LUNES DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA

 

LECTURAS 

1ª: Dn 13, 1-9.15-17.19-30.33  

2ª A: Jn 8, 1-11 = CUARESMA 05C

2ª B: Jn 8, 12-20 (Cuando el quinto domingo del ciclo A se lee el anterior evangelio, hoy, lunes, se sustituye por éste)

Notas:

-Color negro: Comentarios a la 2ª lectura A

Color rojo: Comentarios a la 2ª lectura B

Color verde: Comentan las dos lecturas


1.

En la primera lectura escucharemos cómo Dios permite la prueba del justo hasta el extremo que a veces parece que se haya olvidado de él. Pero el bien triunfa. Susana representa el alma del pueblo, fiel a Dios, su esposo, a pesar del adulterio que se le propone bajo el árbol de la idolatría. Los viejos insidiosos son los que se han comprometido con el paganismo.

MISA DOMINICAL 1990/07


2. JARDIN/PARAISO:

Susana resulta apropiada en grado sumo para reflejar la naturaleza de la Iglesia y correr el velo de su misterio. Susana su hermosura, su inocencia y, sobre todo, en el jardín. Nupta in paradiso (S. Ambrosio, De Viduis, 4, 21), la desposada, esposa feliz y honrada por su esposo, rico y poderoso, paseándose gozosa por el parque de su marido: es Susana en el paraíso. La iconografía cristiana antigua concedía grande importancia a este detalle; a menudo no son representados los tentadores, pero lo que nunca falta son los árboles del jardín. Así, pues, Susana, en su jardín, era el tema principal que los artistas se proponían. Y esto -como se ha pensado y podría inducir a pensarlo el hecho de encontrar las oraciones de la recomendación del alma-, no es imagen del alma cristiana recibida en el paraíso; los Padres de esta época nos dan a conocer que los cristianos de entonces veían la imagen de la Iglesia en esta Susana en su jardín (Véase Hipólito de Roma, a Dn, 1, 14). Según escribe con gran profundidad ·Ambrosio-San: "La Iglesia comenzó a vivir en el jardín al punto que Jesús hubo padecido en el huerto" (Al Sal 118, 176 (XXI, 45).

¡Cristo en Cruz y la Iglesia en el jardín! "Había en el lugar donde le crucificaron un jardín" (/Jn/19/41). ¿A qué viene aquí ese jardín? Mientras Jesús aguardaba la hora de su pasión, estaba en el desierto: "fuese a la región colindante con el desierto, a una villa llamada Efrén, y estuvo allí con sus discípulos" (Jn 11, 54). Pero al comienzo de su pasión "se fue con los discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto; entró en él con sus discípulos" (Jn 18, 1).

En el huerto sufrió Jesús su agonía, y fue allí donde comenzó a correr su sangre. En el huerto le prendieron los soldados e incluso el huerto sirvió de señal para reconocer a sus discípulos: "¿No te he visto yo antes con él en el huerto?" (Jn 18, 26), dijo a Pedro uno de los siervos del sumo sacerdote.

Cuando Jesús comenzó a sufrir, la Iglesia comenzó a estar en el jardín. El aroma de este jardín o huerto envuelve al Señor en su agonía con el buen olor de la vida eterna. El buen ladrón lo captó cuando Jesús le prometió: "Hoy vas a estar conmigo en el Paraíso" (Lc 23, 43).

Y ¿dónde se encuentra ese jardín? Desde la caída de Adán, el hombre ha estado buscando en vano el jardín que Dios en un principio había plantado para que el hombre gozara de él (/Gn/02/08). La espada de fuego del ángel impedía el acceso y quedó cerrado (/Gn/03/23-24). El hombre miró de plantar y cultivar el desierto de este mundo, con el sudor de su frente; pero todo lo que logró conseguir de esta tierra maldita fue tan sólo un campo en el que Caín dio muerte a su hermano Abel, campo que luego se compró con el precio de la sangre que cobró Judas.

No hay duda, sin embargo, que en este campo hay un tesoro escondido. Y quien da todo lo que tiene para comprar este campo, en realidad ya no se encuentra en el campo que humedeció la sangre de Abel y el sudor de Adán, sino que empieza a estar en el jardín de Jesús. Porque el tesoro del campo no es otro que Cristo, o sea, el grano de trigo que cae en la tierra y muere. Y allí donde se descubre el tesoro, donde germina el grano de trigo y da su flor, donde Cristo muere y resucita, no hay ya campo simple, sino que se ha tornado jardín.

Adán estaba en el campo, mas Jesús en el jardín. Cristo sufre en el huerto, en el huerto se le entierra después de muerto: "Había en el jardín un sepulcro en el que no se había puesto aún a nadie. Allí fue donde se puso a Jesús" (Jn 19, 41-42). Las santas mujeres fueron al jardín en su busca. ¿Dónde, sino allí, podría estar Dios aparecido en carne humana entre los hombres? ¿Dónde, sino en el jardín que en un principio plantó para que los hombres lo habitasen gustosos? Estaba en el jardín en que habían estado Adán y Eva. Allí fue donde le encontró María Magdalena (MAGDALENA); la amante encuentra al amado, la nueva Eva encuentra al nuevo Adán, la Iglesia encuentra a Cristo. (/Jn/20/11-18) Y no yerra María Magdalena al tomarle por el jardinero, porque es realmente el jardinero de este jardín. Sus manos taladradas fueron las que lograron abrir sus puertas, la sangre y el agua que manaron de la herida de su corazón bastaron para apagar la espada de fuego del ángel que vigilaba dichas puertas. Su cruz cavó y removió la tierra de este huerto, su sangre es la que fecundiza la tierra; El mismo, su sagrado cuerpo, fue allí sembrado como un grano de trigo. Pero ella, a pesar de que le busca, le ama y consigue dar con El, no sabe, con todo, que se halla entre sus manos lo mismo que un retoño tierno de su cruenta semilla y flor de su jardín (S. Ambrosio al Sal 118, 33 (V, 12).

Todo esto es la mística realidad que los antiguos cristianos adivinaban en la figura de Susana. Susana en el jardín de su esposo, la Iglesia en el huerto de Cristo. El jardín no se ve muy frecuentado; está cerrado a los malos. Susana se pasea sola por él. La Iglesia se pasea sola también por él en pleno mediodía de la redención, a la luz clarísima del Amado, bajo la mirada de Cristo, luz esplendorosa y sol verdadero. En el jardín fluye el agua del manantial abierto por la cruz. Dos doncellas, la Fe y la Caridad (·Cassel-O), preparan el baño tal como lo desea la Iglesia: el de la salud, el "aceite de la alegría" celeste, la vida divina que se derramó en el jardín al romperse el frasco con la muerte de Jesús.

Es, en verdad, un jardín cerrado, un bosque sagrado que oculta los misterios de Cristo. La Iglesia dice, como la esposa del Cantar de los Cantares: "Voy a bajar al jardín" (/Ct/06/10). Y viene, y baja a "la fuente del huerto, fuente de agua viva" (/Ct/04/15), al agua de la pasión de Cristo, al manantial de su sangre. Allí se lava en la corriente de su amor, se sumerge en su muerte y vuelve a salir limpia y resplandeciente de inmaculada belleza: Susana, el lirio que brilla con la pureza de Cristo. Entonces, habiendo subido del baño de la muerte de Cristo, se unge con el"aceite esparcido" (/Ct/01/02), la "fuerza del cielo" (Lc 24, 40), la vida divina del Amado. Y exclama: "Venga mi amado al jardín" (/Ct/05/01).

¡En el jardín de Cristo! en el huerto cerrado y misterioso, lleno de secreta vida y de misterio; por doquier el susurro de las aguas, el buen olor del Amado. Arde en deseos del Amado quien va a llenar la soledad y le revela todo cuanto quedaba aún escondido, iniciándola en sus misterios. El Amado, que ve sus anhelos, se adelanta a su llamada: "Estoy en mi jardín, hermana mía, esposa mía" (Ct 5, 1). Está ahí, y ahora sí que la paz del mediodía alcanza su máximum. Es la paz del corazón redimido, paz que encuentra éste en Cristo; es la paz del que se sabe ya del todo iniciado y unido. La Iglesia, pues, está con Cristo en el jardín de sus misterios, en la felicidad de la nueva vida; es toda belleza, toda amor. Está escondida a los ojos del mundo, guardada por Aquel que le dice: "Grábame como un sello en tu corazón" (Ct 8, 6).

Con todo, el maligno puede penetrar en el jardín. En el paraíso encontramos la serpiente; en el jardín de Susana, a los libertinos y tentadores; en el huerto de los olivos, al traidor. Y si bien desde que Jesús sufrió, la Iglesia se halla en el jardín, también en éste ha de sufrir las tentaciones que Jesús soportó en el desierto. En tanto que celebra, en el recinto cerrado del santuario, los misterios de la muerte y resurrección del Señor, la acechan al exterior los perseguidores. Penetran secretamente en su jardín con el fin de espiar sus misterios; la belleza y el secreto poder que de ellos brota despiertan su avidez, si bien son del todo impotentes, puesto que se hallan alejados de Dios. En todo tiempo, la causa principal de la persecución de la Iglesia ha sido su natural poder secreto, cosa de todo punto incomprensible para sus enemigos, pero que es bien manifiesta, siendo como es la obra de la presencia permanente de Cristo.

La Historia de Susana nos lo acaba de poner en evidencia. La Iglesia, la llena de Cristo, es bella, floreciente, eternamente joven; los perseguidores, los impíos, al alejarse de Cristo han venido a dar en la enfermedad del pecado, se encuentran próximos a la muerte y envejecidos. Buscan éstos ávidamente apoderarse de la vida de la Iglesia, de la siempre joven y divina, para poder así reanimar su vejez decrépita. Mas ella, con majestuosa grandeza, con sonrisa de superioridad, sabe escapar a sus malvados intentos. Y cuando nota que ellos usan la fuerza, clama a Dios y corre a esconderse en sus brazos de Padre. En su impotente rabia, los malvados prueban de aniquilar a la que no pueden hacer servir para sus fines, pretenden acumular sobre su cabeza sus acusaciones con falsos testimonios... Pero nada consiguen. En último término son víctimas de sus propios engaños y Dios acaba por triunfar en su Iglesia.

La Iglesia lo sabe y por este motivo confía. Si se le acusa, si se la condena e incluso se la lleva a la muerte, ni por un momento pierde la hermosa paz del jardín. Pues Cristo está siempre con ella. "Aunque vaya por entre sombras de muerte, nada temeré. Pues Tú estás conmigo, Señor. Tu vara y tu cayado me han consolado" (Sal 22, 4; gradual). No cree tan sólo; ve, y ve en una fe que llega hasta la visión. Contempla a Cristo vivo en ella, y esta presencia aleja todo temor. Claro que no puede dejar de experimentar el temblor humano al contacto de los malvados y del hedor de la muerte; pero esto nada quita de su íntima seguridad.

Y si bien clama a Dios: "Señor, atiende a mi súplica, Señor mío y Dios mío" (Sal 5, 3; introito), también exclama, segura de que Cristo, su divina cabeza, atiende en el acto su ruego: "Desde la aurora das oídos a mi voz" (Sal 5, 4; introito).

En medio de angustias mortales, la sostiene la certeza de una mañana eterna, de la resurrección. Se apoya en la vara y el bastón de Cristo, en su cruz; por eso espera la resurrección.

Precisamente la noche de la cruz en que se encuentra sumergida le ofrece la esperanza cierta de la mañana eterna. De la noche de la cruz, nace con Cristo a la gloria del Paraíso, a las delicias del jardín de la vida. La noche no la asusta en absoluto, porque sabe que le proporciona la vida. Podrán caer las tinieblas una y otra vez sobre ella, pero sigue creyendo con fe. Sabe que al salir de esa oscuridad su jardín despierta siempre a una nueva aurora que le trae resplandeciente luz, hasta que llegue aquella mañana última, que pondrá fin a todas las noches.

Siempre que la maldad del mundo, con sus gritos y toda suerte de rumores, pretenda turbar la paz de su jardín, allí se encuentra el divino Daniel -Cristo-, quien, al ser llevado a la muerte, eleva su voz para justificarla y absolverla. Y aun cuando sea injustamente acusada en muchos de sus miembros, la justicia divina es la que dirá la última palabra y la sangre del justo será salvada en el día cuyo crepúsculo sirve ya de consuelo a la Iglesia en su noche de cruz; ese día es Cristo mismo. Cristo va a dar testimonio ante todo el mundo de la pureza de su cuerpo.

Aunque este cuerpo pueda sufrir en sus miembros millares de muertes..., la Iglesia es imposible que perezca. Y esto gracias a que con la muerte y resurrección de Cristo "ha comenzado a estar en el jardín", o sea, en el mundo divino del Señor resucitado y en el que su vida "está escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3).

Pero por muy consciente que de esto sea la iglesia, por muy segura y decidida que se lance contra los enemigos como esposa de Cristo y en la bendita inmortalidad de su naturaleza, no olvida nunca y tiene plena conciencia de que, como Susana, no estuvo siempre en el huerto, de que alguna vez fue culpable de aquello que ahora le es injustamente imputado. Sabe que ella, la Susana pura, intachable, sólo lo es gracias a Cristo; sabe que ha tenido alguna que otra vez que comparecer en calidad de acusada ante el tribunal que está por encima del de los hombres, y acusada de adulterio, digna de muerte.

Por todo esto, hoy a la historia de Susana viene contrapuesto el relato evangélico de la adúltera (/Jn/08/01-11). La Iglesia se ve también aquí representada. Tal era ella antes de la venida de Cristo; pecadora que, con culpas sin número, había roto el santo vínculo matrimonial con Dios, su esposo y creador. La Humanidad se encontraba ante Dios cual una esposa adúltera cuando el Esposo se dignó aparecer en carne humana para llevarse consigo a la esposa amada al jardín de su gloria. La Iglesia, humillada, consciente de su culpa, esperaba la condena y el fallo del Amado, que ahora le era también juez. Su único acusador era Satanás, pecador, a su vez, desde el comienzo, y que por esto mismo no es escuchado por Dios y tiene que callarse ante El. Acúsala asimismo su propio corazón, cuando, ante la presencia del que es la misma pureza, siente su culpabilidad y se llena de arrepentimiento.

Entonces da rienda suelta a su angustia y a su dolor. Mas Aquel que iba en busca de lo perdido, tuvo piedad de aquélla que volvía a encontrar: ""No te condenaré yo tampoco; no peques más". Este fue el fallo que Cristo pronunció sobre sus criaturas, que al venir a este mundo encontró serle adúlteras. Y es más, no se contentó con perdonarles la culpa y librarlas de la muerte, sino que atrajo hacía sí a la creación, igual que a una esposa amada; así la trató a ella, la pecadora. Derramó su sangre para que sirviese de baño nupcial, a fin de purificarla de toda mancilla. Tejióle con su misma sangre un precioso velo nupcial que, de ahora en adelante, va a servir a la esposa para sustraerse a todas las miradas indiscretas y codiciosas de los extraños, conservando así pura su belleza, sólo para Aquel que la amó tanto. Cristo se desposó con ella en la fe y le dio un nombre nuevo: Iglesia. La condujo a su jardín y la inició en sus misterios, permitiéndole participar de su vida divina.

En esto piensa hoy la Iglesia. Sucedió una vez, pero se renueva a diario. Todos los días vuelve a ocurrir, y, sobre todo, una vez al año, en la santa solemnidad de Pascua. Hoy la Iglesia se prepara para tal solemnidad, teniendo presentes en su espíritu el juicio, el perdón y la unión eterna que Pascua le aporta. Siente como vuelve a desaparecer en ella el peso de la culpa y respira de nuevo el aroma del huerto de la eternidad. La gozosa melodía de la comunión pone en sus labios el recuerdo agradecido de lo que ahora está experimentando hecho realidad en el altar. Con Cristo y en Cristo, su divino jefe, se encuentra, por cuanto su naturaleza participa de la de Dios, en el jardín, inaccesible a cualquier asechanza del maligno espíritu, inmortal e invencible. No por eso, sin embargo, olvida lo que antes fuera.

Incluso en estos momentos en que se encuentra en el jardín de su esposo y que parece estar al abrigo del ataque del pecado y de la muerte, sabe que ahora y siempre sus miembros están inclinados al pecado y en peligro de caer. Así es que, aun en medio de las delicias del jardín del Paraíso, pide la protección de su esposo, en cuyos brazos se encuentra: "Dirige mis pasos según tus mandamientos, y no permitas que haya sobre mí iniquidad alguna, Señor" (Sal 118, 133; ofertorio). Y nosotros, sus miembros mortales, estando como estamos con ella en brazos de Cristo, pedimos que su santo sacrificio, purifique y dé firmeza a nuestra frágil naturaleza humana (Secreta), que aprendamos a abstenernos más y más de la culpa (Oración) y que, como miembros de Cristo, permanezcamos unidos a su cuerpo (Poscomunión). En virtud de esta unión únicamente, hoy y siempre, es como nos es dado permanecer eternamente "en el jardín", sea en plena persecución, sea en la paz, lo mismo en la vida que en la muerte.

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO I EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962 .Pág. 352 ss.


3.

En el evangelio de hoy, Jesús salva a una mujer adúltera de los que la acusaban y querían su muerte... El relato de Daniel nos presenta una situación semejante.

-La historia de Susana.

Fue víctima de dos hombres viejos y perversos. Acusada de adúltera, no ha podido defenderse. Está pues condenada a muerte según la ley de Moisés.

Te ruego, Señor, por todos aquellos que HOY todavía ven afectada su reputación por calumnias o por maledicencias.

Ayúdame, Señor, a conocerme, a vigilar mi conducta para que no caiga en acusaciones, críticas o juicios maliciosos... ni siquiera sin quererlo, por descuido...

-Entonces Susana gritó con voz fuerte: Dios eterno, Tú penetras los secretos, mira que voy a morir inocente.

Recurrir a Dios, en el peligro.

¿Tengo yo también ese reflejo? En vez de dejarme abrumar por mis preocupaciones, debo aceptarlas a manos llenas, ofrecerlas transformándolas en oración.

«Tú que penetras los secretos...» Señor, Tú sabes mis preocupaciones.

¿Me detengo lo suficiente a evocarlas concretamente?

¿Trato de imaginar de qué modo las conoce Dios y cuál es su manera de considerar esas cosas? ¿Tu punto de vista es exactamente igual al mío?

Creo que Dios ve más allá y desde más alto. ¡Que tenga yo tu perspectiva, Señor! He de tratar de considerar mi vida desde el punto de vista de la eternidad, de la redención, de Dios.

-El Señor escuchó su oración.

Dios suscitó una santa inspiración a un jovencito...

Admiro cómo exhortas, Señor, a los que en Ti ponen su confianza. Dios no actúa directamente, sino por un intermediario.

Discretamente, como quien no hace nada, sin que la cosa parezca milagrosa, ¡no!

Parecerá la feliz inspiración de un jovencito. Pero, eres Tú, Señor, el que estaba en su corazón y le diste esa idea. Esta es siempre tu manera de obrar... escondido detrás de las personas. Del mismo modo, también a menudo, me tomas como instrumento de tu acción en el mundo respecto de mis hermanos, de mi marido, de mis hijos, de mis colegas o amigos...

Ayúdame a ser dócil a esos discretos impulsos e inspiraciones.

-La asamblea entera bendijo al Dios que salva a los que confían en El

Lo creo, Señor. Creo que Tú salvas a todos los que esperan en Ti. Lo que pasa es que no puede verificarse humanamente, aquí abajo. Por una pobre y desgraciada Susana que aquel día encontró la felicidad solucionando con éxito su problema... ¡cuántas otras continúan debatiéndose en asuntos difíciles y sin salida aparente! Aumenta, Señor, mi fe y mi esperanza.

Tú mismo nos has prometido la salvación y la felicidad.

Cuento con ellas.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983 .Pág. 150 s.


4.

Daniel, en el episodio de Susana, justificó a una inocente.

Ahora, en este relato evangélico, Jesús, el enviado de Dios, justifica y libera a una pecadora. Este es el estilo de Dios, esta es la actitud de Dios hacia los hombres. Esta es, en definitiva la salvación y la novedad de Jesús: Él no ha venido a sacar cuentas, sino, simplemente, a dar vida a todo el que la necesite.

MISA DOMINICAL 1990/7-25


2ª LECTURA A y B:

1.

1. Las dos lecturas de hoy presentan un paralelismo: se trata de un juicio contra dos personas, dos mujeres, una inocente y otra pecadora, Susana y la adúltera. Ambas escenas tienen mucho en común y nos ayudan a preparar la celebración de la próxima Pascua, con el juicio misericordioso de Dios sobre nuestro pecado.

La historia del libro de Daniel -que no hace falta que se considere exactamente histórica para captar su intención religiosa- nos presenta a una mujer inocente, que es acusada por dos ancianos viciosos. Dios suscita al joven Daniel (su nombre significa «el Señor, mi juez») para impedir que se lleve a cabo la injusta sentencia.

El único que juzga recto, porque juzga según el corazón y no según las apariencias, es Dios. «Y aquel día se salvó una vida inocente».

2. Luego vino Jesús, el nuevo Daniel, que no sólo defiende al que es justo, sino va más allá: es el instrumento de la misericordia de Dios incluso para los pecadores.

Esta vez la mujer a la que acusaban era culpable. Pero Jesús -lo ha dicho repetidas veces- ha venido precisamente a perdonar, a salvar a los enfermos más que a los sanos.

La escena que algunos biblistas afirman que es más afin al estilo de Lucas que al de Juan- está vivamente narrada: los acusadores, la gente curiosa, la mujer avergonzada, y Cristo que escribe en el suelo y resuelve con elegancia la situación. No sabemos lo que escribió, pero sí lo que les dijo a los acusadores y el diálogo que tuvo con la mujer, delicado y respetuoso. Y su sentencia, de perdón y de ánimo.

Todo el episodio está encuadrado en el creciente antagonismo de los judíos contra Jesús: le traen a la mujer «para comprometerle y poder acusarlo». Si la condena, pierde popularidad. Si la absuelve, va contra la ley.

2 bis. Juan 8,12-20

Cuando el día de ayer -el domingo quinto- pertenece al ciclo C (o sea, los años múltiplos del 3: 1998, 2001, 2004...), el evangelio de la mujer pecadora se ha proclamado ya en domingo. Por tanto, esos años el lunes se lee el pasaje siguiente de este mismo capítulo: Cristo como Luz.

La metáfora de la luz se entiende fácilmente: es lo contrario de la oscuridad y de la ceguera, y en sentido simbólico, lo contrario del odio y de la mentira.

En la serie de afirmaciones de Jesús -el repetido «yo soy» del evangelio de Juan- oímos el «yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en tinieblas», que repetirá también después de la curación del ciego de nacimiento. Sus enemigos no le aceptan, con la excusa de que es él quien da testimonio de sí mismo. Pero no pueden detenerle: «todavía no había llegado su hora».

3. Recojamos varias lecciones de las lecturas.

Ante todo, el ejemplo de Susana: su valentía al resistir al mal, esta vez de carácter sexual, como tantas veces en el mundo de hoy, aunque en nuestra vida puede ser también, como repetidamente en la Biblia, la tentación de las varias idolatrías a las que nos invita este mundo. La fidelidad a los caminos del bien puede costarnos, pero es el único modo de seguir siendo buenos discípulos de Jesús, que es fiel a su misión, hasta la muerte.

También será bueno que pensemos cómo tratamos a los demás en nuestros juicios: ¿les juzgamos precipitadamente? ¿damos ocasión a las personas para que se puedan defender si se les acusa de algo? ¿nos dejamos llevar de las apariencias? Si antes de juzgar a nadie nos juzgáramos a nosotros mismos («el que esté libre de pecado tire la primera piedra») seguramente seríamos un poco más benévolos en nuestros juicios internos y en nuestras actitudes exteriores para con los demás. ¿Sabemos tener para con los que han fallado la misma delicadeza de trato de Jesús para con la mujer pecadora, o estamos retratados más bien en los intransigentes judíos que arrojaron a la mujer a los pies de Jesús para condenarla?

La figura central es Jesús y el juicio de Dios sobre nuestro pecado. Si en la primera escena es el joven Daniel quien desenmascara a los falsos acusadores, en el evangelio es Jesús el que va camino de la muerte para asumir sobre sí mismo el juicio y la condena que la humanidad merecía. El nuevo Daniel se deja juzgar y condenar él, en un juicio totalmente injusto, para salvar a la humanidad. Por eso puede perdonar ya anticipadamente a la mujer pecadora.

(Cuando se ha leído el evangelio alternativo). Jesús es también para nosotros la Luz verdadera. Quién más quién menos, todos andamos en penumbras, si no en oscuridad. Porque nos falta el amor, o porque no somos fieles a la verdad, o porque hay demasiadas trampas en nuestra vida. En esta próxima Pascua Jesús nos quiere curar de toda ceguera, nos quiere iluminar profundamente. El Cirio que se encenderá en la Vigilia Pascual y los cirios personales con los que participaremos de su luz, quieren ser símbolo de una luz más profunda que Cristo nos comunica a todos).

Ese Jesús que camina hacia su Pascua -muerte y resurrección- es el que nos invita también a nosotros a seguirle, para que participemos de su victoria contra el mal y el pecado, y nos acojamos a la sentencia de misericordia que él nos ha conseguido con su muerte.

Antes de comulgar cada vez se nos presenta a Cristo como «el que quita el pecado del mundo». Con su cruz y su resurrección nos ha liberado de todo pecado. Jesús, el perdonador. Es el que se nos da en cada Eucaristía, como se nos dio de una vez para siempre en la cruz.

«Tu amor nos enriquece sin medida con toda bendición» (oración)

«Dios salva a los que esperan en él» (la lectura)

«Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo» (salmo)

«Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 94-97


2.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Misericordia, Dios mío, que me hostigan, me atacan y me acosan todo el día» (Sal 55,2)

Colecta (del Sermón 61 de San León Magno): «Señor, Dios nuestro, cuyo amor nos enriquece sin medida con toda bendición: haz que, abandonando nuestra vida caduca, fruto del pecado, nos preparemos como hombres nuevos, a tomar parte en la gloria de tu Reino».

Comunión: «Mujer, ¿ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno. Anda y, en adelante, no peques» (Jn 8,10-11). O bien: «Yo soy la luz del mundo –dice el Señor–. El que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).

Postcomunión: «Te pedimos, Señor, que estos sacramentos que nos fortalecen, sean siempre para nosotros fuente de perdón y, siguiendo las huellas de Cristo, nos lleven a Ti, que eres nuestra vida».

Daniel 13,1-9.15-17. 19-30.33-62: Tengo que morir siendo inocente.  La lectura es del conocido episodio de Susana, liberada por el joven Daniel, que descubre la trama de los verdaderos culpables. Es una prefiguración de la salvación por el acto redentor de Cristo. El Antiguo Testamento era el Testamento de la justicia: el pecado, al menos ciertos pecados, habían de ser expiados por la muerte del pecador.

El Nuevo Testamento, por el contrario, es el Testamento de la gracia. En él no se mata al pecador, sino que se le salva por la penitencia. Se le da fuerza para resistir a las pasiones y al pecado y para elevarse hasta la vida de las virtudes y de la santidad. San Jerónimo anima al pecador:

«No dudéis del perdón, pues, por grande que sean vuestras culpas, la magnitud de la misericordia divina perdonará, sin duda, al enormidad de vuestros muchos pecados» (Coment. al profeta Joel 3,5).

Y el beato Isaac de Stella:

«La Iglesia nada puede perdonar sin Cristo y Cristo nada quiere perdonar sin la Iglesia. La Iglesia solamente puede perdonar al que se arrepiente, es decir, a aquél a quien Cristo ha tocado ya con su gracia. Y Cristo no quiere perdonar ninguna clase de pecado a quien desprecia a la Iglesia» (Sermón 11).

–Dios permite las pruebas del justo, hasta tal extremo que a veces parece que se ha olvidado de él. Es necesario esperar en Dios contra toda esperanza, como Abrahán. El auxilio divino llega siempre en el momento preciso, como en el caso de Susana y en tantos otros. Con el Salmo 22 proclamamos: «El Señor es mi Pastor: nada me puede faltar... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú, Dios mío, vas conmigo... Tu bondad, Señor y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin términos».

–Si el Evangelio es Juan 8,1-11, véase el Domingo anterior Ciclo C. Si es Juan 8,12-20: Yo soy la luz del mundo. En El Antiguo Testamento ya se veía al Mesías como luz del mundo, puesto que  viene a revelar la Verdad de Dios. El tema de la luz es amplísimo en la Escritura. La primera palabra de Dios en el Génesis es: «Hágase la luz» y al final del Apocalipsis se canta a Cristo como «Estrella luciente de la mañana». Dios es Luz indeficiente. Y la segunda Persona de la Santísima Trinidad, es «Luz de Luz», según decimos en el Credo. Clemente de Alejandría, a fines del siglo II, invoca a Cristo como Luz del mundo, con estas palabras:

«¡Salve, Luz! Desde el cielo brilló una Luz sobre nosotros, que estábamos sumidos en la oscuridad y encerrados en la sombra de la muerte; Luz más pura que el sol, más dulce que la vida de aquí abajo. Esa Luz es la vida eterna, y todo el que de ella participa, vive, deja el puesto al día del Señor. El universo se ha convertido en luz indefectible y el Occidente se ha transformado en Oriente. Esto es lo que quiere decir la nueva creación; porque el Sol de justicia que atraviesa en la carroza el universo entero, imitando a su Padre, que hace salir el sol sobre todos los hombres (Mt 5,45) y derrama el rocío de la Verdad» (Protréptico 11,88,114).


 

2ª LECTURA A:

1.

Dejarse amar por Dios, tal como uno es, es decir pecador .

-Los escribas y los fariseos trajeron a Jesús a una mujer sorprendida en flagrante delito de adulterio.

De mañana, Jesús está sentado en el patio del Templo, rodeado de mucha gente allí reunida. Jesús habla y enseña.

Más allá se forma un tumulto. Unos hombres traen arrastrando a una mujer. La muchedumbre se aparta y forma un círculo: "ha engañado a su marido... merece la muerte, según la Ley de Moisés..." Escucho los comentarios malévolos de la multitud.

¡Cuál no ha de ser su vergüenza, así desenmascarada, sorprendida en flagrante delito!

-Jesús, indignándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra.

Esta es tu actitud ante nuestros pecados. Con delicadeza, no levantas tu mirada hacia ella, porque sabes su vergüenza...

Bajas los ojos al suelo.

Tú, Señor, eres el único que no la juzgas. Te compadeces de ella. Dentro de un instante, tomarás posición contra toda la opinión pública... y contra la Ley oficial. Ciertamente, es necesaria la Ley: unas reglas generales de la vida en sociedad.

Pero Tú, en este caso, miras el corazón de esta mujer.

-Como ellos insistieran en preguntarle, se incorporó y les dijo: "El que de vosotros esté sin pecado... arrójele la piedra el primero .

Son ellos los que insisten. Querían que Tú la condenaras.

No, Tú los remites a su propia conciencia. Mirad pues dentro de vosotros. Cuando me siento tentado de juzgar duramente, es también conveniente que busque en mí, para ver si yo mismo estoy "sin pecado". ¿Hay quizás en mí pecados equivalentes o peores... o por lo menos, raíces de esas mismas tendencias que condeno en los demás? Mis propias debilidades deberían hacerme indulgente para con las debilidades de los demás.

-Jesús quedó solo con la mujer. Se incorporó y le dijo: "Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?" Dijo ella "Nadie, Señor".

Jesús dijo: "Ni yo te condeno tampoco...".

Este es un diálogo todo belleza y todo delicadeza. Lo vuelvo a escuchar como si me encontrase en él. Imagino tus gestos sucesivos. Tus ojos se dirigen por fin a ella, ahora que estáis solos. La tranquilizas sugiriéndole esta frase: "nadie te ha condenado..." a la que hay que contestar "nadie"... Eres Tú quien le sugieres su primera frase. Quieres levantarla a sus propios ojos, en su honor.

En el límite, son los otros los que se han condenado públicamente al confesar sus propios pecados, con su fuga. "Ni yo... te condeno tampoco". Los favoreces para no aplastar a esa pobre mujer. Habría que haber dicho: "Yo solo no te condeno". Tú solo Jesús, eres enteramente puro, totalmente santo y sin pecado. Tú solo conoces verdaderamente lo que es el "pecado"... no porque tengas de él experiencia, sino porque lo has tomado sobre ti, y has pagado por él, en nuestro lugar. Has adquirido muy caro el derecho para decir "Yo no te condeno" pues has derramado tu sangre por su adulterio...

Tú eres el-que-carga-sobre-sí-los-pecados-del- mundo.

Me quedo un buen rato contemplando este misterio.

-Vete, y no peques más

Dejo que esta palabra resuene en mí. Tú me la repites en el día de hoy.

Es así como acoges a los pecadores, a mí el primero. Eres bueno, Señor. ¿Me dejaré, por fin, amar por ti, tal como soy? para llegar a ser, con el tiempo, poco a poco, lo que Tú quieres que yo sea.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984 .Pág. 154 s.)


2.

 Autor: P. Cipriano Sánchez

Dn 13, 41-62
Jn 8, 1-11

El camino de conversión, que es la Cuaresma, tiene como todo camino, un inicio; y como todo camino, tiene también un final. La Cuaresma se enfrenta en esta semana con su última semana. El Domingo de Ramos, que es cuando celebramos la entrada de Jesús en Jerusalén, estaremos celebrando también el momento en el cual termina la Cuaresma para dar inicio a la Semana Santa. En ese momento podríamos simplemente quedarnos con la idea de haber dicho: una Cuaresma más que pasó por nuestra vida, cuarenta días más. O preguntarnos: ¿Cómo aproveché este camino? ¿Realmente le saqué fruto a toda esta Cuaresma, o la Cuaresma se me fue, como se me van tantas otras cosas?

La liturgia de hoy, en el salmo responsorial, nos habla de un sentimiento que tendría que estar presente en nuestro corazón: “Nada temo, Señor, porque Tú estás conmigo”. Todos sabemos que la Cuaresma es un llamamiento muy serio a la conversión, es una llamada muy exigente a transformar la vida; no la podemos dejar igual después de la Cuaresma. Nosotros podríamos asustarnos al ver el programa de conversión que se nos propone y al darnos cuenta de lo que significa convertir la propia personalidad, convertir los propios sentimientos, convertir la propia inteligencia, convertir la propia voluntad, cambiar totalmente la propia existencia.

Esta conversión se nos podría hacer un camino tan impracticable, una cumbre tan elevada, que en el corazón puede llegar a aparecer el miedo. Un miedo que nos hace incapaces de poder transformar nuestra vida, un miedo que, incluso, nos puede hacer rebeldes contra las mismas necesidades de transformación, y entonces quedarnos, a la hora de la hora, con el miedo, con la rebeldía y sin la transformación.

¡Qué serio es esto!, porque puede ser que nuestra vida se nos esté yendo como agua entre los dedos y no terminar de afianzar la transformación que nosotros necesitamos llevar a cabo en nuestra alma, y no terminar de consolidar en nuestra alma la exigencia de una auténtica transformación cristiana.

¡Cuántas Cuaresmas hemos vivido! ¡Cuántos llamados a la conversión! Cuántas veces hemos escuchado el “arrepiéntete” y, sin embargo, ¿dónde estamos en este camino? Creo que el Evangelio de hoy podría ser para todos nosotros algo muy significativo, porque Jesucristo nos habla de cómo todos tenemos esa presencia, de una forma o de otra, del alejamiento de Dios: el pecado en nuestro corazón.

El episodio de la mujer adúltera es un episodio en el cual Jesucristo se encuentra no tanto con la realidad del pecado, cuanto con la visión que el hombre tiene del propio pecado. Por una parte están los acusadores, los hombres que dicen: “Esta mujer es adúltera y por lo tanto debe ser condenada a muerte por lapidación”. Por otra parte está la mujer que, evidentemente, también está en pecado.

Qué fuerte es el hecho de que Jesús se atreva a cuestionar la legitimidad que tienen todos esos hombres de castigar a esa mujer, cuando ellos mismos están en pecado. Sin embargo, todos ellos iban a convertirse en jueces y en ejecutores de una ley, pensando que actuaban con plena justicia, como si el pecado no estuviese en ellos. Y Jesús desenmascara, con la habilidad y sencillez que a Él le caracteriza, la capacidad que tenemos los hombres en nuestro interior de torcer las cosas para creernos justos cuando no lo somos, cuando ni siquiera hemos rozado la capacidad de conversión que tenemos. De creernos limpios cuando, a lo mejor, ni siquiera hemos tocado un poco el misterio de nuestra auténtica conversión interior.

Este relato del Evangelio nos habla de un Jesús que nos llama, que nos invita a atrevernos a sumergirnos en la realidad de nuestra conversión: “El que esté sin pecado que tire la primera piedra”. No dice que la mujer ha hecho bien, simplemente les pregunta si se han dado cuenta de cuál es la justicia, la santidad que hay en cada una de sus almas: primero dense cuenta de esto y luego pónganse a pensar si pueden tirarle piedras a alguien que está en pecado. “Antes de ver la paja del ojo ajeno, quita la viga que hay en el tuyo”.

La conversión supone la valentía de profundizar dentro de la propia alma. La conversión supone la valentía de entrar al propio corazón, como Jesús entra dentro del alma de estos hombres para que se den cuenta que todos tienen pecado, que ninguno de ellos puede llegar a tirar ni siquiera una piedra. Pero, muchas veces, lo que nos acaba pasando cuando rozamos el misterio de la conversión de nuestra alma, cuando tocamos el misterio de que tenemos que transformar comportamientos, afectos, actitudes, criterios, pensamientos, juicios, es que nos da miedo y nos echamos para atrás y preferimos no tenerlo delante de los ojos.

¿Quién se atrevería a bajar hasta lo más profundo del propio corazón si no es acompañado de Dios nuestro Señor? ¿Quién se atrevería a tocar lo tremendo de las propias infidelidades, de los propios egoísmos, de todo lo que uno es en su vida, si no es acompañado por Dios? La pregunta más importante sería: ¿Ya has sido capaz de bajar, acompañado de Dios nuestro Señor, a lo profundo de tu corazón? ¿Ya has sido capaz de tocar el fondo de tu vida para verdaderamente poder convertirte?

¡Cuántos esfuerzos de conversión hemos hecho a lo largo de nuestra vida! Cuántas veces hemos intentado transformarnos, y no lo hemos logrado, porque nunca hemos bajado hasta el fondo de nuestra alma, porque nunca nos hemos atrevido a tomar a Jesús de la mano y permitirle que nos cure. Como el médico que, para poder curar nuestra enfermedad, tiene que llegar a la raíz de la misma, no puede conformarse simplemente con aplicar una cura superficial.

Ojalá que si en esta Cuaresma no hemos todavía transformado muchas cosas y seguimos teniendo egoísmos, perezas, flojeras, miedos y tantas otras cosas, por lo menos hayamos conseguido la gracia, el don de Dios, de permitirle bajar con nosotros hasta el fondo de nuestro corazón, para que desde ahí, Él empiece a sanarnos, Él empiece a transformarnos, Él empiece a cambiarnos. “Aunque atraviese por cañadas oscuras nada temo, Señor, porque Tú estás conmigo”.

¡Cuántas veces lo más oscuro de nuestras vidas es nuestro corazón! No oscuro porque esté muy manchado, sino oscuro porque ha sido poco iluminado; porque preferimos dejar las cosas como están para no tener que cambiar algunas actitudes. Hemos de entrar y tocar con sinceridad el fondo de nuestro corazón para que Cristo nos quite los miedos que nos impiden llegar hasta el fondo, para así poder transformar verdadera y cristianamente toda nuestra vida.

Que ésta sea la gracia principal que hayamos adquirido en esta Cuaresma en la que el Señor, una vez más, nos ha llamado a la conversión y, sobre todo, nos ha llamado a tenerle en lo profundo de nosotros mismos.


3.

De cara a las promesas que se hacen en esta cuaresma, preparación para la fiesta de la Pascua, los depositarios son verdaderamente inquietantes, sobre todo para lo más refinado y clásico de nuestro medio. Las primeras son ellas, las mujeres (con todo lo que ello implica de novedoso, aún hoy, sin decirnos mentiras), infieles y adúlteras, marginadas y puestas al paredón por nuestro purismo y recato.

Se las pretende juzgar con la norma, con la Ley santa de Moisés, que da un castigo "justo" a una falta de tal tamaño: el apedreamiento. Pero Jesús se sale por otro lado, El tiene otra propuesta, otra alternativa. A la muerte que se va a dar, -contrapone la vida; a la Ley de Moisés que le citan,- escribe otra, "se inclinó y se puso a escribir en el suelo": a la altura de donde viene la ley, Jesús contrapone el suelo ante el que se inclina para escribir.

A Juan, que es un escritor muy preocupado por la semiótica (los símbolos), no se le puede dejar pasar este dato: Los que acusan son los Maestros de la Ley y los Fariseos, contrapuestos a Jesús; El Maestro es el que no acusa.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


4. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Por fin el conflicto estalló. No podía ser de otra manera. No soportaban tanta luz aquellas tinieblas (escribas y fariseos). El creyente hoy pronuncia agradecido, estremecido, la palabra de Dios, la palabra del enviado de Dios Padre, Jesucristo, porque en medio de aquel conflicto destaca que hay alguien que quita el pecado del mundo, que no excusa el pecado sino que perdona al pecador, que no tira piedras contra nadie, sino que acoge en su seno a todos.

Todo este lenguaje puede parecernos obsoleto al comienzo del siglo XXI. No obstante -lo dice Jesús- existe el pecado -trasgresión moral- y no sólo el delito -trasgresión legal-. Existe en el mundo el pecador; aquel que en su vida libremente se inclina hacia el mal y quiebra su ser y el ser de la comunidad. Existen los que matan, los que roban a un anciano, los que no son fieles en su matrimonio, el que hace daño a los humanos y les rompe la vida. El mal ha enfangado, deformado y maltratado la imagen de Dios en el hombre y, por lo tanto, ha herido a su Creador. Hay enfermos psíquicos, pero también hay enfermos morales.

¿Qué hacer? La sociedad a estos hombres que hacen daño a los demás los recluye en confinamientos especiales para que no sigan maltratando a los demás. Son dolorosamente necesarios estos aislamientos, pero son a toda vista insuficientes. Allí los hombres no se restauran, no rehacen su vida, no se les cambia el corazón. La mujer pecadora, al lado de Jesús, cambia el corazón, se rehabilita su vida, se reintegra en la comunidad. La mujer recobra su dignidad y su futuro y, perdonada, puede reanudar con confianza su vivir.

Si nos miramos por dentro, también hoy nosotros necesitamos a alguien que quite el pecado del mundo, que quite nuestro pecado.

Vuestro amigo.

Patricio García (cmfcscolmenar@ctv.es)


5. CLARETIANOS 2003

Todo este tiempo está marcado, demasiado marcado, por la guerra de Iraq. Lo de “demasiado” tiene que ver con la polarización mediática en esta guerra, cuando sabemos que siguen abiertas otras guerras, igualmente inhumanas, en diversas partes del mundo: Colombia, Costa de Marfil, Afganistán, Congo, etc. Lo que empezó siendo un ataque ilegal se está convirtiendo en una masacre. No es extraño que experimentemos la tentación de la rabia, del desánimo y de la impotencia. Dejemos que la Palabra no abra horizontes de esperanza.

Exceptuando los relatos de la pasión que leemos en Semana Santa, creo que la “historia de Susana la auténtica”, como la denominamos el año pasado, es el texto más largo de la liturgia de la palabra. ¿Por qué la Iglesia nos propone esta interminable y un poco picante leyenda popular incluida en el libro de Daniel? Es una manera de acentuar el mensaje contenido en el nombre del profeta. Daniel significa, en efecto, “Dios hace justicia”. Y hoy, en un mundo injusto, estamos necesitados de esta “justicia divina”, que tiene poco que ver con aquella “justicia infinita” con la que se bautizó inicialmente en el otoño de 2001 la operación bélica de Estados Unidos contra Afganistán..

En los últimos meses ha habido una campaña mundial para salvar a Anil Minwal, la mujer nigeriana condenada por adulterio. Son gestos en los cuales se pone de relieve una especie de “internacional de la justicia”, propiciada por las posibilidades que brinda internet. Pero, más allá de este caso, ¿cuántas veces hemos deseado que Dios desenmascare las mentiras que cubren en ocasiones a las personas socialmente honorables? ¿Cuántas veces hemos sentido verdadera indignación ante las injusticias que quedan impunes porque nadie se atreve a denunciarlas? La leyenda de Susana es como un símbolo de muchas historias actuales de explotación económica, de abuso sexual, de acoso psicológico, de negación de la libertad de expresión.

¿Cómo actúa Dios? En el salmo 22/23 y en el evangelio encuentro un atisbo de respuesta. Jesús dice: El que me sigue no camina en tinieblas. Y el salmista canta: Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque tú vas conmigo. La justicia de Dios es luz en la oscuridad de nuestros caminos. No es un ajuste de cuentas sino una linterna que nos ayuda a ver. Pone la verdad al descubierto para que todos, los que producen las injusticias y los que las padecen, podamos ver con claridad y, de esta manera, emprendamos el camino que conduce a la vida. Porque, al final, se trata de esto: de que todos encuentren el camino de la vida, no simplemente de sufrir una pena por el mal cometido.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


6. 2002

La sabiduría y la bondad divinas se manifiestan en Jesucristo. A Él le traen a una adúltera, digna de la lapidación según las normas de la ley de Moisés. Pero Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Acercándonos ya a la celebración de la Pascua, la Escritura nos propone esta escena de misericordia y de perdón divinos, frente a la intransigencia hipócrita de nuestros juicios. Tal vez los inquisidores de la historia olvidaron leer, o no oyeron nunca este pasa­je. En lo profundo de nuestro cora­zón acecha un inquisidor, dispuesto a condenar al otro, a pedir sobre él el castigo divino, olvidándose del perdón de Jesús, y de los propios pecados, quizá mucho mas graves...

En esta semana que la liturgia llama "de pasión' por ser una sentida y profunda reflexión sobre la entrega de Jesús al dolor y a la muerte para alcanzar el perdón y la vida, estamos llamados a convertirnos de nuestros pecados, a perdonar a quien nos ha ofen­dido y a pedir perdón humildemente por nuestras propias fallos, para merecer participar en la victoria de Cristo sobre el mal y la muerte. Vayamos preparando la Semana Santa, la «semana mayor», ya inminente.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


7. DOMINICOS 2003

CONFESARÉ MI PECADO

En la liturgia de este día se da especial importancia a la lectura de dos textos clásicos: uno sobre la tentación de lujuria que afecta a todos los hombres y mujeres, sin respetar edades ni morir en la ancianidad;  otro sobre la hipocresía de quienes, enarbolando la bandera de la ley, norma o tradición, condenan a otros u otras mientras ocultan sus mismas vergüenzas.

El primer caso, de lujuria,

está representado en la escena de pasión desatada que protagonizan unos ancianos cegados por la belleza de Susana, según el relato del libro de Daniel.

El segundo, por la denuncia de unos letrados y fariseos sin piedad que condenan a cierta  mujer como adúltera, según nos lo relata el Evangelio de Juan.

En el contexto, son las palabras de un niño juez (Daniel) y de un salvador (Jesús)  quienes ponen las cosas en su punto:

El primero, avergonzando a viejos verdes y salvando la justicia e inocencia.

El segundo, condenando a denunciadores hipócritas y acogiendo a la pecadora con entrañas de misericordia.

Lamentando la actitud de unos, y aplaudiendo la acción de Jesús y Daniel, oremos.

 

ORACIÓN:

Señor, tú nos has dicho que amemos y no odiemos,

que seamos justos y no triacionemos,

que seamos sinceros y no hipócritas,

que confesemos nuestras debilidades y no finjamos ser justos;

acompáñamos en la revisión de nuestra vida y haznos fieles imitadores de Jesús amor, verdad, justicia, prudencia, misericordia. Amén.

           

PALABRA LIMPIA, DE NIÑO Y ÁNGEL

Libro de Daniel  13, 1-9 y ss : 

“En Babilonia vivía un hombre llamado Joaquín, casado con Susana.., mujer bellísima y religiosa... Y vivían también dos ancianos que fueron designados jueces para aquel año...

Todos los días a mediodía Susana solía salir a pasear por el parque... y los dos viejos, que la veían, se enamoraron de ella...

Cierto día ambos pidieron a Susana que se acostara con ellos...  y Susana lanzó un grito... y la servidumbre acudió corriendo... Y los ancianos contaron “su historia”... El dia siguiente... los dos jueces la sometieron a juicio, dispuestos a hacerla matar... Para ello contaron -según les convenía- todo lo sucedido... y la asamblea condenó a muerte a Susana...

Pero un chiquillo, llamado Daniel, gritó: soy inocente de esta sangre ... Y descubrió la maldad de los dos ancianos, y la asamblea los condenó a muerte...”

El realismo de los hechos presentados habla por sí mismo: somos pasionales; en cualquier momento sucumbimos a la tentación; con facilidad urdimos una trama para ocultar la verdad y salvar nuestra imagen social. Hasta en árbitros de la justicia se dan graves errores morales. Pero -por fortuna-  la voz de la conciencia no suele apagarse, grita dentro de nosotros como voz de niño o de ángel.

 

Evangelio según san Juan 8, 1-11 :

“Un día los letrados y fariseos trajeron a Jesús una  mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú ¿qué dices?

Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.

Como insistían, se incorporó y les dijo: el que esté sin pecado que tire la primera piedra..., y siguió escribiendo...

Ellos se fueron escabullendo uno a uno, comenzando por los más viejos...

Entonces Jesús, se incorporó y le preguntó: Mujer ¿dónde están los acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?  Ninguno, Señor. Pues tampoco yo te condeno. Anda, y no peques más”

Sin duda en este relato están recogidos algunos hechos, y el redactor los ha ordenado en forma pedagógica muy elocuente. De ese modo, en su respectivo lugar y papel aparecen en escena denunciantes oficiales malintencionados, leyes inhumanas para/contra la mujer, deseos de tentar a Jesús y de ponerlo entre las cuerdas,  sentimientos humanísimos de Jesús, descalificación de los denunciantes por hipócretas, humillación de la pecadora maltratada, palabras de perdón en Jesús, y su invitación a no volver a pecar. El cuadro es perfecto para hacernos reflexionar.

 

MOMENTO DE REFLEXIÓN

1. Temibles locuras de pasiones frenéticas

Para la pasión desbocada no hay límite de edad ni de ardor ni de campo de desenfreno.

Brota en cualquier jardín y en cualquier estación, aunque habitualmente suela estar atemperada por las circunstancias de edad, educación, disciplina, respeto a los demás.

Disimular que en situaciones de ceguera a todos hace prisioneros alguna pasión, o tratar de engañar y disimilar, es necedad. El espíritu animal anida en nosotros.

Lo que se impone es una vigilancia continua y prudente, sin permisiones indebidas ni escrúpulos u obsesiones que deterioran la personalidad.

La escena bíblica hoy referida tiene mayor intensidad y fuerza, porque los implicados en el desenfreno son venerables ancianos y personas constituidas en dignidad social y legal.

Quien no respeta al otro, mal ama;

quien a sí mismo se concede todo con liviandad es indigno socialmente;

quien mata al hermano, es fratricida.

 

2. ¡Ay de los acusadores hipócritas!

 Ante Jesús no caben falacias. Él es la verdad y conoce nuestra verdad.

Dios es todo luz y en su luz lo contempla todo.

Nosotros en cambio somos todos pecadores; y por eso mismo nadie debe condenar a otros con conciencia de que él es santo, justo, cumplidor del deber y de la ley.

 

Quien denuncie,

ha de hacerlo con amor y dolor;

quien corrije, ha de hacerlo con pudor, y ha de procurar que se vaya borrando en sí mismo toda especie de injusticia o maldad.

Sólo quien actúe desde la verdad-justicia-amor, será bendecido por Dios.

 

Vivamos la vida con pasión,

pero no vivamos a merced de las pasiones.

Egoísmos, lujuria, opresión, hambre de poder, todo eso mata.

Haya sólo hambre de Dios, sin medida, y respeto a los demás.


8.

Comentario: Pbro. Pablo Arce Gargollo (México DF)

«Tampoco yo te condeno»

Hoy vemos a Jesús «escribir con el dedo en la tierra» (Jn 8,6), como si estuviera a la vez ocupado y divertido en algo más importante que el escuchar a quienes acusan a la mujer que le presentan porque «ha sido sorprendida en flagrante adulterio» (Jn 8,3).

Es de llamar la atención la serenidad e incluso el buen humor que vemos en Jesucristo, aún en los momentos que para otros son de gran tensión. Una enseñanza práctica para cada uno, en estos días nuestros que llevan velocidad de vértigo y ponen los nervios de punta en un buen número de ocasiones.

La sigilosa y graciosa huída de los acusadores, nos recuerda que quien juzga es sólo Dios y que todos nosotros somos pecadores. En nuestra vida diaria, con ocasión del trabajo, en las relaciones familiares o de amistad, hacemos juicios de valor. Más de alguna vez, nuestros juicios son erróneos y quitan la buena fama de los demás. Se trata de una verdadera falta de justicia que nos obliga a reparar, tarea no siempre fácil. Al contemplar a Jesús en medio de esa “jauría” de acusadores, entendemos muy bien lo que señaló santo Tomás de Aquino: «La justicia y la misericordia están tan unidas que la una sostiene a la otra. La justicia sin misericordia es crueldad; y la misericordia sin justicia es ruina, destrucción».

Hemos de llenarnos de alegría al saber, con certeza, que Dios nos perdona todo, absolutamente todo, en el sacramento de la confesión. En estos días de Cuaresma tenemos la oportunidad magnífica de acudir a quien es rico en misericordia en el sacramento de la reconciliación.

Y, además, para el día de hoy, un propósito concreto: al ver a los demás, diré en el interior de mi corazón las mismas palabras de Jesús: «Tampoco yo te condeno» (Jn 8,11).


9.

I. Mujer, ¿ninguno te ha condenado? –Ninguno, Señor.- Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más (Juan 8, 10-11) Podemos imaginar la enorme alegría de aquella mujer pecadora, sus deseos de comenzar de nuevo, su profundo amor a Cristo después de recibir Su perdón. En el alma de esta mujer, manchada por el pecado y por su pública vergüenza, se ha realizado un cambio tan profundo, que sólo podemos entreverlo a la luz de la fe. Cada día, en todos los rincones del mundo, Jesús a través de sus ministros los sacerdotes, sigue diciendo: “Yo te absuelvo de tus pecados...” Es el mismo Cristo que perdona. San Agustín afirma que el prodigio que obran estas palabras supera a la misma creación del mundo (Comentario sobre el Evangelio de San Lucas). En nuestra oración de hoy podemos mostrar nuestra gratitud al Señor por el don tan grande del sacramento de la Confesión.

II. Por la absolución, el hombre se une a Cristo redentor, que quiso cargar con nuestros pecados. Por esta unión, el pecador participa de nuevo de esa fuente de gracia que mana sin cesar del costado abierto de Jesús. En el momento de la absolución intensificaremos el dolor de nuestros pecados, renovaremos el propósito de enmienda, y escucharemos con atención las palabras del sacerdote que nos conceden el perdón de Dios. Después de cada confesión debemos dar gracias a Dios por la misericordia que ha tenido con nosotros y concretaremos cómo poner en práctica los consejos recibidos. Una manifestación de nuestra gratitud es procurar que nuestros amigos acudan a esa fuente de gracias, acercarlos a Cristo, ¡Difícilmente encontraremos una obra de caridad mayor!

III. Nuestros pecados, aun después de ser perdonados, merecen una pena temporal que se ha de satisfacer en esta vida o en el purgatorio. Debemos poner mucho amor en el cumplimiento de la penitencia que el sacerdote nos impone antes de impartir la absolución. Si consideramos la desproporción de nuestros pecados con la satisfacción, aumentaremos nuestro espíritu de penitencia en este tiempo de Cuaresma, en el que la Iglesia nos invita de una manera particular. Al terminar nuestra oración, invocamos a Santa María, Refugio de los pecadores, con ánimo y decisión de unirnos a su dolor, en reparación por nuestros pecados y por los de los hombres de todos los tiempos.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


10.

Reflexión

Si ya san Lucas en el pasaje del “Hijo prodigo” nos mostraba en una parábola el amor de Dios, en este pasaje de Juan, Jesús mismo lo encarna y nos recuerda que “Dios no quiere la muerte del pecador sino que se arrepienta y tenga vida”. Pensamiento totalmente contrario no solo a la cultura “legalista” del tiempo de Jesús, sino que incluso se extiende hasta nuestros días. Es fácil apuntar con el dedo a la mujer que ha sido engañada y seducida; al muchacho que en su ignorancia ha cometido un error; al empleado que presa de sus desesperación ha obrado inadecuadamente… En un pasaje Jesús decía: “Si su misericordia no es más grande que la de los fariseos no entrarán en el Reino”. Dios nos ama y nos perdona, nos invita a enmendar nuestra falta; pero también nos invita a perdonar de corazón y en lugar de ser piedra de tropiezo para los demás, a ser un instrumento de su amor y misericordia… a levantar a los que se hayan caídos. No pensemos que somos mejores que los demás, o que estamos inmunes al pecado, pues la debilidad nos rodea y en una fracción de segundo podríamos estar en una situación más grave de aquella que con tanto desprecio señalamos un día.

Que el Señor sea luz y lámpara para tu camino.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


11.

“Nada temo, Señor, porque Tú estás conmigo”

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez


Dn 13, 41-62
Jn 8, 1-11

El camino de conversión, que es la Cuaresma, tiene como todo camino, un inicio; y como todo camino, tiene también un final. La Cuaresma se enfrenta en esta semana con su última semana. El Domingo de Ramos, que es cuando celebramos la entrada de Jesús en Jerusalén, estaremos celebrando también el momento en el cual termina la Cuaresma para dar inicio a la Semana Santa. En ese momento podríamos simplemente quedarnos con la idea de haber dicho: una Cuaresma más que pasó por nuestra vida, cuarenta días más. O preguntarnos: ¿Cómo aproveché este camino? ¿Realmente le saqué fruto a toda esta Cuaresma, o la Cuaresma se me fue, como se me van tantas otras cosas?

La liturgia de hoy, en el salmo responsorial, nos habla de un sentimiento que tendría que estar presente en nuestro corazón: “Nada temo, Señor, porque Tú estás conmigo”. Todos sabemos que la Cuaresma es un llamamiento muy serio a la conversión, es una llamada muy exigente a transformar la vida; no la podemos dejar igual después de la Cuaresma. Nosotros podríamos asustarnos al ver el programa de conversión que se nos propone y al darnos cuenta de lo que significa convertir la propia personalidad, convertir los propios sentimientos, convertir la propia inteligencia, convertir la propia voluntad, cambiar totalmente la propia existencia.

Esta conversión se nos podría hacer un camino tan impracticable, una cumbre tan elevada, que en el corazón puede llegar a aparecer el miedo. Un miedo que nos hace incapaces de poder transformar nuestra vida, un miedo que, incluso, nos puede hacer rebeldes contra las mismas necesidades de transformación, y entonces quedarnos, a la hora de la hora, con el miedo, con la rebeldía y sin la transformación.

¡Qué serio es esto!, porque puede ser que nuestra vida se nos esté yendo como agua entre los dedos y no terminar de afianzar la transformación que nosotros necesitamos llevar a cabo en nuestra alma, y no terminar de consolidar en nuestra alma la exigencia de una auténtica transformación cristiana.

¡Cuántas Cuaresmas hemos vivido! ¡Cuántos llamados a la conversión! Cuántas veces hemos escuchado el “arrepiéntete” y, sin embargo, ¿dónde estamos en este camino? Creo que el Evangelio de hoy podría ser para todos nosotros algo muy significativo, porque Jesucristo nos habla de cómo todos tenemos esa presencia, de una forma o de otra, del alejamiento de Dios: el pecado en nuestro corazón.

El episodio de la mujer adúltera es un episodio en el cual Jesucristo se encuentra no tanto con la realidad del pecado, cuanto con la visión que el hombre tiene del propio pecado. Por una parte están los acusadores, los hombres que dicen: “Esta mujer es adúltera y por lo tanto debe ser condenada a muerte por lapidación”. Por otra parte está la mujer que, evidentemente, también está en pecado.

Qué fuerte es el hecho de que Jesús se atreva a cuestionar la legitimidad que tienen todos esos hombres de castigar a esa mujer, cuando ellos mismos están en pecado. Sin embargo, todos ellos iban a convertirse en jueces y en ejecutores de una ley, pensando que actuaban con plena justicia, como si el pecado no estuviese en ellos. Y Jesús desenmascara, con la habilidad y sencillez que a Él le caracteriza, la capacidad que tenemos los hombres en nuestro interior de torcer las cosas para creernos justos cuando no lo somos, cuando ni siquiera hemos rozado la capacidad de conversión que tenemos. De creernos limpios cuando, a lo mejor, ni siquiera hemos tocado un poco el misterio de nuestra auténtica conversión interior.

Este relato del Evangelio nos habla de un Jesús que nos llama, que nos invita a atrevernos a sumergirnos en la realidad de nuestra conversión: “El que esté sin pecado que tire la primera piedra”. No dice que la mujer ha hecho bien, simplemente les pregunta si se han dado cuenta de cuál es la justicia, la santidad que hay en cada una de sus almas: primero dense cuenta de esto y luego pónganse a pensar si pueden tirarle piedras a alguien que está en pecado. “Antes de ver la paja del ojo ajeno, quita la viga que hay en el tuyo”.

La conversión supone la valentía de profundizar dentro de la propia alma. La conversión supone la valentía de entrar al propio corazón, como Jesús entra dentro del alma de estos hombres para que se den cuenta que todos tienen pecado, que ninguno de ellos puede llegar a tirar ni siquiera una piedra. Pero, muchas veces, lo que nos acaba pasando cuando rozamos el misterio de la conversión de nuestra alma, cuando tocamos el misterio de que tenemos que transformar comportamientos, afectos, actitudes, criterios, pensamientos, juicios, es que nos da miedo y nos echamos para atrás y preferimos no tenerlo delante de los ojos.

¿Quién se atrevería a bajar hasta lo más profundo del propio corazón si no es acompañado de Dios nuestro Señor? ¿Quién se atrevería a tocar lo tremendo de las propias infidelidades, de los propios egoísmos, de todo lo que uno es en su vida, si no es acompañado por Dios? La pregunta más importante sería: ¿Ya has sido capaz de bajar, acompañado de Dios nuestro Señor, a lo profundo de tu corazón? ¿Ya has sido capaz de tocar el fondo de tu vida para verdaderamente poder convertirte?

¡Cuántos esfuerzos de conversión hemos hecho a lo largo de nuestra vida! Cuántas veces hemos intentado transformarnos, y no lo hemos logrado, porque nunca hemos bajado hasta el fondo de nuestra alma, porque nunca nos hemos atrevido a tomar a Jesús de la mano y permitirle que nos cure. Como el médico que, para poder curar nuestra enfermedad, tiene que llegar a la raíz de la misma, no puede conformarse simplemente con aplicar una cura superficial.

Ojalá que si en esta Cuaresma no hemos todavía transformado muchas cosas y seguimos teniendo egoísmos, perezas, flojeras, miedos y tantas otras cosas, por lo menos hayamos conseguido la gracia, el don de Dios, de permitirle bajar con nosotros hasta el fondo de nuestro corazón, para que desde ahí, Él empiece a sanarnos, Él empiece a transformarnos, Él empiece a cambiarnos. “Aunque atraviese por cañadas oscuras nada temo, Señor, porque Tú estás conmigo”.

¡Cuántas veces lo más oscuro de nuestras vidas es nuestro corazón! No oscuro porque esté muy manchado, sino oscuro porque ha sido poco iluminado; porque preferimos dejar las cosas como están para no tener que cambiar algunas actitudes. Hemos de entrar y tocar con sinceridad el fondo de nuestro corazón para que Cristo nos quite los miedos que nos impiden llegar hasta el fondo, para así poder transformar verdadera y cristianamente toda nuestra vida.

Que ésta sea la gracia principal que hayamos adquirido en esta Cuaresma en la que el Señor, una vez más, nos ha llamado a la conversión y, sobre todo, nos ha llamado a tenerle en lo profundo de nosotros mismos.


12. ARCHIMADRID 2004

CUANDO LAS MAYORÍAS DECIDEN

Más de uno podría esbozar una sonrisa ante el relato de la casta Susana que nos refiere el profeta Daniel en la lectura de hoy. Aunque, por otra parte, también somos testigos de otro tipo de abusos (como los recientemente acaecidos en África), en donde el adulterio (sobre todo si la acusada es una mujer) se castiga con la lapidación. Ya sé que el contenido propio del texto que examinamos apela a la justicia y a la verdad, pero tan cierto como esto es la manera con que, en la actualidad, hablar de la castidad o de la continencia resulta, no sólo algo absurdo, sino trasnochado y fuera de cualquier análisis social.

La pregunta que podríamos formularnos es acerca de la verdad que hay, ciertamente, en la “conciencia” de las mayorías; eso sí, habría que pensar, entonces, que consideramos a tales “mayorías” como un ente en sí mismo; aunque yo me inclino, más bien, a pensar que se trata de un conjunto constituido por personas individuales y, además, con nombres y apellidos. ¿A dónde queremos ir a parar, entonces? Estamos acostumbrados a observar en los grandes grupos mediáticos (prensa, radio o televisión), toda una serie de encuestas que aseguran la tendencia de dichas “mayorías” y, por consiguiente, el comportamiento que han de seguir los demás (aunque estos últimos no nos consideremos mayoría). Todos estos supuestos estudios parecen cada vez influir más en la gente; y digo lo de “parecen”, porque cuando uno habla a personas en particular, esas estadísticas parecen decir todo lo contrario de lo que se piensa en realidad.

Respecto al ámbito sexual, por ejemplo, cada vez son más (eso percibimos en los medios de comunicación), los que aseguran que se avecinan tiempos de progreso y tolerancia (me refiero al caso concreto de España). La familia ya no se circunscribirá en el futuro a lo conocido como tradicional: “chico conoce a chica, se casan, y deciden tener hijos”, sino que, ahora, el supuesto puede ser del siguiente tinte: “chico/a conoce a chico/a, se casan por lo civil, y deciden, o bien buscar una madre biológica, o esperar a que el avance en la medicina pueda generar el clon que más les convenga”.

Si el anterior ejemplo es fruto de la voluntad de las mayorías, entonces, creo que somos testigos de la mayor estafa de la historia de la humanidad. Y es que el gran error (o engaño) de la mayoría de nuestros dirigentes contemporáneos, es pensar que son ellos los que han descubierto lo que la humanidad necesita y ambiciona. Lo fatal, sin embargo, a pesar de cuánto se apela al respeto a la naturaleza y al medio ambiente, es que con ese tipo de actitudes mencionadas más arriba, no se hace otra cosa sino violar lo más sagrado de la creación: todo tiene un orden y una finalidad. Y esto no es algo que constriña o reprima el comportamiento humano, sino que, todo lo contrario, le ayuda a mostrar con más autenticidad su humanidad.

Después de que los dos ancianos que intentaron seducir a Susana, tal y como aparece en el relato de Daniel, son juzgados y condenados, la asamblea en pleno que había asistido al juicio responde bendiciendo a Dios, porque el Altísimo es el que realmente salva a los que esperan en él. Pues bien, he aquí la enseñanza del cometario de hoy: nunca perder la esperanza. Efectivamente, hemos de poner los medios adecuados a nuestra condición de creyentes (participación en la vida pública, educación familiar, presencia en los medios de comunicación…); pero, una vez realizado ese esfuerzo, si no se obtienen los frutos deseados, con la inmediatez que desearíamos, no por ello hemos de caer en el pesimismo o en un cierto espíritu derrotista. Dios puede mucho más que todo eso, y si ponemos nuestra confianza en Él, tarde o temprano, llegará el día en que su gloria se haga patente en el mundo… aunque tú y yo no lo veamos aquí.

Lo importante, por tanto, no es que te desprecien las “mayorías”, sino que, igual que en el Antiguo Testamento, hoy día también existe un “resto” de Israel, que sigue siendo fiel a las promesas de Dios.


13. La mujer adúltera

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Laureano López

Reflexión

"Te pido, Señor, que no me midas con la vara de tu justicia sino que sea medido con la de tu misericordia infinita".

¡Qué distintos son los pensamientos de Dios y los de nosotros, los hombres! El pasaje evangélico que nos presenta a Jesús, a la mujer adúltera y a los fariseos nos ayuda a contemplar el rostro amoroso y misericordioso de Cristo. A los escribas y fariseos, que eran considerados los grandes sabios, maestros y doctores de la ley, no les gusta ver que la gente siga y escuche a otro Maestro. Jesús va cumpliendo su obra de predicación y la gente lo escucha, porque saben que enseña con autoridad y, sobre todo, con su ejemplo. Los escribas y fariseos, con el corazón lleno de hipocresía, presentan a Jesús la mujer adúltera. Se acercan al Maestro, no porque busquen realmente saber cómo piensa o cuál es su doctrina sino para tentarlo. ¿Aplicará la ley? ¿Será justo? ¿Será compasivo? Para cualquier respuesta, humanamente esperada, tenían motivos para acusarle. Pero olvidaban que la Persona que estaba enfrente de ellos no sólo era verdadero Hombre sino verdadero Dios.

Todos nosotros somos conscientes de nuestra debilidad y de la facilidad con la que caemos en le pecado sin la gracia de Dios. Cristo nos hace ver que sólo Él puede juzgar los corazones de los hombres. Por ello, los que querían apedrear a la adúltera se van retirando, uno a uno, con la certeza de que todos mereceríamos el mismo castigo si Dios fuera únicamente justicia. La respuesta que da a los fariseos nos enseña que Dios aborrece el pecado pero ama hasta el extremo al pecador. Así es como Dios se revela infinitamente justo y misericordioso. Al final del evangelio vemos que Cristo perdona los pecados de esta mujer y a la vez le exhorta a una conversión de vida. Para esto ha venido el Hijo de Dios al mundo, para redimirnos de nuestros pecados con su pasión y muerte.

El periodo de cuaresma nos ofrece constantes oportunidades para aplicar las enseñanzas de Cristo. Los padres, en algunas ocasiones, deberán corregir a sus hijos. En esos momentos sepamos corregir lo que está mal y al mismo tiempo dejar la puerta abierta al amor, al perdón, a la reconciliación. Cuando tenemos que hacer ver un error a alguien, podemos buscar cómo hacerlo de la mejor forma para que no se mezclan mis buenas intenciones con algunas pasiones desordenadas.

Recordemos el ejemplo vivo de tantos sacerdotes que, cuando nos acercarmos al sacramento de la reconciliación, saben ver la desgracia del pecado, pero al mismo tiempo acogen con amor al pecador así como Cristo lo hizo con la mujer adúltera.


14.

Hoy contemplamos en el Evangelio el rostro misericordioso de Jesús.

Dios es Amor, y Amor que perdona, Amor que se compadece de nuestras flaquezas, Amor que salva.

Los maestros de la Ley de Moisés y los fariseos «le llevan una mujer sorprendida en adulterio» (Jn 8,4) y piden al Señor: «¿Tú qué dices?».....y el Maestro aprovecha esta ocasión para manifestar que Él ha venido a buscar a los pecadores, a enderezar a los caídos, a llamarlos a la conversión y a la penitencia.

Y éste es el mensaje de la Cuaresma para nosotros, ya que todos somos pecadores y todos necesitamos de la gracia salvadora de Dios.

Se dice que hoy día se ha perdido el sentido del pecado. Muchos no saben lo que está bien o mal, ni por qué. Es lo mismo que decir —en forma positiva— que se ha perdido el sentido del Amor a Dios: del Amor que Dios nos tiene, y —por nuestra parte— la correspondencia que este Amor pide. Quien ama no ofende. Quien se sabe amado y perdonado, vuelve amor por Amor: «Preguntaron al Amigo cuál era la fuente del amor. Respondió que aquella donde el Amado nos ha lavado nuestras culpas» (Ramon Llull).

Por esto, el sentido de la conversión y de la penitencia propias de la Cuaresma es ponernos cara a cara ante Dios, mirar a los ojos del Señor en la Cruz, acudir a manifestarle personalmente nuestros pecados en el sacramento de la Penitencia. Y como a la mujer del Evangelio, Jesús nos dirá: «Tampoco yo te condeno... En adelante no peques más» (Jn 8,11).

Dios perdona, y esto conlleva por nuestra parte una exigencia, un compromiso: ¡No peques más!


 

2ª LECTURA B:

Libro de Daniel 13,1-9.15-17.19-30.33-62.

Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín. Se había casado con una mujer llamada Susana, hija de Jilquías, que era muy bella y temerosa de Dios; sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico, tenía un jardín contiguo a su casa, y los judíos solían acudir donde él, porque era el más prestigioso de todos. Aquel año habían sido nombrados jueces dos ancianos, escogidos entre el pueblo, de aquellos de quienes dijo el Señor: «La iniquidad salió en Babilonia de los ancianos y jueces que se hacían guías del pueblo.» Venían éstos a menudo a casa de Joaquín, y todos los que tenían algún litigio se dirigían a ellos. Cuando todo el mundo se había retirado ya, a mediodía, Susana entraba a pasear por el jardín de su marido. Los dos ancianos, que la veían entrar a pasear todos los días, empezaron a desearla. Perdieron la cabeza dejando de mirar hacia el cielo y olvidando sus justos juicios. Mientras estaban esperando la ocasión favorable, un día entró Susana en el jardín como los días precedentes, acompañada solamente de dos jóvenes doncellas, y como hacía calor quiso bañarse en el jardín. No había allí nadie, excepto los dos ancianos que, escondidos, estaban al acecho. Dijo ella a las doncellas: «Traedme aceite y perfume, y cerrad las puertas del jardín, para que pueda bañarme.» En cuanto salieron las doncellas, los dos ancianos se levantaron, fueron corriendo donde ella, y le dijeron: «Las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve. Nosotros te deseamos; consiente, pues, y entrégate a nosotros. Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que estaba contigo un joven y que por eso habías despachado a tus doncellas.» Susana gimió: «¡Ay, qué aprieto me estrecha por todas partes! Si hago esto, es la muerte para mí; si no lo hago, no escaparé de vosotros. Pero es mejor para mí caer en vuestras manos sin haberlo hecho que pecar delante del Señor.» Y Susana se puso a gritar a grandes voces. Los dos ancianos gritaron también contra ella, y uno de ellos corrió a abrir las puertas del jardín. Al oír estos gritos en el jardín, los domésticos se precipitaron por la puerta lateral para ver qué ocurría, y cuando los ancianos contaron su historia, los criados se sintieron muy confundidos, porque jamás se había dicho una cosa semejante de Susana. A la mañana siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de Joaquín, su marido, llegaron allá los dos ancianos, llenos de pensamientos inicuos contra Susana para hacerla morir. Y dijeron en presencia del pueblo: «Mandad a buscar a Susana, hija de Jilquías, la mujer de Joaquín.» Mandaron a buscarla, y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de todos sus parientes. Todos los suyos lloraban, y también todos los que la veían. Los dos ancianos, levantándose en medio del pueblo, pusieron sus manos sobre su cabeza. Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía puesta su confianza en Dios. Los ancianos dijeron: «Mientras nosotros nos paseábamos solos por el jardín, entró ésta con dos doncellas. Cerró las puertas y luego despachó a las doncellas. Entonces se acercó a ella un joven que estaba escondido y se acostó con ella. Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver esta iniquidad, fuimos corriendo donde ellos. Los sorprendimos juntos, pero a él no pudimos atraparle porque era más fuerte que nosotros, y abriendo la puerta se escapó. Pero a ésta la agarramos y le preguntamos quién era aquel joven. No quiso revelárnoslo. De todo esto nosotros somos testigos.» La asamblea les creyó como ancianos y jueces del pueblo que eran. Y la condenaron a muerte. Entonces Susana gritó fuertemente: «Oh Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda, tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí.» El Señor escuchó su voz y, cuando era llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel, que se puso a gritar: «¡Yo estoy limpio de la sangre de esta mujer!» Todo el pueblo se volvió hacia él y dijo: «¿Qué significa eso que has dicho?» El, de pie en medio de ellos, respondió: «¿Tan necios sois, hijos de Israel, para condenar sin investigación y sin evidencia a una hija de Israel? ¡Volved al tribunal, porque es falso el testimonio que éstos han levantado contra ella!» Todo el pueblo se apresuró a volver allá, y los ancianos dijeron a Daniel: «Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, ya que Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad.» Daniel les dijo entonces: «Separadlos lejos el uno del otro, y yo les interrogaré.» Una vez separados, Daniel llamó a uno de ellos y le dijo: «Envejecido en la iniquidad, ahora han llegado al colmo los delitos de tu vida pasada, dictador de sentencias injustas, que condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, siendo así que el Señor dice: 'No matarás al inocente y al justo.' Conque, si la viste, dinos bajo qué árbol los viste juntos.» Respondió él: «Bajo una acacia.» «En verdad - dijo Daniel - contra tu propia cabeza has mentido, pues ya el ángel de Dios ha recibido de él la sentencia y viene a partirte por el medio.» Retirado éste, mandó traer al otro y le dijo: «¡Raza de Canaán, que no de Judá; la hermosura te ha descarriado y el deseo ha pervertido tu corazón! Así tratabais a las hijas de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban a vosotros. Pero una hija de Judá no ha podido soportar vuestra iniquidad. Ahora pues, dime: ¿Bajo qué árbol los sorprendiste juntos?» El respondió: «Bajo una encina.» En verdad, dijo Daniel, tú también has mentido contra tu propia cabeza: ya está el ángel del Señor esperando, espada en mano, para partirte por el medio, a fin de acabar con vosotros.» Entonces la asamblea entera clamó a grandes voces, bendiciendo a Dios que salva a los que esperan en él. Luego se levantaron contra los dos ancianos, a quienes, por su propia boca, había convencido Daniel de falso testimonio y, para cumplir la ley de Moisés, les aplicaron la misma pena que ellos habían querido infligir a su prójimo: les dieron muerte, y aquel día se salvó una sangre inocente.

Salmo 23,1-6.

Salmo de David. El señor es mi pastor, nada me puede faltar.
El me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas; me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre.
Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza.
Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo.

 

Si ayer domingo se leyó Jn 8, 1-11, hoy se lee el siguiente evangelio:


Evangelio según San Juan 8,12-20.


Jesús les dirigió una vez más la palabra, diciendo: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida". Los fariseos le dijeron: "Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no vale". Jesús les respondió: "Aunque yo doy testimonio de mí, mi testimonio vale porque sé de dónde vine y a dónde voy; pero ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy. Ustedes juzgan según la carne; yo no juzgo a nadie, y si lo hago, mi juicio vale porque no soy yo solo el que juzga, sino yo y el Padre que me envió. En la Ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo doy testimonio de mí mismo, y también el Padre que me envió da testimonio de mí". Ellos le preguntaron: "¿Dónde está tu Padre?". Jesús respondió: "Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre". El pronunció estas palabras en la sala del Tesoro, cuando enseñaba en el Templo. Y nadie lo detuvo, porque aún no había llegado su hora.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


1.

Primera lectura : Daniel 13, 1-9.15-17.19-30.33-62 Tu mentira te va a caer sobre la cabeza
Salmo responsorial : 22, 1-3a.3b-4.5.6 Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo
Evangelio : /Jn/08/12-20 Yo soy la luz del mundo

Para la mentalidad judía legalista debía ser extremadamente difícil encontrar en Jesús argumentos legales que justificaran su proceder. Para los funcionarios centrales del judaísmo, Jesús no pasaba de ser un campesino rebelde sin argumentos, o sólo con los argumentos que la gente decía de él y que ellos no terminaban de comprobar. Jesús no les respondía como ellos querían: con milagros que convencieran por su poder. El problema entre Jesús y la oficialidad judía estaba, pues, planteado en términos de poder.

Jesús no podía permitir que la legitimidad de su causa fuera puesta en estos términos. Su encarnación perdería su razón de ser, pues no entraría a redimir la conciencia humana de su egoísmo, sino a reforzar su tendencia a la competencia. El gran argumento de Jesús para probar su propuesta de cambio y su condenación de las estructuras tradicionales de poder, era el hecho de que sus obras transparentaban a Dios, su Padre. De esta manera, él colocaba su causa en términos de justicia y no en términos de milagros llamativos, innecesarios, que fomentaban poder. Jesús cambia la crítica de sus enemigos en propuesta de examen de justicia. Así pone al descubierto la falta de justicia de sus opositores. Cuando se tiene la justicia como norma, se puede tener la seguridad de que Dios está de esta parte.

Es difícil que la justicia logre impregnar todos nuestros actos y así pueda revelar al Dios de justicia que nos inhabita. Por lo tanto, nuestra tendencia a lo maravilloso, a lo extraordinario, a lo milagroso, debe ceder el puesto a lo interior, a lo transformante, a lo cuestionador, a la práctica cotidiana y escondida de la justicia. Quien obre bajo el parámetro de la justicia podrá decir, como Jesús, que son dos los que testimonian en su favor: las propias obras y el Dios escondido que se asoma en cada resquicio de justicia que ofrezcamos.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


 2. 2001

COMENTARIO 1

Esta declaración de Jesús alude a la ceremonia de la fiesta judía de las luces. La luz es la designación del Mesías, por su obra de libera­ción, felicidad y alegría; también de Jerusalén, la Ley y el templo.

La frase "Yo soy la luz del mundo" significa que Jesús es el Mesías y que toma el puesto de la Ley, siendo, al mismo tiempo, el resplandor de la vida (1,4) para toda la hu­manidad (Is 42,6s; 49,6.9).

En el capítulo 7 (vv.37-39), Jesús se presentaba como la fuente del agua / Espíritu; ahora se define como el guía que permite salir, como en un nuevo éxodo, de la opresión de la tiniebla / muerte, concretada en la ideología y explotación propuesta y ejercida por el templo. El que me sigue no cami­nará en la tiniebla, tendrá la luz de la vida; seguir a Jesús exige una decisión personal para orientar la vida (v. 12).

Los fariseos (v. 13), que lo consideran un impostor (7,47) y han que­rido detenerlo (7,32.45), quieren descalificar la afirmación de Jesús: "Tú haces de testigo en causa propia, tu testimonio no es válido". Siendo los defensores de la Ley, no pueden tolerar que Jesús se arrogue títulos que lo pongan por encima de ella. Pero Jesús les dice: "Aunque yo sea testigo en causa propia, mi testimo­nio es válido porque sé de dónde he venido y adónde me marcho, mientras vosotros no sabéis de dónde vengo ni dónde me marcho". Esta declaración de Jesús se basa en su experiencia personal ("sabe de dónde ha venido"), esto es, conoce su origen y su propósito de entrega. Ellos están to­talmente incapacitados para entenderlo, porque son ajenos al Espíritu de Dios (3,8).

Pero los que no perciben el Espíritu juzgan a Jesús según la mera reali­dad humana (v. 15). Partiendo de este concepto incompleto del hombre, el Mesías que esperan es el restaurador de la gloria de Israel y el realiza­dor de su victoria sobre los demás pueblos. La afirmación de Jesús no ha sido polémica ("yo no doy sentencia contra nadie") (vv. 16-17); no excluye a nadie de su invitación a seguirlo. Jesús no da sentencia, pero si la diese sería legítima (Dt 17,6; Nm 35,30) por estar apoyado por el Padre, que es testigo en su causa (cf 5,36s); ellos mismos son los que se excluyen y se dan su sentencia (3,19).

Los fariseos, como prueba de su escepticismo total, preguntan con ironía: "¿Dónde está tu Padre?"; no hay diálogo, sino hostilidad (v. 19). Jesús descubre el origen de ésta: quien no sabe quién es él, que ac­túa en favor de los oprimidos, no sabe quién es el Padre, que es Dios a favor del hombre. Los opresores en nombre de la Ley no reconocen a Dios como Padre.

"Estas palabras las dijo enseñando en el Tesoro, en el templo. Y nadie lo detuvo, porque aún no había llegado su hora". Esta es la última mención de la enseñanza de Jesús (20). Juan yuxtapone la men­ción del Tesoro a la discusión con los fariseos. El templo es un mer­cado (2,16); el Tesoro guarda los frutos de la explotación del pueblo (cf. Neh 10,33-40). El dios del templo ya no es el Padre, sino el dinero, que ha ocupado su puesto. Jesús dará su vida voluntariamente ("aún no había llegado su hora").



3. COMENTARIO 2

En el evangelio de hoy Jesús se revela como la luz del mundo, asegurando a quien le sigue la luz de la vida. Luz de Cristo, más seguimiento, igual luz de la vida. A manera de antítesis nos quedaría: oscuridad, más rechazo (de los judíos), igual muerte. En medio de esta contradicción de sombras y luces se desarrolla la historia de Israel. Egipto, con su modelo faraónico de opresión y esclavitud, será por siempre el símbolo de oscuridad.. Con Jesús se repite la historia. En medio de la oscuridad aparece la luz para iluminar el único camino que conduce al Padre. Los hombres y mujeres del mundo pueden elegir entre seguirla o rechazarla. Seguir la luz es optar por la vida. Rechazarla, es dejar que la muerte aproveche la oscuridad para mantener el modelo faraónico de opresión y esclavitud. Una mirada a nuestro mundo indica que la contradicción se mantiene. El proyecto faraónico a través del neoliberalismo, la violación de los derechos de los pueblos, la destrucción del medio ambiente... se sigue amparando en la oscuridad del egoísmo, opresión y explotación para matar la vida y esperanza de los pobres. Gracias a Dios existen comunidades cristianas que rescatando la luz de Cristo generan procesos proféticos, evangelizadores y organizativos, que luchan por la vida y la salvaguarda de la creación. Cada día es un tiempo propicio para elegir entre la luz y la oscuridad, entre Dios y el faraón. Sepamos elegir y seamos consecuentes con nuestra elección.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


4. Clemente de Alejandría (150-215) teólogo
Stromatas

“Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12)

Cuando tú, Señor Jesús, me conduces a la luz y encuentro a Dios, gracias a ti y, gracias a ti, recibo al Padre, soy coheredero contigo (Rm 8,17), ya que tú no te avergüenzas de tenerme como hermano. (Hb 2,11) Apartemos, pues, el olvido de la verdad, venzamos la ignorancia. Habiendo disipado las tinieblas que nos envuelven como una nube, contemplemos al Dios verdadero y proclamemos: “Bendita sea la luz verdadera.”

Porque la luz ha brillado sobre nosotros que estábamos hundidos en las tinieblas y en la sombra de la muerte. (Lc 1,79), luz más pura que el sol y más bella que la vida de este mundo. Esta luz es la vida eterna y todos aquellos que participan en la luz tienen vida eterna. La noche huye de la luz, se esconde por miedo y cede ante el día del Señor. La luz que no se puede apagar se ha extendido por todas partes, de Oriente a Occidente. Esto es lo que significa “la creación nueva”. En efecto, el sol de justicia (Mt 3,20) que ilumina toda cosa resplande ce sobre toda la humanidad, a ejemplo de su Padre que hace salir el sol sobre todos los seres humanos (Mt 5,45) y deja caer sobre ellos el rocío de la verdad.


5. 2004.  Servicio Bíblico Latinoamericano

Comentarios

Análisis

El texto de Jn 8,12-20 que se propone para no repetir el texto de la mujer adúltera que se ha leído ayer, parece un texto un tanto desordenado. Se empieza y termina con una referencia a “hablar” (8,12.20) pero no se nos dice quienes son los destinatarios de estas palabras. Por el contexto, estos parecen ser “los judíos”.

El texto nos presenta un breve discurso sobre la luz, y una discusión sobre un juicio y los testigos. Propiamente, estos temas aparecen con más detalle en otra parte del Cuarto Evangelio, por lo que se reafirma la idea de un texto “armado”.

Jesús se presenta como “la luz del mundo”, cosa de la que hablará en detalle en el relato del Ciego de nacimiento (cap. 9). Esta luz debe ser seguida para “caminar”, término de discipulado, en luz y no en tinieblas. Este dualismo luz-tinieblas es clásico de la mentalidad bíblica (Tob 5,10; Job 3,4; 12,22; 18,18; 29,3; 38,19; Sal 112,4; Qo 2,13; Is 42,16; 58,10; 59,9; Am 5,18.20; Mi 7,8), pero aunque aparecen como símbolo de dos modos de existencia cercanos al bien y al mal no los encontramos tan claramente definidos hasta la literatura apocalíptica (esto es particularmente claro en Qumrán donde encontramos un libro: Manual de la guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas: veamos unos ejemplos: “Listos están los espíritus de su partido (de las tinieblas) para hacer caer a los hijos de la luz. Pero el Dios de Israel, con su ángel de verdad, viene en auxilio de todos los hijos de la luz. Él creó los espíritus de la luz y los espíritus de las tinieblas; con esto se propone toda obra y toda acción” (1QS 3,25), o más claramente aún, así comienza el “Manual de la guerra”: “Para el Instructor : Regla de la Guerra. El primer ataque de los hijos de la luz será lanzado contra el lote de los hijos de las tinieblas, contra el ejército de Belial, contra la tropa de Edom y de Moab y de los hijos de Amón y la tropa de Filistea, y contra las tropas de los Kittim de Asur y quienes les ayudan de entre los impíos de la alianza (los malos judíos, los sacerdotes de Jerusalén). Los hijos de Leví, los hijos de Judá y los hijos de Benjamín, los exiliados del desierto (los de Qumrán), guerrearán contra ellos” (1QM 1,1-2).

La fiesta de los Tabernáculos, que recordaba el período del desierto (el agua de la roca, la columna de fuego) nos muestra a Jesús luz del mundo y agua viva. Como entonces el pan y el agua de vida (Jn 4,13-14; 6,35) aquí se hace referencia a una revelación que comunica la vida y que Jesús trae al mundo. Esa revelación que Jesús trae da a la humanidad el sentido de su existencia (hijos de la luz, diría la apocalíptica) y da el conocimiento del sentido de la vida.

La discusión sobre el testimonio parece contradecir otros párrafos: en 5,31 dice que “si fuera testigo en mi propia causa mi testimonio no valdría”, mientras aquí dice “mi testimonio vale”. No vale un testimonio propio, pero el caso de Jesús tiene validez porque está respaldado por el Padre (3,32; 8,16.18). Como los acusadores no juzgan con espíritu sino según la carne (nuevo dualismo, ver 3,6; 6,63) no reconocen al Padre.

La frase “no juzgo a nadie” puede haber motivado que se añadiera el texto de la adúltera a este párrafo. Quizá sea conveniente traducir por “no condeno a nadie” (en 3,17 y 12,47 “juzgar” aparece en contradicción a “salvar”, por lo que parece más cercano a “condena”), pero en otros textos Jesús sí tiene relación a un juicio (5,22; 9,39), parece que la idea es que Jesús provoca un juicio, o mejor, somos condenados o salvados según sea nuestra actitud frente a Jesús. Esta doble actitud se refleja en el texto ya que ha afirmado que “no juzgo a nadie” y también “si juzgo, mi juicio es verdadero”, todo por su relación estrecha con el Padre.

Durante la fiesta de los Tabernáculos, la procesión da vueltas con luces en torno al altar y se utiliza la fórmula “yo y él”, estableciendo una identidad entre Dios y su pueblo. No es improbable que Jesús esté aludiendo a esto cuando afirma que “yo y el que me ha enviado” están juntos (v.16).

El uso del término “la ley de ustedes” parece querer decir “la ley que también ustedes aceptan como autoridad”, aunque la utilización de este texto a fines del s.I puede tener resonancias de distancia con “lo judío”.

Es extraño que Jesús remita al testimonio del Padre y omita todos los testigos a los que aludió en el cap. 5; allí se nos había dicho que el Padre es testigo (v.32.37), Juan el Bautista (v.33), las obras (v.36), las Escrituras (v.39)... son testigos; ciertamente el Padre no es el único y Jesús sería innecesario en la necesidad de “dos testigos” para validar el juicio ya que hay otros. Este es un nuevo indicio de que estamos ante un texto confuso o desordenado. Lo llamativo en todo el Cuarto Evangelio es que Jesús parece estar sometido desde el primer capítulo a juicio constante ante los judíos. Podríamos decir que todo el evangelio de Juan es el juicio judío-religioso que falta en el relato de la Pasión (mientras que sí está el juicio político); por eso la insistencia en los testigos, o en otros elementos que parecen que Jesús está siendo continuamente juzgado (el juicio, los llamados de testigos, etc... en el caso del ciego de nacimiento -cap.9- son evidentes). Así, el evangelio todo sería un juicio a Jesús, pero un juicio que se revierte porque cada lector es juzgado según sea su actitud -creer o no- ante este Jesús que se revela como enviado del Padre. Como los judíos no comprenden, buscan saber dónde está el Padre, paras que comparezca (irónicamente en 7,27 afirmaban que sabían “de dónde es”). Jesús les afirma que ni lo conocen a él ni al Padre. La unión entre Jesús y el Padre empieza a ser causa de que decidan condenarlo, pero -como ocurrirá a lo largo de todo el resto del Evangelio- todavía no pueden hacerlo porque “la hora” no ha llegado.

Comentario

Llama la atención que en el Evangelio de Juan no haya un juicio “religioso” a Jesús. Esto es, el juicio de las autoridades judías antes de entregarlo a Pilato para el juicio político. Sin embargo, si prestamos atención a que en este Evangelio la palabra “judíos” casi siempre es sinónimo de “adversarios de Jesús”, y que desde la primera página parece que tanto Jesús como sus beneficiarios son sometidos a interrogatorios, se buscan testigos, y tenemos la sensación de estar ante un tribunal, podemos suponer que Juan elige presentar todo su Evangelio como un gran juicio a Jesús, un juicio en el que también sus “cómplices” son expulsados de la sinagoga y rechazados.

Sin embargo, este juicio se vuelve en contra de sus jueces, ya que rechazar a Jesús significa quedar fuera de la luz y de la vida. Jesús no juzga a nadie, pero todos quedamos juzgados según nuestra opción por él o sin él.

La cercanía entre Jesús y el Padre se revela tan profunda que la misma vida de Jesús es testimonio del Padre, como sus obras son obras del Padre. Y todos estamos llamados a reconocerlo, para así reconocer al Padre y caminar en la luz.

También nuestra vida, y nuestro testimonio da testimonio de nuestra fe. Así mostramos a todos aquello (¡Aquel!) En lo que creemos, pero no es algo que se verá por las palabras, sino por el testimonio que da la vida y revela el camino por el que andamos. El que siga a Jesús no camina en tinieblas sino que se revela como seguidor de la luz y será también él testigo de la luz para sus hermanos. Esa es la luz que podemos reconocer en nuestros mártires, testigos de Cristo que en la noche oscura de la injusticia y la muerte se revelan como reflejos de la única luz: Jesucristo.


6. DOMINICOS 2004

El Señor protege a sus fieles

La luz de la Palabra de Dios

1ª Lectura: Daniel 13,1-9

La asamblea la condenó a muerte.   Susana exclamó fuertemente: «Oh Dios eterno, que ves las cosas secretas y conoces todo antes que suceda. Tú sabes que éstos han dado testimonio falso contra mí; mira que voy a morir sin haber hecho nada de lo que la maldad de éstos ha tramado contra mí».

Y el Señor escuchó su voz.

Cuando la llevaban para matarla, Dios suscitó el santo espíritu de un muchacho llamado Daniel,  el cual se puso a gritar: «¡Yo soy inocente de la sangre de esa mujer!».

Todos los presentes se volvieron hacia él y le preguntaron:

«¿Qué quieres decir con estas palabras?».

Él, plantado en medio de todos, dijo:

«Israelitas, estáis locos. ¡Habéis condenado a una hija de Israel sin juzgarla y sin aclarar los hechos! ¡Volved al lugar del juicio, porque el testimonio que éstos han dado contra ella es falso!».

Entonces todo el pueblo volvió en seguida atrás. Los ancianos dijeron a Daniel: «Siéntate aquí en medio de nosotros y decláranos lo que piensas, ya que Dios te ha dado la madurez de la ancianidad». 

Daniel dijo:

«Separadlos lejos el uno del otro, y yo los examinaré». Una vez separados, tomó a uno y le dijo:

«Oh, envejecido en el mal, ahora has colmado la medida de los delitos cometidos en el pasado,  cuando dictabas sentencias injustas, condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, siendo así que el Señor ha dicho: No matarás al inocente y justo. Así pues, si es que viste realmente a ésta di: ¿Bajo qué árbol los viste juntos?».

Respondió: «Debajo de una acacia».

Daniel replicó: «Tu mentira recae sobre tu cabeza; un ángel de Dios ha recibido ya de él la orden de partirte por medio». 

Retiró a éste, mandó traer al otro y le dijo:

«Raza de Canaán, que no de Judá, la hermosura te ha seducido y la pasión ha trastornado tu corazón. Así hacíais vosotros con las hijas de Israel, y ellas accedían por miedo a vuestros deseos; pero una hija de Judá no ha soportado vuestra iniquidad. Di: ¿Bajo qué árbol los sorprendiste juntos?».

Él respondió: «Debajo de una encina». 

Daniel le dijo: «Tu mentira recae también sobre tu cabeza; ya está el ángel del Señor esperando, espada en mano, para partirte por medio y exterminaros».

Todos los presentes clamaron entonces a grandes voces y bendijeron al Señor, que salva a todos los que esperan en él. Se levantaron contra los dos viejos, a quienes, por su propia boca, había convencido Daniel de falso testimonio, e hicieron con ellos lo mismo que ellos habían maquinado pérfidamente contra el prójimo. Los condenaron a muerte, como prescribe la ley de Moisés, y así aquel día se salvó la sangre inocente. 

Evangelio: Juan 8,1-11

Jesús se fue al monte de los Olivos. Al amanecer estaba de nuevo en el templo. Todo el pueblo acudía a él; y él, sentado, les enseñaba. Los maestros de la ley y los fariseos le llevaron una mujer sorprendida en adulterio, la pusieron en medio y le dijeron:

«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. En la ley, Moisés mandó apedrear a estas mujeres. Tú ¿qué dices?».

Decían esto para probarlo y tener de qué acusarlo. Pero Jesús, agachándose, se puso a escribir con el dedo en el suelo.

Como insistían en la pregunta, se alzó y les dijo:

«El que de vosotros no tenga pecado que tire la primera piedra». 

Y, agachándose otra vez, continuó escribiendo en el suelo.

Al oír estas palabras, se fueron uno tras otro, comenzando por los más ancianos, y se quedó Jesús solo, con la mujer allí en medio. Entonces Jesús se alzó y le dijo:

«Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?».

Y ella contestó: «Ninguno, Señor».

Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y no peques más».

 

Reflexión para este día.

“Señor eterno, que ves lo escondido, que lo sabes todo. Tú sabes que han dado testimonio falso contra mi”.

            Ya estamos en la semana de Pasión, pórtico de la Semana Santa. Una oportunidad más para adentrarnos en el Misterio Pascual “con un corazón bien dispuesto”. ¿Lo hemos intentado durante las cuatro semanas de Cuaresma?. Cada uno tiene su respuesta autentica. Sugiero que esa respuesta esté en armonía con lo que Dios piensa y sabe de nosotros. La figura de Susana nos recuerda que “Dios conoce la verdad o falsedad del corazón”. Ella era veraz, sincera y fiel al querer de su Dios. Por eso, el Señor defendió su inocencia y condenó a los falsos creyentes, que aparentaban ser justos, pero su interioridad estaba corrompida por la hipocresía.

            En el Evangelio, Jesús se define como “luz del mundo”, como guía para nuestro caminar por la vida. Nos invita a invita a seguirle y caminar en esa claridad.

“Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.

            Una de las tareas más urgentes y comprometidas para el cristiano es su búsqueda y defensa de la verdad. Precisamente hoy y en una sociedad tan engañosa, falsificada, los cristianos estamos llamados a ser verdaderos y así  denunciar todo lo que se falso, perniciosa apariencia. Necesitamos valor y decisión para no dejarnos embaucar por el ídolo de  la imagen del bien parecer, sino vivir desde dentro el verdaderos y buenos. Desde esa verdad de ser auténticos seguidores suyos seremos valorados por el Señor,  y no como hacían los judíos, a quienes les dice: “vosotros juzgáis por lo exterior”.

            ¿Qué piensa Jesús ahora mismo de nosotros? ¿Cuál es su juicio de valor sobre quienes estamos en esta celebración?. Él siempre nos dice la verdad. Si aún no nos hemos arrepentido de nuestras equivocaciones, nos abre sus brazos para que abandonemos las “tinieblas del pecado” y vivamos a la luz de su verdad  y de su amor. Esa será la señal de que “tenemos dentro la luz y el calor de la vida”.


7. CLARETIANOS 2004

Queridas amigos y amigas:

Comenzamos la semana con un tema que duele. Al internauta más avispado quizá no se le haya pasado por alto que me he dirigido en primer lugar a “ellas”. La Palabra de hoy nos pone ante los ojos la tragedia de la situación de la mujer en una sociedad de hombres, donde la palabra femenina no importa. Resulta suficiente el testimonio de un par de viejos corrompidos para condenar definitivamente a quien no ha hecho otra cosa que ser fiel a sí misma, negándose a acoger en su vida un secreto degradante con el que, tal vez, hubiera podido conservar la existencia pero habría muerto por dentro.

Susana afronta el reto y prefiere apostar por la verdad. A gritos implora a su Dios: “Dios eterno, que ves lo escondido, tú sabes que han dado falso testimonio contra mí y ahora tengo que morir siendo inocente de lo que su maldad ha inventado...!” Los “buenos” que la rodean prefieren dar crédito a las voces que la han acusado pero Dios, que no descuida a los que ama, les sale al paso con sus propias armas. En aquella sociedad machista sólo una voz masculina podía hacerles entrar en razón. Daniel, un muchacho que aún no ha vivido el tiempo suficiente para asimilar otras enseñanzas que las de la transparencia de su propio corazón, puede prestar su voz a Dios para detener aquella locura: “¿Os habéis vuelto locos?” Ya sabéis lo que sigue: de un modo impensable para aquel siglo segundo antes de Cristo, la verdad se hace más fuerte que la Ley y se vuelve contra aquellos que han pretendido encasillarla tras los barrotes de “lo establecido”. Aquel día se salvó una vida inocente.

El tema de la fidelidad a la Luz que habita dentro, se repite de algún modo en el relato evangélico. Lo coetáneos de Jesús niegan a ultranza que pueda ser Hijo de Dios. Nuevamente al amparo de “lo de siempre” quitan toda validez a su testimonio sin la honradez de verificar si sus palabras pueden ser portadoras de una nueva luz que, ciertamente, los hubiera arrancado de posiciones consolidadas que mucho trabajo les había costado alcanzar. Pero Jesús lo sabe y no puede decir otra cosa aunque le cueste la vida.

También en este caso, Jesús “escapa” de la maldad de quienes le acosan.

La conclusión para nosotras y nosotros, ciudadanas/os del siglo XXI es sencilla y clara: la fidelidad a Dios es lo que importa. Y esa fidelidad no consiste en el cumplimiento de unas normas fijas e inamovibles que nos proporcionen la seguridad de estar incluidos en la “lista de los buenos”, sino que asume el riesgo de escuchar con un corazón limpio la voz de Dios y abrazarla aun cuando implique afrontar comentarios y desprecios por parte de quienes, como en el caso de los que condenan a Susana o niegan a Jesús su ser de Hijo de Dios, se han erigido en guardianes celosos de la Ley.

Felizmente, el salmo nos da la clave. Cuando llegue el momento difícil de una “opción impopular” nos vendrá muy bien recordar y rezar: “El Señor es mi Pastor, nada me falta”. Y, con esta certeza, abrazar la Verdad con todas sus consecuencias.

Vuestra hermana en la fe,
Olga Elisa Molina (olga@filiacio.e.telefonica.net)


8.

Comentario: Rev. D. Jordi Pascual i Bancells (Salt-Girona, España)

«Yo soy la luz del mundo»

Hoy, Jesús nos da una definición de Él mismo, que llena de sentido la vida de quienes, a pesar de nuestras deficiencias, le queremos seguir: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12). La persona de Jesús, sus enseñanzas, sus ejemplos de vida son luz que ilumina toda nuestra existencia, tanto en las horas buenas, como en las de sufrimiento o contradicción.

¿Qué quiere decir esto? Pues que en cualquier circunstancia en que nos encontremos, ya sea de trabajo, de relación con los otros, en nuestra relación ante Dios, ante las alegrías o las penas... podemos pensar: —¿Qué hizo Jesús en una situación semejante?; siempre podemos buscar en el Evangelio y responder: —¡Pues esto mismo haré yo! Precisamente, Juan Pablo II ha incorporado en el Santo Rosario —el “compendio del Evangelio”, como él mismo recuerda— los misterios de la vida pública de Jesús, y los ha denominado “misterios de la luz”. Así, dice el Papa: «Él es quien, declarado Hijo predilecto del Padre en el Bautismo del Jordán, anuncia la llegada del Reino, dando testimonio de él con sus obras y proclamando sus exigencias».

Jesús es luz; quien le siga «no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Como discípulos suyos, el Señor nos invita también a ser luz para el mundo; a llevar la luz de la esperanza en medio de las violencias, desconfianzas y miedos de nuestros hermanos; a llevar la luz de la fe en medio de las oscuridades, dudas e interrogantes; a llevar la luz del amor en medio de tanta mentira, rencor y apasionamiento como vemos a nuestro alrededor.

El Papa señala como telón de fondo de todos los misterios de luz, las palabras de María en las bodas de Caná: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5): éste es el camino para que Jesús sea luz del mundo y para que nosotros iluminemos con esta misma luz.


9.

I. Jesús, queda una semana para la Semana Santa, los días en los que rememoramos tu Pasión y tu Cruz. Y la Iglesia quiere recordarme hoy que Tú eres la luz; que, aunque dentro de unos días parezca que has fracasado y todo el mundo te abandone, sólo Tú puedes iluminar mi camino con una luz que es vida. Yo soy la luz del mundo.

La palabra de Dios es luz para el entendimiento, fuego para la voluntad, para que el hombre pueda conocer y amar a Dios; y para el hombre interior, el que vive por la gracia del Espíritu Santo, es pan yagua, pero un pan más dulce que la miel y el panal, un agua mejor que el vino y la leche; es para el alma un tesoro espiritual de méritos, y por esto es comparada al oro y a la piedra preciosa (S. Lorenzo de Brindisi, Sermón cuaresmal).

Jesús, Tú eres la luz de mi inteligencia. Si te sigo, entenderé muchas cosas que están ocultas a los que prefieren vivir en tinieblas: el sentido del dolor, de la muerte y de la vida; el valor de la renuncia, de la entrega y del amor verdadero; el por qué es mejor perdonar, pensar en los demás, o servir sin esperar nada a cambio. Esto no lo entienden los que no te siguen, los que no tienen la Cruz por señal, ni el nombre de cristianos.

Jesús, Tú eres el fuego que impulsa mi voluntad. Tú me das tu gracia para que acepte tus enseñanzas y para que pueda ponerlas por obra. En esa época, la luz se identificaba con el fuego: se necesitaba fuego para hacer luz. Y Tú has dicho: fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que arda? (Lc 12,49). Me has pasado el fuego a mí, y ahora soy yo el que he de arder para dar luz y calor a los demás.

II. Algunos pasan por la vida como por un túnel, y no se explican el esplendor y la seguridad y el calor del sol de la fe (Camino, 575).

Jesús, a veces me encuentro gente que no me entiende. Como a los judíos del Evangelio de hoy, también se les podría decir: Vosotros juzgáis según la carne. Y, claro, así no se explican el esplendor y la seguridad y el calor del sol de la fe. Además, todo el mundo opina de religión, pero luego resulta -como es lógico, porque uno dedica el tiempo a lo que cree que es más interesante- que no saben nada sobre la doctrina de la Iglesia. ¿Cómo opináis sobre mí -les podrías preguntar- si no sabéis de dónde vengo ni adónde voy?

Jesús, no puedo pretender que salgan de su túnel a base de razonamientos científicos, que -por definición- captan sólo lo que es material y, por tanto, lo que está dentro del túnel. No quieres que les demuestre tu existencia, sino que les muestre tu luz: que yo sea luz para los demás. Y seré luz con el ejemplo de mi vida: si me preocupo por los demás; si actúo con honradez; si tengo prestigio profesional; si no busco el provecho personal; si sé querer de verdad; si tengo una alegría contagiosa.

Si me conocierais a mí conoceríais también a mi Padre. Jesús, ayúdame a conocerte mejor cada día. Y para conocerte, he de mantener estos minutos de oración. Dame luces, dame tu luz, para entender lo que no entiendo, para querer más lo que ya quiero pero, a veces, sólo con la boca pequeña, porque cuesta. Dame el esplendor y la seguridad y el calor del sol de la fe.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: «Una Cita con Dios», Tomo I, EUNSA


10.

LECTURAS: DN 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62; SAL 22; JN 8, 12-20

Dn. 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62. Dios siempre sale en defensa de sus pobres y de aquellos que en Él confían. Por eso podemos decir junto con el Salmista: Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor. Quien lo invoque con fe jamás quedará defraudado. El Hijo de Dios, clavado en la cruz, puso su vida en manos del Padre Dios; y Él lo escuchó librándolo de sus enemigos, pues lo resucitó de entre los muertos, y ahora vive eternamente, con la gloria que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre. En el relato de Susana se nos da una figura de lo que será la Victoria definitiva de Jesucristo sobre el pecado y la muerte. Confiemos totalmente en Dios. Él jamás nos abandonará. Él hará que, disfrutando de la Victoria de Cristo, participemos también de su gloria eternamente. No temamos a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el espíritu. Que el Señor esté siempre en el centro de nuestra vida. Y sintámonos dichosos si por causa de Cristo nos persiguen y maldicen y dicen cualquier cosa falsa de nosotros; ese día saltemos de gozo, pues nuestros nombres están inscritos en el cielo.

Sal. 22. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? ¿quién podrá vencernos? El Señor, como Buen Pastor, vela por nosotros, ovejas de su rebaño. Él no permitirá que el enemigo nos destroce. El Señor guía nuestros pasos por el camino del bien. Él nos ha conducido a las aguas bautismales para que nos saciemos de su Vida y de su Espíritu. Él nos sienta a su mesa, la que ha preparado con su propio Cuerpo y con su Sangre. Él ha derramado en nosotros el Ungüento de su Espíritu, para que en adelante vayamos con el buen olor de Cristo, y le manifestemos al mundo entero el amor que Dios les tiene a sus hijos. Dios jamás nos desprecia; Él siempre nos ha amado y por su gran misericordia perdona nuestros pecados, y guía nuestros pasos por el camino del bien. Confiemos en el Señor aún en las más grandes pruebas, pues, aunque caminemos por cañadas oscuras, el Señor siempre estará con nosotros para que vayamos con seguridad hacia la posesión de los bienes definitivos. Que Él sea nuestra alegría, nuestra seguridad, nuestra defensa y nuestra paz definitiva.

Jn 8, 12-20. El que ha salvado de la muerte a la adúltera se nos presenta como la Luz que ilumina el camino de todo hombre que viene a este mundo. Seguir a Jesús significa encontrar el Camino que con seguridad nos conduce al Padre sin tropiezos. Él no vino a juzgarnos, sino a salvarnos. Él es el Testigo veraz de quién es Dios, pues Él ha bajado del cielo para dárnoslo a conocer. Y el Padre Dios da pruebas de su Hijo a través de las obras que el Hijo realiza. Y cuando se realice la gran obra de la Redención; y cuando el Padre resucite a su Hijo de entre los muertos estará dando el testimonio final de que Jesús en verdad es su Hijo y su Enviado para salvarnos. Ojalá y no desaprovechemos esta oportunidad que Dios nos da, pues ya no habrá otra. Sólo quien crea en Jesús y camine bajo la luz de sus enseñanzas tendrá la vida, y Vida eterna. Quien lo rechace habrá rechazado a Aquel que lo envió y habrá perdido la oportunidad de alcanzar la salvación eterna.

El Señor, Luz de todas las naciones, nos reúne para que participemos del Banquete de su amor. Él nos comunica su propio ser y nos envía, no para condenar, sino para salvar al mundo entero. Él no nos guarda rencor. Él nos ama y siempre está dispuesto a perdonarnos. En esto se ha manifestado el amor que Dios nos tiene: que siendo pecadores nos envió a su propio Hijo para librarnos del pecado y de la muerte. Dios quiere iluminar nuestra vida, sacándonos de las tinieblas del error, del pecado y de la muerte. Él nos hace entrar en comunión de vida con Él, no sólo para que nos sintamos tranquilos y a gusto participando de sus dones, sino para que vayamos al mundo y lo iluminemos con una vida de amor, de alegría, de comprensión, de bondad, de misericordia y de paz. Quien acude a la celebración Eucarística y vuelve al mundo, a su hogar, a su trabajo como un destructor, no puede decir que en verdad se ha encontrado con el Señor y ha entrado en comunión de Vida con Él, pues Él no vino a destruirnos ni a condenarnos, sino a dar su vida para salvarnos, y para que nosotros tengamos nueva Vida. Quien crea en Él debe seguir sus mismas huellas, y debe iluminar al mundo con la misma Luz que procede de Dios y que Él ha infundido en nuestros corazones.

La vida de Dios, que habita en nosotros, debe manifestarse a través de nuestras buenas obras. Mediante ellas Dios seguirá iluminando a todos los hombres. No podemos convertirnos en ocasión de pecado, de escándalo, de tropiezo para los demás. El Señor nos ha dicho que nosotros somos la luz del mundo. Y una luz no es para esconderla, sino para que alumbre a todos los de la casa. Quien después de participar de la Eucaristía, quien después de haber escuchado la Palabra de Dios continúa encadenado a la maldad y al pecado, o generando signos de muerte, no puede en verdad llamarse hijo de Dios. El Señor nos quiere fraternalmente unidos; viviendo sin envidias, sin perseguir a los inocentes. Quien en verdad ha unido su vida a Cristo debe saber perdonar como Él nos ha perdonado; debe comprender a los demás como el Señor lo ha hecho con nosotros. No juzguemos para que no seamos juzgados; no condenemos para que no seamos condenados; perdonemos para que seamos perdonados. Sólo amando en verdad a los demás podremos hacerles llegar la Luz de Cristo, que ilumina nuestra vida y nos guía con seguridad hacia la Patria eterna.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de dejarnos poseer por el Espíritu de Dios, para que, a través de una vida íntegra, podamos ser una Luz que, venida de Dios, ilumine el camino de los hombres, y les dé paz y seguridad en su peregrinar hacia la Patria eterna. Amén.

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