabel, Lucas ha queri­do describir la situación religiosa de Israel, vista desde la perspec­tiva de los responsables de mantener la alianza que Dios había hecho con Abrahán y que había renovado por medio de los profetas (Judea/sacerdote/santuario). A pesar de la completa y humanamente insalvable esterilidad de la religión judía, Dios, fiel a sus compromisos, ha intervenido en la historia de su pueblo para que diera un fruto, el fruto más preciado que podía dar la religiosidad judía: Juan, asceta y profeta.

Lucas se ha servido de una segunda pareja todavía no plena­mente constituida, María/José, para enmarcar el nacimiento del Hijo de Dios en la historia de la humanidad. A pesar de que María estaba sólo desposada con José y de que todavía no con­vivían juntos, fruto de la íntima colaboración entre Dios y una muchacha del pueblo, en representación ésta del Israel fiel, pron­to para el servicio solícito hacia los demás, pero sin gran arraigo religioso (Nazaret/Galilea), ha tenido un hijo: Jesús, el Mesías de Israel y Señor de toda la humanidad.

Ahora Lucas quiere completar la descripción con una tercera pareja, Simeón/Ana, cuyo único lazo de unión es el hecho de confluir en el templo en el preciso instante en que van a presentar a Jesús; ambos son profundamente religiosos, pero a pesar de su edad avanzada mantienen viva la esperanza de una inminente liberación de Israel: representan al pueblo que, a pesar de la incredulidad de sus dirigentes (representados por la primera pareja), sigue acudiendo al templo con la esperanza de ver rea­lizado su sueño de liberación (cf 1,10.21). A través de estos dos personajes, presentados ambos como profetas, Lucas reúne en el momento de la presentación de Jesús en el templo las dos líneas que había trazado en los cánticos de Zacarías y de María.



DICHOSOS LOS DE MIRADA TRANSPARENTE
PORQUE VERÁN SU LIBERACIÓN

«Pues mira, había en Jerusalén un hombre llamado Simeón -un hombre por cierto justo y piadoso- que aguardaba el consuelo de Israel, y el Espíritu Santo descansaba sobre él» (2,25). El foco («mira») se ha fijado en un nuevo personaje, representativo esta vez de la humanidad profundamente religiosa que procede con rectitud hacia los demás («un hombre», «hom­bre por cierto [lit. "y este hombre"] justo y piadoso»), real («Simeón», nombre propio muy común en el judaísmo), confiado en que el consuelo de Israel -su liberación- estaba en manos de la institución judía («en Jerusalén», en sentido sacral), al tiempo que contaba con la asistencia permanente («descansaba [lit. "estaba"] sobre él») del Espíritu Santo y había sido informa­do por éste de la inminente presentación del Mesías en el templo: «El Espíritu Santo le había avisado que no moriría sin ver al Mesías del Señor» (2,26).

«Impulsado por el Espíritu fue al templo. En el momento en que introducían los padres al niño Jesús para cumplir con él lo que era costumbre según la Ley, también él lo cogió en brazos y bendijo a Dios diciendo:


"Ahora, mi Dueño, puedes dejar a tu siervo
irse en paz, según tu promesa,
porque mis ojos han visto la salvación
que has puesto a disposición de todos los pueblos:
una luz que es revelación para las naciones paganas
y gloria para tu pueblo, Israel"» (2,27-32).
 

A diferencia de Zacarías, quien, inspirado por el Espíritu Santo en un momento puntual, entonó un cántico de liberación, aunque circunscrito al pueblo de Israel (cf. 1,67), Simeón actúa permanentemente movido por el Espíritu. Acude al templo, no para celebrar un rito (Zacarías 1,9) o para cumplir un precepto (los padres de Jesús, 2,27 [por cuarta vez se menciona su entera sumisión a la Ley: cf. 2,22.23.24]), sino movido por una inspira­ción divina.

Como en otro tiempo Abrahán (Gn 15,15), Jacob (46,30) y Tobías (Tob 11,9), «también él» podrá «irse en paz» porque ha visto realizado lo que esperaba. «Ahora» se corresponde con el «hoy» del ángel a los pastores (cf. 2,11): ya se ha inaugurado la etapa final de la historia humana. «Siervo/Dueño», mentalidad veterotestamentaria de respeto y sumisión a Dios; falta todavía un buen trecho hasta que este niño nos revele la nueva relación «Hijo/Padre». Simeón tiene los ojos tan aguzados, gracias a la permanencia en él del Espíritu Santo, que ha logrado penetrar en lo más hondo del plan de Dios: con su mirada profética ha logrado traspasar los limites estrechos de Israel e intuir que la salvación que traerá el Mesías será «luz» en forma de «revela­ción» para los paganos, liberándolos de la tiniebla/opresión que los envuelve (Is 42,6-7; 49,6.9; 52,10, etc.), y de «gloria» para el pueblo de Israel (46,13; 45,13).


EL ESTANDARTE IZADO EN LO ALTO COMO SIGNO DE CONTRADICCIÓN

Ante la incomprensión de los padres del niño en todo lo que hace referencia a su futura función mesiánica (se anticipa la incomprensión de que será objeto Jesús entre los suyos), Simeón, dirigiéndose a la madre y usando el mismo lenguaje de María en el cántico, revela que Jesús será un signo de contradicción y que esto lo llevará a la cruz: «Mira, éste está puesto para caída de unos y alzamiento de otros en Israel, y como bandera discutida -también a ti, empero, tus aspiraciones las truncará una espa­da-; así quedarán al descubierto los razonamientos de muchos» (2,34-35).


COMENTARIO 2

Precisamente en la lectura del evangelio de san Lucas que hemos escuchado hoy, Simeón exclama lleno de alegría: "mis ojos han visto a tu salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel". Cristo es la luz del mundo, por su palabra de fraternidad y de reconciliación, no solo para Israel, el pueblo al cual perteneció por sus orígenes humanos, sino para todos los pueblos de la tierra, como dice el anciano Simeón.

San Lucas es el único evangelista que nos presenta esta solemne escena de la presentación de Jesús recién nacido en el templo de Jerusalén. Aparentemente sus padres lo llevaron allí para cumplir las minuciosas prescripciones de la ley mosaica: la purificación de la madre, después del parto, y el pago del rescate por el nacimiento de su hijo primogénito, pues los primogénitos pertenecían a Dios según la ley, y debían ser rescatados con la oferta de ciertos animales. Pero el Espíritu de Dios tenía otros planes: apenas atravesando los portales del templo salió al encuentro de los padres de Jesús un anciano que, por la manera como es descrito, representa a los profetas y a los justos del Antiguo Testamento que durante tantos siglos esperaron el cumplimiento de las promesas divinas. Simeón bendice a Dios que ha cumplido su Palabra, ha enviado a su Mesías, al salvador del mundo. Ahora puede morir en paz. Simeón bendice también a los padres del niño, solo que el Espíritu lo mueve a anunciarles algo del destino doloroso que les espera, al niño y a la madre: el uno será objeto de contradicción, como una bandera que se disputan ejércitos enemigos; la madre sentirá que una espada le traspasa el alma.

Contemplando esta escena caemos en la cuenta de que la Navidad no es un juego infantil, una mera ocasión para jolgorios. El niño a quien cantamos villancicos para que duerma plácidamente se convertirá en todo un hombre, abandonará su casa, su familia, su trabajo, para asumir su destino, su vocación. Proclamará a los cuatro vientos su mensaje: el Evangelio, la buena noticia del amor de Dios por los pobres, los pequeños, los pecadores. Y será condenado por los poderosos del mundo a una muerte vergonzosa. Con él estamos comprometidos a ser sus discípulos, a seguirlo cargando con su cruz. En la firme esperanza de que Dios, que lo resucitó a él de entre los muertos, también nos dará a sus fieles la vida eterna. Así ponemos, a la luz de las lecturas de este día, una nota de seriedad a estas celebraciones que pueden pasar, incluso para nosotros los cristianos, en medio de la inconsciencia y la vanidad.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-7.

Comentario: Rev. D. Joaquim Monrós i Guitart (Tarragona, España)

«Han visto mis ojos tu salvación»

Hoy, contemplamos la Presentación del Niño Jesús en el Templo, cumpliendo la prescripción de la Ley de Moisés: purificación de la madre y presentación y rescate del primogénito.

La escena la describe san Josepmaría Escrivá, en el cuarto misterio de gozo de su libro Santo Rosario, invitando a involucrarnos en la escena: «Esta vez serás tú, amigo mío, quien lleve la jaula de las tórtolas. —¿Te fijas? Ella —¡la Inmaculada!— se somete a la Ley como si estuviera inmunda. ¿Aprenderás con este ejemplo, niño tonto, a cumplir, a pesar de todos los sacrificios personales, la Santa Ley de Dios?

»¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que necesitamos purificación! —Expiar, y, por encima de la expiación, el Amor. —Un amor que sea cauterio, que abrase la roña de nuestra alma, y fuego, que encienda con llamas divinas la miseria de nuestro corazón».

Vale la pena aprovechar el ejemplo de María para “limpiar” nuestra alma en este tiempo de Navidad, haciendo una sincera confesión sacramental, para poder recibir al Señor con las mejores disposiciones. Así, José presenta la ofrenda de un par de tórtolas, pero sobre todo ofrece su capacidad de sacar adelante, con su trabajo y con su amor castísimo, el plan de Dios para la Sagrada Familia, modelo de todas las familias.

Simeón ha recibido del Espíritu Santo la revelación de que no moriría sin ver a Cristo. Va al Templo y, al recibir en sus brazos lleno de alegría al Mesías, le dice: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación» (Lc 2,29-30). En esta Navidad, con ojos de fe contemplemos a Jesús que viene a salvarnos con su nacimiento. Así como Simeón entonó el canto de acción de gracias, alegrémonos cantando delante del belén, en familia, y en nuestro corazón, pues nos sabemos salvados por el Niño Jesús.


2-8.Reflexión

Es interesante que el texto de Lucas menciona dos veces “la Ley”. José y María no solo eran personas religiosas sino que eran obedientes de la misma ley civil (que en su contexto se identificaba con la religiosa). Hoy lo destacamos pues ante los sucesos que nos han tocado vivir, no solo en nuestro país sino en el mundo entero, en donde se vive muchas veces un estado de anarquía y violencia, es importante recordar que la ley, aun la civil, es una medio a través del cual Dios rige y dirige nuestra vida. Las normas en nuestros centros de trabajo, las obligaciones en nuestras organizaciones, los compromisos ciudadanos son parte de nuestra vida religiosa. En la medida que el cristiano “cristifica” su ambiente cumpliendo la “ley” y con ello sus obligaciones, va, como dice san Pablo, esparciendo el buen olor de Cristo. ¿Sería bueno en este fin de año revisar si hemos venido cumpliendo con nuestras obligaciones civiles y religiosas, no crees?

Felices Pascuas de Navidad. Que Jesús, la Luz del mundo ilumine hoy tu día.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


2-9. La Presentación en el Templo

Autor: P. Juan Gralla

Reflexión:

No era necesario que María fuese a purificarse, pues era Inmaculada. Tampoco hacía falta presentar al Niño al Templo, pues era más correcto que el Templo se presentase ante el mismo Dios hecho hombre. Pero así quisieron hacerlo José y María.

Hay aquí una lección de humildad. No querían los padres escapar a ningún precepto de la ley de Moisés. Simplemente amaban a Dios con toda el alma y querían darle gusto hasta en los mínimos detalles. No se sentían obligados, obedecían por puro amor.
Descubrimos también la condición social de José. La ley prescribía el sacrificio de un cordero para las familias con recursos económicos, o un par de tórtolas si eran pobres.
La sencilla acción de José y María tuvo una repercusión trascendental en la vida de Simeón y de Ana. De esta manera cumplió Dios lo que había prometido al justo y piadoso Simeón por una revelación particular del Espíritu Santo por la que “no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor”.

Podemos concluir esta meditación reflexionando en la importancia que tiene para los demás nuestra fidelidad a Dios. Cumplir con nuestros deberes religiosos es fuente de bendiciones para los demás. Aunque no sea esa nuestra intención, podemos cambiar la vida de otras personas, como le sucedió a Simeón cuando la Virgen y su esposo acudieron al Templo.


2-10. DOMINICOS 2003

Día 5º de la octava de Navidad

Quien ama de verdad sabe de gozo y de dolor. Quien no ama de verdad encuentra dolor en casi todo, incluso en lo que parece bueno.

La reflexión de san Juan sobre la vida en la luz de Dios continúa siendo hoy guía de nuestra existencia, a través de la primera lectura. Si creemos en Dios y en Jesucristo, es deber nuestro emprender sin demora el camino que nos lleva hacia él en fidelidad probada.

Conocer a Dios por la fe no es un juego de pensamientos sino más bien un compromiso de vida asumido y mantenido con gozo. Hacer del cristianismo una vida triste (por cuanto conlleva siempre cierta lucha con el mal que nos atenaza por dentro y por fuera, y que hemos de vencer) es confundir la nobleza humana con el placer inmediato y fácil, y la realización personal con el sometimiento a pasiones desmesuradas.

Miremos más alto, aunque hayamos de tener siempre los pies en la tierra.

La luz de la Palabra de Dios
Primera carta de san Juan 2, 3-11:
“Queridos, en esto sabemos que conocemos a Dios: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice “yo le conozco”, pero no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él.

En cambio, de quien guarda su Palabra decimos con verdad que el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud...

Quien dice que permanece en él debe, pues, vivir como vivió él.

Por eso, queridos, yo no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mismo mandamiento antiguo...: la Palabra que habéis escuchado siempre...”

Evangelio según san Lucas 2, 22-35:
“Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor...

Vivía entonces en Jerusalén un hombre honrado y piadoso... llamado Simeón. El Espíritu Santo moraba en él...

Cuando los padres entraron con el niño Jesús..., Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador..., luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu Pueblo Israel...”

Reflexión para este día
Vivamos con Cristo, al modo de María, siempre fiel
La carta de Juan es terminante: no haya engaños en nuestra vida, pues, entre ser fieles o ser infieles no hay término medio. Sólo la verdad, perfectamente asumida, con compromiso de fidelidad, nos hace libres en el espíritu.

Aprendámoslo en el delicioso relato de Lucas sobre la presentación del Niño y la purificación ritual de María, su madre. Su verdad y fidelidad son elocuentes, con muchos componentes dignos de meditarse.

María, con José y Jesús, es veraz y fiel, y cumple incluso una tradición que no le gusta, pues decir que una madre se ha de purificar por ser madre es una incoherencia, es contrariar a la mente divina que diseñó el complejo corporal-espiritual humano. A una madre de verdad, íntegra, en vez de quitarle el velo habría que ponerle corona.

María y Jesús, y con ellos José, hacen a Dios la ofrenda total. Jesús se ofrece a sí mismo para la obra que ha de realizar. María ofrenda lo más grande que tiene, a su Hijo, para que se culmine la historia de salvación. Y el bueno de José, ofrece a Jesús y María, y se ofrece también a sí mismo para lo que Dios quiera, que será mucho en la infancia y juventud de Jesús.

Y con ellos está Simeón, gran símbolo: síntesis de todas las almas que esperaban palpar, tocar, besar al Mesías Salvador. ¡Qué maravilla de hombre piadoso y fiel!


2-11. LECTURAS: 1JN 2, 3-11; SAL 95; LC 2, 22-35

1Jn. 2, 3-11. Si conocemos a Dios, es decir, si le hemos permitido hacernos suyos; si hemos entrado en una Alianza nueva y eterna, más fuerte y más íntima que la alianza matrimonial; si Él vive en nosotros y nosotros vivimos en Él no podemos dejar de amar como Él nos ha amado, pues por estar en comunión de vida con Él, nosotros hemos de ser amor, como Dios es amor. Por eso, quien no vive en el amor y dice conocer a Dios es un mentiroso. Quien vive pecando camina en las tinieblas; no tiene a Dios por Padre, sino al padre de las tinieblas. Aquel mandato antiguo que decía: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, ha sido superado y puesto frente a nosotros como un mandamiento nuevo, pues el Señor nos ha ordenado amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado a nosotros. Puesto que por medio de la fe y del Bautismo hemos sido consagrados a Dios, unidos a Jesucristo y hechos templo del Espíritu Santo, seamos un signo claro del amor que Dios nos tiene, amando al estilo del amor con que Cristo nos ha amado.

Sal. 95. A Dios dirigimos el canto nuevo que brota de la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Desde la venida de Cristo ya no le cantamos a Dios, Él canta desde nosotros, pues nosotros hemos sido unidos a Él como hijos por vivir en comunión con Cristo Jesús, su Hijo. Y junto con los redimidos la creación entera se convierte en una alabanza del Nombre de Dios. Nuestra vida, convertida en un canto de amor a Dios como Padre nuestro, debe convertirse también en un cántico de amor fraterno mediante el cual alegremos a los pobres y a los necesitados por socorrerlos y ayudarlos a salir de sus limitaciones materiales. Ese anuncio gozoso debe llegar también a los pecadores, los cuales, tratados con el mismo amor con que Cristo busca la oveja descarriada hasta encontrarla y llevarla sobre sus hombros de vuelta a casa, han de experimentar esa preocupación de Cristo desde quienes creemos en Él. A partir de ese amor puesto en práctica, la Iglesia de Cristo podrá colaborar en la realización de un mundo más justo, más en paz, más fraterno. Entonces realmente habremos contribuido a la alegría de todas las naciones, pues desde la Iglesia fiel a su Señor, todos podrán experimentar las maravillas de la salvación, que nos concedió en Cristo Jesús.

Lc. 2, 22-35. Dios ha cumplido sus promesas de salvación; en Jesús no sólo los Judíos tienen el camino abierto hacia Dios, sino los hombres de todos los tiempos y lugares, pues el Señor vino como luz de las naciones y gloria de su Pueblo Israel. Jesús es el consagrado al Padre, y como tal está dispuesto a hacer en todo su voluntad. María misma, la humilde esclava del Señor, participará también de esa fidelidad amorosa a la voluntad del Padre que le llevará a estar al pié de la cruz, con el alma atravesada por una espada de dolor, pero segura en las manos de Dios, que cumplirá en ella cuanto le fue anunciado. La Iglesia encuentra en María el camino de fidelidad a Dios: Cristo Jesús, el cual no ha de ser para nosotros motivo de ruina sino de salvación, pues Él no vino para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Quienes estamos consagrados a Dios por medio del Bautismo, que nos une en la fe a Jesucristo, debemos ser luz para todas las naciones y nunca motivo de condenación, de destrucción, de muerte, de sufrimiento; pues el Señor no nos envió a destruir la paz ni la alegría, sino a construir su Reino de amor a pesar de que en ese empeño tengamos que tomar nuestra propia cruz, ir tras las huellas de Cristo para que, pasando por la muerte, lleguemos junto con Él a la participación de la Gloria que le corresponde como a Unigénito de Dios Padre.

Jesús ha sido consagrado al Padre; le pertenece y vive su fidelidad a su voluntad como si de ella se alimentara. Hoy nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía, Memorial del amor fiel que el Señor le tiene a su Padre Dios, y del amor que nos tiene a nosotros. A pesar de nuestros pecados Jesús nos ha amado, pues Él ha salido a buscar al pecador no sólo para ofrecerle el perdón de sus pecados, sino para cargarlo sobre sus hombros y para participarle de la misma Vida y de la misma Gloria que le corresponde como a unigénito del Padre Dios. Y en la Eucaristía se realiza esa comunión de vida entre Cristo y nosotros. Por eso debemos acudir a esta celebración no tanto por motivos intranscendentes, sino porque queremos que el Señor esté en nosotros y nosotros en Él y podamos, así, darle un nuevo rumbo a nuestra historia.

Jesucristo ha venido a nosotros. ¿Lo hemos recibido con amor? ¿Lo reconocemos como nuestro Dios y Salvador? Cristo, Luz de las naciones, no sólo ha de iluminar nuestra vida, sino que, por nuestra unión a Él, debemos ser también nosotros luz del mundo. Nuestros padres ya pueden morir en paz cuando vean que aquel compromiso de educarnos en la fe, para que vivamos como hijos de Dios, ha llegado a su cumplimiento en nosotros. Amémonos los unos a los otros como Cristo nos ha amado; pues la perfección consiste en el amor que llega en nosotros a su plenitud. No nos conformemos con llamarnos hijos de Dios, sino que seámoslo en verdad de tal forma que, mediante nuestras buenas obras, manifestemos desde nuestra vida a Aquel que habita en nuestros corazones, pues de la abundancia del corazón habla la boca. Aquel que vive pecando, aquel que se levanta en contra de su hermano para asesinarlo, para perseguirlo, para calumniarlo, para dejarlo morir de hambre, por más que se arrodille ante Dios no puede ser, en verdad, su hijo, pues Dios es amor, y es amor sin límites. Amemos a nuestro prójimo en la forma como el Señor nos ha dado ejemplo, pues en la proclamación del Evangelio sólo el amor es digno de crédito.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir unidos a Jesús, su Hijo, de tal forma que continuemos su obra de salvación en el mundo por medio de un auténtico amor comprometido hasta sus últimas consecuencias, con tal que colaborar así a la salvación de todos. Amén.

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2-12. CLARETIANOS 2003

La mirada del Espíritu

La ceguera espiritual es el peor de los males. Nos impide disfrutar de la sensibilidad más sublime que nos habita. Nos oculta el paso de Dios por la historia. Llegó al Templo el mismo Dios y sus sacerdotes no lo reconocieron. Un simple laico, en quien moraba el Espíritu, lo reconoció inmediatamente. Escuchemos el texto evangélico.

Resulta estremecedor que el día más importante en toda la historia del Templo de Jerusalén, sea el día que pasa más desapercibido para las autoridades del Templo. Ya el profeta Daniel había anunciado crípticamente que después de las setenta semanas vendría el Mesías al Templo: “«Entiende y comprende: Desde el instante en que salió la orden de volver a construir Jerusalén, hasta un Príncipe Mesías, siete semanas y sesenta y dos semanas, plaza y foso serán reconstruidos, pero en la angustia de los tiempos. (Dan 9,25)”. Entra en el Templo de Jerusalén el Príncipe Mesías, llevado en brazos por su madre y su padre, y ninguna autoridad del Templo percibe el acontecimiento. Ofrecen la oblación y nadie interpreta el acontecimiento. El Espíritu, que moraba en un laico, Simeón, hizo que este habitante de Jerusalén viniera expresamente al templo para interpretar lo que allí estaba ocurriendo. Tomó en brazos a Jesús y lo proclamó Salvador, Luz de las Gentes y Gloria de Israel. Al mismo tiempo, dijo que en Israel Jesús sería como una bandera discutida y que María vería traspasada su alma con una espada.

La perspicacia profética de Simeón es extraordinaria. En pocas palabras ofrece un cuadro fantástico. En el contexto del Templo muestra dónde está la salvación: no en los ritos, no en el sistema religioso, sino en ese pequeño niño que tiene en sus brazos. Él, sólo Él es el Salvador. Descubre además su relevancia mundial, universal: luz de todas las gentes, sin por eso, renunciar a su origen judío: gloria de tu pueblo Israel.

Si impresionan las palabras proféticas del laico Simeón, impresiona también el silencio oficial de las autoridades del templo. Cuando se hizo mayor, Jesús los llamó “guías ciegos”. Les recriminó muchas veces su ceguera espiritual.
Hay gente que se somete a una disciplina férrea para cuidar su cuerpo: dietas, ejercicios, medicación… ¿Cuántas personas cuidan sus ojos? ¿Sus ojos espirituales? Para no perder sensibilidad ni capacidad de visión. ¡Jesús, que vea! le suplicaban los ciegos. ¡Jesús, que vea! hemos de suplicarle nosotros en nuestro tiempo. No vaya a ser que el paso de Dios nos pase desapercibido.

A quienes les han sido concedidos los ojos del Espíritu, la mirada espiritual, ven el mundo de otra manera, descubren la verdadera belleza. Se dice en las Iglesias de Oriente que para conseguir la mirada espiritual es necesario “el ayuno de los ojos”.

José Cristo Rey García Paredes
(jose_cristorey@yahoo.com)


2-13. JESÚS HUBIERA HECHO LO MISMO.

“Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él”. La palabra “amor” no cabe duda de que es la palabra fuerte durante esta Octava de Navidad. Muchas son las maneras de manifestar ese cariño, y estos días parecen propicios para hacerlo: regalos, felicitaciones, comidas familiares…

El otro lado de la realidad nos muestra, también en estos días, la terrible soledad de muchos que no tienen nada y, lo que es todavía más crudo, no tienen a nadie. Hay como una especie de sensibilidad de fondo que hace que se encienda en nosotros el piloto rojo, y nos sentimos llamados, al menos en este tiempo, a “hacer algo”, un donativo, una suscripción a una “ong”, qué sé yo, algo para tranquilizar un poco nuestra conciencia. Sí, no es que esté mal, pero ¿qué hay detrás de eso? quizá poco, muy poco.

El mismo día de Nochebuena, mi trabajo pastoral me llevó a dos comedores de personas sin techo. Quedé más que conmovido, abrumado. La gente se agolpaba en la calle esperando su turno para poder recibir un plato caliente. Dentro había cerca de cuatrocientas personas ya sentadas… ¡y eran las cinco y media de la tarde!. Los turnos duraron hasta la media noche. Y ¿quién atendía a tantos? Voluntarios (personas de toda condición: mayores, madres de familia, jóvenes…, de todas las edades). Allí estaban, con una sonrisa auténtica, sincera, en los labios, sirviendo y soportando, en ocasiones, las contrariedades que aquello traía consigo (que no son pocas: malos modos por parte de algunos comensales, algún que otro insulto). Y como telón de fondo cantos de Navidad que los chavales, a golpe de guitarra y con alegría entonaban para crear un ambiente verdaderamente festivo. No pude por menos de preguntar a una voluntaria lo que le movía a estar allí. No tuvo que pensarlo mucho: “Jesús hubiera hecho lo mismo”.

Yo, que por carácter soy de natural aprensivo, debí poner una cara inenarrable. Me hizo reaccionar el recuerdo de San Vicente de Paúl, que le decía a una de sus religiosas cuando cuidada a los pobres entre los pobres: “En cada reproche que recibimos por cada uno de estos pobres que damos de comer, hemos de encontrar la verdadera paga que merecemos”.

Vuelve al Evangelio de hoy y escucha de nuevo las palabras de Simeón a María: “Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma”. ¿No te parece que, sin que medien las justificaciones, la tranquilidad de tu conciencia, ni cosas por el estilo, te las está diciendo también a ti hoy? Habrá que sacar las conclusiones.

ARCHIMADRID


2-14. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

1 Jn 2, 3-11
Salmo responsorial: 95, 1-3.5-6
Lc 2, 22-35: Presentación del niño y purificación de su madre

Para empezar a reflexionar este texto, es importante ver cómo está “armado”. La estructura nos va a permitir una mejor comprensión. Notemos que este texto y el que corresponde al Evangelio de mañana están estrechamente ligados por lo que los integraremos en este momento. La bendición del anciano Simeón, y la profecía de la anciana Ana están tan ligadas entre sí que se continúan narrativamente.
Para empezar señalemos que la unidad vv.22-39 (y la conclusión del v.40) está estructurada en forma de quiasmo (un capicúa, es decir, estructurada al modo A B C B A):

A. llevan a Jesús a Jerusalén (v.22)
B. “ley del Señor” (v.23)
C. “esperaba la consolación de Israel” (v.25)
D. Simeón y el niño en el Templo (v.27)
E. Simeón bendice a Dios (vv.28-32)
E. Simeón bendice a los padres (vv.33-35)
D. Ana y el niño en el Templo (v.37)
C. “esperaban la redención de Jerusalén” (v.38)
B. “ley del Señor” (v.39a)
A. volvieron a Galilea (v.39b)

Esto nos permite ver claramente que el relato de Ana y la conclusión forma parte de la misma unidad literaria. Ese es el motivo por el que los integramos aquí.

Ya hemos señalado cómo Lucas pretende mostrar la fidelidad a la Ley de todo su marco de la infancia. Notemos todavía un detalle más: como se ve en el esquema que presentamos, la importancia de la Ley es evidente; por otra parte, Ana es la mencionada expresamente como profetisa, y Simeón, aunque no es mencionado como profeta, se enmarca en este grupo por cuanto está lleno del Espíritu Santo, actúa movido por el Espíritu y -como veremos- mucho de lo que Lucas pone en su boca está influenciado por la literatura profética. Así, “la ley y los profetas” (que es decir “la Biblia judía”) nos presentan a Jesús, nos llevan a reconocerlo como el que les da plenitud a nuestra esperanza. La “coloración” de Antiguo Testamento que se percibe en los relatos de la infancia se muestra aquí como algo que nos lleva a reconocer a Jesús. Esto quedará más claro en el canto de Simeón, y su palabra a la madre que son -como hemos visto- el centro del relato.

La presentación del niño presenta un pequeño problema: Lc dice que es el tiempo de la “purificación de ellos”, pero sólo la madre debía ser purificada según la ley después del parto. ¿Cómo debe entenderse esto entonces? Muchos autores piensan que Lucas no conoce bien las costumbres judías y por eso entiende que tanto la madre, que debe purificarse- como el niño, que debe presentarse “se purifican”. Las opiniones son variadas, y esta es posible. Añadimos, sin embargo, otro elemento: como veremos (pero es además frecuente en los relatos del Bautista y la infancia), el texto de Malaquías 3,1 parece importante en este contexto. Citemos al profeta y su contexto para ver esto con más claridad:

“He aquí que yo envío a mi mensajero a allanar el camino delante de mí, y enseguida vendrá a su Templo el Señor a quien ustedes buscan; y el Ángel de la alianza, que ustedes desean, he aquí que viene, dice Yahveh Sebaot.¿Quién podrá soportar el Día de su venida? (...). Purificará a los hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata; y serán para Yahveh los que presentan la oblación en justicia. Entonces será grata a Yahveh la oblación de Judá y de Jerusalén, como en los días de antaño, como en los años antiguos” (3,1-4).

Sabemos que este párrafo fue aplicado al Bautista por Mateo, especialmente por su referencia a Elías que viene (Mal 3,23), pero que Lucas prefiere aplicar a Jesús muchas de las promesas que aluden a Elías, quizá por su predilección del título “profeta” aplicado a Jesús. En este caso, el mensajero que viene al templo es el mismo Jesús. Y si este mensajero “purificará” (katharizô), puede entenderse porqué es el tiempo de la purificación (katharismós) de “ellos”, es decir de los sacerdotes y los sacrificios y ritos que - entonces habían dejado de ser gratos a Yahvé-.

La ofrenda de los padres de Jesús (o más precisamente, de la madre) es de “un par de tórtolas o dos pichones” (Lev 12,8) si no le alcanza para una ofrenda de una res de ganado menor, es decir, si es pobre. Es característico de los relatos de la infancia en Lucas escuchar con frecuencia el canto de los anawim, es decir los “pobres de Yahvé”. Estos son quienes no pueden confiar en sus fuerzas sino sólo en Dios: no sólo los propiamente pobres, sino también los huérfanos, las viudas, los humildes, los enfermos. El opuesto no es simplemente ricos sino soberbios. Lo que sabemos de la espiritualidad de los anawim, identificada con frecuencia con los pobres a los que hacen referencia los salmos (especialmente los posteriores al exilio), y por la comunidad de Qumrán nos hacen encontrar bastantes semejanzas entre estos textos y los cánticos que Lucas incorpora en su evangelio de la infancia (canto de Zacarías, canto de María, canto de Simeón). Posiblemente un grupo de anawim convertido al cristianismo haya sido el grupo de origen de estos cantos, que Lucas incorpora; por otra parte, la primera comunidad que Lucas presenta en Hechos también parece manifestar la espiritualidad de los anawim. Acá vemos no sólo la confianza en Dios, la pobreza y fidelidad de los padres de Jesús, sino también su espiritualidad. Sobre esto volveremos a decir algo.

El anciano Simeón también se presenta con las características de un anawim: justo, piadoso, que espera la consolación y está en él el Espíritu Santo. Este anciano, toma al niño de manos de sus padres y pronuncia una doble bendición, primero a Dios, con un canto, y luego a los padres, con palabras dirigidas a María.

Bendición a Dios: ya es tiempo de partir. El juego de palabras destaca la libertad que espera ahora conseguir. Dios es llamado “Señor”, pero utiliza el término “despotés” y él se autoproclama “siervo” (doulós). La imagen es la de un esclavo liberado por el señor (usa la terminología de “liberación”, apolúô). “Ahora” puede dejar esta vida en paz, colmada de años y -“ahora”- plena porque ha visto realizada su esperanza. El “porque” (característico de los Salmos) da paso a una nueva imagen, en este caso visual, ya preparada en la introducción: “no vería la muerte” (v.26): “mis ojos”, “visto”, “a la vista”, “luz”, “iluminar”, “gloria”. El canto de Zacarías ya nos había dicho que Juan preparará los caminos del Señor (1,76; Mal 3,1) y nos visitará “una luz de lo alto”, para “iluminar” a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte” y conducirnos a la “paz” (1,78-79). Lo que Simeón ve es “la salvación”, presentada como luz para todos los pueblos (laos): paganos (“gentiles”, ethnê) y judíos (Israel); Lucas ya desde los comienzos de su obra nos indica que la luz que trae Jesús es para todo el pueblo de Dios, judíos y paganos. El canto de Simeón tiene -como los otros cantos de Lucas- fuerte influencia del AT, en este caso, particularmente del discípulo de Isaías (ver Is 52,9-10; 49,6; 46,13; 42,6; 40,5; 51,1.3-6); y además, a diferencia de los otros cánticos, tiene una más fuerte concentración cristológica (ver 10,23).

La bendición a los padres con palabras a la madre: ha sido frecuente interpretar este texto teniendo en cuenta otros textos de los evangelios o textos omitidos. Esto es inconveniente, Lucas no revela conocer ni a Mateo ni a Juan, y no se ve que haga alusión a acontecimientos que él no cita. Las preguntas son fundamentalmente las siguientes: ¿qué entiende Lc por “caída y elevación”? ¿qué papel juega la referencia a la “espada”? ¿es un paréntesis y 34b se continúa en 35b?

La imagen de caída y elevación puede parecer que hace referencia a dos momentos de una misma persona, o también a dos grupo s de personas. El contexto de discernimiento y juicio, y la referencia a la espada -que veremos- invitan a pensar que se refiere a dos grupos diferentes. El texto parece semejante a 12,51-53 donde Jesús hace referencia al división que viene a traer. Jesús no es “circunstancialmente causa” de la división, sino que “está puesto” para eso (y se supone que por Dios). Esto se remarca con la imagen de la “bandera”, o “signo” (34b) que es frecuentemente usada en sentido negativo, es signo del juicio dado a los que no se arrepienten. En v.35b hace referencia a los pensamientos del corazón de muchos que también parece que ha de interpretarse en sentido negativo, es decir, al enfrentarse con Jesús muchos caerán y quedará al descubierto la maldad de sus corazones (ver 12,1-2). En este marco, v.35a, la espada de María parece un paréntesis.

Sobre la espada, las opiniones han sido muy variadas. La imagen parece la del discernimiento (ver Ez 5,1-2; 6,8-9; 12,14-16, y la división, de Lc 12,51-53), lo que es coherente con la imagen de que unos caerán y otros serán elevados. La espada del discernimiento separa, incluso, familias. Así, ser madre (o pariente) de Jesús no garantiza “ser elevado”, sino que debe operarse en su “alma” (= corazón) el discernimiento, debe reconocer a Jesús. Esto suponde discernimiento, que en Marúia empezamos a descubrir desde la próxima escena cuando con angustia busca a su hijo, debe reconocerlo ocupado de “lo de su padre”, y conservar estas cosas en su corazón. La predilección que muestra Lucas por la madre de Jesús nos muestra, en este paréntesis de la espada, que si bien ella no escapa al discernimiento frente a su hijo, que todos debemos realizar, ella ha sabido verlo en sentido positivo. Por eso desde el comienzo se la contará entre las discípulas, incluso en los primeros miembros de la comunidad...

La profetisa Ana: es común en Lucas, dado el lugar importante que da a las mujeres en su Evangelio y Hechos, que presente una mujer a la par de un varón. Así, al hombre que siembra un grano de mostaza en un jardín (13,19), añade la mujer que mete levadura en la harina (13,21), con ligeras diferencias, la idea de la parábola es la misma. Lo mismo se repite en los casos del objeto perdido y encontrado: un pastor pierde una oveja, la mujer una moneda (15,4-10). En este caso el paralelismo es más evidente, sólo quebrado por la tercera parábola del hijo perdido y el hermano mayor. En nuestro texto nuevamente encontramos una escena que se repite: Jesús, llevado al Templo, se encuentra con un anciano y luego con una anciana. Las bendiciones pronunciadas por Simeón y no por Ana destacan más claramente el lugar del anciano, pero eso no significa que el paralelo no exista. El marco de semejanza con el nacimiento y la infancia de Samuel se reafirma aquí con el nombre Ana que lleva la profetisa. La presentación de la mujer en su tribu y el nombre de su padre ha llevado a muy diferentes interpretaciones, desde un resabio de tradición histórica hasta extrañas simbologías; algo semejante puede decirse de la edad. Queda, por ejemplo, la duda si Lc quiere decir que Ana tenía 84 años o que tenía 84 de viudez, lo que la llevaría a tener unos 103-105 años (12-14 + 7 + 84). Es interesante notar una cierta semejanza entre Ana y Judit (que vivió 105 años), pero si tenemos este parecido en cuenta, no parece que haya que sacar demasiadas conclusiones más que “generales”. Algo semejante parece concluirse de la semejanza con las viudas de la comunidad de 1 Tim 5,3-16. Sin embargo, que Ana se dedique al ayuno, las oraciones y el servicio constante de Dios en el Templo (eso no debe entenderse como que viviera en el Templo, ciertamente, sino en el sentido de “constantemente”) nos vuelve a poner en el marco de los anawim. Y esto no es ajeno a Judit que muestra que Dios libera a su pueblo de manos de los débiles y de una viuda y no confiado en las fuerzas de los poderosos (Jdt 15,5-6).

La conclusión, también semejante a 1 Sam 2,20.21.26 nos muestra en qué medida el texto de Samuel influyó en este relato de la infancia. Jesús vuelve a su casa y con esto parece concluir el relato de la infancia (v.40); sin embargo un nuevo relato (comentado más arriba) se interpone entre esta conclusión y el comienzo del ministerio de Jesús: el niño perdido en el Templo (vv.41-50). Por eso, siempre siguiendo el mismo modelo, Lucas volverá a repetir el mismo esquema de crecimiento del niño para dar término a todo este bloque (v.52).

Reflexión
La Iglesia nos propone, después de la Navidad, reflexionar una serie de textos. Los Evangelios quieren mostrarnos todo lo que se ha cumplido de lo que los profetas anunciaron. Debemos cuidarnos de leer demasiado literalmente lo que el texto parece decir porque nos impediría leer lo que los autores quieren decir. Esto es importante, porque entonces se empezaría a dejar volar la imaginación para tratar de encontrar a José o María como modelos imaginando su vida oculta, de la que expresamente los Evangelios no nos hablan. Contra esto ya se levantaron algunas voces: "No puedo imaginarme a Jesús no jugando con los chicos y haciendo pajaritos de barro y soplándolos para darles vida"... "se suele presentar sus vidas admirables cuando habría que presentarlas imitables", afirma Santa Teresita. Lo importante de su vida no es lo extraordinario, sino lo ordinario, lo cotidiano.

Los que están unidos a Jesús, tienen un culto nuevo y purificado porque al introducir a Jesús en el templo, "ellos" (v.22) quedan purificados, es decir, los sacerdotes y los sacrificios. Para los que celebramos la Navidad, la intervención definitiva de Dios en la historia, sabemos que Él purificó nuestra vida, para hacer que toda ella sea culto agradable a Dios. Ya no son momentos o tiempos de culto los que nos acercan a Dios, es la vida toda, lo cotidiano: el trabajo, la familia, la calle, la fiesta, la amistad, la política, la escuela; la vida es nuestro culto a Dios. Jesús la ha purificado; "al contemplar al pequeño Niño nacido en Belén consideremos el poder y la sabiduría de Dios, que a través de la debilidad de su Hijo ha llevado a cabo la obra de convertir a todos los hombres en una ofrenda digna de sí" (L. Rivas).


2-15. Fray Nelson Miércoles 29 de Diciembre de 2004

Temas de las lecturas: Quien ama a su hermano permanece en la luz * Cristo es la luz que alumbra a las naciones.

1. Ofertas de Luz
1.1 Las lecturas de hoy van unidas en el tema de la luz. El que está en Cristo tiene luz porque Cristo mismo es la luz. ¿Qué significa esto para nosotros?

1.2 Es interesante al respecto recordar que los cristianos llamaban "iluminación" a la recepción del bautismo: era entendido este sacramento como entrar en la luz.

1.3 Mas luego llegaron otras ofertas de luz. En el siglo XVIII se llamó "oscura" a la época en que la fe tenía preponderancia social y presencia académica. El tiempo entre el humanismo griego y el humanismo renacentista fue considerado una época "sombría," de modo que ser bautizado y público creyente fue considerado "oscurantismo." Los pensadores que estas cosas decían llamaron a su propio tiempo "iluminación," o, como es conocido más comúnmente, "ilustración."

1.4 La luz vuelve a ser tema en la Nueva Era. En multitud de metáforas y sugestivas imágenes la Nueva Era nos quiere invitar a acoger la luz, pero esta vez se trata de una luz que ya no predica la sola (y "fría") racionalidad sino que anuncia una especie de experiencia espiritual, de fusión con el cosmos o de conexión con potencias celestiales o mensajeros de sabiduría.

1.5 En el ambiente esotérico es común hablar de los "grandes maestros" (entre los que estaría el mismo Cristo) y presentarlos como ejemplos de verdaderos "iluminados." Según estos "nuevaeristas," la iluminación viene a través de la meditación, la superación o anulación del ego, y otras cosas que en realidad pretenden superar los males del racionalismos egocéntrico de la Modernidad, es decir, de la anterior Iluminación o Ilustración.

2. La Nueva Era Es Todo, Menos Nueva
2.1 La Primera Carta de Juan ya tuvo que tratar el tema de la gente que se creía muy iluminada pero que llevaba una vida oscura. Lo básico es que la vida tiene que resplandecer, y que una luz que se queda en el nivel del conocimiento no es luz verdadera.

2.2 El racionalismo de la Ilustración o las experiencias mentales de la Nueva Era suceden en el nivel del intelecto, esto es, de la mente entendida como superior o independiente de la realidad temporal y corporal que tenemos. La razón endiosada o el cerebro recargado de sensaciones densas se suponen superiores a la vida que transcurre más allá de la reflexión o el conocimiento. El texto de hoy va exactamente en contra de ese modo de ver las cosas.

2.3 Frente a los que se enorgullecían de su conocimiento (que en griego se dice "gnosis") Juan pronuncia una palabra clara: ¿cómo está tu vida? Y la vida se refleja en criterios visibles: los mandamientos, no sólo en el sentido de los Diez Mandamientos, que no quedan excluidos, sino en el sentido amplio de conformidad con el querer divino. Y en cuanto ese querer significa vida y salvación para mi hermano, tener luz es estar en camino de anunciar y comunicar vida, amor, salvación a mi hermano.


2-16.

Comentario: Rev. D. Joaquim Monrós i Guitart (Tarragona, España)

«Han visto mis ojos tu salvación»

Hoy, contemplamos la Presentación del Niño Jesús en el Templo, cumpliendo la prescripción de la Ley de Moisés: purificación de la madre y presentación y rescate del primogénito.

La escena la describe san Josepmaría Escrivá, en el cuarto misterio de gozo de su libro Santo Rosario, invitando a involucrarnos en la escena: «Esta vez serás tú, amigo mío, quien lleve la jaula de las tórtolas. —¿Te fijas? Ella —¡la Inmaculada!— se somete a la Ley como si estuviera inmunda. ¿Aprenderás con este ejemplo, niño tonto, a cumplir, a pesar de todos los sacrificios personales, la Santa Ley de Dios?

»¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que necesitamos purificación! —Expiar, y, por encima de la expiación, el Amor. —Un amor que sea cauterio, que abrase la roña de nuestra alma, y fuego, que encienda con llamas divinas la miseria de nuestro corazón».

Vale la pena aprovechar el ejemplo de María para “limpiar” nuestra alma en este tiempo de Navidad, haciendo una sincera confesión sacramental, para poder recibir al Señor con las mejores disposiciones. Así, José presenta la ofrenda de un par de tórtolas, pero sobre todo ofrece su capacidad de sacar adelante, con su trabajo y con su amor castísimo, el plan de Dios para la Sagrada Familia, modelo de todas las familias.

Simeón ha recibido del Espíritu Santo la revelación de que no moriría sin ver a Cristo. Va al Templo y, al recibir en sus brazos lleno de alegría al Mesías, le dice: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación» (Lc 2,29-30). En esta Navidad, con ojos de fe contemplemos a Jesús que viene a salvarnos con su nacimiento. Así como Simeón entonó el canto de acción de gracias, alegrémonos cantando delante del belén, en familia, y en nuestro corazón, pues nos sabemos salvados por el Niño Jesús.


2-17.

Reflexión:

1Jn. 2, 3-11. Si conocemos a Dios, es decir, si le hemos permitido hacernos suyos; si hemos entrado en una Alianza nueva y eterna, más fuerte y más íntima que la alianza matrimonial; si Él vive en nosotros y nosotros vivimos en Él no podemos dejar de amar como Él nos ha amado, pues por estar en comunión de vida con Él, nosotros hemos de ser amor, como Dios es amor. Por eso, quien no vive en el amor y dice conocer a Dios es un mentiroso. Quien vive pecando camina en las tinieblas; no tiene a Dios por Padre, sino al padre de las tinieblas. Aquel mandato antiguo que decía: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, ha sido superado y puesto frente a nosotros como un mandamiento nuevo, pues el Señor nos ha ordenado amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado a nosotros. Puesto que por medio de la fe y del Bautismo hemos sido consagrados a Dios, unidos a Jesucristo y hechos templo del Espíritu Santo, seamos un signo claro del amor que Dios nos tiene, amando al estilo del amor con que Cristo nos amó a nosotros.

Sal. 96 (95). A Dios dirigimos el canto nuevo que brota de la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Desde la venida de Cristo ya no le cantamos a Dios, Él canta desde nosotros, pues nosotros hemos sido unidos a Él como hijos, por vivir en comunión con Cristo Jesús, su Hijo. Y junto con los redimidos la creación entera se convierte en una alabanza del Nombre de Dios. Nuestra vida, convertida en un canto de amor a Dios como Padre nuestro, debe convertirse también en un cántico de amor fraterno mediante el cual alegremos a los pobres y a los necesitados por socorrerlos y ayudarlos a salir de sus limitaciones materiales. Ese anuncio gozoso debe llegar también a los pecadores, los cuales, tratados con el mismo amor con que Cristo busca a la oveja descarriada hasta encontrarla y llevarla sobre sus hombros de vuelta a casa, han de experimentar esa preocupación de Cristo desde quienes creemos en Él. A partir de ese amor puesto en práctica, la Iglesia de Cristo podrá colaborar en la realización de un mundo más justo, más en paz, más fraterno. Entonces realmente habremos contribuido a la alegría de todas las naciones, pues desde la Iglesia fiel a su Señor, todos podrán experimentar las maravillas de la salvación, que se nos ha concedido en Cristo Jesús.

Lc. 2, 22-35. Dios ha cumplido sus promesas de salvación; en Jesús no sólo los Judíos tienen el camino abierto hacia Dios, sino los hombres de todos los tiempos y lugares, pues el Señor vino como luz de las naciones y gloria de su Pueblo Israel. Jesús es el consagrado al Padre, y como tal está dispuesto a hacer en todo su voluntad. María misma, la humilde esclava del Señor, participará también de esa fidelidad amorosa a la voluntad del Padre que le llevará a estar al pié de la cruz, con el alma atravesada por una espada de dolor, pero segura en las manos de Dios, que cumplirá en ella cuanto le fue anunciado. La Iglesia encuentra en María el camino de fidelidad a Dios que es Cristo Jesús, el cual no ha de ser para nosotros motivo de ruina sino de salvación, pues Él no vino para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Quienes estamos consagrados a Dios por medio del Bautismo, que nos une en la fe a Jesucristo, debemos ser luz para todas las naciones y nunca motivo de condenación, de destrucción, de muerte, de sufrimiento; pues el Señor no nos envió a destruir la paz ni la alegría, sino a construir su Reino de amor a pesar de que en ese empeño tengamos que tomar nuestra propia cruz, ir tras las huellas de Cristo para que, pasando por la muerte, lleguemos junto con Él, a la participación de la Gloria que le corresponde como a Hijo Unigénito de Dios Padre.

Jesús ha sido consagrado al Padre; le pertenece y vive su fidelidad a su voluntad como si de ella se alimentara. Hoy nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía, Memorial del amor fiel que el Señor le tiene a su Padre Dios, y del amor que nos tiene a nosotros. A pesar de nuestros pecados Jesús nos ha amado, pues Él ha salido a buscar al pecador no sólo para ofrecerle el perdón de sus pecados, sino para cargarlo sobre sus hombros y para hacerlo participar de la misma Vida y de la misma Gloria que le corresponde como a Hijo Unigénito del Padre Dios. Y en la Eucaristía se realiza esa comunión de vida entre Cristo y nosotros. Por eso debemos acudir a esta celebración no tanto por motivos intrascendentes, sino porque queremos que el Señor esté en nosotros y nosotros en Él y podamos, así, darle un nuevo rumbo a nuestra historia.

Jesucristo ha venido a nosotros. ¿Lo hemos recibido con amor? ¿Lo reconocemos como nuestro Dios y Salvador? Cristo, Luz de las naciones, no sólo ha de iluminar nuestra vida, sino que, por nuestra unión a Él, debemos ser también nosotros luz del mundo. Nuestros padres ya pueden morir en paz cuando vean que aquel compromiso de educarnos en la fe, para que vivamos como hijos de Dios, ha llegado a su cumplimiento en nosotros. Amémonos los unos a los otros como Cristo nos ha amado; pues la perfección consiste en el amor que llega en nosotros a su plenitud. No nos conformemos con llamarnos hijos de Dios, sino que seámoslo en verdad de tal forma que, mediante nuestras buenas obras, manifestemos desde nuestra vida a Aquel que habita en nuestros corazones, pues de la abundancia del corazón habla la boca. Aquel que vive pecando, aquel que se levanta en contra de su hermano para asesinarlo, para perseguirlo, para calumniarlo, para dejarlo morir de hambre, por más que se arrodille ante Dios no puede ser, en verdad, su hijo, pues Dios es amor, y es amor sin límites. Amemos a nuestro prójimo en la forma como el Señor nos ha dado ejemplo, pues cuando anunciemos el Evangelio sólo el amor será digno de crédito.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir unidos a Jesús, su Hijo, de tal forma que continuemos su obra de salvación en el mundo por medio de un auténtico amor, comprometido hasta sus últimas consecuencias, colaborando así a la salvación de todos. Amén.

Homiliacatolica.com


2-18.

Reflexión

Es interesante que el texto de Lucas mencione dos veces “la Ley”. José y María no sólo eran personas religiosas, sino que eran obedientes de la misma ley civil (que en su contexto se identificaba con la religiosa). Hoy lo destacamos, pues ante los sucesos que nos han tocado vivir, no sólo en nuestro país sino en el mundo entero, en donde se vive muchas veces un estado de anarquía y violencia, es importante recordar que la ley, aun la civil, es un medio a través del cual Dios rige y dirige nuestra vida. Las normas en nuestros centros de trabajo, las obligaciones en nuestras organizaciones, los compromisos ciudadanos, son parte de nuestra vida religiosa. En la medida que el cristiano “cristifica” su ambiente cumpliendo la “ley” y con ello sus obligaciones, va, como dice san Pablo, esparciendo el buen olor de Cristo. Sería bueno en este fin de año revisar si hemos venido cumpliendo con nuestras obligaciones civiles y religiosas, ¿no crees?

Pbro. Ernesto María Caro


2-19. HACER UN MUNDO MÁS JUSTO

I. El Niño que contemplamos estos días en el belén es el Redentor del mundo y de cada hombre. Más tarde, durante sus años de vida pública, poco dice el Señor de la situación política y social de su pueblo, a pesar de la opresión que éste sufre por parte de los romanos. Manifiesta que no quiere ser un Mesías político. Viene a darnos la libertad de los hijos de Dios: libertad del pecado, libertad de la muerte eterna, libertad del dominio del demonio, y libertad de la vida según la carne que se opone a la vida sobrenatural. El Señor, con su actitud, señaló también el camino a su Iglesia, continuadora de su obra aquí en la tierra hasta el final de los tiempos. Es a nosotros los cristianos a quien nos toca –dentro de las muchas posibilidades de actuación- contribuir a crear un orden más justo, más humano, más cristiano, sin comprometer con nuestra actuación a la Iglesia como tal (PAULO VI, Enc. Populorum progressio). Hoy podemos preguntarnos si conocemos bien las enseñanzas sociales de la Iglesia, si las llevamos a la práctica personalmente, y si procuramos que las leyes y costumbres de nuestro país reflejen esas enseñanzas en lo que se refiere a la familia, educación salarios, derecho al trabajo, etc.

II. Si nos esforzamos por los medios que están a nuestro alcance, en hacer el mundo que nos rodea más cristiano, lo estamos convirtiendo a la vez en más humano. Y, al mismo tiempo, si el mundo es más justo y más humano, estamos creando las condiciones para que Cristo sea más fácilmente conocido y amado. Además de pedir cada día por los responsables del bien común, -pues de ellos dependen en buena medida la solución de los grandes problemas sociales y humanos-, hemos de vivir, hasta sus últimas consecuencias, el compromiso personal y sin inhibiciones, y sin delegar en otros la responsabilidad en la práctica de la justicia, al que nos urge la Iglesia. ¿Se puede decir de nosotros que verdaderamente, con nuestras palabras y nuestros hechos, estamos haciendo un mundo más justo, más humano?

III. Con la sola justicia no podremos resolver los problemas de los hombres. La justicia se enriquece y complementa a través de la misericordia. La justicia y la misericordia se fortalecen mutuamente. Con la justicia a secas, la gente puede quedar herida, la caridad sin justicia sería un simple intento de tranquilizar la conciencia. La mejor manera de promover la justicia y la paz en el mundo es el empeño por vivir como verdaderos hijos de Dios. El Señor, desde la gruta de Belén, nos alienta a hacerlo.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre