LUNES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA

 

Segundo Libro de los Reyes 5,1-15.

Naamán, general del ejército del rey de Arám, era un hombre prestigioso y altamente estimado por su señor, porque gracias a él, el Señor había dado la victoria a Arám. Pero este hombre, guerrero valeroso, padecía de una enfermedad en la piel. En una de sus incursiones, los arameos se habían llevado cautiva del país de Israel a una niña, que fue puesta al servicio de la mujer de Naamán. Ella dijo entonces a su patrona: "¡Ojalá mi señor se presentara ante el profeta que está en Samaría! Seguramente, él lo libraría de su enfermedad". Naamán fue y le contó a su señor: "La niña del país de Israel ha dicho esto y esto". El rey de Arám respondió: "Está bien, ve, y yo enviaré una carta al rey de Israel". Naamán partió llevando consigo diez talentos de plata, seis mil siclos de oro y diez trajes de gala, y presentó al rey de Israel la carta que decía: "Al mismo tiempo que te llega esta carta, te envío a Naamán, mi servidor, para que lo libres de su enfermedad". Apenas el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras y dijo: "¿Acaso yo soy Dios, capaz de hacer morir y vivir, para que este me mande librar a un hombre de su enfermedad? Fíjense bien y verán que él está buscando un pretexto contra mí". Cuando Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestiduras, mandó a decir al rey: "¿Por qué has rasgado tus vestiduras? Que él venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel". Naamán llegó entonces con sus caballos y su carruaje, y se detuvo a la puerta de la casa de Eliseo. Eliseo mandó un mensajero para que le dijera: "Ve a bañarte siete veces en el Jordán; tu carne se restablecerá y quedarás limpio". Pero Naamán, muy irritado, se fue diciendo: "Yo me había imaginado que saldría él personalmente, se pondría de pie e invocaría el nombre del Señor, su Dios; luego pasaría su mano sobre la parte afectada y curaría al enfermo de la piel. ¿Acaso los ríos de Damasco, el Abaná y el Parpar, no valen más que todas las aguas de Israel? ¿No podía yo bañarme en ellos y quedar limpio?". Y dando media vuelta, se fue muy enojado. Pero sus servidores se acercaron para decirle: "Padre, si el profeta te hubiera mandado una cosa extraordinaria ¿no la habrías dicho? ¡Cuánto más si él te dice simplemente: Báñate y quedarás limpio!". Entonces bajó y se sumergió siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; así su carne se volvió como la de un muchacho joven y quedó limpio. Luego volvió con toda su comitiva adonde estaba el hombre de Dios. Al llegar, se presentó delante de él y le dijo: "Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu servidor".

Salmo 42,2-3.43,3-4.

Como la cierva sedienta busca las corrientes de agua, así mi alma suspira por ti, mi Dios.
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios?
Envíame tu luz y tu verdad: que ellas me encaminen y me guíen a tu santa Montaña, hasta el lugar donde habitas.
Y llegaré al altar de Dios, el Dios que es la alegría de mi vida; y te daré gracias con la cítara, Señor, Dios mío.


Evangelio según San Lucas 4,24-30.

Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio". Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
 

 

LECTURAS: 

1ª: 2 R 5, 1-15a = DOMINGO 28C

2ª: Lc 4, 24-30 = DOMINGO 04C


 

1.

Los sirios tenían fama de poseer secretos mágicos para curar las enfermedades. Los judíos, inferiores en sabiduría y en ciencia profana, recuerdan al leproso sirio que vino a buscar la salud en Israel. Es la prueba de que la presencia actuante del verdadero Dios es infinitamente superior a las técnicas y a las ciencias de los paganos.

MISA DOMINICAL 1990/06


2.

En el día de hoy se anunciaba antiguamente que el miércoles próximo había de tener lugar el primer escrutinio de los catecúmenos antes del Bautismo. Es importante tener eso en cuenta. Hoy, el deseo de los que, ya en posesión de la fe, iban hacia el Bautismo, se hacía más intenso. Y la liturgia parece adelantarse a sus deseos con la lectura del episodio de Naamán el Sirio. Esta lectura es muy adecuada a la estación de hoy, donde, al lado del Papa fundador de la Iglesia, San Marcos, se veneraba también a su homónimo evangelista San Marcos, quien había predicado en Oriente antes de ir a Roma. Reposan asimismo en dicha iglesia estacional los cuerpos de los santos mártires persas Abdón y Senén, que, al llegar desde el lejano Oriente a la tumba del apóstol, sufrieron aquí el martirio.

En la lectura de Naamán el Sirio se aprecia un encanto oriental, exótico y maravilloso. Damasco, con su opulencia, sus perfumes y sus aguas refrescantes a pesar de estar al borde del desierto, brilla esplendorosa en el horizonte del pasado. De esta ciudad va a Israel Naamán, el favorito del rey, buscando la curación de su lepra. El profeta Eliseo le encarga decir: "Ve, lávate siete veces en el Jordán y tu carne sonará y vas a quedar limpio".

Naamán se enojó: ¿Eso es todo? "Yo pensaba que saldría él en persona a recibirme, habría invocado el nombre del Señor su Dios y, tocando con sus manos mi lepra, me curaría".

Diríase que tales palabras se leen en el mismo corazón del neófito. Está en la misma situación que Naamán. A éste, una muchachita esclava, prisionera israelita, le indicó el camino de la salud. Dándole oídos, abandonó su patria y fuese a visitar al desconocido profeta de Israel. Mas ahora está enojado y siente no haberse quedado en su patria: "Los ríos de Damasco, el Abana y el Fajar, ¿no son mucho mejores que todas las aguas de Israel?". Si no se trata más que de bañarme, ¿dónde podría encontrar mejores aguas que en el mismo Damasco?...

Tal es la situación de los neófitos. La Iglesia, vincta Christi, "prisionera y esclava de Jesucristo", que va creciendo, pobre, pequeña y desconocida, en las antiguas y tradicionales ciudades de los cultos paganos, es la que les ha hablado de Cristo. Les ha dicho que El, no ya profeta sino Hijo del único y verdadero Dios, podía sanarles de la lepra de los pecados y darles una nueva vida. Fiados en su palabra abandonaron los templos de sus dioses y vinieron a Cristo... Pero ahora, ¿dónde está lo grande y extraordinario? Háseles apuntado el nombre, han recibido una cruz sobre la frente, se han pronunciado sobre ellos las santas palabras de los exorcismos para expulsar a los demonios. Han visto las reuniones de los fieles, han escuchado el canto de los salmos, las lecciones de la Sagrada Escritura y las exhortaciones y palabras del obispo. Bueno, todo esto era nuevo para ellos; cierto que tenía una gravedad impresionante, por no decir decepcionante, en comparación con lo que acaban de abandonar. Fijémonos en la procedencia de aquellos neófitos, en lo que habían abandonado. En la época en que la pequeña esclava de Cristo, la Iglesia, comenzaba a anunciar la Buena Nueva, florecían en el mundo helénicoromano las religiones de los misterios paganos.

Estos misterios paganos se celebraban con ceremonias maravillosas, que abundaban en efectos espeluznantes a la vez que llenaban de satisfacción. Sobrecogían los sentidos, se embriagaba el espíritu, el hombre salía por completo fuera de sí. Se solemnizaban por la noche y en montes sagrados o bien en ocultas simas o en inmensos templos. Las palabras y ceremonias rebosaban misterio. Los sacerdotes eran multitud e iban con extrañas máscaras idolátricas: se bebían pociones fuertes y se aspiraban aromas embriagadores. Se pasaba por extrañas pruebas a través de caminos tortuosos y por sitios oscuros y desconocidos, bajo golpes de látigo y fatigas de toda suerte, para probar la constancia y resistencia. Luego, repentinamente, resplandores, música; las imágenes de los dioses aparecen ya sin velos, viene el sacrificio y el banquete subsiguiente; baile, canto, solemnes procesiones; se representa el sagrado drama de la vida y muerte de los dioses... Y todo ello con un verdadero derroche de personas, de ostentación, de ceremonias; todo un lenguaje solemnísimo. Es decir, una plena orgía del error.

CULTO/SOBRIEDAD: No en vano la Iglesia exigía que sus convertidos abjurasen de las "pompas de Satanás". Tampoco no es sin razón, pues, que Tertuliano, en su libro sobre "el Bautismo", compare la pomposidad de los misterios paganos con la sencillez del rito bautismal cristiano: "No hay nada a lo cual los sentidos humanos se sientan tan refractarios como ante la simplicidad de la obra de Dios vista en los actos del culto y tener que creer en la gloria divina como ya realidad." Y esto se debe a que, sin pompa alguna, sin ningún aparato, con suma simplicidad, un hombre es introducido en el agua y sumergido durante el tiempo de pronunciar poquísimas palabras y vuelve a salir. Exteriormente no se le ve más puro que antes, y parece cosa increíble que esto tenga como consecuencia la aeternitas, o sea, la vida divina. Por el contrario, los sacrificios de los dioses y las solemnidades de los misterios se realizan con toda clase de preparativos aparatosos, con una ostentación que llama necesariamente la atención y la credulidad. "¡Oh desgraciada incredulidad, que pretendes negar a Dios aquello que le es, precisamente, más propio: la simplicidad y el poder!" (·Tertuliano, De Baptismo,2).

Tertuliano opina, en efecto, que en el Bautismo es la sencillez del rito externo lo que da garantía de la operación del Dios verdadero. Y así es. Pues sólo la suma sabiduría y poder pueden producir con los más ínfimos medios la más asombrosa obra.

Básicamente, en forma algo distinta no obstante, volvemos a dar con la misma ley que tanto nos chocó el sábado pasado. "Toda fuerza -dice Tertuliano- tiene por motivo de su operación algo que la estimula", y así como el amor de Dios es llevado a actuar por la indigencia, la necesidad y el mismo pecado y ellos le motivan la condescendencia y la misericordia, también la potencia y sabiduría divinas gustan de servirse de los pretextos más insignificantes y despreciados de los hombres para llevar a cabo sus planes. Cierto que los hombres quedan decepcionados de que la verdad sea tan simple..., pero precisamente porque es tan simple, y aun cuando nos disguste por ser distinta de lo que esperábamos, es por lo que debemos creer que la sencillez de la forma exterior indica algo más que una mera obra humana: indica la presencia del invisible y divino obrar. Cuando el hombre no se estrella en ese escollo, da señales inequívocas de la vocación divina; aquí es donde se ha de manifestar su humildad. Naamán es un escogido. A pesar de su disgusto, da un brillante ejemplo a los neófitos al humillarse y someterse de todo corazón a lo que le dice el profeta. Se bañó en el Jordán y experimentó lo que ahora los neófitos precisan saber antes que nada: que no son las preferencias por tal o cual agua, ni la solemnidad o el aparato de las ceremonias lo que da al baño su fuerza de sanar, sino que es tan sólo la palabra y el poder de Dios lo que da realidad a la promesa que va ligada al agua.

Naamán, pagano, sale del salutífero baño del Jordán purificado de la lepra del cuerpo y sobre todo de la de su corazón incrédulo.

Sale creyendo ya en el Dios verdadero. Y añade graciosamente el relato bíblico: "Su carne quedó limpia cual la de un niño". Igual que un niño, no sólo en lo externo, sino en lo más íntimo de su ser, lo mismo que si hubiese vuelto a nacer en la fuente vivificante del agua bendecida por Dios. Y, con el candor de un niño, desea llevarse consigo un poco de tierra de Israel con el fin de poder, en adelante, sacrificar al único Dios de Israel sobre un altar de tierra del mismo Israel.

El ejemplo de Naamán tenía que entusiasmar a los neófitos, ya que, como la mayoría de ellos, venía del paganismo a la fe. Lo mismo que la mujer cananea y que la viuda de Sarepta, Naamán representa como el tipo de la Iglesia, llamada del paganismo. En sus rasgos se adivina una fe ingenua y una obediencia presta. La mirada profética de Jesús en el evangelio de hoy, al alabar a sus predecesores del Antiguo Testamento, se posa sobre la "Iglesia venida de los gentiles" (Lc 4, 24-30). Su amorosa mirada abraza a la Iglesia como a una esposa elegida, cuando, transido de dolor, tiene que alejarse de la Sinagoga que no cree en El. Los habitantes de Nazaret son aquí la imagen de Israel entero; al revés de los paganos, Israel naufraga ante la simplicidad de la revelación divina. Dios le pedía que, bajo la sencilla y conocida figura del hijo del carpintero creyera que había todo un Dios. Allí donde el anhelo de Dios hacía que los paganos se humillasen llenos de fe, el orgullo del pueblo elegido de Dios se escandaliza.

Así, al lado del ejemplo estimulante se presenta otro que sirve de advertencia e incluso llena de temor. Lo mismo que el amoroso rostro de Dios sonríe ante la suerte de Naamán, en el evangelio nos muestra la seriedad de un juez. "Pero El se marchó por entre ellos y se fue"; aviso es éste que hace temblar a los neófitos de miedo a que no vayan a despreciar la hora de la gracia por su egoísta estar aferrados a la manera de pensar humana, tan limitada. Advertencia, asimismo, para nosotros, los fieles ya bautizados. No por el solo hecho de haber sido escogidos ya estamos a salvo de todo naufragio. También Israel y Nazaret habían sido escogidos, preparados, instruidos y conducidos hacia la revelación durante cientos de años. ¿Quién podía estar más iniciado en la secreta manera de hacer de Dios que sobrepuja toda humana comprensión? Pero tanto Israel como Nazaret endurecieron su corazón y se escandalizaron de lo pequeño, de lo conocido, de lo acostumbrado.

Esta es la advertencia que se nos dirige: "Haznos evitar la rutina -escribe Clemente de Alejandría (·CLEMENTE-A-SAN.Exhortatio ad paganos, 12, 118, 1)-, pues ahoga al hombre y lo aparta de la verdad y lo aleja de la vida." Ya fuese este aferramiento a lo acostumbrado lo que, como piensa en este pasaje Clemente, llevó a los paganos a mirar con menosprecio la gran simplicidad de los nuevos misterios cristianos, ya fuese, como sucedió con los habitantes de Nazaret, que encontraran una piedra de escándalo en el no querer reconocer bajo el velo de lo demasiado conocido algo nuevo, en todo caso lo habitual es un obstáculo que no nos permite descubrir lo nuevo, es decir, lo divino; pues lo divino es siempre nuevo.

Nuestro peligro, el de los que somos bautizados, reside en el menosprecio de lo habitual. Somos hijos de la Iglesia y, como tales, comensales de Dios. Mucho mejor que los judíos de entonces estamos obligados a conocer la ley de Dios, la ley que rige todo su obrar. Todos los días somos testigos del poder y de la sabiduría de Dios, en la celebración del santo sacrificio y en la distribución de los Sacramentos. El se complace en realizar obras tan sublimes por medio de ritos y palabras insignificantes. ¡No realiza nada menos que la vida divina en el hombre! Hemos experimentado, y todos los días lo seguimos experimentando, que esta vida, originada en nosotros en virtud de un poco de agua y algunas palabras, es alimentada por el Pan que en la santa misa se ofrece a Dios a diario. La alimentan también todas y cada una de las palabras que la Iglesia pronuncia en el sagrado momento de la solemnidad litúrgica...

Creemos y sabemos que estas acciones tan insignificantes y tan despreciables a los ojos del mundo, como son los actos litúrgicos de la Iglesia y las palabras que las acompañan, por querer divino no cesan de regenerar la vida de la creación y muy en especial la del hombre, redimiéndonos de la muerte y del pecado y llevándonos a la perfección. Sabemos y creemos que tales acciones, palabras y cosas sin ninguna apariencia llevan consigo la vida del mundo.

Esta vida se extinguiría si la Iglesia, mano y boca de Dios, dejase de realizar sus obras y de pronunciar sus palabras.

Lo sabemos y lo creemos, pero la rutina podría hacer que lo olvidáramos: podría, ¡Dios nos libre de ello!, hacernos dudar de su eficacia. Porque la visión de las cosas terrenas, siempre variadas y siempre en continuo cambio, es muy poderosa; la figura y el destino del mundo en el correr de los tiempos tiene la virtud de impresionarnos fuertemente. Nos sobrecoge, incluso, el temor al ver cómo el hombre parece cual si venciera a Dios por sus obras y por su voluntad... ¡Ah, pero si nos sobrecoge el temor es porque nuestros ojos terrenos no ven que Dios obra realmente en el misterio! Olvidamos que la liturgia es la obra de la Iglesia, la obra de Dios, obra que no ceja El de llevar a cabo. Olvidamos que cualquiera de estos signos o palabras puede muchísimo más que todos los poderes aparentes y groseros del mundo.

Este es el peligro que tenemos que mirar de evitar. Por eso cantamos en el introito de hoy: "Alabaré la palabra de Dios, alabaré la palabra del Señor. Esperaré en Dios y no temeré lo que los hombres puedan hacerme" (Sal 55, 5). En Dios alabamos la santa palabra de la liturgia, que es el mismo Verbo de Dios, y que es al mismo tiempo mi propia palabra: In Deo laudabo sermones meos, "en Dios alabaré mi propia palabra" (Interpretación que da la Vulgata al mismo versículo del sal 55, 5). Sí, en Dios alabo mi propia palabra, palabra que ahora pronuncio, en calidad de miembro de la Iglesia, en la celebración del santo sacrificio. La alabo porque es la palabra misma de Dios y obra el milagro de la vida divina. Alabo la milagrosa palabra de la sagrada liturgia, que hace que el agua del Bautismo sea portadora de Dios y que de ella haya nacido mi vida; esta palabra de la liturgia que dio el buen olor de Cristo al óleo de la Confirmación que me ungió como hijo del Padre celestial. Alabo y bendigo esta palabra, como Naamán alabó y creyó confiadamente la palabra del profeta. Esta palabra es la Palabra del Padre, la que ha creado el cielo y la tierra y sigue creando diariamente a la Iglesia, a ti, a mí y a todo cuanto vive la vida de Dios.

En virtud de esta palabra no tengo nada que temer ni para la Iglesia ni para mí mismo. ¡Aunque Satanás, por medio de sus instrumentos, los impíos, desate la guerra contra todos los tuyos, oh Señor; aunque tuviesen toda la vida a la Iglesia bajo sus pies! (Véase Sal 55, 2). ¡No; nada temo, Señor! Alabo tu palabra, anuncio la vida (Sal 55, 9) que esta palabra me da continuamente por boca de la Iglesia. Alabo tu palabra, me doy plena cuenta de tu obra y por nada del mundo quisiera ser menospreciador de ella, pretextando que estoy habituado a tu palabra y a tu obrar. Al revés: pido de Ti que "atiendas mi súplica" (Sal 54, 2) y que no me dirijas el reproche, no permitas que tenga que oír de Ti la acusación que dirigiste a los de Nazaret y que repites hoy en el ofertorio (Sal 54, 14-15): Tú, que eras mi amigo y confidente, te sentaste a mi mesa, comiste mi carne, bebiste mi sangre y ahora, ¿también tú dudas de mis obras en el mundo porque mis manos -la Iglesia- parecen débiles y el enemigo poderoso? No, Señor, ¡eso nunca! Haz que realice tu obra en la Iglesia y que pronuncie tu palabra, esta palabra que el mundo odia y odiará hasta el fin de los tiempos, hasta tanto que la Iglesia, tu ciudad, la prisionera en este mundo por tu causa, pueda alegrarse de su nueva libertad (Sal 13, 7) y el mundo y el enemigo tengan que confesar que "la locura de Dios sobrepuja la sabiduría de los hombres y la debilidad de Dios puede más que los hombres" (1 Co 1, 25).

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO I EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 315 ss.


3.

Naamán, general sirio, padece una infección de la piel semejante a la lepra. Por una sirviente israelita tuvo noticia del profeta Eliseo. El general sirio cree que se trata de algún mago al servicio de la corte y acude a su rey -el de Siria-, el cual le da una carta para el rey de Israel. Este se irrita creyendo que se trata de una emboscada para declararle la guerra. Pero interviene Eliseo y se decide a curar al general sirio.

Naamán es símbolo típico de una clase de hombres difíciles de convencer.

Naamán tiene sus ideas claras y ordenadas. Por algo es un general. Un general sabe siempre lo que quiere y sus ideas no suelen ser discutidas, sino acatadas. Su cuerpo podrá estar deshecho por la lepra y por mil enfermedades y cuatro mil heridas. Mientras le quede un soplo de aliento ese cuerpo tendrá que estar a las órdenes del guerrero sirio, que tiene ideas claras y definitivas.

Eliseo le mandó un mensajero a decirle: "Ve, báñate siete veces en el Jordán y tu carne quedará limpia".

Y la postura y el monólogo del general sirio no tienen desperdicio: "Enojose Naamán y se marchaba gruñendo: Yo me imaginaba que saldría en persona a encontrarme y que en pie invocaría el nombre del Señor su Dios, pasaría su mano sobre la parte enferma y me libraría de la lepra. ¿Es que los ríos de Damasco, el Abana y el Farfar, no valen más que todas las aguas de Israel? ¿No puedo bañarme en ellos y quedar limpio? Dio media vuelta y se marchó furioso".

Esta reflexión personal que hace el general sirio es el lenguaje típico de todos los que están seguros de sus ideas acerca de Dios, de todos los que estamos seguros del comportamiento que Dios debe tener con nosotros, de todos nosotros que intentamos siempre imponer a Dios nuestra propia voluntad.

Lo menos importante es el río y el número de veces que uno tenga que bañarse. Lo importante es hacer lo que Dios quiere y como Dios quiere. Siempre queremos salirnos con nuestra voluntad aun cuando intentemos cumplir la voluntad de Dios.

Vemos en el Evangelio cómo los hombres de Nazaret tientan a Dios y quieren utilizar a Jesús: "Los milagros que has hecho en Cafarnaún, hazlos también aquí, en tu pueblo". El hombre casi siempre busca a Dios para servirse de él. Cuando no le es útil, lo rechaza. Dios se acerca solamente a los sencillos, a aquellos que aún no se han formado juicio alguno sobre él, a aquellos que aún no han convertido a Dios a su imagen y semejanza. Dios no es una máquina; él es Alguien, una persona siempre original que inesperadamente entra en nuestra vida.

Dios rompe esquemas, destruye tranquilidades y coloca siempre al hombre ante el gran riesgo de la fe.

"Pero sus siervos lo abordaron diciendo: Padre, si el profeta te hubiera prescrito algo difícil, ¿no lo habrías hecho? Cuanto más si lo que te prescribe es simplemente que te bañes para quedar limpio".

¡Qué palabras más razonables y llenas de cordura! Para esto sirve la razón. Para esto, casi exclusivamente, sirve la razón: para convencernos de que es más razonable fiarnos de Dios que de nosotros mismos.

Nos resulta muy difícil entrar por los caminos reales de la simplicidad. Lo sencillo, en el caso de Naamán, es hacer lo que le manda el profeta. Pues no, precisamente porque es fácil se le resta importancia. Se diría que somos los artistas del circo. Vamos buscando los números más difíciles y complicados. O sea, que siempre vamos buscando, al final, el aplauso más clamoroso.

Menos mal que el general sirio cayó del burro. Bajó del asno de su orgullo e hizo caso a sus siervos. Se despojó de su voluntad propia y aceptó la voluntad de Dios que ni siquiera se la transmitía personalmente el profeta Eliseo, sino que lo hizo a través de su criado. No a través del Papa sino del monaguillo.


4.

En el evangelio de hoy, Jesús subraya que es mal acogido en su propio país, y recuerda que ya en el Antiguo Testamento, ciertos paganos, como la viuda de Sarepta y Naamán, el Sirio, habían recibido gracias singulares de Dios.

-Naamán, jefe del ejército del rey de Siria, guerrero fuerte y valiente, era leproso. Ese oficial era pues un pagano que vivía en un país en constante guerra con Israel. En ese mismo texto se habla de una "cautiva", llevada por la fuerza a Siria por ese pueblo enemigo.

Ahora bien, Naamán sufre, es un leproso.

Cuando un hombre sufre, no se le pregunta por su religión.

-Una jovencita judía.

Había sido llevada como esclava. No guarda rencor alguno. Sin duda ha aprendido a amar a ese amo que la trata bien. Un día le da una buena información: «En mi país hay un profeta que podría curarle».

¿Acostumbro también a mirar, con suficiente simpatía humana, a todos los que me rodean, incluso a los que me hubiesen hecho algún mal?

Danos, Señor, un corazón tan grande como el tuyo para amar a todos los hombres, sin excepción y sin fronteras.

-Vete y lávate en el Jordán y tu carne se te volverá limpia. Naamán, de momento, duda. Luego tiene fe en esa Palabra, pronunciada en nombre de Dios por un profeta.

El rito del bautismo en el Jordán no adquirirá valor más que por esa fe en la palabra divina. No es el gesto lo que cuenta, sino la actitud interior de Naamán.

En cuanto a nosotros, es también la fe la que nos sana y nos salva.

Cuando sufro por mis pecados, cuando me siento impuro o egoísta, cuando veo que soy cobarde ante mis responsabilidades... ¿tengo como un reflejo de acudir a Dios, de apelar a la gracia de mi bautismo? Yo también he sido lavado por el agua que purifica por la Fe.

Sin embargo sé muy bien que no saldré de mis debilidades mediante esfuerzos o crispaciones voluntarias, sino por mi recurso constante a tus sacramentos: penitencia y eucaristía... siempre que sean actos sinceros y verdaderos gestos de fe. Es decir gestos de afecto y confianza en ti, Señor.

Cada sacramento recibido, si pienso realmente en él, es, para mí, una manera de reafirmar que «es sólo en Ti con quien yo cuento, Señor, y no con mis propias fuerzas». Tú eres: "el que salva", eres mi salvador.

-Quedó limpio. Se volvió al hombre de Dios y declaró: «Ahora conozco bien que no hay en toda la tierra otro Dios...» Un día Jesús subrayará ese acto de fe.

«Había muchos leprosos en Israel, pero ninguno de ellos quedó limpio, sino Naamán el Sirio».

Es preciso ser pobre, humilde para volverse a Dios y reconocerle.

La conciencia orgullosa de pertenecer al «pueblo de Dios» puede ser, a veces, un obstáculo. Uno se cree ya salvado.

Líbrame, Señor, de ese orgullo que me cerraría a Ti. Y si «mi» lepra, mi pecado tuviera para mí la ventaja de hacerme experimentar la necesidad de volverme hacia Ti, entonces, Señor, te diría «Gracias».

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983
.Pág. 126 s.


5.

Los milagros realizados por Jesús en Cafarnaún suscitan la envidia de sus paisanos de Nazaret. Jesús (dando su interpretación de la primera lectura) se sitúa en la línea universalista de los profetas que critican que la salvación sea vista como algo exclusiva de los judíos. Lucas subraya el acceso de todos los hombres a la salvación y el ofuscamiento de los judíos que quieren conservar sólo para ellos lo que Dios quiere para todos.

MISA DOMINICAL 1990/06


6.

Acoger a Cristo... reconocer los signos, las llamadas de Dios.

-Jesús había regresado a Nazaret, y en la sinagoga dijo:

"Ningún profeta es bien recibido en su patria".

Me imagino esta escena lo más concretamente posible: Jesús está en su pueblo, todo el mundo le conoce o cree conocerle; por su parte da los "buenos días" a cada uno y pregunta por sus familias. Todo se sitúa al más simple nivel de la vida humana familiar: es el carpintero del país, el que ha ido creciendo entre los otros adolescentes del pueblo, es aquel de quien se conocen todos los ascendientes, sus primos, sus primas.

Evidentemente, se sabe también que partió, hace ya algún tiempo; que recorre la comarca, que comenta la Biblia de un modo nuevo, original, diferente del modo habitual de los escribas... y que además ¡hace milagros! ¿No sería un "profeta", un "hombre de Dios" como tantos se han visto en la historia de nuestro pueblo? ¿Quizás es un "santo", un "enviado" de Dios? Pero todo lo que se sabe de él, humanamente desorienta; se le conoce demasiado... o no suficientemente.

Así sucede también en nuestras vidas. No siempre sabemos ir más allá de las apariencias que nos esconden el misterio.

Miro detenidamente mi vida desde este ángulo, para descubrir lo que se esconde detrás de mis relaciones humanas tan sencillas aparentemente.

-En verdad os digo: Había muchas viudas en tiempo de Elías, cuando se cerró el cielo y sobrevino una gran hambre...

Había muchos leprosos en tiempo de Eliseo...

Las llamadas de Dios suelen ser siempre así, en la vida cotidiana, banal de los hombres: una pobre viuda que espera socorro... una gran hambre... un leproso... hermanos nuestros necesitados... ¿Y a mi alrededor, en este momento, en el día de hoy?

-En Israel... En el país de Sidón... En Sarepta...

Jesús opone netamente "los países judíos, donde no pasa nada, donde Dios no puede actuar, según parece...; a los "países paganos" en los que la gracia de Dios y sus beneficios están actuando...

Ningún profeta es bien recibido en su patria. Jesús lee y comenta la Biblia. Quizá acababa de leer el pasaje del Libro de los Reyes. Esa primera lectura del día, que precisamente cuenta la curación de un leproso por Eliseo. En su sermón Jesús aplica ese pasaje a la actualidad y comenta: esta Palabra de Dios se aplica hoy y aquí... se refiere a vosotros, a los que en este momento estáis escuchándome en esta sinagoga, en Nazaret.

¿Y yo, en este momento? Como los habitantes de Nazaret ¿tiendo a apoyarme en mi pasado, a creer que una cierta familiaridad contigo por las gracias recibidas, por el hecho de pertenecer a la Iglesia... me dan un derecho, un privilegio? Los compatriotas de Jesús hubieran querido sacar ventaja al hecho de ser sus paisanos, sus vecinos.

-Eliseo limpió no a un leproso de Israel, sino a Naamán, el sirio.

Jesús da a entender claramente que los beneficios de Dios no están reservados exclusivamente al pueblo -escogido-, primero, a Israel. La Iglesia se va perfilando: una Iglesia misionera, enviada a todos. Dios ama a los paganos, a los gentiles. Ayúdanos, Señor, a saber darnos cuenta de la "fe inicial" de los paganos, de sus pasos hacia ti.

Me detengo a considerar a mi alrededor, a todos los que aparentemente te ignoran, Señor... a todos los que parecen rehusarte... Tú les amas, Señor.

Ayúdanos a descubrir, a reconocer tu presencia a través de sus comportamientos.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 130 s.


7.

1. El baño purificador de Naamán en las aguas del Jordán trae a nuestro recuerdo el sacramento del Bautismo, de gran actualidad en la Cuaresma y la Pascua. En esta semana tercera, se lee el evangelio de la samaritana en domingo, al menos del ciclo A. Por tanto, el tema del Bautismo parece más coherente todavía.

Está bien tramada la historia del general extranjero que acude al rey de Israel y luego al profeta Eliseo. Con los consiguientes malentendidos y finalmente su curación. Todo termina con la profesión de fe del pagano: «ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel». Esta profesión de fe, unida al rito del baño en agua, parecen como un anuncio del Bautismo cristiano.

El tema del agua aparece también en el salmo, pero esta vez no en forma de baño, sino de bebida: «como busca la cierva corrientes de agua... mi alma tiene sed del Dios vivo»

2. La homilía de la primera lectura la hace el mismo Jesús en la sinagoga de su pueblo, Nazaret: achaca a los fariseos que no han sabido captar los signos de los tiempos. La viuda y el general, ambos paganos, favorecidos por los milagros de Elías y de Eliseo, sí supieron reconocer la actuación de Dios. Una vez más, en labios de Jesús, la salvación se anuncia como universal, y son precisamente unos no judíos los que saben reaccionar bien y convertirse a Dios, mientras que el pueblo elegido le hace oídos sordos.

No les gustó nada a sus oyentes lo que les dijo Jesús: lo empujaron fuera del pueblo con la intención de despeñarlo por el barranco. La primera homilía en su pueblo, que había empezado con admiración y aplausos, acaba casi en tragedia. Ya se vislumbra el final del camino: la muerte en la cruz.

3.

a) Es bueno que en Cuaresma tengamos presente nuestro Bautismo y que preparemos su expresivo recuerdo de la noche de Pascua.

El Bautismo ha sido el sacramento por el que hemos entrado en comunión con Jesús, por el que nos hemos injertado en él, por el que ya hemos participado sacramentalmente de su muerte y de su resurrección, como dice Pablo en Romanos 6, que escucharemos en la noche pascual. El Bautismo nos ha introducido ya radicalmente en la Pascua. Aunque luego, toda la vida, hasta el momento de la muerte -que es el verdadero bautismo, la inmersión definitiva en la vida de Cristo-, tengamos que ir creciendo en esa vida y luchando contra lo antipascual que nos amenaza.

En la Vigilia Pascual, con los símbolos de la luz y del agua, pediremos a Dios que renueve en nosotros la gracia del Bautismo y renovaremos nosotros mismos las promesas y renuncias bautismales. Cada año, la Pascua es experiencia renovada de nuestra identidad bautismal. Y la Cuaresma, preparación y camino catecumenal para participar mejor con Cristo en su paso a la existencia de resucitado.

b) Las lecturas de hoy también nos recuerdan que ya va siendo urgente que, casi a mitad de la Cuaresma, hagamos caso de las insistentes llamadas de Dios a la conversión y al cambio en nuestras vidas. ¿Nos dejamos interpelar por la Palabra? ¿se está notando que hacemos camino con Jesús hacia la novedad de la Pascua?

¿O también podría Jesús quejarse de nosotros acusándonos de que otras personas mucho menos dotadas de conocimientos religiosos -el general pagano, la viuda pobre- están respondiendo a Dios mejor que nosotros en sus vidas?

«Señor, purifica y protege a tu Iglesia con misericordia continua» (oración)

«Envía tu luz y tu verdad, que ellas me guíen» (salmo)

«Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis vuestro corazón» (aclamación) 64

«Que la comunión en tu sacramento, Señor, nos purifique de nuestras culpas» (poscomunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 62-64


8.

Primera lectura : 2 Reyes 5,1-15a Ahora reconozco que no hay dios sobre la tierra más que el de Israel
Salmo responsorial : 41, 2.3; 42, 3.4 Mi alma tiene sed del Dios vivo: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
Evangelio : Lucas 4, 24-30 Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra

Esta perícopa forma parte de la "Proclama del Reino" de Lc 4,16 en la que Jesús establece la razón de ser de su venida: anunciar la Buena Noticia a los pobres y proclamar un Año Jubilar, año de gracia o de perdón de deudas. La reacción de la sinagoga no se hizo esperar: semejante propuesta sólo podía salir del templo y de sus dirigentes, y no de un simple laico galileo, cuya familia estaba ahí, a la vista de todos. Jesús debía confirmar con acciones milagrosas su propuesta...

Y eso era exactamente lo que Jesús no quería hacer. Por eso, una vez más, explica la razón del milagro. Un milagro es, en su definición más honda, un actuar extraordinario de Dios, que por amor, y no por presión o mérito o humano, hace sentir su cercanía. Y esto era precisamente lo que no entendían los de la sinagoga. Por eso Jesús les recuerda cómo Dios ha actuado siempre en la historia: libremente, así como cuando mandó a Elías a calmarle el hambre a la viuda de Sarepta, a una mujer extranjera, sin méritos... O así como mandó a Eliseo a que curara a Naamán, otro extranjero, sin merecimiento alguno... A Dios no se le puede exigir. Y los de Nazaret lo están haciendo, desconociendo la misma definición de gracia: amor gratuito, que se da sin mérito y sin exigencias.

El problema de los de Nazaret (lo mismo que el de nuestra sociedad moderna) era creer que el proyecto de una sociedad alternativa sólo se podía realizar a base de milagros, sin el esfuerzo del convencimiento, de la conversión y del sacrificio de intereses. Hacer milagros para implantar la justicia, no es camino de Dios. Esta debe nacer, ciertamente con la ayuda de Dios, pero comprometiendo del todo al ser humano. La respuesta que los propios coterráneos le dieron a Jesús, fue la de intentar matarlo. Es también parecida a la respuesta que suele dar nuestra sociedad moderna injusta, cuando algo amenaza su existencia: eliminar al otro, porque estorba y porque no hay otro argumento racional para callarlo.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


9.

El servicio del profeta a la causa de la liberación se torna difícil por muchos aspectos. La resistencia a creer en el otro (y más si es de mi pueblo o de los míos) es la principal.

Pero es que el profetismo trae, inherente a su servicio, la contradicción y el conflicto. Y lo es porque el profeta está al margen de la institución que trae seguridad y paz, ambas falsas, y propone una dinámica de cambio: justicia y transformación de situaciones aberrantes y opresoras. El trozo de Evangelio que se nos propone hoy está a continuación de la proclamación que Jesús hace de libertad para los oprimidos, luz para los ciegos, buenas nuevas para los pobres y, para todo el pueblo, el Año de Gracia: ese año revolucionario de la tierra, las deudas, las opresiones y los yugos, el año que propendía por la igualdad, la libertad, el compartir...

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


10. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

En nuestros días hay quienes afirman que su dificultad para creer en Dios se vería mitigada bastante si el mismísimo Jesucristo bajara del cielo rodeado de "gloria y esplendor", se les colocara al lado y les dijera con voz profunda: "Soy yo y existo. Ahora ya puedes creer". Entonces ellos caerían de rodillas, como Tomás, y exclamarían: "Señor mío y Dios mío". Aplicado a una curación, la situación requeriría ¡qué menos que una gran invocación acompañada de algún gesto llamativo!, es decir, un milagro espectacular.

También así pensaba Naamán. Pero Eliseo simplemente le manda recado de que vaya a bañarse siete veces al río. ¡Qué humillación para un militar a quien el valor se le supone! ¡Qué desaire para todo un general! ¡Solamente "unos baños" y transmitido por un mensajero raso! Y, sin embargo, persuadido por sus criados, se bañó y quedó curado. Y la curación le llevó a exclamar a voz en grito: "Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel".

Queremos prodigios, buscamos seguridades absolutas y nos cuesta descubrir a Dios en lo sencillo, en lo cotidiano, en nuestra propia tierra. Los profetas-acontecimiento y los profetas-persona no son escuchados entre los suyos. La historia se repite en el evangelio, pero ambos relatos persiguen transmitir un mensaje común: el poder del Señor alcanza a todos los hombres, incluidos los enemigos de Israel, como en el caso del general sirio. ¡Blasfemia!, podría haber dicho cualquiera de los que en la sinagoga escucharon a Jesús. La salvación es monopolio judío. Dios es hebreo.

Mas Jesús quiere hacerles ver que Dios no tiene miras tan estrechas, sus horizontes son más amplios. La salvación de Cristo es para todos los hombres, para todos los pueblos, para todas las razas y naciones.

No hace falta matar dragones. Al final, como en el salmo 50, tan propio de estas fechas, Dios no quiere ni sacrificios ni holocaustos. El único sacrificio agradable a Dios es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado es lo único que Dios jamás se atreve a despreciar. Porque cuando el hombre se pone de rodillas, Dios queda desarmado.

Vuestro amigo.

Carlos Oliveras (carlosoliveras@hotmail.com)


11.CLARETIANOS 2003

Está claro que la liturgia de hoy quiere establecer un paralelismo entre la primera lectura y el evangelio. El nexo es la referencia al profeta Eliseo y a la curación del general sirio Naamán. Se trata de mostrar que Dios “salva” (eso es lo que significa el nombre del profeta) incluso más allá de las fronteras de Israel. Cuando Jesús menciona los nombres de Elías y de Eliseo en la sinagoga de su pueblo está colocándose a su altura. También él se considera un profeta. Un poco antes se ha aplicado las palabras de Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí. Pero no sólo eso. El texto de Lucas pone de relieve que se trata de un profeta abierto, que está llamado a anunciar a todos el año de gracia del Señor; por lo tanto, lo normal es que no sea entendido por su gente: Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Resulta compresible la reacción de sus paisanos ante esta provocación: Se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo.

La salvación de Dios que Jesús trae está abierta a cualquier persona que se fíe de él. Lo esencial no es ser paisano suyo (como los habitantes de Nazaret) sino mostrar una actitud de fe (como la extranjera viuda de Sarepta o como el sirio Naamán).

¿Qué puede significar hoy este mensaje? ¿No os parece que está dirigido a los que nos consideramos “paisanos” de Jesús por el hecho de haber estado toda la vida viéndolo, oyendo hablar de él? ¿No constituye una fuerte llamada a creer en él, a dejarnos sorprender por su novedad?

El evangelio de Lucas termina con una frase que parece anticipar el señorío del Resucitado: Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba. Cuando falta la fe, no es suficiente la costumbre. Cualquiera de nosotros puede engrosar el número de los “alejados”.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


12. 2002

COMENTARIO 1

Jesús proclama que la profecía se acaba de cumplir en su persona (4,21: «Hoy ha quedado cumplido este pasaje ante vosotros que lo habéis escuchado») y centra su homilía en la inauguración del Año Santo por excelencia, «El año favorable del Señor», pero omite cualquier referencia al desquite / castigo contra el Imperio romano opresor. De ahí que «todos estaban extrañados de que mencionase tan sólo las palabras sobre la gracia» (4,22a).

Los traductores y los comentaristas de Lucas andan de cabeza acerca de la interpretación de la expresión griega lucana, a causa su ambivalencia. En efecto, el verbo «dar testimonio», se puede construir, en griego, de dos maneras, con dativo favorable o desfavorable. Generalmente se interpreta que «todos daban testimonio a su favor», cuando aquí lo que es más propio es el sentido opuesto: «Todos se declaraban en contra, extrañados de que mencionase tan sólo las palabras sobre la gracia.» La frase despectiva con que lo apostrofan a continuación lo confirma:

«Pero ¿no es éste el hijo de José?» (4,22b), el hijo del Pantera, apodo de la familia de Jesús (según antiguos documentos rabíni­cos y cristianos).

Con esta manera de hablar, rehuyendo hacer suyos los ideales político-religiosos del pueblo, obligado a pagar enormes impues­tos de guerra y sometido al vasallaje de las tropas de ocupación, no se parece en nada -dicen- a su padre ni continúa la tradi­ción de los Pantera. El rechazo de que es objeto en su «patria» presagia el rechazo de que será objeto en Israel. Lucas lo anticipa, como anticipa también la futura extensión del programa mesiá­nico de Jesús a todas las naciones paganas: «Os aseguro que a ningún profeta lo aceptan en su tierra» (4,24). Las dos analogías, la de la «viuda de Sarepta» y la de «Naamán el sirio», ambos extranjeros, que les echa en cara (4,25-27; cf. 1Re 1-16 y 2Re 5,1-14), dejan entrever que el alcance de la misión no se circuns­cribirá sólo a Israel.

El fanatismo religioso de sus compatriotas no se contenta con recriminarle su falta de compromiso político: «Mientras oían aquello, todos en la sinagoga se fueron llenando de cólera y, levantándose, lo expulsaron fuera de la ciudad y lo empujaron hasta un barranco del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con la intención de despeñarlo» (4,28-29). De hecho, al final de su vida, lo sacarán «fuera» de la ciudad de Jerusalén y lo ejecutarán como si fuese un zelota más, crucificándolo en medio de dos malhechores, y, para más inri, en la inscripción de la cruz se lo reprocharon de nuevo, echándole en cara, esta vez, que se haya autoconstituido «rey de los judíos», Mesías de Israel. Sea como sea, conseguirán hacerlo callar de momento, porque su mensaje estorba a unos y a otros. Al fin, todos se pondrán de acuerdo contra él. Ya se veía venir... desde el prin­cipio.

Pero Jesús, abriéndose paso entre ellos, emprendió el cami­no» (4,30). Con todo, nunca podrán ahogar su clamor universa­lista: su persona y su mensaje continuarán influyendo en la his­toria, encarnándose en hombres y mujeres que, fieles a su com­promiso, se alejarán de todo sistema de poder e irán creando pequeños oasis de solidaridad y de fraternidad.


COMENTARIO 2

El servicio del profeta a la causa de la liberación se torna difícil por muchos aspectos. La resistencia a creer en el otro (y más si es de mi pueblo o de los míos) es la principal.

Pero es que el profetismo trae, inherente a su ser­vicio, la contradicción y el conflicto. Y lo es porque el profeta está al margen de la institución que trae se­guridad y paz, ambas falsas, y propone una dinámica de cambio: justicia y transformación de situaciones aberrantes y opresoras.

El evangelio que se nos propone hoy está a continuación de la proclamación que Jesús hace de libertad para los oprimidos, luz para los ciegos, buenas nuevas para los pobres y para todo el pueblo, el Año de Gracia: ese año revolucionario de la tierra, las deudas, las opresiones y los yugos, el año que restablecía la igualdad, la libertad, el compartir...

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


13. DOMINICOS 2003

Eliseo poseía dones de profeta

Los textos litúrgicos nos invitan a poner hoy los ojos en dos personajes: Eliseo, profeta (s. IX a C) que cura a Naamán, general del ejército de Siria, y Jesús, gran profeta y salvador nuestro en la plenitud de los tiempos.

Uno y otro nos obligan espiritualmente a reflexionar sobre su respectivo mensaje, y ambos dan fe de la grandeza de nuestro Dios, al mismo tiempo que se duelen de las flaquezas humanas que nos atenazan día a día.

Como es lógico, cada cual habla y actúa a su modo, a su estilo, teniendo presentes a las personas con las que conviven y a las que, por inspiración divina, se refieren los oráculos que narra la Escritura Santa.

Eliseo, atizado por el fuego sagrado de la gloria del Dios de Israel (Señor de todos los señores y más grande que todos los dioses), sale a escena porque sus conciudadanos y gobernantes, asustados de que un extranjero pida signos de la presencia de Yhavé, no se acuerdan de que en Israel siempre hay profetas de Dios.

Jesús, ocho siglos más tarde, lamenta la desconfianza e incredulidad de sus paisanos, familiares y amigos, y les amonesta porque, a pesar de las experiencias vividas en Israel, siguen sin aceptar los mensajes que santos profetas y amigos de Dios siguen presentando. Ningún profeta es bien recibido en su tierra.

¿Mantenemos hoy nosotros esa misma actitud de incredulidad? ¿Desconfiamos de los demás cuando nos transmiten mensajes de paz, justicia, amor? ¿No descubrimos que muchos o algunos de sus sentimientos, palabras, gestos, signos, nos invitan a reflexionar, porque el dedo de Dios apunta por medio de ellos hacia vías y metas nuevas a alcanzar?

ORACIÓN:

Señor, Dios nuestro, te pedimos que nos hagas sensibles a tu voz, a tu palabra, a tus signos; que estemos prestos a estudiar y acoger los mensajes, deseos y proyectos de los demás como buenos, como dignos de  consideración; y que sólo los rechacemos cuando descubramos en ellos que rechazan tu gloria y mancillan a las almas. Amén.

 

Palabra de profeta

Segundo libro de los Reyes 5, 1-5:

“Naamán, general del ejército del rey de Siria... estaba enfermo de lepra... Una jovencita de Israel, llevada cautiva, y puesta al servicio de Naamán, le dijo: ¡Ojalá mi señor fuera a ver al profeta de Samaría: él lo libraría de la lepra!...

Llevando una carta de presentación del rey de Siria para el rey de Israel, Naamán se puso en camino... Cuando el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras exclamando: ¿soy yo acaso un dios capaz de dar muerte o de dar vida?... Enterado de ello Eliseo, le envió este mensaje...: que venga ése a mí y sabrá que hay un profeta en Israel...  Naamán se presentó, y Eliseo le mandó un mensajero a decirle: báñate siete veces en el Jordán y tu carne quedará limpia. Naamán se enojó..., pero sus siervos le dijeron: ¡Padre!, si el profeta te hubiera prescrito algo difícil, ¿no lo hubieras hecho?... Naamán bajó al río, se bañó... y su carne quedo limpia como la de un niño...”

Cinco actitudes aparecen en los personajes del cuadro: la ingenuidad confiada de una joven que cree en Yhavé; la ceguera de un rey de Israel que sólo ve su pequeñez, no el poder de Dios; la soberbia de un general que hasta en la cura de su  enfermedad requiere honores; la seguridad de un profeta que habla en nombre del Señor; y el sentido común de unos soldados que hacen recapacitar al general.

Evangelio según Lucas 4, 24-30:

“Vino Jesús a Nazaret y dijo al pueblo en la sinagoga: Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra... En Israel había muchas viudas en tiempo de Elías..., y hubo gran hambre en el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a la viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue curado sino Naamán el sirio. Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, le empujaron fuera del pueblo...”

En este texto Jesús se muestra más duro que Eliseo. Ni en la plenitud de los tiempos, ni ante signos que evidencian el amor y la providencia divina, reaccionamos los mortales con cordura, deteniéndonos a examinar las cosas para tomar posturas nobles, cordiales.

 

Momento de reflexión

Aprendamos la lección de Dios en el cuerpo de Naamán.

En la figura de Naamán podemos considerar principalmente que estamos representados los señores (nosotros mismos) que se tienen por muy importantes en la vida y en la sociedad. A dondequiera que van, esperan lugar de privilegio y atención esmerada, y que en todo sean honrados. Así es como Naamán se fue a Israel cargado de oro para comprar su salud.

Pero está visto que ni los poderosos de la tierra tienen poderes para devolver la salud al enfermo, ni Dios se atiene a códigos elaborados por los grandes de este mundo. Naamán, herido en su orgullo,  sólo fue escuchado por Dios cuando, defraudado, se humilló y actuó con sensatez. 

Pero anotemos también cómo Eliseo, al tener noticia de que su rey, rey de Israel, actuaba como si no hubiera profetas de Dios en la historia de Israel, se enfureció, y mandó llamar al leproso, con autoridad divina.

Aprendamos que hay cosas que, si se hacen, se hacen en nombre del Señor, no en nombre de reyes terrenos. En ese género de cosas se encuentran la caridad, la justicia, el consuelo, los milagros,  las sanaciones, las profecías.

Dios actúa, en Israel y en todas las regiones del mundo, pero no ejercita su poder misericordioso ante el poder, soberbia y vanagloria humana  sino ante profundos signos de humildad, amor y fe.

Lección de Jesús.

Jesús es maestro, profeta, hermano y amigo. Dice siempre la verdad. Y a veces la proclama con dolor. Así acontece, por ejemplo, cuando habla de la salvación a los compañeros de su pueblo, Nazaret, y estos se niegan a escucharle y le desprecian, porque lo ven como a pobre hijo del carpintero.

No tienen disposición interior adecuada, limpia, abierta a los valores de los demás.

Los nazaretanos, como Naamán, esperaban que sus profetas y jefes, si surgían,  serían de realeza, espectaculares. Y Jesús, que de realezas y vanidades sabía muy poco, tiene que recordarles la vieja escena de Eliseo y Naamán.

Luego, un tanto triste, porque siempre ama a los suyos, Jesús se marcha con su mensaje a otra parte, a donde no le conozcan por su familia, trabajo e infancia.

¡Qué difícil es ver a Dios en los demás y en sus signos, si no lo llevamos dentro.

¡Jesús  rechazado, salvación universal, ten piedad de nosotros!


14.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor; mi corazón y carne retozan por el Dios vivo» (Sal 83,3).

Colecta (del misal anterior y, antes, del Gregoriano y Gelasiano): «Señor, purifica y protege a tu Iglesia con misericordia continua y, pues sin tu ayuda no puede mantener su firmeza, que tu protección la dirija y la sostenga siempre».

Comunión: «Alabad al Señor todas las naciones, firme es su misericordia con nosotros» (Sal 116,1-2).

Postcomunión: «Que la comunión en tu sacramento, Señor, nos purifique de nuestras culpas y nos conceda la unidad».

2 Reyes 5,1-15: La curación de Naamán el sirio se ha considerado en el tiempo de Cuaresma como prefiguración de la llamada a todas las naciones a la fe y al bautismo.

El camino que sigue Naamán hasta el rito que le cura indica el camino de todo candidato a los sacramentos, que no son válidos si no se reciben en el interior de un diálogo entre Dios que se revela y el hombre que obedece y se adhiere a Él por la fe. Pero esto no elimina la eficacia del sacramento, que obra independientemente de nuestra voluntad. San Hipólito dice del Bautismo:

«El que se sumerge en este baño de regeneración renuncia al diablo y se adhiere a Cristo, niega al enemigo del género humano y profesa su fe en la divinidad de Cristo, se despoja de su condición de siervo y se reviste de la de hijo adoptivo, sale del bautismo resplandeciente como el sol, emitiendo rayos de justicia, y, lo que es más importante, vuelve de allí convertido en hijo de Dios y coheredero de Cristo» (Sermón sobre la Teofanía).

Y San Ildefonso de Toledo:

«Nunca deja de bautizar el que no cesa de purificar; y así, hasta el fin de los siglos. Cristo es el que bautiza, porque siempre es Él quien purifica. Por tanto, que el hombre se acerque con fe al humilde ministro, ya que éste está respaldado por tan gran maestro. El maestro es Cristo y la eficacia de este sacramento reside no en las acciones del ministro, sino en el poder del maestro que es Cristo» (Tratado sobre el Bautismo).

En el bautismo, junto a la dignidad de los hijos de Dios, recibimos la gracia y la llamada a la santidad, que nos permite ser consecuentes y no perder la dignidad recibida.

–Con el Salmo 41 clamamos: «Mi alma tiene sed del Dios vivo. ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a Ti, Dios mío. Envía tu luz y tu verdad, que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; y que te dé gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío».

Israel pierde el Reino de Dios y sus riquezas. En cambio, los paganos llegan a obtener la salvación, que también se nos ofrece a nosotros en la santa Iglesia. Pero a condición de que creamos, de que nos sometamos humildemente a las enseñanzas y mandamientos de Cristo y de su Iglesia, de que ambicionemos la salvación. Con tal de que, reconociendo sinceramente nuestra indignidad y nuestra incapacidad, nos volvamos hacia el Señor, llenos de confianza en Él e invocando su auxilio.

Lucas 4,24-30: Jesús ha sido enviado para la salvación de todos los hombres, no solo para la de los judíos. A ellos vino primero, pero «vino a los suyos y los suyos no le recibieron» (Jn 1,11): los hombres de Nazaret únicamente quieren que su conciudadano Jesús realice los milagros que ha hecho en Cafarnaún.

No podemos buscar a Cristo para servirnos de Él a nuestro antojo. De Él lo esperamos todo y de modo especial la salvación, pero hemos colaborar, con gran fe y amor generoso, en correspondencia al que Él nos tiene. En la liturgia de este día, nosotros somos el pagano Naamán. Corramos al gran profeta, a Cristo, pues estamos enfermos del alma y necesitamos una curación que sólo Cristo nos puede dar.

Lo que hoy encontramos en Cristo y en su Iglesia es solamente el comienzo de nuestra salvación, cuya plenitud nos aguarda en la otra vida, en la verdadera Pascua. Y así como el pueblo escogido perdió la salvación, por no creer en Cristo, también a nosotros nos puede ocurrir los mismo. Sólo la fe, la sumisión a Cristo y a su Iglesia nos pueden salvar. Comenta San Ambrosio:

«La envidia, que convierte al amor en odio cruel, traiciona a los compatriotas. Al mismo tiempo, ese dardo de estas palabras, muestra que esperas en vano el bien de la misericordia celestial, si no quieres los frutos de la virtud en los demás; pues  Dios desprecia a los envidiosos y aparta las maravillas de su poder a los que fustigan en los otros los beneficios divinos» (Comentario a San Lucas IV, 46)


15.

Comentario: Rev. D. Santi Collell i Aguirre (La Garriga-Barcelona, España)

«En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria»

Hoy escuchamos del Señor que «ningún profeta es bien recibido en su patria» (Lc 4,24). Esta frase —puesta en boca de Jesús— nos ha sido para muchas y muchos —en más de una ocasión— justificación y excusa para no complicarnos la vida. Jesucristo, de hecho, sólo nos quiere advertir a sus discípulos que las cosas no nos serán fáciles y que, frecuentemente, entre aquellos que se supone que nos conocen mejor, todavía lo tendremos más complicado.

La afirmación de Jesús es el preámbulo de la lección que quiere dar a la gente reunida en la sinagoga y, así, abrir sus ojos a la evidencia de que, por el simple hecho de ser miembros del “Pueblo escogido” no tienen ninguna garantía de salvación, curación, purificación (eso lo corroborará con los datos de la historia de la salvación).

Pero, decía, que la afirmación de Jesús, para muchas y muchos nos es, con demasiada frecuencia, motivo de excusa para no “mojarnos evangélicamente” en nuestro ambiente cotidiano. Sí, es una de aquellas frases que todos hemos medio aprendido de memoria y, ¡qué efecto!

Parece como grabada en nuestra conciencia particular de manera que cuando en la oficina, en el trabajo, con la familia, en el círculo de amigos, en todo nuestro entorno social más debiéramos tomar decisiones solamente comprensibles a la luz del Evangelio, esta “frase mágica” nos echa atrás como diciéndonos: —No vale la pena que te esfuerces, ¡ningún profeta es bien recibido en su tierra! Tenemos la excusa perfecta, la mejor de las justificaciones para no tener que dar testimonio, para no apoyar a aquel compañero a quien le está haciendo una mala pasada la empresa, o para no mirar de favorecer la reconciliación de aquel matrimonio conocido.

San Pablo se dirigió, en primer lugar, a los suyos: fue a la sinagoga donde «hablaba con valentía, discutiendo acerca del Reino de Dios e intentando convencerles» (Hch 19,8). ¿No crees que esto era lo que Jesús quería decirnos?


16. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

Análisis

Todos los Evangelios tienen relatos que ponen al principio de su obra a modo programático. El de Lucas nos presenta un discurso de Jesús en la sinagoga de Nazaret. El discurso comienza diciendo “vino” (4,16) y termina diciendo “se marchó” (4,30) comenzando en 4,31 una nueva unidad: “bajó a Cafarnaum...” Este discurso, a su vez tiene dos partes muy evidentes, ambas marcadas por el Antiguo Testamento; la primera Jesús lee un texto de Isaías, la segunda Jesús alude a Elías y Eliseo. La primera finaliza con la admiración de la multitud (4,22), la segunda con la irritación e intención de matarlo (vv.28-30). Ambas unidades constituyen, no sólo el programa ministerial de Jesús sino un resumen de su vida finalizando con la referencia a la muerte.

La unidad comienza con dos proverbios (aunque el texto de la liturgia de hoy comienza en el segundo) que presuponen el rechazo. Este desprecio que sufre Jesús se ubica en el marco del rechazo sufrido por los profetas (ver Jer 11,21) que ya anticipa la muerte con lo que enmarca toda esta segunda unidad. La pasión y muerte se viene gestando desde el comienzo de su ministerio. El dicho, “ningún profeta es bien recibido en su patria”, aunque semejante al que encontramos en Mc 6,4, es más parecido al que encontramos en Jn 4,44, pero la diferencia con Mc/Mt quizá se deba simplemente a la redacción de Lc.

Un esquema característico de la predicación de Pablo en Hechos es que predica primero en la sinagoga, y puesto que no es recibido allí, entonces se dedica a los paganos (ver Hch 13,46; 18,6), Jesús también comienza en la sinagoga, y frente al rechazo, se dirige a los paganos, (Mt 4,13 aclara que Cafarnaum es “Galilea de los gentiles”; en Lc 4,31 aclara que es una “ciudad de Galilea” y en 7,1-2 cuenta que hay un centurión romano). El rechazo de Israel y la apertura al universalismo es un tema que será muy importante en Lc y ya está preanunciado en los relatos de los profetas Elías y Eliseo.

El relato de Elías y la viuda pagana de Sarepta, (1 Re 17,7-16), y el de Eliseo de la curación del leproso Naamán, el sirio (2 Re 5,1-27) presentan un mismo esquema evidente: muchas/os viudas/leprosos había en Israel ... Elías/Eliseo y a ninguna/o de ellos ... sino Sarepta/sirio, la idea es evidente: la apertura de Dios a los paganos. Esto es lo que irrita a los oyentes.

El marco profético nos recuerda la importancia que tiene el título “profeta” aplicado a Jesús en el Tercer Evangelio: es “un gran profeta” (7,16 “L”), un profeta como “los antiguos” (9,8.19 “Mc”), un “profeta poderoso en obras y palabras” (24,19 “L”). Su actitud profética le hace enfrentar a otros: “si este fuera profeta” (7,39 “L”), “profetiza: ¿quién te pegó?” (22,64 “Mc”). Es profeta como Moisés, como lo recuerda la transfiguración (9,35, ver Dt 18,15-18; Hch 3,22-23; 7,37), y es profeta como Elías: Lc omite la referencia de Mc que Juan el Bautista es Elías que ha venido (Mc 9,11-13: según Mal 3,1-23 se esperaba a Elías como uno que “debe venir”; ver Mt 11,14), y se dice de Jesús que es uno que ha de venir (3,16; 7,19 ¡y lo dice el Bautista! Aunque también lo dice Jesús de Juan, ver 7,27; lo mismo ocurre en el “evangelio de la infancia”). Jesús es comparado con Elías (9,8.19) cosa que hace también en el Evangelio de hoy; también alude a Elías la referencia a “poner la mano en el arado” (9,62 “L”; ver 1 Re 19,19-21), y la referencia al “gran profeta” después de resucitar al hijo único de una viuda (7,16 “L”; ver 1 Re 17,23), por esto es el profeta de los últimos tiempos (ver Hch 2,17.33)

La actitud de la multitud frente a Jesús (ver 23,26-32), de sacarlo fuera de la ciudad con intención de matarlo (ver 20,15) nos pone en el marco de la pasión. El relato es difícil de leerlo en clave “histórica”: ¿por qué le dicen “lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaum hazlo aquí” (v.23) si Jesús todavía no ha ido a Cafarnaum (v.31)? Si pretenden despeñarlo, deberían recorrer 2,5 kms ya que no hay precipicios en Nazaret... Si un grupo decide matarlo, ¿cómo pasó entre ellos? Ciertamente no son estos detalles que le interesan a Lc que quiere poner, desde el comienzo, el ministerio de Jesús marcado por la Pasión, y presentarnos el rechazo de Israel y la predicación a los paganos. “Se marchó”tiene sentido teológico en Lc (9,51; 13,22) mostrando el camino de Jesús hacia Jerusalén, es decir, hacia su muerte, porque “no corresponde que un profeta muera fuera de Jerusalén” (13,33).

Comentario

Después de presentarnos el “programa evangelizador” de Jesús, Lucas quiere profundizarlo todavía un poco más. Tomando ejemplos de Elías y Eliseo, con quienes Jesús se identifica muestra que desde los comienzos se abre a los no judíos. La viuda de Sarepta, el leproso sirio son buenos ejemplos de que Dios manda el sol sobre todos. Esto Lucas lo desarrollará especialmente en los Hechos de los Apóstoles, pero ya desde el principio queda anunciado. Estamos preparados.

Con Jesús terminamos de entender que Dios no acepta encerrarse en nuestros esquemas, y sabe hacer llegar su amor sobre los que Él -y no nosotros- se elige.

Esto no cayó bien entre los oyentes de la sinagoga. “Está blasfemando” y la muerte ya empieza ¡desde el primer día! a rondar a este profeta. Esa es la suerte de los profetas que Dios manda al pueblo para predicar lo que ¡Él quiere! Aunque nos cueste oírlo, nos desagrade oírlo, o no queramos oírlo. Esa es la suerte de los profetas; aunque, para ser precisos, en la recepción o rechazo de los profetas lo que se juega es nuestra suerte.

Mientras Dios manda -y sigue mandando- profetas para decir una palabra, aunque esta sea desconcertante, muchos de sus elegidos podemos correr el riesgo de no querer oír esta palabra porque no encaja con nuestras ideas de lo que Dios debe ser o hacer. Y forma parte del programa de Jesús enseñarnos que Dios no entra, ni quiere entrar en nuestros esquemas, especialmente los esquemas que discriminan o rechazan a hijos de Dios excluyéndolos de la vida y la salvación. Ahora sabemos -para eso vino Jesús- de qué lado está Dios. Dejemos que la provocación del Señor nos ponga con un oído disponible al proyecto de Dios que es un proyecto que mira el bien y la vida de otros, ¡aunque sean paganos! Y dispongámonos a dejar que sea Jesús el que nos enseñe el camino.


17.Reflexión

La historia se repite, quizás, la diferencia sea que hoy la manera en que se rechaza al profeta es diferentes. Hoy ya no se les busca para matarlos… simplemente se les ignora. Pensemos en cuántas veces hemos escuchado a Jesús en la Misa, en un retiro, en una conversación, etc., y cuántas veces hemos hecho caso de sus palabras. ¿Cuántas veces nos ha mandado diferentes profetas en la persona de nuestros padres, maestros, amigos, sacerdotes buscando un cambio en nuestra vida, buscando nuestra conversión y nosotros simplemente hemos dejado que la palabra o el consejo entre por un oído y salga por otro? Ciertamente nosotros no hemos buscado despeñar a Jesús desde la barranca, pero ¿cuántos de nosotros lo tenemos silenciando dentro de en un cajón o lleno de polvo en un librero? La Cuaresma nos invita a abrir, no solo nuestro corazón, sino toda nuestra vida al mensaje de los profetas… al mensaje de Cristo, a su Evangelio y a su amor. No desaprovechemos esta oportunidad.

Que el Señor sea luz y lámpara para tu camino.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


18. Jesús en Nazaret

Fuente: Catholic.net
Autor: P . Clemente González

Reflexión:

En este evangelio Jesús achaca a los fariseos que no han sabido captar los signos de los tiempos. La viuda, y en general, los favorecidos por los milagros de Elías y de Eliseo, sí supieron reconocer la actuación de Dios. Una vez más, en labios de Jesús, la salvación se anuncia como universal, y son precisamente unos no-judíos los que saben reaccionar bien y convertirse a Dios, mientras que el pueblo elegido le hace oídos sordos.

No les gustó nada a sus oyentes lo que les dijo Jesús. Tanto así que le empujaron fuera de la ciudad con la intención de despeñarlo por el barranco. La primera homilía en su pueblo, que había empezado con admiración y aplausos, acaba casi en tragedia. Ya se vislumbra el final del camino: la muerte en la cruz.

De manera que hoy también se nos recuerda que va siendo urgente que hagamos caso de las insistentes llamadas de Dios a la conversión, que conlleva el cambio de nuestra vida de pecado al cambio de la vida de la gracia. ¿Podríamos decir que se está notando este cambio en nosotros? ¿O también Jesús podría quejarse de nosotros acusándonos de no responder con generosidad a la llamada a la conversión?


19. Los caminos de Dios no son los nuestros

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

“Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel”. Esta frase con la que el general asirio confiesa su fe después de haber sido curado, es la frase con la que todos nosotros podríamos también resumir nuestra existencia. Ésta tendría que ser la experiencia a la que todos llegásemos en el camino de nuestra vida. Un Dios que a veces llega a nuestra vida de formas y por caminos desconcertantes, un Dios que a veces llega a nuestra vida a través de situaciones que, según nuestros criterios humanos, no serían los normales, no serían los lógicos, no serían los racionales; un Dios que aparece en nuestra vida para santificarnos y para llenarnos de su luz y de su verdad, aunque nosotros no entendamos cómo. Porque esto es lo que hace Dios nuestro Señor con todas las vidas humanas: las lleva por sus caminos, aunque ellas no sepan cómo.

Los caminos de Dios no son nuestros caminos. A veces no son ni siquiera los caminos de las personas que han sido elegidas. A veces para las mismas personas elegidas, los caminos de Dios son sumamente obscuros, son sumamente extraños, no son siempre comprensibles. Esto es muy importante para nosotros, porque a veces podríamos pensar que las personas que han sido elegidas por Dios para hacer una grandísima obra en su vida, tienen realizados y escritos todos los puntos y comas de los planes de Dios; y no es así. También las personas elegidas por Dios para realizar una gran obra en su Iglesia tienen que ir, constantemente, aprendiendo a leer lo que Dios nuestro Señor les va diciendo.

En la primera lectura se nos habla de este general asirio que quiere ser curado, y para él, el ser curado tiene que ser una especie de gran majestad, de gran poderío, y por eso se va con el rey. Cuando se da cuenta de que el camino de Dios es distinto, no lo hace por su propio juicio, sino que es uno de sus esclavos quien le va a decir: “Padre mío, si el profeta te hubiera mandado una cosa muy difícil, ciertamente la habrías hecho. ¡Cuánto más, si sólo te dijo que te bañaras y quedarías sano!”.

La pregunta fundamental es si nosotros estamos aprendiendo a leer los caminos de Dios sobre nuestra vida. Si nosotros estamos aprendiendo a entender esas páginas que a veces son borrosas, a veces son extrañas. Si nosotros estamos aprendiendo a conocer a Dios nuestro Señor o siempre queremos que todos los planes estén escritos, que todos los planes estén hechos.

Vivir junto a Dios es vivir en zozobra, es vivir en interrogantes. Vivir junto a Dios es vivir en continua pregunta. La pregunta es: ¿Qué quieres Señor? Si así es nuestro Señor, ¿por qué entonces, tiene que extrañarnos que la vida de aquellos sobre los que Dios tiene unos planes tan concretos, tan claros, sea difícil? Si para ellos es costoso leer, ¿no lo va a ser para nosotros? ¿Podemos nosotros pensar que no nos va a costar leer los planes de Dios, que no nos va a costar ir entendiendo exactamente qué es lo que Dios me quiere decir? Constantemente, para todos nosotros, la vida se abre como una especie de obscuridad en la que tenemos que ir realizando y caminando.

“No hay más Dios que el de Israel”. ¿Sabemos nosotros que Él es el único Dios y que por lo tanto, Él es el único que nos va llevando a lo largo de nuestra existencia por sus caminos, que no son los nuestros? Estos caminos a veces coinciden, a veces pueden llegarse a entender, pero no siempre es así. Cada uno de nosotros, en su vocación cristiana, tiene un camino distinto. Si pensamos cómo hemos llegado cada uno de nosotros al conocimiento de Cristo, nos daremos cuenta que cada uno tuvo una historia totalmente diferente; cada uno tuvo una historia muy particular. Y aun después de nuestro encuentro con Cristo, incluso después de que hemos llegado a conocerlo, la historia sigue una aventura. Y si nuestra historia no es una aventura, quiere decir que hemos hecho lo que estaba a punto de hacer el general asirio: marcharse. Marcharnos porque no entendimos los planes de Dios y preferimos manejarnos a nuestro antojo, manejarnos según nuestra comodidad. Nos marchamos pensando que a este Señor no hay quien lo entienda y perdemos la oportunidad de experimentar y saber que el único Dios, es el Dios de Israel.

Jesús, en el Evangelio, viene a recalcarnos precisamente que es Dios quien elige, quien se fija, quien llama y que es Él quien sabe porqué permite los caminos por los cuales nuestra vida se va desarrollando. Es Dios quien lo hace, no nosotros.

El ejemplo de las muchas viudas que había en Israel y Dios se fijó en una y el ejemplo de los muchos leprosos que había en Israel y Dios escogió precisamente a uno que ni era de Israel, nos deja muy claro que es Cristo el que manda. Nosotros tenemos que atrevernos a ponernos ante Dios con una sola condición: la condición de estar totalmente abiertos a su voluntad. De nada nos serviría conocer grandes hombres, de nada nos serviría conocer grandes personajes si no aprendemos la lección fundamental que estos grandes hombres vienen a dejarnos: la lección de estar siempre dispuestos a leer la letra de Dios, de estar siempre dispuestos a entender el camino por el cual Dios nos va llevando. Recordemos que Él sabe cuál es.

Los que vivían en el mismo pueblo de Jesús rechazan el modo de ser de Cristo y lo que hacen es alejarse de su vida. Solamente se puede tener a Cristo cerca cuando se tiene el alma abierta. Cada vez que nuestra alma se cierra a la generosidad, a la entrega, a la fidelidad, a la disponibilidad, en ese mismo momento, nuestra alma está alejando a Cristo de nosotros.

¡Qué serio es que pudiéramos ser nosotros los responsables de que Cristo no estuviese verdaderamente en nuestra vida! ¡Qué serio es que pudiéramos ser nosotros los causantes de que nuestra vida estuviese vacía de Cristo! Hay que ser muy exigentes con uno mismo. Hay que tener una gran disciplina interior, que a veces nos puede faltar. La disciplina que nos hace, en todo momento, seguir el camino concreto con el cual Dios nuestro Señor va marcando nuestra vida.

¿Estamos dispuestos a entenderlo? Solamente vamos a estar dispuestos a entenderlo si hay en nuestra vida la característica que hay en todos los hombres que quieren verdaderamente encontrarse con Dios: estar sediento de Dios, que da la vida. Estar sedientos de Él es el único modo que va a haber para que nuestra alma encuentre siempre, y en todo momento -a través de las circunstancias, de las personas, de los ambientes, de las dudas, de las caídas, de nuestras debilidades— a Dios; si realmente somos, tal y como lo dice el salmo: “Como un venado que busca el agua de los ríos, así cansada, mi alma te busca a ti, Dios mío”.

El alma que tiene sed de Dios pasará por lo que sea: estará en obscuridades, tendrá dificultades, caídas, miserias, pero encontrará a Dios y Dios no se apartará de él. Podrá encontrarse con el Señor, no importa por qué caminos, pues esos son los caminos del Señor y Él sabe por dónde nos lleva. Lo único que importa es tener sed de Dios. Una sed que es lo que nos autentifica como personas de cara a nuestros hermanos los hombres, de cara a nuestra familia, de cara a nuestro ambiente, de cara a nosotros mismos.

No es cuestión de entender las cosas. No es cuestión de saber que mi vida tiene que estar realizada, manejada y ordenada de determinada manera, sino que es cuestión de tener sed de Dios. El alma que tiene sed de Dios va a permitir que sea Dios quien le realice la vida. Y el alma que va a realizarse apartada de Dios, significa que no tiene, verdaderamente, sed de Dios. Podrá ser muchas cosas —podrá ser un magnífico organizador en la Iglesia, podrá ser un excelente conferencista, podrá ser un hombre de un gran consejo espiritual—, pero si no tiene sed de Dios, no estará realizando la obra de Dios.

Ahora veámonos a nosotros mismos en nuestra organización, en nuestro trabajo, en nuestro esfuerzo, en nuestra vocación cristiana y rasquemos un poco, a ver si en nuestro corazón hay verdaderamente sed de Dios. Si la hay, podemos estar tranquilos de que estamos en el camino en el que hay que estar. Podemos estar tranquilos de que estamos en la ruta en la cual hay que ir. Podemos estar tranquilos porque tenemos en el corazón lo que hay que tener. No tendremos que tener miedo porque esa sed de Dios irá haciendo que la luz y la verdad de Dios se conviertan en nuestra guía hasta el Monte del Señor. Es un camino que requiere estar dispuestos, en todo momento, a querer entender lo que Dios nos pide. Estar dispuestos, en todo momento, a no apartar jamás de nuestro corazón a Jesucristo y mantener siempre viva en nuestro corazón la fe del Dios que da la vida.


20. DOMINICOS 2004

"Ningún profeta es bien mirado en su tierra"

 

La luz de la Palabra de Dios

1ª Lectura: 2 Reyes 5,1-15

Naamán, general del ejército del rey de Siria, era un hombre tenido en mucho y preciado por su señor, porque por su medio el Señor había concedido una victoria a Siria. Pero estaba leproso.

En una de sus incursiones, los sirios se llevaron de la tierra de Israel a una muchacha que fue a parar al servicio de la mujer de Naamán.  Y dijo a su señora: «¡Si mi señor se presentase al profeta que hay en Samaría, él le libraría de su lepra!».

Naamán fue a decir al rey lo que le había dicho la muchacha. Y el rey respondió: «Está bien, anda y lleva una carta mía al rey de Israel».

Partió Naamán llevando consigo unos trescientos cuarenta kilos de plata, seis mil monedas de oro y diez mudas de vestidos. Y presentó al rey de Israel la carta que decía: «Y al presente, cuando te llegue esta carta, sabrás que te envío a mi servidor Naamán, para que lo cures de su lepra». Cuando el rey de Israel leyó la carta, se rasgó las vestiduras y exclamó: «¿Es que soy yo un dios para dar la muerte y la vida, que este me manda a un hombre para que lo cure de la lepra? Fijaos bien, y veréis que anda buscando pretextos contra mí».

Cuando Eliseo, el hombre de Dios, se enteró de que el rey había rasgado sus vestiduras, le mandó a decir: «¿Por qué has rasgado tus vestiduras? Que venga a mí y sabrá que en

Israel hay un profeta».

Naamán fue con sus caballos y su carro y se detuvo ante la puerta de la casa de Eliseo.   Pero Eliseo le mandó a decir: «Anda, báñate siete veces en el Jordán, y tu cuerpo quedará limpio».

Naamán se enfadó y se fue diciendo: «Yo pensaba que saldría a recibirme, que invocaría el nombre del Señor, su Dios, que me tocaría con su mano y así sanaría de mi lepra. ¿No son acaso el Abana y el Farfar, los ríos de Damasco, mejores que todas las aguas de Israel? ¿No me podría bañar en ellos y quedar limpio?».

Dio media vuelta y se fue muy indignado. Pero sus criados se le acercaron y le dijeron: «Padre nuestro, si el profeta te hubiera mandado una cosa difícil, ¿no la habrías hecho? ¡Cuánto más habiéndote dicho: Lávate y quedarás limpio!».

Entonces bajó, se bañó siete veces en el Jordán, como había dicho el hombre de Dios, y su cuerpo quedó limpio como el de un niño. Acto seguido regresó con toda su comitiva adonde el hombre de Dios, y en pie ante él, dijo: «Reconozco que no hay otro dios en toda la tierra fuera del Dios de Israel. Y ahora, dígnate recibir un regalo de tu siervo». 

Evangelio: Lucas 4,24-30

Y continuó: «Os aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Os aseguro, además, que en tiempo de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses y hubo gran hambre en toda la tierra, había muchas viudas en Israel, y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta, en Sidón. Y había muchos leprosos en Israel cuando Eliseo profeta, pero ninguno de ellos fue limpiado de su lepra sino Naamán, el sirio».

Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, se levantaron, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron a la cima del monte sobre el que estaba edificada la ciudad para despeñarlo. Pero Jesús pasó por en medio de todos y se fue.

 

Reflexión para este día.

“Naamán se bañó en el Jordá, y su carne quedó limpia como la de un niño”.

            En la liturgia de hoy se manifiesta la universalidad del amor del Dios de Israel. Naamán era un general pagano, al servicio del rey de Siria. La lepra le está destruyendo su cuerpo. Naamán es un buscador de su salud corporal. Sólo cuando acepta humilde y confiadamente las condiciones que le presenta Elías, hombre de Dios, se realiza el prodigio de su anhelada curación.  Este signo divino es también un preludio de la purificación vital que el bautismo cristiano realizará en lo más profundo del corazón humano. Es una manifestación de la esplendidez y universalidad del amor de Jesucristo hacia la humanidad entera.

            El momento culminante y decisivo de esta transformación del corazón humano se hace realidad viviente en Jesucristo, el Hijo predilecto del Padre. Ese es el anuncio profético y salvador de Jesús en la sinagoga de Nazaret. El pueblo, alentado por los más responsables, no aceptó su oferta. Jesús se lo echa en cara y contrasta esa actitud cerrada y displicente con la acogida dada por personas paganas:

“Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra”.

            Para los cristianos, Jesús es el Profeta que nos revela y realiza el plan salvador de Dios Padre. La Iglesia es la Familia, la nueva Sinagoga de Dios. En ella sigue resonando su mensaje, sus propuestas y su compromiso de acompañarnos en nuestro recorrido por la historia. La Iglesia, nosotros estamos llamados a escuchar su Evangelio y aceptarlo como proyecto de vida. La Iglesia es “la tierra de Jesús”. Por eso, en el corazón de la Cuaresma nos pregunta a los cristianos de hoy:

¿Estáis dispuestos a poner como referente de vuestra vida mi Evangelio?

¿A la luz de qué valores estáis viviendo?.

¿Os dejáis embaucar por otros proyectos contrarios o al margen de lo que yo os he dicho y he hecho?.

¿Estáis convencidos de que “yo soy el Profeta prometido que había de venir a salvar al mundo entero?.

Ojalá nuestra respuesta sea un sí rotundo y coherente  con nuestra decisión de seguirle, de ser sus testigos en el día a día y allí donde vivimos.


21. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Esta vez en Nazaret la visita de Jesús ha causado un revuelo tremendo. El pueblo es chico, pero el enfrentamiento con Jesús ha llegado a extremos insospechados: no contentos con despacharlo del pueblo, intentan despeñarlo por el barranco que hay a la salida.

¿A quién no le sorprende esta escena? Estamos acostumbrados a pensar que la vida de la Sagrada Familia era algo idílico y llena de felicitaciones por cada paso que daban; había que trabajar para ganar el pan de cada día, pero la convivencia con los vecinos gozaba de una armonía total. El texto del evangelio de hoy nos demuestra que ese idilio sólo existe en nuestra fantasía.

¿Qué ha pasado con Jesús estos últimos meses? Desde que fue a visitar a su pariente Juan y a hacerse bautizar por él en el Jordán, este nazareno ha dado un vuelco tremendo. La gente comenta: “dicen que hace milagros y mira, cómo lee y interpreta a los profetas!”

Jesús está convencido de que el Padre del cielo se vuelca con los hijos más necesitados sin distinción de raza ni de condición social. Es un Dios que multiplica la vida también para el leproso Naamán.

Leo este texto en, Zürich-Suiza, donde estoy desde hace varios años como Misionero de emigrantes. Zürich es una ciudad en la que el dinero abunda, pero donde también pareciera que Jesús ha sido echado porque su “dios” es otro. Estos días se comenta en los periódicos qué hacer con las iglesias tanto protestantes como católicas porque están vacías. Mientras tanto, llegan por cientos cada día los emigrantes desde los sitios más inverosímiles del mundo, esperando las migajas que caen de la mesa de los ricos. Para ellos cualquier trabajito es un regalo. ¿Será que estos templos vivos de Dios encontrarán la acogida que esperan?

Vuestro hermano en la fe,

Carlos Latorre (carlos.latorre@claretianos.ch)


22. LECTURAS: 2RE 5, 1-15; SAL 41 Y 42; LC 4, 24-30

2Re. 5, 1-15. Dios, aun cuando eligió a un pueblo, Israel, como pueblo suyo, no se quedó como Dios exclusivo de esa comunidad. Dios es Dios de todos y para todos. Él ama a toda la humanidad y quiere que todos lleguemos a Él para vivir con Él eternamente. Quien ha sido escogido y enviado en su Nombre debe ser consciente de que ha de hacer llegar su mensaje de salvación a todos los pueblos. Jesucristo, cumpliendo las promesas que Dios hizo a su Pueblo, enviará a sus discípulos a proclamar el Evangelio a todas las naciones del mundo. Quien viva unido a Dios no puede vivir sólo para una casta o para una élite. Dios quiere que su Iglesia sea Católica, es decir: Universal; por medio de ella el Mensaje de salvación debe llegar hasta el último rincón de la tierra, para sanar las heridas que el pecado ha dejado en los corazones. Cuando la Iglesia en verdad reconcilie a la humanidad con Dios, entonces el mundo sabrá que Él realmente habita con nosotros y conduce nuestra vida para que todos puedan experimentar el amor que nos ofrece.

Sal. 41 - 42. Cuando realmente amamos a Dios deseamos volver a Él desde la lejanía en que nos puso el pecado. Dios siempre está dispuesto a recibirnos en su Casa con gran amor, pues es nuestro Padre, lleno de misericordia, y no enemigo a la puerta. Para que se nos abriera el camino que nos conduce a Él nos envió a su propio Hijo, el cual se hizo para nosotros Camino, Verdad y Vida. Él nos dice que a quien acepte su Espíritu, este se convertirá en su interior en una fuente de agua viva, que brotará hasta la vida eterna. Por eso no podemos vivir infecundos en obras buenas. La presencia del Señor en nosotros hunde nuestras raíces en Él para que, saciados constantemente de su amor, de su verdad, de su santidad, de su justicia, de su misericordia, podamos dar frutos abundantes de buenas obras, que manifiesten que en verdad Dios permanece en nosotros y nosotros en Él.

Lc. 4, 24-30. Jesús, el Hijo Enviado del Padre, es la prueba más grande del amor fiel de Dios para su Pueblo elegido. Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron. Hombres testarudos, tercos y sordos, que siempre resistieron al Espíritu Santo. Eso hicieron sus antepasados y lo mismo hicieron ellos, sus hijos. Sus Padres mataron a los profetas y sus hijos les construyen las tumbas. Y el Señor, pasando por en medio de ellos, se alejó de allí. La rebeldía del pueblo elegido se convirtió en ocasión de salvación para todos los que no pertenecíamos al Pueblo de Dios. Pero no basta con saber que somos nosotros el nuevo Pueblo de Dios. Si nosotros cerramos nuestro corazón a la presencia del Señor; si nos conformamos sólo con escuchar su Palabra y no vivimos de acuerdo a ella, el Señor también estará lejos de nosotros, pues no quisimos comprometernos con Él.

Dios se ha hecho cercanía a nosotros. Más aún: mediante la Eucaristía nosotros somos beneficiarios de su Alianza, más fuerte que la alianza matrimonial, pues no sólo estamos cerca del Señor, sino que nos hacemos uno con Él, pues Él está en nosotros y nosotros en Él. Dios quiere estar cercano a nosotros para sanar nuestras heridas, las que dejó el pecado en nosotros. Él se ha acercado a nosotros que no pertenecíamos a su Pueblo, pero que pertenecemos a su corazón de Padre, pues Él a nadie creó para la condenación, sino para que estemos con Él eternamente. Por eso no sólo venimos a celebrar externamente la Eucaristía, venimos a celebrar la Alianza del Amor que Dios nos tiene para renovarla en nosotros y poder vivirla con mayor lealtad.

Quienes hemos sido hechos uno con Cristo debemos continuar su obra de salvación en el mundo. Dios quiere que su amor se haga cercano a todo hombre que sufre oprimido por el pecado, por la injusticia, por la enfermedad para remediar todos esos males. Y nosotros somos los responsables de hacer que todo esto se cumpla. Es verdad que, puesto que los demás nos conocen, y tal vez conocieron nuestro pasado cargado de miserias, quisieran que vinieran a ellos los ángeles o el mismo Cristo para salvarlos. Tal vez en la proclamación del Evangelio seamos despreciados, perseguidos y silenciados. Pero sólo el que ha sido amado por Dios y perdonado de sus miserias puede anunciar a los demás lo misericordioso que es Dios. Quien se convierte en un signo del amor de Dios para los demás no puede alejarse de las miserias de la humanidad. Dios nos envió a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. Quien se encierre en sí mismo, quien tenga miedo a acercarse a los demás para no contaminarse con ellos, quien camine orgulloso y pase de largo ante su prójimo, Dios pasará de largo y se alejará de Él, pues no lo reconocerá como un signo de la misericordia divina, sino como un signo del egoísmo y del pecado que le ha dominado y encadenado, y del que no está dispuesto a convertirse. Dios, en esta Cuaresma, nos quiere fraternalmente unidos. Dios quiere que seamos capaces de ser misericordiosos con todos como Él lo ha sido para con nosotros. Sólo entonces podremos trabajar sinceramente por su Reino.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de aceptar su presencia en nosotros, de tal forma que podamos vivir como hijos suyos, trabajando constantemente para que su salvación llegue a todos, sin olvidarnos de remediar sus enfermedades y pobrezas. Amén.

www.homiliacatolica.com


23. ARCHIMADRID 2004

CIFRAS Y VIDAS

Es curioso lo que ocurre en algunas situaciones, cómo la perspectiva de los acontecimientos cambia. La noche del domingo ha sido, en España, noche electoral, los que hemos querido, libre y voluntariamente hemos depositado a lo largo del día nuestro voto en las urnas. El voto es importante, nos han bombardeado con campañas, publicidades, anuncios y cada voto es la expresión de una opinión.

A la vez no podemos olvidar en Madrid la matanza que el terrorismo ha causado hace cuatro días, los números de víctimas mortales y de heridos se han ido definiendo, hemos conocido feligreses y vecinos que han fallecido, que están heridos o afectados de manera particular.

Es curioso, decía, lo más personal que es el voto se va convirtiendo en estadística, en un tanto por ciento, en un color, en un diagrama; sin embargo la estadística de heridos y muertos por el atentado se va convirtiendo en caras, en vidas concretas, en niños huérfanos, madres que han perdido a su hijos, personas que has conocido y las lágrimas dejan de ser imágenes de televisión para mojar el suelo de tu sacristía.

“Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías (…) sin embargo a ninguna de ellas fue enviado Elías. Más que a una viuda de Sarepta en el territorio de Sidón”. “Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos”.

Concretando, las cifras, las estadísticas, los “datos” acaban en un papel que nos puede gustar más o menos, pero a lo único que mueve es al comentario. Lo personal, lo que te afecta, lo que realmente inquieta tu corazón seguramente no se convierta en noticia, pero te moverá a la conversión. “Estoy muy conmovido” ha dicho el Santo Padres referente a los atentados en Madrid. El Papa se conmueve, sufre con cada víctima, con cada dolor de los hombres, con cada sufrimiento innecesario o provocado por el pecado de los hombres. Tenemos la manía (favorecida por los procesadores informáticos) de hacer estadísticas, hacemos comentarios sobre el aborto, la eutanasia, la violencia, las guerras, los muertos, los embarazos, las relaciones sexuales, los abusos, las mentiras… y se quedan en un papel y en un comentario de tertulia en el café. Pero cuando te afecta de cerca, cuando es tu hijo el abortado, tu padre al que quieren conceder una “muerte rápida”, cuando es a ti a quien han atracado, la guerra está en tu puerta, tu hermano el fallecido en accidente, tu sobrina la embarazada, tu vecina la violada o maltratada y tu cartera la engañada ya no se convierte en “un dato” sino en una tragedia con la que no se bromea.

Recapitulando, es tú pecado el que afecta a la Iglesia, por ese pecado concreto Cristo murió en la cruz, No querremos reconocerlo, pensaremos que será por los otros, por lo que son tan malos y crueles; pero Cristo murió por tus pecados, esos son los que afectan a la vida del mundo y de la Iglesia, por ellos entregó el Padre a su Hijo . Si tus pecados y los pecados del mundo se convierten en una estadística, en motivo de comentario de tertulia radiofónica, preocúpate. Si te llevan a la conversión, si el pecado del mundo te duele como propio, te conmueve y te mueve a cambiar de vida, es que estás buscando realmente “el rostro de Dios”.

Santa María , reina de la paz, ruega por nosotros.


24. Fray Nelson Lunes 28 de Febrero de 2005
Temas de las lecturas: Muchos leprosos había en Israel, pero ninguno fue curado, sino Naamán, el sirio * Como Elías y Eliseo, Jesús no ha sido enviado sólo a los judíos.

1. Lo que se gana en una derrota
1.1 Naamán había ganado muchas guerras pero estaba perdiendo su batalla contra la lepra. La lepra era el punto negro, el gran lunar, el centro de su vergüenza. La lepra era el espacio de derrota de un hombre acostumbrado a triunfar. Pero los hechos se dieron de tal modo que ese espacio de derrota se volviera un espacio de triunfo, no suyo, sino de Dios.

1.2 Es una especie de constante esto en la Biblia: aquello que nos avergüenza y nos deshonra es a menudo la grieta por la que el plan de Dios se cuela en nuestra planes. Dios irrumpe por la brecha abierta que dejan nuestras derrotas y problemas no resueltos. De este modo transforma lo más bajo en lo más alto. Cuando somos así salvos no cabe espacio para el orgullo sino sólo proclamación de la piedad y el poder de Dios.

2. No compres, que no está en venta
2.1 Naamán se cargó unas cuantas arrobas de regalos para el rey de Israel: "diez barras de plata, seis mil monedas de oro, diez vestidos nuevos...". Eliseo no acepta los regalos. No por falta de educación sino porque Naamán debía entender que las relaciones con el Dios de Israel no eran comparables a las relaciones políticas entre los reyes que este general conocía.

2.2. En las leyes de la diplomacia los "regalos" son el método usual para buscar el favor o gracia del rey o soberano a quien se ofrecen. Tal recurso es superfluo cuando se trata del Dios Altísimo, el Dios de Israel: nada le hace falta y su gracia no está en subasta al mejor postor.

2.3 Aceptar este lenguaje es maravilloso y a la vez difícil. Maravilloso porque nos introduce en la dimensión del amor sin intereses. Difícil porque implica reconocer la radical indigencia que tenemos en aquellas cosas que son tan importantes en nuestra vida como era la salud en la vida de Naamán.

3. "Nadie es profeta en su tierra"
3.1 En el evangelio de hoy Cristo toma el ejemplo de Naamán, y otros semejantes, para ilustrar cómo se cumple aquello de que "nadie es profeta en su tierra". El mensaje fue tan claro que sus compatriotas, locos de ira, piensan en deshacerse de él de inmediato despeñándolo.

3.2 ¿Por qué sucede así? ¿Por qué nadie es profeta en su tierra? Si lo miramos desde el punto de vista del profeta no se ve una razón; pero si pensamos en los vecinos o paisanos del profeta algo podemos entender: reconocer un profeta en medio de nuestro barrio o ciudad es admitir nuestra propia ceguera para leer lo que el profeta lee y para entender lo que el profeta entiende. Es sobre todo la soberbia la que nos impide admitir en paz que Dios hace con otros obras que no hace con nosotros, muy seguramente porque no le dejamos.

3.3 Vencida la soberbia y bajada la cabeza los ojos se abren y empezamos a reconocer que hay testigos del amor divino en todas partes... ¡también a nuestro lado!


25. 28 de Febrero 317. Docilidad y buenas disposiciones para encontrar a Jesús

I. El Señor, después de un tiempo de predicación por las aldeas y ciudades de Galilea, vuelve a Nazaret, donde se había criado. Todos había oído maravillas del hijo de María y esperaban ver cosas extraordinarias. Sin embargo no tienen fe, y como Jesús no encontró buenas disposiciones en la tierra donde se había criado, no hizo allí ningún milagro. Aquellas gentes sólo vieron en Él al hijo de José, el que les hacía mesas y les arreglaba las puertas. No supieron ver más allá. No descubrieron al Mesías que les visitaba. Nosotros, para contemplar al Señor, también debemos purificar nuestra alma. La Cuaresma es buena ocasión para intensificar nuestro amor con obras de penitencia que disponen el alma a recibir las luces de Dios.

II. En la primera lectura de la Misa se nos narra la curación de Naamán, general del ejército de Siria (2 Reyes 5, 1-15), por el profeta Eliseo. El general había recorrido un largo camino para esto, pero lleno de orgullo, llevaba su propia solución sobre el modo de ser curado. Cuando ya se regresaba sin haberlo logrado, sus servidores le decían: aunque el profeta te hubiese mandado una cosa difícil debieras hacerla. Cuanto más habiéndote dicho lávate y serás limpio. Naamán reflexionó sobre las palabras de sus acompañantes y volvió con humildad a cumplir lo que le había dicho el Profeta, y quedó limpio. También nosotros andamos con frecuencia enfermos del alma, con errores y defectos que no acabamos de arrancar. El Señor espera que seamos humildes y dóciles a las indicaciones de la dirección espiritual. No tengamos soluciones propias cuando el Señor nos indica otras, quizá contrarias a nuestros gustos y deseos. En lo que se refiere al alma, no somos buenos consejeros, ni buenos médicos de nosotros mismos. En la dirección espiritual el alma se dispone para encontrar al Señor y reconocerle en lo ordinario.

III. La fe en los medios que el Señor nos da, obra milagros. La docilidad, muestra de una fe operativa, hace milagros. El Señor nos pide una confianza sobrenatural en la dirección espiritual; sin docilidad, ésta quedaría sin fruto. Y no podrá ser dócil quien se empeñe en ser tozudo, obstinado e incapaz de asimilar una idea distinta de la que ya tiene: el soberbio es incapaz de ser dócil. Disponibilidad, docilidad, dejarnos hacer y rehacer por Dios cuantas veces sea necesario, como barro en manos del alfarero. Este puede ser el propósito de nuestra oración de hoy, que llevaremos a cabo con la ayuda de María.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


26.

I. Jesús, estás hablando en la sinagoga de Nazaret a los habitantes de tu pueblo. Allí están tus compañeros de infancia, tus amigos y amigas. Y sus padres, aquéllos que habían ido tantas veces a San José para pedirle un favor, para que les arreglara algo. Todos te miraban como un chico ejemplar, como un compañero estupendo. Pero… ¡un profeta!: esto ya es demasiado.

No te reconocen, Jesús. Tu infancia y juventud habían sido tan normales que ahora no pueden aceptar tu divinidad y necesitan milagros como prueba de que eres el Mesías. Ningún profeta es bien recibido en su patria. ¿Cuántas veces había pasado ya en el Antiguo Testamento, y cuántas veces ha pasado también en la historia de la Iglesia!: verdaderos santos queridos en todo el mundo pero criticados en su propia patria. Y es que un santo no tiene por qué ser espectacular hacia fuera, aunque muchas veces se note realmente su unión con Dios por el amor que tiene a los demás; basta con que sea espectacular hacia dentro: en su amor, en su entrega, en su humildad, en su sacrificio escondido y discreto.

Jesús, Tú no quieres hacer la exhibición, el “milagrito” que te pedían. Prefieres la naturalidad: santificar la vida corriente, las relaciones de amistad, el trabajo ordinario. Que aprenda a seguir el ejemplo de tu vida ordinaria en Nazaret:: trabajando, sirviendo, siendo amable con todos, buscando hacer la voluntad de tu Padre Dios en cada momento, en vez de buscar el aplauso humano.

II. Me dices: cuando se presente la ocasión de hacer algo grande... ¡entonces
-¿Entonces? ¿Pretendes hacerme creer, y creer tú seriamente, que podrás vencer en la Olimpiada sobrenatural, sin la diaria preparación, sin entrenamiento? (1).

A veces me creo que no pasa nada por no luchar en las típicas batallas de cada día: el minuto heroico; esas horas de estudio bien aprovechadas; pequeños detalles de servicio como ordenar las sillas, recoger la mesa, dejar el mejor sitio a otro, etc… Así –pienso- “me reservo” para las grandes ocasiones.

Y luego, Jesús, me sorprendo porque tengo fallos más gordos o, a la hora de la verdad, no sé ser generoso. Tu vida oculta en Nazaret, viviendo como uno más pero llenando el día de detalles de amor a Dios y a los demás –viviendo vida de Hijo de Dios en medio del mundo- me anima a ver las cosas de otra manera. La vida oculta de Nazaret, permite a todos entrar en comunión con Jesús a través de los caminos más ordinarios de la vida humana. (2). Ayúdame a vivir las cosas más vulgares con vibración de eternidad: dándome cuenta de que es ahí donde me estás buscando, donde esperas que te demuestre que soy tu discípulo, hijo de Dios.. Todo ello con naturalidad, sin alardear de una santidad que no tengo; pensando en tu vida de Nazaret, como uno más, pero –eso sí- sin dejarme ganar en el amor a Ti. Si vivo con esa presencia de Dios, luchando con constancia en los pequeños detalles del trabajo y de la vida familiar, estaré “en forma” para luchar –y vencer- en tentaciones más grandes o en momentos más difíciles. Cualquier prueba, incluso “olímpica”, podré superar –con tu gracia- si cada día me venzo en algún detalle pequeño. Y sobretodo, esa vida oculta y ordinaria en apariencia, por estar llena de amor, me permitirá entrar en comunión contigo, Jesús.
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Notas

1. Camino, 822
2. Catecismo, 533.

Meditación extraída de la colección “Una cita con Dios”, Tomo II, Cuaresma por Pablo Cardona.


27.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

2 R 5, 1-15
Lc 4, 24-30

Cuando Jesús habla de los contrastes tan profundos que hay entre el modo de entender la fe por parte de sus contemporáneos, y la fe que Él les está proponiendo, no lo hace simplemente para que nosotros digamos: ¿Cómo es posible que esta gente teniendo tan claro no entendiesen nada? Jesús viene a fomentar en todos nosotros un dinamismo interior que nos permita cambiar de comportamiento y hacer que nuestro corazón se dirija hacia Dios nuestro Señor con plenitud, con vitalidad, sin juegos intermedios, sin andar mercadeando con Él.

La mentalidad de los fariseos, que también puede ser la nuestra, se expresa así: “Yo soy el pueblo elegido, por lo tanto yo tengo unos privilegios que recibir y que respetar”. Sin embargo, Jesús dice: “No; el único dinamismo que va a permitir encontrarse con la salvación no es el de un privilegio, sino el de nuestro corazón totalmente abierto a Dios”. Éste es el dinamismo interior de transformarme: orientándome hacia Dios nuestro Señor, según sus planes, según sus designios.

Esto tiene que hacer surgir en mi interior, no el dinamismo del privilegio, sino el dinamismo de humildad; no el dinamismo de engreimiento personal, sino el dinamismo de ser capaz de aceptar a Dios como Él quiere.

Una conversión que acepte el camino por el cual Dios nuestro Señor va llevando mi vida. No es un camino a través del cual yo manipule a Dios, sino un camino a través del cual Dios es el que me marca a mí el ritmo.
Lo que Jesús nos viene a decir es que revisemos a ver si nuestro corazón está realmente puesto en Dios o está puesto en nuestros criterios humanos, a ver si nosotros hemos sido capaces de ir cambiando el corazón o todavía tenemos muchas estructuras en las cuales nosotros encajonamos el actuar de Dios nuestro Señor.

Más aún, podría ser que cuando Dios no actúa según lo que nuestra inteligencia piensa que debe ser el modo de actuar, igual que los contemporáneos de Jesús, que “se llenan de ira, y levantándose lo sacan de la ciudad”, o cuando nuestro corazón no convertido encuentra que el Señor le mueve la jugada, podríamos enojarnos, porque tenemos un nombramiento, porque nosotros tenemos ante el Señor una serie de puntos que el Él tiene que respetar. Si pretendemos que se hagan las cosas sólo como yo digo, como yo quiero, ¿acaso no estamos haciendo que el Señor se aleje de nosotros?

Cuando nosotros queremos manejar, encajonar o mover a Dios, cuando no convertimos nuestro corazón hacia Él, poniendo por nuestra parte una gran docilidad hacia sus enseñanzas para que sea Él el que nos va llevando como Maestro interior, ¿por qué nos extraña que el Señor se quiera marchar? Él no va a aceptar que lo encajonen. Puede ser que nos quede una especie de cáscara religiosa, unos ritos, unas formas de ser, pero por dentro quizá esto nos deje vacíos, por dentro quizá no tenemos la sustancia que realmente nos hace decir: “Jesús está conmigo, Dios está conmigo.”

¿Realmente estoy sediento de este Dios que es capaz de llenar mi corazón? O quizá, tristemente, yo ando jugando con Dios; quizá, tristemente, yo me he fabricado un dios superficial que, por lo tanto, es simplemente un dios de corteza, un dios vacío y no es un dios que llena. Es un dios que cuando lo quiero yo tener en mis manos, me doy cuenta de que no me deja nada.

Debemos convertir nuestro corazón a Dios, amoldando plenamente nuestro interior al modo en el cual Él nos quiere llevar en nuestra vida. Y también tenemos que darnos cuenta de que las circunstancias a través de las cuales Dios nuestro Señor va moviendo las fichas de nuestra vida, no son negociables. Nuestra tarea es entender cómo llega Dios a nuestra existencia, no cómo me hubiera gustado a mí que llegase.

Si nuestra vida no es capaz de leer, en todo lo que es el cotidiano existir, lo que Señor nos va enseñando; si nuestra vida se empeña en encajonar a Dios, y si no es capaz de romper en su interior con esa corteza de un dios hecho a mi imagen y semejanza, «un dios de juguete», Dios va a seguir escapándose, Dios va a continuar yéndose de mi existencia.

Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué no tengo progreso espiritual? Sin embargo, ¡qué progreso puede venir, qué alimento puede tener un alma que en su interior tiene un dios de corteza!

Insistamos en que nuestro corazón se convierta a Dios. Pero para esto es necesario tener que ser un corazón que se deja llevar plenamente por el Señor, un corazón que es capaz de abrirse al modo en el cual Dios le va enseñando, un corazón que es capaz de leer las circunstancias de su vida para poder ver por dónde le quiere llevar el Señor.

Dios no nos garantiza triunfos, no nos garantiza quitar las dificultades de la vida; los problemas de la existencia van a seguir uno detrás de otro. Lo que Dios me garantiza es que en los problemas yo tenga un sentido trascendente.

Que el Señor se convierta en mi guía, que Él sea quien me marque el camino. Es Dios quien manda, es Dios quien señala, es Dios quien ilumina. Recordemos que cuando nosotros nos empeñamos una y otra vez en nuestros criterios, Él se va a alejar de mí, porque habré perdido la dimensión de quién es Él, y de quién soy yo.

Que esta Cuaresma nos ayude a recuperar esta dimensión, por la cual es Dios el que marca, y yo el que leo su luz; es Dios quien guía en lo concreto de mi existencia, y soy yo quien crece espiritualmente dejándome llevar por Él.