TIEMPO DE ADVIENTO

 

DÍA 18

 

1.- Jr 23, 5-8

1-1.

En el Evangelio de este día, Mateo insistirá sobre el título "José, hijo de David". Toda una tradición presentaba al Mesías como un descendiente de la familia de David.

-Oráculo del Señor: Mirad que vienen días en que suscitaré a David un «Germen justo».

Ese oráculo de Jeremías está inserto en un contexto de duras condenas por parte de los reyes de Judá. La dinastía davídica está en plena decadencia, y suscita la cólera de Dios (Jr 21 y 22): incapacidades, injusticias sociales, alianzas idolátricas, crímenes políticos, mala conducta personal... El panorama es muy negro.

«Ay de los pastores que dejan que perezca el rebaño de mi pastizal, ¡oráculo del Señor!»

«Pero mirad, que vienen días en que nacerá un verdadero rey.»

Reinará como verdadero rey, será inteligente y prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra.

De modo que, en la humanidad pecadora hay un «germen justo», un germen de Dios. En la dinastía de David, tan condenable, hay un germen de Mesías.

Tú Señor, ves en mí, en germen, todas las posibilidades de santidad.

Imagen casi biológica: el "germen" es el comienzo del ser.

Lo que contiene toda la potencia de vida que irá desarrollándose. Minúsculo, casi invisible, el germen posee todo el poder que se manifestará esplendoroso a pleno día.

Son cualidades del rey esperado, del Mesías, de Jesús, ser un verdadero jefe, inteligente, bueno y justo.

¿No es esto lo que está esperando la humanidad HOY y siempre? ¡Que la prudencia rija en los responsables a todos los niveles! ¡Que el derecho y la justicia presidan las relaciones entre los hombres! Que a los problemas humanos se les apliquen soluciones sensatas. Sin saberlo, quizá todo ello es un esperar a Cristo. El mundo, sin darse cuenta, espera a este Cristo prudente, recto y justo; y esto no se realiza más que mediante la mediación de un hombre.

HOY puedo yo cooperar en esa obra de Cristo.

-En sus días estará a salvo el reino de Judá, e Israel vivirá en seguro. Y éste es el nombre que se le dará: «El Señor-justicia-nuestra.

Un rey-mesías cuyo nombre es simbólico.

Los nombres tienen mucha importancia para la mentalidad semítica: caracterizan a la persona. Un hombre que no es por sí mismo su propia justicia. Un hombre investido de la misma justicia de Dios.

Cuando trato de ser más justo, en realidad "es el Señor mi justicia".

-Mirad que vienen días en que no se dirá más: «El Señor hizo... en el pasado,» sino: «El Señor hace... hoy».

Los judíos, del tiempo de Jeremías, solían, como nosotros, referirse al pasado: antes se hacía esto... Una vez Dios hizo que los hijos de Israel salieran del país de Egipto... Jeremías reacciona. Nunca más se dirá esto. Porque, es HOY cuando Dios libera de la esclavitud a su pueblo; es HOY cuando Dios reúne a sus hijos dispersos y les instala en su propio pueblo.

Efectivamente, el Señor vive, es un contemporáneo, su acción es actual; pero la mayoría de las veces no sabemos reconocer su obra.

Ayúdanos, Señor, a reconocer lo que ahora estás haciendo por nosotros.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 44 s.


1-2.

-"Pero ... mirad que llegan días".

De modo que en la humanidad pecadora hay un vástago legítimo, un germen justo, un germen de Dios. En la dinastía de David, tan condenable, hay un germen de Mesías.

Conociendo el curso de la historia y el progreso de la revelación, nosotros sabemos que esta esperanza y promesa de Jeremías sólo en Cristo se cumplió y de un modo que sobrepasó infinitamente todas las previsiones humanas. Dios no sólo ha sido nuestra justicia sino que incluye también presencia y acción salvadora. Se ha hecho "Dios con nosotros". Enmanuel.

-"Mirad que llegan días...".

El futuro misterioso que iniciará este vástago legítimo -el Mesías- será de tal magnitud, que el gran acontecimiento del Éxodo, punto clave en la historia del pueblo, quedará convertido en simple recuerdo tipológico de esta nueva liberación de todas las esclavitudes humanas. El vástago se llama Jesús, que quiere decir Salvador.


2.- Mt 1, 18-25

2-1.

VER ADVIENTO 04A


2-2.

Ocho días antes de Navidad, la Iglesia nos propone "los evangelios de la infancia". Estas páginas tienen un carácter particular, bastante diferente al resto del Evangelio: los evangelistas no han sido testigos directos, como lo fueron de los sucesos que vivieron con Jesús, desde su bautismo hasta su ascensión. Recordemos que con estos acontecimientos comienza el relato de Marco.

Mateo y Lucas recogieron los datos y detalles que se nos dan sobre la infancia de Jesús; de las confidencias de María.

Con este "dato histórico" de base han elaborado una especie de "prólogo teológico", algo así como un músico compone una "obertura" donde esboza los temas esenciales que luego desarrollará. Mateo, por ejemplo, subraya todos los signos que muestran que Jesús "cumplió todas las promesas de Dios": él considera los relatos de la infancia de Jesús como un enlace entre el Antiguo y el Nuevo Testamento... Jesús es verdaderamente aquel que Israel esperaba, el que fue prometido a Abraham y David, el nuevo Moisés. Lucas, por su parte, subraya que Jesús es el salvador universal, prometido también a los paganos, a los gentiles.

Veremos, en particular, que estos "evangelios de la infancia" remiten a menudo a textos y situaciones de la Biblia.

Con su apariencia ingenua e infantil, son textos ricos en doctrina, que deben leerse con Fe.

-Y el nacimiento de Cristo fue de esta manera: María...

María es la que está en el centro de los relatos que leeremos hasta Navidad.

-María, su Madre, estando desposada con José, antes que hubiesen vivido juntos, se halló que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo.

En esta frase tan sencilla hay dos niveles de profundidad.

1.Un acontecimiento humano, lleno de encanto, que contemplo en primer lugar: una muchacha, muy joven... entre 15 y 20 años, según costumbre de la época en oriente... una joven prometida... una novia feliz... Para evocarlo pienso en mi propia experiencia -si he sido novia-: esos días de espera, de dicha. Observo a mi alrededor la alegría de las jóvenes parejas... que se tratan.

2.Pero, otro acontecimiento misterioso interviene ya en esta pareja: sin haber tenido relaciones sexuales, están esperando un hijo. La fórmula es una fórmula teológica: "ella concibió por obra del Espíritu Santo". Este niño no es un niño ordinario. De El, se dirá más tarde que es "hombre y Dios". Pero ya está sugerido aquí, en este prólogo del evangelio.

-José, su esposo, siendo como era justo y no queriendo denunciarla...

Todo lo que sigue está enunciado por Mateo siguiendo un esquema literario convencional, es una "anunciación" un anuncio de nacimiento, narrada como otras muchas anunciaciones a lo largo de la Biblia. En cada una se encuentra: 1ª La aparición de un ángel... 2º La imposición de un nombre, característico de la función del personaje que nace... 3º Un signo dado como prenda, a causa de una dificultad particular.

-José, hijo de David, no tengas recelo... Le pondrás por nombre "Jesús" que significa "El Señor salva", pues El es el que ha de salvar a su pueblo. Todo lo cual se hizo en cumplimiento de lo que preanunció el Señor por el profeta Isaías.

Filiación davídica; una promesa de Dios se realiza.

Un salvador: una promesa de Dios.

Una nueva Alianza: "Emmanuel" Dios-con-nosotros...

¡Estaba prometido! Contemplo la delicadeza de José... este justo, capaz de entrar en los secretos de Dios. Dios necesita de los hombres. He aquí un matrimonio, marido y mujer que recibe una responsabilidad excepcional.

¿No soy yo también responsable de un cierto "nacimiento" de Dios, hoy?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 44 s.


2-3.

1. Esta vez es Jeremías el que pronuncia una profecía llena de esperanza.

Dios tiene planes de salvación para su pueblo, a pesar de sus infidelidades. Le promete un rey nuevo, un vástago de la casa de David. En contraste con los dirigentes de la época, éste será un rey justo, prudente, que salvará y dará seguridad a Israel, y se llamará «el Señor, nuestra justicia».

Sigue en pie el amor de Dios a su pueblo. Le libró una vez de Egipto, en el primer éxodo, prototipo de todos los demás. Pero será igual de famosa la próxima intervención de Dios, cuando los libere del destierro de Babilonia y les haga volver a Jerusalén. Sigue en marcha la historia de la salvación: con debilidades continuas por parte del pueblo y con fidelidad admirable por parte de Dios.

De nuevo el salmo 71 canta al rey ejemplar, que gobierna con justicia, que escucha los clamores de los pobres y oprimidos y sale en su defensa.

Ningún rey del A.T. cumplió estas promesas. Por eso, tanto el pasaje de Jeremías como el salmo se orientaron claramente hacia la espera de los tiempos mesiánicos. Nosotros, los cristianos, los vemos cumplidos plenamente en Cristo Jesús.

2. El anuncio del ángel a José nos sitúa ya en la proximidad del tiempo mesiánico.

La interpretación que de esta escena hacen ahora los especialistas nos sitúa a José bajo una luz mucho más amable. No es que él dude de la honradez de María. Ya debe saber, aunque no lo entienda perfectamente, que está sucediendo en ella algo misterioso. Y precisamente esto es lo que le hace sentir dudas: ¿es bueno que él siga al lado de María? ¿es digno de intervenir en el misterio?

El ángel le asegura, ante todo, que el hijo que espera María es obra del Espíritu. Pero que él, José, no debe retirarse. Dios le necesita. Cuenta con él para una misión muy concreta: cumplir lo que se había anunciado, que el Mesías sería de la casa de David, como lo es José, «hijo de David» (evangelio), y poner al hijo el nombre de Jesús (Dios-salva), misión propia del padre.

«Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel». Admirable disponibilidad la de este joven israelita. Sin discursos ni posturas heroicas ni preguntas, obedece los planes de Dios, por sorprendentes que sean, conjugándolos con su profundo amor a María. Acepta esa paternidad tan especial, con la que colabora en los inicios de la salvación mesiánica, a la venida del Dios-con-nosotros. Deja el protagonismo a Dios: el Mesías no viene de nosotros. Viene de Dios: concebido por obra del Espíritu.

La alabanza que se hizo a María, «feliz tú porque has creído», se puede extender también a este joven obrero, el justo José.

3. a) ¿Acogemos así nosotros, en nuestras vidas, los planes de Dios?

La historia de la salvación sigue. También este año, Dios quiere llenar a su Iglesia y al mundo entero de la gracia de la Navidad, gracia siempre nueva.

Nos quiere salvar, en primer lugar, a cada uno de nosotros de nuestras pequeñas o grandes esclavitudes, de nuestros Egiptos o de nuestros destierros. Durante todo el Adviento nos ha estado llamando, invitándonos a una esperanza activa, urgiéndonos a que preparemos los caminos de su venida.

Él nos acepta a nosotros. Nosotros tenemos que aceptarle a él y salirle al encuentro.

b) Y a la vez, como a los profetas del A.T., y ahora a José, nos encarga que seamos heraldos para los demás de esa misma Buena Noticia que nos llena de alegría a nosotros y que colaboremos en la historia de esa salvación cercana en torno nuestro. ¿A quién ayudaremos en estos días a sentir el amor de Dios y a celebrar desde la alegría la Navidad cristiana?

No somos nosotros los que salvaremos a nadie. También aquí es el Espíritu el que actúa. Nuestra «maternidad-paternidad» dejará el protagonismo a Dios, que es quien salva.

Pero podemos colaborar, como José, desde nuestra humildad, a que todos conozcan el nombre de Jesús: Dios-salva.

«Concédenos, Señor, a los que vivimos oprimidos por el pecado, vernos definitivamente libres por el renovado misterio del nacimiento de tu Hijo» (oración)

O Adonai

«Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel,
que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente
y en el Sinaí le diste tu ley:
ven a librarnos con el poder de tu brazo»

«Adonai» es otro nombre de Yahvé, que subraya su cualidad de Señor, Guía y Pastor de la casa de Israel.

En el A.T. en verdad Dios guió y salvó a su pueblo, con brazo poderoso, de la esclavitud de Egipto, sirviéndose de su siervo Moisés.

Ahora le pedimos que también nos salve a nosotros de tantas esclavitudes que nos pueden agobiar, enviándonos al nuevo Moisés, Cristo Jesús. A pesar de la humildad de Belén, nosotros, juntamente con todo el N.T., vemos en Jesús al Kyrios, al Señor que Dios ha enviado para salvarnos con brazo poderoso.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Págs.76-79


2-4.

Jeremías 23, 5-8: Reinará como rey prudente y administrará justicia y derecho en la tierra

Salmo 71 (72): En tu justicia líbrame y sálvame

Mateo 1,18-24. El salvará a su pueblo de los pecados

Frente a la situación de injusticia en que el pueblo vivía constantemente y que parecía algo irremediable, los profetas destacan siempre en sus palabras que el Mesías esperado restablecerá la justicia. Se trata de un nuevo orden, de unas nuevas relaciones con Dios y con el prójimo. La justicia como la entendían los profetas era condición indispensable para la paz. Por eso Jeremías después de hablar del rey justo, añade como consecuencia natural: Israel vivirá en paz. El salmo vuelve una y otra vez sobre esa idea. Los frutos de la justicia serán: la cesación de la opresión y la violencia; la abundancia del trigo y la prosperidad de las naciones.

En el evangelio Mateo nos presenta el proceso del matrimonio de María. En esa escena aparecen tres personajes: José, María y el ángel. María está desposada, pero aún no se ha realizado el traslado de la esposa a la casa de José quien ignora la acción que el Espíritu había efectuado en María; por eso decide abandonarla en secreto. El ángel del Señor, que representa a Dios, interviene para aclarar la situación. Y José, símbolo del pueblo fiel, acepta la misión que se le ha encomendado.

Por ser el padre legal de Jesús, le toca imponerle el nombre: Jesús que significa "el Señor salva". Pero ahora el nombre adquiere toda su plenitud. El ángel dice: porque el salvará a su pueblo de sus pecados, es decir, hará lo que es propio del Mesías, restablecer la justicia; en pocas palabras, librar al ser humano de su avaricia, de su orgullo, de sus ambiciones; y no se trata solamente de una liberación material y terrena: aquí la salvación es total, integral. La persona (en todas sus dimensiones: social, espiritual, corporal) va a experimentar la salvación y ésta es obra de Jesús. Una misión que aún no ha llegado a su fin, porque los seres humanos no han querido aceptar a Jesús como salvador. Lo aceptan como profeta, como maestro de moral, como líder espiritual, pero no como el Mesías que viene a establecer su reino en la verdad, la humildad, en el servicio y en la paz.

Nosotros cómo consideramos a Jesús. ¿Necesitamos de alguien que nos revele el misterio de Jesús? Cuando América Latina descubra lo que significa el compromiso con el Reino, se implantará la justicia: los pobres serán menos pobres, los ricos menos ricos, y eso será así porque todos nos amaremos como Jesús nos enseño a amar.

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2-5.

Jer 23, 5-8: El texto presente está encerrado dentro de un oráculo de sentencia contra el Rey Sedecías. Comienza en el verso primero, con una maldición: "Rey de los pastores que dispersan y extravían las ovejas de mi rebaño". Termina el primer bloque del oráculo con una promesa de salvación: Dios dará un descendiente a la dinastía de David, que administrará la justicia y el derecho en todo el país. Este vástago legítimo será un rey pendiente y llevará el nombre de "Yavé, nuestra justicia". Es evidente el juego de los nombres: "Sedecías" (Sidgiyahu) quiere decir: "El Señor mi justicia". Pero Sedecías no garantizó la justicia, ni conservó la paz, ni salvó a su pueblo, y se resistió al mensaje de Jeremías. Por eso el sucesor prometido llevará el nombre: "Yavé, nuestra justicia" (yosidgenu). La tradición y la liturgia han visto en este descendiente futuro y lejano, a Jesús, el Mesías esperado.

Mt 1, 18-24: María está comprometida. En las costumbres judías este compromiso daba los derechos de matrimonio, sobre todo los de vida marital. Sólo que la mujer seguía viviendo bajo la autoridad y en la casa de su padre. En la sociedad judía de entonces, muy machista, la mujer era propiedad del hombre. No tenía derechos y debía ser protegida por un hombre, ya fuera su padre, su esposo o su hijo. Por eso la situación más miserable era quedar viuda y sin hijos (Lc 7, 11-15).

El desconcierto de José es comprensible al notar que María está embarazada sin haber convivido con él. La ley mandaba denunciar a la mujer que había tenido relaciones con otro fuera de su prometido y apedrearla frente a la casa de su padre (Deut 22, 13-21). José ama demasiado a María como para poder desacreditarla. Por eso decide abandonarla en secreto. La intervención de Dios se hace necesaria para que José acceda al misterio de la Encarnación. El escritor penetra con gran respeto en la intimidad de esta pareja de jóvenes esposos y no osa deshojar el misterio de la Mujer-Virgen que engendra y da a luz para el mundo al Hijo de Dios.

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2-6.

Jer 23,5-8: Esperanza de un tiempo de paz.

Mt 1,18-24: Anuncio del ángel a José sobre el nacimiento de Jesús.

Jeremías plantea un gran desafío. Frente a un pueblo desmembrado, dividido, con el reino del norte desmantelado y las amenazas a Judá que le toca soportar, él anuncia un tiempo de restauración. Para Jeremías llegará el tiempo de un reinado bajo el dominio de la justicia, de un rey justo, a la vez que se acerca el tiempo del retorno de Israel, considerado como un nuevo éxodo.

En medio de la devastación Jeremías opta por un mensaje de esperanza. Ahora bien, estas palabras no sonaron bien ante los poderosos. Porque para Judá, Israel era su enemigo, y su rey era justo (eso significa Sedecías), por lo tanto, anunciar "otra justicia" significa poner en duda la actual.

En verdad Jeremías era un gran crítico y cuestionador del poder establecido (nada nuevo entre los profetas, por otra parte). A tal punto que este mensaje se encuentra como el final de su gran discurso en contra de los pastores del pueblo (las autoridades) y antecede a las criticas a los falsos profetas, o sea a los que predicaban lo que el rey quería escuchar.

Es por eso que, unos capítulos más adelante Jeremías es apresado. Pero sigue vigente su mensaje de esperanza, de libertad, de justicia, de unidad. Ahora bien, ¿un mensaje así es causa de martirio?, ¿un mensaje de paz es causa de prisión?

Decididamente sí. Porque el mensaje de paz, de unidad, de justicia y libertad, no es neutral en la voz de los profetas. No se trata de mensajes abstractos, ni desencarnados. El mensaje de paz está en contra de los deseos de la guerra, el mensaje de unidad está en contra de quienes se benefician con la división, el mensaje de la justicia que se aproxima está en contra de quienes se presentan en ese momento como justos o administradores de justicia, el mensaje de libertad está en contra de los opresores.

Para los profetas no exigen los mensajes que dejen contento a todo el mundo. Aun aquello sobre lo cual parecería que no hay discusión, es punto de conflicto al momento de pronunciarlo.

No hay mensajes adornados. Las palabras sobre la libertad siempre serán duras cuando se dirigen al opresor.

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2-7.La vida de Jesús tuvo una importancia transcendental. Cuando se escriben los evangelios alguien se tomó la molestia, al proponer su vida, de hacer ver que su importancia se remitía a su concepción y nacimiento. María había contraído esponsales con José cuando quedo encinta, pero la concepción de Jesús sólo es por obra y gracia de Dios.

El profeta que cita este evangelio es Isaías 7,14 en el 733 antes de Cristo. Su profecía intentaba convencer a Acaz, rey de Judá, el reino judío del sur, de que confíe en Dios en vez de pedir ayuda al emperador de Asiria ante los ataques del reino del norte y de Siria. Antes de que cualquier virgen dé a luz, y su hijo sepa desechar lo malo y elegir lo bueno, los que atacaban a Acaz, y el mismo, serán destruidos. Dios será Emmanuel (Dios con él) pero en la hora del juicio y la destrucción.

El Evangelio de hoy habla justo al revés. Dios es Emmanuel pero en la hora de la misericordia y el perdón. A José le llega otro tono en el mensaje: Jesús salvará a su pueblo de sus pecados...

La historia de Jesús es la historia de una esperanza que ya estaba presente en su pueblo, pero aparece con otras constantes: la ocultación, la misericordia, el acercamiento desde la debilidad. Creer en Jesucristo, como hijo de Dios, supone cambiar de imagen de Dios. De un Dios omnipotente, guerrero, justiciero, a la presencia de Dios con nosotros, desde dentro de la historia humana.

José se desconcierta ante los hechos. Su extrañeza le vincula a los justos del Antiguo Testamento, pero es el primero que es capaz de aceptar la sorpresa de que Dios pueda actuar de otra manera. Por eso puede ser un buen ejemplo para nosotros. Alguien que nos dice que a Dios hay que dejarle ser Dios y no encajarlo en las expectativas o en las lógicas a las que nos tenemos acostumbrados los hombres. Dios no cabe en la caja de nuestros planteamientos. Aún es posible que se presente su ángel y nos haga ver las cosas de manera diferente.

Pedro Sarmiento cmf
(ciudadredonda@ciudadredonda.org)
 


2-8. 2001

COMENTARIO 1

v. 18 Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que es­peraba un hijo por obra del Espíritu Santo.

El matrimonio judío se celebraba en dos etapas: el contrato y la cohabitación. Entre uno y otra transcurría un intervalo, que podía durar un año. El contrato podía hacerse desde que la joven tenía doce años; el intervalo daba tiempo a la maduración física de la esposa. María está ya unida a José por contrato, pero aún no cohabitan. La fidelidad que debe la desposada a su ma­rido es la propia de personas casadas, de modo que la infidelidad se consideraba adulterio. El «Espíritu Santo» (en gr. sin artículo en todo el pasaje) es la fuerza vital de Dios (espíritu = viento, aliento), que hace concebir a María. El Padre de Jesús es, por tanto, Dios mismo. Su concepción y nacimiento no son casuales, tienen lugar por voluntad y obra de Dios. Así expresa el evangelista la elección de Jesús para su misión mesiánica y la novedad absoluta que supone en la historia (nueva creación).



v. 19 Su esposo, José, que era hombre justo y no quería infamarla, decidió repudiarla en secreto.

José es el hombre justo o recto. Por el uso positivo que hace Mt del término (cf. 13,17; 23,29; en ambos casos «justos» asociados a «profetas») se ve que es prototipo del israelita fiel a los mandamientos de Dios, que da fe a los anuncios proféticos y espera su cumplimiento; puede considerarse figura del “resto” de Israel. Su amor o fidelidad a Dios (cf. 22,37) lo manifiesta queriendo cumplir la Ley, que lo obligaba a repudiar a María, a la que consideraba culpable de adulterio; el amor al prójimo como a sí mismo (cf. 22,39) le impedía, sin embargo, infamarla. De ahí su decisión de repudiarla en secreto y no exponerla a la vergüenza pública. Interviene «el ángel del Señor» (cf. 28,2), y José, que en­carna al “resto” de Israel, es dócil a su aviso; comprende que la expectación ha llegado a su término: se va a cumplir lo anunciado por los profetas.

Se percibe al mismo tiempo el significado que el evangelista atribuye a la figura de María, quien más tarde aparecerá asociada a Jesús, en ausencia de José (2,11). Ella representa a la comunidad cristiana, en cuyo seno nace la nueva creación por la obra continua del Espíritu. La duda de José refleja, por tanto, el conflicto interno de los israelitas fieles ante la nueva realidad, la comunidad cris­tiana. Por la ruptura con la tradición que percibe en esta comu­nidad (= nacimiento virginal sin padre o modelo humano/judío), José/Israel debe repudiarla para ser fiel a esa tradición; por otra parte, no tiene motivo alguno real para difamarla, pues su conducta intachable es patente. El ángel del Señor, que representa a Dios mismo, resuelve el conflicto invitando al Israel fiel a aceptar la nueva comunidad, porque lo que nace en ella es obra de Dios. Ese Israel comprende la novedad del mesianismo de Jesús y acepta la ruptura con el pasado.



v. 20 . Pero, apenas tomó esta resolución, se le apareció en sueños el ángel del Señor, que le dijo:

-José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte contigo a María, tu mujer, porque la criatura que lleva en su seno viene del Espíritu Santo.

La apelación «hijo de David», aplicada a José, indica, en relación con 1,1, que el derecho a la realeza le viene a Jesús por la línea de José (cf 12,23; 20, 30) El hecho de que el ángel se aparezca a José siempre en sueños (2,13.19) muestra que el evan­gelista no quiere subrayar la realidad del ángel del Señor.



v. 21 . Dará a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.

El ángel disipa las dudas de José, le anuncia el nacimiento y le encarga, como a padre legal, de imponer el nombre al niño. El nombre Jesús, «Dios salva», es el mismo de Josué, el que introdujo al pueblo en la tierra prometida. Se imponía en la ceremonia de la circuncisión, que incorporaba al niño al pueblo de alianza. El significado del nombre se explica por la misión del niño: éste va a salvar a "su pueblo", el que pertenecía a Dios (Dt 27,9; 32,9; Ex 15,16; 19,5; Sal 135,4): se anticipa el contenido de la profecía citada a continuación. El va a ocupar el puesto de Dios en el pueblo. Va a salvar no del yugo de los enemigos o del poder ex­tranjero, sino de «los pecados», es decir, de un pasado de injus­ticia. «Salvar» significa hacer pasar de un estado de mal y de pe­ligro a otro de bien y de seguridad: el mal y el peligro del pueblo están sobre todo en «sus pecados», en la injusticia de la sociedad, a la que todos contribuyen.



vv. 22-24: Esto sucedió para que se cumpliese lo que había di­cho el Señor por el profeta: 23Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de nombre Emanuel (Is 7,14)(que significa «Dios con nosotros»). 24Cuando se despertó José, hizo lo que le había dicho el ángel del Señor y se llevó a su mujer a su casa.

El evangelista comenta el hecho y lo considera cumpli­miento de una profecía (1,22 «Todo esto sucedió, etc.»). Mientras, por un lado, el nacimiento de Jesús es un nuevo punto de par­tida en la historia, por otro, es el punto de llegada de un largo y atormentado proceso. Con el término Emmanuel, "Dios con nosotros" o, mejor, «entre nosotros», da la clave de interpretación de la persona y obra de Jesús No es éste un mero enviado divino en paralelo con los del AT. Representa una novedad radical. El que nace sin padre humano sin modelo humano al que ajustarse, es el que puede ser y de hecho va a ser la presencia de Dios en la tierra, y por eso será el salvador. Respeto de José por el designio de Dios cumplido en María.


COMENTARIO 2

Hoy leemos en Mateo el relato de la concepción de Jesús. Nos dice que, según las costumbres matrimoniales judías de aquella época, sus padres, María y José, estaban desposados pero todavía no vivían juntos. Este período de los desposorios duraba de 6 meses a un año entre los israelitas, tiempo que se aprovechaba para que cada uno de los novios completara los preparativos: la novia su ajuar y su dote, el novio la casa donde recibiría a su mujer. Relaciones extramatrimoniales en este período eran consideradas adulterio y castigadas como tal. Escuetamente dice el evangelista que María espera un hijo por obra del Espíritu Santo y que José ha decidido repudiarla en secreto. Es cuando interviene el mensajero divino para revelar a José el misterio realizado en su esposa: lo que ella ha concebido es por obra del Espíritu Santo, no de algún hombre, María no es adúltera y él puede llevarla a su casa. Se le encomienda además imponer nombre al niño. Se llamará Jesús. Yehoshuá, Yeshuá, en hebreo, que significa "Dios es salvador".

El evangelista comenta, al final del relato, que lo que acaba de contar es cumplimiento de una vieja profecía de Isaías que hablaba del milagroso nacimiento de un niño, cuyo nombre es todo un programa y un mensaje de consuelo: Emmanuel, Dios con nosotros.

El acento está puesto sobre el origen divino de Jesús. Ha sido concebido por el poder creador de Dios, sin intervención de algún agente humano, a no ser el seno virginal de María en el cual se ha realizado el misterio. Así Jesús será llamado, con toda propiedad, Hijo de Dios. Él es el vástago nacido milagrosamente de David, el rey prudente que hará justicia y derecho en la tierra. Su nombre es emblemático, será llamado "salvador del mundo" y su presencia entre nosotros será la presencia misma de Dios, según el nombre que anunciaba Isaías: "Dios con nosotros".

Nos llama la atención que sea José el protagonista del pasaje, se nos dice que era "justo", o sea que vivía en el fiel cumplimiento de la ley del Señor, y se nos da a entrever su angustia por María al decírsenos que pensaba repudiarla en secreto, algo imposible a todas luces. Como en muchos pasajes del Antiguo Testamento, la revelación la recibe José durante el sueño y, obediente, apenas despertado, cumple lo que se le ha ordenado. Así prepara Dios para su Hijo, su Palabra encarnada, un hogar en el mundo, padres que lo levanten y lo protejan hasta que se valga por sí mismo, un nombre, unos antepasados que lo vinculan a las más queridas esperanzas de Israel. Un ambiente en el cual pueda llegar a tomar conciencia de su misión. Ahora nosotros nos preparamos para conmemorar el nacimiento de este niño milagroso. Se nos propone que asumamos la actitud de disponibilidad y de obediencia que asumieron José y María, que nos hagamos también nosotros instrumentos del nacimiento de Cristo en muchas personas, para que experimenten la salvación que significa su nombre y la cercanía de Dios que anunciaban las profecías.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-9. 2002

Los problemas que debemos enfrentar a diario son de tal magnitud que se presentan como superiores a nuestras fuerzas. De ahí la tentación de esperar su solución del recurso mágico a fuerzas superiores situadas por encima de nuestra existencia. En este contexto, el segundo día preparatorio a Navidad nos invita a recorrer otro camino.

El centro de Mt 1,18-24 lo constituye el v. 23 que consigna el cumplimiento de la profecía de Is.7,14: "le pondrán de nombre Emmanuel, que significa 'Dios con nosotros'".Y esta presencia de Dios no está conectada a aparatosos acontecimientos sino al nacimiento de un niño, símbolo de la debilidad y de la pequeñez.

El Dios con nosotros se ha puesto de manifiesto en la existencia de Jesús. Primeramente en su nacimiento, pero también a lo largo de una existencia que comparte la debilidad humana. Gracias a ella, Jesús puede, al final del Evangelio dirigirse a los discípulos diciendo: "Se me ha dado plena autoridad... Yo estoy con ustedes cada día hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20).

Esta característica de las intervenciones de Dios se realiza en un Mesías situado "con" y no "por encima de" su pueblo. El significado del nombre de Jesús asocia indisolublemente al Mesías con su pueblo: "Le pondrás de nombre Jesús porque él salvará a su pueblo de los pecados" (v. 21). La salvación, por tanto, sólo se puede ser construida a partir de una profunda comunión de Dios con la debilidad de los seres humanos.

Los personajes y acciones del relato subrayan a cada paso este elemento casi insignificante de la realidad humana. José toma conciencia de su llamada a partir de un sueño, uno más de la larga cadena en la historia salvífica; la virginidad, como en el pasado la esterilidad, se presenta con la capacidad de crear vida; el cumplimiento de la orden no exige una acción para la que se haga necesario la realización de acciones extraordinarias.

Pero esta historia aparentemente insignificante es la trama sobre la que se teje la actuación de Dios. En el sueño es el ángel del Señor que se hace presente: el embarazo "viene del Espíritu Santo", de la acción del niño depende la salvación de todo el pueblo.

Y la revelación debe llenar de certeza la vida de José. Para él se pronuncia el "no temas", inicio de los oráculos de salvación que marcan toda la historia de comunicación de Dios con su pueblo. Y esta certeza lo lleva al cumplimiento de la orden.

La certeza brota de una Palabra que realiza lo prometido: "para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del profeta". De ella depende la realización de las promesas. Estas conciernen a José, y conciernen a todo su pueblo.

Cuando la comunidad, hoy como en tiempos de Mateo, descubre su impotencia y su pequeñez, debe volver a la memoria de este relato para descubrir dentro de sí la presencia de Dios que se ha ligado con ella para la realización de la salvación. También para ella se pronuncia el oráculo que le impulsa a enfrentar dificultades a simple vista insuperables con serenidad y sin angustia.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-10. 2003

En la primera lectura el profeta Jeremías nos habla de un hijo legítimo de David que gobernará a Israel, aludiendo al Mesías esperado. Será el pastor que viene a administrar “la justicia y el derecho en el país”(v 5). La justicia y el derecho en la Biblia expresan la voluntad de Dios. Por esa razón el enviado será llamado “Señor, justicia nuestra”(v.6).

El evangelio de hoy nos coloca el nacimiento de Jesús en la línea davídica, destacando la figura de José; el cual, desposado con María, la joven nazarena, va a cuidar de su hijo en la familia de Nazaret.

Para entender correctamente este evangelio es necesario conocer que la celebración del matrimonio entre los judíos constaba de dos actos: los esponsales o desposorios que suponían un compromiso tan real, que al prometido se le llamaba ya “marido” y no podía quedar libre más que por el repudio; y las bodas propiamente tales, que eran la ceremonia complementaria del contrato matrimonial.

La justicia de José consiste en que no quiere encubrir con su nombre a un niño cuya filiación ignora, pero también en que, convencido de la virtud de María, se niega entregar este misterio al riguroso procedimiento de la ley.

José no conocía el misterio de la encarnación; es explicable entonces su turbación ante el hecho que tiene a sus ojos y ante el convencimiento de la santidad de María. Se halla frente a un misterio que no alcanza a comprender y por eso piensa en dejar a María. Dios cumple su promesa y lo hace en forma desconcertante. Viene a través de una joven judía que acepta en ella la obra del Espíritu Santo.(v. 18). José, su esposo, se desconcierta (v.19); esa perplejidad lo dispone para comprender la acción de Dios. Cuando pensamos que todo discurre “normalmente” no somos capaces de percibir lo nuevo en lo imprevisto.

El niño que ha de nacer será llamado Jesús, que significa “Yahvé salva”, porque “él salvará a su pueblo de sus pecados”(v.21). “Su pueblo” va más allá del mundo hebreo, abarca la humanidad entera, haciéndose pueblo de Dios. En una humilde casa de Nazaret, en el seno de una joven, llega, discretamente, aquel que restableció nuestra amistad con Dios. A ese don contribuye la sencillez de José.

Como en la vida de José, también a veces se nos presentan situaciones difíciles y oscuras; dentro de los planes de Dios se hallan con frecuencia las pruebas y las tribulaciones, las cuales sirven para purificarnos y acercarnos más a Dios.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


2-11. DOMINICOS 2003

¡Oh Adonai, Pastor de la Casa de Israel...!

Avanzamos en la preparación del encuentro con el Señor que asumirá nuestra humanidad, por amor, puro amor.

La antífona mayor, ¡Oh Adonai!, lo contempla como a quien ha de venir bajo la figura de “Pastor de la Casa de Israel”: Pastor con mayúscula, elevado en su categoría sobre todo, campos y collados, ovejas y cabritos... Dios amor se acerca a nuestra morada terrena y viene en la debilidad de un niño que necesitará del cuidado de los demás.

Emmanuel, Dios con nosotros, es la fortaleza hecha debilidad. Inaudito. Pero esto facilitará nuestro encuentro con él, pues no se nos aparecerá en resplandor de gloria sino en niebla de pobreza. Así nos lo anunciarán Jeremías en su oráculo y el evangelista Mateo en el relato de la concepción de Jesús.

¡Haz, Señor, que hoy todos los pobres y humildes lleguen a ti!


La Luz de la Palabra de Dios
Lectura del profeta Jeremías 23, 5-8:
“Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que suscitaré a David un vástago legítimo. Reinará como rey prudente, y administrará la justicia y el derecho en el país. En sus días se salvará Judá; Israel habitará en paz; y a él le darán el título de “Señor, justicia nuestra”.

Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que ya no se dirá:”vive el señor que sacó a los israelitas de Egipto”, sino que se dirá: “vive el Señor que sacó a la estirpe de Israel del país del norte y de todos los países adonde los expulsó, y los trajo a sus tierras”.

Lectura del evangelio según san Mateo 1, 18-24:
“La concepción de Jesús, el Mesías, sucedió así: su madre estaba prometida a José y, antes del matrimonio, resultó que estaba encinta, por obra del Espíritu Santo. José su esposo, que era honrado y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Ya lo tenía decidido cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no tengas reparo en acoger a María como esposa tuya, pues lo que ha concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.

Todo eso sucedió de modo que se cumpliera lo que el señor había anunciado por medio del profeta: Mira, la virgen está encinta, dará a luz a un hijo que se llamará Emmanuel (que significa Dios-con-nosotros). Cuando José se despertó hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado, y acogió a su esposa”.


Reflexión para este día
El Señor, Hijo de Dios, encarnado, es nuestra justicia y libertad.
El profeta Jeremías lanza su oráculo durante el reinado de Nabucodonosor, rey que oprime a Judá por medio de reyezuelos de escasa talla. El profeta duda de su legitimidad, como muchos otros, pero no se detiene en ella; proyecta su mirada sobre el futuro de la descendencia de David y vislumbra que en ella un día llegará el Mesías, como “Señor, nuestra justicia”. Será noble y leal, rey salvador, Enviado de Dios. Y cuando llegue todos se olvidarán del ‘destierro’ porque una luz nueva los alumbrará en la libertad.

Cómo haya de ser ese advenimiento venturoso en libertad de ‘hijos de Dios’ nos lo describe el evangelio de Lucas, colocándonos ante el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, hecho Hijo de hombre que morirá en la cruz y resucitará. Misterio de amor que se dará por mediación de una mujer privilegiada, de una doncella elegida para madre, y también por mediación y humilde acatamiento de un hombre humilde, José, el justo, su esposo.

Celebremos esos designios de Dios que nos traen vida y paz.


2-12. CLARETIANOS 2003

El “fiat” de José

Lo de Jesús no fue solo un nacimiento, sino un auténtico “génesis”. Si creemos que es el Hijo de Dios, real, entonces, su origen se reviste de Misterio. La palabra “génesis” empleada por el evangelista Mateo es la más apta. Escuchemos el Evangelio:

El gran testigo del “génesis” de Jesús fue José, el esposo de María. Se convierte en el gran protagonista del evangelio de este día. Es llamativo, en primer lugar, que a José se le defina a partir de María, y no a María a partir de José. Es “el esposo de María”. No se dice que María es “la esposa de José”. María define la identidad de José. Y cuando José no es capaz de captar lo que en María acontece y se cree desplazado, marginado del acontecimiento, entra en la más grave crisis de identidad. Hasta decide “repudiarla” en secreto. No quiere dar la cara. Pretende que todo quede oculto. La noche es el símbolo de su angustia interior y de todo un mundo de sombras que lo acosan.

¡Ese es su Calvario particular y anticipado! La concepción del Hijo de Dios se convierte para él en la pena máxima. Dios tiene misericordia de su hombre justo y le envía un ángel que lo consuela y le desvela el secreto de Dios. El ángel le da identidad: “José, hijo de David”. Lo reditúa en la gran genealogía de los hijos de David. Lo nombra responsable de la historia de la salvación. Le hace reconocer que en María ha actuado de una manera especialísima el Espíritu Santo y que él no participa en ese origen biológico de Jesús. Pero lo convoca para participar de otra forma en el acontecimiento: a través de la palabra que impone nombre al Niño y a través de la acogida de María como esposa. La respuesta de José fue rápida. Hizo lo que el Ángel le pidió. Juan Pablo II, nuestro Papa, dice en la encíclica Redemptoris Custos, que ¡ese fue el Fiat de José! Fue justo porque hizo la voluntad de Dios. La voluntad, por otra parte, más sublime: dar nombre a Jesús y convertirse en tutor y padre espiritual de él, y ser esposo de María.

Nunca hemos de sentirnos del todo marginados o desplazados. Dios siempre tiene un lugar para los que ama. Es cuestión de esperar la revelación.

No olvidemos la figura de José. Él dio identidad a Jesús… y a María. Su presencia en la espiritualidad de la Iglesia enriquece y equilibra nuestra identidad. ¡No lo olvidemos!

José Cristo Rey García Paredes
 (jose_cristorey@yahoo.com)


2-13.

Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant Cugat del Vallès-Barcelona, España)

«José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer»

Hoy, la liturgia de la palabra nos invita a considerar el maravilloso ejemplo de san José. Él fue extraordinariamente sacrificado y delicado con su prometida María.

No hay duda de que ambos eran personas excelentes, enamorados entre ellos como ninguna otra pareja. Pero, a la vez, hay que reconocer que el Altísimo quiso que su amor esponsalicio pasara por circunstancias muy exigentes.

Ha escrito el Papa que «el cristianismo es la sorpresa de un Dios que se ha puesto de parte de su criatura». De hecho, ha sido Él quien ha tomado la “iniciativa”: para venir a este mundo no ha esperado a que hiciésemos méritos. Con todo, Él propone su iniciativa, no la impone: casi —diríamos— nos pide “permiso”. A Santa María se le propuso —¡no se le impuso!— la vocación de Madre de Dios: «Él, que había tenido el poder de crearlo todo a partir de la nada, se negó a rehacer lo que había sido profanado si no concurría María» (San Anselmo).

Pero Dios no solamente nos pide permiso, sino también contribución con sus planes, y contribución heroica. Y así fue en el caso de María y José. En concreto, el Niño Jesús necesitó unos padres. Más aún: necesitó el heroísmo de sus padres, que tuvieron que esforzarse mucho para defender la vida del “pequeño Redentor”.

Lo que es muy bonito es que María reveló muy pocos detalles de su alumbramiento: un hecho tan emblemático es relatado con sólo dos versículos (cf. Lc 2,6-7). En cambio, fue más explícita al hablar de la delicadeza que su esposo José tuvo con Ella. El hecho fue que «antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt 1,19), y por no correr el riesgo de infamarla, prefirió desaparecer discretamente y renunciar a su amor (circunstancia que le desfavorecía socialmente). Así, antes de que hubiese sido promulgada la ley de la caridad, san José ya la practicó: María (y el trato justo con ella) fue su ley.


2-14. El anuncio del ángel a José

Fuente: Catholic.net
Autor: P. José Rodrigo Escorza

Con una brevedad telegráfica, San Mateo nos cuenta en diez versículos lo que ocurrió desde la concepción al nacimiento de Jesús. Llama la atención que lo que resalta de este período, a diferencia de San Lucas, es la difícil situación en que se encontró José. Si nos ponemos en su lugar, ¡no era para menos! Mientras María sufría en silencio, el bueno de José se debatía en medio de tremendas dudas. ¡Y pensar que él pudo haber denunciado a María por adúltera! ¡Y pensar que ella no tenía manera de probar lo sucedido! Todo forma parte del misterio que se hace historia humana, historia de Amor.

Los actores de cualquier obra teatral o de cine estudian concienzudamente sus diversos papeles, los ensayan una y otra vez, los ejecutan en privado y en público, hasta que los dominan totalmente. La improvisación en este ámbito es preludio de fracaso. No es así cuando Dios decide servirse de los hombres y por amor los elige. María y José son capaces de seguir las inspiraciones y la voluntad de Dios, aunque nadie les ha pasado de antemano sus “papeles”. Dios irrumpe en sus vidas y las “trastorna”. No obliga, seduce. Suscita el amor del hombre y entonces lo lleva por donde no hubiera soñado jamás... Cuando alguien se deja guiar por Dios, debe improvisar, y a pesar de la oscuridad de la fe, al final siempre brilla la luz. La actitud correcta es entonces el abandono en su voluntad.

María y José escriben una historia de amor única e irrepetible porque ambos se fían de Dios. A nosotros nos invitan a confiar más en su gracia que en nuestras cualidades, más en sus planes que en los propios. No hay mejor intérprete que aquel que deja que Dios haga la parte que en su vida tiene asignada ¡que no es poca! Cuando nos empeñamos en caminar dejando de lado su voz y preferimos no saber lo que Él quiere, sin darnos cuenta nos quedamos sin el “apuntador”, sin aquel que sabe en cada momento lo que mejor nos conviene y desea dárnoslo a conocer. Confiemos más y más en el Señor. Digamos con Pedro aquella bella oración: “Señor, a quién iremos, sólo tú tienes palabras de vida eterna”.


2-15. Aceptación del misterio de Dios

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

Recibir el misterio de Dios es una de las grandes tareas que todos tenemos a lo largo de nuestra vida. Aceptar lo que el Señor quiere para nosotros es, quizá, el principal objetivo de la existencia; porque detrás de lo que Dios quiere para nosotros hay siempre un misterio muy grande que sólo se entiende y se logra captar por medio de la fe, de la confianza en Dios y de un corazón generoso. Sin este tipo de corazón es imposible aceptar el misterio del Señor. Podremos estar al lado del misterio, podremos, incluso, sentir entra en nuestra vida, pero no seremos capaces de vivirlo.

Creo que es muy importante que todos reflexionemos con mucha dedicación y gran exigencia, cómo está caminando nuestro corazón ante el misterio de Cristo, cómo se está preparando para recibir el misterio de Nuestro Señor.

En la Escritura leemos que el misterio de Dios es acogido de diversas maneras. Sabemos cómo José lo recibe: “Encontrándose encinta la Santísima Virgen, su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: ‘José, hijo de David, no temas recibir a María en tu casa porque lo que hay en Ella es fruto de Dios. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús’”.

Para José recibir el misterio de la presencia de Cristo en su vida es algo muy difícil, porque no sólo rompe con sus planes, sino que en el caso de San José, rompe también con sus principios, con sus esquemas y con lo que él pensaba que debía ser. Para José, que es un hombre justo, debió ser muy duro aceptar lo que estaban viendo sus ojos: que la mujer a la que él amaba, con la que él se había comprometido en matrimonio, estaba encinta, y que no había ninguna palabra por parte de Ella.

La apertura a la intervención de Dios es lo que le permite a San José aceptar el misterio que se está realizando en la Santísima Virgen María. Y yo creo que algo semejante podemos vivir también en nuestra vida diaria. Cuántas veces Dios no sólo rompe nuestros planes, sino cuántas veces también modifica substancialmente nuestros esquemas. Nunca olvidemos que sólo quien es capaz de permitir que Dios le rompa sus planes y le modifique sus esquemas, podrá encontrarse con el misterio de Dios, con lo que el Señor quiere para él, con lo que, como dice San Pablo: “Dios ha preparado para aquellos que Él ama”.

¿Qué es lo que hubiera sucedido si José hubiese decido abandonar a la Santísima Virgen? Jamás habría conocido el misterio de Dios; no habría sido parte del camino del Señor en esa Historia maravillosa de la Salvación. Sin embargo, José es justo y recibe el misterio de Dios, aceptando que le rompa sus planes y permitiendo que le modifique sus esquemas.

Ya está muy próxima la Navidad, ¿cómo nos acercamos al misterio de Cristo? ¿Nos acercamos con nuestros planes ya hechos? ¿Nos acercamos con nuestros esquemas perfectamente trazados? ¿Nos acercamos con la determinación de que sea Cristo el que se adecue a nuestros planes y no nosotros los que nos adecuemos a Él? ¿O nos acercamos —como hay que acercarse siempre a Cristo—, con un corazón dispuesto a enfrentarse al misterio?

“A Dios —dice San Juan— nadie lo ha visto nunca”. Al Señor no lo podemos abarcar con nuestra mente, con nuestros criterios, y por esto el misterio de Dios muchas veces es doloroso. Sin embargo, no porque me duela, debo apartarme de Él. Cuántas veces es todo lo contrario: precisamente porque el misterio de Dios es doloroso, es contradicción para mí y es exigente, es cuando yo sé que ahí está presente el Señor.

Cada uno podría pensar en el difícil camino que recorre en su vida, en cómo estamos viviendo en esa situación tan particular y tan concreta, el misterio de Dios sobre nosotros. Ese misterio muchas veces se presenta en la vida conyugal cuando las cosas no van como uno quisiera, cuando la personalidad del otro no evoluciona como uno esperaría. O cuando de pronto en uno de mis hijos hay un misterio que me sobrepasa; un misterio que puede ser el misterio de la vocación, el de un camino que no es el que yo había planeado.

¿Qué hace tu corazón con ese misterio? Sabemos lo que hizo San José con el misterio de su mujer encinta:“José la recibió en su casa y no la conoció hasta que dio a luz”. José hace dos cosas: En primer lugar, la acepta tal y como es. Y en segundo lugar, en la promesa mutua de castidad que María y José se hacen en su vida conyugal está encerrado también el gran respeto a que el misterio venga a su vida como Dios quiere, sin quererlo cambiar, sin quererlo modificar, sin querer ponerle condiciones.

¿Cómo podríamos cada uno aplicar a nuestras circunstancias concretas esta realidad? Para lograrlo tenemos que tener un corazón abierto, libre, purificado. Porque cuando en nuestro corazón hay resentimientos, rencores, enojos, odios o ira, jamás nos vamos a encontrar con el misterio. Mientras José no fue capaz, por así decir, de iluminar su corazón, de hacer que la niebla de la duda, de la incertidumbre y de la inquietud, desapareciese de su corazón, no le fue posible encontrarse con el misterio. Sólo cuando José fue capaz de abrir su corazón al misterio, sin condiciones y sin buscarse a sí mismo, fue cuando se encontró con la plenitud del misterio, y entonces pudo recibirlo y respetarlo.

Cada una de nuestras vidas es un misterio de Dios, es un momento de encuentro personal con el Señor. ¿Qué estás haciendo con el misterio de tu vida? ¿Has quitado de tu corazón la confusión, la inquietud, la duda, el resentimiento, la angustia? No permitas que en tu corazón crezcan elementos que impidan, si fuera necesario, cambiar tus planes, romper tus esquemas. No te encierres en el «yo lo veo y lo creo así». No te encierres en el «a mí me conviene así». No te encierres en el «a mí me acomoda así». Abre tu corazón al misterio de Cristo que viene; ábrelo al misterio de la Encarnación y al misterio de la Redención. Permite que el Señor realice en ti la obra que Él quiere realizar.

No siempre va a ser fácil. Para José no lo fue; para nosotros posiblemente tampoco. Y es que vivir en plenitud la vocación cristiana a la que cada uno ha sido llamado, va a ser siempre compartir con Jesús ese misterio de cruz, de rechazo, de contradicción.

Hay que abrir, en este Adviento, el corazón al misterio de nuestra vocación como cristianos. Una vocación que a veces va a venir a romper esquemas, a cambiar planes. Así es Jesús, porque llega amando, no puede llegar a un corazón y quedarse a gusto si no llega transformando, no puede quedarse tranquilo hasta que aquel a quien ama, se asimila, se acerca, se asemeja más profundamente a Él.

Les invito a que en estos días que faltan para la Navidad, cada uno de vuelva a aceptar el misterio con el cual Dios llegó a su vida, y acoja al Señor en su corazón con el mismo amor con el que lo hizo el primer día.


2-16. Reflexión

Poco se habla de san José porque poco se le conoce. En esta pasaje nos dice san Mateo que José era una hombre “Justo”. El Justo en la Biblia no es precisamente el hombre “equitativo”, es decir el que da a cada uno lo que le corresponde. En la Biblia, el Justo es el hombre que ama a Dios y busca por sobre todas las cosas y aun a costa de su propia vida, hacer la voluntad de Dios. Por otro lado es un hombre que es reflexivo y que busca en todo descubrir al “Dios que salva”. De acuerdo a nuestras categorías de lenguaje correspondería a “santo”. Con esta palabra es con la que Dios presenta a José. Simplemente pensemos en qué clase de hombre Dios tenía que escoger para la Madre de su hijo y para ser el modelo del esposo y de padre en la Sagrada Familia. Ojalá y todos los esposos y padres pudieran ser presentados como José: como hombres justos, como hombres SANTOS.

Ernesto María Caro, Sac


2-17. 2003

LECTURAS: JER 23, 5-8; SAL 71; MT 1, 18-24

Jer. 23, 5-8. El Señor es nuestra justicia. Desde que el Hijo de Dios se hizo uno de nosotros, el Señor no sólo pertenece a un pueblo o a una raza; Él ha venido como justificación, como único Camino de salvación, para todos los hombres. El Señor ha salido a buscar todo lo que se había perdido para reunir, en un solo pueblo, a los hijos que el pecado había dispersado. Su presencia en el corazón del hombre hace que éste se convierta en un signo de la justicia, del amor, de la prudencia, de la santidad de Dios. Por eso, quienes somos su Pueblo Nuevo, no podemos denigrar el Nombre de Dios ante las naciones a causa de comportamientos de maldad. Cristo nos ha liberado del pecado, nos ha hecho hijos de Dios. Ojalá y en verdad manifestemos, con nuestras buenas obras, que hemos sido liberados de nuestras esclavitudes y que vivimos libres de todo afecto desordenado y guiados únicamente por el amor que Dios ha infundido en nosotros.

Sal 71. Dios se ha convertido en salvador de todos. Él no ha venido a casarse con los poderosos, ni a humillar a los pobres. Él, como buen Pastor, cuida de las ovejas débiles y enfermas; y a las descarriadas, las busca hasta encontrarlas y, lleno de amor, las carga sobre sus hombros y las lleva de vuelta al Redil, a la Casa Paterna. Así Dios ha querido convertirse en bendición para todos. En verdad que contemplando así a Dios hecho Dios-con-nosotros no podemos sino estallar en bendiciones a su santo Nombre, pues ha hecho grandes cosas por nosotros el Todopoderoso librando al débil del poderoso y ayudando al que se encuentra sin amparo. Aprendamos a acogernos a su misericordia, pues Él salvará a quienes en Él confían.

Mt. 1, 18-24. Jesús, concebido por obra del Espíritu Santo en el Seno de María Virgen, es Dios-con-nosotros. Se ha abierto así el camino de la salvación para el hombre. Esto no es obra del hombre, sino obra de Dios en el hombre. Cuando el Señor ha tomado vida en quienes creemos en Él debemos tener la fe suficiente para amarlo y servirlo en los demás. Tal vez en algún momento nos entraría la tentación de querer rechazar a alguien por su pobreza, por sus vicios, por sus miserias. Si en verdad creemos en la presencia del Señor en el corazón del hombre, debemos aceptar a nuestro prójimo sea de la condición que sea. El Señor nos ha pedido amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado, ¿Haremos lo que nos ha mandado el Señor? ¿Recibiremos con cariño a nuestro prójimo para servirle, para protegerle, para ayudarle a caminar con mayor seguridad hacia el encuentro del Señor? Ojalá y no le sirvamos de piedra de tropiezo, ni le despreciemos, ni le llevemos por caminos equivocados, pues el Señor quiere que su Iglesia continúe engendrando, por obra del Espíritu Santo, la presencia amorosa y salvadora de Cristo en el corazón de todos los hombres.

El Señor, en la celebración de esta Eucaristía, no ha recibido gozosamente como un Padre, lleno de bondad por nosotros. Él sabe que somos pecadores, no se le ocultan nuestras miserias; pero sabe que también somos frágiles y débiles; a Él no se le olvida que nuestro corazón está inclinado al mal desde nuestra adolescencia. A pesar de nuestra fragilidad; a pesar de nuestras faltas y traiciones a su amor, Él nunca ha dejado de amarnos. Él sigue creyendo en nosotros. Y porque nos ama; y porque quiere salvarnos ha salido a nuestro encuentro para entregar su vida para que seamos perdonados y poder, así, algún día, presentarnos dignamente ante su Padre Dios. Y esto es lo que nos reúne; esto es lo que celebramos. Participar de la Eucaristía es aceptar ser perdonados, renovados, salvados por Cristo. Por eso aceptamos el compromiso de renacer par Dios como hijos suyos, engendrados como tales, no por obra del hombre, sino porque Dios, su Espíritu haga su obra en nosotros.

No podemos acercarnos a los pecadores y a los pobres sólo con un amor compasivo para darles algunas manifestaciones de amor fraterno durante este tiempo. No basta preparar una cena caliente y regalos para ellos. Antes que nada hemos de reflexionar si en verdad les estamos aceptando en nuestro corazón con un amor que jamás dará marcha atrás. La Iglesia de Cristo no vive su amor al prójimo en algunos momentos o acontecimientos de su existencia, sino siempre. Recibir al prójimo en nuestra casa es hacernos responsables de Él por un auténtico amor fraterno que brota del amor de Dios que ha sido infundido en nosotros. Aquella pregunta que el Señor le hiciera al fratricida Caín: ¿Dónde está tu hermano? no puede recibir, de quienes muchas veces han pisoteado la dignidad de los demás o les han hecho la guerra, o les han perseguido injustamente, la respuesta de aquel asesino de los inicios de la humanidad: ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano? Cristo, a quienes creemos en Él, nos quiere totalmente comprometidos con nuestro prójimo, con un amor activo que se convierta en prolongación de aquella forma en que nosotros hemos sido amados por el Hijo de Dios, hecho uno de nosotros.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber amarnos y vernos como hermanos hasta llegar, juntos, a la posesión de los bienes definitivos de que gozaremos cuando seamos acogidos eternamente en la Casa de nuestro Padre Dios. Amén.

www.homiliacatolica.com


2-18. DON LIMPIO.

Continuamos caminando hacia Belén acompañando a Santa María y a San José presintiendo con ellos la cercanía del Niño-Dios.

Ayer en la parroquia tuvimos una celebración de Navidad con los niños de catequesis, adelantándonos un poco en el ciclo litúrgico, y acabamos besando la imagen de Jesús del Belén. Una niña- remilgada ella-, decía mientras se acercaba: “¡Que asco! todos besando en el mismo sitio, esto no es higiénico…,”, haciendo caso omiso del purificador que limpiaba el lugar donde otros niños dejaban el cariño de su beso. Al llegar su turno hizo una especie de mueca propia de la niña de “El exorcista” y sin que sus labios rozasen la imagen exclamó: ¡Puaj!, y se retiró. Pobre niña, seguramente se llene la boca de golosinas fabricadas con todo tipo de residuos, muerda los lápices, juegue con el pintalabios de su madre y, dentro de unos años, el intercambiar fluidos le parecerá lo más estupendo del mundo pero ahora ha perdido la inocencia, se hace incapaz de hacer un acto de amor limpio y sencillo sin certificado de sanidad. Quizá también le pida un análisis clínico a su padre antes de darle un beso de buenas noches. Allá ella.

San José sí que sabe descubrir la belleza. Descubría en cada gesto de su esposa la grandeza del corazón enamorado y de la vida entregada a Dios. Por eso no cabía en su corazón la duda al conocer el estado de María. No la denunciaría como pecadora pública, no haría que la lapidasen en la plaza para salvaguardar su honor; no entendía pero sabía que María no actuaría nunca al margen de Dios. Cuando recibe la explicación del ángel no cabe margen de error, no podía esperar otra cosa aunque todos los datos le llevasen a pensar lo contrario. Por eso, no le importa “correr el riesgo” de llevarse a María a casa. El tesoro del corazón de María no podía estar mancillado y José lo sabía en el fondo de su corazón. San José nunca pensó en exclamar ¡puaj! ante Santa María y volverle el rostro.
Seguimos caminando con la Sagrada Familia hacia Belén. Métete en su conversación escucha atentamente y aprende lo que es la confianza en Dios, el superar las dificultades aunque a primera vista puedan parecer objetivas y que no dejan lugar a dudas. ¿Hablamos así de la Iglesia (nuestra madre), de nuestra fe, de Cristo, del amor a la verdad o (como la niña tonta) queremos que todo brille ante nuestros ojos y desconfiamos de acercarnos a la Iglesia si algo nos parece sucio o fuera de lugar?. El amor que Dios nos tiene es el mejor anti-bactericida, borra los pecados y no deja ni rastro de nuestras infidelidades y las de los demás. Acércate esta Navidad a la Iglesia como San José se acerca a María, con la confianza que nace del amor y de descubrir –por encima de “los datos objetivos”-, que no puedes ni quieres comprender tu casa (tu vida) sin la mejor mujer (la Iglesia).

ARCHIMADRID


2-19. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Jr 23,5-8: Él gobernará según la justicia y el derecho
Sal 71,1-2.12-13.18-19: Que en nuestros días florezcan la paz y la justicia
Mt 1,18-21: El salvará a su pueblo de sus pecados

Jeremías es otro de los grandes profetas de Israel. A todos les tocó vivir circunstancias muy difíciles, pero a éste le tocaron, se podría decir las peores.

* Predicción de la caída del reino.
* Presenciar las salidas de los desterrados.
* Sufrir las consecuencias de su predicación
* Salir refugiado para Egipto obligado por sus discípulos.

El pasaje que hoy escuchamos en la primera lectura nos recuerda de nuevo un ¡Ay! como habíamos visto esta semana. En esta oportunidad el ataque o reclamo está dirigido a los “pastores de mi pueblo”(Cf. 23,1-5), pero después de esa acusación en la cual Dios promete que se encargará él mismo de apacentar a su pueblo, les promete el brote de un retoño que surgirá de la descendencia de David. El mismo dios antes del envío de ese “brote”, se encargará de nuevo a su pueblo: “los recogeré de entre todas las naciones donde yo mismo los dispersé”. La deportación y el exilio se entienden, entonces, como un castigo. Dios mismo ha tenido que darle una lección a su pueblo, pero no será algo definitivo; Él mismo los reunirá de nuevo, y este reunir implica, por tanto, el regreso. El pueblo retornará a su tierra y podrá vivir una época de esperanza, esperanza en el cumplimiento de esas promesas. Habrá un nuevo Éxodo, una nueva etapa de desierto de donde el pueblo saldrá fortalecido.

Pese a las circunstancias históricas tan contrarias que le tocó vivir al pueblo después del regreso, siempre hubo quienes mantuvieran firme aquella esperanza de tener un “rey justo”, un líder capaz de conducir en verdad al pueblo, un pastor bueno que los pastoreara sin los atropellos con que sus pastores les trataban.

En el evangelio de Mateo nos encontramos con la noticia del anuncio de la concepción de Jesús. Las circunstancias que nos narra Mateo son extraordinarias y por tanto difíciles de asimilar si no hay disposición desde la fe para aceptarlas. María está comprometida con José, pero aún no hay convivencia conyugal, sin embargo, aparece ya en embarazo. Grave problema para su prometido. Aceptarla o repudiarla legalmente acogiéndose a la ley del repudio; he ahí las dudas de quien es justo, pero que no lo puede entender todo. Nos narra Mateo que José es visitado por Dios por medio del ángel para aclararle todo. En los planes de Dios no todo se comprende a la primera. A José no se han usurpado sus derechos, simplemente Dios lo ha escogido para una vocación más alta: participar en el plan salvífico del Padre. Así como María es “consultada” según la versión lucana de la anunciación, del mismo modo José es llamado al diálogo, es “formado” por el mismo Dios para su papel de padre de Jesús. José será el preceptor del niño, ejercerá sobre él sus deberes de padre desde la imposición misma del nombre.

El evangelio da por cumplida la promesa que escuchamos en Jeremías. El profeta no anticipó la manera cómo surgiría ese enviado. Esas descripciones sobre la venida del Mesías se fueron dando a lo largo del tiempo de una manera espontánea, pero la realidad fue muy distinta. Esa es la que nos presenta hoy el evangelio, una manera totalmente distinta y contraria a lo que los piadosos judíos se esperaban. El relato nos pone ante un misterio muy grande, pero al mismo tiempo nos enseña muchas cosas. En el origen de la creación, Dios creó al hombre y a la mujer a su propia imagen y semejanza; esa imagen y semejanza tienen su sentido cuando la criatura es elevada por Dios a la dignidad de interlocutor suyo. Aquel diálogo entablado por Dios y sus criaturas jamás fue interrumpido por parte de Dios, su Palabra y su propuesta siempre resonaron a lo largo de toda la historia salvífica. Muchas veces no se le hizo caso y de allí la necesidad de las llamadas de atención que podemos descubrir en la frase veterotestamentaria “escucha Israel...”. En la concepción de María y en diálogo con José está de nuevo la Palabra del Padre haciéndose sentir, su Palabra es fecunda y por lo tanto induce a la transformación y al cambio. María y José son el paradigma de la criatura atenta a la Palabra, dispuesta a dejarse fecundar por ella. ¿Nos dejaremos fecundar también nosotros?


2-20. Fray Nelson 18 de Diciembre de 2004
Temas de las lecturas: Yo haré surgir un renuevo en el tronco de David * Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David.

1. No temas recibir a María
1.1 Las palabras del ángel nos indican que Jesús no llega como un obstáculo, estorbo o impedimento en el camino matrimonial de José y María. Jesús es un regalo para la fecundidad de María, que así ve su capacidad maternal colmada de modo maravilloso, pero también, y por la misma razón, Jesús es el regalo que colma la paternidad de José. Si María es madre virginal de Jesús, José es padre virginal de Jesús.

1.2 Debemos, pues, superar la idea de un José que quería ser esposo de María y finalmente tuvo que ser una especie de guardaespaldas de ella. La llegada de Jesús al amor entre José y María no interrumpe este amor sino que lo bendice. Después de este anuncio del ángel José es y se siente más esposo que nunca, más papá que nunca.

1.3 Los papás engendran a los hijos de sus esposas dando a ellas amor. La acción del Espíritu Santo en la encarnación del Verbo no es un modo de reemplazar a José sino un modo de tomar el amor de José y levantarlo a la estatura inmensa del amor de Dios. José, en efecto, pensaba retirarse del lado de María porque no podía legalmente llamar suyo lo que no era suyo. Es evidente entonces que las palabras del ángel le traen la paz porque le están diciendo: "¡es tuyo!". Así como el Niño Jesús, viniendo del Espíritu viene de María, así también, viniendo del Espíritu viene de José, y José puede y debe llamarlo "suyo".

1.4 El Espíritu toma la capacidad "co-creadora" de María y de José y la eleva a un orden nuevo, sin anular el hecho fundamental de que Jesús viene de ellos, aunque no por unión carnal de ellos, sino por un modo inédito de su acción en nuestra historia.

2. El Nombre de Jesús
2.1 De acuerdo con el relato de Mateo, el Nombre de Jesús es revelado a José, junto con una preciosa explicación: "él salvará a su pueblo de los pecados". La etimología de este Nombre es esa: "Yahvé salva". Tenemos, pues, el deber deleitable de saborear este Nombre que en sí mismo contiene nuestra esperanza.

2.2 Jesús salva del pecado. El pecado es la gran desgracia del ser humano. No dice el ángel que Jesús salvaría de otras desgracias sino solamente de esta, porque en esta están incluidas todas. En efecto, en la obra de la creación "vio Dios todo lo que había hecho, y todo era muy bueno" (Gén 1,31). Lo único que escapa a esa calificación de bondad es el pecado, que no viene de Dios. Santa Catalina dice que el pecado no tiene ser, pues Dios ha hecho todo lo que es; el pecado, explica ella, es la escogencia de la nada. Y de esta desventura nos salva el Niño Jesús.

3. Un Éxodo más grande
3.1 Salir del pecado es el gran éxodo. Un éxodo mayor que salir del poder del faraón, e incluso más grande que volver del destierro a Babilonia. Jesús es el nuevo y mayor Moisés, que conduce al pueblo, cruzando las aguas del bautismo, hacia la tierra de promisión.

3.2 Lo mejor que podía imaginar Jeremías, en cuanto a éxodos, era la salida del país del destierro y la reconstrucción de Judá y de Israel en unidad. Es un modo de referirse al tiempo casi idílico del reinado de David. En Jeremías, sobre todo, es sensible esa añoranza de aquel reinado en que hubo paz en las fronteras y unidad entre Judá e Israel. Jesús será entonces el nuevo y mayor David, que, venciendo sobre nuestros enemigos, da unidad y paz a la Casa de Dios.

3.3 En la Eucaristía degustamos una señal de ese amor salvador y de ese poder redentor. En la Eucaristía Dios detiene el imperio de la muerte y nos deja gustar el sabor de la paz y de la unidad. En la Eucaristía los bienes anunciados se dejan sentir como bienes ya presentes. ¡Bendito Dios!


2-21.

Reflexión:

Jer. 23, 5-8. El Pueblo pidió a Samuel un rey que los uniera, que los defendiera, que saliera con ellos en las batallas. Y Dios les concedió el cumplimiento de este deseo. Sin embargo esos reyes muchas veces buscaron sus propios intereses, descuidaron al Pueblo de Dios y a lo único que lo precipitaron fue al fracaso y al destierro. Pero las esperanzas del Pueblo continúan puestas en Dios. Él hará suscitar un Rey que los una, y que los encamine no sólo a la posesión de una ciudad terrena, sino a la posesión de los bienes definitivos. Y Dios, llegada la plenitud de los tiempos nos envía a su propio Hijo para reunir, en un sólo Pueblo Santo, a los hijos de Dios que el pecado había dispersado. Y nosotros pertenecemos a este nuevo Pueblo de Dios; nosotros, los que antes no éramos pueblo, ahora somos Pueblo y Familia de Dios. Él es nuestra justicia, el que nos santifica y nos une como hermanos. A nosotros corresponde ser fieles a sus enseñanzas para que seamos un pueblo justo y prudente; fieles en la escucha de la Palabra de Dios y en la puesta en práctica de la misma. Entonces no nos alegraremos de poseer bienes materiales, sino de poseer los bienes eternos, hacia los que nos encaminamos en medio de las realidades terrenas, no esclavizados a ellas, sino sirviéndonos de ellas para vivir sin egoísmos, sin odios, sin divisiones, sabiendo compartir lo nuestro con los más desprotegidos, para que todos podamos llevar una vida digna en la presencia de Dios como hermanos.

Sal 72 (71). Dios, que ha constituido en autoridad a aquellos que están al frente de los pueblos, los ha elegido para que estén al servicio de la verdad y de la justicia, de tal forma que jamás se dejen corromper por los poderosos, sino que rijan a sus pueblos justamente. Si Dios se pone a favor de los débiles y pobres es porque lo hace por medio de aquellos que han recibido autoridad de parte de Dios. La Iglesia de Cristo, en este sentido, debe también ser un signo del amor de Dios y de su preocupación de la defensa de los derechos de los desvalidos. Sin embargo no puede uno decidirse a favor de los más desprotegidos movido por la compasión hacia ellos, pues por encima de la compasión debe regir el verdadero ejercicio de la justicia y de la verdad. Dios ha salido a nuestro encuentro como poderoso Salvador para apiadarse del desvalido y pobre, y salvar la vida al desdichado. Esa es la misma Misión que continúa su Iglesia en el mundo. Actuemos, por tanto, no bajo nuestros criterios, ni conforme a los criterios mundanos, sino conforme a los criterios de Cristo y de su Evangelio.

Mt. 1, 18-24. La Iglesia es la Esposa de Cristo, en la que, día a día, por obra del Espíritu Santo, se va engendrando a Cristo en sus diversos miembros. Muchas veces han surgido divisiones que nos han hecho rechazar a algunos o a muchos de nuestros hermanos. Sin embargo, no en sueños, sino en la Palabra que Dios nos ha dirigido por medio de su propio Hijo, hecho uno de nosotros, nos invita a amarnos los unos a los otros a la altura del amor con que nosotros hemos sido amados por Jesucristo. Al igual que María nosotros hemos de ser dichosos, bienaventurados, no sólo por escuchar la Palabra de Dios, sino por ponerla en práctica. José ve en María la Esposa del Espíritu Santo; ahora él piensa que debe retirarse para no interponerse entre Dios y aquella a la que hasta ahora había considerado su desposada. Pero el Ángel de Dios le indica que debe recibirla en su casa, y hacer las veces de padre respecto al Hijo de María y de Dios. Y José recibe en su casa a su Esposa. Velará por ella y cuidará de aquella que pertenece a Otro. Velará y cuidará del Niño que viene como si fuera su Hijo. Dios nos pide que, como Iglesia, que velemos por aquellos que le pertenecen a Él; que les recibamos como nuestros; que les amemos y procuremos su bien en todo. ¿En verdad cumpliremos con este mandato del Señor de amarnos como hijos del mismo Dios y Padre?

El Señor nos recibe gozosamente en su presencia en esta Celebración Eucarística. Él nos ama; Él jamás ha dejado de amarnos, pues es nuestro Dios y Padre, y no enemigo a la puerta; a pesar de que muchas veces nosotros hayamos vivido lejos de Él, como si consideráramos a Dios como un enemigo nuestro Él no ha desistido de su amor por nosotros. Y nuestra vocación mira hacia aquel día en el que el Señor nos recibirá en su Casa eternamente, pues Él nos creó, no para condenarnos, sino para manifestar en nosotros su amor. La participación en la Eucaristía, sentados junto a Él como hijos, nos hace patente ese amor que Dios nos tiene. Él conoce hasta lo más profundo de nuestro ser; y, a pesar de que somos pecadores, jamás nos ha puesto en evidencia ante los demás, sino que viene a nuestro encuentro para perdonarnos y para purificarnos de todo aquello que nos ha manchado, de tal forma que ante el mundo y ante su Padre Dios seamos presentados santos, puros y dignos. Y todo esto Él lo ha logrado a favor nuestro a través de la entrega de su propia vida. Este es el Misterio de Amor y de Misericordia que estamos celebrando en este momento de gracia en el que estamos participando del Memorial de la Pascua de nuestro Dios y Señor, Cristo Jesús.

No podemos acercarnos a los pecadores y a los pobres sólo con un amor compasivo, para darles algunas manifestaciones de amor fraterno durante el ya próximo tiempo de Navidad. No basta preparar una cena caliente y regalos para ellos. Antes que nada hemos de reflexionar si en verdad los estamos aceptando en nuestro corazón, con un amor que jamás dará marcha atrás. La Iglesia de Cristo no vive su amor al prójimo en algunos momentos o acontecimientos de su existencia, sino siempre. Recibir al prójimo en nuestra casa, que es nuestro corazón, es hacernos responsables de él mediante un auténtico amor fraterno, que brote del amor que Dios ha infundido en nosotros. Aquella pregunta que el Señor le hizo al fratricida Caín: ¿Dónde está tu hermano? no puede recibir, de quienes muchas veces han pisoteado la dignidad de los demás o les han hecho la guerra, o les han perseguido injustamente, la respuesta de aquel asesino de los inicios de la humanidad: ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano? Cristo, a los que creemos en Él, nos quiere totalmente comprometidos con nuestro prójimo con un amor activo, que se convierta en prolongación de aquella forma en que nosotros hemos sido amados por el Hijo de Dios, hecho uno de nosotros.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber amarnos y de vernos como hermanos hasta llegar, juntos, a la posesión de los bienes definitivos que Dios nos ha prometido; pues como nuestro Dios y Padre, lleno de bondad, de amor y de ternura por nosotros, quiere recibirnos eternamente en su Casa para que seamos honrados con el nombre y dignidad de hijos suyos. Amén.

Homiliacatolica.com


2-22.

Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant Cugat del Vallès-Barcelona, España)

«José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer»

Hoy, la liturgia de la palabra nos invita a considerar el maravilloso ejemplo de san José. Él fue extraordinariamente sacrificado y delicado con su prometida María.

No hay duda de que ambos eran personas excelentes, enamorados entre ellos como ninguna otra pareja. Pero, a la vez, hay que reconocer que el Altísimo quiso que su amor esponsalicio pasara por circunstancias muy exigentes.

Ha escrito el Papa que «el cristianismo es la sorpresa de un Dios que se ha puesto de parte de su criatura». De hecho, ha sido Él quien ha tomado la “iniciativa”: para venir a este mundo no ha esperado a que hiciésemos méritos. Con todo, Él propone su iniciativa, no la impone: casi —diríamos— nos pide “permiso”. A Santa María se le propuso —¡no se le impuso!— la vocación de Madre de Dios: «Él, que había tenido el poder de crearlo todo a partir de la nada, se negó a rehacer lo que había sido profanado si no concurría María» (San Anselmo).

Pero Dios no solamente nos pide permiso, sino también contribución con sus planes, y contribución heroica. Y así fue en el caso de María y José. En concreto, el Niño Jesús necesitó unos padres. Más aún: necesitó el heroísmo de sus padres, que tuvieron que esforzarse mucho para defender la vida del “pequeño Redentor”.

Lo que es muy bonito es que María reveló muy pocos detalles de su alumbramiento: un hecho tan emblemático es relatado con sólo dos versículos (cf. Lc 2,6-7). En cambio, fue más explícita al hablar de la delicadeza que su esposo José tuvo con Ella. El hecho fue que «antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt 1,19), y por no correr el riesgo de infamarla, prefirió desaparecer discretamente y renunciar a su amor (circunstancia que le desfavorecía socialmente). Así, antes de que hubiese sido promulgada la ley de la caridad, san José ya la practicó: María (y el trato justo con ella) fue su ley.


2-23. 18 de Diciembre

LA VIRGINIDAD DE MARÍA, NUESTRA PUREZA

I. La Virginidad de María es un privilegio íntimamente unido al de la Maternidad divina, y armoniosamente relacionado con la Inmaculada Concepción y la Asunción gloriosa. María es la Reina de las vírgenes: “La dignidad virginal comenzó con la Madre de Dios” (SAN AGUSTÍN, Sermón 51). La renuncia al amor humano por Dios es una gracia divina que impulsa y anima a entregar el cuerpo y el alma al Señor con todas las posibilidades que el corazón posee. Dios es entonces el único destinatario de este amor que no se comparte. Es en Él donde el corazón encuentra su plenitud y su perfección, sin que exista la mediación de un amor terreno. Entonces el Señor concede un corazón más grande para querer en Él a todas las criaturas. La vocación al celibato apostólico –por amor del Reino de los Cielos (Mateo 19, 12)- es una gracia especialísima de Dios y uno de los dones más grandes a su Iglesia.

II. Para solteros y casados, la Virginidad de María es también una llamada a vivir con finura la santa pureza, indispensable para contemplar a Dios y para servir a nuestros hermanos los hombres. Es una virtud indispensable para ser contemplativos, aunque choca frontalmente con el ambiente materialista, y es incluso muy combatida. El Espíritu Santo ejerce una acción especial en el alma que vive con delicadeza la castidad, y produce muchos frutos: agranda el corazón, da una alegría profunda, posibilita el apostolado, fortalece el carácter, y nos hace más humanos, con más capacidad de compadecernos de los problemas de los demás. En cambio la impureza provoca insensibilidad en el corazón y egoísmo, además que facilita el campo propicio para todos los vicios y deslealtades.

III. En este día podemos ofrecerle a la Virgen la entrega de nuestro corazón y una lucha más delicada en esta virtud de la santa pureza, tan grata a Dios y que tantos frutos produce en nuestra vida interior y en el apostolado. Con la ayuda de la gracia y los Sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia, se puede vivir en todos los momentos y circunstancias de la vida. La santa pureza exige una conquista diaria, porque no se adquiere de una vez para siempre; y necesitamos una profunda humildad y sinceridad en la dirección espiritual. Llevamos este gran tesoro de la pureza en vasos de barro, inseguros y quebradizos, pero tenemos todas las armas para vencer. Al terminar nuestra oración, le pedimos a Santa María, que es la pureza inmaculada, -¡tota pulchra!- que nos ayude a vivir esta virtud con gran delicadeza.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre