MARTES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA

 

Libro de Daniel 3,25.34-43.

El replicó: "Sin embargo, yo veo cuatro hombres que caminan libremente por el fuego sin sufrir ningún daño, y el aspecto del cuarto se asemeja a un hijo de los dioses". - «Por el honor de tu nombre, no nos desampares para siempre, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu misericordia. Por Abrahán, tu amigo; por Isaac, tu siervo; por Israel, tu consagrado; a quienes prometiste multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo, como la arena de las playas marinas. Pero ahora, Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados. En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes; ni holocausto, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso; ni un sitio donde ofrecerte primicias, para alcanzar misericordia. Por eso, acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde, como un holocausto de carneros y toros o una multitud de corderos cebados. Que éste sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia: porque los que en ti confían no quedan defraudados. Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos y buscamos tu rostro, no nos defraudes, Señor. Trátanos según tu piedad, según tu gran misericordia. Líbranos con tu poder maravilloso y da gloria a tu nombre, Señor.»

Salmo 25,4-9.

Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos.
Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador, y yo espero en ti todo el día.
Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor, porque son eternos.
No recuerdes los pecados ni las rebeldías de mi juventud: Por tu bondad, Señor, acuérdate de mi según tu fidelidad.
El Señor es bondadoso y recto: por eso muestra el camino a los extraviados;
él guía a los humildes para que obren rectamente y enseña su camino a los pobres.


Evangelio según San Mateo 18,21-35.

Entonces se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?". Jesús le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo". El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: 'Págame lo que me debes'. El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: 'Dame un plazo y te pagaré la deuda'. Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: '¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de tí?'. E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
 

 

LECTURAS 

1ª: Dn 3, 25. 34-43 

2ª: Mt 18, 21-35 = DOMINGO 24A y JUEVES DE LA SEMANA 19ª



1.

La desmembración del pueblo en tiempos de persecución provoca esta profunda "confesión de los pecados", empapada de una fe que se apoya únicamente en Dios. La crisis de la vida religiosa (ni gobernantes, ni profetas, ni sacrificios) motiva que el pueblo se pregunte cómo se podrá hacer oír, todavía, por Dios. El autor de esta súplica está convencido que únicamente la penitencia interior y la conversión de corazón hará nuevamente agradable el pueblo a los ojos de Dios.

MISA DOMINICAL 1990/06


2. SC-ESPIRITUAL: PROMESAS. OFRENDA. SACERDOCIO. CULTO.

Extracto de una confesión de los pecados del pueblo, compuesta sin duda en la misma fecha que el Libro de Daniel (persecución de Antíoco, 165 a. d. J.C.), pero inserta después en la recopilación sin el seudónimo de Azarías. El que reza suplica a Dios que se cumpla su promesa de hacer de Israel un pueblo numeroso (vv. 36-37). Para que sea eficaz esta oración, es necesario que se pueda hacer al menos en medio de sacrificios litúrgicos o por intermedio de un profeta. Pero ya no hay ni profeta, ni jefe, ni sacrificio en estos tiempos de persecución (v. 38). ¿Quiere decir esto que cualquier oración es vana? Al contrario, el autor de la oración descubre el alcance de sacrificio de la penitencia y de la contrición. La oración del perseguido vale por todos los sacrificios de ovejas y corderos (v. 39). La doctrina del sacrificio espiritual alcanza, por tanto, a la persecución. El Siervo paciente es ya una víctima de sacrificio; los mártires de Antíoco también lo son. Cristo transforma definitivamente la persecución que sufre en sacrificio.

SC/ETAPAS: Dios ha educado progresivamente a su pueblo a que pase de los sacrificios de sangre del comienzo a los sacrificios de oblación espiritual inaugurados por Cristo. Se pueden discernir varias etapas en esta evolución.

La etapa "cuantitativa" en la que los judíos ofrecen un holocausto de tipo pagano, el diezmo y las primicias de sus bienes (Lv 2.; Dt 26. 1-11). Se trata de un sacrificio de ritos, ya que su riqueza y la abundancia de sus bienes se manifiestan incluso en sus sacrificios, asegurándoles una importancia (y, por tanto, un valor religioso) mayor (2 Cr 7. 1-7). No obstante, este tipo de sacrificio se desarrolla sin comprometer verdaderamente a los que participan en él; el campesino judío lleva la víctima y el sacerdote la sacrifica según los ritos. Sólo se compromete la víctima..., pero ella lo ignora. Aún estamos lejos del sacrificio ideal en que el sacerdote y la víctima coinciden en una sola persona.

La reacción de los profetas contra este tipo de sacrificio, que deja de lado la actitud espiritual y moral, será violenta, pero estéril, a menudo (Am 5. 21-27; Jr 7. 1-15; Is 1. 11-17; Os 6.5-6). Será necesario esperar el exilio para que tomen forma las primeras realizaciones de un sacrificio espiritual.

En efecto, en el sacrificio de expiación, tipo de sacrificio que aparece sobre todo en esta época (Nm 29. 7-11), el aspecto cuantitativo desaparece para dar paso a una expresión más marcada de los sentimientos de humildad y pobreza. El esfuerzo más claro para esta espiritualización se notará, sobre todo, en los salmos (Sal 39/40. 7-10; 50/51. 18-19; 49/50.; Jl 1. 13-14; Dn 3. 37-43) Poco a poco, así se llega a tener conciencia de que el sentimiento personal constituye la esencia del sacrificio. El sacrificio del Siervo paciente será el tipo de sacrificio del futuro (Is 53. 1-10).

Jesús tiene claramente este último punto de vista. Son su obediencia y su pobreza las que constituyen la materia de su sacrificio (Hb 2. 17-18; Rm 5. 19; Hb 10. 5-7; Mt 27. 38-60; Lc 18. 9-14). También hace de ello su oblación, al igual que la oblación del Siervo que sufre (Jn 13. 1-5; Lc 22. 20; 23. 37; Mt 26. 3-5).

A su vez, este sacrificio del cristiano sigue la línea del sacrificio de Cristo; una vida de obediencia y de amor que, por su asociación con Cristo, tiene valor litúrgico (Rm 12. 1-2; Hb 9. 14). Tenemos que recordarnos continuamente que un culto que no sea la expresión de un "sacrificio espiritual" así perdería su sentido radicalmente.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 137


3.

La Iglesia dice todos los días al empezar la santa misa el Confiteor, confesión de los pecados que ella ha cometido en sus hijos. Pero su amor de esposa y madre no le permite contentarse con esto, sino que su pensamiento está siempre embargado por el recuerdo de su Señor y esposo, cuya gloria ha sido ultrajada por las debilidades de sus hijos. Los impíos la señalan ahora y se burlan de ella diciendo: ¡Mirad qué cosa son los servidores de Cristo! ¿No tenemos nosotros mayor caridad que ellos? Y al ser pronunciada la justa sentencia condenatoria sobre nosotros, hacen aún mayor mofa, exclamando: ¿Dónde está ahora vuestro Dios? Estos son los motivos por los que la Iglesia suplica a Dios: "¡Da gloria a tu nombre!" (Dn 3, 43). ¡Es por tu mismo bien, Señor! ¡Es para que los malos no difamen tu nombre! ¡Pon de manifiesto en nosotros tu poder de modo que lo vean y crean! Esta oración vuelve sin cesar a los labios de la Iglesia: Propter gloriam nominis tui, "por la gloria de tu nombre" (Sal 78, 9). Oración genuinamente nupcial, propia de la esposa; pues, ¿puede haber algo que importe tanto a la esposa como el honor del esposo? Además, la Iglesia es también madre, y por esto mismo prosigue su oración con el corazón rebosante de piedad maternal y de misericordia: "Y haz con nosotros según la grandeza de tu misericordia" (Dn 3, 42). Una confianza gozosa y esperanzada envuelve la intercesión materna de la Iglesia. La madre ora, la esposa lo espera todo de la bondad del amado. La mayor parte de las plegarias, cantos e instrucciones de la misa de hoy brotan de esta confianza de esposa. No es propio de la Iglesia el contentarse, como hemos dicho ya, con un mero arrepentimiento de los pecados, sin ir más allá. No; confiesa al Señor los pecados de sus hijos y de la misma confesión saca una alabanza a la majestad divina. Espera confiadamente la redención y la purificación, basada en la fe en el amor de Cristo, quien se ha dado a la muerte por nuestro bien. Y confirma a sus hijos en tal seguridad por medio de un canto de confianza, a la vez que los anima a seguir viviendo con pureza mayor.

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO II EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 344


4.

En el evangelio de hoy, Jesús insiste de nuevo sobre el tema de la "misericordia", perdonar, apiadarse, condonar las deudas a nuestros deudores, liquidar los conflictos, mejorar las relaciones... esfuerzos esenciales de la cuaresma.

La plegaria de Daniel se apoya por entero en la «misericordia» de Dios.

-«Por amor de tu nombre, Señor.
No nos abandones para siempre,
No repudies tu alianza,
No nos retires tu misericordia...»

La época de Daniel es un período de prueba, de mucha humillación. Los judíos han sido deportados a Babilonia.

Son perseguidos. No existe ninguna estructura ni institución: «ni jefe, ni profeta, ni príncipe, ni holocausto, ni sacrificio de ofrenda, ni incienso, ni siquiera un lugar para rezar. . .»

En esta situación de desolación, es cuando Daniel eleva a Dios su plegaria. La historia del pueblo de Dios está jalonada de hechos parecidos. No es una historia de poder: los medios humanos han fallado a menudo... los fracasos eran habituales... Sobre ellos, los sucesos se abatían duros y desconcertantes...

Y, en esa situación, la impresión turbadora de «estar abandonado de Dios»... la peor tentación para el que ha puesto en Dios su confianza.

-Somos los más pequeños de todas las naciones...

Humillados hoy en el mundo entero a causa de nuestros pecados. ¡Animo! también yo, una vez más, he de considerar mi "pequeñez". Atreverme a hacer el balance de mis mezquindades, de mis infortunios, de mis pecados.

Esa lucidez es ya un inicio de plegaria. Lo pienso sosegadamente... ¿Por qué taparse la cara? ¿Por qué hacerse ilusiones?

-Pero dígnate aceptarnos, con nuestro corazón contrito y humillado.

Habiendo evocado mi situación de debilidad, repito ahora la misma oración: «dígnate aceptarnos con el corazón contrito y humillado».

Te dirijo, Señor, esta oración, en singular y en plural: dígnate "recibirme", dígnate "recibirnos"... Sé que no soy el único en soportar infortunios. Sé muy bien que muchos hombres y mujeres por todo el mundo los sufren más pesados que yo. Te ruego por ellos, te ruego con ellos, te ruego en su nombre. Dígnate "recibirnos".

-Para los que confían en ti, no hay confusión... Ahora nosotros te seguimos con todo nuestro corazón, te tememos y buscamos tu rostro...

Es ciertamente la oración que quisiera dirigirte. La repito.

«Busco tu rostro, el rostro del Señor».

Yo y todos los hombres tenemos necesidad de ti, Señor, buscamos tu rostro.

-Trátanos con la abundancia de tu «misericordia» y según tu gran «bondad»...

Eres Tú, Señor, el que nos sugiere esa oración. Es tu propia Palabra la que repito yo cuando pronuncio esas palabras, según el profeta Daniel. Tú eres el que me inspira esos sentimientos.

Gracias.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 128 s.


5.

Perdonar, condonar las deudas.

-Se acercó Pedro a Jesús y le preguntó: Si mi hermano peca contra mí... ¿Cuántas veces he de perdonarle? ¿Hasta siete veces?

Pedro ha tenido disgustos con alguien. Se ha pecado contra el. Se le ha perjudicado. Alguien se le ha puesto en contra, o le ha discutido acaloradamente, o ha cometido con él una injusticia. No se trata de la gravedad de la falta. Pero, de todos modos a causa de la dificultad que se siente para perdonar, Pedro debe haber sido afectado en lo más vivo.

Nos encontramos en la esfera de las "relaciones" humanas, en las que "juegan" las faltas contra el "gran mandamiento", en la que nacen y se mantienen los conflictos y las indiferencias, en la que las heridas son más vivas porque se las cree definitivas. "Si mi hermano peca contra mí..." Para comprender vitalmente la pregunta de Pedro y la respuesta de Jesús, es preciso que yo aplique este caso a mi propia vida: ¿quién me hace sufrir? Mis relaciones humanas, ¿con quién me resultan muy difíciles? ¿A quién debo perdonar?

-Dícele Jesús: "No digo yo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

La cifra siete, que pone Pedro, era simbólica. Para un judío de entonces, era una cifra sagrada, que simboliza la perfección.

Pero Jesús, hace estallar esta perfección, y la lleva a su máximo: el perdón, el amor... debe ser absolutamente ilimitado.

Ciertamente esto va más allá de lo "razonable". ¿Incluso si el hermano no da señales de enmienda, si recae siempre en el mismo pecado contra mí...? Sí, Jesús, parece que va por ahí: incluso si no se llega a una mejoría externa de la relación afectiva, es necesario que en el fondo de nosotros mismos cese toda enemistad, toda dureza, todo resentimiento. Exigencia evangélica. Exigencia cuaresmal.

Estas dos cifras -7 y sus múltiplos- eran en el Génesis 4, 23, la expresión de la escalada de la violencia: los hijos de Caín se vengan 77 veces, el mal se multiplica en progresión geométrica; la violencia atrae la violencia. "He matado a un hombre por mi herida. Si Caín fue vengado 7 veces, Lamech lo sera 77 veces." La desmedida del perdón pedido por Dios corresponde a esta proliferación del odio: hay que invertir el proceso. "No os dejéis vencer por el mal, antes bien, venced el mal con el bien. (Rm 12, 21)

-El reino de los cielos es comparable a...

Sí, entramos en otro universo. Impacto social del evangelio.

-Un hombre tenía una deuda de 10.000 talentos, que le fue condonada... Pero, se le debía 100 denarios que continuó exigiendo...

Hay que traducir en moneda actual estas dos cifras para comprender la enormidad de lo que Jesús quiere decirnos: ¡unos 1.020.000.000 de pesetas, y 1.700 pesetas! La desproporción de ambas deudas es desmesuradísima.

Una vez más no hay que intentar aplicar todos los detalles de esta parábola a lecciones espirituales. Lo que cuenta es su sentido global. Lo que es inverosímil humanamente hablando, resulta ser estrictamente verdadero, y desconcertante, en el caso de Dios. ¡Sólo Dios es capaz de hacer semejantes condonaciones!

-Te condoné toda tu deuda. ~No debías tú también tener piedad de tu compañero, como la tuve yo de ti? Para Jesús, la inmensidad del perdón de Dios, su amor sin medida, su misericordia sin tregua y sin límite es lo que debe suscitar nuestra misericordia respecto a nuestros hermanos.

Y el mismo Pedro fue objeto de este amor infinito...

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 132 s.


6.

1. Hoy hemos hecho nuestra esa hermosa oración penitencial que el libro de Daniel pone en labios de Azarías, uno de los tres jóvenes condenados en Babilonia al horno de fuego por no querer adorar a los ídolos falsos y ser fieles a su fe. Es parecida a otras que ya hemos leído, como la de Daniel y la de Ester.

Azarías (¡qué bueno que la Biblia ponga una oración así en boca de un joven que se sabe mantener creyente en medio de un mundo ateo!) reconoce el pecado del pueblo: «estamos humillados a causa de nuestros pecados»; expresa ante Dios el arrepentimiento: «acepta nuestro corazón arrepentido como un holocausto de carneros y toros»; y el propósito de cambio: «ahora te seguimos de todo corazón, buscamos tu rostro».

Sobre todo expresa su confianza en la bondad de Dios: «no nos desampares, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu misericordia... trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia». Para ello no duda en buscar la intercesión (la «recomendación») de unas personas que si habían gozado de la amistad de Dios: los patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob (Israel).

2. Una vez más el evangelio da un paso adelante: si la primera lectura nos invitaba a pedir perdón a Dios, ahora Jesús nos presenta otra consigna, que sepamos perdonar nosotros a los demás.

La pregunta de Pedro es razonable, según nuestras medidas. Le parece que ya es mucho perdonar siete veces. No es fácil perdonar una vez, pero siete veces es el colmo. Y recibe una respuesta que no se esperaba: hay que perdonar setenta veces siete, o sea, siempre.

La parábola de Jesús, como todas las suyas, expresa muy claramente el mensaje que quiere transmitir: una persona a la que le ha sido perdonada una cantidad enorme y luego, a su vez, no es capaz de perdonar una mucho más pequeña.

3.

a) En la Cuaresma nosotros podemos dirigirnos confiadamente a Dios, como los tres jóvenes en tiempos de crisis, reconociendo nuestro pecado personal y comunitario, y nuestro deseo de cambio en la vida. O sea, preparando nuestra confesión pascual. Así se juntan en este tiempo dos realidades importantes: nuestra pobreza y la generosidad de Dios, nuestro pecado y su amor perdonador. Tenemos más motivos que los creyentes del AT para sentir confianza en el amor de Dios, que a nosotros se nos ha manifestado plenamente en su Hijo Jesús. En el camino de la Pascua, nos hace bien reconocernos pecadores y pronunciar ante Dios la palabra «perdón».

Podemos decir como oración personal nuestra -por ejemplo, después de la comunión- el salmo de hoy: «Señor, recuerda tu misericordia, enséñame tus caminos, haz que camine con lealtad... el Señor es bueno y recto y enseña el camino a los pecadores...». Y como los jóvenes del horno buscaban el apoyo de sus antepasados, nosotros, como hacemos en la oración del «yo confieso», podemos esperar la ayuda de los nuestros: «por eso ruego a Santa María siempre Virgen, a los ángeles y los santos, y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mi ante Dios Nuestro Señor».

b) Pero tenemos que recordar también la segunda parte del programa: saber perdonar nosotros a los que nos hayan podido ofender. «Perdónanos... como nosotros perdonamos», nos abrevemos a decir cada día en el Padrenuestro. Para pedir perdón, debemos mostrar nuestra voluntad de imitar la actitud del Dios perdonador.

Se ve que esto del perdón forma parte esencial del programa de Cuaresma, porque ya ha aparecido varias veces en las lecturas. ¿Somos misericordiosos? ¿cuánta paciencia y tolerancia almacenamos en nuestro corazón? ¿tanta como Dios, que nos ha perdonado a nosotros diez mil talentos? ¿podría decirse de nosotros que luego no somos capaces de perdonar cuatro duros al que nos los debe? ¿somos capaces de pedir para los pueblos del tercer mundo la condonación de sus deudas exteriores, mientras en nuestro nivel doméstico no nos decidimos a perdonar esas pequeñas deudas? Y no se trata precisamente de deudas pecuniarias.

Cuaresma, tiempo de perdón. De reconciliación en todas las direcciones, con Dios y con el prójimo. No echemos mano de excusas para no perdonar: la justicia, la pedagogía, la lección que tienen que aprender los demás. Dios nos ha perdonado sin tantas distinciones. Como David perdonó a Saúl, y José a sus hermanos, y Esteban a los que le apedreaban, y Jesús a los que le clavaban en la cruz.

El que tenga el corazón más sano que dé el primer paso y perdone, sin poner luego cara de haber perdonado, que a veces ofende más. Sin pasar factura. Alejar de nosotros todo rencor. Perdonar con amor, sintiéndonos nosotros mismos perdonados por Dios.

«Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde» (la lectura)

«Trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia» (la lectura)

«Enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas» (salmo)

«No te digo que siete veces, sino setenta veces siete» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 64-66


7.

Primera lectura : Daniel 3, 25. 34-43 Hoy estamos humillados por toda la tierra, a causa de nuestros pecados
Salmo responsorial : 24, 4bc-5ab.6-7bc.8-9 Señor, recuerda tu misericordia
Evangelio : Mateo 18, 21-35 No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete

La cuantificación y el esquema lógico que Pedro quiere hacer del perdón es refutado inmediatamente por Jesús, quien le hace caer en cuenta de que el perdón revela la calidad humana de quien lo concede, calidad que se logra en la medida en que se asemeje al obrar del Padre Celestial. Por lo tanto no son contables las veces en las cuales se deba conceder el perdón. De la misma manera que el Padre no se cansa de otorgarnos su perdón, así debería actuar cada uno de nosotros con su hermano.

El método que para enseñar usa aquí Jesús es el mismo de sus grandes enseñanzas: el de la parábola. Su experiencia de sentirse amado y reconciliado con el Padre y de sentir la necesidad de trasladar este perdón o reconciliación a la sociedad humana, lo lleva a crear esta parábola en la que queda claro la ilogicidad de quien no quiere perdonar. ¿Cómo es posible que no sepamos perdonar a quien nos ofende, cuando el Padre Celestial nos perdona a diario mil veces más? ¿No son nuestras mutuas ofensas humanas algo pequeñito en comparación de nuestras ofensas para con Dios? Quien no sea capaz de perdonar a su hermano, sencillamente, no merece el perdón de Dios.

A la gente de su tiempo y de nuestro tiempo Jesús no se cansa de reiterar que el advenimiento del Reino será de manera distinta a lo visto hasta entonces en el proceder humano. El Reino de Dios, por ser un acto de gracia o de amor gratuito, parte de la reconciliación. Como lo hace Dios, hay que acoger a todos los seres humanos, sin importar cuán pecadores sean. El Reino acontece allí donde acontezca el amor gratuito, el perdón. Por eso su acontecer es sencillamente la presencia tangible de la misericordia. Mientras el mundo no rompa con el perdón el espiral de la venganza, no hará habitable la tierra. La llenará de odio y de violencia. Es una obligación perdonar y ser compasivos para con los hermanos, en agradecimiento a Dios, que lo fue con nosotros.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


8.

El perdón es una categoría fundamental y radical en el Evangelio y es propuesto por Jesús, para la comunidad, como un elemento constitutivo de la calidad en las relaciones. Cuando se perdona se corren riesgos. Perdonando el pasado doloroso se construye un futuro esperanzador. Se trata de una actitud positiva, optimista. El mal no tiene la última palabra, porque el hombre y la mujer pueden cambiar. Dejemos hoy estos interrogantes que pueden complementar el de Pedro: ¿cuántas veces tengo que perdonar? ¿Qué tengo que perdonar? ¿Cuántas veces me perdonan? ¿Qué me perdonan? ¿Quién me perdona? ¿No tengo que ser como Dios ?

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


9. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

El texto evangélico de hoy nos sitúa en el final de la instrucción acerca de cómo deben ser tratados los pecadores dentro de la comunidad. Mateo apunta dos respuestas: la corrección fraterna y el perdón. La parábola de hoy pone el broche final a este segundo camino.

La actitud del siervo desagradecido en la parábola evoca en mí, salvando todas las distancias, los ecos del problema del pago de la deuda externa. Pez grande come al mediano, y el mediano al chico y el chico al chiquitito,... Es como una especie de espiral de injusticia, un esquema esclerótico que siempre aboca a lo mismo y asfixia los mismos. De lo que se trata es de romper la dinámica para hacer saltar en pedazos la situación paralizante. En el relato es Dios, representado por el rey, quien da el primer paso. La desigualdad llamativa de las deudas refuerza la intención.

Ahora bien, si como ya ha ocurrido en el Padrenuestro, cambiamos las "deudas" comerciales por las "ofensas" personales, la ecuación nos remite a las relaciones intracomunitarias. Y de nuevo se nos pide perdonar setenta veces siete. Réplica a la medida de la venganza salvaje de Lamek: setenta y siete veces (Gn 4, 24). Esta doctrina y esta conducta no son "flatus vocis". Tienen un pilar que las sustenta: el comportamiento de Dios con nosotros.

No basta con dar un 0'7 de perdón. No cabe duda que hay que "perder más". Pero en cristiano, quien pierde, gana. No sabría calcular bien a cuántos euros equivaldrían hoy los diez mil talentos del evangelio. No importa. No es cuestión de aritmética. Quien ha experimentado la misericordia de Dios, no puede andar calculando las fronteras del perdón y de la acogida al hermano.

Vuestro amigo.

Carlos Oliveras (carlosoliveras@hotmail.com)


10. 2001

COMENTARIO 1

vv. 21-22. Se discutía sobre el número de veces que había que per­donar, y solía proponerse el número cuatro como cifra máxima. Pedro va más allá, pero se mueve aún en el plano de la casuística. La pregunta de Pedro se refiere directamente al v. 15. La respues­ta de Jesús juega con el término «siete» propuesto por Pedro, alu­diendo a Gn 4,24 (cántico de Lamec): «si la venganza de Caín valía por siete, la de Lamec valdrá por setenta y siete». El perdón debe extenderse hasta donde llegó el deseo de venganza.



vv. 23-35. El sentido de la parábola es claro. «Empleados» (23): lit. «siervos/esclavos». En la concepción de la corte oriental, donde el rey era señor absoluto, todos los miembros de la corte, por alta que fuera su categoría, se consideraban siervos del rey (1 Sm 8,14; 2 Re 5,6; Mt 25,14-30). En este pasaje, un siervo que debía millones al rey era ciertamente un personaje importante.


COMENTARIO 2

La cuantificación y el esquema lógico que Pedro quiere hacer del perdón es refutado inmediatamente por Jesús, quien le hace caer en cuenta de que el perdón revela la calidad humana de quien lo concede, calidad que se logra en la medida en que se asemeje al obrar del Padre Celestial. Por lo tanto no son contables las veces en las cuales se deba conceder el perdón. De la misma manera que el Padre no se cansa de otorgarnos su perdón, así debería actuar cada uno de nosotros con su hermano.

El método que para enseñar usa aquí Jesús es el mismo de sus grandes enseñanzas: el de la parábola. Su experiencia de sentirse amado y reconciliado con el Padre y de sentir la necesidad de trasladar este perdón o reconciliación a la sociedad humana, lo lleva a crear esta parábola en la que queda claro la falta de lógica de quien no quiere perdonar. ¿Cómo es posible que no sepamos perdonar a quien nos ofende, cuando el Padre Celestial nos perdona a diario mil veces más? ¿No son nuestras mutuas ofensas humanas algo pequeñito en comparación de nuestras ofensas para con Dios? Quien no sea capaz de perdonar a su hermano, sencillamente, no merece el perdón de Dios.

A la gente de su tiempo y de nuestro tiempo Jesús no se cansa de reiterar que el advenimiento del Reino será de manera distinta a lo visto hasta entonces en el proceder humano. El Reino de Dios, por ser un acto de gracia o de amor gratuito, parte de la reconciliación. Como lo hace Dios, hay que acoger a todos los seres humanos, sin importar cuán pecadores sean. El Reino acontece allí donde acontezca el amor gratuito, el perdón. Por eso su acontecer es sencillamente la presencia tangible de la misericordia. Mientras el mundo no rompa con el perdón el espiral de la venganza, no hará habitable la tierra. La llenará de odio y de violencia. Es una obligación perdonar y ser compasivos para con los hermanos, en agradecimiento a Dios, que lo fue con nosotros.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


11. 2002

El texto evangélico nos invita a dirigir nuestra mirada a Dios en orden a asumir nuevas actitudes en la relación con los hermanos que nos ofenden. En la realidad a la que la parábola apunta, se trata de Dios ante quien toda persona debe considerarse como deu­dora, ya que no ha dado la respuesta adecuada, y de la relación que existe entre deudores y acreedores, ofensores y ofendidos, en la relación horizontal entre los seres humanos.

Pero si la actitud de los dos deudores es la misma, la de los acreedores es totalmente diversa. Aquel a quien se debía una suma millonaria asume la actitud de perdón total y quien era acreedor de la pequeña cantidad arroja a su deudor a la cárcel.

Este es el punto central de la enseñanza de la parábola. La misericordia aparece como la caracterís­tica fundamental del actuar divino y puede ser experi­mentada en la vida de cada persona humana. Pero esta experiencia de perdón recibida, para ser conser­vada exige que se convierta en actitud permanentemente reguladora de las relaciones fraternas. Sólo cuando somos capaces de compartir el perdón de Dios, perdonando a los hermanos, permanecemos en comu­nión con Dios. Negarse a perdonar significa haber roto la ligazón a la fuente del perdón, al Padre del cielo.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


12.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;  inclina el oído y escucha mis palabras. Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme» (Sal 16,6.8).

Colecta (del misal anterior y, antes, del Gregoriano y Gelasiano): «Señor, que tu gracia no nos abandone, para que, entregados plenamente a tu servicio, sintamos sobre nosotros tu protección continua».

Comunión: «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y hospedarse en tu monte santo? El que procede honradamente y practica la justicia» (Sal 14,1-2).

Postcomunión: «La participación en este Sacramento acreciente nuestra vida cristiana, expíe nuestros pecados y nos otorgue tu protección».

Daniel 3,25.34-43: Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde. «Un corazón contrito y humillado el Señor no lo desprecia» (Sal 50,19). El sacrificio más agradable a Dios es el de la contrición y la humildad. Esta verdad, que ya aparecía en el Antiguo Testamento, como vemos en la oración de Azarías que recoge la lectura de hoy, adquiere mayor relevancia incluso en las enseñanzas de Cristo, la vida de la Virgen María, y la doctrina de los Padres y del Magisterio de la Iglesia. Casiano dice:

«La verdadera paciencia y tranquilidad del alma solo puede adquirirse y consolidarse con una profunda humildad de corazón. La virtud que mana de esta fuente no tiene necesidad del retiro de una celda, ni del refugio de la soledad. En realidad, no le falta un apoyo exterior cuando está interiormente sostenida por la humildad, que es su madre y guardiana. Por otra parte, si nos sentimos airados cuando se nos provoca, es indicio de que los cimientos de la humildad no son estables» (Colaciones 18,13).

«Nadie puede alcanzar la santidad si no es a través de una verdadera humildad, ante todo para con sus hermanos. Pero también debe tenerla para con Dios, persuadido de que, si Él no lo protege y ayuda en cada instante, le es absolutamente imposible obtener la santidad a la que aspira y hacia la cual corre» (Instituciones  12,23).

La humildad y la caridad son las ruedas maestras; todas  las demás giran a su alrededor: «Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde, que éste sea hoy y siempre nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia» (Dan 3,40).

–Un corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia. Este es el sentido de la oración de Azarías. No te acuerdes de nuestros pecados, porque tu ternura y tu misericordia son eternas.

Con la confianza de que Dios enseña su camino a los humildes, decimos con el Salmo 24: «Enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad; enséñame, porque Tú eres mi Dios y Salvador. Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor. El Señor es bueno y recto, enseña el camino a los pecadores, hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes».

Mateo 18,21-35: El Padre no os perdonará si cada cual no perdona de corazón a su hermano. El perdón supone correspondencia. Es una enseñanza clara en el Evangelio. San Agustín explica este evangelio:

«No te hastíes de perdonar siempre al que se arrepiente. Si no fueras tú también deudor, impunemente podrías ser un severo acreedor. Pero tú que eres también deudor, y lo eres de quien no tiene deuda alguna, si tienes un deudor, pon atención a lo que haces con él. Lo mismo hará Dios contigo... Si te alegras cuando se te perdona, teme el no perdonar por tu parte.

«El mismo Salvador manifestó cuán grande debe ser tu temor, al proponer en el Evangelio la parábola de aquel siervo a quien su señor le pidió cuentas y le encontró deudor de cien mil talentos... ¡Cómo hemos de temer, hermanos míos, si tenemos fe, si creemos en el Evangelio, si no creemos que el Señor es mentiroso! Temamos, prestemos atención... perdonemos. ¿Pierdes acaso algo de aquello que perdonas? Otorgas perdón» (Sermón 114 A,2).

«Perdonad y se os perdonará, dad y se os dará» (Lc 6,37-38). No pensamos que recibiremos lo que damos. Damos cosas mortales, recibiremos inmortales; damos cosas temporales, recibiremos eternas; damos cosas terrenas, recibiremos celestes. Recibiremos la recompensa de nuestro mismo Señor.


13.

Comentario: Rev. D. Enric Prat i Jordana (Sort-Lleida, España)

«Movido a compasión, le perdonó la deuda»

Hoy, el Evangelio de Mateo nos invita a una reflexión sobre el misterio del perdón, proponiendo un paralelismo entre el estilo de Dios y el nuestro a la hora de perdonar.

El hombre se atreve a medir y a llevar la cuenta de su magnanimidad perdonadora: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» (Mt 18,21). A Pedro le parece que siete veces ya es mucho o que es, quizá, el máximo que podemos soportar. Bien mirado, Pedro resulta todavía espléndido, si lo comparamos con el hombre de la parábola que, cuando encontró a un compañero suyo que le debía cien denarios, «le agarró y, ahogándole, le decía: ‘Paga lo que debes’» (Mt 18,28), negándose a escuchar su súplica y la promesa de pago.

Echadas las cuentas, el hombre, o se niega a perdonar, o mide estrictamente a la baja su perdón. Verdaderamente, nadie diría que venimos de recibir de parte de Dios un perdón infinitamente reiterado y sin límites. La parábola dice: «Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda» (Mt 18,27). Y eso que la deuda era muy grande.

Pero la parábola que comentamos pone el acento en el estilo de Dios a la hora de otorgar el perdón. Después de llamar al orden a su deudor moroso y de haberle hecho ver la gravedad de la situación, se dejó enternecer repentinamente por su petición compungida y humilde: «Postrado le decía: ‘Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré’. Movido a compasión...» (Mt 18,26-27). Este episodio pone en pantalla aquello que cada uno de nosotros conoce por propia experiencia y con profundo agradecimiento: que Dios perdona sin límites al arrepentido y convertido. El final negativo y triste de la parábola, con todo, hace honor a la justicia y pone de manifiesto la veracidad de aquella otra sentencia de Jesús en Lc 6,38: «Con la medida con que midáis se os medirá».


14. Perdonar y disculpar

En algún caso, nos puede costar el perdón. En lo grande o en lo pequeño. El Señor lo sabe y nos anima a recurrir a Él, que nos explicará cómo este perdón sin límite, compatible con la defensa justa cuando sea necesaria, tiene su origen en la humildad.

I. Es muy posible, que en la convivencia de todos los días, alguien nos ofenda, que se porte con nosotros de manera poco noble, que nos perjudique. Y esto, quizá de manera habitual. Hasta siete veces he de perdonar? Es decir, ¿he de perdonar siempre? Conocemos la respuesta del Señor a Pedro, y a nosotros: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Es decir, siempre. Pide el Señor a quienes le siguen, a ti y a mí, una postura de perdón y de disculpa ilimitados. A los suyos, el Señor les exige un corazón grande. Quiere que le imitemos. Nuestro perdón ha de ser sincero, de corazón, como Dios nos perdona a nosotros. Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Perdón rápido, sin dejar que el rencor o la separación corroan el corazón ni por un momento. Sin humillar a la otra parte, sin adoptar gestos teatrales. La mayoría de las veces bastará con sonreír, devolver la conversación. Seguir al Señor de cerca es encontrar, en el perdonar con prontitud, un camino de santidad.

II. En algún caso, nos puede costar el perdón. En lo grande o en lo pequeño. El Señor lo sabe y nos anima a recurrir a Él, que nos explicará cómo este perdón sin límite, compatible con la defensa justa cuando sea necesaria, tiene su origen en la humildad. Cuando una persona es sincera consigo misma y con Dios, no es difícil que se reconozca como aquel siervo que no tenía con qué pagar. No solamente porque todo lo que es y tiene se lo debe a Dios, sino también porque han sido muchas las ofensas perdonadas. Sólo nos queda una salida: acudir a la misericordia de Dios, para que haga con nosotros lo que hizo con aquel criado: compadecido de aquel siervo, le dejó libre y le perdonó la deuda. La humildad de reconocer nuestras muchas deudas para con Dios nos ayudará a perdonar y a disculpar a los demás, que es muy poco en comparación con lo que nos ha perdonado el Señor.

III. La caridad ensancha el corazón para que quepan en él todos los hombres, incluso a aquellos que no nos comprenden o no corresponden a nuestro amor. Junto al Señor no nos sentiremos enemigos de nadie. Junto a Él aprenderemos a no juzgar las intenciones íntimas de las personas. Cometemos muchos errores porque nos dejamos llevar por juicios o sospechas temerarias porque la soberbia es como esos espejos curvos que deforman la verdadera realidad de las cosas. Sólo quien es humilde es objetivo y capaz de comprender las faltas de los demás y a perdonar. La Virgen nos enseñará a perdonar y a luchar por adquirir las virtudes que, en ocasiones, nos pueden parecer que faltan a los demás.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


15.¿De qué nos sirve sacrificar nuestras cosas si no nos sacrificamos nosotros?

Autor: P. Cipriano Sánchez

Dn 3, 25. 34-35
Mt 18, 21-35

“El que en Ti confía no queda defraudado”. Esta oración del Antiguo Testamento podría resumir la actitud de quien comprende dónde está la esencia fundamental del hombre, dónde está lo que verdaderamente el hombre tiene que llevar a su Creador: un corazón contrito y humillado, como auténtico y único sacrificio, como verdadero sacrificio. ¿De qué nos sirve sacrificar nuestras cosas si no nos sacrificamos nosotros? ¿De qué nos sirve ofrecer nuestras cosas si no nos ofrecemos nosotros? El mensaje de la Escritura es, en este sentido, sumamente claro: es fundamental, básico e ineludible que nosotros nos atrevamos a poner nuestro corazón en Dios nuestro Señor.

“Ahora te seguiremos de todo corazón”. Quizá estas palabras podrían ser también una expresión de lo que hay en nuestro corazón en estos momentos: Padre, quiero seguirte de todo corazón. Son tantas las veces en las que no te he seguido, son tantas las veces en las que no te he escuchado, son tantos los momentos en los que he preferido ser menos generoso; pero ahora, te quiero seguir de todo corazón, ahora quiero respetarte y quiero encontrarte.

Ésta es la gran inquietud que debe brotar en el alma de todos y cada uno de nosotros: Te respetamos y queremos encontrarte. Si éste fuese nuestro corazón hoy, podríamos tener la certeza de que estamos volviéndonos al Señor, de que estamos regresando al Señor y de que lo estamos haciendo con autenticidad, sin posibilidad de ser defraudados.

¿Es así nuestro corazón el día de hoy? ¿Hay verdaderamente en nuestro corazón el anhelo, el deseo de volvernos a Dios? Si lo hubiese, ¡cuántas gracias tendríamos que dar al Señor!, porque Él permite que nuestra vida se encuentre con Él, porque Él permite que nuestra vida regrese a Él. Y si no lo hubiese, si encontrásemos nuestro corazón frío, temeroso, débil, ¿qué es lo que podríamos hacer? La oración continúa y dice: “Trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia”.

También el Señor es consciente de que a veces en el corazón del hombre puede haber un quebranto, una duda, un interrogante. Y es consciente de que, en el corazón humano, tiene que haber un espacio para la misericordia y la clemencia de Dios. Dejemos entrar esta clemencia y esta misericordia en nuestra alma; hagamos de esta Cuaresma el cambio, la transformación, los días de nuestra decisión por Cristo. No permitamos que nuestra vida siga corriendo engañada en sí misma.

Sin embargo, Dios está pidiendo el sacrificio de nuestro corazón: “Un sacrificio de carneros y toros, un millar de corderos cebados”. El reto de responder a ese Dios que nos llama por nuestro nombre, el reto de respoder a ese Dios que nos invita a seguirlo en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra vocación cristiana puede ser, a veces, un reto muy pesado; sin embargo, ahí está Dios nuestro Señor dispuesto a prestarnos el suplemento de fuerza, el suplemento de generosidad, el suplemento de entrega y el suplemento de fidelidad que quizá a nosotros nos pudiese faltar en nuestro corazón.

Si nos sentimos flaquear, si no somos capaces, Señor, de encontrarnos contigo, de estar a tu lado, de resistir tu paso, de ir al ritmo que Tú nos estás pidiendo, hagamos la oración tan hermosa de la primera lectura: “Trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia”. Si tengo miedo de soltar mi corazón, si tengo miedo de pagar alguna deuda que hay en mi alma... “Trátame según tu clemencia y tu abundante misericordia”. Si todavía en mi interior no hay esa firme decisión de seguirte , tal y cómo Tú me lo pides, con el rostro concreto por el cual Tú me quieres llamar... “Trátame según tu clemencia y tu abundante misericordia”.

Que ésta sea la actitud de nuestra alma, que éste sea el auténtico sacrificio que ofrecemos a Dios nuestro Señor. A Él no le interesan nuestras cosas, le interesamos nosotros; no busca nuestras cosas, nos busca a nosotros. Somos, cada uno de nosotros, el objeto particular de la predilección de Dios nuestro Señor.

Que en esta Cuaresma seamos capaces de abrir nuestro corazón, como auténtico sacrificio, en la presencia de Dios. O, que por lo menos, se fortalezca en nuestro interior la firme decisión de dar al Señor lo que quizá hasta ahora hemos reservado para nosotros. Quitar ese miedo, esa inquietud, esa falta total de disponibilidad que, a lo mejor, hasta estos momentos teníamos exclusivamente en nuestras manos.

Que la Eucaristía se convierta para nosotros en una poderosa intercesión ante Dios Padre por medio de su Hijo Jesucristo, para que en este tiempo de Cuaresma logremos renovarnos y transformarnos verdaderamente. Que nos permita abrir nuestra mente a nuestro Señor, con un corazón dispuesto a lanzarse en esa obra hermosísima de la santificación que Dios nos pide a cada uno de nosotros.


16. 2004. Comentarios
Servicio Bíblico Latinoamericano

Análisis

Se ha afirmado, y creemos que con razón, que el cuerpo del Evangelio de Mateo se presentas en “cinco volúmenes” en los que la parte narrativa y la parte discursiva se iluminan mutuamente. El cuarto de estos tomos está centrado particularmente en la comunidad, por ejemplo, la palabra “ekklesía” aparece aquí por única vez en los evangelios, y una vez en la narración y otra en el discurso; Pedro, por otra, parte, aparece cada vez más ocupando un lugar protagónico al lado de Jesús. El discurso de la comunidad, entonces, que ocupa todo el capítulo 18, debe entenderse en ese marco, Jesús explica cómo debe vivir la comunidad eclesial.

El texto que hoy reflexionamos, empieza con un dicho de Jesús semejante al que encontramos en Lc 17,4 por lo que podemos pensar en que Mt ha reelaborado un texto Q (vv.21-22) al que le ha añadido una parábola (vv.23-35). El verbo “perdonar” y el sustantivo “hermano” se repiten al principio y al final del relato marcándolo como una unidad (lo mismo el “por eso” con que comienza la parábola, que la integra a lo anterior).

Como portavoz de la comunidad el que habla es Pedro, como en 14,28; 15,15; 16,16.22; 17,4; 19,27 (menos el último, todos los textos pertenecen al “tomo 4"; ver 17,24-27). Él sabe que la comunidad de Jesús, la comunidad del reino, debe estar marcada por el perdón (6,12.14-15), pero ese perdón ¿tiene un límite? ¿Entra el cálculo en la dinámica del amor?

El uso de los números parece remitirnos a las primeras páginas de la Biblia. Sabemos que Caín ha asesinado a su hermano, y eso es signo que todo asesinado es un fratricidio. Sin embargo, Dios, que como ocurre con frecuencia en aquellas páginas, mitiga el castigo debido, Caín es protegido por Dios para que si alguien lo matare lo pagará siete veces (Gn 4,15). Entre la descendencia de Caín encontramos a Lámek, padre de “culturas”... allí Lámek dirige una composición poética a sus mujeres donde se revela que la violencia ha crecido desmesuradamente:

«Adá y Sil-lá, oigan mi voz / mujeres de Lámek, escuchen mi palabra:

Yo maté a un hombre por una herida que me hizo / y a un muchacho por un moretón que recibí.

Caín será vengado siete veces, / mas Lámek lo será 77» (Gn 4,23-24; ver TestBenj 7,4: “Caín fue condenado a siete males, pero Lamec a setenta y siete”). La desmesura no sólo está dada en la venganza: no hay “ojo por ojo” sino “herida por muerte”, sino también está dada por la “medida” de la venganza: “77". La pregunta de Pedro de perdonar 7 veces no necesariamente se remonta a Caín (pero ver Lv 26,18; Pr 24,16; ver 2 Sam 12,6 LXX, en hebreo dice 4 y el griego lo cambia a 7 veces), pero sí es probable que lo haga la respuesta de Jesús. Algunos textos rabínicos dicen que se debe perdonar hasta “tres veces”, si eran conocidos -cosa que desconocemos- la pregunta de Pedro ya era generosa y supone la dinámica del perdón como característica del reino predicado por Jesús. Ciertamente, su respuesta lo supera absolutamente. Si la venganza puede crecer desmesuradamente en una espiral de violencia, sin límite y sin misericordia, mucho más debe crecer la espiral del reino, espiral del perdón. Éste también debe ser ilimitado.

La parábola tiene elementos fácilmente leídos en clave alegórica: el rey es fácilmente figura de Dios, y los dos “siervos” son hermanos de la comunidad. No es improbable que Mateo reelabore una parábola primitiva (ver Lc 7,41-43), pero veamos el texto tal como ahora se encuentra:

La parábola es parábola del Reino (ver 13,24; 22,2), el perdón ilustra el comportamiento del reino. El esquema es evidente y presenta tres escenas: un acreedor y su deudor, el deudor es ahora acreedor de un segundo deudor, el primer deudor vuelve a serlo. Hay palabras y actitudes que se repiten con clara intención de poner en paralelo al deudor mayor y al deudor menor:

* el deudor cae a los pies del acreedor y pide “ten paciencia conmigo que te pagaré” (vv.26.29);

* el deudor es sancionado “hasta que pague lo que debía” (vv.30.34).

La primera escena ocurre donde el rey. Éste llama al deudor quien debe al rey una suma exorbitante, imposible de haber sido solicitada. Se puede pensar en un funcionario importante que ha estafado o hecho mal uso de los bienes del rey (no es incoherente que aunque funcionario importante se lo llame “siervo”). Los 10.000 talentos es como decir la cifra máxima. El talento es la moneda más importante, y su valor equivale -según las épocas- a unos entre 6.000 y 10.000 denarios cada uno (eso implicaría entre 60 y 100 millones de denarios). La venta como esclavo era algo posible en Israel (ver Ex 22,2), pero no la venta de la mujer. Esto nos ubica en un rey extranjero. Por otra parte, jamás podría pagar lo adeudado, por lo que la venta era una suerte de castigo. Postrado a los pies pide paciencia para pagar “todo”, y ocurre lo inesperado: el rey le perdona “toda” la deuda.

La segunda escena ocurre al salir, el que ha dejado de ser deudor se revela ahora como acreedor de un compañero. en este caso la suma es accesible: 100 denarios; y la promesa de devolver es realista. El denario es un jornal (ver 20,2) con lo que una familia puede vivir ajustadamente (siguiendo el valor dado más arriba, la deuda era entre 600.000 y un millón de veces menor a la que le fue condonada). La actitud negativa del acreedor se manifiesta en la actitud de aprehender y ahogar al deudor y enviarlo a la cárcel (recordar 5,25). Esto causa tristeza en los restantes compañeros que lo cuentan al rey. Acá se marca el contraste entre los dos personajes frente al perdón (el rey y el primer deudor), y el contraste es importante en las parábolas de dos personajes, allí radica la eficacia de la parábola. La “regla de oro” se ha quebrado, no se ha hecho como quisiéramos que se haga con nosotros” (7,12), el razonable pedido de paciencia se ha ignorado.

La tercera y última escena vuelve a ocurrir donde el rey que vuelve a llamar al deudor, ahora calificado de “siervo malvado”. “Toda” la deuda le había sido perdonada a causa de la compasión (’eleáô), pero la falta de compasión lo lleva a que el rey ahora reclame nuevamente “toda” la deuda. Precisamente la impagable.

La conclusión vuelve al punto de partida, la comunidad: el perdón a los hermanos debe ser ilimitado como es ilimitado el perdón de Dios a nosotros.

De hecho, toda la parábola viene a ser una ilustración de la petición del Padrenuestro: “perdónanos como perdonamos” (recordar que en Matero lo que se pide es el perdón de las “deudas”, como es el caso de la parábola). La misericordia recibida y la misericordia que debemos dar no son separables. La medida del obrar de los miembros de la comunidad del reino es precisamente el obrar mismo de Dios: ¿no debías tener compasión de tu compañero como yo la tuve de ti? El perdón, que nace de la misericordia es el estilo del reino.

Comentario

El perdón aparece, en los Evangelios, como la expresión sublime del amor, y juega un lugar tan importante y central, que vemos que es la vida misma de Jesús. El perdón es el camino más profundo que nos lleva hasta el corazón del hombre, nos mete en su vida, porque el perdón devuelve la vida. Por eso, el perdón nos asemeja a Jesús.

¿Cuesta? ¡Claro! Pero no podemos desconocer la necesidad y urgencia de encontrar en el otro un hermano; y para eso se nos vuelve impostergable el perdón, perdonar y ser perdonados. Porque quiebra nuestra relación con el otro tanto el no pedir perdón como el no otorgarlo al que lo pide.

Precisamente porque miro el bien del otro -eso es el amor- quiero reparar el mal que hice; eso es el arrepentimiento, ya que no puede haber perdón, y por tanto reconciliación, sin arrepentimiento; no puede haber "perdonados" sin pedido de perdón. Porque miro el bien de otro -es amor- es que acepto su arrepentimiento y regalo mi perdón y así se llega a la reconciliación.

Aquí nos encontramos con la reconciliación, un dialogo de amor entre "perdonados" y "perdonadores", no movidos por un trágico sentimiento de superioridad, sino por el dialógico compromiso del amor. Por eso el perdón conduce a la amistad -es amor-.

Pero sabemos que el perdón regalado por Dios, es infinitamente superior, no tiene comparación. Con la parábola nos muestra la magnitud del perdón de Dios para que no pongamos limites al nuestro. La distancia que hay en los dos casos es tan impresionante que se hace imposible de ver: si uno debe $ 2.000 el otro debe aproximadamente $ 2.000 millones, ¿cómo podría devolverlo? Esa misma es la distancia entre el perdón de Dios y el nuestro, ¿no es eso es lo que pedimos en la oración al decir “perdona nuestras deudas como perdonamos a nuestros deudores...?


17.

Reflexión

Quizás una de las cosas de las que más adolece el mundo hoy es la “misericordia”. Nos hemos vuelto duros, rígidos, muchas veces intolerantes e insensible. Es triste ver que algunos cristianos, que debían de estar llenos del amor misericordioso de Dios, continúan actuando como este hombre de la parábola. Esperan solo el momento del error del hermano para echárselo en cara. Quizás podríamos escudarnos en que buscamos su bien, que lo estamos educando, que es la única manera de que aprendan… sin embargo esta no fue la pedagogía de Jesús, y no es la manera como nos trata el Padre. Jesús nos dijo: “Sean perfectos como el Padre Celestial es perfecto”. Y ¿cuántos de nosotros los somos? Y por no serlo, ¿Jesús nos desprecia o nos humilla? Ciertamente no. Respeta nuestro proceso, nos alimenta con amor y de esta manera nos permite experimentar su misericordia. Aprendamos a ver hacia nosotros mismo. Así descubriremos toda nuestra miseria. Esta es la base para tratar a los demás con dulzura y compasión, pues si siendo lo que soy, Dios me trata con amor, con cuánta más razón no lo haré yo con mis hermanos, que la verdad, son mejores que yo.

Que el Señor sea luz y lámpara para tu camino.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


18. El perdón de las ofensas

Fuente: Catholic.net
Autor: P . Clemente González

Reflexión:

Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar? Con esta respuesta Jesús no nos dice que perdonar sea fácil, sino que es un requisito absolutamente indispensable para nuestra vida. Podríamos decir que es un mandamiento, porque nos dice ¡perdona! De otra forma el corazón se encuentra como una ciudad asediada por el enemigo, la caridad rodeada por el odio y el progreso espiritual sumergido en un pozo profundo. Por otro lado, no debemos preocuparnos por la correspondencia del otro si hemos hecho lo que estaba de nuestra parte. Cada uno es diverso y, por lo tanto, cada uno dará cuentas a Dios de lo que ha hecho con su vida y con sus acciones.

Nuestro corazón deber ser un castillo donde sólo reine Dios. Él es amor, como dice san Juan en su primera epístola, y como tal aborrece el odio. Si, por el contrario, permitimos entrar al odio en nuestro corazón, Cristo abandonará el sitio que estaba ocupando dentro de nosotros porque no puede ser amigo de quien odia. Por este motivo debemos trabajar en amar en lugar de odiar, comprender en lugar de pensar mal, perdonar en lugar de buscar la venganza. Odiando, matamos nuestra alma. El deseo de venganza significa que se quiere superar al otro en hacer el mal y esto en vez de sanar la situación la empeora. Pidamos a Cristo la gracia de contar con un corazón como el suyo que sepa amar y perdonar a pesar de las grandes o pequeñas dificultades de la vida.


19.
Quizás una de las cosas de las que más adolece el mundo hoy es la "misericordia". Nos hemos vuelto duros, rígidos, muchas veces intolerantes e insensible. Es triste ver que muchos de nosotros cristianos actuamos como este hombre de la parábola. Esperamos solo el momento del error del hermano para echárselo en cara. Quizás podríamos escudarnos en que buscamos su bien, que lo estamos educando, que es la única manera de que aprendan; sin embargo esta no fue la pedagogía de Jesús, y no es la manera como nos trata el Padre. Jesús nos dijo: "Sean perfectos como el Padre Celestial es perfecto". Y ¿cuántos de nosotros los somos? Y por no serlo, ¿Jesús nos desprecia o nos humilla? Ciertamente no. Respeta nuestro proceso, nos alimenta con amor y de esta manera nos permite experimentar su misericordia. Aprendamos a ver hacia nosotros mismo. Así descubriremos toda nuestra miseria. Esta es la base para tratar a los demás con dulzura y compasión, porque si siendo lo que soy, Dios me trata con amor, con cuánta más razón no lo haré yo con mis hermanos, que la verdad, son mejores que yo.


20. DOMINICOS 2004

"No apartes de nosotros tu misericordia"

 

La luz de la Palabra de Dios

1ª Lectura: 1ª Lectura: Daniel 3,25.34-43

Y Azarías, en pie en medio del fuego, oraba así: ¡Oh, no nos desampares para siempre, por amor de tu nombre, no rechaces tu alianza. No nos retires tu misericordia, por amor de Abrahán, tu amigo; de Isaac, tu siervo, y de Israel, tu santo, a quienes prometiste multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo, como la arena de las playas del mar.

¡Oh Señor! Somos el más pequeño de los pueblos y estamos humillados en toda la tierra por causa de nuestros pecados. No tenemos ya príncipe, profeta, ni caudillo, ni holocausto, ni sacrificio, ni ofrendas, ni incienso, ni lugar donde ofrecerte las primicias y alcanzar tu misericordia.

Pero tenemos un corazón contrito y un alma humillada; acéptalos como holocausto de carneros y toros, de millares de corderos cebados. Tal sea hoy nuestro sacrificio ante ti para agradarte, pues no quedan defraudados quienes ponen en ti su confianza. Y ahora te seguimos de todo corazón, te tememos y buscamos tu rostro. No nos dejes avergonzados; trátanos conforme a tu bondad, según tu gran misericordia. Líbranos con tu poder maravilloso y da gloria a tu nombre, oh Señor.

Evangelio: Mateo 18,21-35

Pedro se acercó y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?».

Jesús le dijo: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».

«El reino de Dios es semejante a un rey que quiso arreglar sus cuentas con sus empleados. Al comenzar a tomarlas, le fue presentado uno que le debía millones. No teniendo con qué pagar, el señor mandó que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que le fuera pagada la deuda. El empleado se echó a sus pies y le suplicó: Dame un plazo y te lo pagaré todo.

El señor se compadeció de él, lo soltó y le perdonó la deuda. El empleado, al salir, se encontró con uno de sus compañeros que le debía un poco de dinero; lo agarró por el cuello y le dijo: ¡Paga lo que debes!

El compañero se echó a sus pies y le suplicó: ¡Dame un plazo y te pagaré!

Pero él no quiso, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara la deuda. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se disgustaron mucho y fueron a contar a su señor todo lo que había pasado. Entonces su señor lo llamó y le dijo: Malvado, te he perdonado toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, como yo me compadecí de ti?

Y el señor, irritado, lo entregó a los torturadores, hasta que pagase toda la deuda.

Así hará mi Padre celestial con vosotros si cada uno de vosotros no perdona de corazón a su hermano».

 

Reflexión para este día.

“Señor, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu misericordia”.

Nuevamente aparece la bondad del Dios-amor, del Dios que perdona a quienes reconocen sus equivocaciones y saben acudir a Él. La fidelidad y la misericordia del Señor, siempre está abierta para todos. El creyente lo cree y lo sabe. Ha vivido esta experiencia a lo largo de la historia del pueblo. Desde esta convicción, acude al Señor para rogarle “que no le desampare para siempre”.  Este grito humilde y confiado del creyente consigue que Dios le responda con su amor perdonador. Así, el pecador recupera la gracia de la Alianza y se consolida su comunión con Dios.

Pero el perdón que Dios nos ofrece y otorga no se queda inactivo en nuestro corazón. Jesús en persona abre el horizonte dinámico del amor con el que Dios nos trata al perdonarnos a nosotros. Se lo dice a San Pedro, que pensaba que el amor, el perdón se reducía al ámbito de los amigos y sólo en determinadas ocasiones.

“Pedro le preguntó: ¿Cuántas veces tengo que perdonar al que me ofende?. ¿Hasta siete veces?. Jesús le contestó: no te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.

Jesús condiciona el hecho de que Dios nos perdone a nuestra decisión de perdonar a los que nos ofenden. De una manera simbólica nos está diciendo: Si quieres recibir el perdón del Padre, tú tienes que perdonar siempre y a todos. Jesús fue el primero que vivió esta dimensión del amor perdonador. Espera que sus seguidores actuemos en esa dirección. Tal vez sea una de las exigencias más difíciles y hasta sobrehumana. Pero Él potencia con su gracia nuestra incapacidad. Con la acción de su Espíritu, los cristianos seremos capaces de perdonar a quienes nos hayan ofendido.


21. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

A veces pensamos que el evangelio está lejos de la vida. Al leer el texto de hoy vemos que no es así, sino exactamente al revés: toca lo más profundo de la conciencia de cada uno.

Al acoger hoy la invitación que hace Jesús para practicar el perdón, recuerdo mi infancia y la historia de mi familia, marcada durante aquellos años por peleas de herencia. ¿Cómo se graban en la mente y en el corazón de un niño las discusiones y los rencores de los mayores? ¿Será posible el perdón para volver a la unión de la familia? Dicen que el tiempo lo cura todo, pero las cicatrices quedan...Y ciertamente mis recuerdos de aquellos años no son precisamente felices.

El mensaje evangélico de hoy es decisivo para entender la novedad del Reino de Dios que Jesús anuncia con su palabra y con sus obras.

Pedro pregunta cuántas veces tiene que perdonar. Y Jesús contesta que siempre y sin tener en cuenta la enormidad de la ofensa. ¿Quién será capaz de tanto? Humanamente imposible. Hemos oído tantas veces que perdonar es algo propio de Dios. Los humanos lo más que llegamos es a decir: “Perdono, pero no olvido” Dios sí que olvida, hasta cancelar toda la deuda.

La parábola se cierra con estas palabras: “Esto mismo hará con vosotros mi Padre si cada uno no perdona de corazón a su hermano”. Es una llamada a cambiar de sentimientos, de corazón. Es la savia nueva del evangelio.

Nos estremecemos cuando, al oír las noticias del telediario sobre matanzas, oímos también las voces que juran venganza. Una venganza que llega inexorable pocas horas más tarde. Así la cadena de sangre y muerte continúa destructora para vergüenza de esta sociedad nuestra que no es capaz de vivir en paz.

La buena nueva del evangelio tiene que resonar en muchas culturas y en muchos corazones para que surja en este planeta tierra el mundo nuevo que Dios quiso para sus hijos.

Vuestro hermano en la fe,

Carlos Latorre (carlos.latorre@claretianos.ch)


22. LECTURAS: DAN 3, 25. 34-43; SAL 24; MT 18, 21-35

Dan. 3, 25. 34-43. Tal vez nosotros abandonemos al Señor y, lejos de Él, tengamos que sufrir muchas desgracias. Pero el Señor jamás abandonará a los suyos. Aún en los momentos más terribles hemos de sentirnos amados por Dios. Eso nos dará la esperanza de llegar a gozar nuevamente de la paz interior; pues, aun cuando tengamos que sufrir la muerte, Dios siempre estará junto a nosotros para concedernos gozar de la vida eterna. Hay todavía muchas regiones en que los que creen en Cristo son perseguidos. Incluso en países con mayoría de cristianos, no faltan las burlas y persecuciones para quienes viven con lealtad su fe. Dios nos quiere fieles a pesar de todo lo que pudiera sucedernos en la vida. Si lejos de la posibilidad de ofrecerle el culto en comunidad, nos encontráramos confinados, aprendamos a ofrecerle al Señor nuestro corazón dolorido y nuestro espíritu humillado. Quien obra así realmente está manifestando su amor por Dios. ¿Qué hacemos quienes tenemos todas las posibilidades de acudir al Señor y de dar testimonio de Él entre nuestros hermanos?

Sal. 24. Si acudimos al Señor para escuchar su Palabra, es porque queremos ser instruidos por Él para que, viviendo conforme a sus enseñanzas, nuestros pasos no se desvíen del camino del bien. Tal vez en nuestra vida pasada, a causa de nuestra juventud e inexperiencia, y por la inclinación de nuestra concupiscencia, pudimos vagar lejos del Señor, centrando nuestro corazón en lo pasajero, e incluso en lo pecaminoso. Ahora venimos al Señor para que Él tenga misericordia de nosotros y nos indique el sendero que hemos de seguir. Que este tiempo de Cuaresma nos ayude a saber escuchar, amorosamente, la Palabra de Dios para hacerla nuestra y manifestarla a través de una vida que, con sus obras buenas, produzca abundantes frutos de salvación.

Mt. 18, 21-35. Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Dios nos ha amado tanto que, por reconciliarnos con Él nos envió a su propio Hijo, el cual murió por nosotros, clavado en una cruz, para el perdón de nuestros pecados. Siempre que nosotros acudimos a Él con el corazón arrepentido y le pedimos perdón, Él está dispuesto a perdonarnos. Pero espera de nosotros que, una vez en paz con Él, no volvamos a nuestras maldades, sino que caminemos en el amor fiel a Él y a sus mandatos. Sólo así podremos decir que le tenemos un amor sincero. Quien ha experimentado así el amor misericordioso de Dios, debe aprender a ser misericordioso con su hermano, de tal forma que esté siempre dispuesto a perdonarle. Dios nos quiere fraternalmente unidos, capaces, incluso, de renunciar el reclamar a los demás lo que nos deben, con tal de no hundirlos cada vez más en su miseria. Seamos, pues, perfectos, como el Padre Dios es perfecto.

Nos reunimos para celebrar el Sacramento del Amor Misericordioso de Dios hacia nosotros. Él no está esperando que vayamos y lo busquemos; Él ha salido a buscarnos por medio de su Hijo para ofrecernos su perdón y la participación de su propia vida. Él quiere instruirnos con su Palabra para que conozcamos el amor que nos tiene y cómo hemos de enderezar nuestros pasos, de tal forma que su Palabra cobre vida en nosotros. Él nos quiere como hijos suyos, amados, sentados a su Mesa para que, alimentados por Él mismo, seamos transformados de tal manera que nos convirtamos en un signo de su amor para los demás.

Por eso, quienes participamos de la Eucaristía debemos volver a nuestra vida diaria con una gran capacidad de perdonar. Pero al perdonar vamos a preocuparnos de que quienes viven deteriorados por el egoísmo, por la maldad, por la violencia, puedan caminar hacia un verdadero encuentro con Dios. Jesús no vino solamente a perdonarnos nuestros pecados. Él mismo quiso convertirse en el Camino que nos conduce al Padre. Por eso quien realmente le ama y se deja transformar por Él debe aprender a construir la paz en el mundo, propiciando el perdón, pero también el camino hacia un auténtico amor fraterno, hasta lograr aquello que Dios nos pide por medio del profeta Joel (4, 10): De sus azadones hagan espadas, lanzas de sus podaderas. El Señor nos pide, en esta Cuaresma, no sólo reconocer nuestros pecados y pedirle el perdón a Dios, sino también pedir la fortaleza necesaria para saber perdonarnos y amarnos como Dios lo ha hecho con nosotros.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sabernos encontrar sinceramente con Dios en el amor, para saber encontrarnos con nuestro prójimo en el amor fraterno y formar, así, una Iglesia unida y guiada por el Espíritu Santo. Amén.

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23. ARCHIMADRID 2004

LA TABLA DE MULTIPLICAR

Vamos a intentar volver a la vida diaria después de tantos acontecimientos que seguiremos poniendo en el altar.

Problema de matemáticas: Si un autobús avanza a una velocidad constante de cien kilómetros por hora, ¿Qué espacio recorre en hora y media?. Respuesta: “¿unos setenta…?”. Esto, que sería digno de estar en la antología de disparate no es una invención, es la respuesta que me dio un chaval de quince años, y ante la cual desesperé de intentar explicarle el problema que traía del colegio, que no hablaba de autobuses sino de ciclistas, que no trataba de velocidad constante sino variable, y encima se paraban a tomar un refresco. No pienses que era un chaval de educación especial, era tan normal, tenía su moto y era el líder se sus amigos del colegio, pero tuvimos que olvidar el problema y retroceder a las reglas básicas: sumar, restar, multiplicar y dividir.

Estamos en cuaresma, un tiempo en que cada año tenemos que volver a repasar las “cuatro reglas” de la vida cristiana. ¿Cuánto es setenta por siete? El resultado es la misericordia infinita de Dios, que cuanta mayor es tu deuda mayor es su perdón, porque conoce el corazón del hombre y está deseando derramar su Gracia.

“Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde, (…) porque los que en ti confían no quedan defraudados”. ¿Cómo perdonar cuando nos ofenden y nos hacen daño?, es la pregunta que hace Pedro al Señor, es la pregunta que muchas veces nos hacemos cada uno de nosotros. Podríamos tener una respuesta desde la teoría, pero sería como intentar que el chaval del principio respondiese a la pregunta del autobús en un tratado de quinientas páginas sobre la aceleración y el efecto del viento en los cuerpos en movimiento… pero sin saber multiplicar. ¿Cómo perdonar?. Paladeando el perdón de Dios, acercándote a la confesión y poniendo humildemente tus pecados al pie de la cruz y dejando que la sangre de Cristo los blanquee, limpie y perdone. A veces podemos tener el pensamiento de creer que nuestros pecados no son tan “grandes” como los de otros, que nuestra deuda es “pequeña” comparados con los pecados del mundo y que nos podemos permitir vivir con esa falta. Volvemos a las cuatro reglas: Setenta por siete es la eternidad, por uno solo de esos pecados que consideras “pequeños” Cristo murió en la cruz, Dios Padre entregó a su Hijo: donde “abundó el pecado, sobreabundó la Gracia” y tenemos en nuestro interior ese tesoro inagotable de la misericordia de Dios,

¿Cómo vamos a ser tan avaros de intentar guardarnos ese tesoro para nosotros mismos?. Se aprende a perdonar cuando nos sabemos capaces de recibir perdón, y no nos sabemos capaces también de las mayores miserias y de los mayores pecados si no es por la misericordia de Dios. “Jesús, en vos confío”, esta frase aparece al pie del cuadro de la Divina Misericordia, repítelo, palpa el cariño increíble de Dios, su “poder maravilloso” y aprenderás a perdonar. Santa María, madre de misericordia, acógenos en tus brazos.