MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA

 

Libro de Isaías 1,10.16-20.

¡Escuchen la palabra del Señor, jefes de Sodoma! ¡Presten atención a la instrucción de nuestro Dios, pueblo de Gomorra! ¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda! Vengan, y discutamos -dice el Señor-: Aunque sus pecados sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, serán como la lana. Si están dispuestos a escuchar, comerán los bienes del país; pero si rehúsan hacerlo y se rebelan, serán devorados por la espada, porque ha hablado la boca del Señor.

Salmo 50,8-9.16-17.21.23.

No te acuso por tus sacrificios: ¡tus holocaustos están siempre en mi presencia!
Pero yo no necesito los novillos de tu casa ni los cabritos de tus corrales.
Dios dice al malvado: "¿Cómo te atreves a pregonar mis mandamientos y a mencionar mi alianza con tu boca,
tú, que aborreces toda enseñanza y te despreocupas de mis palabras?
Haces esto, ¿y yo me voy a callar? ¿Piensas acaso que soy como tú? Te acusaré y te argüiré cara a cara.
El que ofrece sacrificios de alabanza, me honra de verdad; y al que va por el buen camino, le haré gustar la salvación de Dios".


Evangelio según San Mateo 23,1-12.

Entonces Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos: "Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo. Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar 'mi maestro' por la gente. En cuanto a ustedes, no se hagan llamar 'maestro', porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen 'padre', porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco 'doctores', porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías. Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

 

 

LECTURAS: 

1ª: Is 1. 10/16-20 

2ª: Mt 23. 1-12 = DOMINGO 31A


 

1.

Obrar el bien y buscar la justicia, haciendo propia la causa de los pobres, será lo que manifestará si el hombre desea verdaderamente volver al Señor, arrepentido de sus pecados.

Isaías nos hace conocer al Dios santo que todo lo renueva; que puede hacer que del corazón reseco del pecador nazca un amor entregado y liberador.

MISA DOMINICAL 1990/06


2.

Este oráculo se remonta a los primeros años del ministerio del profeta Isaías (¿antes del 735?) y acomete, en el estilo colorista de Amós (Am 5, 14-21), contra la hipocresía religiosa del pueblo.

Cabe suponer que este oráculo fue pronunciado en el curso de una celebración litúrgica (v. 13), sin duda en el momento en que se elevaba el humo de los sacrificios (v.11), mientras la multitud adoptaba la actitud de los orantes (v. 15).

El pueblo elegido piensa que proporciona un placer a Yavhé al pisar en gran número los patios de su templo y llevando ofrendas tan opulentas. Pero la impureza moral de quienes ofrecen esos sacrificios resulta tan repugnante que Yavhé no puede realmente tolerar esa religión sin fe.

Pero hay una posibilidad de que Dios acepte ese culto: que el pueblo se convierta dando acogida a los pobres y haciéndoles partícipes de la opulencia de los sacrificios de los que Yavhé prescindiría con gusto (vv. 16-18). El oráculo termina con una amenaza (v. 19) basada también en el concepto de la retribución temporal: o la obediencia y la abundancia, o la rebelión y el castigo.

La reforma litúrgica acometida por el Vaticano II muestra hasta qué punto el culto -en la conciencia de muchos- estaba aún en el plano de una religión sin fe. Buen número de cristianos -practicantes estacionales- tenía conciencia de cumplir así con Dios y estar después despreocupado por un buen espacio de tiempo; aceptaban fácilmente que esos deberes están representados por ritos pintorescos e incomprensibles: era el tributo que había que pagar a Dios para que proteja y bendiga su vida.

Pues bien: la reforma, cercenando los ritos, aligerando la ceremonia, empobreciéndola incluso en cierto sentido, llega a proponer ritos que no tendrán otra consistencia que la fe y la vida concreta de quienes los realizan y el encuentro entre Dios y el hombre. Y esa repentina desnudez del rito, su despojo hasta su reducción a la actitud y al intercambio sublevan a quienes hasta ahora podían ocultar sus sentimientos reales y escudarse con la participación en los sacramentos. En adelante el rito traducirá mejor la conversión personal y la de la comunidad; pero no podrá hacerlo sino respetando más el desenvolvimiento de cada conciencia, los medios vivenciales en que se manifiesta, las piedras de choque socio-culturales de la fe.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 89s.


3.

Tenemos como tema de comentario la primera página del profeta Isaías. Se estrena un profeta: un formidable profeta que comienza a hablar en nombre de Dios. Mucho tiene que sufrir este hombre de Dios en medio de sus contemporáneos.

El oráculo que hoy leemos -el primero que se conserve del profeta- fue pronunciado probablemente en el templo -contra la religión formulista, externa y vacía, sin amor. Se insulta a Israel -el pueblo de Dios- con el nombre de dos ciudades que representaban a un pueblo podrido; Sodoma y Gomorra. Y es que Israel había caído en el culto literal de la fórmula, del rito y el signo vacíos, sin fe; más aún, se aprovechaban estas fórmulas religiosas para oprimir a los necesitados.

El profeta exhorta a cambiar de conducta y señala en qué consiste la verdadera religión: en obras de amor sincero: hacer el bien, defender al oprimido... todo lo que hemos visto en varios textos de Isaías durante la semana de ceniza.

El pueblo elegido piensa que proporciona un placer a Dios al pisar en gran número los patios de su templo y llevando ofrendas tan opulentas. Pero la impureza moral de quienes ofrecen esos sacrificios resulta tan repugnante que Dios no puede realmente tolerar esa religión sin fe.

Pero hay una posibilidad de que Dios acepte ese culto: que el pueblo se convierta dando acogida a los pobres y haciéndoles partícipes de la opulencia de los sacrificios de los que Dios prescindiría con gusto.

Este peligro también lo tenemos nosotros, hermanos, de que nuestro culto a Dios esté situado en el plano de una religión sin fe.

El rito, el culto, debe traducir siempre la conversión personal y la de la comunidad.


4.

En el evangelio de hoy, Jesús condena duramente a los fariseos «que dicen y no hacen». Unos siglos antes, Isaías fustigaba también duramente a sus contemporáneos para llevarlos a convertirse.

-Oíd la palabra del Señor.

La invitación a la conversión no es sólo y simplemente una palabra de hombre. Tampoco es una predicación de orden moral. La invitación a la conversión procede de Dios. Las conductas de la humanidad interesan a Dios.

-Escuchad la orden de nuestro Dios...

No es solamente una «invitación» gratuita o indiferente.

Dios se compromete en su palabra; ésta es una «orden».

Es una palabra activa que lleva a la acción, es una orden.

-Lavaos, purificaos.

Apartad de mi vista vuestras fechorías.

Todo el mal del mundo sucede ante los ojos de Dios. Todos los hombres, que se odian, se oprimen o se matan entre sí ante la mirada de su Padre. Toda la hez de la humanidad aparece ante su Rostro. Toda la maldad de los hombres, se desarrolla ante la bondad de su amor...

-Apartad de mi vista vuestras fechorías.

Desistid de hacer el mal... Aprended a hacer el bien...

El pueblo judío -como nosotros hoy-, tenía a menudo la impresión de que procuraba la gloria de Dios, aportando ofrendas al Templo y haciendo otros ritos cultuales.

Los profetas han recordado siempre, en el nombre de Dios, que "la vida de cada día": haciendo el bien y evitando el mal, es lo que agrada a Dios.

-Buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, defended a la viuda.

Escucho esas palabras. Las repito sucesivamente: el oprimido... el huérfano... Ia viuda...

Todas ellas, personas indefensas. ¿A quienes representan, para mí? ¡Dios mío! ¿Qué hacer, para responder real y verdaderamente a esas «órdenes» divinas? ¿Cuál será mi respuesta a esos «mandamientos» de Dios?

Durante la cuaresma, más que en tiempo ordinario, soy «invitado» a darme, a comprometerme, a luchar por la justicia, por el bien de mis hermanos. Esto es lo que Tú esperas de mí para borrar mis pecados. Y puedo hacerlo a través de mi vida ordinaria, profesional y social.

-Si vuestros pecados son rojos como el carmesí pasarán a ser blancos como la nieve. Si son rojos como la púrpura, serán como la lana blanca.

Gracias, Señor, por repetirme esas cosas.

·Péguy-Ch dirá que Dios es capaz de «hacer aguas puras con aguas de desagüe», «almas puras con almas gastadas»... «almas blancas con almas sucias»...

-Si aceptáis obedecer, comeréis lo bueno del país.

Promesa de felicidad.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL.Pág. 116 s.


5. /Is/01/01-18

El libro de Isaías comienza con una nota histórica que encabeza la obra revisada de las profecías. Es un encabezamiento que presenta a la palabra circunstanciada en el espacio y en el tiempo: la palabra en la historia. Aunque la actividad del profeta que da nombre a este libro se limita a unos treinta y ocho años (738-700 a. C.), una serie de discípulos siguen el camino trillado por el maestro y adaptan sus grandes líneas a circunstancias nuevas. Este patrimonio de teología y de fe permanece como un capital vivo, porque el profeta parece haber seguido la recomendación del Señor: «Guardo el testimonio, sello la instrucción para mis discípulos» (8,16).

En nombre de Dios, el profeta entabla un proceso judicial contra el pueblo infiel a las cláusulas de la alianza, sobre todo con el crimen de ingratitud, que aquí parece tomar la fisonomía de síntesis de toda la teología del pecado.

Dios ha hecho grandes cosas en favor de este pueblo, se ha portado como un padre en su educación (v 2), es decir, en su liberación de Egipto. La metáfora del padre se usa poco en el AT. Probablemente porque en el mundo semítico se vinculaba a él la idea de dominio, de poder y de propiedad. En nuestro texto, en cambio, domina la idea de la amorosa bondad divina. Es una bondad que exige del pueblo una respuesta de fidelidad y de justicia.

Ha separado el culto de la observancia de la moral. Si el culto no es expresión de un vivo sentimiento interior y de un firme compromiso de vida moral, entonces llega a ser una farsa; las ceremonias externas toman un valor contrario a aquel que por naturaleza habrían de expresar: el incienso se hace una execración, las solemnidades un peso para Dios. Es inútil rogar alzando las manos si éstas están manchadas de injusticia contra el prójimo. La respuesta de Israel es inexplicable. La creación es armonía. La comparación antitética entre los animales domésticos, el asno y el buey, fieles a su amo, que los alimenta, y los desagradecidos ciudadanos de Judá es particularmente eficaz. De aquí el eco en la liturgia de Navidad de aquel que «vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11).

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 17 s.


6.

Humildad, bondad, fraternidad... efectivas.

-Los escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés.

Moisés fue el gran legislador.

Pero, después de él, los escribas acapararon esta función. Se hacen los censores, los críticos de sus hermanos, los guardianes de la doctrina auténtica: ¡ellos son los que "saben" la voluntad de Dios! Señor, guárdanos del fariseísmo, de toda pretensión de dominar a los demás, de todo instinto de superioridad.

-Haced, pues, y guardad lo que os digan, pero no los imitéis en las obras, porque ellos dicen y no hacen.

Condenación de la hipocresía... de los jefes religiosos del tiempo de Jesús. Grave advertencia para los sacerdotes y todos los responsables de hoy en día.

¿Y nosotros? ¿No solemos también alguna vez dar lecciones a los demás sin que las pongamos en práctica nosotros? Es una tentación de cristianos fervientes. Ser duros en nuestros juicios porque uno está seguro de poseer la verdad. Condenar el mundo, anunciar castigos divinos contra los que no piensan como nosotros.

-Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los otros, pero ellos no quieren aplicar la punta del dedo para moverlas.

Opresión. Aplastamiento.

¿Qué forma concreta toma este defecto en mi vida propia? ¿A quién debo aliviar las cargas? ¿A qué puedo arrimar el hombro? Y más que aplicar la punta del dedo, debo preocuparme, comprometerme.

-Todas sus obras las hacen para ser vistos de los hombres.

Ensanchan sus filacterias y alargan los flecos, gustan de los primeros asientos... y de los saludos en las plazas... y de ser llamados por los hombres "Rabbí".

Las "filacterias" eran unas bandas que llevaban en la frente o en los puños, con unos cofrecitos que contenían textos de la Ley.

Los "flecos", especies de borlas, como las que suelen verse en algunos chales. Estos dos detalles en el vestuario eran obligatorios según la Ley de Moisés.

Pero a los fariseos les gustaba llevarlos muy aparatosos para mostrar así su acatamiento a la Ley y para recibir honores por ello.

Este orgullo toma, hoy, nuevas formas.

No os hagáis llamar "Rabí", ni "padre", ni "maestro"...

Renunciar a los títulos honoríficos. Que vuestras relaciones humanas sean siempre naturales y sencillas.

Hoy la Iglesia trata también de seguir mejor este consejo evangélico. Y nosotros, ¿cómo reaccionamos? ¿Hay títulos que nos gusta recibir?

-Sois todos hermanos.

Fórmula esencial. Es Jesús quien la pronuncia. Fórmula revolucionaria. Mas, ¡cuán lejos estamos de vivirla! ¡Cómo tendemos a restablecer las jerarquías sociales! ¡Cuán fácilmente nos creemos superiores a los demás!

-El mayor entre vosotros ha de ser servidor vuestro. Quien se ensalzare, será humillado, y quien se humillare será ensalzado.

Servidor, servidora... Estos son los más grandes.

¿De quién soy el "servidor/a"? Contemplo a Jesús-sirviente, tomando una toalla, una jofaina y lavando los pies de sus apóstoles.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 120 s.


7.

Jesús se dirige a la gente que le escucha, a los sencillos del pueblo y no a los letrados y fariseos que conformaban la clase aristocrática. Jesús no quiere que los pobres de su pueblo repitan los modelos de degeneración y de injusticia en los cuales los letrados y fariseos vivían sumidos. Los ricos del pueblo torcieron las leyes, porque sólo así podían tener sometida a la población sencilla. Los hombres de letras y los hombres de leyes se apropiaron de la «cátedra de Moisés», para disfrazar sus intereses y manejar al pueblo, y así empobrecerlo.

La «cátedra de Moisés» es el lugar donde los profetas se sentaban a enseñar, según aparece en Dt 18, 15.18. Este símbolo de la tradición Judía, desde donde se daban las leyes que el pueblo asumía como mandadas por Dios, fue usurpado por los poderosos para poder acomodar las normas a su antojo. Lo que menos importaba a los manipuladores de la Ley era la vida del pueblo.

Jesús descubre la falsedad y la manipulación que los letrados y fariseos hacen de la ley y los combate con fuerza. Sobre todo enseña a la gente sencilla a no ser como aquellos que han cambiado el sentido de la Ley en Israel. Luego también da una lección a sus seguidores: la lección del servicio, un servicio que no busca sino que el hermano y la hermana se sientan dignificados. El servicio que Jesús plantea supera la falsedad de vida a la que había conducido el legalismo judío, que admiraba a cualquiera que vociferara la ley de memoria. La grandeza en la nueva forma de vida inaugurada por Jesús se basaba en el servicio, en especial a los más pobres, a los sencillos, a los que no tenían ningún privilegio.

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8.

1. De nuevo una llamada a la conversión. Esta vez con palabras del profeta a los habitantes de dos ciudades que eran todo un símbolo del pecado en el AT: Sodoma y Gomorra.

Pues bien, por grandes que sean los pecados de una persona o de un pueblo, si se convierte, «quedarán blancos como la nieve, como lana blanca, y podrán comer de lo sabroso de la tierra» que Dios les prepara. Es expresivo el contraste de los colores: «rojos como la grana... blancos como la nieve». Eso sí, tienen que cambiar su conducta, abandonar el mal y comprometerse activamente en el bien: «escuchad la enseñanza de nuestro Dios... Iavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones, cesad de obrar mal, defended al oprimido, sed abogados del huérfano».

El salmo de hoy da un paso más: compara la liturgia con la caridad, y sale ganando, una vez más, la caridad: «no te reprocho tus sacrificios... ¿por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?». La acusación de Dios se hace dramática: «esto haces ¿y me voy a callar? Te acusaré, te lo echaré en cara».

2. La hipocresía que ya denunciaba el salmo -rezar a Dios, pero no cumplir sus enseñanzas en la vida- la desenmascara todavía con mayor fuerza Jesús en el evangelio.

Su punto de mira son una vez más los fariseos, que hablan pero no cumplen, que son exigentes para con los demás y permisivos para consigo mismos, que todo lo hacen para recibir las alabanzas de la gente y andan buscando los primeros puestos. Jesús les acusa de intransigentes, de vanidosos, de contentarse con las formas exteriores, para la galería, pero sin coherencia interior.

Jesús quiere en los suyos la actitud contraria: «el primero entre vosotros será vuestro servidor». Como él mismo, que no vino a ser servido sino a servir y dar la vida por los demás.

3. a) La llamada la oímos este año nosotros: cesad de obrar mal, aprended a obrar bien, buscad la justicia...

Con mucha confianza en el Dios que sabe y que quiere perdonar. Pero dispuestos a tomar decisiones, a hacer opciones concretas en este camino cuaresmal. No seremos tan viciosos como los de Sodoma o Gomorra. Pero sí somos débiles, flojos, y seguro que podemos acoger en nosotros con mayor coherencia la vida nueva de la Pascua. Si cambian algunas actitudes deficientes de nuestra vida, entonces sí que nos estamos preparando a la Pascua: «al que sigue el buen camino le haré ver la salvación de Dios». Algo tiene que cambiar: ¿qué defecto o mala costumbre voy a corregir? ¿qué propósito, de los que he hecho tantas veces en mi vida, voy a cumplir este año?

Haciendo caso al salmo, está bien que recordemos que nuestra Cuaresma será un éxito, no tanto si hemos cambiado algunas cosas de la liturgia, los colores o los cantos. Ni siquiera si hemos cumplido los días prescritos de abstinencia de algunos alimentos. Sino, como la palabra de Dios insiste en proponernos todos estos días, si cambiamos nuestra conducta, nuestra relación con los demás. No puede ser buena una Eucaristía que no vaya acompañada de fraternidad, una comunión que nos une con Cristo pero no nos une más con el prójimo.

b) Apliquémonos en concreto la dura advertencia de Jesús a los fariseos, que eran unos catedráticos a la hora de explicar cosas, pero ellos no las cumplían.

La hipocresía puede ser precisamente el pecado de «los buenos». Nos resulta fácil hablar, explicar a los demás el camino del bien, y luego corremos el peligro de que nuestra conducta esté muy lejos de lo que explicamos.

¿Podría decir Jesús de nosotros -los que hablamos a los demás en la catequesis, en la comunidad parroquial o religiosa, en la escuela, en la familia-, «haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen»? ¿Qué hay de fariseo en nosotros? ¿nos conformamos con la apariencia exterior? ¿somos exigentes con los demás y tolerantes con nosotros mismos? ¿nos gusta decir palabras bonitas -amor, democracia, comunidad- y luego resulta que no corresponden a nuestras obras? ¿buscamos la alabanza de los demás y los primeros puestos?

La palabra de Dios nos va persiguiendo a lo largo de estas semanas de Cuaresma para que no nos quedemos en unos retoques superficiales, sino que profundicemos en nuestro camino de Pascua.

«Da luz a mis ojos para que no duerma en la muerte» (entrada)

«Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien» (1ª lectura)

«Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios» (salmo)

«Convertíos a mí de todo corazón porque soy compasivo y misericordioso» (aclamación) «Que esta Eucaristía nos ayude a vivir más santamente» (poscomunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Pág. 46-49


9.

Por este texto vemos un poco el conocimiento que Jesús, y su evangelista Mateo, podían tener de la sicología humana; podemos ver lo que pensaban del futuro de la comunidad, o su manera de juzgar las experiencias pasadas para proponer unas nuevas sin los vicios de aquellas. Por eso es un paso más en el caminar.

Es muy natural, pero no por eso debe ser así, lo repetimos, que cuando ya tenemos una manera de hacer las cosas, cuando ya logramos un trecho en el camino, nos convertimos en verdugos para los demás: nos ponemos de modelos (los fariseos, p.e.) y buscamos la manera de que los otros se enteren para que vean cuán buenos somos y qué tan cerca de Dios estamos. El paso siguiente para Jesús es: no creerse y abusar porque se están haciendo las cosas de Dios o porque se están haciendo en su nombre. Jesús propone, de una manera explícita, que no nos dejemos llamar padres, maestros o jefes. ¿Qué pasa, pues, en nuestra comunidad, que seguimos tan pegados al protocolo? ¿Nos estamos dejando manejar por nuestro inconsciente? Vale la pena intentar una respuesta.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


10. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

De la lectura del profeta Isaías me quedo con el primer versículo: "Oíd la palabra del Señor". Si hoy habéis entrado en esta sección de "Ciudad Redonda" es porque tenéis algún interés en encontrar algo (una idea, una palabra, un estímulo) que os ayude a acercaros un poco más a la Palabra de Dios. Mi invitación de hoy es muy simple. Cuando tengas tiempo, desconecta tu ordenador (o tu computadora, como dicen ustedes, los amigos latinoamericanos), toma la Biblia y lee en voz alta este pasaje: Isaías 1,10-20. Trata de oír; más aún, de escuchar. Siente que en ese preciso momento, esa palabra está dirigida a ti mismo, a la situación que estás viviendo. Detente por unos instantes en el versículo 18: "Aunque vuestros pecados sean como la grana, como nieve blanquearán; aunque sean rojos como escarlata, como lana quedarán".

Las palabras del evangelio suenan muy duras. La verdad es que contienen una crítica radical contra los "letrados y fariseos" de todos los tiempos, contra los que cargan/cargamos pesados fardos a los demás y luego no están/estamos dispuestos a mover un dedo para empujar. Pero hoy quisiera descubrir con vosotros las promesas que Jesús nos ofrece y que están como escondidas en medio de la crítica. Es cierto que Jesús nos previene contra la tentación de dejarnos llamar maestros, padres o jefes, pero lo más radical es el panorama que nos ofrece. No necesitamos usar estas categorías porque ya tenemos un Maestro, un Padre y un Jefe. Lo que a nosotros nos interesa es disfrutar siendo discípulos, hermanos y servidores. Estos son los títulos que nos conducen a la verdadera felicidad. ¿No lo hemos experimentado así en los momentos en que hemos vivido con más autenticidad? Cuando uno es discípulo se abre humildemente a la verdad y la verdad lo hace libre. Cuando uno es hermano experimenta que puede amar y ser amado en virtud de un amor paternal que nos sostiene y entonces se cura de los celos, las dependencias, las envidias. Cuando uno es servidor disfruta haciendo felices a los demás a través de los pequeños gestos que podemos brindarles.

Te propongo que leas despacio la siguiente historia:

"En un encuentro comunitario, el Abad confesó con sencillez a los monjes:

-Cuando yo era adolescente, tenía la ambición de ser el primero en todo: quería ser el más guapo, el más listo, el más alto, el más rico, el más joven, el más bueno, el más sabio.

Pronto descubrí que esta ambición me quitaba la vida, pero no sabía qué hacer, porque veía que no es posible renunciar al ideal sin traicionarse y me parecía que ser el primero era, sin duda, el ideal.

Tardé mucho en comprender que el ideal está en ocupar el último puesto, que es el puesto del servicio y, por lo mismo, del amor. Esto dio un sentido nuevo a mi vida.

Ahora caigo en la cuenta de que pretender el último puesto es demasiado para mí, porque ese sitio se lo ha reservado el Señor, y él no lo cede, aunque sí lo comparte con quien se lo pide. Yo se lo pido, muy consciente de que no lo merezco, y me siento feliz. ¡Ahora, vivo!".

Vuestro amigo,

Gonzalo Fernández cmf. (gonzalo@claret.org)


11. CLARETIANOS 2003

Sólo hay una cosa que saca a Jesús de sus casillas: la hipocresía. Él puede entender todas las debilidades humanas porque ha descendido al pozo de la debilidad. Lo que no soporta es el doble juego, el cultivo de la simple apariencia. El evangelio de hoy nos lo hace ver con claridad. Jesús no pertenecía a la tribu de Leví, de la que salían los sacerdotes. Tampoco era miembro de ningún grupo religioso como el de los fariseos. Observa la realidad desde su condición de hombre del pueblo llano. Su profunda experiencia religiosa no puede tolerar la conducta de los que dicen hablar “en nombre de Dios”.

Lo que Jesús dice de las autoridades religiosas de su tiempo conserva su fuerza en relación con las autoridades religiosas de todos los tiempos:

Los maestros de la ley se han sentado en la cátedra de Moisés. La tendencia a pontificar, a identificar nuestra opinión con lo que Dios pide, es una tentación que nos afecta a todos los creyentes. Puede que en ocasiones esta tentación afecte más al magisterio, pero ninguno de nosotros estamos exentos. En español tenemos una expresión muy clara: “sentar cátedra”. ¿Cuántas veces “sentamos cátedra” en nuestros análisis de la sociedad, en nuestros juicios sobre personas y situaciones, en apuntar a Dios a un bando o a otro?

Haced lo que dicen. El mal ejemplo no desautoriza la fuerza de la Palabra de Dios, que nunca se confunde con nuestras pobres mediaciones humanas. Me cuesta entender esas reacciones apasionadas de quienes, tras algún escándalo eclesial, deciden no participar en la eucaristía o no contribuir económicamente a la comunidad, o incluso borrarse del anágrafe parroquial. ¡Como si la inabarcable soberanía de Dios quedara reducida por la mediocridad de nuestros dirigentes!

No os dejéis llamar maestro. En nuestra sociedad actual un maestro no es necesariamente un modelo de conducta. Más aún: hoy se defiende una neta separación entre la vida profesional (que tiene que ser impoluta) y la vida personal (que queda al arbitrio de cada uno). Pero en otras sociedades, el maestro no es un simple transmisor de conocimientos sino un modelo de vida. Jesús nos invita a no darnos demasiada importancia porque todos, incluidos los que tienen fama de buenos, andamos cojeando. En su comunidad todos somos discípulos. Lo importante es mirar al único Maestro.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


12. COMENTARIO 1

v. 1. Para empezar, Jesús no se dirige a letrados y fariseos, sino a la gente y a sus discípulos. Su denuncia pretende abrirles los ojos para que conozcan la calidad de los que se proclaman maes­tros y se liberen de su yugo.



v. 2. En Dt 18,15.18 se anunciaban profetas como los sucesores de Moisés. El puesto de los profetas lo han tomado los doctores de la Ley y sus observantes. Se ha sustituido la referencia a Dios, propia de los profetas, por la referencia a un código minuciosa­mente comentado e interpretado, que ahoga al hombre en la ca­suística. Recuérdense los 613 mandamientos que se distinguían en la Ley, todos obligatorios por igual.



v. 3. Los puntos suspensivos indican la ironía de la frase. El segundo miembro neutraliza al primero, pues nadie hace caso de maestros sabiendo que son hipócritas. Esta interpretación se con­firma por el hecho de que Jesús ataca no sólo la conducta, sino también la doctrina de los fariseos (15,6-9.14; 16,12; 23,13.15.16-22). No puede, por tanto, estar recomendando que hagan lo que dicen.



v. 4. «Los fardos pesados» se oponen a «la carga ligera» de Je­sús (11,30). La doctrina propuesta por los letrados es una carga insoportable. Es más, ellos, que la proponen como obligatoria, no ayudan en nada a su observancia, se desentienden de los que ten­drían que observarla. No pretenden, por tanto, ayudar a los hom­bres, sino dominar por medio de su doctrina.



v. 5. «Se ponen distintivos ostentosos», lit. «ensanchan sus filac­terias». Este término significa «medio de protección» contra el mal, y en el contexto judío, probablemente «medio de custodiar / conservar en la memoria» la ley de Moisés; consistían en unos colgantes que llevaban escritos ciertos pasajes de la Ley (Dt 11,13-22; 6,4-9; Ex 13,11-16.2-10) y eran el cumplimiento material de Ex 13,9.16; Dt 6,8; 11,18 («meteos estas palabras mías en el corazón y en el alma, atadlas a la muñeca como un signo, ponedlas de señal en vuestra frente»). Se colgaban en la frente y en la muñeca los días de trabajo para la oración de la mañana y se pronunciaba una bendición a Dios. Los fariseos devotos las llevaban puestas todo el día, y más grandes de lo ordinario, para ostentar su fidelidad a la Ley.

No existe equivalente exacto en nuestra cultura, lo más aproximado serían los distintivos ostentosos de la propia piedad o consagración a Dios. La traducción más cercana al original será: «se cuelgan amuletos anchos/insignias/distintivos ostentosos»; el objetivo de aquella exhibición ha de ser explicado.



vv. 7-8. «Señor mío», «monseñor», significado de «rabbí» en la época de Jesús; era título dado a los maestros eminentes de la Ley. De ordinario se traduce «maestro», pero en este texto, donde Mt opone el término hebreo al griego, es mejor conservarle su sentido de título.

Aunque el texto no lo indica, estas palabras de Jesús están dirigidas a sus discípulos. Jesús insiste en la igualdad entre los suyos. Nadie de su comunidad tiene derecho a rango o privilegio; nadie depende de otro para la doctrina: el único maestro es Jesús mismo: todos los cristianos son «hermanos», iguales. De hecho es Jesús solo quien puede revelar al hombre el ser del Padre (11,27). Esta es la verdadera enseñanza, que consiste en la experiencia que procura el Espíritu. Esto indica que en su comunidad lo único que tiene vigencia es lo que procede de él, que nadie puede arrogarse el derecho a constituir doctrina que no tenga su fundamento en la que él expone y su base en la experiencia que él comunica, y que en esta tarea todos son iguales.



v. 9. «Y no os llaméis padre»: título de los maestros y de los miembros del Gran Consejo (Hch 7,2; 22,1).

El título «padre» se usaba para los rabinos y los miembros del Gran Consejo. «Padre» significaba transmisor de la tradición y modelo de vida. Jesús prohíbe a los suyos reconocer ninguna paternidad terrena, es decir, someterse a lo que transmiten otros ni tomarlos por modelo. Lo mismo que él no tiene padre humano, tampoco los suyos han de reconocerlo en el sentido dicho. El dis­cípulo no tiene más modelo que el Padre del cielo (cf. 5,48) y a él sólo debe invocar como «Padre» (6,9). Se adivina en las pala­bras de Jesús la relación que crea el Espíritu: él es la vida que procede del verdadero Padre, y el agente de la semejanza del hom­bre con el Padre.



v. 10. El término usado por Mt significa el consejero y guía es­piritual. Lo mismo que el título de Maestro, Jesús se reserva tam­bién éste y previene contra toda usurpación. Es él, en cuanto Me­sías, el que señala el camino y es objeto de seguimiento.



v. 11. Establecida la diferencia entre el comportamiento de los rabinos y el de los discípulos (8-10), define Jesús cuál es la ver­dadera grandeza, en oposición a las pretensiones de los letrados y fariseos; prescribe el espíritu de servicio, en contraste con la falta de ayuda de los maestros de la Ley a los que tienen que cumplirla (v. 4).



v. 12. Contra el deseo de preeminencia, enuncia Jesús el principio que ha de orientar a su comunidad. El sujeto no indicado de los verbos «lo abajarán, lo encumbrarán» es Dios mismo. El principio enuncia, por tanto, un juicio de Dios sobre las actitudes humanas. La estima que pretenden los rabinos ante los hombres, es deses­tima a los ojos de Dios.



COMENTARIO 2

Jesús se dirige a la gente que le escucha, a los sencillos del pueblo y no a los letrados y fariseos que conformaban la clase aristocrática. Jesús no quiere que los pobres de su pueblo repitan los modelos de degeneración y de injusticia en los cuales los letrados y fariseos vivían sumidos. Los ricos del pueblo torcieron las leyes, porque sólo así podían tener sometida a la población sencilla. Los hombres de letras y los hombres de leyes se apropiaron de la «cátedra de Moisés», para disfrazar sus intereses y manejar al pueblo, y así empobrecerlo.

La «cátedra de Moisés» es el lugar donde los profetas se sentaban a enseñar, según aparece en Dt 18, 15.18. Este símbolo de la tradición Judía, desde donde se daban las leyes que el pueblo asumía como mandadas por Dios, fue usurpado por los poderosos para poder acomodar las normas a su antojo. Lo que menos importaba a los manipuladores de la Ley era la vida del pueblo.

Jesús descubre la falsedad y la manipulación que los letrados y fariseos hacen de la ley y los combate con fuerza. Sobre todo enseña a la gente sencilla a no ser como aquellos que han cambiado el sentido de la Ley en Israel. Luego también da una lección a sus seguidores: la lección del servicio, un servicio que no busca sino que el hermano y la hermana se sientan dignificados. El servicio que Jesús plantea supera la falsedad de vida a la que había conducido el legalismo judío, que admiraba a cualquiera que vociferara la ley de memoria. La grandeza en la nueva forma de vida inaugurada por Jesús se basaba en el servicio, en especial a los más pobres, a los sencillos, a los que no tenían ningún privilegio.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


13. 2002

Jesús toma la palabra para dirigirse “a la multitud y a sus discípulos” (v. 1). La mención de los interlocutores pone de manifiesto la preocupación del evangelista por las iglesias judeocristianas, especialmente por sus jefes. Ambos se hallaban sometidos a la presión de la dirigentes fariseos. Era necesario, transmitiendo la condena de Jesús a la dirigentes fariseos, tomar en cuenta los daños que una dirección arrogante puede causar al interno de la Iglesia. Por ello, se contraponen los comportamientos de los dirigentes israelitas (vv. 3-7) con aquellos que se exige a los jefes de las comunidades cristianas (vv. 8-12).

Las palabras iniciales (v.2) centran la atención en la tarea interpretativa de la Ley asumida por los “fariseos”. Esta función magisterial se expresa por la referencia a la “cátedra de Moisés” que ellos ocupan.

Se pasa inmediatamente a señalar la actitud de éstos respecto a su propia enseñanza y, al mismo tiempo, la que deben adoptar los integrantes de las comunidades cristianas. La actitud de los fariseos está marcada por la incoherencia entre lo que hacen y lo que dicen, como se muestra a lo largo de todo el discurso. Esta incoherencia será más adelante descrita repetidamente como hipocresía (vv. 13.14.15.22.25.27.28.29) y desvaloriza la calidad de su enseñanza.

La primera manifestación de esa incoherencia es que “atan bultos pesados y los cargan en las espaldas de los demás mientras ellos nos quieren empujarlos ni con un dedo” (v. 4). Atribuyendo carácter obligatorio a su enseñanza, colocaban sobre el pueblo una carga insoportable de la que ellos se desentendían. Por consiguiente, no pretendían ayudar a los demás a conformar su vida con la voluntad divina, sino más bien dominarlos y oprimirlos.

Un segundo elemento, presente en su actuación, consiste en su exhibicionismo. Los vv. 5-7 ponen al descubierto la búsqueda de reconocimiento y de prestigio social. Exigen sumisión y se constituyen en casta privilegiada que, con su vanidad y ambición, se convierten en fuente de innúmeras desigualdades.

A partir de “Ustedes, en cambio” (v. 8) se expresa que muy distinta es la actitud que se pide de los dirigentes cristianos. Su primera exigencia ha de ser la que se origina en la igualdad. De esta forma se hace trasparente la realidad de la comunidad, entendida fundamentalmente por Mateo como fraternidad originada en el querer del Padre. Ningún integrante de la comunidad es superior a otro, ninguno tiene derecho a reivindicar para sí un rango o privilegio especial.

En Jesús se ha revelado plenamente el ser del Padre y gracias a El, cada uno de los discípulos puede asumir la realidad del seguimiento, descubriendo en El el sentido de la propia vida como servicio humilde a los demás hermanos.

La descripción del más grande como servidor, es un llamado a crear una sociedad distinta, a la que se origina de la práctica de los fariseos. Frente a la arrogancia y vanidad de éstos, la característica que se debe manifestar en esta nueva sociedad es el servicio humilde.

De esta forma el pasaje advierte sobre los riesgos que el “encumbramiento” produce en la vida de los dirigentes y, consiguientemente, de la comunidad. La grave advertencia de Jesús no ha impedido la presencia de esta actitud en los dirigentes eclesiales y se consigna como una invitación siempre urgente a asumir, por parte de éstos, actitudes distintas.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


14. DOMINICOS 2003

HACED LO QUE OS DIGAN, NO LO QUE HACEN
 
¿ESTOY AFLIGIDO Y DOY CONSUELO?
 
Hoy no quiero caer en la tentación de mirar al otro, al que es más rico que yo,

al que está mejor situado, al que ya ha pagado su chalet o su piso, al que parece ser feliz y afortunado, al que presume de su marca de coche, al que sabe de viajes de placer en transatlánticos... para decirle:

tú que puedes, ayuda a otros, cuídate de los pobres y sé justo en la vida.

Hoy no quiero descargar sobre los demás todo el peso de la conciencia humana que

reclama a todos mayor solidaridad, más fraternidad y comprensión, más justicia, más trabajo... ¡Hacerlo de palabra es demasiado fácil!
 
Hoy quiero mirarme a mí mismo y verme en mi pobreza, en mi debilidad.

Quiero ser sincero y poner ante mi conciencia dos actitudes: la que es habitual en mi conducta ‘medianamente razonable’ y la que me parece ‘sublime’ en la persona y oración de Teresa de Calcuta.
 
En mi actitud habitual, me parece muy humano,
casi una necesidad psicológica y moral, que cuando me siento mordido por la aflicción derivada de enfermedad, pérdida de un ser querido, quiebra económica, enfriamiento en el amor, crisis de trabajo..., pida y busque a un ser humano, amigo y comprensivo, que me dé su compasión, su mano y su aliento . Y con él descanso.
 
Pero quedo deslumbrado ante esa mujer, como Teresa de Calcuta, a la que oigo hablar, en forma comprometida, dirigiéndole esta oración :

¡Señor!, si me hallo en aflicción, te pido que venga a mí más afligido para que me cure curándolo yo;

si estoy sedienta, que venga a mí otro más necesitado a compartir lo que me quede;

si tengo dolor, que venga a mí otro corazón y cuerpo enfermo, y en ellos me curaré.
 
¡Qué maravillas hacen la naturaleza heroica y la gracia desbordante!

¡Mientras en el mundo haya santos que imitan de ese modo a Cristo, la humanidad no está perdida!

 Dando gracia a Dios por ello, atrévamos a orar siquiera con humilde compromiso de amor.
 
ORACIÓN:
Tú, Señor Jesús, fuiste en la tierra ejemplo supremo de Siervo afligido, lacerado, y abrazaste todas nuestra debilidades, menos el pecado; y todo lo hiciste con amor, denunciando la ingratitud e injusticia de quien se mofaban de ti. Haznos vivir el gozo de la gratuidad para que, reservándonos sólo lo necesario, podamos ser pródigos en el servicio a los demás. Amén.
 
OIGAMOS Y CUMPLAMOS LA PALABRA

Profeta Isaías 1, 10. 16-20:
“Oíd la palabra del Señor, príncipes de Sodoma. Escuchad la enseñanzas de vuestro Dios, pueblo de Gomorra: lavaos y purificaos; apartad de mi vista vuestras malas acciones; cesad de obrar mal y aprended a obrar bien.

Buscad la justicia y defended al oprimido; sed abogados del huérfano y defensores de la viuda. Mirad, aunque vuestros pecados sean como grana, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán blancos como la lana. Pero si rehusáis convertiros y os rebeláis, la espada os devorará...”

Al escuchar al profeta, sintámonos afectados por su palabra; primero, cuando nos amonesta por la suciedad de nuestra conducta; después, por la bocanada de aire puro que nos lanza al asegurarnos que la amistad y gracia nos purificarán, si, arrepentidos, las suplicamos.
 
Evangelio según san Mateo 23, 1-12:
“ Un día Jesús habló a la gente y a sus discípulos diciendo: En la càtedra de Moisés se han sentado los letrados y fariseos: Haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen. Porque ellos no hacen lo que dicen.

Ellos lían fardos pesados... y se los cargan en los hombros a la gente; alargan las filacterias..., les gustan los primeros puestos y que les hagan reverencias...

Vosotros no os dejéis llamar maestro, ni padre, ni jefe... Uno solo es vuestro Señor, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor...”

Como se ve fácilmente, los afectados por esta palabra de Jesús no pertenecían al grupo de los que piden a Dios dar a los demás consuelo desde la propia aflicción, vivir la felicidad de ayudar a hacer personas felices. Quien habla y no practica, quien descubre la verdad y no la sigue, es un pobre hombre o mujer.
 
MOMENTO DE REFLEXIÓN

1. Brote la luz en la niebla del pecado.

Isaías y Jesús utilizan hoy la misma pedagogía para instruirnos en la verdad: la pedagogía que juega con colores varios y con hechos de vida para mostrarnos la verdad e invitarnos a rumiarla con humilde sinceridad.

Un color oscuro, como el de nuestro pecado, habla de la vergüenza que debemos sentir por nuestras repetidas infidelidades. Ellas ensombrecen nuestro horizonte espiritual, mientras que el amor, la justicia y la misericordia de Dios nos hablan de luz, de esperanza, de perdón, de generosidad, si accedemos a un cambio profundo de corazón, de sentimientos, de actitudes.

Reparemos en la belleza de los contrastes: el color grana del mal se convierte en nieve de pureza, el rojo escarlata se transforma en blancura, el enemigo se hace amigo, el extraño se siente hijo, el infiel se torna fiel.

Este lenguaje del vivir en gracia, positivo y bello, resulta tan fascinante que debe provocar estremecimiento en nosotros, pecadores.
 
2. Denuncia y contraste de palabras buenas y obras malas, en labios de Jesús.

Jesús, que se mantiene en el mismo plano del profeta Isaías, habla con mayor sencillez en sus expresiones y resulta menor arrebatador en su oratoria, pero es tan penetrante por su mensaje que deja malparado a cualquier tipo de hipócrita que, mostrando la verdad por la palabra, no la cumple en las obras.

Es muy fácil proclamar grandes verdades, patrimonio de personas razonables: Sed buenos, Honrad a Dios, Cumplid la justicia, Ejercitaos en la humildad... Lo hacemos todos, y es loable hacerlo. Lo reprochable es presentarse como “maestro de vida y palabra “ cuando la vida contradice a la palabra enseñada.

Donde está la verdad en las palabras pongamos también las obras, y seremos maestros de vida, y Dios, complacido, nos bendecirá.


15. ACI DIGITAL 2003

8. Lo sabe ya el Padre: Es ésta una inmensa luz para la oración. ¡Cuán fácil y confiado no ha de volverse nuestro ruego, si creemos que El ya lo sabe, y que todo lo puede, y que quiere atendernos pues su amor está siempre vuelto hacia nosotros! (Cant. 7, 10), y esto aunque hayamos sido malos, según acabamos de verlo (5, 45 - 48). Es más aún: Jesús no tardará en revelarnos que el Padre nos lo dará todo por añadidura (v. 32 - 34) si buscamos su gloria como verdaderos hijos.

9. El Padre Nuestro es la oración modelo por ser la más sencilla fórmula para honrar a Dios y entrar en el plan divino, pidiéndole lo que El quiere que pidamos, que es siempre lo que más nos conviene. Véase Luc. 11, 2. Orar así es colocarse en estado de la más alta santidad y unión con el Padre, pues no podríamos pensar ni desear ni pedir nada más perfecto que lo dicho por Jesús. Claro está que todo se pierde si la intención del corazón - que exige atención de la mente - no acompaña a los labios. Véase 15, 8. Santificado, etc.: toda la devoción al Padre - que fue la gran devoción de Jesús en la tierra y sigue siéndolo en el cielo donde El ora constantemente al Padre (Hebr. 7, 25) - está en este anhelo de que el honor, la gratitud y la alabanza sean para ese divino Padre que nos dio su Hijo. Tu Nombre: en el Antiguo Testamento: Yahvé; en el Nuevo Testamento: Padre. Véase Juan 17, 6; cf. Ex. 3, 14; Luc. 1, 49.

10. No se trata como se ve, del Cielo adonde iremos, sino del Reino de Dios sobre la tierra, de modo que en ella sea obedecida plenamente la amorosa voluntad del Padre, tal como se la hace en el Cielo. ¿Cómo se cumplirá tan hermoso ideal? Jesús parece darnos la respuesta en la Parábola de la Cizaña (13, 24 - 30 y 36 - 43). Véase 24, 3 - 13; Luc. 18, 8; II Tes. 2, 3 ss.

11. Supersubstancial, esto es, sobrenatural. Así traducen San Cirilo y San Jerónimo. Sin embargo, hay muchos expositores antiguos y modernos que vierten: "cotidiano", o de "nuestra subsistencia", lo que a nuestro parecer no se compagina bien con el tenor de la Oración dominical, que es todo sobrenatural. Este modo de pedir lo espiritual antes de lo temporal coincide con la enseñanza final del Sermón (v. 33), según la cual hemos de buscar ante todo el reino de Dios, porque todo lo demás se nos da "por añadidura", es decir, sin necesidad de pedirlo.

12. Perdonamos: esto es declaramos estar perdonando desde este momento. No quiere decir que Dios nos perdone según nosotros solemos perdonar ordinariamente, pues entonces poco podríamos esperar por nuestra parte. El sentido es, pues: perdónanos como perdonemos, según se ve en el v. 14.

13. Aquí como en 5, 37, la expresión griega "Apó tu ponerú", semejante a la latina "a malo" y a la hebrea "min hará", parece referirse, como lo indica Joüon, antes que al mal en general al Maligno, o sea a Satanás, de quien viene la tentación mencionada en el mismo versículo. La peor tentación sería precisamente la de no perdonar, que S. Agustín llama horrenda, porque ella nos impediría ser perdonados, según vimos en el v. 12 y la confirman el 14 y el 15. Véase 18, 35; Marc. 11, 25; Juan 17, 15. Tentación (en griego peirasmós, de peirá, prueba o experiencia) puede traducirse también por prueba. Con lo cual queda claro el sentido: no nos pongas a prueba, porque desconfiamos de nosotros mismos y somos muy capaces de traicionarte. Este es el lenguaje de la verdadera humildad, lo opuesto a la presunción de Pedro. Véase Luc. 22, 33 (cf. Martini). Esto no quita que El pruebe nuestra fe (I Pedr. 1, 7) cuando así nos convenga (Sant. 1, 12) y en tal caso "fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados más allá de vuestras fuerzas" (I Cor. 10, 13).

14. ¡Es, pues, enorme la promesa que Jesús pone aquí en nuestras manos! ¡Imaginemos a un juez de la tierra que dijese otro tanto! Pero ¡ay! si no perdonamos, porque entonces nosotros mismos nos condenamos en esta oración (cf. 5, 43 - 48). Es decir, que si rezaran bien un solo Padrenuestro los que hacen las guerras, éstas serían imposibles. ¡Y aun se dice que estamos en la civilización cristiana!


16. ACI DIGITAL 2003

5. En las filacterias o cajitas de cuero, sujetas con correas a la frente y a los brazos, llevaban los judíos pergaminos o papeles en que estaban escritos algunos pasajes de la Ley. Los fariseos formulistas habían exagerado esta piadosa práctica destinada a tener siempre a la vista la Palabra de Dios. Véase Deut. 6, 8; 22, 12.

8. Confrontado en Col. 2, 8 y nota: "Mirad, pues, no haya alguno que os cautive por medio de la filosofía y de vana falacia, fundadas en la tradición de los hombres sobre los elementos del mundo, y no sobre Cristo". Fundadas en la tradición de los hombres: Es ésta una de las frases más expresivas de S. Pablo. Pone el dedo en la llaga sobre la prudencia de los hombres, y el espíritu meramente humano, como predicador de una doctrina que no sólo es toda sobrenatural y divina, recibida por él de Cristo y "no de los hombres", "ni según los hombres", "ni para agradar a los hombres", sino que, como tal, es contraria a toda sabiduría humana, y tan despreciada y perseguida por los carnales cuanto por los intelectualistas (I Cor. cap. 1 - 3) y por los que se jactan de sus "virtudes". Todo esto forma lo que Cristo llama "el mundo", que es necesariamente su enemigo (Juan 7; 7).

Por el solo hecho de no estar con El, está contra El (Luc. 11, 23), y no pudiendo recibir la verdadera sabiduría del Espíritu Santo, porque "no lo ve ni lo conoce" (Juan 14, 17), considera "altamente estimable lo que para Dios es despreciable" (Luc. 16, 15), y se constituye, a veces so capa de piedad y buen sentido, en el más fuerte opositor de las "paradojas" evangélicas, porque le escandalizan. El gran Apóstol que fue burlado en la mayor academia clásica del mundo, nos previene aquí contra el más peligroso de todos los virus porque es el más "honorable". Al terminar la segunda guerra mundial, se anunció que el campo de la cultura, para orientar a la humanidad, se disputará entre dos tendencias: la humanista por una parte, y por otra la pragmatista, utilitarista y positivista. S. Pablo, que otras veces nos previene contra esta última y contra aquellos "cuyo dios es el vientre" (Filip. 3, 19), señalándonos la inanidad de esta vida efímera (I Cor. 6, 13; 7, 31; II Cor. 4, 18; Hebr. 11, 1, etc.), nos previene aquí también contra la primera, recordándonos que "todo el que se cree algo se engaña, porque es la nada" (Gál. 6, 3), y que "uno solo es nuestro Maestro": Jesús de Nazaret (Mat. 23, 8), el cual fue acusado precisamente porque "cambiaba las tradiciones" (Hech. 6, 4). Véase Marc. 7, 4; Mat. 15, 3; Neh. 9, 6 y notas. "Si Babel trata de alzar más y más su torre, decía un Santo, cavemos nosotros más profundo aún nuestro pozo, hasta la nada total, hasta el infinito no ser, para compensar en cuanto se pueda el desequilibrio".

11. Meditemos esto en Luc. 22, 27 y nota: "Pues ¿quién es mayor, el que está sentado a la mesa, o el que sirve? ¿No es acaso el que está sentado a la mesa? Sin embargo, Yo estoy entre vosotros como el sirviente". ¡Como el sirviente! No podemos pasar por alto esta palabra inefable del Hijo de Dios, sin postrarnos con la frente pegada al polvo de la más profunda humillación y suplicarle que nos libre de toda soberbia y de la abominable presunción de ser superiores a nuestros hermanos, o de querer tiranizarlos, abusando de la potestad que sobre ellos hemos recibido del divino Sirviente. Cf. Mat. 23, 11; Filip. 2, 7 s. y nota; I Pedro 5, 3; II Cor. 10, 8; III Juan 9 s.

12. Es la doctrina del Magnificat (Luc. 1, 52; 14, 11; 18, 14).


17.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Da luz a mis ojos, para que no duerma en la muerte; para que no diga mi enemigo: “Le he podido”» (Sal 12,4-5).

Colecta (del misal anterior, y antes, del Gelasiano): «Señor, vela con amor continuo sobre tu Iglesia; y, pues sin tu ayuda no puede sostenerse lo que se cimienta en la debilidad humana, protege a tu Iglesia en el peligro y mantenla en el camino de la salvación».

Comunión: «Proclamo todas tus maravillas, me alegro y exulto contigo y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo» (Sal 9,2-3).

Postcomunión: «Te rogamos, Señor, que esta Eucaristía nos ayude a vivir más santamente, y nos obtenga tu ayuda constantemente».

Isaías 1,10.16-20: Aprended a obrar bien, buscad la justicia. La mejor penitencia es apartarse del pecado y obrar el bien. Comenta San Agustín:

«Mostrad que sois un cuerpo digno de la  Cabeza... Tal Cabeza no puede sino tener un cuerpo adecuado a ella» (Sermón 341,13).

Lactancio dice que la caridad cristiana es la verdadera justicia:

«Da preferentemente a éste de quien nada esperas. ¿Por qué eliges las personas? ¿Por qué examinas los miembros? Has de estimar como hombre a todo el que por esto te pide, porque te considera hombre. Expulsa aquellas sombras y apariencias de justicia y adopta la verdadera y tangible. Da copiosamente a los ciegos, enfermos, cojos, desvalidos , a quienes a no ser que se les socorra fallecerán. Son inútiles a los hombres, pero útiles a Dios, quien conserva su vida, quien les da el espíritu, quien los juzga dignos de la luz. Protégelos en cuanto esté de tu mano y sustenta con humanidad la vida de los hombres para que no mueran.

«Quien puede socorrer a los que están a punto de perecer, si no lo hace los mata. Uno, pues, es el oficio cierto y verdadero de la liberalidad y de la justicia: alimentar a los indigentes y a los impedidos» (Inst. Divinas 6,11).

Así lo afirma también San Ambrosio:

«La misericordia es parte de la justicia, de modo que si quieres dar a los pobres esta misericordia es justicia, según aquello: “Distribuyó, dio a los pobres, su justicia permanece eternamente”(Sal 111,9). Además, porque es injusto que el que es completamente igual a ti no sea ayudado por su semejante» (Sermón 8 sobre el Salmo 118,22).

–La justicia, la misericordia y las obras de caridad han de salir del interior del corazón. «No todo el que dice: ”Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos» (Mt 7,21). Lo que ha de cambiar en la penitencia es el corazón, pues es de allí de donde proceden nuestros actos. Con el Salmo 49 proclamamos esta verdad:

«Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios. No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante Mí. Pero no aceptaré un becerro de tu casa, ni un cabrito de tus rebaños. ¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mis mandatos? Eso haces ¿y me voy a callar? ¿Crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara. El que ofrece acción de gracias ése me honra; al que sigue buen camino, le haré ver la salvación de Dios»

Mateo 23,1-12: Ellos no hacen lo que dicen. Debemos dar buen ejemplo no solo con las palabras, sino principalmente con las obras. Lo contrario es el fariseísmo, la hipocresía de los escribas y los jefes de la Sinagoga, que Cristo condena en esta lectura evangélica. 

Esta actitud consiste esencialmente en utilizar las prerrogativas propias de la condición de representante de Dios, para, con pretexto de tributarle culto, procurar el propio interés y honra, engañando a los fieles. Las mismas prácticas y gestos religiosos quedan despojadas de su auténtico sentido, ante el deseo desordenado de hacerse notar. Además, el hipócrita pone su ciencia teológica al servicio de su egoísmo, aprovechando su erudición para escoger, entre la casuística de los preceptos, aquellos que le a él le reportan beneficio y cargando a otros con mandamientos de los que ellos mismos se consideran dispensados.

Es un mal gravísimo. Pero es también una tentación para todos, si no fundamentamos nuestras obras en la humildad de corazón y de un amor sincero a Dios y al prójimo. En todo momento hemos de dar a Dios un culto adecuado, el que exige su propio ser y sus obras de amor.


18.

Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant Cugat del Vallès-Barcelona, España)

«No imitéis su conducta, porque dicen y no hacen»

Hoy, Jesús nos llama a dar testimonio de vida cristiana mediante el ejemplo, la coherencia de vida y la rectitud de intención. El Señor, refiriéndose a los maestros de la Ley y a los fariseos, nos dice: «No imitéis su conducta, porque dicen y no hacen» (Mt 23,3). ¡Es una acusación terrible!

Todos tenemos experiencia del mal y del escándalo —desorientación de las almas— que causa el “antitestimonio”, es decir, el mal ejemplo. A la vez, todos también recordamos el bien que nos han hecho los buenos ejemplos que hemos visto a lo largo de nuestras vidas. No olvidemos el dicho popular que afirma que «más vale una imagen que mil palabras». En definitiva, «hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna» (Juan Pablo II).

Y una modalidad de mal ejemplo especialmente perniciosa para la evangelización es la falta de coherencia de vida. Un apóstol del tercer milenio, que se encuentra llamado a la santidad en medio de la gestión de los asuntos temporales, ha de tener presente que «la unidad de vida de los fieles laicos —ha escrito el Papa— tiene una gran importancia. Ellos, en efecto, deben santificarse en la vida profesional y social ordinaria, (...) deben considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como también de servicio a los demás hombres, llevándoles a la comunión con Dios en Cristo».

Finalmente, Jesús se lamenta de quienes «todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres» (Mt 23,5). La autenticidad de nuestra vida de apóstoles de Cristo reclama la rectitud de intención. Hemos de actuar, sobre todo, por amor a Dios, para la gloria del Padre. Tal como lo podemos leer en el Catecismo de la Iglesia, «Dios creó todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación». He aquí nuestra grandeza: ¡servir a Dios como hijos suyos!


19. Amor a la verdad

La falta de un auténtico amor a la verdad es lo que nos hace caminar por caminos de egoísmo.

Autor: P. Cipriano Sánchez

Cada vez que en la Cuaresma se nos presenta el grito de súplica, de perdón por parte del pueblo de Israel, al mismo tiempo está hablándonos de la importancia que tiene la conversión interior. La Escritura habla de que se han cometido iniquidades, de que se han hecho cosas malas, pero, constantemente, la Escritura nos habla de cómo nuestro corazón tiene que aprender a volverse a Dios nuestro Señor, de cómo nuestro corazón tiene que irse convirtiendo, y de cómo no puede haber ninguna dimensión de nuestra vida que quede alejada del encuentro convertido con Dios nuestro Señor. Así es importante que convirtamos y cambiemos nuestras obras, es profundamente importante que también cambiemos nuestro interior.

La Escritura nos habla de la capacidad de ser misericordiosos, de no juzgar, de no condenar y de perdonar. Esto que para nosotros podría ser algo muy sencillo, porque es que si me hiciste un daño, yo no te lo tomo en cuenta; requiere del alma una actitud muy diferente, una actitud de una muy profunda transformación. Una transformación que necesariamente tiene que empezar por la purificación, por la conversión de nuestra inteligencia.

Cuántas veces es el modo en el cual interpretamos la vida, el modo en el cual nosotros «leemos» la vida lo que nos hace pecar, lo que nos hace apartarnos de Dios. Cuántas veces es nuestro comportamiento: lo que nosotros decimos o hacemos. Cuántas veces es simplemente nuestra voluntad: las cosas que nosotros queremos. ¡Cuántas veces nuestros pecados y nuestro alejamiento de Dios viene porque, en el fondo de nuestra alma, no existe un auténtico amor a la verdad! Un amor a la verdad que sea capaz de pasar por encima de nosotros mismos, que sea capaz de cuestionar, de purificar y de transformar constantemente nuestros criterios, los juicios que tenemos hechos, los pensamientos que hemos forjado de las personas. Cuántas veces, tristemente, es la falta de un auténtico amor a la verdad lo que nos hace caminar por caminos de egoísmo, por caminos que nos van escondiendo de Dios. Y cuántas veces, la búsqueda de Dios para cada una de nuestras almas se realiza a través de iluminar nuestra inteligencia, nuestra capacidad de juzgar, para así poder cambiar la vida. ¡Qué difícil es cambiar una vida cuando los ojos están cerrados, cuando la luz de la inteligencia no quiere reconocer dónde está el bien y dónde está el mal, cuál es el camino que hay que seguir y cuál el que hay que evitar!

Uno de los trabajos que el alma tiene que atreverse a hacer es el de cuestionar si sus criterios y sus juicios sobre las personas, sobre las cosas y sobre las situaciones, son los criterios y los juicios que tengo que tener según lo que el Evangelio me marca, según lo que Dios me está pidiendo. Pero esto es muy difícil, porque cada vez que lo hacemos, cada vez que tenemos que tocar la conversión y la purificación de nuestra inteligencia, nos damos cuenta de que estamos tocando el modo en el cual nosotros vemos la vida, incluso a veces, el modo en el cual nosotros hemos estructurado nuestra existencia. Y Dios llega y te dice que aun eso tienes que cambiarlo. Que con la medida con la que tú midas, se te va a medir a ti; que el modo en el cual tú juzgas la vida y la estructuras, el modo en el cual tú entiendas tu existencia, en ese mismo modo vas a ser juzgado y entendido; porque el modo en el cual nosotros vemos la vida, es el mismo modo en el cual la vida nos ve a nosotros.

Esto es algo muy serio, porque si nosotros vamos por la vida con unos ojos y con una inteligencia que no son los ojos ni la inteligencia de Dios, la vida nos va a regresar una forma de actuar que no es la de Dios. No vamos a ser capaces de ver exactamente cómo Dios nuestro Señor está queriendo actuar en esta persona, en esta cosa o en esta circunstancia para nuestra santificación.

“Con la misma medida que midáis, seréis medido”. Si no eres capaz de medir con una inteligencia abierta lo que Dios pide, si no eres capaz de medir con una inteligencia luminosa las situaciones que te rodean, si no eres capaz de exigirte ver siempre la verdad y lo que Dios quiere para la santificación de tu alma en todas las cosas que están junto a ti, ésa medida se le está aplicando, en ese mismo momento, a tu alma.
Qué importante es que aprendamos a purificar nuestra inteligencia, a dudar de los juicios que hacemos de las personas y de las cosas, o por lo menos, a que los confrontemos constantemente con Dios nuestro Señor, para ver si estamos en un error o para ver qué es lo que Dios nuestro Señor quiere que saquemos de esa situación concreta en la cual Él nos está poniendo.

Pero cuántas veces lo que hacemos con Dios, no es ver qué es lo que Él nos quiere decir, sino simplemente lo que yo le quiero decir. Y éste es un tremendo riesgo que nos lleva muy lejos de la auténtica conversión, que nos aparta muy seriamente de la transformación de nuestra vida, porque es a través del modo en el cual vemos nuestra existencia y vemos las circunstancias que nos rodean, donde podemos estar llenando nuestra vida, no de los criterios de Dios, no de los juicios de Dios, sino de nuestros criterios y de nuestros juicios. Además, tristemente, los pintamos como si fuesen de Dios nuestro Señor, y entonces sí que estamos perdidos, porque tenemos dentro del alma una serie de criterios que juzgamos ser de Dios, pero que realmente son nuestros propios criterios.

Aquí sí que se nos podría aplicar la frase tan tremenda de nuestro Señor en el Evangelio: “¡Ay de vosotros, guías ciegos, que no veis, y vais llevando a los demás por donde no deben!”. También es muy seria la frase de Cristo: “Si lo que tiene que ser luz en ti, es oscuridad, ¿cuáles no serán tus tinieblas?”.

La conversión de nuestra inteligencia, la transformación de nuestros criterios y de nuestros juicios es un camino que también tenemos que ir atreviéndonos a hacer en la Cuaresma. ¿Y cuál es el camino, cuál es la posibilidad para esta transformación? El mismo Cristo nos lo dice: “Dad y se os dará”. Mantengan siempre abierta su mente, mantengan siempre dispuesto todo su interior a darse, para que realmente Dios les pueda dar, para que Dios nuestro Señor pueda llegar a ustedes, pueda llegar a su alma y ahí ir transformando todo lo que tiene que cambiar.

Es un camino, es un trabajo, es un esfuerzo que también nos pide la Cuaresma. No lo descuidemos, al contrario, hagamos de cada día de la Cuaresma un día en el que nos cuestionemos si todo lo que tenemos en nuestro interior es realmente de Dios.

Preguntémosle a Cristo: ¿Cómo puedo hacer para verte más? ¿Cómo puedo hacer para encontrarme más contigo?

La fe es el camino. Ojalá sepamos aplicar nuestra fe a toda nuestra vida a través de la purificación de nuestra inteligencia, para que en toda circunstancia, en toda persona, podamos encontrar lo que Dios nuestro Señor nos quiera dar para nuestra santificación personal.


20. Humildad y espíritu de servicio

Jesús es el ejemplo supremo de humildad y de entrega a los demás: Yo estoy en medio de vosotros como quien sirve. Sigue siendo ésa su actitud hacia cada uno de nosotros. Dispuesto a servirnos, a ayudarnos, a levantarnos de las caídas.

I. El Evangelio de la Misa nos habla de los escribas y fariseos que cambiaron la gloria de Dios por su propia gloria: Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. La soberbia personal y la búsqueda de la vanagloria les habían hecho perder la humildad y el espíritu de servicio que caracteriza a quienes desean seguir al Señor. Sin humildad y espíritu de servicio no hay eficacia, no es posible vivir la caridad. Sin humildad no hay santidad, pues Jesús no quiere a su servicio amigos engreídos: “los instrumentos de Dios son siempre humildes” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre San Mateo). Cuando servimos, nuestra capacidad no guarda relación con los frutos sobrenaturales que buscamos. Sin la gracia, de nada servirían los mayores esfuerzos: nadie, si no es por el Espíritu Santo, puede decir Señor Jesús (1 Corintios 12, 3). Cuando luchamos por alcanzar esta virtud somos eficaces y fuertes. Si no somos humildes podemos hacer desgraciados a quienes nos rodean, porque la soberbia lo inficiona todo. Hoy es un buen día para ver en la oración cómo es nuestro trato con los demás.

II. Jesús es el ejemplo supremo de humildad y de entrega a los demás: Yo estoy en medio de vosotros como quien sirve. Sigue siendo ésa su actitud hacia cada uno de nosotros. Dispuesto a servirnos, a ayudarnos, a levantarnos de las caídas. Ejemplo os he dado para que como yo he hecho con vosotros, así hagáis vosotros (Juan 13, 15). El Señor nos invita a seguirle y a imitarle, y nos deja una regla muy sencilla, pero exacta, para vivir la caridad con humildad y espíritu de servicio: Todo lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos (Mateo 7, 12): que nos comprendan cuando nos equivocamos, que nadie hable mal a nuestras espaldas, que se preocupen por nosotros cuando estamos enfermos, que nos exijan y corrijan con cariño, que recen por nosotros... Estas son las cosas que, con humildad y espíritu de servicio, hemos de hacer por los demás.

III. La caridad cala, como el agua en la grieta de la piedra, y acaba por romper la resistencia más dura. “Amor saca amor”, decía Santa Teresa (Vida). De modo particular hemos de vivir este espíritu del Señor con los más próximos, en la propia familia. La Virgen, Esclava del Señor, nos ayudará a entender que servir a los demás es una de las formas de encontrar la alegría en esta vida y uno de los caminos más cortos para encontrar a Jesús. Para eso, hemos de pedirle que nos haga verdaderamente humildes.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabreç


21. Debemos serer coherentes hoy, con lo que pensamos, decimos y actuamos, por amor a Él

Autor: P. Cipriano Sánchez
Is 1, 10. 16-20
Mt 23, 1-12

Constantemente, Jesucristo nuestro Señor, empuja nuestras vidas y nos invita de una forma muy insistente a la coherencia entre nuestras obras y nuestros pensamientos; a la coherencia entre nuestro interior y nuestro exterior. Constantemente nos inquieta para que surja en nosotros la pregunta sobre si estamos viviendo congruentemente lo que Él nos ha enseñado.

Jesucristo sabe que las mayores insatisfacciones de nuestra vida acaban naciendo de nuestras incoherencias, de nuestras incongruencias. Por eso Jesucristo, cuando hablaba a la gente que vivía con Él, les decía que hicieran lo que los fariseos les decían, pero que no imitaran sus obras. Es decir, que no vivieran con una ruptura entre lo que era su fe, lo que eran sus pensamientos y las obras que realizaban; que hicieran siempre el esfuerzo por unificar, por integrar lo que tenían en su corazón con lo que llevaban a cabo.

Esto es una de las grandes ilusiones de las personas, porque yo creo que no hay nadie en el mundo que quisiera vivir con incongruencia interior, con fractura interior. Sin embargo, a la hora de la hora, cuando empezamos a comparar nuestra vida con lo que sentimos por dentro, acabamos por quedarnos, a lo mejor, hasta desilusionados de nosotros mismos. Entonces, el camino de Cuaresma se convierte en un camino de recomposición de fracturas, de integración de nuestra personalidad, de modo que todo lo que nosotros hagamos y vivamos esté perfectamente dentro de lo que Jesucristo nos va pidiendo, aun cuando lo que nos pida pueda parecernos contradictorio, opuesto a nuestros intereses personales.

Jesús nos dice: “El que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. ¡Qué curioso, porque esto parecería ser la contraposición a lo que nosotros generalmente tendemos, a lo que estamos acostumbrados a ver! Los hombres que quieren sobresalir ante los demás, tienen que hacerse buena propaganda, tienen que ponerse bien delante de todos para ser enaltecidos. Por el contrario, el que se esfuerza por hacerse chiquito, acaba siendo pisado por todos los demás. ¿Cómo es posible, entonces, que Jesucristo nos diga esto? Jesucristo nos dice esto porque busca dar primacía a lo que realmente vale, y no le importa dejar en segundo lugar lo que vale menos. Jesucristo busca dar primacía al hecho de que el hombre tiene que poner en primer lugar en su corazón a Dios nuestro Señor, y no alguna otra cosa. Cuando Jesús nos dice que a nadie llamemos ni guía, ni padre, ni maestro, en el fondo, a lo que se refiere es a que aprendamos a poner sólo a Cristo como primer lugar en nuestro corazón. Sólo a Cristo como el que va marcando auténticamente las prioridades de nuestra existencia.

Cristo es consciente de que si nosotros no somos capaces de hacer esto y vamos poniendo otras prioridades, sean circunstancias, sean cosas o sean personas, al final lo que nos acaba pasando es que nos contradecimos a nosotros mismos y aparece en nuestro interior la amargura.

Éste es un criterio que todos nosotros tenemos que aprender a purificar, es un criterio que todos tenemos que aprender a exigir en nuestro interior una y otra vez, porque habitualmente, cuando juzgamos las situaciones, cuando vemos lo que nos rodea, cuando juzgamos a las personas, podemos asignarles lugares que no les corresponden en nuestro corazón. El primer lugar sólo pertenece a Dios nuestro Señor. Podemos olvidar que el primer escalón de toda la vida sólo pertenece a Dios. Esto es lo que Dios nuestro Señor reclama, y lo reclama una y otra vez.

Cuando el profeta Isaías, en nombre de Dios, pide a los príncipes de la tierra que dejen de hacer el mal, podría parecer que simplemente les está llamando a que efectúen una auténtica justicia social: “Dejen de hacer el mal, aparten de mi vista sus malas acciones, busquen la justicia, auxilien al oprimido, defiendan los derechos del huérfano y la causa de la viuda”. ¿Somos conscientes de que lo que verdaderamente Dios nos está pidiendo es que todos los hombres de la tierra seamos capaces de poner en primer lugar a Dios nuestro Señor y después todo lo demás, en el orden que tengan que venir según la vocación y el estado al cual hemos sido llamados?

Si cometemos esa primera injusticia, si a Dios no le damos el primer lugar de nuestra vida, estamos llenando de injusticia también los restantes estados. Estamos cometiendo una injusticia con todo lo que viene detrás. Estaremos cometiendo una injusticia con la familia, con la sociedad , con todos los que nos rodean y con nosotros mismos.

¿No nos pasará, muchas veces, que el deterioro de nuestras relaciones humanas nace de que en nosotros existe la primera injusticia, que es la injusticia con Dios nuestro Señor? ¿No nos podrá pasar que estemos buscando arreglar las cosas con los hombres y nos estemos olvidando de arreglarlas con Dios? A lo mejor, el lugar que Dios ocupa en nuestra vida, no es el lugar que le corresponde en justicia.

¿Cómo queremos ser justos con las criaturas —que son deficientes, que tienen miserias, que tienen caídas, que tienen problemas—, si no somos capaces de ser justos con el Creador, que es el único que no tiene ninguna deficiencia, que es el único capaz de llenar plenamente el corazón humano?

Claro que esto requiere que nuestra mente y nuestra inteligencia estén constantemente en purificación, para discernir con exactitud quién es el primero en nuestra vida; para que nuestra inteligencia y nuestra mente, purificadas a través del examen de conciencia, sean capaces de atreverse a llamar por su nombre lo que ocupa un espacio que no debe ocupar y colocarlo en su lugar.

Si lográramos esta purificación de nuestra inteligencia y de nuestra mente, qué distintas serían nuestras relaciones con las personas, porque entonces les daríamos su auténtico lugar, les daríamos el lugar que en justicia les corresponde y nos daríamos a nosotros también el lugar que nos corresponde en justicia.

Hagamos de la Cuaresma un camino en el cual vamos limando y purificando constantemente, en esa penitencia de la mente, nuestras vidas: lo que nosotros pensamos, nuestras intenciones, lo que nosotros buscamos. Porque entonces, como dice el profeta Isaías: “[Todo aquello] que es rojo como la sangre, podrá quedar blanco como la nieve. [Todo aquello] que es encendido como la púrpura, podrá quedar como blanca lana. Si somos dóciles y obedecemos, comeremos de los frutos de la tierra”.

Si nosotros somos capaces de discernir nuestro corazón, de purificar nuestra inteligencia, de ser justos en todos los ámbitos de nuestra existencia, tendremos fruto. “Pero si se obstinan en la rebeldía la espada los devorará”. Es decir, la enemistad, el odio, el rencor, el vivir sin justicia auténtica, nos acabará devorando a nosotros mismos, perjudicándonos a nosotros mismos.

Jesucristo sigue insistiendo en que seamos capaces de ser congruentes con lo que somos; congruentes con lo que Dios es para nosotros y congruentes con lo que los demás son para con nosotros. En esa justicia, en la que tenemos que vivir, es donde está la realización perfecta de nuestra existencia, es donde se encuentra el auténtico camino de nuestra realización.

Pidámosle al Señor, como una auténtica gracia de la Cuaresma, el vivir de acuerdo a la justicia: con Dios, con los demás y con nosotros mismos.


22. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

Análisis

Con muy pocos elementos en común con los demás Evangelios, Mateo presenta un extenso enfrentamiento de Jesús con los fariseos. El Evangelio de hoy representa la primera parte. Ya sabemos que es frecuente que Jesús se enfrente con ellos en el Primer Evangelio, y sin duda influye mucho la situación de la comunidad en que así sea. Sabemos, también, que en Mateo importa en parte algunas de las discusiones de las escuelas rabínicas, y también que con muchísima frecuencia Jesús explica las Escrituras o el evangelista destaca su cumplimiento. El marco judío de Mt es evidente, como la no traducción de palabras o costumbres semíticas lo confirma. Sin embargo, es probable que en vida de Jesús la relación con los fariseos fuera mucho mejor que la que el evangelio refleja: los fariseos lo invitan a comer, no aparecen ligados a la pasión, hay fariseos dentro de su grupo y Jesús es conocido por sostener posiciones afines a ellos, como es el caso de la resurrección.

Pero veamos en cambio la situación que se vive en tiempos de Mateo: como sabemos, en tiempos de Jesús había muchos grupos dentro del judaísmo, y cada uno de ellos tenía sus propias teologías, sus lecturas de la ley, sus puntos de vista, etc. Sin embargo, después de la destrucción de Jerusalén por parte de los romanos, el judaísmo se unificó. Este proceso de suele identificar con un nombre: Jamnia. Jamnia es una ciudad de la antigua región filistea. Se ha propuesto que allí, cerca del año 90 los rabinos realizaron un concilio para fijar algunos criterios y unificar así la fe; su principal resultado fue la fijación del canon, es decir la lista de los libros que forman las Sagradas Escrituras. Como consecuencia de esto, todos los grupos que no aceptaron a Jamnia quedaron excluidos de Israel. Así, todo el judaísmo devino fariseo, y el cristianismo quedó excomulgado. Una redacción definitiva de las llamadas 18 bendiciones es una clara expresión de esto. Allí se declara malditos a los cristianos: “perezcan los nazarenos y los herejes en un instante” (Bendición 12ª). Sin embargo, no tenemos la certeza que tal concilio haya existido, al menos en este modo. Sin embargo, podemos hablar de “Jamnia” más que como acontecimiento como la culminación, o el momento central de un proceso de consolidación del judaísmo que llevó algo más de tiempo que un “concilio”. Con ese sentido simbólico lo utilizamos entonces. Pues bien, después de Jamnia el judaísmo se unificó, los cristianos fueron excluídos: ya no son Israel. No es extraño, entonces, ver en Mateo (y en Juan) un Evangelio que intenta deslegitimar a los lideres judíos de la comunidad (probablemente Antioquía) a fin de confirmar que el cristianismo es el grupo verdaderamente fiel a Israel, y que no lo son los fariseos (por tanto, el Jesús que se identifica con la comunidad critica a los fariseos de tiempos de la comunidad, no de tiempos de Jesús). Así, muchos elementos judíos del Primer Evangelio adquieren un nuevo valor y sentido.

Los fariseos del texto que comentamos se “han sentado” (en aoristo, con lo que se supone un momento puntual del pasado, ¿Jamnia?) en la cátedra de Moisés. El término “rabí” (literalmente “mi grande”) no existe como título hasta fines del s.I d.C. el marco cronológico del judaísmo de “Jamnia” es el marco más probable del Evangelio.

Se ha propuesto que en los capítulos finales Mateo sigue una suerte de esquema judicial: interrogatorio, sentencia, condena y el texto que ahora comentamos sería precisamente la sentencia que declara culpables a los fariseos; la sentencia será evidente con la caída de Jerusalén (24,2). Es bueno notar que aunque la unidad es evidente, hay una diferencia entre el “ellos” de la primera parte (aunque ver v.3) y el “ustedes” de la segunda. Los primeros se dicen en relación a Moisés, y quieren ser mirados, mientras que los segundos tienen a Dios y a Cristo. Los primeros, entonces, son judíos, los segundos son cristianos. Ciertamente en la primera parte se dice “no sean como ellos” mientras que en la segunda “ustedes no hagan”, con lo que entre los primeros y los segundos hay una cierta continuidad y también una ruptura.

Veamos brevemente ambas partes:

Jesús se dirige a la gente y a sus discípulos, no a los fariseos y escribas (el frente contra los discípulos está unificado; en tiempos de Jesús no era lo mismo ser “escriba” que “fariseo”). Este grupo se consideran “sucesores de Moisés”. La frase “hagan lo que ellos dicen” parece suponer que en tiempos de Mateo todavía hay miembros de las comunidad que siguen ligados a la sinagoga. Es probable. Pero sin embargo, más que una “visión positiva” de los fariseos, el texto parece decir que si saben, no tiene excusas para no “hacer”, no pueden argumentar ignorancia (“no saben lo que hacen”, Lc 23,34): no viven coherentes a la verdad que conocen. La carga en las espaldas de los demás recuerda el yugo que es imagen frecuente del discipulado (por la imagen de estar al servicio: 11,28-30; ver Lev 26,13; 1 Mac 1,15; Sir 51,26; Is 10,27; Jer 2,20; Lam 3,27; Sof 3,9; Hch 15,10), y este yugo es pesado: no practican la justicia, la misericordia y la fe (v.23). No mueven ni un dedo en favor de los demás. Lo que los escribas y fariseos hacen no es en favor de los demás sino de sí mismos: para ser mirados y aplaudidos. Los ornamentos son prácticas tradicionales: los tefillim (filacterias) son unos tubos que contiene textos de la ley amarrados a la frente y al brazo que se utilizan en la oración (ver Ex 13,9.16; Dt 6,8; 11,18 leídos literalmente). “Alargar” puede ser o alargar las cintas para que sean más visibles, o alargar los tiempos de oración. Los mantos (ver Núm 15,38-40; Dt 22,12) agrandados “muestran” la piedad (y Shammai y Hillel discuten sobre el tamaño). Lo que a los fariseos les interesa es “ser vistos”. Es interesante que el texto de Núm 15 recién citado dice expresamente: «Habla a los israelitas y diles que ellos y sus descendientes se hagan flecos en los bordes de sus vestidos, y pongan en el fleco de sus vestidos un hilo de púrpura violeta. Tendrán, pues flecos para que, cuando los vean, se acuerden de todos los preceptos de Yavé. Así los cumplirán (poiêsete) y no seguirán los caprichos de sus corazones y de sus ojos, que los han arrastrado a prostituirse. Así se acordarán de todos mis mandamientos y los cumplirán (poiêsete), y serán hombres consagrados a su Dios». Los flecos son un signo para que al verlos los lleve a cumplir los mandamientos. “Cumplir” es precisamente lo que los fariseos “no hacen” (mê poioûsin). La búsqueda de primeros lugares en banquetes y sinagogas es precisamente la pretensión de ser vistos. Sobre los banquetes es frecuente buscar resaltar el propio honor (especialmente en una sociedad en la cual el honor era el valor principal) sentándose al lado del anfitrión.

Gramaticalmente el texto produce un cambio: “pero ustedes”. Pasamos a la segunda parte, ahora se dirige a la comunidad. Esta debe tener una actitud diferente, otra dinámica, un sistema alternativo. Ahora Mt pretende que en la comunidad cristiana no se repitan esquemas “fariseos”, y parta ello recurre a la organización incipiente de la comunidad. El uso de títulos de la jerarquía es incompatible con el punto de partida principal: “todos ustedes son hermanos” (v.8). Es interesante que debiera esperarse “todos son discípulos”, pero probablemente para universalizar y que no parezca “discípulos de los Doce” recurre a la fraternidad.

Hay una triple prohibición: no llamarse ni rabí, ni padre (ambos títulos característicos en el judaísmo post-Jamnia y no anteriores), ni maestro... Es interesante que en Mateo sólo Judas llama a Jesús rabí (26,25.49). Quizá Mt esté criticando el modo en que se está organizando la estructura eclesiástica siguiendo el modelo rabínico (ver 13,52; 23,34); pero más importante que los títulos son los comportamientos, especialmente porque lo que aparece no es la imagen de fraternidad e igualdad que quiere dar, en el “nuevo orden” todos son hermanos (v.8), pero no es una “simple” fraternidad, ya que el Mesías se presenta como guía y maestro, y Dios es el padre. La motivación es teológica-cristológica. La inversión, característica del Reino es evidente: “quien se abaje, será elevado (por Dios, como lo indica la voz pasiva)”; un texto que refleja una idea muy tradicional y tiene apariencia de proverbio (Jb 22,29; Pr 29,23; Is 10,33; Ez 21,26; y también Ajicar 60: “si quieres ser exaltado, hijo mío, sé humilde ante Shamásh, que humilla al exaltado y exalta al humillado” ; y los rabinos: “El Santo exalta a quien se humilla a sí mismo y humilla a quien se exalta a sí mismo”. Al final de los tiempos (“será exaltado” por Dios en el futuro, es decir, en los tiempos finales), entonces, Dios mostrará que se ha guiado por criterios totalmente diferentes a los que mueven a quienes se miran a sí mismos. Este esquema, la Iglesia no debe repetirlo en su interior; la imagen de Iglesia que da Mt es la de una comunidad de hermanos y hermanas en las que no hay “señores” sino “servidores”.

Comentario

¡Qué duras nos parecen las críticas de Jesús a los fariseos! Pero si bien les cuestiona la hipocresía, parece estar de acuerdo con lo que proclaman (“hagan lo que dicen...”).

Para entender bien el texto, y no mal-interpretarlo, tenemos que tener en cuenta el tiempo en que se escribió el Evangelio de Mateo, y a quiénes se dirige: en época de Jesús, había muchos grupos diferentes entre los judíos, en cambio, en tiempos de Mateo, sólo había fariseos. Estos fariseos de tiempos de Mateo habían roto definitivamente con los cristianos, no así los de tiempos de Jesús. Mientras tanto, la comunidad de Mateo tenía muchos miembros que venian del judaismo y por lo tanto del ambiente fariseo. Por eso Mateo le da tanta importancia: el tema era preocupante en su comunidad.

Pero también el texto es de actualidad para nosotros hoy, porque entre nosotros, y en nosotros ronda siempre la tentación de "colar el mosquito y tragarnos el camello" (v. 24). De fijarnos en lo exterior y no mirar lo profundo, de quedarnos en la cáscara sin entrar en la médula de la vida. La tentación de la hipocresía, de mostrar lo que en verdad no somos, de buscar el aplauso o la alabanza, que nos llenen de títulos en lugar de dejar filtrarse a Dios en nuestra vida.

Muchas veces nos creemos, o hay quienes se creen, buenos cristianos por lo exterior que los rodea, por una obra de beneficencia más o menos importante, porque donamos algo a la Iglesia, porque somos queridos por la gente, o porque salimos en la TV... Y, hasta es probable, que lo que decimos sea muy bueno. No es para criticar a los fariseos de tiempos de Jesús que se escribió el Evangelio, sino para denunciar el fariseo que podemos tener en nuestras comunidades, o el que alentamos con nuestra mediocridad. Y para que sepamos dejarlo de lado y hacernos servidores de los hermanos.


23. Reflexión

Aunque este evangelio esta referido especialmente a los líderes religiosos (sea o no clérigo) no podemos negar que presenta la realidad de la soberbia que existe en todos nosotros. O, ¿quien podría negar, que cuando se presenta la ocasión, no busca tomar los puestos de honor, que su nombre esté entre luces de colores, que toda la gente hable de él… ser la estrella de su propia película? Sobre todo, esto ocurre en aquellos a los que Dios ha puesto al frente de cualquier grupo humano, desde el padre de familia hasta el ejecutivo, el político y el sacerdote. Se nos olvida con frecuencia que nuestra vida cristiana se manifiesta en la humildad, que el único importante en toda conversación es Cristo, que él es el único que merece el poder, el honor y la gloria, y que el elemento que plenifica nuestra vida es el servicio. Entrenémonos en esta Cuaresma tomando los últimos lugares y dándole el lugar de honor en nuestra vida a Cristo y sirviendo con alegría a los demás.

Que el Señor sea luz y lámpara para tu camino.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


24. Escribas y fariseos hipócritas

Fuente: Catholic.net
Autor: José Fernández de Mesa

Reflexión

Jesús en este texto del evangelio nos previene de un mal que puede afectar a cualquier cristiano: la soberbia y la falta de pureza de intención. En el evangelio este tipo de hombres se encarnan en las personas de los escribas y fariseos, si bien no todos eran así, como Nicodemo.

Debemos cuidar con especial esmero en nuestra vida no caer en el escollo de creernos superiores a los demás por nuestra vida espiritual, nuestro conocimiento de la doctrina de la Iglesia, del Evangelio, etc. La señal de que andamos por el sendero justo del cristianismo es la humildad. Cuando un alma a pesar de las largas horas de oración y de los actos de solidaridad con los necesitados, es soberbia, quiere decir que su vida espiritual cristiana no está fundada sobre los sólidos cimientos de las virtudes de Cristo.

¿Cómo podemos huir o evitar este escollo que frena nuestra santidad? Uno de los medios que nos propone este pasaje del evangelio es practicar la pureza de intención en todas nuestras obras. Tenemos que ser conscientes en todo momento de que somos criaturas de Dios. Cuando hagamos una obra buena debemos decirnos a nosotros mismos: “Siervo inútil. Has hecho tan sólo lo que debías”; como nos propone Cristo en otro texto del evangelio. Pidamos a Dios en esta cuaresma la virtud de la humildad para parecernos más cada día a Jesucristo.


25. Vivir como Cristo nos ha enseñado

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

Constantemente, Jesucristo nuestro Señor, empuja nuestras vidas y nos invita de una forma muy insistente a la coherencia entre nuestras obras y nuestros pensamientos; a la coherencia entre nuestro interior y nuestro exterior. Constantemente nos inquieta para que surja en nosotros la pregunta sobre si estamos viviendo congruentemente lo que Él nos ha enseñado.

Jesucristo sabe que las mayores insatisfacciones de nuestra vida acaban naciendo de nuestras incoherencias, de nuestras incongruencias. Por eso Jesucristo, cuando hablaba a la gente que vivía con Él, les decía que hicieran lo que los fariseos les decían, pero que no imitaran sus obras. Es decir, que no vivieran con una ruptura entre lo que era su fe, lo que eran sus pensamientos y las obras que realizaban; que hicieran siempre el esfuerzo por unificar, por integrar lo que tenían en su corazón con lo que llevaban a cabo.

Esto es una de las grandes ilusiones de las personas, porque yo creo que no hay nadie en el mundo que quisiera vivir con incongruencia interior, con fractura interior. Sin embargo, a la hora de la hora, cuando empezamos a comparar nuestra vida con lo que sentimos por dentro, acabamos por quedarnos, a lo mejor, hasta desilusionados de nosotros mismos. Entonces, el camino de Cuaresma se convierte en un camino de recomposición de fracturas, de integración de nuestra personalidad, de modo que todo lo que nosotros hagamos y vivamos esté perfectamente dentro de lo que Jesucristo nos va pidiendo, aun cuando lo que nos pida pueda parecernos contradictorio, opuesto a nuestros intereses personales.

Jesús nos dice: “El que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. ¡Qué curioso, porque esto parecería ser la contraposición a lo que nosotros generalmente tendemos, a lo que estamos acostumbrados a ver! Los hombres que quieren sobresalir ante los demás, tienen que hacerse buena propaganda, tienen que ponerse bien delante de todos para ser enaltecidos. Por el contrario, el que se esfuerza por hacerse chiquito, acaba siendo pisado por todos los demás. ¿Cómo es posible, entonces, que Jesucristo nos diga esto? Jesucristo nos dice esto porque busca dar primacía a lo que realmente vale, y no le importa dejar en segundo lugar lo que vale menos. Jesucristo busca dar primacía al hecho de que el hombre tiene que poner en primer lugar en su corazón a Dios nuestro Señor, y no alguna otra cosa. Cuando Jesús nos dice que a nadie llamemos ni guía, ni padre, ni maestro, en el fondo, a lo que se refiere es a que aprendamos a poner sólo a Cristo como primer lugar en nuestro corazón. Sólo a Cristo como el que va marcando auténticamente las prioridades de nuestra existencia.

Cristo es consciente de que si nosotros no somos capaces de hacer esto y vamos poniendo otras prioridades, sean circunstancias, sean cosas o sean personas, al final lo que nos acaba pasando es que nos contradecimos a nosotros mismos y aparece en nuestro interior la amargura.

Éste es un criterio que todos nosotros tenemos que aprender a purificar, es un criterio que todos tenemos que aprender a exigir en nuestro interior una y otra vez, porque habitualmente, cuando juzgamos las situaciones, cuando vemos lo que nos rodea, cuando juzgamos a las personas, podemos asignarles lugares que no les corresponden en nuestro corazón. El primer lugar sólo pertenece a Dios nuestro Señor. Podemos olvidar que el primer escalón de toda la vida sólo pertenece a Dios. Esto es lo que Dios nuestro Señor reclama, y lo reclama una y otra vez.

Cuando el profeta Isaías, en nombre de Dios, pide a los príncipes de la tierra que dejen de hacer el mal, podría parecer que simplemente les está llamando a que efectúen una auténtica justicia social: “Dejen de hacer el mal, aparten de mi vista sus malas acciones, busquen la justicia, auxilien al oprimido, defiendan los derechos del huérfano y la causa de la viuda”. ¿Somos conscientes de que lo que verdaderamente Dios nos está pidiendo es que todos los hombres de la tierra seamos capaces de poner en primer lugar a Dios nuestro Señor y después todo lo demás, en el orden que tengan que venir según la vocación y el estado al cual hemos sido llamados?
Si cometemos esa primera injusticia, si a Dios no le damos el primer lugar de nuestra vida, estamos llenando de injusticia también los restantes estados. Estamos cometiendo una injusticia con todo lo que viene detrás. Estaremos cometiendo una injusticia con la familia, con la sociedad , con todos los que nos rodean y con nosotros mismos.

¿No nos pasará, muchas veces, que el deterioro de nuestras relaciones humanas nace de que en nosotros existe la primera injusticia, que es la injusticia con Dios nuestro Señor? ¿No nos podrá pasar que estemos buscando arreglar las cosas con los hombres y nos estemos olvidando de arreglarlas con Dios? A lo mejor, el lugar que Dios ocupa en nuestra vida, no es el lugar que le corresponde en justicia.

¿Cómo queremos ser justos con las criaturas —que son deficientes, que tienen miserias, que tienen caídas, que tienen problemas—, si no somos capaces de ser justos con el Creador, que es el único que no tiene ninguna deficiencia, que es el único capaz de llenar plenamente el corazón humano?

Claro que esto requiere que nuestra mente y nuestra inteligencia estén constantemente en purificación, para discernir con exactitud quién es el primero en nuestra vida; para que nuestra inteligencia y nuestra mente, purificadas a través del examen de conciencia, sean capaces de atreverse a llamar por su nombre lo que ocupa un espacio que no debe ocupar y colocarlo en su lugar.

Si lográramos esta purificación de nuestra inteligencia y de nuestra mente, qué distintas serían nuestras relaciones con las personas, porque entonces les daríamos su auténtico lugar, les daríamos el lugar que en justicia les corresponde y nos daríamos a nosotros también el lugar que nos corresponde en justicia.

Hagamos de la Cuaresma un camino en el cual vamos limando y purificando constantemente, en esa penitencia de la mente, nuestras vidas: lo que nosotros pensamos, nuestras intenciones, lo que nosotros buscamos. Porque entonces, como dice el profeta Isaías: “[Todo aquello] que es rojo como la sangre, podrá quedar blanco como la nieve. [Todo aquello] que es encendido como la púrpura, podrá quedar como blanca lana. Si somos dóciles y obedecemos, comeremos de los frutos de la tierra”.

Si nosotros somos capaces de discernir nuestro corazón, de purificar nuestra inteligencia, de ser justos en todos los ámbitos de nuestra existencia, tendremos fruto. “Pero si se obstinan en la rebeldía la espada los devorará”. Es decir, la enemistad, el odio, el rencor, el vivir sin justicia auténtica, nos acabará devorando a nosotros mismos, perjudicándonos a nosotros mismos.

Jesucristo sigue insistiendo en que seamos capaces de ser congruentes con lo que somos; congruentes con lo que Dios es para nosotros y congruentes con lo que los demás son para con nosotros. En esa justicia, en la que tenemos que vivir, es donde está la realización perfecta de nuestra existencia, es donde se encuentra el auténtico camino de nuestra realización.

Pidámosle al Señor, como una auténtica gracia de la Cuaresma, el vivir de acuerdo a la justicia: con Dios, con los demás y con nosotros mismos.


26.¿Quien podría negar, que cuando se presenta la ocasión, no buscamos tomar los puestos de honor, que nuestro nombre esté entre luces de colores, que toda la gente hable de nosotros, ser la estrella y el centro de todo?

Sobre todo, esto ocurre en aquellos a los que Dios ha puesto al frente de cualquier grupo humano, desde el padre de familia hasta el ejecutivo, el político y el sacerdote. Se nos olvida con frecuencia que nuestra vida cristiana se manifiesta en la humildad, que el único importante en toda conversación y compromiso es Cristo, que él es el único que merece el poder, el honor y la gloria, y que el elemento que plenifica nuestra vida es el servicio.


27. DOMINICOS 2004

"Buscad la justicia, defended al oprimido"

La luz de la Palabra de Dios
1ª Lectura: Isaías 1,10.16-20
¡Escuchad la palabra del Señor, jefes de Sodoma; prestad oído a la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra! Lavaos, purificaos, alejad vuestras malas acciones de mis ojos; dejad de hacer el mal. Aprended a hacer el bien, buscad lo que es justo, socorred al oprimido, haced justicia al huérfano, defended a la viuda.

Venid, pues, y discutamos, dice el Señor. Aunque vuestros pecados sean como la grana, blanquearán como la nieve; si fueren rojos cual la púrpura, se volverán como la lana. Si sois sumisos y obedientes, comeréis los frutos del país; pero si resistís y os rebeláis, seréis devorados por la espada. Lo ha dicho el Señor.

Evangelio Mateo 23,1-12
Entonces Jesús dijo a la gente y a sus discípulos: «Los maestros de la ley y los fariseos se sientan en la cátedra de Moisés. Haced y guardad lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas e insoportables y las echan a los hombros del pueblo, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas. Hacen todas sus obras para que los vean los demás. Ensanchan sus filacterias y alargan los flecos del manto. Les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y en las sinagogas, ser saludados en las plazas y que los llamen ¡maestros!

Pero vosotros no os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. A nadie en la tierra llaméis padre, porque uno solo es vuestro Padre, el celestial. Ni os dejéis llamar preceptores, porque uno solo es vuestro preceptor: el mesías. El más grande de vosotros que sea vuestro servidor. Pues el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado».

Reflexión para este día.
“Purificaos, apartad de mi vuestras malas acciones, aprended a obrar bien; buscad la justicia, defended al oprimido”.
Dios nos recuerda lo que desea y espera de los creyentes: Renunciar comportarnos mal y decidirnos a obrar y sembrar el bien. No le importa ya el mal que hayamos hecho. Él puede y sabe perdonarnos todo: “Aunque vuestros pecados sean como la grana, aunque sean rojos como escarlata, quedarán blancos como la nieve”. Ese es el fruto limpio del amor de Dios para quien se arrepiente y se deja transformar por Él. Eso es lo que le importa a Dios: Que, guiados por la justicia y el amor, busquemos la liberación de los oprimidos, defendamos a los huérfanos, a las viudas desamparadas... En definitiva, que colaboremos por el bien y la justicia para todos.

En armonía con ese mensaje de Dios, a través del profeta Isaías, Jesús en persona nos ofrece las claves y las pautas de vida para quienes le seguimos: La sinceridad y la coherencia en nuestra conducta. Una de las actitudes que más le duelen al Señor es la mentira, la falsedad y la incoherencia. Jesús se lo dijo abiertamente a los creyentes de turno y hoy a nosotros: “En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen”. Eran los custodios responsables de la Ley, pero “se la cargaban sobre los hombros de los demás y ellos no la cumplían”. Jesús, que ha venido completar, a llenar la Ley verdad y de sentido quiere más sinceridad y acogida de quienes hemos decidido ser sus discípulos.

Para los cristianos, el verdadero Maestro es Jesús: “Uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos”. De esta verdad nace el desafío para los cristianos: Responder fiel y decididamente a Jesús. Un seguimiento humilde, sencillo y servicial. Un seguimiento sin pretender poder humano, prestigio; sin afán de mando y dominio. El Señor nos dice: “No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo”. Jesús quiere que nuestra respuesta pretenda un solo objetivo: Reconocer y defender la dignidad de cada persona. Con esta actitud dinámica, reflejo de nuestro amor cristiano, nos situamos los primeros en el Reino: “El primero entre vosotros será vuestro servidor”.


28. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Los fariseos. Quizá uno de los grupos bíblicos más conocidos por creyentes y no creyentes. Ya su nombre forma parte del imaginario social y hasta del Diccionario de la Real Academia: “hipócrita, persona que quiere parecer buena sin serlo”.

Actualmente, la exégesis y la historia nos dicen que en tiempos de Jesús, los fariseos no solo no tenían esta fama sino que posiblemente, ni eran tan contrarios al Evangelio ni eran tan “fariseos” como los evangelistas nos han transmitido. No es que quisieran mentirnos sobre ellos; simplemente reflejan una realidad cronológicamente posterior a Jesús. En todo caso, lo que nos interesa es el prototipo de persona y de creyente que el fariseo representa. Esa actitud rígida, prepotente y engañosa que todos guardamos en menor o mayor medida en nuestro corazón.

No es difícil leer el Evangelio de hoy y quedarnos en aquello de los Maestros, de los Jefes y de los Padres... porque todos tenemos algún “jefe o maestro o padre” en quien pensar, pero difícilmente nos lo aplicamos a nuestros campos personales de poder o prestigio. Más provechoso sería hacernos algunas preguntas:

- Tal como vivo, tal como soy en este momento, ¿a quiénes estoy haciendo fácil el camino y a quiénes les estoy suponiendo una dificultad añadida, como un fardo pesado?

- ¿Cuándo fue la última vez que mandaste hacer algo que tú mismo no estás cumpliendo?, ¿cuánto tiempo hace que hiciste un reproche a alguien (diciéndoselo o simplemente en tu cabeza) con toda la indignación del mundo, sabiendo que tú estás haciendo cosas parecidas en ese o en otros ámbitos?

- Cuando tienes algún gesto de servicio hacia alguien, cuando renuncias a un bien que “te pertenece”, cuando ayunas o das limosna o te comprometes contra alguna injusticia, ¿por qué lo haces? ¿es importante que alguien te vea? ¿necesitas hacerlo para sentirte bien contigo mismo? ¿cuál es tu motivación en lo profundo de tu alma?

Y ya sabes, hagas lo que hagas, ganarás en libertad y en autenticidad si no lo haces para que la gente te vea . Ni siquiera Dios. Con Él no tienes que aparentar. Sé lo que eres.

Vuestra hermana en la fe,

Rosa Ruiz, rmi (rraragoneses@hotmail.com)


29. LECTURAS: IS 1, 10. 16-20; SAL 49; MT 23, 1-12

Is. 1, 10. 16-20. Si buscamos al Señor para encontrarlo como a un Padre lleno de amor por nosotros, es porque antes nosotros supimos encontrarnos con nuestro prójimo, no como con un extraño, sino como con un hermano a quien amamos y por cuyo bien nos preocupamos. Lavarnos de nuestras culpas, quitar de nuestras manos los crímenes, significa aceptar que Dios sea quien nos renueve y nos purifique de todo pecado. ¿Cómo podemos ver a Dios como Padre nuestro, si sólo vamos a Él para que nos defienda y nos libre de nuestros enemigos aquí en la tierra, para que nos socorra en nuestras necesidades temporales, pero no para que nos ayude a caminar en el amor? Dios sabe todo lo que necesitamos aún antes de que se lo pidamos. No busquemos sólo las cosas terrenas; busquemos más bien el Reino de Dios y todo lo demás el Señor nos lo dará por añadidura. Convertirnos a Dios nos ha de llevar, incluso, a renunciar a nosotros mismos. Cuando seamos capaces de dar nuestra vida para que nuestro prójimo viva con mayor dignidad su ser de hijo de Dios, entonces Dios abrirá sus oídos ante nuestros ruegos, pues Él sabrá que no vamos sólo buscando acaparar los dones de Dios, sino que vamos para que nos convierta en portadores de su amor y de su gracia.

Sal. 49. Ya el Señor reclamaba a los suyos: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Dios no quiere sólo nuestras oraciones. Dios no se conforma con el culto que le tributamos, incluso ofreciéndole sacramentalmente a su Hijo. Dios nos quiere a nosotros. Dios quiere que le pertenezcamos con un corazón indiviso. No podemos presentarle al Señor nuestras ofrendas sólo para tenerlo de parte nuestra, mientras nos dedicamos a ser unos malvados. Dios no se deja comprar por nada ni por nadie, pues Él es el dueño de todo y también de nuestra vida. Busquemos al Señor, démosle culto con nuestra Acción de Gracias, ofrezcámosle el culto que le es agradable porque somos nosotros quienes, con un corazón humilde, nos ponemos en sus manos para que lleve a buen término su obra de salvación en nosotros.

Mt. 23, 1-12. No podemos convertirnos en traficantes de Dios ni de la fe, para buscar nuestra gloria temporal o nuestros intereses personales. Dios nos quiere totalmente comprometidos con su Evangelio, de tal forma que, a la luz del Espíritu Santo, seamos instruidos en Él y seamos los primeros en hacerlo vida en nosotros. Efectivamente la Palabra de Dios debe encontrar en nosotros un terreno fértil y no sólo una mente capaz de entender las palabras de Dios para anunciárselas a los demás, mientras uno se queda vacío de la Salvación, que nos llega por escuchar la Palabra de Dios, y por creer en Aquel que no sólo es el centro del Evangelio, sino el Evangelio viviente del Padre: Cristo Jesús. Si lo hemos aceptado como nuestro Dios y Salvador, entonces también nosotros seremos un evangelio viviente del amor y de la misericordia de Dios para los demás. Vivamos nuestra fe sin hipocresías. No digamos una cosa y hagamos otra. Dios nos quiere testigos suyos. La Salvación no sólo se debe anunciar con los labios; nosotros debemos ser un signo creíble de esa salvación a través de nuestras buenas obras, nacidas de un corazón que se ha llenado de Dios.

La Eucaristía nos introduce en la intimidad de Dios. Su amor llega a nosotros plenamente. Dios, nuestro único Dios y Padre, nos une como hermanos en torno suyo. Jesús, nuestro único Guía y Maestro, nos instruye no sólo con su Palabra, sino con su ejemplo de amor que nos tiene hasta el extremo. Aquel que es principio y cabeza de la Iglesia, Aquel sin el cual nada podemos hacer, se hizo el servidor de todos, dando su vida para rescatarnos del pecado y de la muerte y llevarnos consigo a su Gloria. Nosotros, que creemos en Él, reunidos en esta Comunidad de fe, no podemos sino vivir comprometidos en seguir las huellas del Señor de la Iglesia para que Él continúe amando, perdonando y remediando las necesidades de todas las gentes. Entremos, pues, en comunión de vida con el Señor, no para buscar nuestra gloria, sino la gloria de Dios sirviendo amorosamente a nuestro prójimo.

Quienes seguimos las huellas de Cristo no sólo tratamos de que otros vivan su fidelidad al Señor. No sólo cargamos las miserias de los demás con un dedo. Cargamos la cruz completa, la cruz de sus pecados, pobrezas y sufrimientos para hacerles más llevadera la vida. Salvar a los demás es acercarnos a ellos para hacerles más ligero su camino por la vida, no para cargarlos de preceptos y amenazas que les hagan perder la paz, la alegría y la seguridad de que Dios a pesar de sus miserias, los sigue amando. El procurar el bien de los demás; el darlo todo por ellos no debe servir para que los demás nos alaben, pues no actuamos en nombre propio, sino en el Nombre de Jesucristo, quien dio su vida por nosotros. Por eso al final no debemos esperar el aplauso ni las condecoraciones por nuestros servicios. Humildemente nos hemos de inclinar ante el Señor y reportar hacia Él todo honor y toda gloria. Finalmente nosotros sólo somos siervos inútiles que no hicieron otra cosa, sino aquello que se nos ordenó hacer.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir libres de toda maldad por aceptar en nosotros el amor y la misericordia que Dios nos ofrece. Llenos así de Dios, que Él nos conceda servir a los demás con gran amor para que encuentren en la Iglesia de Cristo el alivio de sus penas y el perdón de sus pecados. Amén.

www.homiliacatolica.com


30. ARCHIMADRID 2004

LOS “JESUSÓLOGOS”

Vamos a humillarnos un poquito más, no te preocupes, la humillación cristiana no es una fabrica de “depres” sino que abre las puertas a la misericordia, a la felicidad, a la verdadera alegría.

No he visto la película de “La pasión” de Mel Gibson aunque creo que iré a verla cuando la estrenen en España, pero ciertamente se han derramado litros y litros de tinta a favor y en contra. Cuando la vea tendré mi opinión y seguramente me la guardaré, pero el otro día leía un titular que decía: “Expertos en Jesús hallan errores en filme de <La Pasión>”. Me hizo gracia la expresión: “Expertos en Jesús”; ¿Qué son? ¿Cómo los llamaremos?… ¿Jesusólogos?. Conozco historiadores que conocen profundamente la historia de Israel en la época de Jesucristo, teólogos que profundizan en la fe y en la persona del Verbo encarnado, hasta “piratas” de las Sagradas Escrituras que te lanzan una cita a la cara en cuanto estás descuidado pero ¿expertos en Jesús?. El experto es el experimentado en algo y la experiencia es el “hecho de haber sentido, conocido o presenciado alguien algo”. Un médico puede ser experto en partos, haber asistido a cientos, pero nunca será experto en ser madre.

¿Expertos en Jesús? Experiencia de encontrarse con Cristo tenemos que tenerla tú y yo, porque no seguimos a un cadáver, seguimos a Cristo vivo y actuante en la historia, en nuestra vida. “Lavaos, purificaos, apartad de mí vista vuestras malas acciones: cesad de obrar mal, aprended a obrar bien, buscad la justicia, defended al oprimido, sed abogados del huérfano, defensores de la viuda. Entonces, venid y litigaremos- dice el Señor”. Quien no se ha encontrado con Cristo se justifica, se convierte en “Jesusólogo”, en arqueólogo de sus intereses, “lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar”. Si de verdad te encuentras con Cristo te encontrarás con “el que vive” y no querrás hacerle la autopsia, le reconocerás como “maestro”, como “Señor” y te encontrarás con tu Padre del cielo.

A lo mejor piensas que es una meta muy alta, que no tienes nada de místico. Me contaron una vez que un Obispo de Madrid, hace muchos años, decía a sus sacerdotes que no se dejasen llamar místicos. Cuando le preguntaban el por qué contestaba que una vez, estando en un monasterio haciendo ejercicios espirituales, vio pasar por el campo a un aldeano que azuzaba a su asno con una vara y le gritaba: “¡Místico anda!., ¡Arre Místico!”. Se acercó el prelado a preguntar cómo le había puesto semejante nombre al pollino a lo que el labriego contestó: “¿A éste?, pues porque mueve mansamente la cabeza hacia un lado, luego hacia al otro y después hace lo que le sale de las narices”.

Madre nuestra, que nosotros no hagamos lo que nos salga de los hocicos (con perdón, quiero decir de los apéndices nasales), que no seamos “místicos borricos” sino que recordemos lo que buscamos esta semana: “el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Así te encontrarás con Cristo.