SÁBADO DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA

 

LECTURAS 

1ª: Os 6, 1-6 = DOMINGO 10A

2ª: Lc 18, 9-14 = DOMINGO 30C


 

1.

En el evangelio de hoy, Jesús nos pide que nos situemos «en verdad» delante de Dios: el fariseo orgulloso cree pasarse de listo al multiplicar los gestos exteriores... Si bien el profeta había ya dicho: «quiero amor, no sacrificio».

-Es el amor lo que quiero y no los sacrificios, el conocimiento de Dios, más que los holocaustos.

Dios tiene interés en repetírnoslo.

De ningún modo los ritos y las ceremonias nos harán ser agradables a Dios. Lo que Dios espera de nosotros es que le amemos. «Es amor lo que quiero». Un amor que transforme todos los actos de nuestras vidas, incluidos los ritos y las ceremonias, pero sobre todo nuestros actos ordinarios.

El profeta Oseas, como todos los profetas, como Jesús, opone el amor de Dios a los ritos celebrados sin amor.

Es verdad y hay que confesarlo ¡Cuántas veces salimos de misa sin haber encontrado a Dios! ¡Sin haberle conocido y amado más! ¡Cuántas misas, a las que llegamos tarde y no se tiene tiempo de situarse en presencia del invisible!

-Venid, volvamos al Señor.

Corramos al conocimiento del Señor.

El tema del «conocimiento» de Dios es muy corriente en el profeta Oseas.

No hay que oponer "amor" a «conocimiento»: no va uno sin el otro. Quien conoce a otro, será más capaz de amarle.

Quien ama a otro quiere conocerlo mejor.

Señor, danos ese deseo de conocerte más y más.

Nunca acabamos de descubrirte.

Estas meditaciones de tu Palabra, regulares, reiterativas son un medio, entre otros, de conocerte mejor.

Ayúdame a proseguir en ellas, no mecánicamente, sino con amor, con fidelidad. Sin formalismo. Con amor.

-Cierta como la aurora es su venida.

La regularidad de los ritmos de la naturaleza era, para los semitas, un asesoramiento de la regularidad de Dios. La certeza de la llegada de la aurora al final de la noche... es una imagen de la certeza de la «venida» de Dios.

Dios, una aurora. El día que viene.

-Su venida será para nosotros como el aguacero, como las lluvias tardías que riegan la tierra.

Evoco en mis recuerdos las imágenes aquí propuestas.

Una lluvia de primavera por la que reverdecen los prados y corren los riachuelos. Así Dios para nuestras vidas invernales y a menudo resecas... ¡es una promesa de vida!

-Vuestro amor es fugitivo como la bruma mañanera.

Como el rocío que se evapora al apuntar el día.

Dios espera nuestro amor; y a menudo le decepcionamos.

Hoy escucho su queja... trato de oírla y me la aplico: «Tu amor, el tuyo... (aquí pongo mi nombre) es fugitivo».

Ayúdame, Señor, a amarte, a corresponder a tu amor.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983
.Pág. 136 s.


2.

En el evangelio del fariseo y el publicano se oponen dos tipos de justicia: la del hombre que se cree salvado porque cumple una retahíla de prescripciones, y la del pecador que humildemente espera su salvación por iniciativa de Dios. Es éste, el pecador, quien encuentra el camino hacia Dios.

MISA DOMINICAL 1990/06


3.

Pero ¿qué es un fariseo y qué es un publicano? Reflexiono sobre el tipo de palabras, su evolución, su ironía... Un fariseo es el miembro de una secta religiosa rigurosa, un practicante fiel, íntegro, afiliado a una especie de escuela de oración de estricta observancia. Y, mira por dónde, a partir del Evangelio, la palabra designa al hipócrita: ¿habrá alguna relación? En cuanto al publicano, es el ladrón público, vendido al enemigo, enriquecido con el fraude, expoliador de los desamparados... Y hemos hecho un modelo de él. Jesús le pone en primer lugar. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué gigantesca inversión de la realidad es ésa que hace del Evangelio algo tan sorprendente e inesperado? Zaqueo, Magdalena, el buen ladrón, los publicanos...

Dos hombres subieron al templo a orar. Sin duda, es en la oración donde, al fin, el corazón queda al desnudo. Al orar, el fariseo se hace el centro, y Dios sólo está para reconocer su rectitud.

Por su parte, el publicano se da cuenta de su indignidad y mira a Dios, que puede salvarle. ¿Quién de nosotros, al comulgar, piensa en serio que es indigno? "Señor, no soy digno...". Esto no quiere decir que haya que esperar a ser digno: nunca se es digno: pero Dios quiere darse a nuestra indignidad. Es preciso que nuestras manos tendidas hacia él sean unas manos vacías.

Y ahí está el peligro del fariseísmo. Al fariseo le han enseñado a evitar el pecado, a multiplicar los sacrificios y las buenas obras, a practicar la regla, la Santa Regla. Y lo hace tan bien que incluso se enorgullece de ello; está en regla con Dios, y Dios tan sólo tiene que hacerle justicia. Dios no necesita ser ya ternura y perdón. Basta con que sea justo. Desde ese momento, el fariseo puede representar entre los hombres el papel ingrato, pero necesario, de "desfacedor de entuertos", de juez moral, de guardián de las leyes. Por otra parte, ¡cuidado que le cuesta ser íntegro! Por eso puede juzgar.

Dos hombres entraron en la iglesia a orar. Uno era íntegro, el otro divorciado, o alcohólico, o ex-presidiario, ¡cualquiera sabe...! Y este último se mantenía a distancia de la gente, sin hacer elogios de su falta, sufriendo por el hecho de que los hombres le señalaran con el dedo. ¿Sabía este hombre que Dios ha venido a su encuentro para expresarle su ternura? Pues el privilegio de los publicanos es que sólo ellos saben hasta qué punto puede Dios ser misericordia. Hermanos, fariseos, ¿le comprenderemos algún día?

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 74


4.

Ser "pobre".

-Dijo Jesús a ciertos hombres... que presumían de justos, y despreciaban a los demás...

¿Soy yo uno de éstos? Perdón, Señor, porque es verdad que siento la tentación de creerme superior a los demás... Ayúdame, Señor, a no despreciar a nadie, y a no presumir de ser justo...

-Dos hombres subieron al templo a orar: el uno era "fariseo" y el otro "publicano".

El relato que propone aquí Jesús tiene, evidentemente, algo de caricatura: los rasgos están abultados. No hay que extrañarse pero sí tomar lo esencial.

Jesús quiere ante todo decirnos que "el pecador que reconoce su estado" es amado por Dios... y tiene todas sus ventajas. Por el contrario, el orgulloso que se cree justo, se equivoca. Esta doctrina es esencial: es la que desarrolla san Pablo en la epístola a los Romanos. El hombre no se justifica a sí mismo; su justicia, su rectitud, las recibe de otro, por gracia.

El fariseo es, esencialmente, el que cree salvarse por sus propias obras, por el cumplimiento de la Ley.

El publicano, por el contrario, es el pobre pecador que no llega a realizar su ideal, que tropieza incesantemente, que ya no cuenta con sus propias fuerzas.

Señor, me reconozco un poco en ambos personajes.

El fariseo, en pie, oraba para sí de esta manera "Te doy gracias de que no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros; ni como este publicano. Ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de cuanto poseo." Sí, se han abultado los trazos; pero, ¡cuánta suficiencia! Sin embargo, el fariseo es un hombre fiel y generoso, seguramente con virtudes reales. Pero todas estas cualidades están como envenenadas por su orgullo. El amor propio desmesurado es capaz de estropear las más bellas realizaciones.

No aplicar estas palabras divinas a los demás, sino a mí...

¿Dónde está mi fariseísmo, el mío? ¿Qué es lo que envenena incluso el bien que hago?

¿Cuáles son las motivaciones profundas de mis actos? El publicano, al contrario, puesto allá lejos, ni aun los ojos osaba levantar al cielo, sino que se daba golpes de pecho diciendo: "¡Dios mío, ten misericordia de mí, que soy un pecador!" Tal es la plegaria de ese pobre hombre. Da a entender una turbación y malestar profundos. Para los judíos del tiempo de Jesús, éste era un caso desesperado, sin salida. El oficio mismo de este "publicano" era maldito: se robaba por profesión, podría decirse y en provecho de un "sistema" abominable, esa "sociedad romana", pagana, con sus ídolos y prácticas inmorales, para "beneficio del ocupante opresor"... Sí, ¡el caso del publicano es desesperado! Jesús se enfrenta a la opinión de su tiempo: Dios es también el Dios de los desesperados... y su benevolencia amorosa llega hasta los casos límite, más aparentemente sin salida.

Dios da a todos su oportunidad, incluso a los más grandes pecadores.

-Os digo que bajó este "justificado" a su casa y no aquél.

Le sigo con la mirada: regresa a su casa, apaciguado, curado, "justificado" por Dios, perdonado, feliz Y ¿qué ha hecho para obtener este resultado? Ha reconocido su pecado: "Ten misericordia de mí que soy un pecador".

Señor, ayúdame a saber reconocer mis pecados, mis miserias.

Devuelve el valor y el ánimo a todos los desesperados.

Que nadie dude de tu amor a pesar de todas las apariencias contrarias. Jesús, revélate tal como eres, a todos nosotros, pobres pecadores.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 140 s.


5.

1. Esta vez es el profeta Oseas el que nos invita a convertirnos a los caminos de Dios. Su experiencia personal -su mujer le fue infiel- le sirve para describir la infidelidad del pueblo de Israel para con Dios, el esposo siempre fiel. Y pone en labios de los israelitas unas palabras muy hermosas de conversión: «ea, volvamos al Señor, él nos curará, él nos resucitará y viviremos delante de él».

Pero esta conversión no tiene que ser superficial, por interés o para evitar el castigo. No tiene que ser pasajera, «como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora». Cuántas veces se habían convertido así los israelitas, escarmentados por lo que les pasaba. Pero luego volvian a las andadas.

El profeta quiere que esta vez vaya en serio. La conversión no va a consistir en ritos exteriores, sino en actitudes interiores: «misericordia quiero y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos». Entonces sí que Dios les ayudará: «su amanecer es como la aurora y su sentencia surge como la luz».

2. La parábola del fariseo y el publicano expresa magistralmente la postura de las dos personas. Jesús no compara un pecador con un justo, sino un pecador humilde con un justo satisfecho de sí mismo.

El fariseo es buena persona, cumple como el primero, ni roba ni mata, ayuna cuando toca hacerlo y paga lo que hay que pagar. Pero no ama a los demás. Está lleno de su propia bondad. Jesús dice que éste no sale del templo perdonado. Mientras que el publicano, que es pecador, pero se presenta humildemente como tal ante el Señor, sí es atendido.

El que se enaltece a sí mismo, será humillado. El que se humilla, será enaltecido por Dios. Lucas nos dice que Jesús «dijo esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás».

3.

a) Nuestra conversión cuaresmal ¿va siendo interior, seria, sincera? ¿o tendremos la misma experiencia de tantos años en que también nos decidimos a volver a los caminos de Dios y luego fuimos débiles y volvimos a nuestros propios caminos? ¿se podrá quejar Dios de nuestros buenos propósitos diciendo que son «una nube mañanera»?

La llamada del profeta ha sonado hoy para nosotros, no para el pueblo de Israel: «ea, volvamos al Señor». Nos ha invitado a conocer mejor a Dios. A organizar nuestra vida más según las actitudes interiores -la misericordia hacia los demás- que según los actos exteriores. Entonces sí que la Cuaresma será una aurora de luz y una primavera de vida nueva.

Dejémonos ganar por el salmo, que ha puesto en nuestros labios palabras de arrepentimiento y compromiso: «misericordia, Dios mío, por tu bondad... lava del todo mi delito, limpia mi pecado... reconstruye las murallas de Jerusalén». ¿Deseamos y pedimos a Dios que en verdad restaure nuestras murallas, nuestra vida, según su voluntad? ¿o tenemos miedo a una conversión profunda?

b) ¿En cuál de los dos personajes de la parábola de Jesús nos sentimos retratados: en el que está orgulloso de sí mismo o en el pecador que invoca humildemente el perdón de Dios? El fariseo, en el fondo, no deja actuar a Dios en su vida. Ya actúa él. ¿Somos de esos que «teniéndose por justos se sienten seguros de sí mismos y desprecian a los demás»? Si fuéramos conscientes de que Dios nos perdona a nosotros, tendríamos una actitud distinta para con los demás y no seriamos tan autosuficientes.

Podemos caer en la tentación de ofrecer a Dios actos externos de Cuaresma: el ayuno, la oración, la limosna. Y no darnos cuenta de que lo principal que se nos pide es algo interior: por ejemplo, la misericordia, el amor a los demás. ¿Cuántas veces nos lo ha recordado la palabra de Dios estos días?

«Bendice, alma mia, al Señor y no olvides sus beneficios» (entrada)

«Danos, Señor la gracia de celebrar con alegría esta Cuaresma» (oración)

«Ea, volvamos al Señor, esforcémonos por conocerle» (l a lectura)

«Oh Dios, ten compasión de este pecador» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 74-76


6.

Primera lectura : Oseas 6, 1-6 Por eso os herí por medio de profetas, os condené con las palabras de mi boca.
Salmo responsorial : 50, 3-4.18-19.20-21ab Quiero misericordia, y no sacrificio.
Evangelio : Lucas 18, 9-14 Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

Esta parábola muestra cómo dos hombres, con distintas formas de actuar, acuden a la oración. El primero, un fariseo, ora desde su orgullo legalista, y da gracias por todo lo que cree que Dios ha hecho en él, ufanándose por guardar determinados preceptos. El otro, en cambio, un publicano, acude de manera humilde, mostrándose sólo como un pecador, pidiendo a Dios que le dé su perdón. Entre estos dos hombres Jesús establece que el segundo está más cerca del Reino, ya que presenta mayor necesidad de Dios.

Los fariseos, celosos guardianes de la ley de aquel entonces, no podían entender a profundidad lo que significaba la gracia de Dios. Su autosuficiencia se lo impedía. Acudían a Dios no como gente que necesitaba ser amada y perdonada, sino como personas que iban por el premio que merecen sus obras. Prácticamente pretendían obligar a Dios a que los amase. El Dios de Jesús, que es el Dios del perdón y del amor gratuito, no tiene nada que hacer frente a ellos y frente a todo el que se le acerque en plan de exigencia y de reconocimiento de méritos. El legalismo, acopio de méritos por el cumplimiento de normas, convierte la fe en una obligatoriedad de amor. Y así, la esencia de Dios, su amor gratuito, desaparece.

En la comunidad debe quedar entendido que en la medida que se acuda a Dios para reclamarle su amor porque somos muy buenos, respetuosos y practicantes de las leyes humanas, el amor desaparece. A través del publicano llegamos a conocer lo que es la gracia: el llegar a ser amado y perdonado sin mérito alguno. El sentir la necesidad del amor de Dios, al no sentirnos justos, abrirá nuestro interior hacia el Padre, hacia la realidad de su gracia. Esta consiste, lo mismo que ayer, en algo muy simple: en que Dios nos ama a todos, a pesar de no tener méritos para ello.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


7.

¡Ay de los seguros y satisfechos! Nuestras formas religiosas siempre tienden a ritualizar nuestra manera de relacionarnos con Dios, y el peligro que tenemos es el de quedarnos en el rito, pensando que porque ya lo cumplimos tenemos a Dios de nuestro lado. Qué equivocados estamos.

Y estamos equivocados porque el mensaje y el actuar de Jesús van por otro lado. La predilección de Dios, según Jesús son los marginados de la ley o por la ley. Esta enseñanza de Jesús provocó contantemente una repulsa y una actitud de animadversión hacia El y hacia el Dios que era capaz de esto: preferir a los sinvergüenzas y granujas, publicanos y pecadores, en vez de los cumplidores y piadosos, fariseos y maestros.

No hay nada que aleje más al hombre de Dios que la seguridad de tenerlo comprado con ritos y ensalmos, con rosarios y rituales, con ghettos de buenos y asociaciones de pidadosos, que pretenden alejarse de los malos, cuando lo en realidad hacen es alejarse de Dios. Porque en la enseñanza de Jesús se justifica el que pide perdón; y quien pide perdón es el pecador y Dios perdona al necesitado.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


8. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Conozco a muchos hombres "coherentes". Al menos si vamos al sentido etimológico de la palabra. Lo que se piensa "está unido" con lo que se hace. Así, Ben Laden fue "coherente". A Milosevich lo están juzgando por ser "coherente". Y ejemplos de todos los signos se podrían extender ad infinitum. Se trata de este tipo de personas a las que en su epitafio les gustaría esculpir sin ningún escrúpulo aquella frase de: "no me arrepiento de nada". Vemos ya por dónde va esta coherencia. La misma que aducía el fariseo. Él cumplía con todo lo establecido y, de este modo, convirtió su oración en un alegato contra "lo mal que está el mundo" y lo "buenos que somos algunos", "las personas de orden". Erguido en su orgullo el fariseo informaba a Dios de sus bondades, de la propia satisfacción, de lo cumplidor que era, para así poder garantizar que Dios atendiera su oración. Si era justo, tenía derecho a que Dios le hiciera justicia. Pero entonces, ¿qué justificación podía recibir de Dios?... Conviene recordar que la Iglesia, a lo largo de su historia, siempre ha tenido una conciencia clarísima de no ser la Iglesia de los buenos, los puros, los justos, los selectos, y ha intentado corregir las desviaciones en ese sentido afirmando una comunidad de santos y santas necesitados permanentemente de una purificación continua.

También conozco a hombres "auténticos". Lógicamente tratan de llevar a la práctica lo que piensan. Ahora bien, se saben frágiles y, a la vez, fuertes para confesar su limitación en un restañador "lo siento". Como el publicano, como el que se reconoce pecador, y mira hacia sí mismo, a su interior, y se pone sinceramente ante Dios presentándose en su verdadera debilidad. Ése es el que obtiene compasión y sale justificado de su oración, o sea, tiene la aceptación de Dios.

El gran "defecto" de Dios es que tiene debilidad por el hombre. Desea que cada hombre o mujer, lance un grito a su misericordia para poder inclinarse a su súplica y amarle. Desea que los "coherentes fariseos" salgan del reducto de su centralismo y menosprecio, para hacerles entrar también en la fiesta de los que desde su autenticidad y fragilidad construyen un reino de paz, de derechos humanos, de solidaridad.

Con Dios no valen los "cumpli-mientos". Solo cuenta la sinceridad.

Vuestro amigo.

Carlos Oliveras (carlosoliveras@hotmail.com)


9. CLARETIANOS 2003

El profeta Oseas es un acompañante ideal para la gente de nuestra generación. Su invitación no puede ser más actual: Esforcémonos por conocer al Señor. La razón es muy simple: esto es lo que el Señor quiere: Porque quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos. ¿Qué significa “conocer” a Dios? ¿Atraparlo como se atrapa una mariposa para diseccionarla? ¿Poner a Dios al mismo nivel que un planeta, una fórmula matemática o una especie vegetal? Sólo se conoce a Dios amándolo. Sabemos muy bien que en el lenguaje de la Biblia, “conocer” significa “amar”. Cualquier otra perspectiva está llamada al fracaso. Sólo desde el amor se pueden entender las expresiones poéticas de Oseas: Su amanecer es como la aurora y su sentencia surge como una luz. Bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia tardía que empapa la tierra. ¿Con qué imágenes describiríamos nosotros al Dios conocido/amado? ¿Por qué no intentamos un pequeño ejercicio de oración enamorada?

La parábola del fariseo y del publicano, que sólo Lucas cuenta, es interpelante hasta decir basta. Con sólo 86 palabras (me refiero a la traducción litúrgica española) dibuja dos maneras de situarse ante Dios: la manera fanfarrona, autosuficiente (representada por el fariseo) y la manera humilde, escondida (representada por el publicano). Examinemos cómo es la oración de ambos. El fariseo ora así: ¡Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás. El publicano se limita a decir: ¡Oh, Dios!, ten compasión de mí (en latín se puede decir con sólo tres palabras: Miserere mei, Domine; y en griego, con dos: Kyrie, eleison). El fariseo se compara con los otros y, en virtud de esa comparación, se considera superior: Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. El publicano no mira a los demás sino a Dios y a sí mismo. He ahí la diferencia.

Descubro en mí una incurable tendencia farisaica cada vez que multiplico las palabras para hablar de “los otros”: esta cultura nuestra, los que creen y los que no creen, los pastores de la iglesia, los valientes, los alejados ... Sé que es imposible no referirnos a los demás, ¿pero no tendríamos, sobre todo, que colocarnos nosotros mismos ante la misericordia de Dios? Todo lo demás vendrá por añadidura. La enseñanza de Jesús es clara: Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

¿Qué oración brota en estos momentos de nuestro corazón para decírsela al Señor? Si no se nos ocurre nada, siempre podemos repetir muchas veces, como el publicano, como “el peregrino ruso”, como nos sugiere la liturgia cuaresmal: “Señor, ten misericordia de mí”.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


10. 2001

COMENTARIO 1

LA ORACION DEL RECAUDADOR SE CORRESPONDE CON LA DE JESUS

Esta escena de Lucas contrapone la oración arrogante del fariseo a la sencilla y confiada del recaudador de impuestos. Jesús se dirige a los discípulos, algunos de los cuales comparten la mentalidad farisai­ca (cf. 16,15). El fariseo, satisfecho de su condición de hombre pretendidamente «justo», no pide nada a Dios. Su acción de gracias está vacía de contenido, es un monólogo de autocompla­cencia. Es Dios quien le tendría que estar agradecido por su fidelidad de hombre observante. Forma una casta aparte (18,11: «no soy como los demás hombres») y juzga severamente el com­portamiento del recaudador. Cumple con sus obligaciones reli­giosas (18,12), sin ninguna clase de compromiso con el prójimo. Su figura contrasta con la figura del recaudador: su oración es una peti­ción, reconociendo su condición de pecador (18,13). Su petición confiada obtendrá la misericordia de Dios, mientras que la acción de gracias arrogante del fariseo, que cree que se lo merece todo por sus obras, será rechazada (18,14). Lucas contrasta la figura del creyente seguro de sí mismo con la del marginado religiosa­mente hablando que confía en el amor/misericordia de Dios. En medio hay un amplio abanico de opciones. ¿Hacia qué polo nos orientamos?


COMENTARIO 2

Esta parábola muestra cómo dos hombres, con distintas formas de actuar, acuden a la oración. El primero, un fariseo, ora desde su orgullo legalista, y da gracias por todo lo que cree que Dios ha hecho en él, ufanándose por guardar determinados preceptos. El otro, en cambio, un publicano, acude de manera humilde, mostrándose sólo como un pecador, pidiendo a Dios que le dé su perdón. Entre estos dos hombres Jesús establece que el segundo está más cerca del Reino, ya que presenta mayor necesidad de Dios.

Los fariseos, celosos guardianes de la ley de aquel entonces, no podían entender en profundidad lo que significaba la gracia de Dios. Su autosuficiencia se lo impedía. Acudían a Dios no como gente que necesitaba ser amada y perdonada, sino como personas que iban por el premio que merecen sus obras. Prácticamente pretendían obligar a Dios a que los amase. El Dios de Jesús, que es el Dios del perdón y del amor gratuito, no tiene nada que hacer frente a ellos y frente a todo el que se le acerque en plan de exigencia y de reconocimiento de méritos. El legalismo, acopio de méritos por el cumplimiento de normas, convierte la fe en una obligatoriedad de amor. Y así, la esencia de Dios, su amor gratuito, desaparece.

En la comunidad debe quedar entendido que en la medida que se acuda a Dios para reclamarle su amor porque somos muy buenos, respetuosos y practicantes de las leyes humanas, el amor desaparece. A través del publicano llegamos a conocer lo que es la gracia: el llegar a ser amado y perdonado sin mérito alguno. El sentir la necesidad del amor de Dios, al no sentirnos justos, abrirá nuestro interior hacia el Padre, hacia la realidad de su gracia. Esta consiste, lo mismo que ayer, en algo muy simple: en que Dios nos ama a todos, a pesar de no tener méritos para ello.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


11. 2002

¡Ay de los seguros y satisfechos! Nuestras formas religiosas siempre tienden a ritualizar nuestra manera de relacionarnos con Dios, y el peligro que tenemos es el de quedarnos en el rito, pensando que porque ya lo cumplimos, tenemos a Dios de nuestro lado. Qué equivocados estamos. Estamos equivocados porque el mensaje y el actuar de Jesús van por otro lado.

La predilección de Dios, según Jesús, son los mar­ginados de la ley o por la ley. Esta enseñanza de Jesús provocó contantemente una repulsa y una actitud de animadversión hacia El y hacia el Dios que era capaz de esto: preferir a los sinvergüenzas y granujas, publicanos y pecadores, en vez de los cumplidores y piadosos, fariseos y maestros.

No hay nada que aleje más al ser humano de Dios que la seguridad de tenerlo comprado con ritos y en­salmos, con rosarios y rituales, con guetos de buenos y asociaciones de piadosos, que pretenden alejarse de los malos, cuando lo que en realidad hacen es ale­jarse de Dios. Porque en la enseñanza de Jesús se justifica el que pide perdón; y quien pide perdón es el pecador, y Dios perdona siempre.

En todo caso la humildad es siempre la mejor base para la oración; humildad que no es complejo de infe­rioridad ni masoquismo, sino «andar en verdad», como dijera Santa Teresa.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


12. DOMINICOS 2003

Oraciones y métodos

Al hilo de las lecturas sobre la ‘oración’ que hoy nos ofrece la Iglesia en su liturgia, hagamos un interrogante de actualidad:  ¿son nuestro tiempo y nuestras gentes adictos a la ‘vida de oración’?

Si reparamos en la multiplicidad de cursos, libros, experiencias, métodos de oración, que se anuncian diariamente, uno creería que estamos pasando por un periodo histórico de efervescencia oracional.

Si reparamos en la importancia que, dentro de ese conjunto de hechos, tiene el tratar sobre ‘métodos’ de oración, veremos la singular importancia de este renglón, que recurre con frecuencia a formas de ‘relajación’ y ‘control mental’ , como ámbito más adecuado.

Y si reparamos en lo que se trata de alcanzar por ese ‘proceso oracional metodizado’, descubriremos que, según como se interprete la ‘actitud religiosa’ del hombre, así se da, junto a unos elementos o rasgos comunes psicosomáticos de base, gran diversidad en lo que se trata de alcanzar mediante la ‘oración-relajación’.

Si comparamos los diversos caminos, métodos, actitudes oracionales que hoy se nos ofrecen técnicamente (y que bien llevados resultan muy beneficiosos para liberar a la persona de buena parte de sus tensiones interiores), con cuanto Jesús enseña a sus discípulos, nos daremos cuenta de que las enseñanzas del Señor son aparentemente muy sencillas, pero con un calado espiritual y psicológico muy grande.

La oración que Jesús quiere para nosotros es un encuentro y trato de amistad con Dios; es que nos pongamos en sus manos dejando al descubierto las propias infidelidades y necesidades; es suplicar y tener experiencia de que somos acogidos, perdonados, animados por el Espíritu y comprometidos en su servicio de amor.

Sencillez más grande de ‘oración’ que la reflejada en la doble escena (del ‘publicano’ en su sinceridad humilde, arrepentida, y del ‘fariseo’ en su soberbia y presunción) , es difícil de encontrar. Apropiémonos el espíritu del publicano.

ORACIÓN:

Me presento ante ti, Señor, con mi carga de miserias y pecados: ten compasión de este pobre pecador; ayúdame a rectificar mi camino, pues no quiero serte infiel; dame tu gracia y tu amistad y borra mis pecados; me duelo de los momentos en que, colmado de autosuficiencia, me he gloriado de ser bueno. Mentenme en tu amistad. Amén.

 

Sea oración mi Palabra

Profeta Oseas  6, 1-6:

“Esto dice el Señor a su pueblo, previendo cómo acudirá a Él en su aflicción: madrugarán para buscarme, y se dirán: ¡Ea, volvamos al Señor! Él nos desgarró, él nos curará; él nos hirió, él nos vendará. En dos días nos sanará, el tercero nos resucitará y viviremos delante de él. Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge como la luz..

Esto dice el Señor: Yo os herí por medio de profetas, y si os condené por las palabras de mi boca; y lo hice porque quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos”

Evangelio según san Lucas 18,9-14:

“Un día dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo oraba así, erguido: ¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros... El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

Una falsa oración: limitarse a hablar con Dios informándole de lo bueno que hacemos; eso no es encuentro con Dios en amistad, sinceridad, humildad, verdad. Un oración verdadera: estar ante Dios y con Dios como amigo sincero, pobre, humilde, necesitado, confiado, sufrido, que se sabe mirado, amado, perdonado, e invitado a vivir cada día mejor.

 

Momento de reflexión

Dice el Señor: quiero de ti amor, no sacrificios.

Versa hoy la primera reflexión sobre la necesidad que tenemos de que nuestra conversión a Dios y a los hermanos sea sincera y profunda, no superficial y pasajera como el viento de las emociones. Oseas es uno de los profetas muy probados en su fidelidad. Él nos acompañará en la oración, si le llamamos.

¿Qué dice la voz  de Dios sobre la misericordia?  Escuchémosle: Quiero misericordia, no sacrificios. Quiero voluntades entregadas, no palabras fáciles. Quiero paciencia en la adversidad, no vaivenes continuos. Quiero obras de justicia y paz, no pactos engañosos e incumplidos...

Apliquemos esa voluntad divina a nuestra tentación continua de goces inmediatos y fáciles. Asumamos la realidad con entereza, y no renunciemos a esfuerzos y pacientes sacrificios. La palabra de Dios nos amoneste y no urge a que lo hagamos con profundidad de vida, de compromiso, de amistad. Agradezcámoslo.

Sea nuestra oración no una ‘técnica’, ‘un metodo’, sino un gran amor.

No nos engañemos; la oración del pobre y del rico, del pecador y del santo, del soberbio y del humilde,  o busca el encuentro sincero, abierto, desgarrado, con el Amigo, o no es oración.

Sea, pues, la nuestra una oración humilde, y entonces encontraremos abierta la puerta de la casa del Amigo, sin llamar. En la oración, en la misericordia, en la caridad, en la preocupación por los demás (que es propia del alma humilde), está la vía de nuestra santidad y salvación. No la perdamos.


13.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. Él perdona todas tus culpas» (Sal 102,2-3).

Colecta (Veronense y Gelasiano): «Llenos de alegría al celebrar un año más la Cuaresma, te pedimos, Señor, vivir los sacramentos pascuales y sentir en nosotros el gozo de su eficacia».

Comunión: «El publicano, quedándose atrás, se golpeaba el pecho diciendo: “Oh Dios, ten compasión de este pecador”» (Lc 18,13).

Postcomunión: «Concédenos, Dios de misericordia, venerar con sincero respeto, la Santa Eucaristía que nos alimenta, y recibirla siempre con un profundo espíritu de fe».

Oseas 6,1-6: Quiero misericordia y no sacrificios. Dios quiere misericordia y no sacrificios de animales, su conocimiento y no holocaustos. El profeta invita a la penitencia y a una vuelta sincera a Dios, pero el pueblo es inconstante. ¡Cuántas liturgias en las que los que asisten a ellas nada experimentan, de las que salen sin haber encontrado a Dios, sin haberle conocido un poco más! ¡Qué negligentes somos a veces los sacerdotes y los laicos a la hora de participar en los santos misterios!

Comenta San Agustín:

«Presta atención a lo que dice la Escritura: “Quiero la misericordia antes que el sacrificio” (Os 6,6). No ofrezcas un sacrificio que no vaya acompañado de la misericordia, porque no se te perdonarán los pecados. Quizá digas: “Carezco de pecados”. Aunque te muevas con cuidado, mientras vives corporalmente en este mundo, te encuentras en medio de tribulaciones y estrecheces y has de pasar por innumerables tentaciones: no podrás vivir sin pecado. Es cierto que Dios te dice: “No te intranquilice tu pecado”... si nada debes, sé duro en exigir; pero si eres deudor, congratúlate, más bien, de tener un deudor en quien puedas hacer lo que se hará en ti» (Sermón 386,1).

–Puede haber una conversión que no sea auténtica. Es necesario que cambie el corazón. A veces tenemos el peligro de quedarnos en meras fórmulas y ritualismos externos. El Salmo 50, que comentamos el Miércoles de Ceniza, es siempre una llamada fuerte a la auténtica penitencia.

Lucas 18,9-14: El publicano bajó a casa justificado y el fariseo no. En oposición a la soberbia y suficiencia del fariseo que se jactaba de sus propias obras, la humildad del publicano constituye el auténtico culto espiritual de la penitencia del corazón, de la interioridad del culto que agrada al Señor. El publicano recibió de Dios la justificación a causa de su humilde arrepentimiento. San Agustín dice:

«El Señor es excelso y dirige su mirada a las cosas humildes. A los que se ensalzan, como aquel fariseo, los conoce, en cambio, de lejos. Las cosas elevadas las conoces desde lejos, pero en ningún modo las desconoce.

«Mira de cerca la humildad del publicano. Es poco decir que se mantenía en pie a lo lejos, ni siquiera alzaba los ojos al cielo; para no ser mirado, rehuía él mirar. No se atrevía a levantar la vista hacia arriba; le oprimía la conciencia y la esperanza lo levantaba... Pon atención a quién ruega. ¿Por qué te admiras de que Dios perdone cuando el pecador se reconoce como tal? Has oído la controversia sobre el fariseo y el publicano, escucha la sentencia. Escuchaste al acusador soberbio y al reo humilde. Escucha ahora al Juez: “En verdad os digo que aquel publicano descendió del templo justificado, más que aquel fariseo”» (Sermón 115,2).


14. 

Comentario: Rev. D. David Compte i Verdaguer (Manlleu-Barcelona, España)

«Todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado»

Hoy, inmersos en la cultura de la imagen, el Evangelio que se nos propone tiene una profunda carga de contenido. Pero vayamos por partes.

En el pasaje que contemplamos vemos que en la persona hay un nudo con tres cuerdas, de tal manera que es imposible deshacerlo si uno no tiene presentes las tres cuerdas mencionadas. La primera nos relaciona con Dios; la segunda, con los otros; y la tercera, con nosotros mismos. Fijémonos en ello: aquéllos a quien se dirige Jesús «se tenían por justos y despreciaban a los demás» (Lc 18,9) y, de esta manera, rezaban mal. ¡Las tres cuerdas están siempre relacionadas!

¿Cómo fundamentar bien estas relaciones? ¿Cuál es el secreto para deshacer el nudo? Nos lo dice la conclusión de esa incisiva parábola: la humildad. Así mismo lo expresó santa Teresa de Ávila: «La humildad es la verdad».

Es cierto: la humildad nos permite reconocer la verdad sobre nosotros mismos. Ni hincharnos de vanagloria, ni menospreciarnos. La humildad nos hace reconocer como tales los dones recibidos, y nos permite presentar ante Dios el trabajo de la jornada. La humildad reconoce también los dones del otro. Es más, se alegra de ellos.

Finalmente, la humildad es también la base de la relación con Dios. Pensemos que, en la parábola de Jesús, el fariseo lleva una vida irreprochable, con las prácticas religiosas semanales e, incluso, ¡ejerce la limosna! Pero no es humilde y esto carcome todos sus actos.

Tenemos cerca la Semana Santa. Pronto contemplaremos —¡una vez más!— a Cristo en la Cruz: «El Señor crucificado es un testimonio insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre» (Juan Pablo II). Allí veremos cómo, ante la súplica de Dimas —«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino» (Lc 23,42)— el Señor responde con una “canonización fulminante”, sin precedentes: «En verdad te digo, hoy mismo estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). Este personaje era un asesino que queda, finalmente, canonizado por el propio Cristo antes de morir.

Es un caso inédito y, para nosotros, un consuelo...: la santidad no la “fabricamos” nosotros, sino que la otorga Dios, si Él encuentra en nosotros un corazón humilde y converso.


15. DOMINICOS 2004

"Misericordia quiero y no sacrificios"

La luz de la Palabra de Dios

1ª Lectura: Os 6,1-6

Venid, volvamos al Señor: él ha desgarrado, él nos curará; él ha herido, él nos vendará.  En dos días nos dará la vida, al tercero nos levantará y en su presencia viviremos. Esforcémonos en conocer al Señor. Es cierta como la aurora su venida.

Vendrá a nosotros como viene la lluvia, como la lluvia de primavera que fecunda la tierra.  ¿Cómo he de tratarte, Efraín? ¿Cómo he de tratarte, Judá? Vuestro amor es como nubecilla matinal, como el rocío que se esfuma presto.

Por eso te hice pedazos; por medio de los profetas, te he matado con las palabras de mi boca, y mi justicia brota como la luz. Porque yo quiero amor, no sacrificios; conocimiento de Dios, y no holocaustos.

Evangelio: Lucas 18,9-14

A unos que se tenían por justos y despreciaban a los demás les dijo esta parábola: «Dos hombres fueron al templo a orar; uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, de pie, hacía en su interior esta oración: Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano; yo ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo. 

El publicano, por el contrario, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador. Os digo que éste volvió a su casa justificado, y el otro no. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado».

 

Reflexión para este día

“Esforcémonos por conocer al Señor. Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos”.

            Solemos decir que la “ignorancia es la raíz de todos los errores”.  Ignorar a Dios o tener concepciones erróneas de Él nos conducirá al sin sentido, al mayor de los errores, con sus consecuencias individuales y sociales. Para liberarnos cada día más de esas las consecuencias de la ignorancia religiosa, el profeta Oseas nos invita a “esforzarnos por conocer al Señor”.  Conocerle es equiparnos para no falsificar nuestro amor y culto al Señor. Para este objetivo, la Cuaresma es un tiempo de gracia especial para reflexionar sobre nuestra fe en Dios y la autenticidad de sus manifestaciones. La ascesis de esta búsqueda impregnará de contenido y sentido todos los demás sacrificios o penitencias exteriores. Nos liberaremos de la soberbia, aprenderemos y saborearemos que el amor de misericordia es la vida de todo cuanto hagamos. Lo que más complace a nuestro Dios.

            En el Evangelio de este sábado, podemos comprobar que esa es la actitud vivida por Jesús y la pauta a seguir por los cristianos:

“El publicano bajó a su casa justificado; el fariseo no. Porque el humilde será enaltecido, pero el soberbio será humillado”.

            Jesús ha dado su juicio de valor sobre dos personas que habían subido al templo a orar. Nadie como Jesús conoce el corazón humano. Por eso Jesús juzga en la verdad. La persona humilde, sincera sabe situarse en su sitio y dejar a Dios en el suyo. El humilde intenta conocer a Dios y él mismo se conoce y valora en Dios. Orientado por la luz de esa verdad, no exige a Dios, sino que le suplica, le pide por favor que le mire con misericordia. ¡Se ha vaciado de su soberbia, se ha arrepentido de su error! Dios le respondió, le acogió y le santificó.

            La lección, que Jesús nos da y espera que aprendamos, es muy importante, es vital. Nos enseña a ser humildes, verdaderos, nos reconcilia con Dios y nos capacita para que comprendamos y acojamos con amor de misericordia a los demás. Es costoso practicar esta lección, pero en Cuaresma Jesús espera el ascetismo exigente y verdadero del amor.


16. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

¿Verdad que esta parábola nos convence? Y nos hace tomar partido de inmediato.

Aquí se contraponen dos actitudes: la del fariseo que se considera perfecto y desprecia a los demás y la del publicano que reconoce su condición de pecador y pide a Dios misericordia.

¿Qué fácil es juzgar a los demás y justificarse a si mismo. Pero Dios no usa nuestras medidas: es cierto que tiene en cuenta las obras buenas que hacemos, pero mira sobre todo el corazón, las actitudes más profundas y las intenciones que nadie conoce.

También a nosotros nos molesta escuchar a las personas que se alaban a sí mismas sin ningún rubor. Por educación nos callamos o insinuamos alguna observación irónica; pero, ¡qué mal caen las personas creídas!

En la conclusión de la parábola Jesús nos descubre los sentimientos del Padre del cielo y concluye así: “Os digo que este pecador bajó a su casa reconciliado con Dios, y el otro no. Porque el que ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”.

Si yo traduzco la parábola de Jesús para el ambiente donde vivo, no puedo menos de pensar en la discriminación que sufren los emigrantes. ¡Qué fácilmente se les juzga mal y se desprecia al que es distinto de nosotros! Para muestra, basta un botón:

En la casa hay ocho inquilinos, uno de ellos es un emigrante. La señora del primero lo acusa de derramar agua en su balcón. Él lo niega. Viene la policía, revisan todos los balcones y descubren que el agua cae desde un piso que está más arriba.

¡Cuánta fuerza da la palabra de Jesús al que se siente discriminado y humillado!

Vuestro hermano en la fe,

Carlos Latorre (carlos.latorre@claretianos.ch)


17 LECTURAS: OS 6, 1-6; SAL 50; LC 18, 9-14

Os. 6, 1-6. Pareciera que muchas veces los templos se llenan de pobres y desgraciados, oprimidos por la enfermedad y por las penas. Buscan refugio en Dios y esperan recibir de Él una muestra de su amor compasivo y misericordioso. Pero cuando las cosas van bien, cuando se goza de salud y de bienes temporales, entonces ve uno a Dios como alguien a quien buscaremos sólo cuando nos nazca del corazón, o cuando la angustia nos haga volver hacia Él la mirada. Una religión interesada es una religión sin una fe auténtica. Creer en Dios, aceptarlo en nuestra vida, significa buscarlo para caminar con Él en una auténtica Alianza de amor, y para ser fieles a su Palabra en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad todos los días de nuestra vida, y no sólo con un amor comparado a una nube mañanera, o como rocío matinal que se evapora. Tratemos de que esta Cuaresma nos ayude a vivir nuestra cercanía a Dios con un auténtico compromiso de fe.

Sal. 50. Reconocemos que somos pecadores. Pero lo reconocemos porque contemplamos nuestra vida desde el Rostro amoroso de nuestro Dios y Padre. Decidimos volver a Él porque Él nos amó primero, y entregó a su propio Hijo como la prueba máxima del amor que nos tiene. Queremos dejarnos amar por Él; queremos que Él nos tome en sus manos y nos moldee, conforme a su voluntad, como el alfarero moldea el barro tierno. Queremos que Él nos dé un corazón nuevo y un Espíritu nuevo, olvidando nuestros delitos y pecados; haciéndonos santos como Él es Santo; purificándonos de tal forma que nuestra vida le sea grata, como si fuera un sacrificio libre de todo defecto. Que Dios nos conceda llevar una existencia santa en amor a Él y en amor a nuestro prójimo, de tal forma que toda nuestra vida sea para Él una continua ofrenda de alabanza.

Lc. 18, 9-14. Tal vez nosotros mismos queramos revestirnos de santidad y justicia. Tal vez nos esforcemos constantemente por trabajar en nuestra propia perfección. Tal vez queramos presentarnos orgullosos ante el Señor para decirle que hemos vivido fieles a Él en todo, y que por eso Él debe contemplarnos como santos, como justos, pues nos hemos puesto a su mismo nivel con un constante esfuerzo de trabajos y renuncias. Ese orgullo nos hace sentirnos santos, segregados de los demás e incapaces de mezclarnos con ellos para no contaminarnos, contemplándolos con un dejo de desprecio y compasión, por no haber luchado para llegar donde nosotros hemos llegado. Si quisieran, nosotros podríamos ser sus maestros y llevarlos conforme a nuestros métodos de perfección, para que sean santos como nosotros somos santos. Pero Dios rechaza al soberbio, no lo justifica porque no busca la justificación en Dios sino en sí mismo. Y Dios vuelve la mirada ante el humilde, ante el pecador que se humilla, arrepiente y pide que sus pecados sean perdonados. La justificación en un don gratuito de Dios al hombre. Hay que dejarse amar, hay que recibir esa salvación que Dios nos ofreces y hay que caminar tras las huellas del que nos ha amado. Nuestro trabajo: Orar y vigilar para no caer en tentación, así como ser testigos, no de lo que hemos hecho, sino de lo misericordioso que el Señor ha sido para con cada uno de nosotros. Entonces no seguirán nuestras huellas, sino las huella de nuestro único Maestro: Cristo Jesús.

Encontrarnos con el Señor en la Eucaristía es el culmen de nuestras búsquedas, de nuestras aspiraciones, de nuestros trabajos de evangelización, de toda la vida pastoral de la Iglesia aquí en la tierra. Efectivamente, la acción pastoral de la Iglesia tiende hacia la Eucaristía, y desde ella se jalona hacia nuestra unión eterna con el Señor. Por eso podemos decir que la Iglesia, en todos sus niveles, se construye en torno a la Eucaristía. En ella, finalmente, nos encontramos con el Señor para disfrutar de Él y para vivir nuestro compromiso de fe en Él. Venimos ante Él sabiendo que somos pecadores, pero que Dios nos sigue amando y nos espera sencillos, humildes, arrepentidos y confiados en su amor y en su misericordia. Él está dispuesto a recibirnos como hijos suyos, liberándonos de todo aquello que nos ata al pecado. No le presentamos sino sólo un corazón contrito y humillado, por eso Él no nos rechaza sino que nos justifica para que seamos santos como Él es Santo. Para eso vino al mundo: para buscar y salvar todo lo que se había perdido. Dejémonos encontrar y salvar por Él.

Sabiendo que todos somos pecadores no podemos criticar a los demás. No podemos despreciar a quienes sabemos que han vivido dominados por la maldad, por el pecado, por el vicio. Dios ha amado a los pecadores. Por ellos, y nosotros somos los primeros, el Señor tomó nuestra naturaleza humana, para salvarnos y llevarnos junto a sí como a sus hijos amados. Si en verdad nos hemos dejado amar y perdonar por Dios, nosotros debemos amarnos y perdonarnos mutuamente. Por eso, quien es compasivo y justo brilla con la misma Luz de Dios para los demás. Tratemos de ganar a todos para Cristo. No lo hagamos con una serie de amenazas muy contrarias al Evangelio. Seamos, más bien, un signo de Cristo para los demás buscándolos, dándoles muestras de afecto, de cariño y de caridad cristiana. Sepamos que todos somos pecadores y que la salvación no es obra nuestra, sino la obra de Dios en nosotros. Por eso oremos unos por otros para que el amor de Dios y su salvación llegue a todos.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sabernos amar y respetar mutuamente, de buscar la salvación de todos convirtiéndonos así en un auténtico signo del amor salvador y misericordioso de Dios en el mundo. Amén.

www.homiliacatolica.com


18. ARCHIMADRID 2004

UNA PALABRA VALE MÁS QUE MIL IMÁGENES

Cada día veo menos la televisión y escucho más la radio y leo periódicos. No es que tenga nada especial contra la “caja tonta” pero la vida da de sí lo que da. Con la radio ocurre algo curioso, escuchas voces –y eso sin llegar al “delirium tremens”- y esas voces te sugieren una idea de quién habla, de su forma de ser, de su credibilidad, ganan un puesto de autoridad en tu vida según el crédito que le concedas. Cuando, por casualidad, conoces a un locutor de radio suele pasar que su “imagen verbal” no se corresponde con su aspecto. Un ejemplo: José María García que nos introducía cada noche en las intrincadas luchas del deporte español con la fuerza verbal de Goliat derribando filisteos, es bajito, calvito y poca cosa físicamente (como un servidor). Así la técnica de la competencia para desacreditarle fue llamarle “butanito” para que al oírle no se piense en la fuerza de la palabra sino en una bombona de butano que se suele colocar al fondo de la cocina junto a la basura.

“A Dios nadie le ha visto jamás”, nuestros ojos no tienen capacidad de visualizar la grandeza del creador pero “esforcémonos por conocer al Señor” que nos ha dejado su Palabra que es “tajante como espada de doble filo”. La Palabra de Dios llega a ser sólo un reflejo de la magnificencia del Señor, cuando lleguemos a su presencia no nos encontraremos con un “butanito” sino con el Creador de cielos y tierra.

Hace poco una revista publicaba la imagen que –según las encuestas- tenemos de Dios. El resultado era la caricatura de un Dios regordete, ancianito, bonachón, lleno de luces como un guateque de los setenta, simpaticote, … en el fondo, medio lelo, fatuo, simple, pasmado. Claro, a lo mejor es el gen madrileño, a un Dios así dan ganas de vacilarle: “¡Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano”, ni como ese terrorista, ni como ese empresario, ni como ese político, ni como esa prostituta, ni como mi vecina, ni como ese sacerdote, ni como la humanidad entera…necio te quieres enterar que cuando empiezas con esa retahíla acabarás diciendo: “ni como Cristo”. ¿Acaso te crees que le haces un favor a Dios con tus obras?, ¿Piensas que vas a “comer el coco” a Dios Padre presentándole lo que gana contigo?. Si tus obras las mueve el amor a Dios siempre te parecerán pocas, te parecerán una caricatura del amor de Dios, una nadería comparadas con la cruz de Cristo, una simple e incómoda hebra de paja en el portal de Belén, una pequeña parte seca de una esponja empapada en vinagre en la que Cristo sólo se moja los labios.

¿Te siguen quedando ganas de pertenecer a ese grupo de algunos que “teniéndose por justos” justifican únicamente su falta de entrega?. Cuando hagas esta noche tu examen de conciencia dile a tu Padre del cielo a los pies de la cruz que preside tu dormitorio: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador” y María te hará entender que el Señor acepta tu “corazón quebrantado y humillado no lo desprecia” y tendrás más ganas de entregarte y una sola palabra valdrá más que mil imágenes (seguramente trucadas) de tus triunfos.


19. P. Cipriano Sánchez

Jon 3, 1-10
Lc 11, 29-32

La experiencia de buscar convertir nuestro corazón a Dios, que es a lo que nos invita constantemente la Cuaresma, nace necesariamente de la experiencia que nosotros tengamos de Dios nuestro Señor. La experiencia del retorno a Dios, la experiencia de un corazón que se vuelve otra vez a nuestro Señor nace de un corazón que experimenta auténticamente a Dios. No puede nacer de un corazón que simplemente contempla sus pecados, ni del que simplemente ve el mal que ha hecho; tiene que nacer de un corazón que descubre la presencia misteriosa de Dios en la propia vida.

Durante la Cuaresma muchas veces escuchamos: “tienes que hacer sacrificios”. Pero la pregunta fundamental sería si estás experimentando más a Dios nuestro Señor, si te estás acercando más a Él.

En la tradición de la Iglesia, la práctica del Vía Crucis —que la Iglesia recomienda diariamente durante la Cuaresma y que no es otra cosa sino el recorrer mentalmente las catorce estaciones que recuerdan los pasos de nuestro Señor desde que es condenado por Pilatos, hasta el sepulcro—, necesariamente tiene que llevarnos hacia el interior de nosotros mismos, hacia la experiencia que nosotros tengamos de Jesucristo nuestro Señor.

Tenemos que ir al fondo de nuestra alma para ahí ver la profundidad que tiene Dios en nosotros, para ver si ya ha conseguido enraizar, enlazarse con nosotros, porque solamente así llegamos a la auténtica conversión del corazón. Al ver lo que Cristo pasó por mí, en su camino a la cruz, tengo que preguntarme: ¿Qué he hecho yo para convertir mi corazón a Cristo? ¿Qué esfuerzo he hecho para que mi corazón lo ponga a Él como el centro de mi vida?

Frecuentemente oímos: “es que la vida espiritual es muy costosa”; “es que seguir a Cristo es muy costoso”; “es que ser un auténtico cristiano es muy costoso”. Yo me pregunto, ¿qué vale más, lo que a mí me cuesta o lo que yo gano convirtiéndome a Cristo? Merece la pena todo el esfuerzo interior por reordenar mi espíritu, por poner mis valores en su lugar, por ser capaz de cambiar algunos de mis comportamientos, incluso el uso de mi tiempo, la eficacia de mi testimonio cristiano, convirtiéndome a Cristo, porque con eso gano.

A la persona humana le bastan pequeños detalles para entrar en penitencia, para entrar en conversión, para entrar dentro de sí misma, pero podría ser que ante la dificultad, ante los problemas, ante las luchas interiores o exteriores nosotros no lográramos encontrarnos con Cristo.

Nosotros, que tenemos a Jesucristo todos los días si queremos en la Eucaristía; nosotros, que tenemos a Jesucristo si queremos en su Palabra en el Evangelio; nosotros, que tenemos a Jesucristo todos los días en la oración, podemos dejarlo pasar y poner otros valores por encima de Cristo. ¡Qué serio es esto, y cómo tiene que hacer que nuestro corazón descubra al auténtico Jesucristo!

Dirá Jesucristo: “¿De qué te sirve ganar todo el mundo, si pierdes tu alma? ¿Qué podrás dar tú a cambio de tu alma?” Es cuestión de ver hacia dónde estamos orientando nuestra alma; es cuestión de ver hacia dónde estamos poniendo nuestra intención y nuestra vida para luego aplicarlo a nuestras realidades cotidianas: aplicarlo a nuestra vida conyugal, a nuestra vida familiar, a nuestra vida social; aplicarlo a mi esfuerzo por el crecimiento interior en la oración, aplicarlo a mi esfuerzo por enraizar en mi vida las virtudes.

Cuando en esta Cuaresma escuchemos en nuestros oídos la voz de Cristo que nos llama a la conversión del espíritu, pidámosle que sea Él quien nos ayude a convertir el corazón, a transformar nuestra vida, a reordenar nuestra persona a una auténtica conversión del corazón, a una auténtica vuelta a Dios, a una auténtica experiencia de nuestro Señor.


20. Fray Nelson Sábado 5 de Marzo de 2005
Temas de las lecturas: Yo quiero misericordia y no sacrificios * El publicano regresó a su casa justificado, el fariseo no.

1. Lluvia y rocío
1.1 Hoy el amor es comparado con el agua. Amor de Dios, que es como lluvia de primavera, y fecunda la tierra de admirable modo; amor de Israel, que es como rocío engañoso pronto a evaporarse sin dejar más rastro que su recuerdo.

1.2 La lluvia empapa; el rocío apenas moja. El amor de Dios penetra; el amor humano, si no tiene más cimiento que su gusto o conveniencia inmediata, apenas moja, de inmediato se evapora y deja tras de sí un horrible vacío.

1.3 Primera enseñanza y primer cuestionamiento: ¿tu amor es lluvia que fecunda y transforma, o rocío que embellece sólo un instante, y desaparece?

2. Un Dios Incomprendido
2.1 La última frase de la primera lectura nos puede extrañar bastante: "Por eso los he azotado por medio de los profetas y les he dado muerte con mis palabras. Porque yo quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos" (Os 6,6). Lo menos que uno pregunta es: ¿cómo es que Dios, que quiere "misericordia", habla aquí de azotar y dar muerte?

2.2 Antes de juzgar a Dios, miremos con calma la palabra que nos da. Ante todo esa "misericordia" es una palabra hebrea de no fácil traducción. Es la famosa "jésed" que significa también "lealtad", "fidelidad", "piedad" y "gracia"... Indica la dulzura de un lenguaje común, algo así como esa atmósfera de entendimiento en el amor que tienen quienes comparten unas mismas convicciones, unos mismos afectos, es decir: los que están en comunión.

2.3 Cuando el Señor dice: "yo quiero jésed y no sacrificios", está refiriéndose a esa relación entrañable de proximidad y amor. Los "sacrificios" son un modo de establecer un pacto con Dios, un modo de negociar con él. Y eso es detestable para quien quiere que exista una atmósfera de amor y comunión. Por eso la "jésed" va unida a la "da-aht", que suele ser traducida por "conocimiento" de Dios.

2.4 "Da-aht" alude a "estar despierto", "ser consciente, abrir los ojos, darse cuenta". El sacrifico y el holocausto tienen una lógica que puede volverse ciega y mezquina en su repetición: hago esto y Dios hará aquello. Es necesario tener "da-ath"; es preciso estar conscientes, darse cuenta de quién es el que nos llama y con quién estamos tratando. No es una ley anónima, no es una energía sin nombre, no es destino ciego: es el Dios vivo y verdadero y hay que saber quién es él y qué quiere para agradarle y vivir la "jésed" que él espera de nosotros.

3. Lejos y cerca
3.1 El evangelio de hoy juega con los conceptos de lo cercano y lo lejano. El fariseo se creía cercano y estaba muy lejos; el publicano parecía distante pero su oración, que era apenas un susurro, alcanzó los oídos del Altísimo.

3.2 Hay una relación aquí con el tema de la jésed que hemos explicado antes. El publicano no se apoya en sí mismo para hablar a Dios. Este es su gran acierto. Deja a Dios ser Dios; es consciente de quién es Aquel a quien está hablando y por eso entra en una relación de piedad desde su miseria, que no oculta.

3.3 El fariseo, por su parte, habla desde sí mismo. Apoyado en lo que cree que son sus méritos tiene bastante que admirar en su propia vida y no le queda ánimo para admirar la misericordia del Dios que lo recibe en su casa. Por lo visto, Dios existe ante todo para admirarlo a él y para aplaudirle su buena vida. En su ignorancia, este pobre habla solo; no habla con Dios.

3.4 Con todo, hermanos, hemos de obrar con suma prudencia: es fácil caer en el mal de los fariseos en el acto mismo de condenar al fariseísmo. Estaríamos repitiendo su error si ahora dijéramos: "te alabo, Señor, porque no soy como ese ridículo fariseo...". ¿Qué solución queda, entonces? Pedir misericordia para todos: para el publicano que somos y para el fariseo que duerme en nosotros.


21. 05 de Marzo

I. El Señor se conmueve y derrocha sus gracias ante un corazón humilde. La soberbia es el mayor obstáculo que el hombre pone a la gracia divina. Y es el vicio capital más peligroso: se insinúa y tiende a infiltrarse hasta en las buenas obras, haciéndoles perder su condición y su mérito sobrenatural; su raíz está en lo más profundo del hombre (en el amor propio desordenado), y nada tan difícil de desarraigar e incluso de llegar a reconocer con claridad. <“A mí mismo, con la admiración que me debo”. –Esto escribió en la primera página de un libro. Y lo mismo podrían estampar muchos otros pobrecitos, en la última hoja de su vida. ¡Qué pena, si tú y yo vivimos o terminamos así! –Vamos a hacer un examen serio”>. Pedimos al Señor que no nos deje caer en ese estado, e imploramos cada día la virtud de la humildad.

II. El Señor recomendará a sus discípulos: No hagáis como los fariseos. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres (Mateo 23, 5). Para ser humildes no podemos olvidar jamás que quien presencia nuestra vida y nuestras obras es el Señor, a quien hemos de procurar agradar en cada momento. La soberbia tiene manifestaciones en todos los aspectos de la vida: nos hace susceptibles e impacientes, injustos en nuestros juicios y en nuestras palabras. Se deleita en hablar de las propias acciones, luces, dificultades y sufrimientos. Inclina a compararse y creerse mejor que los demás y a negarles las buenas cualidades. Hace que nos sintamos ofendidos cuando somos humillados, o no nos obsequian como esperábamos. Nosotros, con la gracia de Dios, hemos de alejarnos de la oración del fariseo que se complacía en sí mismo, y repetir la oración del publicano: Dios mío, ten misericordia de mí, que soy un pecador.

III. Nuestra oración debe ser como la del publicano (Lucas 18, 9-14): humilde, atenta, confiada, Procurando que no sea un monólogo en el que nos damos vueltas a nosotros mismos, a las virtudes que creemos poseer. La humildad es el fundamento de toda nuestra relación con Dios y con los demás. Es la primera piedra de este edificio que es nuestra vida interior. La ayuda de la Virgen Santísima es nuestra mejor garantía para ir adelante en esta virtud. Cuando contemplamos su humilde ejemplo, podemos acabar nuestra oración con esta petición: “Señor, quita la soberbia de mi vida; quebranta mi amor propio, este querer afirmarme yo e imponerme a los demás. Haz que el fundamento de mi personalidad sea la identificación contigo” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER. Es Cristo que pasa).

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre