TIEMPO DE ADVIENTO

 

SÁBADO DE LA PRIMERA SEMANA

 

1.- Is 30, 18-21.23-26

1-1.

-Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, no llorarás ya más.

Cuando clamarás, el Señor tendrá piedad de ti; oirá tu voz y te contestará.

Los habitantes de Jerusalén ven acercarse a su puerta la amenaza asiria. Los ejércitos de la época arrasan las ciudades y matan a todos los habitantes, a excepción de los más fuertes que son deportados. Las palabras esperanzadoras de Isaías han de leerse en ese contexto dramático.

-Aquel día de muerte y devastación, cuando se derrumbarán todas las torres de defensa...

Sí, es en medio de las violencias militares de una guerra feroz cuando Isaías evoca un «tiempo» en el que todo tipo de mal estará ausente.

¡Isaías es el profeta de la esperanza, de la más humana esperanza!

-En la tribulación el Señor te dará pan de asedio y agua de opresión. El dará lluvia a tu sementera, con que hayas sembrado el suelo y el pan que producirá la tierra será rico y sustancioso. Tus ganados pacerán aquel día en vastos pastizales. De tus montañas brotarán manantiales...

Isaias evoca una felicidad paradisíaca, un futuro reino mesiánico del que todo mal habrá desaparecido: hambre... enfermedad... violencia... injusticia... Es el retorno del hombre a su equilibrio moral que traerá también consigo el retorno de la naturaleza a su armonía y a la fecundidad del «paraíso terrenal». La Biblia cree profundamente en una comunión entre el hombre y su entorno: el Señor resucitado, no solamente salva el alma, sino también la carne y la materia (Rm 8). La naturaleza entera espera su transfiguración. Por todo ello, en Adviento, el cristiano se siente también interpelado

-a una conversión espiritual que transforme su corazón...

-y a transformar la naturaleza con los avances de la técnica, el trabajo, el progreso...

¿Considero que éste es también mi trabajo? ¿Participo del gran proyecto de Dios: "¡Dominad la tierra y sometedla!" para la mayor felicidad de todos los hombres?

-¡No será ya ocultado el que te enseña, y tus ojos le verán!

Ver a Dios.

Comunicarse con Dios.

¡Un Dios «que ya no se oculta», que se "deja ver"! Esta es también una de las aspiraciones fundamentales del hombre. Dios escondido, invisible. Dios silencioso, Dios ausente, Dios lejano, Dios inaccesible. Efectivamente, ¡ésta es nuestra experiencia dolorosa!

Pues bien, para el «final de los tiempos», para "aquel día" ¡Dios anuncia que podremos llegar a El y verle!

Jesús, Dios que se toca, Dios que se ve, Dios que habla, Dios que no se esconde, Dios accesible, Dios cercano.

«¡Ven, Señor Jesús!» "¡Estamos esperando tu retorno!" Los sacramentos son signos "sensibles" de su presencia.

Son una continuación de la Encarnación de Dios. La Iglesia es el sacramento, el signo de Jesucristo... en la espera de su retorno.

La felicidad soñada y evocada por Isaías existe con esta condición: Creer que Dios sólo es capaz de construir la felicidad definitiva futura. Reconocerse suficientemente pobre para tener la convicción de que el hombre, por sus propios medios, es incapaz de conseguir tal felicidad. Esforzarse en contemplar a Dios. ¿Qué son para mi los sacramentos? ¿Todos los sacramentos?

-«¡Este es el camino; síguelo!».

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 18 s.


1-2.

La liberación del resto purificado (18-22) y el futuro feliz de Sión (23-26), obra de Yahvé, hacen del Dios de Israel el Emmanuel inconfundible de la teología isaiana: «Pero Yahvé espera para apiadarse, aguanta para compadecerse, porque Yahvé es un Dios recto... Ya no se ocultará tu maestro, sino que con tus ojos lo verás... vendará la herida de su pueblo y curará la llaga de sus azotes» (18.20.26).

En los versículos que anteceden, especialmente en el 15, se presenta la conversión como el único medio para salir de la crisis. En los que siguen se describe con expresiones idílicas cuál será la felicidad de la unión íntima entre Dios y su pueblo. Dios, siempre Emmanuel, siempre presente, espera con impaciencia el momento del retorno para poder hacer de Israel objeto de su misericordia. Nada más pide que confíen en él: «Dichosos cuantos en él esperan» (18).

El profeta enseña al pueblo que ha de creer y confiar en el Señor simplemente porque éste es bueno y le llama hacia él; toda la iniciativa viene de él. El hombre solamente puede recoger el don de su amor: «Por esto existe el amor: no porque amáramos nosotros a Dios, sino porque él nos amó a nosotros y envió a su Hijo para que expiase nuestros pecados» (1 Jn 4,10).

La catequesis isaiana define la fe como una mirada incesante a la fidelidad de Dios: creer en Dios significa experimentar que es fiel. Después de tantos contravalores religiosos de Israel, infiel a la alianza, el profeta le puede recordar que la confianza firme en el amor misericordioso de Dios y el encuentro constante con su amor, que le perdona y asume su fracaso constantemente, son la única esperanza y la única certeza a las que se puede asir como creyente.

FE/ESPERANZA: La reflexión isaiana nos ayuda a ver la esperanza como la proyección de nuestra fe de hoy sobre el porvenir incierto del mañana. Porque la fe no es solamente una experiencia actual, sino también la espera confiada en la fidelidad de mañana. El profeta tiene la experiencia de que la fidelidad de Dios es inmutable: no cambia, no se retracta, no tiene caprichos ni olvidos. Todo creyente puede hacer suya la seguridad paulina: «Sé de quién me he fiado» (/2Tm/01/12).

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 31 s.


2.- Mt 9, 35-10, 1.6-8

2-1.

VER DOMINGO 11A LECTURA 3


2-2.

-Jesús recorría todas las ciudades y villas, enseñando en sus sinagogas.

Jesús gustaba de hablar al aire libre, según las circunstancias.

Pero se acomodaba también a los usos tradicionales de su país. El modo oficial de enseñar consistía en tomar la palabra y hacer una exposición del tema en el interior de una Sinagoga, en el cuadro de una asamblea lit_rgica del sábado.

-Predicando la "buena" nueva del reino de Dios y curando toda dolencia.

Jesús "enseña"... Algo que es... ¡"bueno"! Una "buena" nueva.

Jesús "cura"... ¡Es una cosa "buena"! Una "buena" acción.

El Reino de Dios es a la vez una liberación del error, un progreso del hombre a la luz de la verdad que le libera... Pero es también una liberación del mal y de todo lo que oprime al hombre, es una progresión de feIicidad.

Venga a nosotros Tu reino. Prolongo esta oración, aplicándola a casos concretos que conozco a mi alrededor.

-Y al ver aquellas gentes, se apiadó entrañablemente de ellas, porque estaban malparadas, y decaídas como ovejas sin pastor.

Así ve Jesús la humanidad: una muchedumbre desencantada, desfallecida... sin verdaderos guías ni buenos pastores que la conduzcan a verdes pastos.

El Profeta Ezequiel había acusado a los pastores oficiales, a todos los que desempeñan cargos de responsabilidad, de no apacentar el pueblo, sino a sí mismos... de no ejercer su cargo en beneficio de los demás, sino para su propia conveniencia...

La humanidad, en todos los tiempos y en todos los países está siempre esperando.

¿Quién se levantará para servir a los demás? ¿Quién llegará a ser un buen guía, un buen responsable?

-La mies es abundante, mas los obreros pocos.

Jesús ve la humanidad como un campo de trigo en sazón ondulante al soplo del viento.

La cosecha está ahí, a punto.

La alegría de una buena cosecha.

Pero los obreros son pocos. Jesús constata con dolor la inmensidad del trabajo, ¡su trabajo! El quisiera colaboradores.

¿Quién se ofrecerá? Rogad, pues, al dueño de la mies...

¿Por qué Cristo nos pide rezar? ¿Por qué pides esto? Esto prueba que, para Jesús, la "vocación" no es solamente una cosa humana... Dios mismo es su origen, es El quien llama.

¿Hago yo esta plegaria?

-A los doce apóstoles, que Jesús había convocado, les dijo:

"Id en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel..."

Hay aquí una especie de limitación. Esto debió ser un sufrimiento para Jesús. No puede hacerse todo a la vez... Pero hay que empezar. Y para Dios es importante que la salvación sea primero ofrecida a los judíos, a la "casa de Israel".

Entre nuestros numerosos quehaceres, es importante no olvidar esto. Lo que cuenta no es la cantidad de nuestros trabajos... sino el hacer lo que el Padre tiene previsto para nosotros... según los límites que nos sean impuestos, incluso si esta limitación es molesta.

Te ofrezco, Señor, todas mis ansias misioneras, todo lo que quisiera hacer por tu Reino, y que no llego a realizar.

-Proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios.

Es necesario que los apóstoles hagan lo mismo que hizo el Señor.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 18 s.


2-3.

1. Toda la semana estamos escuchando a Isaías, el maestro de la esperanza. Él nos va proponiendo el programa que tiene Dios, lleno de gracia salvadora. Nos sigue llamando cada día a dejar el pesimismo y mirar con ilusión hacia el futuro.

Los símiles están tomados de la vida agrícola, que todos entendían y entendemos fácilmente: Dios quiere que ya no haya lloros ni hambre, que no falte la lluvia para los campos, que las cosechas sean abundantes y no le falten pastos al ganado.

El profeta nos asegura que nuestro Dios es un Dios cercano, que nos escucha y nos conoce por nuestro nombre: «Apenas te oiga, te responderá». Si andamos desorientados, oiremos muy cerca su voz que nos dice: «éste es el camino, caminad por él». «No se esconderá tu Maestro». «Cuenta el número de las estrellas, a cada una la llama por su nombre» (salmo). Y si estamos heridos, o nuestros corazones están destrozados, él vendará nuestras heridas y reconstruirá lo que estaba destruido.

El profeta tiene permiso para soñar. Habla a un pueblo que está desanimado, destrozado política y religiosamente. Es a los pobres y a los afligidos a quienes se dirige su palabra de ánimo, para anunciarles que Dios no les olvida, que se apiada de ellos, porque es rico en misericordia.

2. El anuncio de esperanza del profeta se cumple en Cristo Jesús. Como en tantas otras páginas del evangelio, en la de hoy se ve cómo él está muy cercano y camina con su pueblo, ayuda a todos, no sólo a los que están llenos de vida, sino a los cansados, a los sumergidos en enfermedades y dolencias, a los que andan como ovejas sin pastor, y de modo particular si se trata de ovejas perdidas. Como su Padre, Jesús es rico en misericordia. Su corazón se compadece de los que sufren.

No pretende aportar soluciones políticas ni económicas: lo que da Jesús a los que se encuentran con él es esperanza, sentido de la vida. Les predica la Buena Noticia. Orienta a los desorientados, como prometía Isaías.

Y es éste precisamente el encargo que transmite a sus discípulos: les envía como trabajadores a la mies para que hagan lo mismo que él, que expulsen demonios, curen enfermedades y proclamen a todos la Buena Nueva de la salvación. Y que lo hagan gratis, como gratis lo han recibido. Que comuniquen esperanza a los que la han perdido.

3. a) Ese Dios que sana corazones destrozados, ese Cristo que se apiada de los que sufren, es quien hoy nos invita a nosotros a tener y a repartir esperanza.

La humanidad sigue igual, hambrienta, desorientada, desilusionada. Si estamos desanimados, o más o menos hundidos en una situación de pecado o de tibieza, la llamada del Adviento, o sea, el anuncio de la venida de Jesús a nuestra historia, va dirigida preferentemente a nosotros. Son nuestras lágrimas las que quiere enjugar, y nuestras heridas las que quiere vendar con solicitud.

Eso es Adviento y eso es Navidad. Que se repite año tras año. Si Isaías podía decir que Dios está cerca, ahora, con Cristo, esta cercanía es mucho mayor.

b) Esto, en primer lugar, nos da confianza a nosotros. Pero a la vez que buscadores de Dios, se nos invita a ser anunciadores de Dios, a comunicar nuestra esperanza a los demás. ¿Haremos el papel de Isaías en medio de nuestra sociedad? ¿anunciaremos a alguien, cerca de nosotros, la Buena Noticia de la salvación a través de nuestra cercanía y de la esperanza que le contagiamos? ¿seremos «adviento» para alguien, porque comunicamos alegría, porque cuidamos de los enfermos o de los abandonados, porque nos acercamos al que sufre o está solo? Y eso no sólo a los que son de trato agradable, sino también a los que han sido menos agraciados por la vida, menos simpáticos y cultos, menos fáciles de tratar.

c) Dios quiere vendar nuestras heridas. Pero a la vez nos encarga que nosotros también vendemos heridas a nuestro alrededor. Ahora Cristo no va por las calles curando y liberando a los posesos. Pero sí vamos los cristianos, con el encargo de que seamos adviento y profeta Isaías en nuestra familia, en nuestra comunidad, en la parroquia, en la sociedad. Y eso lo cumpliremos si a nuestro alrededor crece un poco más la esperanza, y las personas que conviven con nosotros se sienten amadas y ven cómo se les curan las heridas y se va remediando su desencanto. Si inspiramos serenidad con nuestra actitud, y sabemos quitar hierro a las tensiones, y aliviar el dolor de tantas personas, cerca de nosotros, que sufren de mil maneras.

Eso es lo que hacia Cristo Jesús hace dos mil años. Y será Adviento y Navidad si vuelve a suceder lo mismo, ahora por medio de los cristianos que estamos en el mundo.

d) La Virgen María también nos da ejemplo, en las páginas del evangelio, de saber mostrarse cercana a los que la necesitan. Está contenta con el anuncio del ángel, pero corre a ayudar a su prima en los trabajos de su casa. En Caná está al quite del apuro de los novios e intercede ante su Hijo para que les proporcione vino. La Virgen creyente, y a la vez, la Virgen servicial.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Págs. 30-32


2-4.

Is 30, 19-21.23-26: El Señor nos dará pan en la estrechez y agua en la aflicción.

Sal 146: El Señor sana a los que tienen quebrantado el corazón y venda sus heridas.

Mt 9,35 - 10,1.6-8: Jesús recorría los pueblos anunciando la buena noticia y curando las enfermedades.

En toda esta primera semana de preparación para la Navidad, la liturgia nos ha propuesto algunos oráculos del profeta Isaías que son la esperanza de la liberación futura y definitiva del pueblo de Israel. Pero la lectura de hoy es un canto que nos presenta una experiencia de Dios como el misericordioso, paciente y dispuesto a acoger al pecador arrepentido y converso. Algunas veces pensamos que el Señor está escondido, que no oye nuestros lamentos, que no atiende nuestras súplicas... Pero no, él está siempre allí, y llegará el momento en que, como dice el profeta, ya no tendremos que llorar, porque se apiadará de nosotros al oír nuestros gemidos, y siempre nos responderá (v. 19). Y ese día resplandecerá la luz.

Esa luz se ha hecho visible en Jesús de Nazaret. El ha hecho realidad la oración del salmista: el Señor sana a los que tienen quebrantado el corazón, de la manera como describe el evangelista la acción de Jesús, que pasó por el mundo revelando a su Padre por medio de hechos y palabras, anunciando la Buena Noticia, convirtiéndose así en la luz del mundo. Ya el profeta Isaías había anunciado la llegada del Emmanuel como la luz que alumbra al pueblo que estaba en tinieblas (9, 1).

Esa es la luz que esperamos con ansia en esta Navidad. Del Señor tiene que llegar una nueva luz que nos permita ver a nuestro Continente de manera diferente, con los ojos de Jesús; para que podamos descubrir su rostro en todos los hombres que nos miran con esperanza y que, tal vez, esperan de nosotros, como cristianos, que mostremos con obras lo que confesamos en nuestra fe: que todos somos imágenes de Dios, hijos de un mismo Padre, hermanos de Jesucristo y llamados por nuestro nombre para formar parte de la gran familia de seguidores, amigos y testimonios de Jesús.

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2-5.

Is 30, 18-21.23-26: Dios se compadece del pueblo oprimido

Mt 9, 35-10, 1.6-8: El sumario de la acción misionera

Los "sumarios" eran resúmenes de la actividad de un personaje. En ellos se describían acciones que cubrían varios días, meses e incluso años. El Nuevo Testamento los usa para sintetizar la intensa actividad de Jesús. Generalmente sólo cubren unos pocos versículos pero en ellos está condensada toda la obra salvífica. Por eso, cuando leemos los evangelios debemos darnos cuenta que éstos nos comunican experiencias de fe muy organizadas y resumidas, y que fueron escritos con el objeto de que crezcamos procesualmente en la fe. No debemos buscar en los evangelios una crónica periodística de la acción de Jesús, porque lo que a los escritores les interesaba era el significado de su persona y de su obra.

El texto que la liturgia propone para la meditación, presenta un «sumario» de la acción de Jesús en Palestina, especialmente en Cafarnaún. La actividad de Jesús tiene varias facetas. La primera como Maestro, comunicando la Buena Nueva, el Reino, y corrigiendo las enseñanzas equivocadas de los legalistas. La segunda como Terapeuta, atendiendo a los enfermos con dolencias físicas, psicológicas y espirituales. Su interés estaba en librarlos de la idea que tenían de ser pecadores o endemoniados. La tercera como Pastor, pues Israel se encontraba en ese momento a la deriva, en medio de las autoridades nacionales serviles al imperio y de líderes populares afiebrados por un nacionalismo miope. Como Pastor él se compadecía de las multitudes y trataba de orientarlas por el camino de la solidaridad, la fraternidad y la tolerancia. La cuarta como organizador de comunidades de hombres y mujeres. Había muchas personas inquietas, pero necesitaban un factor de cohesión, un líder que los vinculara y los ayudara a crecer como personas.

Esta última faceta, de organizador y promotor de organizaciones comunitarias, está condensada en los relatos de elección de los doce misioneros, y en muchos otros pasajes en los que el envía a sus discípulos para continuar la misión. Y aquí esta condensada una de sus enseñanzas fundamentales: la comunidad cristiana existe para evangelizar. La comunidad existe en función de la obra que le dio origen. La comunidad, por tanto, no está en función de sí misma, de su propio crecimiento, de su propia organización. La comunidad existe porque hay un "pueblo cansado y decaído" frente al cual se siente solidaria y capaz de dar respuesta desde su insignificancia y debilidad.

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2-6.

Is 30,18-21.23-26: "Si, pueblo, ya no llorarás más"

Mt 9,35-10,1.6-8: "Viendo el gentío, Jesús se compadeció porque estaban cansados y decaídos, como ovejas sin pastor".

En estos días hemos seguido los anuncios sobre el final del reino de la opresión tal como lo considera Isaías. Ese final estará marcado por la alegría y la fiesta de pueblo, porque el opresor ha sido destruido y derrumbado sus riquezas, el pobre camina rá sobre las ruinas de los ricos porque se ha apropiado de lo que le ha sido robado.

Pero, ¿solamente esto es el final? Isaías quiere dejar en claro que el cambio a un mundo nuevo estará también marcado por la dignificación del trabajo, y por un trabajo digno que sirva, por fin, de sustento para el pueblo.

Dios proporcionará el clima ideal para que quienes siembren, puedan cosechar el fruto de su trabajo, que quienes críen ganado, tengan buenas crías, y buenas pasturas. Y todo esto en un clima de armonía con la tierra y el medio ambiente.

Cuando los pobres, por fin, sean los dueños de sus campos en lugar de trabajarlos para los terratenientes y latifundistas, cuando críen sus ganados para sí mismos y no para los grandes estancieros, cuando trabajen para sí y no para los sistemas injusto s, entonces también eso será un clima de fiesta y de alegría por el triunfo.

Cuando los pobres puedan hacer esto, también habrá un respeto por el medio ambiente.

En lugar de dejar paso a la ambición y a la acumulación de capitales, a la industrialización de todos los procesos de producción, a la contaminación de los suelos por fertilizantes venenosos, los pobres tratarán a la tierra como su hermana, como su mad re, como la "Pachamama": con el amor, el respeto y la obediencia que ella se merece.

Porque el pobre no trata a los bienes de la tierra como si fueran descartables, no tiene el espíritu utilitarista de la sociedad consumista, simplemente trabaja la tierra porque sabe que ella le da de comer y de vivir.

Cuando los pobres tengan la tierra, estamos seguros, no contaminaran los ríos, ni maltrataran los bosques, no deforestarán selvas ni aniquilaran especies.

Cuando los aborígenes nos enseñen a tratar a la tierra, al agua, al aire y sol, ya no nos sentiremos sus dueños, sino parte de ellos.

Cuando los castillos sean derrumbados y los pobres trabajen la tierra, será un tiempo de paz y de dignidad.

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2-7. 2002

EVANGELIO
Mateo 9, 35 - 10, 1.6-8
(trad. Juan Mateos , Nuevo Testamento , Ediciones El Almendro, Córdoba)


35Recorría Jesús todos los pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, proclamando la buena noticia del Reino y curando todo achaque y enfermedad.
36Viendo a las multitudes, se conmovió, porque andaban maltrechas y derrengadas como ovejas sin pastor.
37Entonces dijo a sus discípulos:
-La mies es abundante y los braceros pocos; por eso, 38rogad al dueño que mande braceros a su mies.

10 1Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y curar todo achaque y enfermedad.
6Mejor es que vayáis a las ovejas descarriadas de Israel. 7Por el camino proclamad que está cerca el reinado de Dios, 8curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. De balde lo recibisteis, dadlo de balde.


COMENTARIO 1

vv. 35,38. En paralelo con 4,23, comienza aquí una nueva sección del evangelio (9,38-11,1), constituida sobre todo por la instrucción a los Doce para la misión. 9,35-38 constituye la introducción a la misión y al discurso y describe la lastimosa situación de Israel a los ojos de Jesús.
Se abre con un sumario de la actividad de Jesús (35), que describe su labor incansable. En las sinagogas enseña, es decir, expone su mensaje apoyándose en la Escritura; fuera de las sinagogas proclama la buena noticia de la cercanía del reinado de Dios (4,17); además, cura a todos los enfermos, como señal de la plena salvación que el reino ofrece al hombre.

"Las multitudes están como ovejas sin pastor" (36). La frase alude a Nm 27,17, donde Moisés nombra a Josué precisamente para que el pueblo no se disperse. Nadie se ocupa de este pueblo que se encuentra en situación desesperada.

Ante este espectáculo, Jesús expone la situación a sus discípulos (37s). Usa un término (gr. therismos) que significa "mies" y "siega". Se usa en 13,30.39, aplicado a la separación final entre buenos y malvados, y "la siega" se atribuye a los ángeles. "Los braceros" u obreros de que habla Jesús ejercen, pues, en la historia la misma actividad que "los ángeles" harán en el momento final. Se ve ahora el sentido de "los ángeles" que servían a Jesús, es decir, colaboraban con él, en la escena del desierto: eran figura de los que colaboran en su misión. La alusión indica que comienza el tiempo escatológico, la etapa final de la historia, inaugurada con la presencia de Jesús y la cercanía del reinado de Dios.

La petición se dirige al dueño de la mies, el Padre. Jesús no pide al Padre que envíe segadores, pero recomienda a los discípulos que lo hagan. Es una manera de prepararlos a la misión que sigue. La petición les hará tomar conciencia de la necesidad y los dispondrá a responder a la llamada de Jesús.

v.10,1. Mt no describe la institución de los Doce. Su puesto lo ocupan las bienaventuranzas, donde establece el estatuto de la nueva alianza y, por tanto, funda el nuevo Israel. "Sus doce discípulos", nombrados por primera vez, son, por tanto, la figura representativa del Israel mesiánico. El número doce alude a la plenitud escatológica de Israel. En su estadio final, el pueblo elegido comprende tanto a israelitas como a "pecadores" e incluirá también a los paganos.

vv. 6-8. Jesús envía a los "Doce", es decir, al Israel mesiánico que representa a todos sus discípulos, dándoles instrucciones para la misión. Por el momento, limita ésta a Israel, que se encuentra en situación lastimosa. No ha llegado aún la hora de la misión universal (26,13; 28,19). La proclamación de los Doce tiene el mismo contenido que la de Jesús (4,17), pero sin la exhortación a la enmienda. Dan escuetamente la buena noticia. Su proclamación va acompañada de toda clase de señales. El significado de éstas es el mismo que el de las realizadas por Jesús. El ha resucitado a la hija del jefe (9,18-26), ha limpiado a un leproso (8,2-4), ha curado enfermos (8,16; 9,35), ha expulsado demonios (9,32s). El significado es liberar a los habitantes de Galilea de las doctrinas que los tienen postrados y privados de vida. Estas obras se realizan con "las ovejas descarriadas de Israel"; son, por tanto, una expresión de la ayuda que el discípulo debe prestar (5,7). Jesús añade un aviso: la idea de lucro ha de estar ausente de esta actividad (8). Se hace, por tanto, con "limpieza de corazón" (5,8), sin segundas intenciones.


COMENTARIO 2

Las expectativas cristianas son universales y no pueden ser reducidas o identificadas ni siquiera con los intereses de la comunidad eclesial. Ello se pone claramente de manifiesto en la relación entre los personajes del presente pasaje evangélico.

Frente a nosotros Mateo coloca a Jesús, a la gente y a sus discípulos. Ya desde el comienzo se pone de manifiesto que su principal preocupación se dirige a la situación de la multitud a la que el texto subordina la tarea que se encomienda a los discípulos.

El camino de Jesús por ciudades y aldeas tiene por finalidad la proclamación de la Buena Noticia del Reino que se realiza mediante su enseñanza y su actuación. Dichas actividades se desarrollan en un ámbito marcado por la presencia negativa de la enfermedad y la dolencia.

Este carácter negativo que asume el entorno provoca un sentimiento de compasión frente a una multitud necesitada de conducción y que no ha podido llegar a la realización plena de su vida. Ambas afirmaciones se expresan por medio de las imágenes de ovejas sin pastor y de una mies madura y abundante que espera el último acto, su cosecha.
Dentro de esta relación se inscribe las actitudes que Jesús exige a sus discípulos en las que se pueden descubrir dos momentos.

El primer momento es el de la identificación con sus sentimientos de compasión, A ello se dirige la necesidad de la petición por obreros. La oración que se manda a los discípulos debe tener como centro de atención no los propios intereses sino los de esa multitud que padece situaciones inhumanas.

Ya en este primer momento, los discípulos son arrancados del ámbito de sus preocupaciones propias de todo grupo e invitados a identificarse con las preocupaciones de un Dios universal, que se presenta bajo el nombre de "Dueño de la mies".

Desde este punto de partida se pasa a la capacitación de los discípulos para que puedan desempeñar la tarea que se les encomienda y que debe beneficiar a esa multitud colocada en esas situaciones desfavorables.

Dicha capacitación se expresa en dos etapas: en la primera (10,1) el evangelista relata la transmisión de poderes. En la segunda (10,6-8) coloca en la boca de la Jesús las condiciones que los discípulos deben cumplir para desempeñar la tarea encomendada.

En ambas se señala como característica de la misión , la lucha contra las enfermedades que aquejan al ser humano. Los discípulos reciben el poder de curar las dolencias y, a la vez, el mandato explícito de realizar esa actividad.

Junto a este elemento común, se colocan otros elementos que esclarecen el sentido de la misión cristiana. En el v.1 aparece mencionada "la autoridad sobre los espíritus impuros". Estos impiden la plena realización humana y oprimen la existencia. La misión, por tanto, será entendida como una lucha contra el poder del mal presente en la vida de los seres humanos.

En los vv. 6-8 se expresa lo mismo desde la perspectiva positiva del anuncio y de la realización del Reino de Dios. Dicha proclamación es el triunfo sobre todo mal existente en la vida de los seres humanos e incluye la superación de la muerte y de toda marginación como se señala en el mandato de la purificación de los leprosos.

En dichos versículos, además, se señalan el lugar de esa proclamación y el modo de su realización. Por el momento, a diferencia de lo que acontecerá después de la Pascua, los discípulos deben limitarse a Israel y se les enseña que la gratuidad es el único modo en que puede cumplirse lo exigido.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-8. ACI DIGITAL 2003

27. Hijo de David, esto es, en el sentir de los judíos, el Mesías prometido.

San Mateo además da comienzo a su Evangelio con el abolengo de Jesús, comprobando con esto que Él, por su padre adoptivo, San José, desciende legalmente en línea recta de David y Abrahán, y que en Él se han cumplido los vaticinios del Antiguo Testamento, los cuales dicen que el Mesías prometido ha de ser de la raza hebrea de Abrahán y de la familia real de David. La genealogía no es completa. Su carácter compendioso se explica, según San Jerónimo, por el deseo de hacer tres grupos de catorce personajes cada uno. Esta genealogía es la de San José, y no la de la Santísima Virgen, para mostrar que, según la Ley, José era padre legal de Jesús, y Éste, heredero legal del trono de David y de las promesas mesiánicas. Por lo demás, María es igualmente descendiente de David; porque según San Lucas 1, 32, el hijo de la Virgen será heredero del trono "de su padre David". Sobre la genealogía que trae S. Lucas, y que es la de la Virgen, véase Lucas 3, 23.

Por último, según los resultados de las investigaciones modernas hay que colocar el nacimiento de Jesús algunos años antes de la era cristiana determinada por el calendario gregoriano, o sea en el año 747 de la fundación de Roma, más o menos. Al no hacerlo así, resultaría que Herodes habría ya muerto a la fecha de la natividad del Señor, lo cual contradice las Sagradas Escrituras. Ese hombre impío, murió en los primeros meses del 750.


2-9. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Sábado 6 de diciembre de 2003. Nicolás de Bari

Is 30, 18-21.23-26: Dichosos los que esperan en Él
Salmo responsorial: 146, 1-6: El Señor sostiene a los humildes
Mt 9,35 - 10,1.6-8: Id proclamando que el Reino de los cielos está cerca

Isaías sueña con un Reino, libre del mal que aqueja al ser humano: hambres, enfermedades, violencias e injusticias sociales. Isaías es el profeta de la esperanza más humana y universal; pero al mismo tiempo señala las condiciones para el advenimiento de ese Reino: creer que Dios es el único capaz de construirlo, ser lo suficientemente pobre para saber que el ser humano pierde su tiempo queriendo obtener esa felicidad por sus propias fuerzas. Dios no está sólo en comunión con los miembros de la humanidad; su poder irradia sobre la naturaleza y la prepara a la esperada transfiguración. Quienes acogen este mensaje, podrán ser los que lleven a la unidad a todo el género humano y quienes reconcilien con Dios toda la naturaleza creada.

En el Evangelio aparece el relato de la misión de los doce, precedido de la actividad incansable de Jesús en la predicación y las curaciones. La urgencia apostólica de la que se va a tratar, tiene sus raíces en la urgencia del mismo Jesús que enseña, predica y cura. La enseñanza de Cristo en las sinagogas tiene la forma de enseñanza tradicional, pero con un elemento nuevo: la predicación del Reino.

Después que Mateo nos ha descrito ampliamente la vida misionera de Jesús, nos relata que al ver a las muchedumbres desamparadas “sintió compasión de ellas”. Deja patente aquí una bella estampa del Cristo Misionero. Jesús se compadece de las gentes “abatidas como ovejas que no tienen pastor”. Esta situación se sigue repitiendo hoy, las gentes se sienten confundidas, especialmente los más pobres; hay un desconcierto universal por falta de buenos guías. Viendo el Señor esta situación invistió a los discípulos con sus poderes y los envió por todo el mundo y a lo largo de los siglos para que cumplieran su misión de salvar a todos los seres humanos.

Jesús se vale de una comparación para exponer la situación: la muchedumbre es como una inmensa mies; para recogerla se necesitan muchas manos. La mirada de Jesús va más allá del mero pueblo de Israel incluyendo la basta misión del porvenir. En consecuencia, hay que rogar insistentemente al Señor de la mies que “envíe obreros a su mies”.

Jesús predicó por ciudades y aldeas, en los campos a las gentes humildes y en las sinagogas a la gentes más cultas, y el mensaje central siempre fue el mismo: la doctrina del nuevo Reino que venía a establecer en la tierra. En este tiempo de adviento, este debe ser el tema de predicación de todos los apóstoles de Jesús: la inminente proximidad del Reino mesiánico y la preparación de los ánimos por medio de la penitencia.


2-10. DOMINICOS 2003

Dichosos los que esperan en el Señor

Adviento es esperanza del que vive, camina y trabaja, del que piensa, medita, reflexiona y obra el bien.

Adviento es esperanza del que se anima a sí mismo a luchar, confiado en Dios, y confiado en la bondad y poder de los demás.

Adviento es humildad, reconocimiento de la propia debilidad  que se hace plegaria a Dios en súplica de gracia y se torna audaz por la fuerza de la confianza en Él.

Adviento es oportunidad para dar la mano y el corazón a aquéllos que tenemos distantes, marginados en nuestro afecto, y que acogerían con gozo voces de cercanía, solidaridad, justicia.

Adviento es interiorización, rumia sobre nuestro obrar, muchas veces despreciativo de los demás, mientras para nosotros queremos misericordia, perdón, acogida amable.

Adviento es mirada exigente y sincera sobre nosotros mismos, y sobre los demás, con reflejos de comprensión, ternura y paciente perseverancia.

Adviento es preparación de un nuevo encuentro con el Dios del amor y misericordia que viene a nosotros, hecho Niño en debilidad, para enseñarnos toda la Verdad.

La Luz de la Palabra de Dios

Isaías 30, 18-21.23-26:

“Esto dice el Señor, el santo de Israel: Pueblo de Sión, habitantes de Jerusalén, no tendréis que llorar, porque [el Señor] se apiadará a la voz de tu gemido; apenas te oiga, te responderá...

El Señor te dará lluvia para la semilla que siembres en el campo, y el grano de la cosecha del campo será rico y sustancioso...”

Evangelio según san Mateo 9,35-10,1.6-8:

“En aquel tiempo, Jesús recorría las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias.

Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, ‘como ovejas que no tienen pastor’.

Entonces dijo a sus discípulos:’La mies es abundante, pero los obreros son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies’.

Luego llamó a sus doce discípulos y les dio poder para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencias...”

Reflexión para este día

La luz de la Cándida y de la Ardiente.

Recreémonos en la belleza del mensaje profético: Dios está cerca de nosotros y se deleita escuchando nuestra voz del corazón y acude a nuestra llamada  apenas oye la voz y el gemido de quien lo invoca.  

Unamos los tres elementos: gemido de un corazón que desvela al Señor, complacencia de Él en la escucha, respuesta de Padre a hijo. Es difícil encontrar en la literatura espiritual belleza más grande, aunque a veces no entendemos cómo acontece todo eso, en medio de nuestras turbaciones, infortunios, desdichas. Pero ahí está la grandeza de nuestra fe : en asumirlo todo como gran verdad, aunque entre nieblas.

Y añadamos la belleza de las imágenes literarias: en el día del Señor, en el día de nuestra vida en Dios, cuando los pueblos se amen de verdad, la luz de la Cándida –que es la luna- será como la luz del Ardiente –que es el sol-  y la luz del Ardiente será siete veces mayor, es decir, se transformará todo en luz, gracia, amor, frutos de la verdad y el amor.

Hagamos realidad en nosotros mismos esos mensajes y bellezas, dejándonos ganar por el corazón y la ternura del Señor, y salgamos a anunciar su Reino, reino que el mundo espera.


2-11. 2003

El buen pastor anunciado por los profetas

Sábado de la Primera Semana de Adviento

I. En la larga espera del Antiguo Testamento, los Profetas anunciaron, con siglos de antelación, la llegada del Buen Pastor, el Mesías, que guiaría y cuidaría amorosamente su rebaño. Sería un pastor único (Ezequiel 34, 23), que buscaría a la oveja perdida, vendaría la herida u curaría a la enferma (Ezequiel 34, 16). Con Él las ovejas estarían seguras y, en su nombre, habría otros buenos pastores con el encargo de cuidarlas y guiarlas. Yo soy el buen pastor, (Juan 10, 11) dice Jesús. Él conoce y llama a cada una de las ovejas por su nombre (Juan 10, 3). ¡Jesús nos conoce personalmente, nos llama, nos busca, nos cura! No nos sentimos perdidos en medio de una humanidad inmensa y sin nombre: Somos únicos para Él. Podemos decir con exactitud: Me amó y se entregó por mí (Gálatas 2, 20). Ningún cristiano tiene derecho a decir que está
solo: Jesucristo está con él.

II. Además del título de Buen Pastor, Cristo se aplica a sí mismo la imagen de la puerta por la que se entra al aprisco de las ovejas, que es la Iglesia. Jesús ha dispuesto que haya en su Iglesia buenos pastores para que en su nombren guarden y guíen a sus ovejas (Efesios 4, 11). Por encima de todos y como Vicario suyo en la tierra estableció a Pedro y a sus sucesores (Juan 21, 15-17), a quienes hemos de tener una especial veneración, amor y obediencia. Junto al Papa, y en comunión con él, a los obispos, como sucesores de los Apóstoles. Los sacerdotes son buenos pastores, especialmente en la administración del sacramento de la Penitencia, donde nos curan de todas nuestras heridas y enfermedades. “Cuatro son las condiciones que debe reunir el buen pastor: En primer lugar el amor: fue precisamente la caridad la única virtud que el Señor exigió a Pedro para entregarle el cuidado de su rebaño. Luego, la vigilancia, para estar atento a las necesidades de las ovejas. En tercer lugar, la doctrina, con el fin de poder alimentar a los hombres hasta llevarlos a la salvación. Y finalmente la santidad e integridad de vida; ésta es la principal de todas las cualidades (SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA, Sermón sobre el Evangelio del Buen Pastor)”

III. Cada uno de nosotros necesita un buen pastor que guíe su alma, pues nadie puede orientarse a sí mismo sin una ayuda especial de Dios. Es una gracia especial de Dios poder contar con esa persona llena de sentido humano y sobrenatural que nos ayude eficazmente. Pero es importante acudir al que es verdaderamente buen pastor para nosotros, aquel a quien el Señor quiere que acudamos. Nuestra Madre nos ayudará a encontrar el camino seguro que nos conduce a Cristo.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre

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2-12.

La misión de los discípulos

Autor: P. José Rodrigo Escorza

Mateo 9, 35. 10, 1. 6-8

En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Les dijo: "Vayan más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente".

Reflexión

Cada uno de los doce fue buscado, encontrado e invitado por Jesús. Fue una llamada original y muy personal que ahora se repite a todos “colectivamente”. Desde el inicio, cada uno de los apóstoles se sentirá parte de un grupo muy especial de seguidores del Maestro. Serán sus íntimos, formarán la Iglesia, la única, pues habían sido convocados por el único Maestro. Con su trabajo de evangelización y con su vida entera, ellos extenderán y prolongarán la vida y misión de Jesús en el mundo y en la historia.

La Iglesia Católica ha cumplido 2 milenios de darse al mundo, y de darse gratis. Pese a esta conciencia, el Papa Juan Pablo II ha pedido perdón por los errores históricos cometidos por la Iglesia. Y a pesar de todo ello ¿qué hubiera sido del mundo, de tantos hombres anónimos, de tantos otros influyentes y poderosos, si no hubieran recibido la semilla cristiana, si no hubieran conocido la ley del Amor, del perdón, de la solidaridad que Jesús nos enseñó? Es verdad, todavía se cometen muchas y graves injusticias en nuestras sociedades; pero, ¿quién puede negar que gracias al sacrificio y a la inmolación de tantos hombres y mujeres de todos los tiempos, hoy somos mejores, más humanos por ser cristianos?Y hoy, por poner un ejemplo, la institución que ofrece asistencia en los cinco continentes a los enfermos del sida, a los leprosos o a los ancianos es nuestra Iglesia Católica. ¿Cuál es nuestra valoración ante tanto bien realizado? Es una labor ingente, pero aún más apremiantes son las necesidades.

Que su consideración nos impulse, nos llene de optimismo, gratitud a Dios y renovado interés apostólico y misionero. Somos los continuadores, aquellos que con nuestras vidas prolongaremos la obra de Jesucristo en el mundo hasta el fin de los tiempos. En la medida en que abramos nuestro corazón y acojamos la llamada de Dios, sólo entonces podremos responder con autenticidad.


2-13.

Jesús, hoy te vuelves a compadecer de las muchedumbres, pero no por falta de pan, sino porque no tienen pastor que les enseñe la doctrina que salva, la buena nueva del Evangelio. La gente está desorientada, buscando con desesperación la felicidad, y encontrando el abatimiento, la soledad y la desconfianza, producto de su propio egoísmo.

La mies es mucha, pero los obreros pocos. Señor, ¿por qué? ¿Por qué hay tan pocos que te ayuden a transmitir ese mensaje de amor que vienes a traer al mundo? ¿No puedes hacer algo? Jesús, siendo Dios Todopoderoso, no puedes obligar a nadie a trabajar a tu lado, porque le estarías quitando la libertad, y sin libertad es imposible amar.

Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. Jesús, no puedes obligar, pero sí puedes dar tu gracia a quien te la pide, o a aquél por quien otros han pedido. Y tu gracia es realmente eficaz, hasta el punto de que, como decía Santa Teresa: cuando el Señor quiere para sí un alma, tienen poca fuerza las criaturas para estorbarlo (18). Por eso quieres que te pida que haya muchos más que trabajen para Dios, para TI: muchos más que quieran ser apóstoles en medio de las circunstancias en las que se encuentran.

Jesús, yo no me atrevo a pedirte nada sin antes ofrecerme para trabajar a tu lado. ¿Qué he de hacer? Ten en cuenta que no valgo mucho... Y me respondes: Id y predicad diciendo que el Reino de los Cielos está al llegar. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, arrojad a los demonios; gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente.

También a nosotros, si luchamos diariamente por alcanzar la santidad cada uno en su propio estado dentro del mundo y en el ejercicio de la propia profesión, en nuestra vida ordinaria, me atrevo a asegurar que el Señor nos hará instrumentos capaces de obrar milagros y, si fuera preciso, de los más extraordinarios. Daremos luz a los ciegos. ¿Quién no podría contar mil casos de cómo un ciego casi de nacimiento recobra la vista, recibe todo el esplendor de la luz de Cristo? Y otro era sordo, y otro mudo, que no podían escuchar o articular una palabra como hijos de Dios... Y se han purificado sus sentidos, y escuchan y se expresan ya como hombres, no como bestias. «In nomine Iesu!», en el nombre de Jesús sus Apóstoles dan la facultad de moverse a aquel lisiado, incapaz de una acción útil, y aquel otro poltrón, que conocía sus obligaciones pero no las cumplía... En el nombre del Señor, «surge et ambula!», levántate y anda.

El otro, difunto, podrido, que olía a cadáver, ha percibido la voz de Dios, como en el milagro del hijo de la viuda de Naím: «muchacho, yo te lo mando, levántate». Milagros como Cristo, milagros como los primeros apóstoles haremos. ( ... ) Si amamos a Cristo, si lo seguimos sinceramente, si no nos buscamos a nosotros mismos sino sólo a Él, en su nombre podremos transmitir a otros, gratis, lo que gratis se nos ha concedido.

Madre mía, ayúdame a ser uno de esos obreros que tu Hijo necesita para trabajar en su campo. Si amo a Cristo y le sigo sinceramente podré transmitir a otros su mensaje, a la vez que pido por más obreros, almas de apóstol, pues la mies es mucha.


2-14. San Agustín (354-430) obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia. Sobre la venida de Cristo, sermón 19

“Proclamad que el Reino de los Cielos está cerca. Curad a los enfermos.”

Hermanos, oigo a algunos murmurar contra Dios en nuestros días. Dicen: ‘Señor, los tiempos son duros ¡qué época tan difícil de pasar!... Hombre, tú que no te enmiendas ¿no eres tú mil veces más duro que el tiempo en que vivimos? Tú que te vas detrás del lujo, detrás de todo lo que es vanidad, tú que eres insaciable en tus pasiones, tú que quieres usar mal de lo que deseas, no obtendrás nada...

¡Curémonos, hermanos, corrijámonos! El Señor va a venir. Como no se manifiesta todavía, la gente se burla de él. Con todo, no va a tardar y entonces no será ya tiempo de burlarse. Hermanos ¡corrijámonos! Llegará un tiempo mejor, aunque no para los que se comportan mal. El mundo envejece, vuelve hacia la decrepitud. Y nosotros ¿nos volvemos jóvenes? ¿Qué esperamos, entonces? Hermanos ¡no esperemos otros tiempos mejores sino el tiempo que nos anuncia el evangelio. No será malo porque Cristo viene. Si nos parecen tiempos difíciles de pasar, Cristo viene en nuestra ayuda y nos conforta...

Hermanos, es conveniente que los tiempos sean duros. ¿Por qué? Para que no busquemos la felicidad en este mundo. Es necesario que esta vida sea agitada por las dificultades para que anhelemos la otra. ¿Cómo? ¡Escuchad!... Dios contempla a la humanidad en su miseria, agitada por sus deseos y preocupaciones de este mundo que causan la muerte del alma. Por eso viene el Señor como médico, para traernos el remedio.


2-15. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:

Supongo que en más de una ocasión habéis disfrutado y tal vez participado en la ola: ese movimiento de las masas en los estadios, en los momentos de entusiasmo: ¡la ola! Ese es el gesto mundial deseado… en el que todos, inclusivamente todos, estemos implicados ¿Cuándo llegará el día en el que toda la humanidad, desde Oriente a Occidente, pueda hacer la ola? No sé porqué, pero el Evangelio de este día me lo ha sugerido.

Ante los males de nuestro mundo qué bella sería una oleada de vida que los fuera eliminando todos, curando todos, uno tras otro… ¡Qué bello sería ver cómo los corazones se hacen puros, los amores fieles, las desconfianzas se transforman en fe sólida, el desánimo y la depresión en elevación de la moral moral, la pobreza en riqueza compartida, la muerte y enfermedad en vida!

Jesús inició la oleada de la vida. Por donde él pasaba, se instauraba la vida. Jesús fue como un ciclón de vida. Y con él, sus discípulas y discípulos. Ese era su propósito: dar vida y vida abundante.

Conclusión: ¡en pie de vida!

En pie de paz, en pie de vida… Hasta transformarlo todo. Ese es el mensaje que hoy la palabra de Dios nos transmite y nos inspira.

Vuestro hermano en la fe.

José Cristo Rey García Paredes (cmfxr@hotmail.com)


2-16. 2003

LECTURAS: IS 30, 19-21. 23-26; SAL 146; MT 9, 35-10, 1. 6-8

Is. 30, 19-21. 23-26. El Señor siempre se apiadará de nosotros, y estará siempre dispuesto a perdonarnos. ¿Quién no ha pasado por momentos de angustia y tragos amargos en su vida? Muchas veces pareciera que Dios nos ha ocultado su rostro. Sin embargo, mientras continuemos confiando en Él y acudamos a Él con una oración sincera, el Señor misericordioso, se apiadará de nosotros y nos responderá apenas nos oiga. Él siempre velará por nosotros como lo hace un padre amoroso con sus hijos. Dios no quiere la muerte de sus hijos. Él nos ha enviado a su propio Hijo para que, hecho uno de nosotros, vende nuestras heridas y sane las llagas de nuestros golpes. Él no sólo nos da el alimento necesario para subsistir en este mundo, sino que, especialmente, nos concede en abundancia su perdón y su Espíritu Santo para que no sólo nos llamemos hijos de Dios, sino para que en verdad lo tengamos como Padre nuestro. Quienes nos hemos dejado amar por Él tenemos como vocación convertirnos para nuestros hermanos en un signo del amor misericordioso de Dios manifestado en su Hijo Jesús.

Sal. 146 Nuestro Dios, que todo lo sabe y todo lo penetra, ha salido por medio de su Hijo, como el buen Pastor, a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. Él ha venido a sanar los corazones quebrantados y a vendar nuestras heridas, a socorrer a los pobres y a levantar a los humildes. Por eso hagamos de toda nuestra vida una continua alabanza a su Santo Nombre. Dios quiere que todos los hombres se salven. A nadie creó para la condenación. Por eso nosotros mismos no hemos de cerrar nuestra vida a su amor; más bien hemos dejarnos encontrar y salvar por Él de tal forma que no sólo lleguemos participar de su Reino aquí en la tierra, sino que encaminemos nuestros pasos a la posesión de los bienes definitivos, que Dios nos ha concedido por medio de su propio Hijo Jesús.

Mt. 9, 35-10,1. 6-8. ¿Nos imaginamos un rebaño que se ha quedado sin su pastor? Está a merced de toda clase de peligros: salteadores, fieras salvajes, etc. Y Jesús nos dice que se compadeció de las multitudes porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Jesús ha venido a ponerse, como Buen Pastor, al frente de su Pueblo. Él vino a sanar las heridas que el pecado había dejado en nosotros. Él vino a saciar nuestra hambre de amor, de paz y de felicidad. Él se ha hecho Dios-con-nosotros, cercano a nosotros y lleno de misericordia por cada uno de nosotros. Pero Él ha enviado a sus apóstoles, con el mismo poder que Él recibió del Padre, para que continúen esa obra de ser buenos pastores, signos creíbles de Cristo, a través de la historia. Por eso la Iglesia, a la par que proclamar el Evangelio, debe preocuparse por sanar las heridas que el pecado ha dejado en muchos corazones. Si en lugar de eso aumenta el dolor de quienes le han sido confiados, no podrá llamarse, con toda lealtad, un signo del Hijo de Dios que, encarnado, ha venido a remediar todos nuestros males. Hay mucho trabajo por realizar en el mundo; hay muchas esperanzas que han de ser colmadas. No permitamos que por nuestras flojeras esa cosecha se pudra o sea pasto de ladrones que quieren aprovecharse de los demás para sus propios intereses.

El Señor se ha convertido para nosotros en el Camino que hemos de seguir, sin desviarnos, ni a la derecha, ni a la izquierda. Y ese Camino es Amar sin fronteras, sin miedos; amar hasta ser capaces de dar nuestra vida por aquellos que amamos, con tal de que lleguen a su plenitud en Cristo. La Eucaristía nos hace celebrar ese misterio de amor que Dios nos ha tenido hasta el extremo, pues, a pesar de que éramos pecadores, Él salió a nuestro encuentro para morir por nosotros para que tuviésemos nueva vida. Los que celebramos la Eucaristía no tenemos otro camino para llamarnos hombres de fe en Cristo y para alcanzar a poseer la herencia que se nos ha prometido.

Por eso, los que por la fe y el bautismo vivimos unidos a Cristo debemos, como Él, sanar los corazones quebrantados y vendar las heridas, tender la mano a los humildes y reunir en un sólo pueblo, cuya única ley sea el mandato nuevo del amor, a todos aquellos a quienes el pecado ha dispersado. Hemos de ser, así, por la Fuerza del Espíritu Santo en nosotros, un signo creíble de Jesucristo, Buen Pastor, que a través de su Iglesia sigue, no sólo compadeciéndose de las multitudes que viven como ovejas sin Pastor, sino expulsando de la comunidad la fuerza del mal que nos impide amarnos como hermanos; hemos de preocuparnos por los enfermos para asistirlos y procurar, por todos los medios posibles y moralmente buenos, su salud; hemos de procurar remediar las dolencias que han abierto heridas en lo más profundo de muchos corazones a causa de los desprecios, de las marginaciones, de las persecuciones injustas, de la pobreza causada por la injusticia social, de las voces enmudecidas por mentes depravadas que impiden a los inocentes clamar justicia. Si realmente somos hombres de fe en Cristo no podemos convertirnos en destructores de la paz, ni en egoístas que pisotean los derechos de los demás para lograr intereses oscuros. Cristo espera de nosotros que, brillando con la Luz de su amor infundido en nosotros, logremos, ya desde esta vida, que el reino del mal desaparezca y que comience, ya desde ahora, a hacerse realidad el Reino de Dios entre nosotros.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, de prepararnos para la venida del Señor no sólo escuchando su Palabra, sino poniéndola en práctica, para que el Señor encuentre una digna morada en nosotros. Amén.

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2-17.

LO QUIERO Y LO QUIERO YA.

Así gritó un niño en el metro el otro día. El padre venía de recoger a los niños del colegio o de la guardería (que nombre tan feo, suena a trastero). Logró sentarse y sujetar a la niña más pequeña entre sus brazos mientras recibía mas patadas que Beckham. La otra criaturita, un niño de unos cinco años, se tiró en el suelo con una revista de juguetes de algún centro comercial. Señalaba frenéticamente las fotografías de uno y otro juguete y para llamar la atención de su padre (que intentaba escupir de su boca el puño de la niña pequeña) gritó por encima del traqueteo del vagón y levantando la revista: ¡¡¡Lo quiero, y lo quiero ya!!!.

El profeta Isaías nos está presentando en estos días de adviento el Reino de Dios. Leyendo la primera lectura dan ganas de gritarle a Dios Padre como el niño caprichoso: ¡¡¡Lo quiero, y lo quiero ya!!!. “Tus ojos verán a tu Maestro” “Si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a la espalda: <Este es el camino, camina por él>”. ¡Qué gozada!. No es malo que tengas ganas de Dios, que desees encontrarte con Él de todo corazón, que dejes que “vende la herida de su pueblo y cure la llaga de su golpe”. No sólo no es malo es muy bueno y deseable, pero (siempre hay un pero, caramba) no puedes desearlo solo. Si miras con los ojos de Jesús te compadecerás de tantas personas que están “extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor”. Hemos sido comprados a gran precio, la sangre de Cristo en la cruz, y muchos no se han enterado.

El niño caprichoso tendrá que esperar al día de Reyes. Su padre trabajará y se privará de algunos caprichos personales para que su hijo tenga lo que desea, mientras él tal vez nunca se lo agradezca ni se de cuenta, pero la alegría del niño pagará su esfuerzo. Tú y yo no podemos ser niños caprichosos. Vamos a cooperar con nuestro Padre Dios para que todos esperen ansiosos el día del Reino de Dios. Cada momento de oración, cada trabajo ofrecido, cada negación al pecado, cada sacrificio- grande o pequeño- hecho por amor, son tu aportación al regalo que Dios da a toda la humanidad.

¡¡¡Lo quiero, y lo quiero ya!!!. Su madre al llegar a casa le consolará, le hará esperar con alegría el día de Reyes. Nuestra madre del cielo también te dirá ya al oído del corazón: “Sé que lo quieres, pero espera. Sé que lo ansías, pero anúncialo a los otros. Sé que lo deseas, pero haz que los demás lo deseen. Sé que quieres estar conmigo y mi Hijo, y yo quiero que estén todos. No te calles, proclámalo, especialmente a los que no esperan nada de Dios”.

ARCHIMADRID


2-18. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Is 30,18-21.23-26: Ustedes verán al que les enseña
Sal 146,1-6
Mt 9,35-10,1.6-8: Gratis recibieron, devuélvanlo gratis

El esperanzador pasaje de Isaías que escuchamos hoy en le primera lectura, está precedido de dos oráculos que denuncian la actitud infiel de Israel al buscar aliarse con Egipto. Indica que el reino de Judá está en peligro. Con todo, no intenta revisar sus estructuras internas y poner mayor confianza en un pueblo extranjero que en su propio Dios.

Pero a pesar de estos oráculos negativos, hay voces de esperanza. El Señor se acordará de su pueblo. Es verdad que Jerusalén recibirá “pan de asedio y aguas de opresión”, pero finalmente todo será transformado a favor de los fieles de YHWH a quien el profeta declara dichosos. La segunda parte del pasaje (vv23-26) nos describe esa situación idílica en donde la creación entera podrá disfrutar de los frutos del favor de YHWH.

La realidad que viven hoy pueblos enteros es precisamente aquella que describe el profeta como “pan de asedio y agua de opresión”, y ante esa realidad, nosotros como creyentes tendríamos que desempeñar un papel mucho más claro y contundente, despertando en nuestros pueblos los anhelos de cambio y, más que eso, infundiendo y manteniendo en alto la esperanza. Sólo una pérdida de esperanza puede propiciar el mantenimiento del orden, y ya sabemos que ese statu quo es favorable a los de siempre.

A la luz de estos pasajes tan cuidadosamente seleccionados, nosotros como cristianos y como iglesia, deberíamos confrontarnos con mucha sinceridad para ver hasta donde con nuestro silencio estamos patrocinando y quizás entregando al pueblo “pan de asedio y aguas de opresión”. Eso sería muy grave y seguramente no vamos a escapar a la reprensión por parte de Dios.

Esa situación la está contemplando también Jesús. A lo largo de sus recorridos “por ciudades y aldeas” y en su ministerio en las sinagogas, es lo que Jesús percibe, una realidad similar a la que le toca vivir a Isaías. El evangelista describe una actitud íntima de Jesús: “siento compasión porque la gente va como ovejas sin pastor”. Todo una paradoja, pues Israel siempre se consideró el rebaño de YHWH; su Dios era su propio pastor, pero poco a poco el pastoreo de Dios fue rechazado y suplantado por los caprichos de los líderes políticos y religiosos que desviaron al pueblo de sus sendas; en lenguaje de Isaías “ocultaron al que les enseñaba”. En este marco podemos pues, entender la profundidad de estos dos movimientos que se presentan en el evangelio: por un lado, la compasión de Jesús y su exclamación “la mies es mucha y los operarios pocos”, y por otra parte, la respuesta a esa realidad apremiante con el envío de sus discípulos.

El trabajo del discípulo queda perfectamente delineado por el mismo Jesús: proclamar el reino, y al mismo tiempo hacerlo manifiesto a través de las obras: curar enfermos, resucitar muertos, purificar leprosos y expulsar demonios. Realizar esto y no otra cosa, es la misión del discípulo. A ese paso, podríamos analizar la historia del cristianismo en orden a rescatar cada vez más su esencia. No se trata de imponer una institución o una normatividad; la Iglesia será más fiel a las exigencias del Maestro no en cuanto a su organización, sino en la claridad y calidad del servicio a la sociedad concreta de cada época.

La conmemoración de la Encarnación de Jesús es un motivo siempre actual para examinar la manera como estamos participando en esa misión del Verbo hecho carne, hecho entrega, hecho misión.

El evangelio de hoy es como el contrapunto de la primera lectura. Así como el profeta hace ver la realidad de peligro y desviación en que vive su pueblo, Jesús, Buen Pastor, manifiesta explícitamente esa compasión y llama a sus discípulos para que sean ellos también “intercesores”: “rueguen al dueño de la mies para que envíe operarios a su mies”. Y dicha exclamación se convierte prácticamente en una orden de envío; un despertar la conciencia en sus discípulos para ponerse al frente del pastoreo de tantos hermanos y hermanas que andan dispersos como ovejas sin pastor.

Nuestra sociedad contemporánea se distingue por su sentido de autoconciencia, autonomía, autosuficiencia, al punto de rechazar abiertamente cualquier tipo de dirección o “pastoreo”; sin embargo, esas actitudes al parecer son apariencia. Tal vez, hoy más que nunca, el hombre en su soledad busca algo, alguien que llene el vacío tremendo en que se encuentra. Basta sólo mirar la demanda gigantesca que tienen todos los grupos y movimientos espiritualistas de nuestro tiempo. Pues ahí está la “mies abundante” de la que habla Jesús, ahí el discípulo tiene que jugárselas para que la propuesta del evangelio sea de verdad un abrevadero para el sediento hombre y mujer contemporáneos, no porque encuentren en él aquella religión facilista y mecánica, sino porque hay allí un proyecto que da sentido y valor a la existencia.


2-19. Fray Nelson Sábado 4 de Diciembre de 2004

Temas de las lecturas: El Señor se compadece de ti al oír el clamor de tu voz * Al ver a la multitud se compadeció de ella.

1. Dios ya no se esconde
1.1 Si hay una noticia consoladora es aquella que hoy nos regala el profeta: Dios ya no se esconde. Se deja sentir y atiende las súplicas. Dulce noticia, porque si hay algo torturante es el silencio de Dios. La luz crece de tal modo que la luna se equipara al sol mientras el sol adquiere el brillo perfecto.

1.2 Mas esa cercanía de Dios va en las dos direcciones. El mismo Dios que acoge las súplicas deja escuchar su voz y muestra el camino correcto. Esto debe ser destacado, porque a veces nos gusta que el Señor se haga presente para atender nuestra voz pero luego no nos interesa que esté cerca para que atendamos su voz.

1.3 Hay una señal, un punto que marca el comienzo de esa cercanía; algo que no quisiéramos oír. Se trata del día de la gran matanza. No debiera ser así. El ser humano debería aprender a obedecer sin que tantos tuvieran que morir. La humanidad debería sentirse acompañada sin necesidad de saberse sobreviviente. Mas la obstinación humana ha conducido a eso: pareciera que necesitamos del horror de la muerte para reconocer el pecado, y necesitamos del vértigo de la supervivencia para aprender a agradecer.

2. Tiempo de cosecha
2.1 El evangelio de hoy habla también de un tiempo final. Es la imagen clásica de la cosecha: el tiempo de la verdad. Sólo en la cosecha se sabe qué había en esas semillas. Y Cristo anhela un mayor número de trabajadores para la cosecha. Trabajaores que hagan aparecer el tiempo de la verdad.

2.2 El texto del evangelio, en efecto, suele ser interpretado como una invitación a trabajar, y ello no es del todo cierto. No es exactamente una invitación a trabajar sino una invitación a cosechar. La historia ha madurado y falta gente que saque la verdad que está oculta pero ya cercana en todo ese tiempo de larga maduración.

2.3 Un evangelizador, pues, no es simplemente un trabajador, ni siquiera un "buen" trabajador. Es alguien que porta la luz suficiente para descubrir y hacer presente la llegada del Reino. Mira con una hondura impresionante qué está maduro y lo recoge para los graneros de su Señor. En este sentido un evangelizador no malgasta energías tratando de convencer a base de palabras y contiendas; más bien, huyendo "de las discusiones estériles" (cf. 1 Tim 6,3-5), busca lo que está maduro para Dios. En el caso del evangelio, las ovejas de la casa de Israel; en otros casos, según va mostrando el Espíritu Santo, de acuerdo con lo que leemos en los Hechos de los Apóstoles.


2-20.

Comentario: Rev. D. Xavier Pagés i Castañer (La Llagosta-Barcelona, España)

«Rogad al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies»

Hoy, cuando ya llevamos una semana dentro del itinerario de preparación para la celebración de la Navidad, ya hemos constatado que una de las virtudes que hemos de fomentar durante el Adviento es la esperanza. Pero no de una manera pasiva, como quien espera que pase el tren, sino una esperanza activa, que nos mueve a disponernos poniendo de nuestra parte todo lo que sea necesario para que Jesús pueda nacer de nuevo en nuestros corazones.

Pero hemos de tratar de no conformarnos sólo con lo que nosotros esperamos, sino —sobre todo— ir a descubrir qué es lo que Dios espera de nosotros. Como los doce, también nosotros estamos llamados a seguir sus caminos. Ojalá que hoy escuchemos la voz del Señor que —por medio del profeta Isaías— nos dice: «El camino es éste, síguelo» (Is 30,21, de la primera lectura de hoy). Siguiendo cada uno su camino, Dios espera de todos que con nuestra vida anunciemos «que el Reino de Dios está cerca» (Mt 10,7).

El Evangelio de hoy nos narra cómo, ante aquella multitud de gente, Jesús tuvo compasión y les dijo: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9,37-38). Él ha querido confiar en nosotros y quiere que en las muy diversas circunstancias respondamos a la vocación de convertirnos en apóstoles de nuestro mundo. La misión para la que Dios Padre ha enviado a su Hijo al mundo requiere de nosotros que seamos sus continuadores. En nuestros días también encontramos una multitud desorientada y desesperanzada, que tiene sed de la Buena Nueva de la Salvación que Cristo nos ha traído, de la que nosotros somos sus mensajeros. Es una misión confiada a todos. Conocedores de nuestras flaquezas y handicaps, apoyémonos en la oración constante y estemos contentos de llegar a ser así colaboradores del plan redentor que Cristo nos ha revelado.


2-21. Curación de dos ciegos

Fuente: Catholic.net
Autor: José Rodrigo Escorza

Reflexión

Contemplamos a estos dos ciegos con sus bastones por el camino. Van corriendo “a trompicones”. Quizás siguen apresuradamente a algún lazarillo que les lleva detrás de Jesús hasta que agotados lo alcanzan. Pero el Maestro parece no darse cuenta de su estado. Les pregunta: “Creéis que puedo curaros...” ¿No habrían demostrado ya su fe corriendo a ciegas, y aún clamando misericordia por el camino? Jesús quiere provocar en ellos una adhesión plena porque eran hombres iluminados por la fe. Para ellos, recuperar la vista física será consecuencia de esa otra visión, más necesaria y profunda: su fe. El verdadero milagro es invisible y está en el interior de cada hombre que cree.

La fe que estos hombres tenían en sus corazones no les ahorró ningún esfuerzo, ninguna dificultad a la hora de alcanzar a Jesús. Es verdad que gracias a la fe nuestra vida espiritual crece y se “ilumina”, sin embargo, ni siquiera en el ámbito espiritual tener fe significa automáticamente poseer un conocimiento cierto, o una seguridad completa. Porque la fe sólo es auténtica cuando se conquista paso a paso, entre caídas y temblores, entre oscuridades y gritos de auxilio. Le fe es una lucha, al estilo de san Pablo: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe” (2Tim 4, 7-8).

No dudemos, y sobre todo no temamos a las oscuridades y a las dudas de la vida. Cuando todo esto nos ocurra en el camino, por más arduas que se presenten, precisamente por eso, debemos alegrarnos de que así sea. Las pruebas de la fe son garantía de su autenticidad. Entonces nuestro caminar será parecido a aquel que un día recorrieron “a trompicones” dos pobres ciegos iluminados por la luz de su fe y siguiendo al Señor.


2-22.

Reflexión

La gente de hoy vive angustiada porque no ha sabido distinguir los límites de su acción. No sabe dejar a Dios actuar. Y esto se debe, principalmente, a una gran falta de fe. La pregunta fundamental que llevará a la realización del milagro en este pasaje, es la que Jesús les formula a los ciegos: ¿Creen que puedo hacerlo? El hombre, cuando se encuentra en dificultad y recurre a Dios, muchas veces no considera la posibilidad de que Dios pueda actuar PODEROSAMENTE en su vida. El Resultado: Que se realice conforme a tu fe. Pidamos al Señor que aumente nuestra fe… Muchas cosas en nuestra vida cambiarán con la dependencia de Dios.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


2-23. 03 de Diciembre

Aumentar nuestra fe

Viernes de la Primera Semana de Adviento

I. La nueva era del Mesías es anunciada por los Profetas llena de alegrías y prodigios. Una sola cosa pedirá el Redentor: fe. Sin esta virtud el reino de Dios no llega a nosotros. Más tarde, los Apóstoles se manifiestan al Señor con toda sencillez. Conocen su fe insuficiente en muchos casos ante lo que ven y oyen, y un día le piden a Jesús: ¡Auméntanos la fe! También nosotros nos encontramos como los Apóstoles; nos falta fe ante la carencia de medios, ante las dificultades en el apostolado, ante los acontecimientos, que nos cuesta interpretar desde un punto de vista sobrenatural. Pero si vivimos con la mirada puesta en Dios no hemos de temer nada: “la fe, si es fuerte, defiende toda la casa” (SAN AMBROSIO, Comentario sobre el Salmo 18). Imitemos a los Apóstoles y con ánimo humilde pidamos al Señor: ¡Auméntanos la fe! Con esta confianza aguardamos la Navidad.

II. La fe es el tesoro más grande que tenemos, y, por eso, hemos de poner todos los medios para conservarla y acrecentarla. También es lógico que la defendamos de todo aquello que le pueda hacer daño: lecturas (especialmente en épocas en que los errores están más difundidos), espectáculos que ensucian el corazón, provocaciones de la sociedad de consumo, programas de televisión que puedan dañar este tesoro que hemos recibido. Reconocer al Señor delante de los hombres es ser testigos vivos de su vida y de su palabra. Nosotros queremos cumplir nuestras tareas cotidianas según la doctrina de Jesucristo, y debemos estar dispuestos a que se transparente nuestra fe en todas nuestras obligaciones familiares, profesionales y sociales. ¿Se nos reconoce como personas cuya conducta es coherente con su fe? ¿Nos falta audacia para hablar de Dios? ¿Nos sobran los respetos humanos? Una consecuencia de la fe firme es la seguridad y el optimismo de que las cosas saldrán adelante. El poder de Dios está con nosotros y disipa todo posible temor. Él nos da la gracia para cumplir nuestra vocación.

III. En todo tiempo hemos de fijarnos en Nuestra Señora, que vivió toda su existencia movida por la fe, pero especialmente en este tiempo de Adviento. Confianza y serenidad de la Virgen ante el descubrimiento de su vocación, en el silencio que ha de mantener ante San José, en los momentos difíciles que preceden al Nacimiento de Jesús. Fe de María en el Calvario. Ella nos pide que vivamos con una confianza inquebrantable en Jesús. Pidamos ahora su ayuda.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


2-24. Reflexión:

Is. 30, 19-21. 23-26. Dios nos ama siempre, sin reserva ni medida. Él es nuestro Dios y Padre, y no enemigo a la puerta. Él está siempre dispuesto a escuchar el clamor de los pobres y afligidos, pues es misericordioso, y su bondad nunca se acaba. Es verdad que a veces nos dará el pan de las adversidades y el agua de la congoja para probar y purificar el amor que le tenemos; sin embargo jamás se alejará de nosotros, pues su amor por nosotros es un amor eterno, del cual nunca dará marcha atrás. El Señor nos muestra sus caminos para que en todo hagamos su voluntad. Por eso, los que creemos en Él y en Él hemos puesto nuestra confianza, hemos de leer los diversos acontecimientos de nuestra vida y de nuestra historia desde la clave del amor que procede de Dios. Incluso la persecución y la muerte deben contribuir para el bien y la salvación de los que creemos en Dios. A pesar de nuestras cobardías, o de nuestros egoísmos, injusticias y orgullos, el Señor nos llama para que volvamos a Él y desde nosotros pueda fluir, como un arrollo en crecida, la salvación para todos los pueblos. Dejemos que Dios lleve adelante su obra de amor y de salvación en nosotros.

Sal. 147 (146). ¡Sólo Dios basta! Él es el dueño de todo, pues es el creador de todo. Y a pesar de ser el Todopoderoso, se ha inclinado, no sólo para contemplar nuestras miserias y pobrezas, sino para salir a nuestro encuentro, como el buen samaritano, para vendar y sanar las heridas que en nosotros había abierto el pecado. Él nos quiere renovados en su propio Hijo, revestidos de Él, para poder amar en nosotros lo mismo que ama en su Hijo unigénito. Ese es el amor y la misericordia que Dios nos ha tenido. Por eso alabemos al Señor no sólo con los labios, sino mediante una vida íntegra, manifestando, así, mediante nuestras buenas obras, que el Señor nos ha reconstruido y justificado, y que nos ha reunido como un sólo pueblo de hermanos en Cristo, para alabanza y gloria de nuestro Dios y Padre. El Señor conoce hasta lo más profundo de nuestras entrañas. Acudamos a Él con amor para que tenga compasión de nosotros y nos salve.

Mt. 9, 35-10, 1. 6-8. La Iglesia peregrina por este mundo. No le son ajenas las enfermedades, las injusticias, las pobrezas y los pecados de todas las gentes. Sabe que hay mucho que salvar, que hay muchas heridas que sanar, que hay muchos egoísmos y esclavitudes de las que necesitan ser liberadas muchas personas. No podemos quedarnos contemplando el mal que hay en el mundo. El Señor ha salido a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. Los que creemos en Él no podemos conformarnos sólo con arrodillarnos en su presencia. Es necesario tomar nuestra propia cruz de cada día y estar dispuestos a sacrificarnos, a orar y a trabajar para que a todos llegue la vida nueva que nuestro Padre Dios nos ha ofrecido en Cristo Jesús, su Hijo hecho uno de nosotros. La mies es mucha y los trabajadores pocos. Ojalá y todos los que nos decimos parte de la Iglesia de Cristo realmente trabajemos para que el Evangelio, tanto sea anunciado como vivido por cada vez más personas. No nos quedemos en una fe intrascendente. Vivamos comprometidos con el Señor y su Evangelio si realmente creemos en Él, y hemos hecho nuestras su Vida y su Misión salvadora.

El Señor nos ha convocado en este día para enviarnos, con todo su poder salvador, a trabajar por su Reino, en medio de las realidades y ambientes en que se desarrolle nuestra vida. No vamos sólo iluminados con los estudios, tal vez eruditos, que hayamos realizado sobre el Evangelio, y los métodos para evangelizar. Vamos con el Poder y la Fuerza que nos viene de lo alto, después de haber convivido con el Señor. Por eso este momento de gracia, que estamos viviendo en esta Eucaristía, es para nosotros el más importante; pues en Él entramos en contacto con el Señor y hacemos realidad nuestra comunión de vida con Él. Su Palabra nos ha enseñado el camino que nos conduce a Él, y en el cual hemos de vivir sin falsas interpretaciones, acomodadas a nuestros gustos e inclinaciones, pues no debemos inclinarnos ni a derecha ni a izquierda, sino ser fieles a las auténticas enseñanzas del Señor, transmitidas a nosotros e interpretadas auténticamente por los apóstoles y sus sucesores. Preparándonos para el nacimiento de Cristo, seamos nosotros mismos los que dejemos que el Señor, que su Palabra, tome carne en nosotros, para después podernos convertir en auténticos testigos suyos.

La Iglesia de Cristo no puede ser una Iglesia instalada en sus propias comodidades y poltronerías. No podemos quedarnos contemplando la destrucción de los auténticos valores del hombre; no podemos ser indiferentes ante las injusticias y violencias de que son víctimas muchas personas inocentes. No podemos cerrar los ojos ante la pobreza, ante el hambre y la desnudez, que padecen grandes sectores de la humanidad. No podemos dar la espalda ante el pecado que va carcomiendo muchas conciencias, y haciendo, de quienes lo padecen, personas destructoras de sí mismas y de los demás. El Señor nos envía para que vayamos, busquemos y salvemos todo lo que se había perdido; para que busquemos a las ovejas que se descarriaron en un día de tinieblas y nubarrones. No tengamos miedo, ni siquiera a los que matan el cuerpo. El Señor está y va con nosotros; Él quiere continuar realizando su obra salvadora por medio nuestro. Dejemos que el Espíritu de Dios nos posea, y que sea Él el que, por medio nuestro, lleve a cabo su obra de salvación en el mundo. Estemos siempre dispuestos a escuchar la Palabra de Dios, y a ponernos en camino para continuar la obra de salvación, que Dios ha iniciado entre nosotros por medio de su Hijo, nacido de María Virgen, para conducirnos al Padre. Esa es la misma misión de la Iglesia. Ojalá y la vivamos con toda la seriedad que requiere una fe verdadera, depositada en Cristo.

Que el Señor nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser fieles a la Misión Salvadora que Él ha confiado a su Iglesia. Amén.

Homiliacatolica.com


2-25. 04 de Diciembre

212. El buen pastor anunciado por los profetas

I. En la larga espera del Antiguo Testamento, los Profetas anunciaron, con siglos de antelación, la llegada del Buen Pastor, el Mesías, que guiaría y cuidaría amorosamente su rebaño. Sería un pastor único (Ezequiel 34, 23), que buscaría a la oveja perdida, vendaría la herida u curaría a la enferma (Ezequiel 34, 16). Con Él las ovejas estarían seguras y, en su nombre, habría otros buenos pastores con el encargo de cuidarlas y guiarlas. Yo soy el buen pastor, (Juan 10, 11) dice Jesús. Él conoce y llama a cada una de las ovejas por su nombre (Juan 10, 3). ¡Jesús nos conoce personalmente, nos llama, nos busca, nos cura! No nos sentimos perdidos en medio de una humanidad inmensa y sin nombre: Somos únicos para Él. Podemos decir con exactitud: Me amó y se entregó por mí (Gálatas 2, 20). Ningún cristiano tiene derecho a decir que está
solo: Jesucristo está con él.

II. Además del título de Buen Pastor, Cristo se aplica a sí mismo la imagen de la puerta por la que se entra al aprisco de las ovejas, que es la Iglesia. Jesús ha dispuesto que haya en su Iglesia buenos pastores para que en su nombren guarden y guíen a sus ovejas (Efesios 4, 11). Por encima de todos y como Vicario suyo en la tierra estableció a Pedro y a sus sucesores (Juan 21, 15-17), a quienes hemos de tener una especial veneración, amor y obediencia. Junto al Papa, y en comunión con él, a los obispos, como sucesores de los Apóstoles. Los sacerdotes son buenos pastores, especialmente en la administración del sacramento de la Penitencia, donde nos curan de todas nuestras heridas y enfermedades. “Cuatro son las condiciones que debe reunir el buen pastor: En primer lugar el amor: fue precisamente la caridad la única virtud que el Señor exigió a Pedro para entregarle el cuidado de su rebaño. Luego, la vigilancia, para estar atento a las necesidades de las ovejas. En tercer lugar, la doctrina, con el fin de poder alimentar a los hombres hasta llevarlos a la salvación. Y finalmente la santidad e integridad de vida; ésta es la principal de todas las cualidades (SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA, Sermón sobre el Evangelio del Buen Pastor)”

III. Cada uno de nosotros necesita un buen pastor que guíe su alma, pues nadie puede orientarse a sí mismo sin una ayuda especial de Dios. Es una gracia especial de Dios poder contar con esa persona llena de sentido humano y sobrenatural que nos ayude eficazmente. Pero es importante acudir al que es verdaderamente buen pastor para nosotros, aquel a quien el Señor quiere que acudamos. Nuestra Madre nos ayudará a encontrar el camino seguro que nos conduce a Cristo.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


2-26. 1ª semana de Adviento. Sábado

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.

Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.

Habiendo llamado a sus doce discípulos, les dio poder para arrojar a los espíritus inmundos y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Id y predicad diciendo que el Reino de los Cielos está al llegar. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, arrojad a los demonios; gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente. (Mt 9, 35-10, 1. 7-8)

I. Jesús, hoy te vuelves a compadecer de las muchedumbres, pero no por falta de pan, sino porque no tienen pastor que les enseñe la doctrina que salva, la buenanueva del Evangelio. La gente está desorientada, buscando con desesperación la felicidad, y encontrando el abatimiento, la soledad y la desconfianza, producto de su propio egoísmo.

La mies es mucha, pero los obreros pocos. Señor, ¿por qué? ¿Por qué hay tan pocos que te ayuden a transmitir ese mensaje de amor que vienes a traer al mundo? ¿No puedes hacer algo? Jesús, siendo Dios Todopoderoso, no puedes obligar a nadie a trabajar a tu lado, porque le estarías quitando la libertad, y sin libertad es imposible amar.

Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. Jesús, no puedes obligar, pero sí puedes dar tu gracia a quien te la pide, o a aquél por quien otros han pedido. Y tu gracia es realmente eficaz, hasta el punto de que, como decía Santa Teresa: cuando el Señor quiere para sí un alma, tienen poca fuerza las criaturas para estorbarlo [18]. Por eso quieres que te pida que haya muchos más que trabajen para Dios, para Ti: muchos más que quieran ser apóstoles en medio de las circunstancias en las que se encuentran.

Jesús, yo no me atrevo a pedirte nada sin antes ofrecerme para trabajar a tu lado. ¿Qué he de hacer? Ten en cuenta que no valgo mucho... Y me respondes: Id y predicad diciendo que el Reino de los Cielos está al llegar. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, arrojad a los demonios; gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente.

II. También a nosotros, si luchamos diariamente por alcanzar la santidad cada uno en su propio estado dentro del mundo y en el ejercicio de la propia profesión, en nuestra vida ordinaria, me atrevo a asegurar que el Señor nos hará instrumentos capaces de obrar milagros y, si fuera preciso, de los más extraordinarios. Daremos luz a los ciegos. ¿Quién no podría contar mil casos de cómo un ciego casi de nacimiento recobra la vista recibe todo el esplendor de la luz de Cristo? Y otro era sordo, y otro mudo, que no podían escuchar o articular una palabra como hijos de Dios... Y se han purificado sus sentidos, y escuchan y se expresan ya como hombres, no como bestias. «In nomine Iesu!», en el nombre de Jesús sus Apóstoles dan la facultad de moverse a aquel lisiado, incapaz de una acción útil; y aquel otro poltrón, que conocía sus obligaciones pero no las cumplía... En el nombre del Señor, «surge et ambula!», levántate y anda.

El otro, difunto, podrido, que olía a cadáver, ha percibido la voz de Dios, como en el milagro del hijo de la viuda de Naím: «muchacho, yo te lo mando, levántate». Milagros como Cristo, milagros como los primeros apóstoles haremos. (... ) Si amamos a Cristo, si lo seguimos sinceramente, si no nos buscamos a nosotros mismos sino sólo a Él, en su nombre podremos transmitir a otros, gratis, lo que gratis se nos ha concedido [19].

Madre mía, ayúdame a ser uno de esos obreros que tu Hijo necesita para trabajar en su campo. Si amo a Cristo y le sigo sinceramente podré transmitir a otros su mensaje, a la vez que pido por más obreros, almas de apóstol, pues la mies es mucha.

[18] Santa Teresa, Fundaciones, 10, 8.
[19] San Josemaría Escrivá de Balaguer; Amigos de Dios, 262.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo Adviento y Navidad, EUNSA


2-27. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Jesús se compadecía de la gente. Veía que estaban extenuados y abandonados. Por eso envió a los discípulos a predicar la buena nueva, porque aquella gente necesitaba un mensaje de esperanza, de vida.

Estamos llegando al segundo domingo de Adviento. El Adviento anuncia que hay un futuro para todos. Que no estamos condenados al fracaso. Y que siempre es posible la reconciliación, el perdón, la salvación, la vida. Aunque la sociedad nos condene, aunque los amigos nos abandonen, aunque fracasen nuestros negocios...Dios viene a salvarnos.

El texto bíblico de hoy nos presenta a los doce hombres que Jesús eligió para estar con él. Representan a las doce tribus de Israel y son las columnas del nuevo pueblo de Dios. Como Jesús están llamados a expulsar espíritus inmundos y a curar toda clase de enfermedades y dolencias. Es la victoria de la vida sobre la muerte. Es continuar la misma misión de Jesús hasta que el Señor vuelva.

“Dios necesita de los hombres”. Era el título de una película, que en mis años de seminarista me impresionó mucho. Narraba la historia de un sacerdote en una pequeña isla de pescadores. La gente estaba tan obsesionada por su trabajo y sus diversiones que no necesitaban acudir para nada a la iglesia. Entonces el sacerdote decidió cerrarla y salir de la isla.

Aparentemente nadie notó su ausencia, hasta que uno de los principales del lugar enfermó y pidió que fueran a buscar al sacerdote. Al decirle que no estaba, que la iglesia estaba cerrada, pidió un vecino le llevara en su barca a la ciudad más. En la travesía el curtido hombre de mar se siente morir y le pide al barquero que escuche su confesión. Él se resiste y es entonces cuando, en un gesto de desesperación, le toma la mano y se santigua con ella. Dios necesita de los hombres porque los hombres necesitan de Dios. Y hay que proclamar su palabra de perdón y de misericordia.

Vuestro hermano en la fe

Carlos Latorre
carlos.latorre@claretianos.ch


28.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

En el canto de entrada decimos anhelantes: «Despierta tu poder, Señor, Tú que te sientas sobre querubines, y ven a salvarnos» (Sal 79,4.2). Y en la comunión se nos asegura que viene en seguida y que trae consigo su salario, para pagar a cada uno, según su propio trabajo (Ap 22,12). Pedimos, pues, al Señor que, ya que para librar al hombre de la antigua esclavitud envió a su Hijo a este mundo, nos conceda a los que esperamos con devoción su venida la gracia de su perdón y el premio de la libertad verdadera (colecta, Rótulus de Rávena, siglo V).

Isaías 30,18-21.23-26: Apenas el Señor te oiga, te responderá. El profeta anuncia la misericordia de Dios, que proporcionará a su pueblo consuelo y gozo. Dios tiene paciencia con el pecador, en espera de su conversión. Está siempre atento a intervenir apenas gima en su búsqueda. Hasta cuando aparece lejano y silencioso, dejando al pueblo en la prueba, está siempre presente para indicar el camino justo. Y cuando el pueblo lo sigue, Yahvé lo colma de bendiciones, cura sus heridas.

Todo esto se realiza principalmente en Cristo, a cuya venida en la Noche de Navidad nos preparamos. La certeza de la consolación final no está separada del dolor que habitualmente nos acompaña. El «pan de la aflicción» y «el agua de la tribulación» son el alimento diario del hombre. Nos resulta difícil aceptar de la misma mano el sufrimiento y la alegría, pero no podemos olvidar que todo se nos da para nuestro bien (Rom 8,28). El Señor es el gran Maestro que no se cansa de indicarnos el camino, a pesar de que nosotros nos inclinemos a perderlo por nuestra malicia.

Hemos de levantar la mirada para leer los acontecimientos; entonces, seremos dóciles a las enseñanzas divinas y caminaremos por la única dirección por la que encontraremos al Señor, «que curará nuestras heridas». ¡Cuántos están todavía en las tinieblas del error, incluso los que se llaman cristianos, pero no viven como tales! Desechemos las obras de las tinieblas, de la vida pagana, infiel, y empuñemos las armas de la luz. Caminemos a la luz de Cristo. Él cura todas nuestras enfermedades.

–El Salmo 146 fue cantado al Señor por Israel, al salir del destierro: «El Señor sostiene a los humildes». También nosotros lo hacemos ahora, pues se acerca nuestra liberación: «Dichosos los que esperan en el Señor. Alabad al Señor que Él merece todo nuestro canto y nuestra acción de gracias. Él sana los corazones destrozados, venda nuestras heridas», como el Buen Samaritano. «Nuestro Dios es grande y poderoso, conoce el número de las estrellas y a todas las llama por su nombre. Su sabiduría no tiene medida… Dichosos los que esperan en el Señor».

Para vivir esto debemos morir a nosotros mismos, con nuestros gustos, nuestros intereses particulares, nuestros deseos pecaminosos, nuestras malas inclinaciones. Debemos resucitar a una vida nueva conforme al espíritu de Cristo. «Revestíos del Señor Jesús», nos dice el Apóstol. Saturados de ese espíritu, animados por Él, respirando su mismo aliento, ya no ambicionemos más que a Dios, ya no deseemos más que cumplir su voluntad. Él nos basta. ¡Solo Dios!

Mateo 9,35–10,1.6-8: Jesús se compadece de la muchedumbre. Y la misión de Jesús se prolonga por medio de sus discípulos. Es para Cristo y para ellos la hora de la compasión con los hermanos, los hombres y mujeres de todos los tiempos. ¡Cuántos marchan por la vida como ovejas sin pastor! Necesitan de nuestra ayuda. Todo cristiano ha de ser necesariamente misionero, aunque en esto existan grados y modos diversos. Todos estamos obligados a difundir el mensaje de salvación, con nuestras oraciones y sacrificios, con nuestra palabra y con nuestro ejemplo.

Con gran corazón, con inmenso amor hagámonos solidarios de todos los males y sufrimientos de los hombres que nos rodean y de los que viven a mucha distancia de nosotros. Todos son hermanos nuestros y a todos debe llegar nuestra ayuda. «A Ti levanto mi alma». Tal es el clamor  que debe brotar de nuestro corazón en este tiempo de Adviento al contemplar tanta miseria moral en nosotros y en todos los hombres. Ningún poder humano puede darnos la redención verdadera, la liberación que en realidad necesitamos todos los hombres. Únicamente Jesucristo, el Hijo de Dios humanado, nos puede salvar. San Buenaventura lo afirma orando:

«Clama, alma devota, cercada de tantas miserias, clama a Jesús y dile: “¡Oh Jesús, Salvador del mundo, sálvanos, ayúdanos, oh Señor Dios Nuestro!, esforzando a los débiles, consolando a los afligidos, socorriendo a los frágiles, consolidando a los vacilantes”... ¡Alégrate, viendo que Jesús ahuyenta los demonios en la remisión del pecado, alumbra a los ciegos infundiendo el verdadero conocimiento, resucita a los muertos al conferir la gracia, cura los enfermos, sana los cojos, endereza a los paralíticos y contraídos, robusteciendo su espíritu,  a fin de que sean fuertes y varoniles por la gracia los que antes eran flacos y cobardes por la culpa» (Las cinco festividades del Nacimiento de Jesús, fest. III, 3)