JUEVES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA

 

Libro de Jeremías 17,5-10.

Así habla el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del Señor! El es como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita. ¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza! El es como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto. Nada más tortuoso que el corazón humano y no tiene arreglo: ¿quién puede penetrarlo? Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino las entrañas, para dar a cada uno según su conducta, según el fruto de sus acciones.

Salmo 1,1-4.6.

¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los impíos,
sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche!
El es como un árbol plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan: todo lo que haga le saldrá bien.
No sucede así con los malvados: ellos son como paja que se lleva el viento.
porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el camino de los malvados termina mal.


Evangelio según San Lucas 16,19-31.

Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'. 'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'. El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'. Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'. 'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'. Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
 

 

LECTURAS: 

1ª: Jr 17, 5-10  (Jr 17, 5-18=DOMINGO 06C)

2ª: Lc 16, 19-31 = DOMINGO 26C


 

1.

En el evangelio de hoy, Jesús narra la parábola del pobre Lázaro, sentado a la puerta del rico Epulón... para darnos a entender que no hay que confiar en lo terreno solamente.

-Palabra del Señor: Maldito aquel que fía en hombre y hace de la carne su apoyo. Esa palabra me parece muy dura, Señor.

¡Siento tanta necesidad de apoyarme en seres humanos, en seres de carne, como dice tu profeta! Sin embargo ese toque de alerta es muy oportuno. Efectivamente: quien se apoya de tal manera en lo "humano" de modo que se aparta de Dios, ése construye su propia desgracia, como el mal rico de la parábola.

Nuestra seguridad verdadera está en ti, Señor.

Durante esta cuaresma, ¡ayúdanos, Señor, a apoyarnos más en ti!

-Será como un matorral en la estepa... y no será feliz.

Habitará en lugares áridos y desérticos, en tierra inhabitable.

El desierto es el símbolo de la desgracia, es el lugar maldito donde no es posible desarrollarse, la tierra árida que engendra muerte.

Si no se han visto nunca esas tierras áridas es difícil imaginarlo. El hombre sin Dios es como un desierto, vacío dice el profeta.

Esto nos parece algo demasiado fuerte.

Es difícil imaginar el vacío del hombre sin Dios. Sólo Él lo sabe. Tenemos que aceptar la revelación de Dios mismo, que nos lo dice.

-Bendito sea aquel que pone su esperanza en el Señor, pues no defraudará el Señor su confianza.

Es la contrapartida.

Las fórmulas negativas meditadas hasta aquí, fueron puestas para el mejor realce de ese mensaje positivo.

Efectivamente, Dios quiere la vida, quiere la felicidad, quiere bendición para todos.

-Será como árbol plantado a las orillas del agua, que echa sus raíces hacia la corriente.

No temerá cuando viene el calor y estará verde su follaje.

En año de sequía no se inquieta: continúa dando fruto.

Símbolos de alegría, de solidez, de vida: el árbol a orillas del agua. Encontramos de nuevo aquí el viejo símbolo del «árbol de la vida»; el justo es comparado a un árbol frutal corpulento lleno de frutos sabrosos.

Mi vida, ¿es también así?

«Todo árbol que no produce buenos frutos será cortado y echado al fuego».

El corazón del hombre es astuto y perverso ¿Quién puede conocerlo?

-Yo, el Señor, escruto el corazón y pruebo los riñones...

No hay que hacerse ilusiones.

Nadie se burla de Dios. Nadie lo engaña. Imposible desviarse, ni camuflarse. Ningún maquillaje es eficaz delante de él.

Señor, escruta mi corazón. Descubre lo que en él se esconde: mis pecados, ocultos a los hombres, para perdonármelos... pero también mis buenos deseos, no expresados y demasiado débiles, para que los veas y los refuerces.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983
.Pág. 120 s.


2.

La vida de aquí abajo no es el todo del hombre.

-Un hombre rico... vestido de púrpura y lino finísimo... tenía cada día espléndidos banquetes.

Jesús ha visto esto en su tiempo. Se daban ya muchas desigualdades, injusticias... gentes demasiado ricas y gentes demasiado pobres. Este rico puso toda su confianza en lo humano, soIamente: Lo apostó todo a la riqueza, al placer, a lo terrestre. Disfrutar.

Consumir. Sacar provecho.

Un mendigo... yacía a su puerta... cubierto de llagas, deseando saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico... Pero los perros venían y le lamían las llagas.

Es Jesús quien usa estas palabras y hace esta descripción. La misma situación existe siempre. Hay siempre grandes fortunas, gentes que gastan de un modo escandaloso... y a la vez pobres que no tienen lo necesario para vivir humanamente.

Esto es hoy terriblemente irritante, entre pueblos ricos y pueblos pobres. ¡Jesús nos señala con el dedo esta situación! Nos pide que no nos habituemos a ella.

Hay que tener los ojos muy abiertos sobre estas desigualdades. La Cuaresma es el momento de una cuestación mundial "contra el hambre y a favor del desarrollo". Se la suele llamar "colecta de cuaresma".

¡Pero no se trata de una limosna! Sólo es una gota de agua en un inmenso problema, y es de estricta justicia.

-Murió el mendigo y se lo llevaron los ángeles... Murió también el rico y estaba en los tormentos...

Se cambiaron las situaciones. Al pobre se le promete la felicidad; al rico, el castigo. La vida humana no se "juega" totalmente en la tierra.

-Tú recibiste bienes durante tu vida, y Lázaro, al contrario, males. Y así éste es ahora consolado, y tú atormentado.

Jesús expresa aquí la rebelión elemental y muy natural de tantos hombres escarnecidos, aplastados. Esta suerte injusta no durará siempre: Jesús anuncia un día, un porvenir en el que los egoísmos y las opresiones ya no existirán...

No puede decirse que la riqueza sea un mal en sí, para Jesús; pero lleva en sí misma dos riesgos trágicos:

1º La riqueza comporta el riesgo de "cerrar el corazón a Dios". Uno se contenta con la felicidad de esta vida. Se olvida la vida eterna, se olvida de lo que es esencial. 2º La riqueza comporta el riesgo de "cerrar el corazón a los demás". Ya no se ve al pobre tendido delante de nuestra puerta.

Señor, haz que yo vea las cosas que me apartan de ti y que me apartan de mis hermanos.

-Aun cuando uno de los muertos resucitara, no quedarían convencidos.

La puesta en escena final, el choque de la parábola a partir del episodio de los cinco hermanos del hombre rico... es en extremo dramático. Queda reforzada la idea ya expresada al comienzo de la parábola: las más firmes advertencias son impotentes para despertar a los "malos ricos" de sus ilusiones.

El egoísmo de muchos ricos, su seguridad, su irreligiosidad, su cerrazón del corazón... acaban por hacerles "incapaces de leer los signos de Dios". La muerte no les dice nada; ni la resurrección de un muerto llegaría a convencerles. Han perdido el hábito de ver los "signos" que Dios les hace en su vida ordinaria. El hecho de reclamar "signos" es un falso pretexto... Que escuchen la "palabra de Dios", la ordinaria, la que los profetas no cesan de repetir.

¿Qué me dices hoy a mí, por medio de esta parábola? Señor, ¡que ninguna riqueza -material, intelectual, espiritual- cierre mi corazón! Consérvame abierto, disponible... pobre.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 124 s.


3.

Jer 17, 5-10: Maldito quien confía en el ser humano y en la carne busca su fuerza. 
Sal 1, 1-2.3.4.6: Dichoso la persona que ha puesto su confianza en el Señor. 
Lc 16, 19-31: Si no escuchan a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.

El relato nos presenta un episodio donde se puede ver claramente una división de clase, típica en el tiempo de Jesús. Aunque el relato no es histórico, es fácil ver que esta historia-parábola tiene sus raíces en la vida misma del pueblo. El primer personaje que nos presenta el relato es un rico que disfruta de bienes excesivos: comida y vestidos. El segundo, es un pobre sumido en la peor de las miserias. El texto, con lenguaje escatológico, nos presenta el enfrentamiento final de estos dos individuos por separado y en su propia realidad, delante de Dios. No pretende decirnos el Evangelista cómo será el juicio final ya que él como todos los cristianos desconoce el destino final de la historia. Pero sí pretende enseñar a la comunidad a la que se dirige el Evangelio de Lucas cómo tenemos los cristianos que ir dando muestras de una transformación personal.

Jesús vuelve a insistir: es necesario ir construyendo el Reino poniendo aquí y allá sus señales: la eternidad comienza ya, aquí y ahora, en esta realidad. Porque el Reino empieza a acontecer cuando se rompe la barrera del legalismo que castra y no produce vida y se logra vivir la misericordia.

Este relato evangélico pretende formar la conciencia de la primitiva comunidad para una superación de las divisiones de la sociedad, donde el sistema económico favorezca a unos «a costa de» otros. La realidad cristiana, debe ser el testimonio en medio del mundo de que sí es posible un mundo donde todos vivamos como hermanos con la misma dignidad y donde todos compartamos los mismos bienes de la creación. No tenemos que esperar el juicio escatológico de Dios para empezar a cimentar nuestra sociedad con principios de igualdad y justicia...

En varias ocasiones solemnes Juan Pablo II ha insistido en que esta parábola ha de ser aplicada hoy día a las relaciones internacionales entre los países pobres y los países ricos...

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


4.

1. El profeta nos ofrece una meditación sapiencial muy parecida a la que oíamos en labios de Moisés el jueves de la semana de ceniza. ¿Quiénes son benditos y darán fruto? ¿quiénes malditos y quedarán estériles?

Es maldito quien pone su confianza en lo humano, en las fuerzas propias (en la «carne»). La comparación es expresiva: su vida será estéril, como un cardo raquítico en tierra seca.

Es bendito el que confía en Dios: ése sí dará fruto, como un árbol que crece junto al agua.

La opción sucede en lo más profundo del corazón (un corazón que según Jeremías es «falso y enfermo»). Los actos exteriores concretos son consecuencia de lo que hayamos decidido interiormente: si nos fiamos de nuestras fuerzas o de Dios.

Esto lo dice Jeremías para el pueblo de Israel, siempre tentado de olvidar a Dios y poner su confianza en alianzas humanas, militares, económicas o políticas. Pero es un mensaje para todos nosotros, sobre todo en este tiempo en que el camino de la Pascua nos invita a reorientar nuestras vidas.

2. La parábola del rico Epulón («el que banquetea») y del pobre Lázaro nos sitúa, esta vez en labios de Jesús, ante la misma encrucijada: ¿en qué ponemos nuestra confianza en esta vida?

El rico la puso en sus riquezas y falló. En el momento de la verdad no le sirvieron de nada. El pobre no tuvo esas ventajas en vida. Pero se ve que sí había confiado en Dios y eso le llevó a la felicidad definitiva.

El rico del que habla Jesús no se dice que fuera injusto, ni que robara. Sencillamente, estaba demasiado lleno de sus riquezas e ignoraba la existencia de Lázaro. Era insolidario y además no se dio cuenta de que en la vida hay otros valores más importantes que los que él apreciaba.

3. a) La opción que nos proponía el profeta sigue siendo actual.

Es también la que hemos rezado en el salmo de hoy, prolongación -coherente como pocas veces- de la primera lectura: «dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor... será como árbol que da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas. No así los impíos, no así: serán paja que arrebata el viento».

La Cuaresma nos propone una gracia, un don de Dios. Pero se nos anuncia que es también juicio: al final ¿quién es el que ha acertado y tiene razón en sus opciones de vida? Tendríamos que aprender las lecciones que nos va dando la vida. Cuando hemos seguido el buen camino, somos mucho más felices y nuestra vida es fecunda. Cuando hemos desviado nuestra atención y nos hemos dejado seducir por otros apoyos que no eran la voluntad de Dios, siempre hemos tenido que arrepentirnos después. Y luego nos extrañamos de la falta de frutos en nuestra vida o en nuestro trabajo.

b) También la parábola de Jesús nos interpela. No seremos seguramente de los que se enfrascan tan viciosamente en banquetes y bienes de este mundo como el Epulón. Pero todos tenemos ocasiones en que casi instintivamente buscamos el placer, el bienestar, los apoyos humanos. La escala de valores de Jesús es mucho más exigente que la que se suele aplicar en este mundo. A los que el mundo llama «dichosos», no son precisamente a los que Jesús alaba. Y viceversa. Tenemos que hacer la opción.

No es que Jesús condene las riquezas. Pero no son la finalidad de la vida. Además, están hechas para compartirlas. No podemos poner nuestra confianza en estos valores que el mundo ensalza. No son «los últimos». Más bien a veces nos cierran el corazón y no nos dejan ver la necesidad de los demás. Y cuando nos damos cuenta ya es tarde.

¿Estamos apegados a «cosas»? ¿tenemos tal instinto de posesión que nos cierra las entrañas y nos impide compartirlas con los demás? No se trata sólo de riquezas económicas. Tenemos otros dones, tal vez en abundancia, que otros no tienen, de orden espiritual o cultural: ¿somos capaces de comunicarlos a otros? Hay campañas como la del 0'7, en ayuda de los países pobres, que nos deberían interpelar. Y hay también situaciones más cercanas y domésticas, en nuestra misma familia o comunidad, que piden que seamos más generosos con los demás. Hay muchos Lázaros a nuestra puerta. A lo mejor no necesitan dinero, sino atención y cariño.

La Cuaresma nos invita a que la caridad para con los demás sea concreta. Que sea caridad solidaria. Para que podamos oir al final la palabra alentadora de Jesús: «tuve hambre y me diste de comer... cuando lo hiciste con uno de ellos, lo hiciste conmigo».

«Señor, mira si mi camino se desvía, guíame por el camino recto» (entrada)

«Dichoso el que ha puesto su confianza en el Señor» (salmo)

«Dichoso el que con vida intachable camina en la voluntad del Señor» (comunión)

«Que el fruto de esta Eucaristía se manifieste siempre en nuestras obras» (poscomunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995. Pág. 52-54


5.

El rico (anónimo en este relato; Epulón en otras tradiciones) es la personificación de los que no se dejan interpelar por el otro, de los que cierran sus entrañas al dolor del otro. El pobre, Lázaro, con nombre propio y todo, por el contrario, es la persona por la cual Dios ha hecho una opción y ante la cual nos tenemos que confrontar todos.

La moraleja: "eso le pasa a los que no actúan como Dios" y de paso se aprovechan o son insensibles, no creo que sea el mensaje fundamental del texto.

Sólo los que abren sus entrañas y comparten con los pobres lo que tienen tendrán un sitio junto a Dios; esa es la enseñanza.

De todas formas recordemos, con este motivo, la canción del P. Zezinho: "Y mejor harías cambiando por bondad y compasión, antes de que haya que hacerlo por la dura imposición".

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


6. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Las palabras de Jeremías que leemos hoy contienen dos oráculos de estilo sapiencial. El primero es un eco del salmo 1. Por esa razón, la liturgia nos propone hoy el salmo 1 como salmo responsorial. El segundo expresa la capacidad del hombre para engañarse y engañar. A mí me parece que estas palabras son como semáforos que nos van guiando por las intrincadas rutas de la vida. Hay oráculos rojos que nos dicen: "Alto, por aquí no vas a ningún sitio". Hay oráculos verdes que nos dicen: "Adelante, camina sin miedo". En una sociedad tan poblada de mensajes contradictorios necesitamos la ayuda de estos semáforos sapienciales.

La parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro forma parte de las historias que hemos aprendido desde pequeños. Muy a menudo se la entiende como una contraposición entre ricos y pobres, entre la desigual suerte que ambos corren en esta vida y la que les aguarda en la próxima. En los últimos años se la ha empleado también para expresar las desigualdades entre los países ricos del hemisferio norte (representados por Epulón) y los países pobres del hemisferio sur (representados por Lázaro). Me parece que esta interpretación es posible y nos despierta de nuestras siestas burguesas. Pero la más original -y también la más radical- va en otra dirección. Lo que Jesús pretende al contar esta parábola es salir al paso de las deformaciones de la religiosidad popular de su tiempo. Para el buen israelita el centro de su vida era la palabra de Dios. Tenía que escucharla de día y de noche, dentro y fuera de casa (cf Dt 6,4-9). Esta referencia había sido sustituida por rituales mágicos, supersticiones, creencias en apariciones y acciones milagrosas, etc. El mensaje de Jesús es nítido. Si no creemos en la Palabra de Dios, que es la única que nos salva, de nada sirve el recurso a todo lo demás.

La situación descrita en la parábola sigue siendo actual. También hoy existen personas que hambrean manifestaciones extraordinarias de Dios. Pienso en el relativo éxito popular que tienen las noticias sobre apariciones o curaciones milagrosas. O la tentación eficacista que a veces se da en el seno de la misma Iglesia cuando hablamos de que tal o cual método pastoral "funciona", trae gente a las iglesias, etc. Nos resulta difícil aceptar que la propuesta de Jesús es "maravillosa" precisamente porque se aleja de todo maravillosismo y se concentra en lo esencial, en lo más maravilloso que existe: Dios y su palabra salvadora. Lo que orienta nuestra vida, lo que nos mantiene duraderamente en el camino de Dios, no son, pues, los hechos llamativos, por impactantes que resulten a corto plazo, sino la fidelidad humilde a la Palabra que se nos comunica en la Escritura y en los signos de los tiempos. Los "pobres del Señor" no necesitan ningún circo para creer en Él.

Vuestro amigo,

Gonzalo Fernández cmf. (gonzalo@claret.org)


7. CLARETIANOS 2003

¿Qué preferís ser: cardos o árboles? Según Jeremías, uno es un cardo, no cuando se muestra antipático, sino cuando pone su confianza en las fuerzas humanas. Es un cardo porque está condenado a vivir en el desierto. Por el contrario, uno es árbol cundo confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Porque eso es como plantar un árbol junto a un arroyo de agua: En año de sequía no se inquieta ni deja de dar fruto.

A veces pienso que la nuestra es, en buena medida, una “cultura-cardo”. Produce cosas maravillosas, pero es muy autosuficiente, busca en la carne su fuerza. Por eso, no verá llegar el bien. Vivirá en una permanente contradicción: logros en el campo técnico y fracasos en el campo humano. El comienzo del siglo XXI ha sido revelador. Hoy no estamos mucho mejor que hace cuarenta años. Quizá seguimos soñando con que aparecerá un remedio maravilloso a nuestros males, olvidando que si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto. La parábola del pobre Lázaro y del rico Epulón que Jesús cuenta con imaginación oriental, es una clave para entender nuestro momento presente. Podemos leerla desde muchas perspectivas. En las últimas décadas, Epulón representa a los países ricos del Norte y Lázaro a los países ricos del Sur. Sé que esta aplicación se presta a mil manipulaciones, pero descubro en ella algo que me parece muy real. Cada vez que nos preguntamos cómo superar las contradicciones de nuestra cultura “epulónica” (consumista, satisfecha), olvidamos que existen millones de Lázaros con quienes compartir la suerte. Y que esos millones de Lázaros son hoy los profetas que Dios nos manda para abrirnos los ojos. ¿Hace falta algún signo más poderoso que éste?

¿Por qué se originan los conflictos en nuestro mundo? ¡Porque hemos construido una humanidad en la que los más fuertes se aprovechan de los más débiles, en la que no nos hemos tomado en serio nuestra condición de hijos de Dios y de hermanos! No hay nada más “realista” que esto. Todo lo demás, aunque invoque razones pragmáticas, acaba colocándonos ante las cuerdas de la guerra, del hambre, de la violencia. Si el hombre no es un “hermano” para el hombre, acaba siendo un “lobo”. Hobbes tenía bastante razón.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


8. 2001

COMENTARIO 1

LA IMAGINERIA PIADOSA JUDÍA ETERNIZADA

EN EL LENGUAJE RELIGIOSO

La parábola del rico y de Lázaro, desconectada de su contex­to vital, ha dado pie a considerar como pensamiento auténtico de Jesús lo que no era más que una simple concesión al lenguaje de sus adversarios (cielo = seno de Abrahán; purgatorio o infier­no = el abismo, lugar de tormento, llamas). Jesús habla a los fariseos: la parábola se adapta forzosamente a sus categorías religiosas. Con todo, una cosa es clara: los dos «se mueren», pero mientras el pobre Lázaro es conducido por los ángeles al seno de Abrahán, símbolo de una vida que continúa, del rico se afirma que «lo enterraron» (16,22). La parentela del rico (los «cinco hermanos») irá a parar inexorablemente al lugar de la muerte. No han hecho caso a Moisés (= la Ley, el pedagogo de los inmaduros), ellos los observantes por antonomasia, ni de los Profetas (= el Espíritu, la prenda de los hijos de Dios). Por eso «no harán caso ni a un muerto que resucite» (16,29-31). Cuando Lucas redacta su Evangelio, el peligro fariseo sigue latente en su comunidad. Es el problema de siempre: dinero, poder... El abismo que se abre entre los miembros de una comunidad que comparte y otra que lo cifra todo en la observancia ritual y minuciosa de lo que está mandado «es inmenso: por más que quiera, nadie podrá cruzar de aquí hasta vosotros ni pasar de ahí hasta nosotros» (16,26). Es el abismo que existe entre la vida y la no-vida, entre el que está seguro de sí mismo y el que asume el riesgo de poner su propia existencia al servicio de los her­manos.


COMENTARIO 2

El relato nos presenta un episodio donde se puede ver claramente una división de clase, típica en el tiempo de Jesús. Aunque el relato no es histórico, es fácil ver que esta historia-parábola tiene sus raíces en la vida misma del pueblo. El primer personaje que nos presenta el relato es un rico que disfruta de bienes excesivos: comida y vestidos. El segundo, es un pobre sumido en la peor de las miserias. El texto, con lenguaje escatológico, nos presenta el enfrentamiento final de estos dos individuos por separado y en su propia realidad, delante de Dios. No pretende decirnos el Evangelista cómo será el juicio final ya que él como todos los cristianos desconoce el destino final de la historia. Pero sí pretende enseñar a la comunidad a la que se dirige el Evangelio de Lucas cómo tenemos los cristianos que ir dando muestras de una transformación personal.

Jesús vuelve a insistir: es necesario ir construyendo el Reino poniendo aquí y allá sus señales: la eternidad comienza ya, aquí y ahora, en esta realidad. Porque el Reino empieza a acontecer cuando se rompe la barrera del legalismo que castra y no produce vida y se logra vivir la misericordia.

Este relato evangélico pretende formar la conciencia de la primitiva comunidad para una superación de las divisiones de la sociedad, donde el sistema económico favorezca a unos «a costa de» otros. La realidad cristiana debe ser el testimonio en medio del mundo de que sí es posible un mundo donde todos vivamos como hermanos con la misma dignidad y donde todos compartamos los mismos bienes de la creación. No tenemos que esperar el juicio escatológico de Dios para empezar a cimentar nuestra sociedad con principios de igualdad y justicia...

En varias ocasiones solemnes Juan Pablo II ha insistido en que esta parábola ha de ser aplicada hoy día a las relaciones internacionales entre los países pobres y los países ricos...

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


9. 2002

Jesús golpea nuevamente el esquema social de su tiempo. Condena con fuerza y sin ningún temor el deseo del ser humano de acumular riquezas y de vivir la buena vida. Jesús se sirve de la imaginaria piadosa judía para dar una lección, no sobre el más allá, sino sobre la injusta situación instaurada en la historia por el egoísmo humano, que en definitiva, Dios no tolera ni bendice.

La parábola del rico y de Lázaro no puede, ni debe ser desconectada del contexto histórico en el que surge. Jesús no está dando ninguna doctrina sobre el cielo, ni sobre el infierno; Jesús se está dirigiendo a los fariseos, y en ellos critica a todos aquellos que sustentan el poder político, económico y religioso en el judaísmo del primer siglo de la era cristiana.

La Palabra de Dios, que había llegado por medio de la ley de Moisés y de la enseñanza de los profetas al pueblo de Israel, no pudo con el egoísmo de aquellos líderes que se habían enriquecido a lo largo de su vida de los excedentes del pueblo y de los altos impuestos que cobraban a los empobrecidos de la sociedad. Pero Jesús les manifiesta enérgicamente en la figura del rico que todo el trabajo y esfuerzo por haber acumulado riquezas sirviéndose de la religión y de su autoridad había sido trabajo en vano, pues todo lo depositaron en saco roto, como fue el destino final del rico a la hora definitiva.

En cambio, Lázaro, símbolo que representa a los desheredados e insatisfechos del sistema, perdió todo menos su dignidad de persona y su fe en el Dios liberador, salvador y rescatador de los débiles y desprotegidos de la sociedad.

Jesús con la enseñanza de esta parábola está criticando y condenando el orden injusto social que unos cuantos han declarado como orden querido por Dios. Jesús afirma enérgicamente que el poder de la avaricia y el egoísmo llevado a categoría divina, ciega tanto a hombres y mujeres, que hasta un muerto resucitado seria desoído si se le ocurriese llamar la atención sobre el peligro de deshumanización que acarrea dicha conducta.

Jesús con su enseñanza y con su vida coherente afirma que el abismo entre enriquecidos y empobrecidos es tan grande que no solamente se refiere a los bienes que unos tienen y de los que otros carecen, sino que Jesús va mucho mas allá: la dimensión de sus respectivos corazones y la conciencia prostituida que no deja que el desequilibrio social se supere. El abismo que los ricos han abierto entre ellos y los pobres solamente podrá ser superado con una verdadera reparación y una justa distribución, como en el caso de Zaqueo. Sin esos dos puntos, el abismo sigue insalvable en esta y en la otra vida.

Por eso es importante leer la parábola del rico y de Lázaro desde los valores absolutos del Reino de Dios. Un Reino donde el ser humano para acceder a ese Reino, tiene que aplacar el poder de dominio y generar desde su vida personal y comunitaria una sociedad donde quepamos todos y donde el dinero no sea un ídolo que termine asesinando a la gran masa de la sociedad. Por eso el Reino exige acabar con la falsa seguridad de sí mismo: el caso del rico; y asumir el riesgo de poner la propia existencia al servicio de los hermanos: el caso de Lázaro.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


10. DOMINICOS 2003

NADIE ES TAN POBRE QUE NO PUEDA DAR AMOR

 

La parábola evangélica del rico Epulón y del pobre Lázaro ocupa hoy lugar privilegiado en la liturgia de la palabra y prepara nuestro corazón para ir a la mesa eucarística en actitud pobre y humilde, contrita y arrepentida.

Tratar de vivir como “rico Epulón”, rodeado de placeres y dinero en esta vida, y esperar que “en el más allá” nos hayan reservado y nos sirvan placeres nuevos, es pretender burlarse de Dios, de sus juicios, de sus hijos, de la vida misma.

No seamos fantasiosos egoistas. Pensemos seriamente que hemos de programar horas del discernimiento para revisar lo que hacemos día a día. Y a la hora de tomar opciones radicales veremos que la balanza se inclina o por elegir y comprometerse a vivir con Cristo en nuestra historia personal o actuar de forma que renunciamos a Él rindiéndonos a la atracción de otros imanes poderosos.

Es decir, o decidimos ser hombres cargados de interioridad, limpia, espiritual, o sucumbimos a las pasiones y caprichos del hombre exterior, carnal, egoísta, autosuficiente. Si el primer tipo de hombre se llama Lázaro, el segundo toma el nombre de Epulón.

Si nos atenemos al lenguaje, dimensión y actitud mística de Teresa de Calcuta, según venimos haciéndolo, Epulón y Lázaro son dos extremos.

Uno, Epulón, es  extremo de materialista, egocéntrico, falto de horizonte espiritual, insensible a personas de su contorno, cerrado a gestos de gratuidad que le vinculen con los necesitados.

El otro, Lázaro, es el extremo del desposeimiento de sí mismo, del verdadero pobre de espíritu que pone su riqueza en hacer ricos a los demás, no materialmente sino

-dando unos minutos al servicio de caridad, solidaridad, afecto, animación, cuando para sí mismo no lo tiene;

-dando ánimo a quien se siente turbado, cuando él mismo amanece desanimado...

 

ORACIÓN:

Señor, en nuestras manos está –porque tu gracia nunca nos falta- elegir un tipo de vida que sea digno o innoble, desprendido y solidario o tercamente egoista y manipulador, alegre en el servicio o triste y envilecido porque nos duele el bien de los demás. Ven a nosotros, como a Pablo camino de Demasco, y derríbamos con tu luz. Amén.

LA LUZ BRILLA EN LA PALABRA

 

Profeta Jeremías 17, 5-10:

“Así dice el Señor Dios:

Maldito quien confía en el hombre y busca en la carne su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa; no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto... En cambio, bendito quien confía en el Señor y pone en él su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces...”

Maldición o bendición. Cardos o rosas. Esterilidad de estepa o fecundidad a la vera del río. ¿Qué elegimos? Confiemos, acojamos a los otros con caridad, seremos felices

Evangelio según san Lucas 16, 19-31:

“En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos:

Había un hombre rico que vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día; y había también un mendigo, llamado Lázaro, que estaba echado en su portal, cubierto de llagas...; hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas...Sucedió que murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Luego murió también el rico, y lo enterraron.

Estando en el infierno, en medio de los tormentos, el rico levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro –el pobre- en su seno, y gritó:  ¡Padre Abrahán! , ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua... Abrahán le contestó:hijo, recuerda que tú recibiste muchos bienes en vida...

Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos... para evitar vengan también ellos a este lugar...”

La parábola de Jesús, la lección de vida moral que en ella se contiene, el elogio de la vida en desprendimiento y pobreza frente al materialismo de las posesiones que nos esclavizan, son llamamiento al discernimiento, a la revisión de conducta. Pero sólo valen para quien mantiene un rescoldo de amor, gracia, generosidad en su corazón. ¡Lástima de cuantos que se engañan a sí mismo!

 

MOMENTO DE REFLEXIÓN

1. “Nada más falso y enfermo que el corazón del hombre”.

Así lo dice Jeremías, y casi todos tenemos experiencia –personal y comunitaria-  de que eso es verdad. A pesar de las repetidas dolencias de amor o de odio, de fortaleza o debilidad, todos volvemos a tropezar en los mismos obstáculos y a caer en las mismas redes de caprichosas maldades.

Nuestro hombre carnal e interesado, egoísta y pasional, tiende siempre a frenar a nuestro hombre interior y responsable, hijo de la luz y de la verdad. Quien descuida la lucha, el dominio de sí mismo, el cultivo de la bondad para con los demás, acaba siendo su víctima.

Pero no desmayemos. Mantengámonos en pie y  montemos guardia. El contrapeso de esas acciones malévolas lo tenemos en la bendición, en la confianza, en ponernos en manos del Señor con humildad arrepentida, con coraje para luchar, con seguridad de que todo lo bueno que intentemos realizar nos coloca junto a la corriente de aguas vivas que acaban dándonos fortaleza y triunfo.

2. Que nos lo cuente el  rico Epulón.

Epulón (que podemos ser tú y yo) perdió el control de sí mismo, obcecado por la sensible felicidad que le daba el dinero, la tierra, el poder, la gloria, la soberbia... Y, perdido el control, no supo ni quiso poner límite a sus concupiscencias, haciéndose insaciable consigo mismo e insensible para con los demás, aunque yacieran muertos de hambre a la puerta de su palacio. Él se sentía más SEÑOR cuanto veía a los demás más HUMILLADOS  a sus pies.

Esa es una imagen terrible de lo que puede llegar a ser nuestra vida pecadora, nuestra soberbia.

¡Señor!, haz que no seamos tan insensatos como para creernos diosecillos a quienes los demás deben servir.

Nuestro cuerpo es de barro y fácilmente se desmorona.

¿Volveremos a olvidarlo?.... ¡Misericordia, Señor, por tu bondad!


11.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Señor, sondéame y conoce mi corazón, ponme a prueba y conoce mis sentimientos. Mira si mi camino se desvía, guíame por el camino recto» (Sal 138,23-24).

Colecta (del misal anterior, y antes del Gelasiano y Gregoriano): «Señor, tú que amas la inocencia y la devuelves a quien la ha perdido, atrae hacia Ti nuestros corazones y abrásalos en el fuego de tu espíritu, para que permanezcamos firmes en la fe y eficaces en el bien obrar».

Comunión: «Dichoso el que con vida intachable camina en la voluntad del Señor» (Sal 118,1).

Postcomunión: «Te pedimos, Señor, que el fruto de este santo sacrificio persevere en nosotros, y se manifieste siempre en nuestras obras»

Jeremías 17,5-10: Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor. La oposición entre las dos actitudes que son fuente de desgracia o de felicidad, nos dispone a contemplar las dos figuras de la parábola evangélica: el rico Epulón y el pobre Lázaro. Comenta San Agustín:

«El hombre se perdió por primera vez a causa del amor a sí mismo. Pues si no se hubiese amado a sí mismo y hubiese antepuesto a Dios a sí mismo, hubiera estado siempre sometido a Dios; no se hubiera inclinado a hacer su propia voluntad descuidando la de Dios.

«Amarse a uno mismo no es otra cosa que querer hacer la propia voluntad. Antepón la voluntad de Dios; aprende a amarte, no amándote. Pues, para que sepáis que es un vicio amarse, dice así el Apóstol: “habrá hombres amantes de sí mismos”...  “amantes del dinero”. Ya estáis viendo que te encuentras fuera... ¿Por qué vas fuera?... Comenzaste a amar lo que es exterior a ti y te extraviaste».

San Agustín evoca la parábola del hijo pródigo; « Vuelto a sí se dirige al Padre, donde encuentra refugio segurísimo. Si, pues, había salido de sí y de aquél que le había dado el ser, al volver a sí para ir al Padre, niégase a sí mismo. ¿Qué es negarse a sí mismo? No presuma de sí, advierta que es hombre y escuche el dicho profético: “¡Maldito todo el que pone su esperanza en el hombre!” (Jer 17,5). Sea guía de sí mismo, pero no hacia abajo; sea guía de sí mismo, mas para adherirse a Dios» (Sermón 96,2).

–El Salmo 1 es una meditación sobre el destino de los buenos y de los malos. El tema de los caminos en el Antiguo Testamento y en el Nuevo, en la vida de la Iglesia primitiva, como en la Didajé, es muy expresivo de las diferentes actitudes humanas.

Lucas 16,19-31: Tú recibiste bienes en vida y Lázaro a su vez males; por eso encuentra aquí consuelo mientras tú padeces. El juicio de Dios supondrá la inversión de acá abajo. El rico Epulón y el pobre Lázaro son las dos posturas en la vida que se cambian en el juicio de Dios.

Hemos de atender a la voz de Dios, pues sólo en ellas encontramos el camino seguro para recibir el premio en la otra vida. Dios ha hablado en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, y sigue hablando en la Iglesia, a través de la Tradición, el Magisterio, los dogmas y los sacramentos. San Agustín destaca el destino final de quienes siguen uno u otro camino:

«Ved a uno y a otro, al que vive en el placer y al que vive en el dolor: el rico vivía entre placeres y el pobre entre dolores; el primero banqueteaba, el segundo sufría; aquél era tratado con respeto por la familia que lo rodeaba, éste era lamido por los perros; aquél se volvía más duro en sus banquetes, éste ni con las migajas podía alimentarse.

«Pasó el placer, pasó la necesidad; pasaron los bienes del rico y los males del pobre; al rico le vinieron males y al pobre bienes. Lo pasado pasó para siempre; lo que vino después nunca disminuyó. El rico ardía en los infiernos; el pobre se alegraba  en el seno de Abrahán. Primeramente había deseado el pobre una migaja de la mesa del rico; luego deseó el rico una gota del dedo del pobre. La penuria de éste acabó en la saciedad; el placer de aquél terminó en el dolor sin fin» (Sermón 339,5).


12.

Comentario: Rev. D. Xavier Sobrevía i Vidal (Sant Boi de Llobregat-Barcelona, España)

«Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite»

Hoy, el Evangelio es una parábola que nos descubre las realidades del hombre después de la muerte. Jesús nos habla del premio o del castigo que tendremos según cómo nos hayamos comportado.

El contraste entre el rico y el pobre es muy fuerte. El lujo y la indiferencia del rico; la situación patética de Lázaro, con los perros que le lamen las úlceras (cf. Lc 16,19-21). Todo tiene un gran realismo que hace que entremos en escena.

Podemos pensar, ¿dónde estaría yo si fuera uno de los dos protagonistas de la parábola? Nuestra sociedad, constantemente, nos recuerda que hemos de vivir bien, con confort y bienestar, gozando y sin preocupaciones. Vivir para uno mismo, sin ocuparse de los demás, o preocupándonos justo lo necesario para que la conciencia quede tranquila, pero no por un sentido de justicia, amor o solidaridad.

Hoy se nos presenta la necesidad de escuchar a Dios en esta vida, de convertirnos en ella y aprovechar el tiempo que Él nos concede. Dios pide cuentas. En esta vida nos jugamos la vida.

Jesús deja clara la existencia del infierno y describe algunas de sus características: la pena que sufren los sentidos —«que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama» (Lc 16,24)— y su eternidad —«entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo» (Lc 16, 26).

San Gregorio Magno nos dice que «todas estas cosas se dicen para que nadie pueda excusarse a causa de su ignorancia». Hay que despojarse del hombre viejo y ser libre para poder amar al prójimo. Hay que responder al sufrimiento de los pobres, de los enfermos, o de los abandonados. Sería bueno que recordáramos esta parábola con frecuencia para que nos haga más responsables de nuestra vida. A todos nos llega el momento de la muerte. Y hay que estar siempre preparados, porque un día seremos juzgados.


13.

San Crisóstomo (hacia 345-407) obispo de Antioquia y Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía sobre el pobre Lázaro 2; PG 48, 988-989

“No olvidéis la hospitalidad”

A propósito de esta parábola, conviene preguntarnos por qué el rico ve a Lázaro en el seno de Abrahán y no en compañía de otro justo. Es porque Abrahán había sido hospitalario. Aparece pues, al lado de Lázaro para acusar al rico epulón de haber despreciado la hospitalidad. En efecto, el patriarca incluso invitó a unos simples peregrinos y los hizo entrar en su tienda. (Gn 18,15) El rico, en cambio, no mostraba más que desprecio hacia aquel que estaba en su puerta. Tenía medios, con todo el dinero que poseía, para dar seguridad al pobre. Pero él continuaba, día tras día, ignorando al pobre y privándole de su ayuda que tanto necesitaba.

El patriarca actuó de modo totalmente distinto. Sentado a la entrada de su tienda, extendió la mano a todo el que pasaba, semejante a un pescador que extiende su mano para recoger los peces en la red, y a menudo, incluso oro o piedras preciosas. Así, pues, recogiendo a hombres, en sus redes, Abrahán llegó a hospedar a ángeles ¡cosa sorprendente! sin darse cuenta de el lo.

El mismo Pablo se quedó maravillado por el relato cuando nos transmite esta exhortación: “No olvidéis la hospitalidad, pues gracias a ella algunos hospedaron, sin saberlo, a ángeles.” (Heb 13,2) Pablo tiene razón cuando dice “sin saberlo”. Si Abrahán hubiese sabido que aquellos que acogía tan generosamente en su casa eran ángeles, no habría hecho nada extraordinario ni admirable. Es elogiado porque ignoraba la identidad de los peregrinos. En efecto, él creía que estos viajeros que él invitaba a su casa eran gente corriente. Tú también sabes ser solícito para recibir un personaje célebre y nadie se extraña de ello.. En cambio, llama la atención y es verdaderamente admirable ofrecer una acogida llena de bondad al primero que llega, a la gente desconocida y ordinaria.


14. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

Análisis
En el Evangelio de Lucas tenemos una parábola que se encuentra solamente en él, y que suele ser conocida como la del “rico Epulón y el pobre Lázaro”. Empecemos señalando que se trata del único caso en una parábola donde uno de los personajes tiene nombre; en los demás casos se trataba de un comerciante de perlas, un rey, un sembrador, un padre y sus hijos, etc... nunca nos habíamos encontrado -hasta aquí- con una parábola “con nombre”. Por otra parte, también la parábola es conocida como la del “rico malo”, calificativo que tampoco corresponde habitualmente a las parábolas: no se suelen calificar, por ejemplo, las actitudes del sacerdote y el levita de la parábola del “buen samaritano”, sino que se busca mirar la actitud del que tuvo misericordia. Pero tampoco son muy frecuentes las parábolas donde los personajes son dos, por lo que algunos han propuesto que uno sólo es el centro de la parábola: Lázaro, y que las actitudes del rico no interesan más que narrativamente ya que sólo Lázaro cuenta (en cuyo caso no se entiende el sentido de la segunda parte del texto), o que sólo el rico cuenta (en cuyo caso no se entiende por qué se le pone nombre al pobre). Señalamos estos elementos, más o menos serios, simplemente para hacer notar la dificultad que tiene esta parábola especialmente por su actitud frente al rico.

Ciertamente tenemos dos personajes: un rico y un pobre, como en otras parábolas hay dos personajes: el padre y el hijo mayor, el fariseo y el publicano, los hijos y la viña, y por lo tanto confrontan dos actitudes o dos personajes.

Es llamativo que la parábola sea presentada sin ninguna introducción como sería de esperar. Nos encontramos en el bloque del “viaje a Jerusalén” donde Lc presenta aparentemente desordenadas, una serie de perícopas, algunas tomadas de la fuente Q y otras de su fuente propia “L”. El capítulo 16 presenta una serie de párrafos ligados al tema del dinero. Incluso nuestra parábola comienza exactamente igual a la parábola de 16,1: “Había un hombre rico...” aunque en nuestro caso presenta una partícula “dè” (“y también”, “pues”) que sirve para dar comienzo a una nueva unidad.

La riqueza de este hombre se manifiesta en sus vestidos, ya que la “púrpura” es usada en la burla a Jesús remedándolo como rey (Mc 15,17.20) y en Ap 18,12 la encontramos en una larga lista de productos característicos del lujo donde asimismo se encuentra el lino (Ap 18,12-14; ver 18,16; 19,8.14). Esto se enmarca en un término que deberíamos traducir por festejar, “pasarla bien”. La característica de este rico es “estar bien”, estar de fiesta. Ese “festejar” tiene relación con el estar bien como lo confirma el prefijo “eu” en el término eufrainô (en Lucas lo encontramos sólo en parábolas), de allí que sea -a veces- traducido por “banquetear”. Pero en esta fiesta, Dios está ausente. Y también el hermano... Lo importante es señalar que el rico, cuyo nombre ignoramos, pasa bien la vida.

Por el contrario, en paralelo, se nos presenta al pobre; este sí, cosa insólita en las parábolas tiene nombre: Lázaro (’Eleazar = Dios salva). Éste constantemente está “pasándola mal”!. Nadie se ocupa de él. La referencia a los “perros” confirma el “asco” ya que se trata de un animal repugnante para la mentalidad judía (ver Mt 7,6; Fil 3,2; 2 Pe 2,22; Ap 22,15). Las úlceras (Ap 16,2.11) son los signos del dolor, la impureza y muerte anticipada.

Pero a unos y otros les espera el mismo final: la muerte. Sin embargo, acá se empieza a remarcar el contraste expresado entre “ser llevado por los ángeles” y ser “sepultado”. Gramaticalmente es diferente el “!sonido” entre una y otra muerte; podríamos traducirla aproximadamente: “sucedió que murió el pobre y fue llevado él por los ángeles hacia el seno de Abraham, y murió también el rico y sepultado”. La diferencia de atención entre uno y otro es evidente.

El protagonista de la parábola es el rico -cuyo nombre ignoramos- como el comienzo lo señala. En la primera parte del relato se nos han presentado los personajes, mientras que en la segunda Abraham y el rico son los que intervienen. Ahora pasamos a un nuevo “ámbito” donde se desarrolla la escena. Lázaro casi ha desaparecido, pero está siempre “presente” en la referencia que se hace de él. El sujeto de las oraciones que siguen es precisamente este rico. Él es conducido al ámbito de la muerte: el Hades (Mt 11,23; 16,18; Lc 10,15; Hch 2,(24)27.31; Ap 1,18; 6,8; 20,13;.14) mientras que Lázaro es llevado “por los ángeles” al “seno de Abraham”, espacio que no conocemos en los escritos judíos, pero que se entiende como espacio de gozo, lugar de “pasarla bien”.

Presentados los personajes y las escenografías, se produce el diálogo. Pero este no es -como dijimos- entre el rico y el pobre, sino entre dos lugares: el de tormento y el de gozo, pero hay un abismo que no permite pasar de un lugar a otro.

En este diálogo llama la atención una serie de elementos: el rico llama sistemáticamente a Abraham “padre” (vv.24.27.30) y éste lo llama “hijo” (vv.25). Se añade que los “hermanos” del rico “tienen la ley y los profetas” (vv.29.31). Con esto nos queda claro que el rico es un judío; nada se nos dice de Lázaro (aunque la referencia a los perros, y las llagas nos recuerdan impureza, ver Lev 13,1-14; ver Job 2,7; 7,5). Sin embargo, aparece “en sombras”: el rico pretende que Abraham lo envíe de aquí para allá (vv.24.27) cosa que Abraham no hace. El rico se preocupa de sus cinco hermanos pero manifiesta -como en vida- un claro desinterés por Lázaro (“envíalo”).

El rico parece entender el por qué de su situación, e incluso pretende alertar a sus hermanos para evitarlo, aunque Abraham se lo especifica: “recibiste bienes, Lázaro males”. Esto nos ubica en el contexto de las bienaventuranzas de Lucas: la inversión de la situación presente es lo que se espera para el final (como se repite en textos como el llamado Magnificat, 1, 50-54, algo que ocurre relacionado a la misericordia, que enmarca esto: vv.50 y 54). La suerte del rico y del pobre está jugada por ser rico y por ser pobre, no por ser bueno o malo, que no se dice de ninguno. «Bienaventurados los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios... Pero ¡ay de ustedes, los ricos!, porque ya han recibido su consuelo» (Lc 6,20.24).

Como en otros textos del NT, los judíos esperan signos; en este caso la presencia de un muerto; por el contrario Abraham pretende que “escuchen” (vv.29.31) la Ley y los profetas que es, como se sabe, la Biblia para los judíos. Para Abraham escuchando la Biblia, los hermanos del rico, tendrían la respuesta que les permitiría evitar el tormento que les espera. ¿Qué es lo que deben escuchar? “Escuchar a Moisés” es obedecer la Ley (Ex 6,9; Jos 1,17; 22,2), del mismo modo se debe escuchar a los profetas (Dt 18,19; Jer 33,5 LXX; ) del mismo modo se cuestiona a quienes no los escuchan (Jer 34,16 LXX; Dn 9,6) o se critica a quienes escuchan un falso profeta (Dt 13,4; Jer 23,16). En Lucas, “Moisés” y los profetas es expresión del viejo judaísmo, que conduce a Cristo (Lc 24,27; Hch 28,23), pero también de la ley que debe cumplirse para llegar a Cristo.

Podemos decir, entonces, que lo que les “dicen” a los hermanos del rico Moisés y los profetas es que deben respetar “el derecho y la justicia” (mispat wesedaqah, cf. Gn 18,19; 2 Sam 8,15; 1 Re 10,9; 1 Cr 18,14; 2 Cr 9,8; Jb 37,23; Sal 33,5; 72,1; 99,4; 106,3; Pr 21,3; Is 1,27; 5,7.16; 9,6; 28,17; 32,16; 33,5; 54,17; 56,1; 59,9.14; Jer 4,2; 9,23; 22,3.15; 23,5; 33,15; Ez 18,5.19.21.27; 33,14.16.19; 45,9; Am 5,7.24; 6,12; Mi 7,9), que “no debería haber pobres entre ustedes” (Dt 15,4), y -por lo tanto- que Lázaro es un hermano (Dt 15,7-11; ver Ez 16,49). Sin comprender que lo es, sin comprender que caso contrario se están dando frutos agrios, injusticia y clamores (ver Is 5,1-7), en este caso no se estará escuchando a Moisés y a los profetas.

En un contexto donde Lucas quiere alertar a los ricos sobre su suerte (“háganse amigos con el dinero injusto”, 16,9), sobre la posibilidad de ser recibidos en las moradas eternas, la parábola quiere indicar que sólo compartiendo sus bienes, como ya lo indicaba la Ley y los profetas, será posible participar del gozo eterno. Sólo buscando activamente que los pobres de la tierra, los “Lázaros” de este mundo, la pasen bien en sus vidas, podrán participar de los gozos eternos. En este sentido Lucas es, propiamente, un “Evangelio de los ricos”: les comunica la buena noticia que se pueden salvar -cosa que parecía imposible (ver Mc 10,23-27)- si comparten sus bienes con sus hermanos, si saben descubrir en los despreciados y ulcerosos de la tierra a verdaderos hermanos.

Comentario
La parábola nos muestra dos partes muy marcadas. La historia y su desenlace, y el pedido de un signo.

Presentados Lázaro y el rico, vemos que Lázaro va al lugar del consuelo y el rico al lugar del tormento. No se dan razones para esta suerte. Pero reconocemos la primera bienaventuranza en estilo narrativo (Lc. 6,20-24). Bienaventuranza que muchas veces hemos interpretado mal. ¿Cómo saber qué quiso decir Lucas? La más calificada interpretación es la que él mismo nos da. En el Evangelio de hoy la bienaventuranza de los pobres asume forma concreta. En una comunidad cristiana, donde los bienes se comparten (y cambia la suerte de los pobres) Dios comienza a reinar entre los suyos.

En la segunda parte de la parábola se muestra la necesidad de un signo "para que crean". El deseo de un milagro es debilidad en la fe. Quien no escucha el anuncio de la comunidad no cambiará ni siquiera ante un signo.

La primera parte dice cómo se debe vivir, la segunda qué bases poner en esa vida. “Lucas ha querido, con eso, resaltar que, tanto para el AT, como para Jesús es característico que Dios toma partido por los pobres. Pero algunos pueden perderse, y no comprender esta Escritura. Es entonces que solicitan como signo el despertar de los muertos, lo cual, no los conduce sino a un estancamiento" (E. SchweiTzer).

Los ricos no comparten, poniendo en común sus bienes, como debe hacerse en la comunidad cristiana. Los pobres son los preferidos de Dios, a quienes Él consuela. Dios no permanece indiferente frente a estas realidades, y nos invita a tomar partido también nosotros. Como comunidad debemos alimentarnos de la Palabra de Dios. Esto nos llevará a una actitud desprendida y solidaria frente a los bienes; bienes que debemos compartir para que la comunidad crezca en amistad y la fe no se estanque


15. Desprendimiento

El desprendimiento nace del amor a Cristo y, a la vez, hace posible que crezca y viva este amor. Dios no habita en un alma llena de baratijas. Por eso es necesaria una firme labor de vigilancia y limpieza interior. El desprendimiento necesario para seguir de cerca al Señor incluye, además de los bienes materiales, el desprendimiento de nosotros mismos.

I. El Señor desea que nos ocupemos de las cosas de la tierra, y las amemos correctamente: Poseed y dominad la tierra (Génesis 1, 28). Pero una persona que ame “desordenadamente” las cosas de la tierra no deja lugar en su alma para el amor a Dios. Son incompatibles el “apegamiento” a los bienes y querer al Señor: No podéis servir a Dios y a las riquezas (Mateo 6, 24). Las cosas pueden convertirse en atadura que impida alcanzar a Cristo. Y si no llegamos hasta Él, ¿para qué sirve nuestra vida? Los bienes materiales son buenos porque son de Dios, pero solamente somos administradores de esos bienes durante un tiempo, por un plazo corto. Todo nos debe servir para amar a Dios –Creador y Padre- y a los demás. Si nos apegamos a las cosas, si no hacemos actos de desprendimiento efectivo de los bienes, éstos se convierten en males. Un ídolo ocupa entonces el lugar que sólo Dios debe ocupar.

II. El egoísmo y aburguesamiento impiden ver las necesidades ajenas. Entonces, se trata a las personas como cosas... como cosas sin valor. Con el ejercicio que hagamos de los bienes, muchos o pocos, nos ganamos la vida eterna. Este es tiempo de merecer. Siendo generosos, tratando a los demás como a hijos de Dios, somos felices aquí en la tierra y más tarde en la otra vida. El desasimiento de los bienes ha de ser efectivo, que no se consigue sin sacrificio; natural, discreto y positivo; es también interno, que afecta a los deseos; actual, porque requiere examinarse con frecuencia; y finalmente alegre, porque tenemos los ojos puestos en Cristo, bien incomparable, y porque no es una mera privación, sino riqueza espiritual, dominio de las cosas y plenitud.

III. El desprendimiento nace del amor a Cristo y, a la vez, hace posible que crezca y viva este amor. Dios no habita en un alma llena de baratijas. Por eso es necesaria una firme labor de vigilancia y limpieza interior. El desprendimiento necesario para seguir de cerca al Señor incluye, además de los bienes materiales, el desprendimiento de nosotros mismos: de la salud, de lo que piensan los demás de nosotros, de las ambiciones nobles, de los triunfos y los éxitos profesionales. Los cristianos deben poseer las cosas como si nada poseyesen (1 Corintios 7, 30). Nuestro corazón también para Dios, porque para Él ha sido hecho, y sólo en Él colmará sus ansias de felicidad y de infinito. Todos los amores limpios y nobles se ordenan y se alimentan en este gran Amor: Jesucristo Señor Nuestro. ¡Corazón dulcísimo de María, guarda nuestro corazón y prepárale un camino seguro!

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


16. Dios nos juzgará por el corazón

Autor: P. Cipriano Sánchez
Jr 17, 5-10
Lc 16, 19-31

El Evangelio nos narra la parábola de Epulón y Lázaro, donde nos damos cuenta de que al morir, Dios los juzga por su corazón. ¿Qué ha hecho Lázaro de bueno para subir al seno de Abraham? Nada. ¿Qué ha hecho Epulón de malo para no subir al seno de Abraham? Nada. Podríamos pensar que la diferencia está en que uno es muy pobre y el otro rico, pero no es el motivo por el cual Cristo los juzga. Cristo los juzga por el corazón. La diferencia está en ser una persona de corazón abierto o de corazón cerrado a Dios nuestro Señor.

Quizá a nosotros en Cuaresma se nos podría nublar un poco la vista y estemos juzgando nuestra vida por nuestro exterior y, entonces, estaremos viviendo una Cuaresma simplemente exterior, olvidándonos de que la auténtica Cuaresma es la purificación del corazón. El profeta dice: “El corazón del hombre es la cosa más traicionera y difícil de curar. ¿Quién lo podrá entender? Yo, el Señor, sondeo la mente y penetro el corazón, para dar a cada uno según sus acciones, según el fruto de sus obras.”

Es Dios quien sondea el corazón, a nosotros nos toca, si queremos vivir de cara a Dios nuestro Señor, vivir con un corazón listo a ser sondeado por Él. El primer gesto de purificación que en nuestra Cuaresma tenemos que buscar es la purificación de nuestro corazón, la purificación de nuestra voluntad, la purificación de nuestra libertad.

Purificar el corazón, purificar la voluntad y purificar la libertad es atreverse a tocar una fibra muy interior, porque es la fibra en la cual nosotros reposamos sobre nosotros mismos. Cada uno de nosotros, en última instancia, reposa sobre su propia voluntad: la voluntad de querer algo o la voluntad de rechazarlo. Cada uno de nosotros en la vida acepta o rechaza las cosas por su corazón, por su voluntad. El profeta es muy claro: “Maldito el hombre que confía en el hombre, que en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón”. Son palabras muy duras, sobre todo en cuanto a las consecuencias: “Será como cardo plantado en la estepa, que no disfruta del agua cuando llueve; vivirá en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhabitable”.

Si nuestro corazón no aprende a purificarse, si nuestra voluntad no aprende a actuar bien, si nuestro interior no opta en una forma decidida, firme y exigente por Dios nuestro Señor, se puede ir produciendo, poco a poco, una especie como de desertificación de nuestra vida, un avanzar del desierto en nuestro corazón. Si nuestro corazón no está apoyándose en todo momento en Dios nuestro Señor y nuestra voluntad no está purificándose para ser capaz de encontrarse con Él, sino que por el contrario, nuestra voluntad está confiando en el hombre, es decir, confiando simplemente en esa veleta de acontecimientos que constantemente nos suceden, querrá decir que nuestra vida acabará plantada en medio de una estepa, tierra salobre e inhabitable.

¿No podría ser, el verse plantadas así, el destino de muchos corazones, de muchas vidas? Y cuando empezamos a preguntarnos el por qué, en el fondo, acabamos encontrando siempre una misma respuesta: No supieron poner su libertad totalmente en Dios nuestro Señor. Y aquí no importa si les faltó poco o les faltó mucho, aquí lo que importa es que les faltó.

En el Evangelio, no importa si el rico fue poco injusto o muy injusto, lo importante es que no llegó a estar del otro lado. Su libertad no se puso del lado que tenía que ponerse, su voluntad no se orientó hacia donde tenía que orientarse. Nos puede dar miedo pensar siquiera en la posibilidad de orientar nuestra voluntad. Nos puede dar miedo el intentar tocar nuestro corazón para empezar a preguntarle: ¿Estás verdaderamente orientado a Dios? ¿En quién confías? ¿Auténticamente tu confianza está puesta en el Señor?

De nada nos servirá después, la súplica del rico: “Padre Abraham, ten piedad de mí”, porque nuestra libertad necesita ser ahora purificada.

Es importantísimo que esta Cuaresma se convierta para nosotros en un momento de reflexión sobre hacia dónde está orientada nuestra voluntad, qué estamos haciendo con nuestra vida, qué ha elegido nuestra libertad, qué caminos tiene, qué opciones ha tomado. De poco nos serviría pensar que nuestra libertad y nuestra voluntad están orientada hacia Dios nuestro Señor, si en el fondo, nosotros mismos no hemos sido capaces de purificarnos, de tal manera que, auténticamente se orienten hacia Dios.

“El corazón del hombre es la cosa más traicionera y difícil de curar ¿Quién lo puede entender? Yo, el Señor, sondeo la mente y penetro el corazón”. Atrevámonos a ponernos en Dios nuestro Señor. Atrevámonos a ponernos en Él como el único que va a ser capaz de decirnos si auténticamente nuestra voluntad y nuestra libertad están orientadas de tal forma que, en esta vida nos abramos a Dios, y en la futura nos encontremos con Él.

Atrevámonos a permitirle a Dios tocar los recursos, los resortes interiores de nuestra libertad.

Cuántas veces podríamos juzgar que estamos haciendo bien, y realmente podría ser que estuviésemos viviendo engañados, traicionados por lo más interior de nosotros mismos, que es nuestro corazón, “la cosa más traicionera y difícil de curar”. ¿Me atrevo yo a permitir que ese médico del alma que es Dios, entre a mi corazón, toque y cuestione mi libertad y toque y fortalezca mi voluntad?

Creo que éste sería un buen camino de Cuaresma: el ir purificando nuestra voluntad y nuestra libertad de tal manera que, en el encuentro con la Pascua de nuestro Señor, lleguemos a decir que nuestro corazón, siendo débil como es, tiene una certeza y tiene una garantía: el estar apoyado sólo y únicamente en Dios nuestro Señor. Porque así, “será árbol plantado junto al agua que hunde en las corrientes sus raíces; cuando llegue el calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en el año de sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos”.

En nuestras manos está el hacer de nuestra libertad y de nuestra voluntad un camino de esterilidad, apoyado en nosotros; o un camino de fecundidad, apoyado en Dios.


17.

Reflexión

La enseñanza de Jesús es calara: las cosas hay que hacerlas en este mundo, después ya no tiene sentido. Dos ideas surgen de este texto; la primera sería el revisar nuestra vida para ver si no estamos dejando nuestras obras de caridad para cuando no tendrán ya ningún valor. Y esto, porque en el mundo materialista y tan veloz en el que vivimos, quizás como este hombre rico, no nos damos cuenta de cuánta miseria está a nuestro alrededor. Es cierto que no la podemos resolver totalmente, sin embargo es seguro que al menos algo podemos hacer… mucho más si nos organizamos para ello. La segunda idea sería el pensar en nuestras propias familias: ¿Están ellas viviendo de acuerdo al Evangelio? El hombre rico se preocupó de ella cuando ya nada podía hacer. Hoy y ahora es el momento de hacer algo. Invitarlos a un retiro, a los ejercicios cuaresmales, regalarles un buen libro (como lectura amena y que lleva a la escritura está el de Taylor Caldwell: “Médico de Cuerpos y Almas”), etc.. No dejemos que nuestra vida agitada nos haga perder de vista al hermano, sobre todo al necesitado.

Que el Señor sea luz y lámpara para tu camino.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


18. El rico Epulón y el pobre Lázaro

Fuente: Catholic.net
Autor: José Fernández de Mesa

Reflexión

Una vez más es san Lucas quien nos transmite una de las más bellas parábolas de Jesús: la del pobre Lázaro y el rico Epulón. Es una escena que cada día, cada minuto, se repite en el mundo actual y a la que quizás ya nos hemos acostumbrado.

Este evangelio no quiere hacer referencia tan sólo a la desigualdad en la distribución de los bienes materiales que hay en el mundo y la necesidad de la solidaridad y caridad cristianas, sino que es un reflejo de la trascendencia de la vida humana. No hemos sido creados para este mundo pasajero y limitado, sino para la vida eterna. El que se apega a las cosas materiales, como el rico, se verá despojado de todo tras la muerte, pues lo único que ha acumulado en vida, las riquezas, también perecerán. Sin embargo lo que propone Jesús con esta parábola es vivir en este mundo con los ojos puestos en el cielo, nuestra verdadera patria y nuestro verdadero fin.

Por último, Cristo nos muestra la necesidad fundamental de la fe en la vida del hombre. ¿Cuántas veces excusamos nuestra falta de fe en que no podemos ver y tocar a Jesús más que bajo las especies de pan y de vino? Jesucristo nos dice muy claramente: “Si no oyen a Moisés y los Profetas, tampoco creerán si un muerto resucita”. Pidamos hoy a Dios como fruto de esta reflexión que nos conceda el don de la fe.


19. DOMINICOS 2004

"Bendito quien confía en el Señor"

La luz de la Palabra de Dios
1ª Lectura: Jeremías 17,5-10
Esto dice el Señor: «¡Maldito el hombre que confía en el hombre, que en el mortal se apoya y su corazón se aparta del Señor! Es como tamarisco en la estepa, que no siente cuándo llega la dicha, porque arraiga en los lugares abrasados del desierto, en tierra salobre y despoblada.

Bendito el hombre que confía en el Señor, y en el Señor pone su esperanza. Es como un árbol plantado junto al agua, que alarga hacia la corriente sus raíces; nada teme cuando llega el calor; su follaje se mantiene verde; en año de sequía no se preocupa, ni deja de producir sus frutos. El corazón es complejo más que toda otra cosa y perverso: ¿quién lo conoce a fondo? Yo, el Señor, escruto el corazón, sondeo las entrañas para dar a cada cual según su conducta, según el fruto de sus obras.

Evangelio Lucas 16,19-31
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba a diario espléndidamente. Un pobre, llamado Lázaro, cubierto de úlceras, estaba sentado a la puerta del rico; quería quitarse el hambre con lo que caía de la mesa del rico; hasta los perros se acercaban y le lamían sus úlceras.

Murió el pobre, y los ángeles le llevaron al seno de Abrahán. Murió también el rico, y lo enterraron. Y estando en el infierno, entre torturas, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abrahán, y a Lázaro a su lado. Y gritó: Padre Abrahán, ten compasión de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la yema de su dedo y refresque mi lengua, porque me atormentan estas llamas.

Abrahán repuso: Hijo, acuérdate que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, por el contrario, males. Ahora él está aquí consolado, y tú eres atormentado. Y no es esto todo. Entre vosotros y nosotros hay un gran abismo, de tal manera que los que quieran ir de acá para allá no puedan, ni los de allí venir para acá.

El rico dijo: Entonces, padre, te ruego que le envíes a mi casa paterna, pues tengo cinco hermanos, para que les diga la verdad y no vengan también ellos a este lugar de tormentos.

Abrahán respondió: Ya tienen a Moisés y a los profetas; ¡que los escuchen!

Pero él dijo: No, padre Abrahán; que si alguno de entre los muertos va a verlos, se arrepentirán.

Abrahán contestó: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto».

Reflexión para este día
“Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Bendito quien confía en el Señor, y pone en el Señor su confianza”.
La Palabra de Dios en este Jueves de Cuaresma pone el dedo en la llaga de la que brotan tantos errores y sufrimientos injustos: La codicia, el afán de acaparar y acumular riquezas para disfrutar. Esa actitud humana es desastrosa a nivele personal y a nivel social. Cauteriza la sensibilidad humana y bloquea su capacidad de amar y compartir con los demás. No es extraño que Dios exprese su desacuerdo y pronuncie su maldición sobre esas apersonas. Han desplazado de su corazón al Señor y por eso se incapacitan para tener en cuenta la dignidad y derechos de los hermanos.

La parábola que nos presenta hoy Jesús va en la misma dirección. Es un aviso, una llamada a la responsabilidad individual y social. El “rico Epulón”, es el representante de todos los codiciosos, especuladores y aprovechados de turno. Son los protagonistas responsables, que han abierto y sostienen el abismo de la injusticia en el mundo. Han preferido seguir los dictados de su corazón embotado, insaciable, en vez de acoger el querer y la justicia amorosa del Dios y Padre de Jesús y nuestro.

Pero Dios y su Enviado Jesús, siguen confiando en el hombre y en su capacidad de rectificación. Le proponen que se deje transformar por el Espíritu. Este Espíritu de amor puede y quiere transformar el corazón humano. Porque es lo más profundo del corazón en donde se decide y activa “la vida y la muerte, la justicia y la injusticia, el bien y el mal”. Este tiempo de Cuaresma es propicio para que el corazón de los creyentes se dejen guiar por el Espíritu de Jesús. El destino del hombre se pone en juego dentro de su propio corazón. Abrirse al Evangelio es la actitud adecuada para que germine y florezca la bendición, la bienaventuranza que Jesús desea pronunciar sobre quienes han escuchado y vivido su Palabra. Eso significa “confiar en el Señor” y saber ser y vivir con la dignidad responsable de los seres humanos.


20. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Imaginaos por un momento que no sois una persona. Si fueras un árbol, ¿cómo serías?... No sigas leyendo, ¡piénsalo!... ¿Dónde estarías, qué tamaño tendrías, cuál sería tu aspecto?...

Vivir poniendo la confianza y la seguridad de nuestra vida en el cuidado de Dios, nos convierte en un árbol plantado junto al agua (Jer) o al borde de una acequia (salmo 1), que echa raíces y sigue verde en época de estío, en tiempos de sequía (Jer), y por eso, da fruto en su sazón sin que se marchiten sus hojas (salmo 1) ni le aprese la inquietud.

¿Verdad que entran ganas de ser un árbol así? Porque en tiempos de luz y agua, en plenitud de fuerza y belleza, cuando todo nos va bien en la vida, ¿qué dificultad hay para dar fruto? Ninguna...

Lo impresionante de esta comparación es que ser árbol verde y dar fruto perenne no es un premio que se consigue a cambio de confiar en Dios, sino que es la misma confianza en Él la que hace que nuestra vida reverdezca y no se deje llevar por la sequías inevitables, más o menos intensas. Y al revés, poner nuestra confianza en las propias fuerzas hace que nosotros seamos como un cardo en la estepa (Jer).

Va más allá de plantear un Dios que premia o castiga automáticamente. La Escritura también participa de una revelación progresiva y múltiple; no hay una única manera de entender la forma que tiene Dios de actuar en la historia.

No son pocos los textos del AT en que se presenta a Dios como alguien que da a cada uno lo que se merece con su vida. Pero igualmente, desde el principio hay en la Biblia, tradiciones que presentan a un Dios que, como comentábamos ya en las lecturas del lunes, no nos trata según nuestro pecado. En los Evangelios, esta es la línea predominante, sin duda. Hoy, la parábola de Lázaro (solo el pobre tiene nombre en el relato, por tanto, él es el centro de lo que se nos quiere transmitir y no tanto el rico) nos habla de un Dios que no trata igual a todo el mundo, porque sería injusto y nuestra vida, finalmente, no tendría ningún valor, fuera como fuese vivida. Pero sobre todo, fijémonos en la frase con que Jesús concluye la parábola: si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.

Nuestra propia historia, leída como historia de salvación; la oración, la lectura pausada de la Palabra, las penas y las alegrías del mundo, el encuentro con la comunidad eclesial, la liturgia,... muchos son los medios que el Espíritu de Dios tiene para recordarnos que cada uno podemos decidir de qué manera vivir. Y cuando no queremos escuchar, ni aunque resucitara un muerto, se nos abriría el oído. De hecho, ni aunque el mismo Dios haya muerto y resucitado por mí, hay momentos en que me entero. Y así, voy eligiendo...

Oye, si no fueras persona, ¿qué querrías ser, un árbol siempre verde dando fruto o un cardo seco en la estepa?

Vuestra hermana en la fe,

Rosa Ruiz, rmi (rraragoneses@hotmail.com)


21. LECTURAS: JER 17, 5-10; SAL 1; LC 16, 19-31

Jer. 17, 5-10. Nuestro corazón, la cosa más traicionera y difícil de curar; pero la cosa más importante, pues del corazón brotará nuestro amor a Dios sobre todas las cosas y el amor a nuestro prójimo como a nosotros mismos. ¿En quién hemos puesto nuestro corazón? ¿Quién habita en Él? pues de la abundancia del corazón habla la boca. Nuestra propia experiencia del pecado ha inclinado muchas veces nuestro corazón más al mal que al bien; se han abierto heridas que difícilmente pueden curarse, pues preferimos continuar siendo dominados por nuestra concupiscencia que por la bondad, cuyo camino a veces se nos hace demasiado arduo y difícil por tener que renunciar, incluso, a nosotros mismos. Por eso le hemos de pedir al Señor que sea Él quien haga su obra de salvación en nosotros, pues sólo Él puede realizar una nueva creación en nuestra vida. Él enviará a nuestros corazones su Espíritu; y entonces podrá concedernos tener en verdad un corazón nuevo y un espíritu nuevo, pues nuestra confianza estará colocada sólo en Dios, y no en cualquier otra persona ni en ninguna otra cosa. Que Dios nos conceda esa gracia especialmente en este tiempo, con el que nos preparamos para celebrar la Pascua.

Sal. 1. Abramos nuestro corazón a la presencia del Señor que se acerca a nosotros para habitar en nuestro corazón. Aprendamos a escuchar su Palabra y a meditarla amorosamente en nuestro interior, de tal forma que, comprendiéndola, nos decidamos a ir por los caminos de Dios. Entonces la Palabra de Dios no será algo inútil en nosotros, sino que nos santificará y nos hará tan puros como Ella. Pero no busquemos sólo nuestra santidad; el amor que le tengamos a Dios y su presencia en nosotros debe impulsar nuestra existencia para que, con una vida intachable, nos convirtamos en testigos del amor de Dios para los demás. Y ser intachable significa arrancar de nosotros los odios, las injusticias, los desprecios, las venganzas, las maldades y vicios. Por eso no podemos decir que amamos a Dios, y que somos fieles a sus enseñanzas, si no somos capaces de amar a nuestro prójimo y de dar nuestra vida por Él. Que esta Cuaresma no sólo nos una a Dios, sino que sea un camino también de cercanía a nuestro prójimo, para fortalecerlo en su camino hacia nuestro Dios y Padre.

Lc. 16, 19-31. Parecen resonar en nuestros oídos aquellas palabras de bendición sobre los que alimentaron a los hambrientos, saciaron la sed de los sedientos, vistieron a los desnudos y asistieron a los enfermos y encarcelados. Y la maldición y condenación para los que hicieron lo contrario. Mientras aún es tiempo volvamos al Señor. Después, cuando se nos acabe, también se nos habrá terminado el tiempo de gracia del Señor. Pero no hemos de llevar un comportamiento recto sólo por el temor al castigo, como decían los antiguos: recuerda tus postrimerías y sabrás portarte santamente. Nuestro camino de fe no es un camino en el temor, sino en el amor que nos da la alegría del servicio y de caminar viéndonos como hermanos; preocupándonos unos de otros, no quedándonos esclavos de lo pasajero, pues el Señor sólo nos quiere administradores de sus bienes en favor de los demás. Efectivamente, al final nada nos llevaremos. Disfrutemos de lo que Dios nos ha concedido, pero disfrutemos sobre todo del amor fraterno, que es lo único que le da sentido a nuestra existencia. Y ese amor fraterno debe llevarnos a remediar las necesidades de aquellos que amamos, pues si pasamos de largo ante su dolor quiere decir que nuestro amor no es sincero, sino sólo vana palabrería e imaginaciones fantasiosas. Si queremos vivir eternamente con Dios, ya desde ahora amémoslo amando a nuestros hermanos, conforme a lo que el Señor nos dice: Así como Dios nos amó a nosotros, así amémonos los unos a los otros.

El Señor nos sienta a su Mesa para que nos saciemos de sus dones. Él por nosotros se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza. Él a nadie deja fuera; si alguien está lejos del Señor es porque se alejó de Él y no porque el Señor nos hubiese rechazado, pues Él se hace cercano a nosotros para que en Él tengamos vida, y la tengamos en abundancia. Pero no busquemos al Señor sólo para que nos llene las manos con cosas pasajeras; busquemos al Señor para que nos conceda un corazón capaz de amar a nuestro prójimo, de velar por sus intereses, de procurar que viva con mayor dignidad en todos los aspectos, en la misma medida en que Dios se preocupó por nosotros enviándonos a su propio Hijo, tanto para perdonarnos nuestros pecados y hacernos hijos suyos, como para remediar todos nuestros males.

Jesús, mediante la entrega total de su vida por nosotros, nos da el ejemplo que hemos de seguir en nuestro amor por el prójimo. No podemos apegar nuestro corazón a las cosas pasajeras. En ellas no estriba nuestra felicidad, pues este mundo es caduco y pasajero; quien deposite en él su corazón puede, finalmente, quedarse vacío de amor y de felicidad. Por eso el Señor nos dijo que hay más felicidad en dar que en recibir. Dios nos quiere libres de toda atadura al egoísmo. Abramos no sólo nuestros ojos, sino también nuestro corazón y nuestras manos, para procurar el bien de nuestros hermanos necesitados a causa de sus pobrezas o discapacidades. No podemos vivir con el corazón endurecido ante las desgracias que padecen muchos hermanos nuestros, mientras nosotros nos encerramos en nuestros egoísmos disfrutando de todo. Mientras no seamos capaces de amar compartir lo nuestro con los demás, no podemos llamar Padre a Dios con toda lealtad. La Madre Teresa de Calcuta nos decía que hay que amar hasta que nos duela. No podemos desprendernos sólo de lo que nos sobre; hemos de estar dispuestos a entregar incluso nuestra propia vida, con tal de que los demás recobren su dignidad de hijos de Dios.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de no poner nuestra seguridad en las cosas pasajeras, sino en la búsqueda de los bienes eternos. Por eso pidámosle que nos conceda en abundancia su amor para que, mediante él, seamos transformados en signos de su entrega, de su servicio, de su generosidad para todos cuantos nos traten y podamos, así, ser recibidos al final de nuestra vida en las moradas eternas, en la misma medida en la que nosotros recibimos amorosamente a los demás en nuestro corazón. Amén.

www.homiliacatolica.com


22. ARCHIMADRID 2004

DE PÚSTULAS Y PUSES

“Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.” Esta situación sí que es humillante. Hoy nos vamos a poner en el lugar de Lázaro, a ver si concluimos algo positivo.

A lo mejor alguna vez has tenido que limpiar las llagas y las pústulas de un enfermo. Esas heridas que explotan y sueltan un pegajoso pus “amarillento-verdoso”, que hiere al olfato con el olor de la muerte y rodeado de necrosis, carne putrefacta adelanto de lo que nuestro cuerpo será dentro de unos años. No es nada agradable, pero hay que curarlo, limpiarlo, vendarlo o, en algunos casos, exponerlo al aire para que cure antes, si no se hace así la infección se puede propagar a todo el cuerpo y ser mortal.

A veces se nos puede contagiar del ambiente el ver la Iglesia como una institución poderosa, llena de intrigas palaciegas, de maquiavélicos planes y como una fuerza social de presión, que, mediante oscuros recursos, maneja las conciencias y las situaciones mundanas para obtener un beneficio de poder económico o prestigio social. No nos llamemos a engaño, la Iglesia triunfante está en el cielo, aquí somos mucho más parecidos a Lázaro que al rico de la parábola. La Iglesia nació en la cruz donde pendía un hombre desnudo, golpeado, desfigurado, “gusano, que no hombre… ante quien se vuelve rostro”. Si la Iglesia entiende de algo es del pecado, de la debilidad de sus miembros, y nuestros pecados – los tuyos y los míos- ocultos o públicos, son llagas que supuran el pus maloliente que rodea a la Iglesia en la tierra. Esto no nos tiene que asustar: “Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza”, pero “dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor”, es Él quien cura y venda la herida. Los cristianos ante el pecado no nos asustamos, ni nos escandalizamos como si la Redención no hubiera sido necesaria, sino que acogemos, curamos, perdonamos y buscamos justicia con la misma delicadeza con que curamos las heridas del leproso.

Ciertamente encontraremos “ricos” de este mundo que nos negarán “el pan y la sal”, que serán jueces implacables pues no conocen la misericordia de Dios, y también encontraremos perros que vengan a alimentarse del pus de las heridas de los pecados de los hombres con sucios lametones. En estos tiempos en que estos “ricos” se regodean en hincharse sus ya generosas panzas riéndose de las heridas de la Iglesia, haciendo películas en que se presenta a los sacerdotes como pederastas habituales o reprimidos sexuales, cuando se ventila el nombre de los sacerdotes “presuntamente” culpables de pecados metiendo el dedo en sus llagas no para creer, sino para fastidiar (por no buscar la rima), la Iglesia ha de sentirse más Lázaro que nunca: pobre, herida, con heridas que hacen daño a la vista, pero confiando siempre en la Gracia de Dios que actúa, que siempre da una oportunidad más, que todo lo perdona al que es humilde y quiere cambiar de vida. Será el Señor el que haga la verdadera justicia, por ello que tu corazón no tiemble y pídele a María que te enseñe la delicadeza para curar las heridas del pecado con el mismo cariño que limpiaría el cuerpo de Cristo al descenderlo de la cruz y estrecharlo entre sus brazos. Nuestra humillación: la de Cristo pues es por nuestros pecados. Nuestra respuesta: la de Cristo, amar hasta dar la vida, aun a los que nos hacen mal.


23. Fray Nelson Jueves 24 de Febrero de 2005
Temas de las lecturas: Maldito el que confía en el hombre, bendito el que Confía en el Señor * Recibiste bienes en tu vida y Lázaro, males; ahora él goza del consuelo, mientras que tú sufres tormentos.

1. El Hombre, un Misterio para el Hombre
1.1 Creo yo que fue el doctor Alexis Carrel, premio Nobel de medicina en 1912, quien en tiempos recientes dirigió de modo más resuelto nuestra atención hacia ese misterio que reposa en el fondo de cada uno de nosotros. Marcó una época con su obra "La incógnita del hombre". Es bueno partir de ese punto: nuestra existencia tiene un borde misterio y una hondura de trascendencia. Vivir no es transcurrir.

1.2 Hay varios pasajes en la Escritura que dan testimonio de este misterio que somos. Y la primera lectura de hoy va en esa dirección. "¿quién entenderá el corazón del hombre?". Es la pregunta que puede hacerse todo aquel que mire con atención las incoherencias y desgarrones íntimos de la vida propia o ajena. El Concilio Vaticano II expuso este drama de modo preciso y elocuente, especialmente en su Constitución Apostólica "Gaudium et Spes", número 4, de donde tomamos algunas líneas.

1.3 "El género humano se halla actualmente en una nueva era de su historia, caracterizada por rápidos y profundos cambios que progresivamente se extienden al mundo entero. Debidos a la inteligencia y a la actividad creadora del hombre, recaen luego sobre éste, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre su modo de pensar y obrar, tanto sobre los hombres como sobre las cosas. Cabe, por lo tanto, hablar de una verdadera transformación social y cultural que redunda aun en la misma vida religiosa.

1.4 Como sucede en toda crisis de crecimiento, esta transformación lleva consigo no leves dificultades. El hombre extiende en grandes proporciones su poderío, aunque no siempre logra someterlo a su servicio. Pero, cuando trata de penetrar en el conocimiento más íntimo de su propio espíritu, con frecuencia aparece aún más inseguro de sí mismo. Y, cuando progresivamente va descubriendo con mayor claridad las leyes de la vida social, permanece perplejo sobre la dirección que se le debe imprimir.

1.5 "Nunca el género humano tuvo a disposición suya tantas riquezas, tantas posibilidades y tanto poder económico. Sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre aún hambre y miseria, mientras inmensas multitudes no saben leer ni escribir. Nunca como hoy ha tenido el hombre sentido tan agudo de su libertad, mas al mismo tiempo surgen nuevas formas de esclavitud social y psíquica. Mientras el mundo siente tan clara su propia unidad y la mutua interdependencia de todos en una ineludible solidaridad, se ve, sin embargo, gravísimamente dividido en direcciones opuestas, a causa de fuerzas que luchan entre sí: de hecho, subsisten todavía muy graves las diferencias políticas, sociales, económicas, raciales e ideológicas; y ni siquiera ha desaparecido el peligro de una guerra que está llamada a aniquilarlo todo. Aumenta intensamente el intercambio de ideas, pero las palabras mismas correspondientes a los más importantes conceptos, reciben significados muy distintos, según las diversas ideologías. Y, mientras con todo ahínco se busca un ordenamiento temporal más perfecto, no se avanza paralelamente en el progreso espiritual.

1.6 "Entre tan contradictorias situaciones, la mayoría de nuestros contemporáneos no llegan a conocer bien los valores perennes ni pueden armonizarlos con los nuevamente descubiertos. Por ello, con gran inquietud se preguntan, sufriendo entre la esperanza y la angustia, sobre la actual evolución del mundo. Esta evolución desafía a los hombres -más aún, les obliga- a dar una respuesta".

2. Un Hombre sin Rostro
2.1 El filósofo judío Emmanuel Levinás ha desarrollado de modo extenso y hondo el tema del "rostro" en la filosofía, precisamente como una "examen de conciencia" a la misma filosofía. La ética, por ejemplo, no ha de ser tratada, según él, en términos de "lo bueno", así en abstracto, sino sólo en cuanto acontece en el encuentro con el otro. El rostro del otro, el rostro del pobre, singularmente, es la exigencia más "objetiva" de bien que puede sentir el ser humano.

2.2 Esta remembranza viene al caso porque para el rico del evangelio Lázaro no existía. Era invisible, era parte de un paisaje; era un fondo de escenario sobre el que el rico quería escribir su propia comedia de diversión sin límites y de poder sin amenazas. Lázaro no tenía rostro para el rico, y así el rico podía ser feliz y seguramente sentirse bueno.

2.3 Es interesante en este orden de ideas que el nombre del rico no aparece por ninguna parte. Para él Lázaro no existía, pero ante Dios es Lázaro el que tiene nombre. Su historia y su dolor son preciosos ante los ojos de Dios, mientras que la comedia de placer del ricachón no tiene valor ni nombre en los cielos.

2.4 Ante Dios, pues, tenemos rostro en cuanto tenemos necesidad. Los rasgos de nuestra necesidad son los rasgos de nuestro rostro en el Cielo. Un hipotético ser "carente de necesidades" es un ser carente de Dios y es irreconocible para Dios, porque es un ser que niega su propia condición de dependencia creatural con el Dios único que a todos da el ser y lo conserva. Este tiempo de cuaresma, pues, nos invita con fuerza a reconocernos en la hondura de nuestras necesidades y carencias, como camino de encuentro con el Dios vivo.