TIEMPO DE ADVIENTO

 

MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA

 

1.- Is 25, 6-10a

1-1.

VER DOMINGO 28A LECTURA 1


1-2.

-Aquel día, el Señor, Dios del universo, preparará, sobre su montaña, un banquete de manjares muy condimentados y de vinos embriagadores, un banquete de platos suculentos y de vinos depurados...

En las costumbres orientales y bíblicas el banquete forma parte del ritual de entronización de los reyes. Con frecuencia la magnificencia en el aderezo de la mesa, la calidad de los manjares y de los vinos eran el signo del poder de un rey, y muy particularmente eran el modo de celebrar una victoria.

También nosotros festejamos nuestras alegrías en familia con una comida más exquisita. Para anunciar los tiempos mesiánicos, Dios anuncia que será el anfitrión de su propia mesa. Jesús hizo de la comida el signo de su gracia.

¿Me doy cuenta de que en la eucaristía Dios me recibe en su propia mesa? ¿Es una comida gozosa, una fiesta? ¿Tengo algo a conmemorar o a celebrar cuando voy a misa? ¿Valoro la acción de gracias?

-Para todos los pueblos... sobre toda la faz de la tierra...

Ese universalismo, es sorprendente para aquella época.

Un Mesías no reservado exclusivamente al pueblo de Israel.

Un Mesías cuyos beneficios se extenderán sobre toda la humanidad: promesa divina...

¡Señor, ensancha nuestros corazones hasta la dimensión del mundo entero! ¿Es para mí un sufrimiento pensar que todavía HOY son muchos los hombres que ignoran esa buena nueva?

-Apartará de los rostros el velo que cubría todos los pueblos y el sudario que envolvía las naciones.

Destruirá la muerte para siempre.

Efectivamente, Dios celebra una victoria al invitarnos a ese festín gozoso. En la victoria sobre la «muerte». El enemigo. La muerte es la gran obsesión de la humanidad, el gran fracaso, el gran absurdo, el símbolo de la fragilidad y del sufrimiento. Es también la gran objeción que hacen los hombres a Dios: si Dios existe, ¿por qué hay ese mal? Debemos escuchar la pregunta y también la respuesta de Dios. Hay que darle tiempo, saber esperar su respuesta.

«El Señor quitará el sudario que envolvía los pueblos».

¡Tal es su promesa, su palabra de honor! «El Señor destruirá la muerte para siempre.» Tal es la buena nueva de Jesucristo. Comenzada en Jesucristo y celebrada en cada misa.

Cada eucaristía, ¿es para mí una comida de victoria sobre la muerte? Proclamamos tu muerte, Señor, celebramos tu resurrección.

-El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros.

¡Lo ha prometido!

¡Admirable imagen! Dios... enjugará... las lágrimas... de los rostros de todos los hombres!

¡Señor, cuán reconfortante será ese día! Lo espero en la Fe y, en la espera de ese día procuraré consolar algunas lágrimas del rostro de mis hermanos.

-Se dirá aquel día: ¡Ahí tenéis a nuestro Dios, en El esperábamos y nos ha salvado... exultemos, alegrémonos, porque nos ha salvado!

La muerte no es el final del hombre, no es su fin.

El fin es la exultación, la alegría, la salvación.

Esto es lo que Dios quiere, lo que Dios nos ha preparado.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 12 s.


2.- Mt 15, 29-37

2-1.

-Muchas gentes fueron a Jesús llevando consigo cojos, ciegos, baldados, mudos y otros muchos enfermos.

He ahí la pobre humanidad que corre tras de Ti, Señor. La lista de San Mateo es significativa, por la acumulación de miserias humanas.

La atención de Dios va en primer lugar hacia éstos. La misericordia amorosa de Dios se interesa primero por los que sufren, por los pobres, por los enfermos.

En este tiempo de Adviento, propio para reflexionar sobre la espera de Dios que se encuentra en el corazón de los hombres, es muy provechoso contemplar esta escena: "Jesús rodeado... Jesús acaparado... Jesús buscado... por los baldados, los achacosos.

-Y los pusieron a sus pies y El los curó.

Es el signo de la venida del Mesías: el mal retrocede, la desgracia es vencida.

¿Es éste también el signo que yo mismo doy siempre que puedo? ¿Procuro también que el mal retroceda? Y mi simpatía, ¿va siempre hacia los desheredados? Mi plegaria y mi acción ¿caminan en este sentido?

-Entonces la multitud estaba asombrada... y glorificaron a Dios.

La venida del Señor es una fiesta para los que sufren.

Cuando Dios pasa deja una estela de alegría.

¿Me sucede lo mismo cuando trato de revelar a Dios? Sé muy bien, Señor, que las miserias materiales no suelen ser aliviadas hoy; quedan muchos baldados, ciegos, achacosos...

Es una de las graves cuestiones de nuestra fe.

Quiero creer, sin embargo, que Tu proyecto es suprimir todo mal.

Quiero participar en él... con la esperanza de que por fin el mal desaparecerá.

Y aun cuando desgraciadamente, las miserias físicas no puedan ser siempre suprimidas, creo que es posible a veces transfigurarlas un poco.

Señor, da ese valor y esa transfiguración a todos los angustiados.

-Y Jesús, convocados sus discípulos, dijo: "Tengo compasión de estas turbas..."

Jesús está visiblemente emocionado. Hay una emoción sensible en estas palabras.

Contemplo este sentimiento tan humano en su corazón de hombre y en su corazón de Dios.

Hoy todavía Jesús nos repite que se apiada y sufre con los que sufren.

Si "llama a sus amigos", es para hacerles participar de su sentimiento.

¿Ante quiénes experimenta hoy Jesús lo mismo? ¿A quiénes quiere hacerles partícipes de su actitud de amor?

-"No tienen qué comer, y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino... ¿Cuántos panes tenéis?...

El Señor nos invita a prestar atención al grave problema del hambre. Los que hoy tienen hambre. Todas las hambres: el hambre material, el hambre espiritual.

-Siete panes y algunos pececillos...

Es de este "poco" que va a salir todo. Siete panes no es mucho para una muchedumbre.

Es en el reparto fraterno que se encuentra la solución del hambre y en el amor siempre atento a los demás.

Jesús multiplica.

Pero ello ha tenido un primer punto de partida humano, modesto y pequeño. A pesar de ver cuán insuficientes son mis pobres esfuerzos, ¿no debo, sin embargo, hacer ese esfuerzo? Señor, he aquí mis siete panes, ¡multiplícalos!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 12 s.


2-2.

1. El poema de Isaías ofrece un anuncio optimista: después de la victoria, Dios invitará a todos los pueblos, en el monte Sión, a un banquete de manjares suculentos, de vinos generosos, al final de los tiempos. No quiere ver lágrimas en los ojos de nadie. Se ha acabado la violencia y la opresión.

Así ven la historia los ojos de Dios. Con toda la carga poética y humana que tiene la imagen de una comida festiva y sabrosa, regada con vinos de solera, que es una de las que más expresivamente nos ayuda a entender los planes de Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. La comida alimenta, restaura fuerzas, llena de alegría, une a los comensales entre sí y con el que les convida.

El salmo prolonga la perspectiva: el Pastor, Dios, nos lleva a pastos verdes, repara nuestras fuerzas, nos conduce a beber en fuentes tranquilas, nos ofrece su protección contra los peligros del camino. "Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida».

2. En nadie mejor que en Jesús de Nazaret se han cumplido las promesas del profeta.

Con él ha llegado la plenitud de los tiempos.

También él, muchas veces, transmitía su mensaje de perdón y de salvación con la clave de comer y beber festivamente. En Caná convirtió el agua en vino generoso. Comió y bebió él mismo con muchas personas, fariseos y publicanos, pobres y ricos, pecadores y justos.

Hoy hemos escuchado cómo multiplicó panes y peces para que todos pudieran comer. Y cuando quiso anunciar el Reino de Dios, lo describió más de una vez como un gran banquete preparado por Dios mismo.

Jesús ofrece fiesta, no tristeza. Y fiesta es algo más que cumplir con unos preceptos o resignarse con unos ritos realizados rutinariamente.

3. a) Está bien que en medio de nuestra historia, llena de noticias preocupantes de cansancio y de dolor, resuenen estas palabras invitando a la esperanza, dibujando un cuadro optimista, que hasta nos puede parecer utópico.

Podemos y debemos seguir leyendo a los profetas. No se han cumplido todavía sus anuncios: no reinan todavía ni la paz ni la justicia, ni la alegría ni la libertad. La obra de Cristo está inaugurada, pero no ha llegado a su maduración, que nos ha encomendado a nosotros.

La gracia del Adviento y de la Navidad, con su convocatoria y su opción por la esperanza, nos viene ofrecida precisamente desde nuestra historia concreta, desde nuestra vida diaria. Como a la gente que acudía a Jesús y que él siempre atendía: enfermos, tullidos, ciegos. Gente con un gran cansancio en su cuerpo y en su alma. ¿Como nosotros? Gente desorientada, con experiencia de fracasos más que de éxitos. ¿Como nosotros?

b) Tendríamos que «descongelar» lo que rezamos y cantamos. Cuando decimos «ven. Señor Jesús». deberíamos creerlo de veras

El Adviento no es para los perfectos, sino para los que se saben débiles y pecadores y acuden a Jesús, el Salvador. Él, como nos aseguran las lecturas de hoy, compadecido, enjugará lágrimas, dará de comer, anunciará palabras de vida y de fiesta y acogerá también a los que no están muy preparados ni motivados. No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos.

El Adviento nos invita a la esperanza ante todo a nosotros mismos. «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara: celebremos y gocemos con su salvación». Para que acudamos con humildad a ese Dios que salva y convoca a fiesta. Nos invita a mirar con ilusión hacia delante, a los cielos nuevos y la tierra nueva que Cristo está construyendo.

c) Pero también podemos pensar: nosotros, los cristianos, con nuestra conducta y nuestras palabras, ¿contribuimos a que otros se sientan invitados a la esperanza? ¿enjugamos lágrimas, damos de comer, convocamos a fiesta, curamos heridas del cuerpo y del alma de los que nos rodean? ¿multiplicamos, gracias a nuestra acogida y buena voluntad, panes y peces, los pocos o muchos dones que tenemos nosotros o que tienen las personas con las que nos encontramos? Si es así, si mejoramos este mundo con nuestro granito de arena, seremos signos vivientes de la venida de Dios a nuestro mundo, y motivaremos que al menos algunas personas glorifiquen a Dios, como hicieron los que veían los signos de Jesús.

d) En la Eucaristía nos ofrece Jesús la mejor comida festiva: él mismo se nos hace presente y se ha querido convertir en alimento para nuestro camino. Si la celebramos bien, cada Misa es para nosotros orientación y consuelo, fortalecimiento y vida. Nunca mejor que en la Eucaristía podemos oír las palabras de Jesús: venid a mi los que estáis cansados. Y sentir que se cumple el anuncio del banquete escatológico: «dichosos los invitados a la cena del Cordero». La Eucaristía es garantía del convite final, en el Reino: «el que me come tiene vida eterna, yo le resucitaré el último día».

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Págs. 22-24


2-3.

Is 25, 6-10a: El Señor secará las lágrimas de todos los rostros y borrará de la tierra el oprobio del pueblo.

Sal 22: El Señor es mi pastor, nada me falta.

Mt 15, 29-37: Los mudos hablaron, y los ciegos recobraron la vista.

En el evangelio de hoy aparecen dos episodios de las obras de Jesús de Nazaret: las curaciones de los males exteriores por una parte y además, el alimento proporcionado a la multitud: espiritual con su palabra y material con el pan. Al lado del Señor estamos seguros de que nada nos puede faltar como acabamos de orar con el salmista, y como lo anuncia el profeta Isaías: el Señor secará las lágrimas de todos los rostros y borrará el oprobio del pueblo.

Las numerosas curaciones que Jesús hacía a su paso, causaban admiración al constatar cómo todos los que se acercaban a él con fe, aunque fueran paganos, eran sanados. El cumplimiento de lo anunciado por el profeta Isaías que había presentado al Dios liberador como quien destruye la muerte y seca las lágrimas de los que sufren. El salmista, además, había dicho que con el Señor nada nos falta porque su amor y su bondad nos acompañan siempre.

La preocupación y el amor de Jesús por todos los seres humanos lo llevó a liberarlos de todo cuanto es opresivo; por eso se preocupó por quienes tenían hambre después de seguirlo durante tres días. Todos ellos, recostados, como personas libres, reciben el pan material luego de haber recibido el pan de la Palabra. Y esa multitud expresa su libertad, porque Jesús los ha sacado de su condición de sometidos.

Nos estamos preparando para la venida del Señor, Jesucristo Liberador. Liberador de todas las angustias, sufrimientos y carencias de los hombres y mujeres que acuden a él con confianza, y aceptan su propuesta del Reino. América Latina sigue buscando su liberación y debe estar dispuesta a buscar esa liberación en Jesús de Nazaret.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-4.

Is 25, 6-10a: El reino es un banquete para todos los pueblos

Mt 15, 29-37: Sentir compasión del pueblo hambriento.

El texto plantea una alternativa frente a la mentalidad que reduce todo a la mecánica de vender/comprar, pues Jesús enseña a sus discípulos que lo más importante es compartir de lo que se tiene. Despachar a la multitud hambrienta para que ésta se defienda por sus propios medios no es la mejor alternativa. El pan bendito y compartido crea una nueva mentalidad para la que lo importante no es acaparar sino repartir los bienes. Si queda algún excedente (los 7 canastos) se debe destinar a otras personas que lo necesiten y no acumularlos ni despilfarrarlos.

El texto cuestiona la acumulación desmedida, a los acaparadores. Los alimentos están destinados a solventar las necesidades de la comunidad que los produce y no a enriquecerse con el hambre ajena.

A la vez el texto nos lanza a una problemática contemporánea: formas alternativas de economía, de distribución de los bienes y ganancias. Algunas comunidades cristianas han hecho el esfuerzo de constituir diversas organizaciones que permitan a sus miembros crear estrategias de sobrevivencia frente al neoliberalismo. No son alternativas que requieran macroproyectos, sino pequeñas y significativas formas de resistencia.

A esta propuesta la podemos llamar economía solidaria. Esta no es una economía de migajas sino de abundancia. De la misma manera que los panes compartidos alcanzaron para que la multitud comiera hasta saciarse, el texto nos sugiere que la propuesta de la solidaridad busque mecanismos para incrementar la participación del pueblo y los beneficios para todos.

Pero, es necesario tener en cuenta que la economía solidaria sólo se produce en un proceso organizado. Jesús contaba con una comunidad de discípulos que se iba formando en las actitudes del Reino y que era capaz de abrirse a la multitud. La economía solidaria exige una nueva espiritualidad. No se puede buscar el bien común con el espíritu del capitalismo sino con el Espíritu de Dios.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-5.

Is 25,6-10a: "Yavé preparará para todos los pueblos un asado jugoso con buenos vinos".

Mt 15,29-37: La multiplicación de los panes.

La belleza de las imágenes de Isaías no dejan de sorprendernos. Porque al hablar del triunfo de Dios sobre la Muerte y sobre la destrucción, no utiliza palabras incomprensibles, no habla de dogmas ni de suposiciones teológicas. Habla de la vida, con ej emplos de lo cotidiano.

El, como todo el pueblo, esperaba el final de la pobreza, del abuso y de la opresión. Y la imagen que utiliza es la de un banquete, pero no de una comida de la alta sociedad o un banquete formal, de compromiso. Se trata de una fiesta popular.

Dios mismo será el asador, preparará la carne y servirá unos buenos vinos. ¿Cómo podemos dejar de imaginarnos un clima de baile, música y alegría? ¿Cómo no compararlo con las fiestas de nuestros pueblos latinoamericanos con sus instrumentos típicos, su s empanadas, guisos, tortillas, locros, asado con cuero, vino, tequila, caipirinhia y todo lo que el pueblo desea beber y comer en sus fiestas?

Ha llegado el tiempo de la fiesta, de la algarabía, porque por fin el opresor ha caído, y el llanto de los pobres es enjugado por el mismísimo Dios, que recoge sus dolores y los transforma en risas y fiesta.

La multiplicación de los panes fue un anticipo. Pero aunque eso sea una referencia a la eucaristía, dista mucho de nuestras celebraciones comunitarias.

Porque nuestras eucaristías aun no son una fiesta popular. No expresan la alegría de la salvación porque aun estamos oprimidos por nuestros mismos hermanos. Muchos de los participan del mismo Pan aún están despreciando a los otros miembros del cuerpo. Aun hay mucha violencia para decir que la eucaristía es el cumplimiento de la fiesta que anunciaba Isaías.

Pero es verdad que lo vivimos como sacramento, es decir, como un signo que aun no es completo, como un anticipo de lo que se promete. Y volvemos a decirlo: lo que se promete es la fiesta popular, con buena comida y buenos vinos.

Eso esperamos. Y sabemos que así será.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


2-6. CLARETIANOS 2002

Hoy escucharemos en el evangelio: "La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, y con vista a los ciegos, y dieron gloria al Dios de Israel". De nuevo la ADMIRACIÓN ante las obras de Jesús, admiración al ver que todo lo hacía bien. Ese era el gran milagro que despertaba admiración en la gente sencilla.

No sé si alguna vez habéis visto un extraño icono oriental en que aparece la Virgen con tres manos, la Madre de Dios "Tricheroúsa". Se trata de una tradición que tiene como protagonista al santo que hoy celebramos, San Juan Damasceno. Este santo representa en la Iglesia Oriental lo que San Bernardo en la Occidental, es el cantor de la Madre de Dios. Fue también el gran defensor de las imágenes. Cuenta la tradición que León III el Isáurico hizo cortar la mano derecha del santo para castigar su apología de los iconos. Éste oró a la Madre de Dios ante el icono que poseía, pidiéndole la restitución de la mano, para poder continuar escribiendo en su honor. Y la mano retornó milagrosamente a su lugar. El santo colgó sobre el icono una mano de plata en recuerdo agradecido. Posteriormente esta mano se fue integrando en el icono mismo pintada, hasta formar el icono "de las tres manos".

Se trata de una hermosa tradición oriental que levanta también admiración, ya que también Ella sabe hacerlo todo bien, que ese es el gran milagro de María, como el de Jesús. Y esto nos invita cada día a dar gloria a Dios como la gente sencilla de su tiempo. Y a cantarle a María con Juan Damasceno aquel canto suyo que tan bien nos cuadra en este tiempo de espera:

"En Ti se alegra, ¡oh, llena de gracia! toda criatura,
el coro de los ángeles y el género humano.

Templo santificado y paraíso espiritual, gloria de la virginidad.

De Ti tomó carne Dios, y se hizo niño
Aquel que es nuestro Dios desde siempre.

Él hizo de tu seno su trono
y dejó más grande que el cielo tu vientre".

Vuestro hermano en la fe, Vicente.
 


2-7. 2001

COMENTARIO 1

Lo mismo que la curación del hombre del brazo reseco, figura del pueblo sometido a la institución judía, iba seguida de la cura­ción de muchos enfermos, mostrando la extensión de la obra libe­radora de Jesús, así la liberación de la hija de la cananea va seguida de la de muchos enfermos, que representan a los paganos que tienen fe en Jesús. Este se sienta en el monte (cf. 5,1s), es decir, toma su puesto en la esfera divina. El hecho de que los enfermos tengan acceso a ese monte indica que ya han dado su adhesión a Jesús.

«Y otros muchos»: el texto quiere resaltar el gran número. Jesús trae una salvación universal. La alabanza de la gente «al Dios de Israel» indica que no son israelitas (cf. 9,8: «y alababa a Dios», de una multitud israelita).

Las curaciones que hace Jesús corresponden a «las obras del Mesías» mencionadas por Jesús con ocasión del recado de Juan Bautista (11,2-5; cf. Is 35,5s; 29,18s).

El contexto anterior introduce la escena de los panes. En el primer episodio de los panes comió una multitud judía; ahora, una multitud pagana (lo mismo en Mc). La diferencia se manifiesta en numerosos detalles: en vez de cinco, siete panes, alusión a los se­tenta pueblos paganos; en vez de doce (Israel) «cestos», término usado en Palestina, siete «espuertas», término usado fuera de Pa­lestina (cf. 16,9s); en lugar de cinco mil hombres, cuatro mil, alu­sión a los cuatro puntos cardinales, es decir, a la humanidad ente­ra; en vez de «bendecir», expresión hebrea, «dar gracias», expresión griega del mismo significado.

Esta vez, Jesús toma la iniciativa. No es una multitud crónica­mente hambrienta; su hambre se debe a haber estado tres días con Jesús. Los tres días pueden ser alusión a Os 6,2: «al tercer día nos resucitará/levantará», y a la resurrección de Jesús mismo. Es, por tanto, una multitud que ha obtenido de Jesús la salvación. De ahí que no se corresponda el número de panes con el de personas (siete, cuatro mil; cf. 14,17.21, cinco y cinco mil, con alusión al Es­píritu). La salvación se ha dado antes de comer el pan.

Los discípulos se plantean directamente la cuestión de tener que alimentar ellos a la multitud. A pesar de la experiencia del epi­sodio anterior, no se creen capaces sin ayuda de otros. «Se recos­taron» (35), de nuevo la postura de los hombres libres. «En la tie­rra», alusión a 5,5: «porque ésos van a heredar la tierra»; son li­bres e independientes porque la adhesión a Jesús los ha sacado de su condición de sometidos. La saciedad (37: «quedaron satisfechos») está en relación con 5,6. Saciar el hambre es la primera exigencia de la justicia (cf. 14,20). El hecho de que quedan saciados por obra de los discípulos muestra que la obra liberadora de Dios se hace por medio de hombres, a partir de Jesús.


COMENTARIO 2

A una de las suaves colinas que bordean el mar de Galilea, subió un día Jesús y se sentó. El evangelista Mateo nos dice que le llevaron toda clase de enfermos y que él los curó provocando, claro está, la admiración de la gente que prorrumpía en alabanzas a Dios. Luego vino el banquete: ante la impotencia de los discípulos que no sabían de dónde sacar comida para tanta gente, Jesús pronuncia la acción de gracias sobre siete panes y unos pocos peces, los va entregando a los discípulos y éstos al gentío. Todos comieron, y se saciaron y recogieron siete canastos con las sobras. Es la realización de la visión de Isaías, porque Jesús es el Mesías y el salvador prometido, en él realiza Dios todas las promesas. No vale la pena que nos preguntemos cómo pudo Jesús hacer todo eso, si es verdad lo que nos cuenta el evangelista. Lo importante es que contemplemos la salvación en acto, fluyendo desde el monte santo de Dios, para alegrar la tierra, para salvarnos a todos los que sufrimos bajo el peso del pecado, del mal y de la muerte.

Es a nosotros los cristianos a quienes corresponde manifestar la verdad del evangelio. Ya comenzando casi un nuevo milenio sabemos por las estadísticas que todavía hay hambre en el mundo, entre tantísimos males. Que millones de seres humanos, muchos cientos de millones, no tienen alimentos suficientes para vivir una vida digna y sana. Mientras tanto, otros tenemos o tienen de sobra. Hasta llegar a destruir alimentos que no se consumen, además de que se gastan millones de millones en cosas superfluas, en sobrealimentación dañina. Sin mencionar los gastos de la muerte: en armas sobre todo; gastos que alcanzarían, dicen los especialistas, para erradicar definitivamente el hambre en el mundo.

Prepararnos para celebrar y conmemorar el nacimiento de Jesús es disponernos a escuchar su Palabra, a seguirle en su solidaridad con los pobres, a realizar junto con él la voluntad de Dios. A comprometernos a luchar contra tantos males que aquejan al mundo. No por culpa de Dios, sino por nuestros pecados que son, radicalmente, de egoísmo.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-8. 2002

Habiendo acogido a una pagana en su comunidad, Jesús prosigue su actividad de la que son beneficiarias las multitudes paganas que habitan junto al mar de Galilea. Múltiples índices apuntan a que se trata de personas de ese origen en el texto que sigue a continuación.

En el sumario inicial (vv.29-31) se consigna que las multitudes "alababan al Dios de Israel" y, el relato de la segunda multiplicación, aunque sigue en lo esencial la narración de la primera, en relación a ella presenta ciertas diferencias. Respecto a lo sobrante se habla ahora de "siete canastas" en lugar de "doce canastas". Junto a la diferencia de los números que designan simbólicamente y de forma sucesiva a "las naciones" y a "Israel", el término para indicar el recipiente es distinto según el nombre que se le asignaba en el extranjero o en el país judío.

Esta apertura de Jesús a la misión universal es propia de los tiempos mesiánicos. En el sumario, Jesús se sienta en la montaña como al inicio de las bienaventuranzas, pero no enseña sino que recibe al gentío y a los enfermos. La descripción de éstos se hace con ayuda de los términos escatológicos de Is 35,5-6: "Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará". Son las mismas "obras mesiánicas" que Jesús había dado como respuesta a los mensajeros de Juan en Mt 11,5. Y estas obras suscitan la admiración del gentío extranjero que alaba al Dios del Israel.

En estas circunstancias, Jesús llama a los discípulos a fin de hacerles participar activamente en el reparto del pan. Acentuando ciertos elementos que se encontraban en la primera multiplicación, Jesús quiere señalar que se trata de la misma realidad. Si lo comparamos con el lugar paralelo del evangelio de Marcos, Mateo pone de relieve la pregunta de los discípulos sobre sus posibilidades: "¿De dónde vamos a sacar pan bastante para hartar a tanta gente?" (v.33), y su rol de mediación: "los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente" (v.36).

Nos encontramos, por tanto, ante el gran banquete del Reino al que pueden acceder no sólo los judíos sino también los paganos que con fe acepten la salvación ofrecida por Jesús. A dicho banquete al que se había invitado a las doce tribus por medio de la primera multiplicación son llamados todos los seres humanos, para ser saciados.

Para la realización de esta tarea, Jesús "llama a sus discípulos". Por medio de éstos el pan de Jesús puede alcanzar a todos los seres humanos, para que no "se desmayen por el camino" (v.32).

La mención del lugar despoblado (v.34), puesta en la boca de los discípulos, es expresión de su impotencia ante la magnitud de las necesidades. Jesús en medio de ellos y de la gente actuará lo imposible. En la travesía de la existencia humana, como en la travesía de Israel por el desierto, Dios alimenta a sus hijos e hijas para que puedan continuar la marcha. Esa marcha simbolizada en este tiempo litúrgico de Adviento.

Pero para que ello sea posible, los discípulos deberán colaborar con su Maestro. A ellos compete recibir el pan de la acción de gracias de Jesús y comunicarlo a la multitud hambrienta que en él encontrará la satisfacción de su hambre.

La primera lectura que la liturgia ha escogido como complemento a este evangelio de la multiplicación del pan, es otra de las visiones utópicas del futuro por parte de los profetas, de Isaías concretamente. El final de los tiempos será nada menos que "un gran banquete" que Yavé preparará para todos los pueblos del mundo… Una fiesta "globalizada" pues, digna celebración final para un Adviento tan largo como la Historia…

Pero si miramos hoy al mundo, habría que pensar que Yavé ha fracasado en su proyecto de fiesta comunitaria, o que es que estamos muy lejos todavía de ese fin del mundo, o que somos nosotros los que hacemos que la fiesta de Yavé parezca alejarse cada vez más… Bueno sería leer la lectura de Isaías en combinación con alguna estadística tomada del PNUD, o de cualquiera de esos libros que están plagadas de ellas. Combinar la utopía y la realidad. Y no resignarse a ésta.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-9. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Miércoles 3 de diciembre de 2003. Francisco Javier

Is 25, 6-10: Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros
Salmo responsorial: 22, 1-6: El Señor es mi pastor, nada me falta
Mt 15, 29-37: Jesús invita al banquete de la solidaridad

El texto de la primera lectura de hoy fue redactado probablemente hacia el siglo quinto o cuarto antes de Cristo. Su sentido literal quiere expresar el banquete con que se solemniza la victoria sobre los demás pueblos que hasta entonces han oprimido a Israel. Dios es, en definitiva, el verdadero triunfador ya que ha conducido al pueblo en medio de calamidades hasta asegurar el triunfo; por ello, es Él mismo quien prepara el banquete en el que han de participar todos cuantos han sido fieles a su palabra. De ahí en adelante, no habrá muerte, ni luto, ni lágrimas, ni opresión.

Comer y beber juntos alrededor de la misma mesa, compartiendo la alegría y la amistad, es un signo universal de fraternidad. La alegría de las personas se ve colmada cuando se puede invitar a los amigos y se les puede obsequiar con generosidad. Partiendo de esta experiencia tan humana y universal, nos presenta la Palabra los planes salvíficos de Dios.

A partir de esta experiencia tan cotidiana, nos deja Jesús el sacramento de su presencia y de su entrega generosa hasta la muerte. El ideal que tienen todos los pueblos es “que no falte el pan en cada mesa”; sin embargo, los pueblos empobrecidos sufren por falta de alimentos, de salud, de trabajo, de educación y de vida digna. El evangelio nos presenta unidos el signo eucarístico de bendecir y partir el pan y el de la misericordia de Jesús que expresa conmovido: “Me da compasión este pueblo... y no quiero despedirlos en ayunas, porque se desmayarían por el camino”. Dios quiere que las lágrimas de los que sufren sean enjugadas y que todos seamos conducidos a las fuentes de la vida. Participar en la eucaristía tiene que ser un impulso, una provocación, no puede dejarnos indiferentes ante tantos hermanos a los que se priva de su dignidad. Alimentarnos con la Palabra y el cuerpo del Señor debe darnos un corazón sensible, compasivo y activo como el suyo.


2-10. DOMINICOS 2003

Ven, Señor, a los pobres y sencillos

Señor, los pobres, faltos de pan y justicia, te esperamos; enséñanos a habitar en tu casa por años sin término.

Señor, los que carecemos de luz y verdad, cultura y poder, te necesitamos; guíanos por el sendero recto de tu verdad.

Señor, los ególatras, egoístas, ambiciosos, insensibles, reconocemos nuestra maldad. Trátanos con misericordia e invítanos  a la misma mesa de tu palabra, pan, justicia  y amor.

Hoy en la primera lectura  el profeta Isaías se sumerge en una especie de “apocalipsis triunfal”; contempla la lucha que se mantiene en el mundo entre las fuerzas del mal y del bien, y anuncia la victoria final del bien, por mediación del poder divino que, amigo de los hombres, nunca abandonará a sus fieles. Símbolo y fiesta de la victoria final de los buenos es un festín de manjares suculentos y la proclamación del triunfo del bien sobre la muerte y el dolor.  ¡Venturosa esperanza de un reino de amor, justicia y paz! Lástima que no le dejamos florecer plenamente en la historia!

Imitemos a san Francisco Javier, 1506-1552, servidor eminente del Reino de Dios, gran misionero, evangelizador en la India y en Japón, y pongamos en servicio todos nuestros dones con amor profundo a la Iglesia, celo misionero y espíritu de humildad.

La Luz de la Palabra de Dios

Isaías 25, 6-10 :

“En aquel día {de la victoria final} el Señor... preparará para todos los pueblos un festín de vinos de solera, manjares enjundiosos, vinos generosos... Aniquilará la muerte para siempre, y enjugará las lágrimas de todos los rostros...

Aquel día se dirá: “aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara. Celebremos y gocemos con su salvación”

Evangelio según san Mateo 15, 29-37: 

“Un día Jesús se marchó de allí, y bordeando el lago de Galilea, subió al monte y se sentó. Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados.. Los echaban a sus pies y él los curaba...

Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “me da lástima de esta gente. Llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer... ¿Cuántos panes tenéis?”. Le contestaron: siete y unos peces.

Mandó que se sentaran en el suelo, tomó los siete panes y los peces, dijo la acción de gracias, partió los panes y los fue dando a los discípulos; y los discípulos se los dieron  a la gente.

Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete cestas llenas.

Jesús despidió a la gente, montó en la barca y se fue a la comarca de Magadán”

Reflexión para este día

La voz del Mesías, por labios del profeta, nos encarece que tratemos de lograr -por el amor, la sinceridad, la verdad, la solidaridad, la paz...-  que la bella imagen de un banquete de victoria se convierta en auténtica mesa o sala o concierto de amistad entre las personas y los pueblos.

 Ese es un reto constante que tiene planteado la humanidad, y a todos nos afecta. Nadie puede sustrarse a él, pues todos y cada uno somos parte del mismo proyecto.

En bien de la humanidad y del reino de Dios, sintámonos  siempre obligados a contribuir con la palabra, sentimientos y acciones, a la implantación de un reinado de juticia, amor y paz, como corresponde a la dignidad del hombre, hijo de Dios

Imitemos a Jesús, aprendamos a compartir el pan y a saborear los frutos del amor; démonos a nosotros mismos y multipliquemos nuestra preocupación por los demás, al mismo tiempo que adoramos al Creador y Padre.


2-11.

Un Mesías misericordioso

I. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: Me da lástima esta gente (Mateo 5, 7). Esta es la razón que tantas veces mueve el corazón del Señor. Llevado por su misericordia hará a continuación el espléndido milagro de la multiplicación de los panes. Y nosotros, para aprender a ser misericordiosos debemos fijarnos en Jesús, que viene a salvar lo que estaba perdido, a cargar nuestras miserias para salvarnos de ellas, a compadecerse de los que sufren y de los necesitados. Este es el gran motivo para darse a los demás: ser compasivos y tener misericordia. Cada página del Evangelio es una muestra de la misericordia divina. La misericordia divina es la esencia de toda la historia de la salvación. Meditar en la misericordia del Señor nos ha de dar una gran confianza ahora y en la hora de nuestra muerte, como rezamos en el Ave María. Sólo en eso Señor. En tu misericordia se apoya toda mi esperanza. No en mis méritos, sino en tu misericordia.

II. De forma especial, el Señor muestra su misericordia con los pecadores: les perdona sus pecados. Nosotros, que estamos enfermos, que somos pecadores, necesitamos recurrir muchas veces a la misericordia divina: Muéstranos, Señor, tu misericordia. Y danos tu salvación (Salmo 84, 8), repite continuamente la Iglesia en este tiempo litúrgico. En tantas ocasiones, cada día, tendremos que acudir al Corazón misericordioso de Jesús y decirle: Señor, si quieres, puedes limpiarme (Mateo 8, 2). Esto nos impulsa a volver muchas veces al Señor, mediante el arrepentimiento de nuestras faltas y pecados, especialmente en el sacramento de la misericordia divina, que es la Confesión. Pero el Señor ha puesto una condición para obtener de Él compasión y misericordia por nuestros males y flaquezas: que también nosotros tengamos un corazón grande para quienes rodean. En la parábola del buen samaritano (SAN AGUSTÍN, La ciudad de Dios) nos enseña el Señor cuál debe ser nuestra actitud ante el prójimo que sufre: no nos está permitido “pasar de largo” con indiferencia, sino que debemos “pararnos” con compasión junto a él.

III. El campo de la misericordia es tan grande como el de la miseria humana que se trata de remediar. Y el hombre puede padecer miseria y calamidad en el orden físico, intelectual y moral. Por eso las obras de misericordia son innumerables, tantas como necesidades tiene el hombre. Nuestra actitud compasiva y misericordiosa ha de ser en primer lugar con aquellos con quienes Dios ha puesto a nuestro lado, especialmente con los enfermos. Nuestra Madre nos enseñará a tener un corazón misericordioso, como el de Ella.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


2-12.

Con que facilidad se nos cierra el camino a los hombres: ¿donde conseguiremos pan para toda esta multitud? Con mucha frecuencia se nos pierde de vista que Jesús es Dios. Si él mandaba dar de comer es porque el mismo proveería la manera de hacerlo. En nuestro día de trabajo, de estudio, de actividad, debemos tener siempre presente que Dios nos acompaña, que nunca está lejos; que lo que para nosotros parece imposible, para Dios no lo es. Dios utiliza nuestros pocos y pobres recursos para satisfacer la necesidades humanas y espirituales de todos los que lo van siguiendo. Pongamos a disposición del maestro nuestros recursos humanos y espirituales y dejemos que lo imposible se haga realidad delante de nuestros propios ojos.

Pbro. Ernesto María Caro


2-13. Segunda multiplicación de los panes

Autor: José Rodrigo Escorza

Mateo 15, 29-37

Pasando de allí Jesús vino junto al mar de Galilea; subió al monte y se sentó allí. Y se le acercó mucha gente trayendo consigo cojos, lisiados, ciegos, mudos y otros muchos; los pusieron a sus pies, y él los curó. De suerte que la gente quedó maravillada al ver que los mudos hablaban, los lisiados quedaban curados, los cojos caminaban y los ciegos veían; y glorificaron al Dios de Israel. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino». Le dicen los discípulos: «¿Cómo hacernos en un desierto con pan suficiente para saciar a una multitud tan grande?» Díceles Jesús: «¿Cuántos panes tenéis?» Ellos dijeron: «Siete, y unos pocos pececillos». El mandó a la gente acomodarse en el suelo. Tomó luego los siete panes y los peces y, dando gracias, los partió e iba dándolos a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y de los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas.

Reflexión
Las curaciones que obró Jesús pueden parecernos hasta “lógicas”... ¡era el Hijo de Dios!... y a fuerza de leerlas y oírlas pierden su impacto y ya no las consideramos como algo extraordinario. Sí, es verdad que Jesús curaría a muchos, pero no fueron todos. ¿No es verdad que también Él se encontró frente a la incredulidad, la envidia o el menosprecio, sobre todo de parte de los poderosos y sabios según el mundo? Y no serían pocos a quienes les faltó fe, humildad o perseverancia para llegar hasta Él y pedir su favor.

Existen organizaciones que han tomado la responsabilidad de llevar enfermos a Lourdes, o de organizar peregrinaciones en atención a necesitados de toda índole. Son obras encomiables por el sacrificio de tantos voluntarios y por los bienes que de ahí se obtienen para enfermos y sanos. Acercarse a Jesús, llevarle nuestras propias personas, y también aquellos que a nuestro alrededor están mudos de alegrías, ciegos por no ver a Dios, cojos de esperanza o mancos de solidaridad, puede ser un buen programa de vida.

Cuando la vivencia de nuestra fe consiste en esto, encontramos aplicaciones concretas que nos ayudan a conocernos mejor y que nos abren a las necesidades y problemas de los demás. Pero todo este bello ideal no se sostiene sin lucha. Cuando el mundo no nos hable sino de pesimismo y tragedias, cuando caminamos por él arrastrando las pesadas cargas de la enfermedad, del sufrimiento, de la incomprensión o la ingratitud, cuando ya no nos quedan fuerzas o la “fantasía de la caridad” parece habérsenos agotado.... Entonces es cuando sobre todo vale la pena acercarse a Jesús. Él nos espera, nos llama, nos curará de nuestras miserias y de las debilidades de quienes le sepamos presentar. Demos gloria a Dios con la gratitud de auténticos hijos, pues, ¡lo somos!


2-14. 2003

LECTURAS: IS 25, 6-10; SAL 22; MT 15, 29-37

Is. 25, 6-10. En Sión, finalmente, Dios preparará un banquete que dará vida eterna a todos los hombres. Mediante la muerte de Cristo, quienes lo acepten como Señor, Salvador y Mesías en su vida, participarán de la salvación que Dios ofrece a todos los hombres; salvación hecha realidad a costa de la muerte redentora del Salvador. Él se convierte para nosotros en pan de vida; Él nos sienta a su mesa para que participemos del banquete-sacrifico que Él mismo ha preparado. Hechos uno con Cristo; unidos por un sólo Espíritu, formamos el Cuerpo del Señor del que Él es Cabeza. Si nosotros vivimos a plenitud este compromiso que brota de nuestra fe en Él, viviremos como hermanos, libres del llanto, del sufrimiento, de la persecución y de los asesinatos. Más todavía, gracias a Jesús, resucitado de entre los muertos, quienes participamos de su Vida y de su Espíritu, sabemos que la muerte no tendrá en nosotros ningún dominio, pues, aun cuando tengamos que pasar por ella, no nos detendremos en ella, sino que, destruida la muerte, viviremos para Dios eternamente. No desaprovechemos esta gracia que Dios nos ha ofrecido en Cristo Jesús, su Hijo hecho uno de nosotros.

Sal. 22 El Señor ha salido como el Buen Pastor en busca nuestra, que vivíamos como ovejas descarriadas, lejos de su presencia. Y Él nos ha conducido a las aguas bautismales para llenarnos de la fuerza de su Espíritu, para que podamos caminar, ya no tras las obras de la maldad, sino tras las obras del bien que proceden de Dios. Él nos ha sentado a su mesa para hacernos partícipes del banquete de salvación que ha preparado con su Cuerpo y con su Sangre, para que quienes nos alimentemos de Él entremos en comunión de Vida con el Señor y, transformados en Él seamos testigos de su amor para todos los pueblos. Él ha derramado en nosotros su Espíritu Santo para que, ungidos por Él, seamos constructores de su Reino, iniciándolo ya desde esta vida. Así, nosotros, hechos hijos de Dios y teniendo al mismo Dios como Pastor de nuestra vida, somos conducidos por Él para que vivamos en la Casa del Señor por años sin término. A esa meta final es a la que aspiramos quienes somos hombres de fe en Cristo; que Dios nos conceda no perder el rumbo que nos hará llegar sanos y salvos a su Reino celestial.

Mt. 15, 29-37. El Evangelio hoy nos habla de cómo los paganos glorificaron al Dios de Israel, pues hasta ellos llegó Dios como el que se levanta victorioso sobre el pecado y la muerte y las diversas manifestaciones de muerte, como son las diversas enfermedades. Todo esto manifiesta un gesto del amor misericordioso de Dios para quienes vivían en tierra de sombras y de muerte. Es Cristo mismo quien expresa: me da lástima esta gente; no quiero despedirlos; no quiero que desmayen por el camino. Dios se hace fuente de salvación y fortaleza para todos los hombres de buena voluntad. Él, sentado en la cumbre del monte, prepara un festín suculento para todos los pueblos haciendo que siete panes y unos cuantos pescados alcancen para dar de comer a más de cuatro mil gentes, y que todavía se recojan siete canastos de sobras. Así anuncia que con su muerte bastará y sobrará para que, quien lo acepte a Él, participe del pan de vida, y que quien lo coma viva para siempre, pues Él lo resucitará en el último día. Cristo ha venido a nosotros como salvador y a saciar nuestra hambre y sed de justicia; ojalá y no lo rechacemos, sino que dejemos que habite en nosotros como en un templo y que su Espíritu guíe nuestros pasos por el camino del bien.

Reunidos para celebrar la Eucaristía, venimos al Monte Santo, que es Cristo, para disfrutar de la salvación y de los bienes eternos, que Él ha preparado para nosotros. El Señor nos hace participar del amor de Dios, pues entrando en comunión de vida con Él, hacemos nuestra la misma Vida que Él recibe de su Padre Dios. Y el Señor no se muestra tacaño con nosotros. Él mismo se nos da en plenitud. De nosotros depende quedarnos sólo como espectadores en su presencia, o sentarnos a su Mesa y alimentarnos, tanto de su Palabra, como de su Pan de Vida, que Él parte para nosotros. Dios, presente así en nuestra vida, se quiere convertir para nosotros en el Buen Pastor que nos alimenta, pero que al mismo tiempo, conduciéndonos por delante con su cruz, nos hace caminar como testigos de su amor y de su misericordia especialmente hacia los más desprotegidos y pecadores. Este es el compromiso que tenemos como Iglesia; ojalá y no lo echemos en un saco roto, sino que lo vivamos en plenitud.

Ojalá y no vayamos por la vida olvidándonos del Señor y alimentándonos sólo de las cosas temporales, que muchas veces oprimen nuestra mente y nuestro corazón. Dios quiere que arranquemos del mundo todo signo de dolor, de lágrimas y de afrentas. Dios no quiere que vengamos a la Celebración Eucarística, y que tal vez nos acerquemos a su Mesa, para después volver a los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra vida a quitarles el alimento a los demás, a quitarles la paz, la alegría y la vida. Ojalá y la Iglesia de Cristo sea un lugar en el que todos encuentren colmadas sus esperanzas de construir un mundo más imbuido en el amor fraterno y solidario, más justo y más en paz. Ojalá y pongamos toda nuestra vida al servicio del bien y de la salvación de quienes nos rodean, pues Dios no quiere que actuemos con tacañerías en la proclamación de su Evangelio. Por eso no podemos decir que le dedicamos al Señor unos momentos de oración, y tal vez algunos momentos de apostolado a la semana, sino que toda nuestra vida se ha de convertir en un testimonio de bondad, de misericordia, de comunión y de solidaridad dado continuamente, ahí donde desarrollamos nuestras diversas actividades.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser motivo de esperanza en un mundo que necesita renovarse, día a día, en el amor de Cristo hasta lograr que, compartiendo lo que somos y tenemos, vivamos en un fundo más justo y más fraterno, signo de la presencia del Reino de Dios entre nosotros. Amén.

www.homiliacatolica.com


2-15.

Saberse necesitado de Dios

Autor: P. Cipriano Sánchez

Isaías: 25, 6-10.
San Mateo: 15, 29-37.

“¿Dónde vamos a conseguir, en este lugar despoblado, panes suficientes para saciar a tal muchedumbre?”. Este párrafo del Evangelio nos ubica en una dimensión del Adviento muy básica: el hecho de que cada uno de nosotros tiene que saberse necesitado de Dios.

Es muy fácil decir “yo necesito a Cristo”, “el Señor es alguien importante para mí”, “Él me hace falta”. Pero, cuántas veces, la experiencia nos lleva a la afirmación contraria, nos lleva a pensar que somos hombres o mujeres que podemos bastarnos a nosotros mismos. En muchas ocasiones esto no lo hacemos de una forma consciente, pero sí de una forma escondida dentro de nuestro corazón. Y tenemos que tener muy claro que por el hecho de estar escondida, no significa que no sea efectiva y válida.

No basta saber que uno está alejado de Dios, tenemos que sabernos necesitados de Él. Solamente puede llegar a Belén, puede encontrarse con Cristo, aquel que lo necesita. Si no es así, es como si uno de estos tullidos, ciegos, lisiados o mudos, de los que nos habla el Evangelio, dijese: “Estoy tullido, estoy ciego, estoy lisiado o estoy mudo, pero yo de Jesús no necesito nada”.

¿Qué significa necesitar a Cristo? Significa, en primer lugar, darme cuenta que Él tiene que ser el elemento fundamental de mi vida. Él tiene que convertirse en criterio, en norma, en ley, en orientación de mi existencia. Cristo tiene que ser el punto de referencia al cual yo le pregunto, con el cual yo me confío, con el cual yo me presento.

Necesitar a Cristo, por otra parte, significa estar dispuesto a poner el remedio que Él me quiera indicar, estar dispuesto a asumir todo lo que Él me pida. Cuántas veces nos creemos muy inteligentes y, entonces, tomamos de Cristo lo que nos conviene tomar, la parte que nos interesa, la parte que nos satisface. Cuántas veces soy yo el que le dice a Cristo lo que necesito, en vez de dejar que sea Él el que me lo indique. Cuántas veces no le damos a Cristo la libertad para que sea Él el que nos diga: “Esto es lo que tú necesitas”. Cada uno de nosotros tendría que revisar cuáles son las condiciones que le quiere imponer a Cristo, y preguntarse si nada más necesita un trocito de Cristo o lo necesita totalmente.

Pidámosle a Nuestro Señor que nos conceda la gracia de sentirnos necesitados de Él. Permitamos que Cristo entre en nuestro corazón para que sea Él quien guíe nuestra vida, porque sólo así estaremos en el camino verdadero que conduce al encuentro con el Señor en Belén.


2-16. 3 de diciembre 2003

Baudoin de Ford (hacia 1190) abad cisterciense
El sacramento del altar, PL 204, 690-691

“El pan de la vida eterna”

“Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed.” (Jn 6,35)... Por dos veces el apóstol expresa aquí la hartura, propia de la eternidad, donde nada nos faltará.

Sin embargo, la Sabiduría dice: “Los que comen tendrán más hambre, los que me beben, tendrán más sed.” (Eclo 24,21) Cristo, la sabiduría de Dios, no es un alimento para saciar nuestro deseo ya en esta vida, sino para encendernos en este deseo; cuanto más gustamos de su dulzura, tanto más se enciende nuestro deseo. Por esto, los que le comen tendrán más hambre hasta que llegue el momento de la hartura. Cuando su deseo será colmado, ya no tendrán ni hambre ni sed.

“Los que me comen tendrán más hambre”. Esta palabra se puede referir también al mundo futuro porque hay en la plenitud eterna una especie de hambre que no procede de la necesidad sino de la felicidad... La satisfacción en el cielo no conoce hartura ni el deseo conoce la ansiedad. Cristo, admirable en su belleza, es siempre deseado, “los mismos ángeles (le) desean contemplar.” (cf 1P 1,12) Así, pues, al mismo tiempo que le poseeremos lo desearemos; teniéndole lo buscaremos, según está escrito: “buscad su rostro sin descanso” (Sal 105,4) En efecto, siempre buscamos a Aquel que amamos para estar con él para siempre.


2-17. 2003

Generosidad para dar gloria a Dios

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

"Aquí esta nuestro Dios de quien esperábamos que nos salvara. Alegrémonos y gocemos con la salvación que nos trae porque la mano del Señor reposará en este mundo”.
Estas palabras del profeta Isaías, que vemos cumplirse de una forma muy especial en el Evangelio, son también palabras que tendríamos que repetir en nuestra vida.

La vida del hombre es, en el fondo, una especie de tensión constante entre una esperanza y una realización; entre un no tener todavía la plenitud de la gracia y, por otro lado, encontrar la plenitud en Cristo. Cuantas veces tenemos dificultades y problemas de cara a la esperanza, y no encontramos la salida a la noche en la que estamos metidos, porque nos olvidamos de que la vida del ser humano es una vida en la esperanza, y que el único que puede realizarla es Cristo.

Los milagros que Jesús realiza —narrados por San Mateo—, no son gestos de servicio social ni acciones para solucionar una problemática de salud, sino son señales de que Dios ya ha llegado a la Tierra, de que aquello que el Antiguo Testamento prometía: "Arrancar de este monte el velo que cubre todos los pueblos, el paño que obscurece a todas las naciones", se cumplió en Cristo. Son señales de que se ha realizado, que ya no es simplemente una esperanza, sino que es una realidad.

Todos tenemos que aprender a dejarnos quitar, por parte de Cristo, el velo que nos obscurece los ojos. Tenemos que exigirnos su presencia y ser muy firmes con nosotros mismos para permitir el cambio que Cristo quiere llevar a cabo en cada uno. Cuántas veces quisiéramos cambiar, pero nos da miedo transformar ciertas actitudes y comportamientos. Sin embargo, esto es como si los lisiados, ciegos, sordos, mudos y enfermos de los que nos habla el Evangelio, ante la presencia de Cristo que viene a curarlos, hubiesen dicho: mejor no me cures; déjame como estoy. Déjame enfermo, lisiado, tullido o ciego.

Creo que nadie, pudiendo curarse, preferiría seguir enfermo. Sin embargo, cuántas veces, pudiendo curar nuestro espíritu, no lo hacemos. Cuántas veces sabemos que nuestra debilidad, nuestro problema, el velo que nos cubre los ojos, las lágrimas que nacen en nuestro corazón son algo en concreto, y lo identificamos perfectamente. ¿Por qué, entonces, queremos seguir con ellos? ¿Por qué querer continuar con los ojos vendados? ¿Por qué querer seguir usando muletas cuando podemos usar nuestros pies sanados por Cristo?

Hay que permitir que Nuestro Señor actúe, porque cuando Él llega a nuestra vida, si nosotros se lo permitimos, lo hace con tal abundancia, que se ve reflejada en la multiplicación de los panes y de los peces, que no es otra cosa sino la abundancia de la presencia de Dios.

Como ya lo dije antes, Jesús no está simplemente resolviendo el problema nutritivo de los judíos. Cristo está, por encima de todo, demostrando la abundancia del Reino de Dios. Jesucristo, con este Evangelio, viene a manifestar y a hacer efectiva su presencia en nuestra vida. Tenemos que darnos cuenta de que su presencia es de tal riqueza, que no hay nada que la pueda sobrepasar.

¿Permitimos que la presencia de Cristo en nuestras vidas nos sane y nos enriquezca? ¿O preferimos quedarnos enfermos y pobres? Son los dos caminos que tenemos, no hay un tercero. Porque o es la presencia de Dios en nuestra vida, al que nosotros dejamos actuar, o es la ausencia de Dios.

Para que esta presencia eficaz y abundante se realice en nuestra alma, tenemos que cultivar la generosidad. Muchas veces el problema no es que Cristo nos convenza, ni el que no sepamos que Cristo puede transformar nuestra vida, sino que nuestro verdadero problema es un problema de generosidad ante la transformación concreta que Cristo nos pide. A algunos nos la puede pedir en el ámbito de las virtudes, a otros en el área de actitudes más profundas, a lo mejor, incluso, en modos de ver la propia vida, de ver el propio camino, en formas diferentes de ver la propia santificación. O podría suceder, también, que nuestra existencia estuviese llamada por Dios a una transformación, y nosotros resistirnos al cambio concreto que Dios quiere hacer en ella.

Debemos pedir a Dios, en todo momento, que se haga presente en nuestra vida, porque es la gracia que Él da a quien se la pide. ¡Hazte presente en mi vida de una forma eficaz, de una forma abundante! ¡Hazte presente en mi vida dándome mucha generosidad para aceptar tu presencia y tu abundancia! Que esta sea la petición interior de cada uno de nosotros en este camino de preparación a la llegada de Jesucristo, para que nuestro encuentro con Él en Navidad, no sea simplemente algo que vimos, algo que realizamos, y algo que pasó. Sino que sea algo que llegó a transformar de manera abundante y eficaz nuestra existencia.


2-18. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:

Este evangelio nos muestra a Jesús como un taumaturgo que cura de todas las dolencias: cojos, lisiados, ciegos, mudos. Jesús sana los sentidos del ser humano. Al Espíritu Santo le pedimos en el himno Veni Creator “accende lumen sensibus”, “enciende la luz de los sentidos”. Jesús también, movido por el Espíritu encendía la luz de los sentidos a quienes se acercaban a él atribulados por el mal que apagaba sus sentidos. A ello dedica sus jornadas: ¡a restituir la salud a los sentidos dañados!

Después nos dice el evangelista que Jesús siente “compasión” de la gente. El término griego empleado por el evangelista para hablar de compasión (splagna) hace referencia al amor entrañable que una madre siente por el hijo de sus entrañas. Así es presentado Jesús como un personaje enormemente tierno, compasivo, solidario. Hasta teme que se pueda la gente desmayar por el camino, si no se la atiende.

Es entonces cuando recurre a sus discípulos para improvisar una mesa. Los discípulos muestran su extrañeza ante la propuesta descabellada de Jesús: ¿dónde encontrar comida para tantos en un desierto? Jesús manifiesta una vez más su poder: y bendiciendo a Dios es capaz de saciar a la multitud con siete panes y unos pececillos.

La compasión entrañable debe ser una de las características de quienes queremos identificarnos con Jesús, de quienes le seguimos. Y nos hemos de preocupar no solo de las almas, sino, ante todo, de los cuerpos, de los sentidos. Los cuerpos, la corporeidad necesita ser rescata, liberada. Nuestro cuerpo es muy propenso a las adicciones, al vicio, a la degradación y decadencia. El cuidado del cuerpo no es anticristiano. Miremos el ejemplo de Jesús.

Hay en el cuerpo humano unas energías ciegas, que necesitan del espíritu, de la imaginación creadora, para hacer del cuerpo un ámbito adecuado para que el espíritu se expresa y sea creador. Jesús nos quiere en forma, capaces de estar de pie ante Dios y ante nuestras responsabilidades humanas.

La Iglesia es la comunidad de Jesús y ha de ser también un lugar terapéutico. Las terapias de Jesús tenían mucho que ver con su mundo interior, su comunión profunda con el Abbá, la Fuente de la Vida. Lo mismo puede acontecer en nosotros. Las discípulas y los discípulos de Jesús podemos curar y saciar el hambre de la gente. Necesitamos sin embargo, el don del amor entrañable.

Conclusión: Jesús se conmueve en lo más profundo

Jesús se deja tocar por la gente en su sufrimiento, en su dolor, en sus expectativas. Al dejarse tocar, todo su cuerpo se estremece y conmociona… hasta esa dimensión tan femenina en todo ser humano que llamamos “entrañas”. Sin la tangencia con el sufrimiento humano, nos volvemos duros, inexorables. Jesús nos dice hoy que cuando uno se conmueve, renacen en nosotros energías que curan a los necesitados.

Vuestro hermano en la fe.

José Cristo Rey García Paredes (cmfxr@hotmail.com)


2-19.

LO MEJOR: EL ACOMPAÑAMIENTO

Muchos días tengo que comer solo y cocinar sólo para mí. Cuando esto pasa con frecuencia, uno empieza a tener el complejo del dichoso perrito de Paulov. Se come para saciar a los malditos jugos gástricos que pasan factura hacia el mediodía y se tarda más en fregar un plato que en vaciarlo.

Me da envidia la gente que disfruta comiendo. Son capaces de pasarse horas en la cocina para saciar el hambre o de hacerse unos cuantos kilómetros para degustar la fabada de la abuela. Esos momentos justo antes de comer, en que se colocan la servilleta, miran con ojos codiciosos el plato y se acercan la cuchara humeante a la boca, lo que les provoca una sonrisa de satisfacción plena.

A mí, sin embargo, cuando como solo, me vienen las imágenes de un documental sobre el aparato digestivo, en que se muestra con toda su crudeza a los dientes desgarrando la comida, al estómago como un pequeño contenedor de productos tóxicos y el resto del azaroso camino del solomillo que ha cambiado su nombre por bolo alimenticio.

A veces pienso que no seré capaz de disfrutar de la vida eterna, el banquete celestial. “Aquel día, el Señor de los ejércitos, preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos.”, seguro que dará vueltas por allí el temido solomillo.

No quiero imaginarme a Cristo como un camarero o el cielo como un concurso-cata de vinos. La segunda venida de Cristo no puede ser esperar un catering o el comedor del colegio de aprendices de magos de Harry Potter. A veces me da por imaginar que cuando Cristo da de comer a una multitud les invita a un bocadillo de caballa. ¿Por qué no? Lo mejor del cielo no será qué nos van a dar, si no con quién estamos, “Y arrancará en ese monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones”. Veremos a Cristo, tal cual es, a Santa María nuestra Madre, a los santos, a los que han sido fieles, a los que Dios ama.
Si no piensas en la compañía acabarás haciendo del cielo un documental de National Geographic. No tengas ganas de “salvarte”, así, a secas, eso sería comer para saciar el hambre, dedicar a tu vida espiritual el tiempo justo para que no te molesten los jugos gástricos, incluso quedarte algún día sin comer “que tampoco pasa nada, tengo reservas”. Ten ganas de estar con Cristo, de saludar a la Virgen, de disfrutar de la compañía de los santos, de habitar en la casa del Señor por años sin término, entonces dirás de verdad “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvará; celebremos y gocemos su salvación”. Y Dios no te dará un bocadillo de sardinas, se da Él mismo, que no se deja ganar en generosidad.

ARCHIMADRID


2-20. Revelación del Padre a los pequeños

Autor: José Rodrigo Escorza

Lucas 10, 21-24
En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».

Reflexión
La euforia reina en los comentarios, en los rostros de los discípulos tras su exitosa misión. Jesús los recibe y parece también Él contagiarse de la alegría con que lo celebran. No es solamente un triunfo humano. Es ante todo el reconocimiento del don de Dios que en aquellos hombres sencillos se ha prodigado abundantemente para transformarles en heraldos, en testigos y anunciadores de su mensaje. Y son ellos, gentes sin formación, los que llegan a conocer tal misterio, pues como dijo san Pablo: “Hablamos de una sabiduría de Dios misteriosa, escondida (...) desconocida de todos los príncipes de este mundo.(...) Si alguno entre vosotros se cree sabio según este mundo, hágase necio, para llegar a ser sabio (...) pues la sabiduría de este mundo es necedad a los ojos de Dios” (1Cor 3, 18-9).

Da que pensar el hecho de que a lo largo de más de 4000 años de historia Sagrada, los personajes que Dios ha escogido para anunciar a los hombres sus mensajes, hayan sido, por lo general, gentes sencillas y sin instrucción. En muchos casos eran apocados o tímidos, también mujeres virtuosas aunque a simple vista débiles. La historia de los pastores como José, el hijo pequeño de Jacob, y el mismo David, el rey, parece repetirse cuando la Sma. Virgen María escoge a las personas más sencillas para revelar sus mensajes. La historia de san Juan Diego y la Virgen Guadalupana, las de los pastorcillos de Fátima, o la de Bernardette en Lourdes son sólo algunos casos. Y esto no es por pura coincidencia, sino testimonio de la coherencia de los planes de Dios. La sencillez conquista y “subyuga” a Dios. Él se enamora de las almas humildes y simples. Él desvela sus secretos y su misterio sólo a los sencillos de corazón. Como lo hizo en María y como lo ha hecho a lo largo de todos los siglos. También quisiera hacerlo en nuestra oración de hoy y de cada día, contando con nuestra colaboración.


2-21. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Is 25 6-10ª: “El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros”
Sal 22-1-6
Mt 15,29-39: “La gente quedó maravillada... y glorificaba al Dios de Israel”

Inserto en el llamado “pequeño apocalipsis de Isaías”, nos encontramos con este anuncio sobre la suerte final de todos los pueblos, que serán convocados a un festín divino. El profeta es antes que nada un hombre con una gran capacidad de olfatear la historia tanto en su pasado como en su presente, pero eso sí, de cara al futuro. El sabe y es conciente de que a lo largo de esa historia las relaciones entre los pueblos no han estado en sintonía con el plan divino, pues la mayor parte del tiempo dichas relaciones han sido de guerras, odios y violencia. La historia de Israel está plagada de hechos violentos, ciudades y pueblos destruidos, reconstruidos y vueltos a destruir, y en medio de todo, los pobres que son quienes llevan la peor parte en todo ello.

Ese ciclo de eterna violencia, enfrentamientos y dominación no corresponden al diseño trazado por Dios. Con todo, un pueblo ha ido madurando su fe y sus esperanzas en torno a un Dios soberano y justo; pero lo ha hecho de un modo excluyente, como si Dios nada tuviera que ver con las demás naciones y pueblos.

La visión del profeta se proyecta hacia la reconstrucción de las relaciones entre todos los pueblos. La imagen del festín en la que Dios hace de anfitrión y prácticamente de “cocinero”, hace pensar en ese universalismo de Dios que tanto defiende Isaías. El profeta intuye esa providencia universal de Dios, y al anunciarlo así, es como exigirle a Israel abrirse él primero a esta gran acogida. El lugar de ese encuentro de pueblos es el corazón del mismo Judá, el monte del Señor. Esto tiene que hacer pensar al pueblo y sus dirigentes en que son ellos los primeros que tienen que “romper el velo que cubre a todos los pueblos y la cobertura que cubre a todas las gentes” (v 7). Esa es la gran misión de Israel, una nueva oportunidad que ofrece Dios a su pueblo.

La vida después de este banquete será distinta, todos los pueblos reconocerán a un mismo y único Dios que “enjugará las lágrimas de todos los rostros” (v 8). Los pueblos entenderán finalmente que en sus divisiones y odios está el triunfo de los dominadores y opresores, pues no está el éxito del fuerte en su mucha fuerza, sino en la debilidad de los pequeños que andan casi siempre divididos y enfrentados entre ellos mismos.

Ahora, lo más importante es que esta profecía no pierde su vigencia. El mundo actual marcado por divisiones sociales, raciales, políticas, económicas y religiosas debe volver a encontrar en las palabras del profeta, no una simple promesa, sino un enorme desafío. Cada pueblo, cada nación debería convertirse en artífice de aquella unidad querida y exigida por Dios. Es la comunidad de pueblos y naciones quienes tienen que empeñarse en esa reconstrucción de sus relaciones, al punto de poder inaugurar una nueva era edificada sobre las bases de la justicia, el derecho y el reconocimiento de la diversidad como elemento enriquecedor. Esta nueva época, con tales características es punto de inicio de aquel banquete que anuncia Isaías donde Dios tiene cabida, y donde Dios tiene cabida es porque se ha reconocido el derecho de los pobres y marginados; de lo contrario la imagen del banquete seguirá siendo un idealismo absurdo.

El punto de encuentro entre pueblos y naciones no será ya el “monte del Señor” conocido por Isaías; hoy tiene que ser el evangelio de Jesús como única alternativa creíble, en donde cada ser humano es reconocido y acogido. No vale hoy hablar de una institución o de un lugar específico que congregue el concierto de pueblos y naciones, hoy tenemos que encontrarnos todos en torno a un proyecto que dé vida y forma a esa vocación de unidad y de armonía humanas. En tal sentido, ninguna confesión cristiana por antigua o fuerte que sea, tendría para qué esforzarse por meter a todos los hombres y mujeres en sus filas; basta con que cada iglesia o confesión se preocupe más por se modelo de unidad y de servicio a los más débiles, y dejar que sea la fuerza del evangelio la que atraiga y anime a todos.

El evangelio, en línea con la profecía de Isaías, nos presenta a Jesús realizando en todo los signos del reino, llevando a cumplimiento todo lo que estaba escrito sobre los tiempos mesiánicos y sobre el Mesías. En el pasaje de hoy podemos contemplar dos cuadros complementarios entre sí. En el primero, Jesús va dando cumplimiento a la época de la salud preanunciada desde antiguo a través de las sanaciones que realiza. Su presencia es salvífica en todo el sentido de la palabra. El ser humano en su totalidad es sanado por Jesús. En el segundo cuadro confirmamos lo visto en el primero. Si Jesús acoge a la persona, la acoge en su integridad, no se queda sólo en el aspecto de sanar, pues con ello sólo atendería lo físico; tampoco se queda en el aspecto de la enseñanza y la predicación del reino, pues con ello se quedaría sólo en lo espiritual. El signo de la multiplicación del pan, sintetiza todos los aspectos; pues, de la enseñanza, de la apertura a nueva conciencia se pasa a la praxis inmediata. El ser humano es una totalidad de carencias y necesidad a las cuales es necesario atender. Así que en la comida para la multitud, Jesús está induciendo a sus oyentes a comprometerse todos con todos. El prójimo que está cerca de nosotros es motivo de preocupación y compromiso en su totalidad de persona con todo lo que ello implica. Podríamos caer en la ligereza de ver sólo el aspecto milagroso en ambos cuadros, como si el evangelista tuviera especial preocupación de presentar al taumaturgo Jesús. Lo que en realidad encontramos aquí es la praxis del reino en toda su amplitud, y al mismo tiempo, la exigencia de Jesús de llevar la predicación a la parte práctica; es decir, que los oyentes con conciencia renovada deben ponerse en camino de hacer realidad lo que la predicación enseña, y esto es ya la puesta en práctica de todas las señales anunciadas por los profetas.


2-22. Fray Nelson Miércoles 1 de Diciembre de 2004

Temas de las lecturas: Invita el Señor a su banquete y enjuga las lágrimas de todos los rostros * Jesús sana a muchos enfermos y multiplica los panes.

1. Un banquete delicioso
1.1 Un banquete no es solamente una gran cantidad o una buena calidad de comida. Es un punto alto y bello de la relación entre los parientes o amigos. Por lo menos así lo ha entendido siempre el Oriente, donde invitar a comer es un modo elocuente de abrir el corazón.

1.2 Y sin embargo, la abundancia importa; no sólo por la satisfacción deleitable del paladar y los sentidos, sino por lo que ello implica de descanso y confianza hacia el futuro. Abundancia de algún modo significa provisión futura. Por eso, en la lectura del profeta Isaías del día de hoy, junto a la imagen del banquete abundante está el triunfo sobre la muerte. He aquí la victoria que aguarda el profeta: vida que se hace fuerte por el alimento y vida que recibe defensa contra la muerte. Fuertes por dentro y protegidos por fuera: esa es la imagen de los redimidos.

2. El Banquete de Cristo y Cristo como alimento
2.1 Cristo prepara un banquete para los suyos, con lo que cumple de modo magnífico y pleno lo vislumbrado por el profeta. Un banquete sobrio en cuanto a las viandas pero delicioso en su manera de manifestar la providencia.

2.2 Miremos más de cerca las características de esta cena peculiar: se trata de la comida que ha nacido de su compasión; se trata de alimento para que no desfallezcan por el camino, es decir: es comida para el camino; se trata de comida que reparten sus discípulos; se trata, finalmente, de comida "en acción de gracias", capaz de saciar a todos.

2.3 Estas características son propias del mismo Cristo. Su presencia entre nosotros nace de la compasión; está a nuestro lado sosteniendo nuestro caminar; llega a nosotros por ministerio de sus apóstoles y predicadores; él es nuestra Eucaristía y puede saciar todo corazón y todo anhelo.


2-23.

Comentario: Rev. D. Joan Costa i Bou (Barcelona, España)

«‘¿Cuántos panes tenéis?’ Ellos dijeron: ‘Siete, y unos pocos pececillos’»

Hoy contemplamos en el Evangelio la multiplicación de los panes y peces. Mucha gente —comenta el evangelista Mateo— «se le acercó» (Mt 15,30) al Señor. Hombre y mujeres que necesitan de Cristo, ciegos, cojos y enfermos de todo tipo, así como otros que los acompañan. Todos nosotros también tenemos necesidad de Cristo, de su ternura, de su perdón, de su luz, de su misericordia... En Él se encuentra la plenitud de lo humano.

El Evangelio de hoy nos hace caer en la cuenta, a la vez, de la necesidad de hombres que conduzcan a otros hacia Jesucristo. Los que llevan a los enfermos a Jesús para que los cure son imagen de todos aquellos que saben que el acto más grande de caridad para con el prójimo es acercarlo a Cristo, fuente de toda Vida. La vida de fe exige, pues, la santidad y el apostolado.

San Pablo exhorta a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús (cf. Fl 2,5). Nuestro relato muestra como es el corazón: «Siento compasión de la gente» (Mt 15,32). No puede dejarlos porque están hambrientos y fatigados. Cristo busca al hombre en toda necesidad y se hace el encontradizo. ¡Cuán bueno es el Señor con nosotros!; y ¡cuán importantes somos las personas a sus ojos! Sólo con pensarlo se dilata el corazón humano lleno de agradecimiento, admiración y deseo sincero de conversión.

Este Dios hecho hombre, que todo lo puede y que nos ama apasionadamente, y a quien necesitamos en todo y para todo —«sin mi no podéis nada» (Jn 15,5)— necesita, paradójicamente, también de nosotros: éste es el significado de los siete panes y los pocos peces que usará para alimentar a una multitud del pueblo. Si nos diéramos cuenta de cómo Jesús se apoya en nosotros, y del valor que tiene todo lo que hacemos para Él, por pequeño que sea, nos esforzaríamos más y más en corresponderle con todo nuestro ser.


2-24.

Hoy contemplamos en el Evangelio la multiplicación de los panes y peces.

Mucha gente —comenta el evangelista Mateo— «se le acercó» (Mt 15,30) al Señor.

Hombre y mujeres que necesitan de Cristo, ciegos, paralíticos y enfermos de todo tipo, así como otros que los acompañan.

Todos nosotros también tenemos necesidad de Cristo, de su ternura, de su perdón, de su luz, de su misericordia... En Él se encuentra la plenitud de lo humano.

El Evangelio de hoy nos hace dar cuenta, a la vez, de la necesidad de hombres que conduzcan a otros hacia Jesucristo. Los que llevan a los enfermos a Jesús para que los cure son imagen de todos aquellos que saben que el acto más grande de caridad para con el prójimo es acercarlo a Cristo, fuente de toda Vida.

La vida de fe exige un compromiso misionero.

Este Dios hecho hombre, que todo lo puede y que nos ama apasionadamente, y a quien necesitamos en todo y para todo —«sin mi no pueden hacer nada» (Jn 15,5)— necesita, paradójicamente, también de nosotros: éste es el significado de los siete panes y los pocos peces que usará para alimentar a una multitud del pueblo.

Si nos diéramos cuenta de cómo Jesús se apoya en nosotros, y del valor que tiene todo lo que hacemos para Él, por pequeño que sea, nos esforzaríamos más y más en corresponderle con todo nuestro ser.


2-25. Saberse necesitado de Dios

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

Isaías: 25, 6-10.
San Mateo: 15, 29-37.

“¿Dónde vamos a conseguir, en este lugar despoblado, panes suficientes para saciar a tal muchedumbre?”. Este párrafo del Evangelio nos ubica en una dimensión del Adviento muy básica: el hecho de que cada uno de nosotros tiene que saberse necesitado de Dios.

Es muy fácil decir “yo necesito a Cristo”, “el Señor es alguien importante para mí”, “Él me hace falta”. Pero, cuántas veces, la experiencia nos lleva a la afirmación contraria, nos lleva a pensar que somos hombres o mujeres que podemos bastarnos a nosotros mismos. En muchas ocasiones esto no lo hacemos de una forma consciente, pero sí de una forma escondida dentro de nuestro corazón. Y tenemos que tener muy claro que por el hecho de estar escondida, no significa que no sea efectiva y válida.

No basta saber que uno está alejado de Dios, tenemos que sabernos necesitados de Él. Solamente puede llegar a Belén, puede encontrarse con Cristo, aquel que lo necesita. Si no es así, es como si uno de estos tullidos, ciegos, lisiados o mudos, de los que nos habla el Evangelio, dijese: “Estoy tullido, estoy ciego, estoy lisiado o estoy mudo, pero yo de Jesús no necesito nada”.

¿Qué significa necesitar a Cristo? Significa, en primer lugar, darme cuenta que Él tiene que ser el elemento fundamental de mi vida. Él tiene que convertirse en criterio, en norma, en ley, en orientación de mi existencia. Cristo tiene que ser el punto de referencia al cual yo le pregunto, con el cual yo me confío, con el cual yo me presento.

Necesitar a Cristo, por otra parte, significa estar dispuesto a poner el remedio que Él me quiera indicar, estar dispuesto a asumir todo lo que Él me pida. Cuántas veces nos creemos muy inteligentes y, entonces, tomamos de Cristo lo que nos conviene tomar, la parte que nos interesa, la parte que nos satisface. Cuántas veces soy yo el que le dice a Cristo lo que necesito, en vez de dejar que sea Él el que me lo indique. Cuántas veces no le damos a Cristo la libertad para que sea Él el que nos diga: “Esto es lo que tú necesitas”. Cada uno de nosotros tendría que revisar cuáles son las condiciones que le quiere imponer a Cristo, y preguntarse si nada más necesita un trocito de Cristo o lo necesita totalmente.

Pidámosle a Nuestro Señor que nos conceda la gracia de sentirnos necesitados de Él. Permitamos que Cristo entre en nuestro corazón para que sea Él quien guíe nuestra vida, porque sólo así estaremos en el camino verdadero que conduce al encuentro con el Señor en Belén.


2-26.

Reflexión:

Is. 25, 6-10. La Iglesia, signo de la presencia amorosa de Cristo en el mundo, se esfuerza continuamente por hacer desaparecer la tristeza, el llanto, el hambre y la afrenta que envolvían a muchas personas. Nos alegramos por todo aquello que realizan a favor de los demás muchos miembros de la Iglesia, que se despojan, incluso, de su propia vida, para que los demás disfruten de una vida digna. No es la simple filantropía la que los mueve, sino el amor hacia Cristo, presente especialmente en los pobres, desvalidos y desprotegidos. Así la Iglesia es el monte desde el que el Señor reparte a manos llenas todos los dones de su amor a favor de la humanidad entera. Sin embargo tenemos que lamentar que muchos viven todavía como si no conocieran a Dios, pues continúan siendo ocasión de sufrimiento para los demás. Por eso el Señor nos invita a confrontar nuestra vida con la vocación a la que hemos sido llamados, y que hoy nos ha recordado, haciéndonos ver qué es aquello que Él ofrece al mundo por medio nuestro. A partir de entonces hemos de iniciar un auténtico camino de conversión para que el Señor nos salve, y nos ponga en camino como testigos de su amor y de su misericordia.

Sal. 23 (22). Hemos sido bautizados e injertados en Cristo Jesús. Su Vida y su Espíritu son nuestra Vida y nuestro Espíritu. Él mismo se convierte para nosotros en pan de Vida eterna, sentándonos a su Mesa para que en adelante ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Hechos uno en y con Cristo, el Señor sigue estando presente en el mundo por medio nuestro, que, como siervos fieles, trabajamos por su Reino. No confiamos en nuestras débiles fuerzas, sino en su gracia salvadora. Por eso el Señor es el único que nos da seguridad. Perseveremos firmes en su presencia y dejemos que su bondad y su misericordia nos acompañen todos los día de nuestra vida; de tal forma que, fortalecidos por Él, algún día podamos llegar a vivir en su casa por años sin término. Sabemos que continuamente seremos sometidos a prueba; y que muchas veces parecería como que el Señor nos hubiese abandonado. Sin embargo, aún en las cañadas oscuras, sigamos confiando en Aquel que nos ama y que nos quiere conducir sanos y salvos a su Reino celestial.

Mt. 15, 29-37. Jesús no sólo anuncia el Reino con sus palabras, sino que hace presente el Reino mediante sus obras, que nos indican que se está cumpliendo todo lo que de Él anunciaron las Escrituras, la Ley y los Profetas. También nosotros reconocemos que hay muchas miserias, muchos pecados que han destruido el bien que Dios había depositado en nosotros. También nosotros tenemos necesidad de ser curados de nuestro apego a lo pasajero, del amor propio, del orgullo, de la soberbia, de la injusticia y de todo aquello que nos impide ponernos en camino para pasar haciendo el bien a todos. Partir el pan, nuestro pan, para saciar el hambre de los demás, es uno de los signos que nos identifican y que hace que los demás nos reconozcan como hijos de Dios. Alabamos al Señor por todos sus beneficios, que ha derramado en nosotros a manos llenas. ¿Nos hemos esclavizado a los dones de Dios? ¿Lo buscamos a Él o vamos a Él esperando que nos ayude a cuidar lo que nos dio encerrándolo egoístamente sólo para nosotros, y cerrando los ojos ante el dolor de nuestros hermanos?

Participamos de la Eucaristía, el Pan de Vida que el Señor multiplica para alimentar a la humanidad entera, de todos los tiempos y lugares. Y el participar de la Eucaristía nos lleva a ponernos en camino, tras las huellas de Cristo, para entregar incluso nuestra propia vida, con tal de ganar a todos para el Señor. Él nos sienta a su Mesa. Y no sólo nos alimenta con el pan material. Él viene a vivir en nosotros como en un templo. Él no se ha quedado en una vana palabrería, sino que ha sido concreto en la forma como nos manifiesta su amor. Desde la Eucaristía percibimos a qué nos compromete creer en Cristo, aceptarlo en nuestra vida, unirnos a Él, identificarnos con Él, hacer nuestro su Evangelio y su entrega, y, finalmente, dejarnos conducir por su Espíritu Santo. La Eucaristía, por tanto, no puede reducirse a un acto externo de culto a Dios; más bien, desde la Eucaristía, el mundo recibe a la Iglesia como signo de salvación para todos los pueblos. Salvación que no se reduce a orar por todos, sino que nos hace vivir totalmente comprometidos para que todos encuentren en Cristo el Camino, la Verdad y la Vida. Pero si nosotros mismos no vivimos nuestro compromiso de fe, ¿podremos conducir a otros a Cristo Salvador, ese Cristo desconocido del que no podremos dar testimonio?

Vayamos a nuestras actividades diarias. Que nuestras acciones, nuestra entrega a favor del bien de nuestro prójimo, nuestros esfuerzos por construir un mundo más fraterno y más en paz, sean aquello que, cuando volvamos a su presencia, traigamos como una ofrenda de suave aroma, agradable a Dios. No podemos arrodillarnos ante el Señor y después volver a casa, o a los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra vida, para vivir como delincuentes, como injustos, como generadores de sufrimiento y angustia para los demás. El Señor nos quiere en camino de servicio para anunciarle la Buena Nueva a nuestros hermanos, especialmente a los pobres y a los que son víctimas de la maldad, de la violencia o de la injusticia. Con ellos hemos de compartir incluso nuestra vida, convertida en una bendición para todos, y no en ocasión de dolor y sufrimiento. Preparándonos para la venida del Señor, procuremos que nos encuentre cumpliendo con amor con aquello que Él nos ha confiado: salvar todo lo que se había perdido y no permitir que los demás se mueran de hambre, tanto de hambre corporal por falta del sustento diario, como de hambre de amor, de cariño, de respeto, de paz y de alegría por falta de alguien que realmente se interese por ellos.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de anunciar su Evangelio con las palabras, con las obras y con la vida misma. Que compartiendo lo nuestro con los más desprotegidos, algún día seamos dignos de ser sentados a la Mesa del Señor para gozar del Banquete eterno. Amén.

Homiliacatolica.com


2-27.

Reflexión

Con qué facilidad se nos cierra el camino a los hombres: ¿dónde conseguiremos pan para toda esta multitud? Con mucha frecuencia se nos pierde de vista que Jesús es Dios. Si él mandaba dar de comer es porque el mismo proveería la manera de hacerlo. En nuestro día de trabajo, de estudio, de actividad, debemos tener siempre presente que Dios nos acompaña, que nunca está lejos; que lo que para nosotros parece imposible, para Dios no lo es. Dios utiliza nuestros pocos y pobres recursos para satisfacer las necesidades humanas y espirituales de todos los que lo van siguiendo. Pongamos a disposición del maestro nuestros recursos humanos y espirituales y dejemos que lo imposible se haga realidad delante de nuestros propios ojos.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


2-28. Segunda multiplicación de los panes

Fuente: Catholic.net
Autor: P Juan Pablo Menéndez

Reflexión

Las curaciones que obró Jesús pueden parecernos hasta “lógicas”... ¡era el Hijo de Dios!... y a fuerza de leerlas y oírlas pierden su impacto y ya no las consideramos como algo extraordinario. Sí, es verdad que Jesús curaría a muchos, pero no fueron todos. ¿No es verdad que también Él se encontró frente a la incredulidad, la envidia o el menosprecio, sobre todo de parte de los poderosos y sabios según el mundo? Y no serían pocos a quienes les faltó fe, humildad o perseverancia para llegar hasta Él y pedir su favor.

Existen organizaciones que han tomado la responsabilidad de llevar enfermos a Lourdes, o de organizar peregrinaciones en atención a necesitados de toda índole. Son obras encomiables por el sacrificio de tantos voluntarios y por los bienes que de ahí se obtienen para enfermos y sanos. Acercarse a Jesús, llevarle nuestras propias personas, y también aquellos que a nuestro alrededor están mudos de alegrías, ciegos por no ver a Dios, cojos de esperanza o mancos de solidaridad, puede ser un buen programa de vida.

Cuando la vivencia de nuestra fe consiste en esto, encontramos aplicaciones concretas que nos ayudan a conocernos mejor y que nos abren a las necesidades y problemas de los demás. Pero todo este bello ideal no se sostiene sin lucha. Cuando el mundo no nos hable sino de pesimismo y tragedias, cuando caminamos por él arrastrando las pesadas cargas de la enfermedad, del sufrimiento, de la incomprensión o la ingratitud, cuando ya no nos quedan fuerzas o la “fantasía de la caridad” parece habérsenos agotado.... Entonces es cuando sobre todo vale la pena acercarse a Jesús. Él nos espera, nos llama, nos curará de nuestras miserias y de las debilidades de quienes le sepamos presentar. Demos gloria a Dios con la gratitud de auténticos hijos, pues, ¡lo somos!


2-29. 01 de Diciembre

209. Un Mesías misericordioso

Miércoles de la Primera Semana de Adviento

I. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: Me da lástima esta gente (Mateo 5, 7). Esta es la razón que tantas veces mueve el corazón del Señor. Llevado por su misericordia hará a continuación el espléndido milagro de la multiplicación de los panes. Y nosotros, para aprender a ser misericordiosos debemos fijarnos en Jesús, que viene a salvar lo que estaba perdido, a cargar nuestras miserias para salvarnos de ellas, a compadecerse de los que sufren y de los necesitados. Este es el gran motivo para darse a los demás: ser compasivos y tener misericordia. Cada página del Evangelio es una muestra de la misericordia divina. La misericordia divina es la esencia de toda la historia de la salvación. Meditar en la misericordia del Señor nos ha de dar una gran confianza ahora y en la hora de nuestra muerte, como rezamos en el Ave María. Sólo en eso Señor. En tu misericordia se apoya toda mi esperanza. No en mis méritos, sino en tu misericordia.

II. De forma especial, el Señor muestra su misericordia con los pecadores: les perdona sus pecados. Nosotros, que estamos enfermos, que somos pecadores, necesitamos recurrir muchas veces a la misericordia divina: Muéstranos, Señor, tu misericordia. Y danos tu salvación (Salmo 84, 8), repite continuamente la Iglesia en este tiempo litúrgico. En tantas ocasiones, cada día, tendremos que acudir al Corazón misericordioso de Jesús y decirle: Señor, si quieres, puedes limpiarme (Mateo 8, 2). Esto nos impulsa a volver muchas veces al Señor, mediante el arrepentimiento de nuestras faltas y pecados, especialmente en el sacramento de la misericordia divina, que es la Confesión. Pero el Señor ha puesto una condición para obtener de Él compasión y misericordia por nuestros males y flaquezas: que también nosotros tengamos un corazón grande para quienes rodean. En la parábola del buen samaritano (SAN AGUSTÍN, La ciudad de Dios) nos enseña el Señor cuál debe ser nuestra actitud ante el prójimo que sufre: no nos está permitido “pasar de largo” con indiferencia, sino que debemos “pararnos” con compasión junto a él.

III. El campo de la misericordia es tan grande como el de la miseria humana que se trata de remediar. Y el hombre puede padecer miseria y calamidad en el orden físico, intelectual y moral. Por eso las obras de misericordia son innumerables, tantas como necesidades tiene el hombre. Nuestra actitud compasiva y misericordiosa ha de ser en primer lugar con aquellos con quienes Dios ha puesto a nuestro lado, especialmente con los enfermos. Nuestra Madre nos enseñará a tener un corazón misericordioso, como el de Ella.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


2-30. 1ª Semana de Adviento. Miércoles

Después que Jesús partió de allí, vino junto al mar de Galilea, subió a la montaña y se sentó. Acudió a él una gran multitud llevando consigo cojos, ciegos, lisiados, mudos y otros muchos enfermos, y los pusieron a sus pies y los curó; de tal modo que se maravillaba la multitud viendo hablar a los mudos y quedar sanos los lisiados, andar a los cojos y ver a los ciegos, por lo que glorificaban al Dios de Israel.

Jesús llamó a sus discípulos y dijo: Siento profunda compasión por la muchedumbre, porque hace ya tres días que permanecen junto a mi y no tienen qué comer; no quiero despedirlos en ayunas no sea que desfallezcan en el camino.

Pero le decían los discípulos: ¿De dónde vamos a sacar, estando en el desierto, tantos panes para alimentar a tan gran multitud? Jesús les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Ellos le respondieron: Siete y unos pocos pececillos. Entonces ordenó a la multitud que se acomodase en el suelo. Tomó los siete panes y los peces y, después de dar gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos y quedaron satisfechos. De los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas. (Mt 15, 29-37)

I. Jesús, al ver la multitud tantas curaciones y tantos milagros, glorificaban al Dios de Israel. Lo maravilloso no es que hable un mudo, sino lo que revela este hecho: Tú eres el Mesías, aquél a quien el pueblo de Israel llevaba siglos esperando.

Tú eres Dios, pero a la vez eres un hombre como yo. Y te vuelcas con nosotros: Siento profunda compasión por la muchedumbre. Jesús, yo te importo. No te da igual si hago las cosas de una manera o de otra. Que Tú también me importes.
Que no me dé igual tratarte de cualquier modo.

¿Cuántos panes tenéis? Hoy me haces a mí la misma pregunta. Pero, ¿qué más te da, Señor? ¿Qué importa lo que tenga, lo que te pueda dar? Al fin y al cabo, no será mucho y, por supuesto, será insuficiente para alimentar a todos. Y comieron todos y quedaron satisfechos. Jesús, si con mis siete panes -mis pocas virtudes, mi torpe inteligencia, mi débil voluntad- Tú quieres ayudar a los demás, tómalos. Es lo que tengo: tuyos son.

II. Cuando tu egoísmo te aparta del común afán por el bienestar sano y santo de los hombres, cuando te haces calculador y no te conmueves ante las miserias materiales o morales de tus prójimos, me obligas a echarte en cara algo muy fuerte, para que reacciones: si no sientes la bendita fraternidad con tus hermanos los hombres, y vives al margen de la gran familia cristiana, eres un pobre inclusero [10.]

Inclusero significa expósito, alguien a quien sus padres abandonan al nacer y carece, por tanto, de familia. Si no te conmueves ante las miserias materiales o morales de tus prójimos, no digas que eres cristiano: vives como un inclusero, al margen de la gran familia cristiana.

Jesús, Tú curas a los enfermos y das de comer a la muchedumbre hambrienta: sientes profunda compasión por las necesidades de los hombres. ¿Y yo? ¿Qué hago para ayudar a los que tienen necesidad? ¿Cómo voy a llamar Padre a Dios si no trato como hermanos a los demás?

¿Qué es lo que queréis o buscáis cuando venís a la Iglesia? Ciertamente, la misericordia. Practicad, pues, la misericordia terrena y recibiréis la misericordia celestial. El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios; aquel un bocado, tú la vida eterna. Da al indigente y merecerás recibir de Cristo, ya que Él ha dicho: «Dad y se os dará». No comprendo cómo te atreves a esperar recibir si tú te niegas a dar. Por esto, cuando vengáis a la iglesia, dad a los pobres la limosna que podáis, según vuestras posibilidades [11].

Jesús, en mis circunstancias concretas, ¿cómo puedo ayudar a los que más tienen necesidad? A lo mejor puedo aportar dinero a alguna asociación caritativa o colaborar con mi trabajo, aunque sea de vez en cuando. A lo mejor puedo ir a visitar a un pariente enfermo, o a alguna persona que está sola. Ayúdame Jesús a tener un corazón grande como el tuyo, capaz de compadecerme de las necesidades materiales o morales de los demás.

[10] San Josemaría Escrivá de Balaguer; Surco, 16.
[11] S. Cesáreo de Arlés, Sermón 25.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo Adviento y Navidad, EUNSA


2-31. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Jesús es compasivo. Se preocupa de los enfermos, se acerca a ellos y los cura.

Se preocupa de los que se acercan simplemente a verle y escucharle. Busca comida para ellos. Mostrar compasión es una de las formas mejores para dar testimonio del amor de Dios.

Compadecer es padecer con el otro, con el que sufre por cualquier razón, con el necesitado. Solamente las persona que tienen un gran corazón y una mirada que va más allá de sus intereses egoístas y que llega al corazón del otro son capaces de manifestar auténtica compasión.
Jesús nos lo dijo: “A los pobres los tendréis siempre con vosotros....” Ellos son el desafío a nuestra fe cómoda y superficial.

A mi me llamó mucho la atención el testimonio de un muchacho italiano. Fue el 19 de agosto 2000 en Roma con ocasión de la XV Jornada Mundial de la Juventud ante dos millones de jóvenes reunidos en la Vigilia de oración con el Santo Padre. Massimiliano, nacido en Roma, dijo: “He nacido en una sociedad donde todo se puede comprar y en la que tengo todo. Tengo una familia unida, en casa no me falta de nada, tengo estudios en la Universidad, tengo asegurado mi puesto de trabajo. No he conocido la guerra ni las deportaciones ni el control de la libertad como muchos de los jóvenes que aquí están... Me considero un joven privilegiado. Pero un día leyendo el Evangelio de Jesús encontré estás palabras que me impresionaron muchísimo: “Una cosa te falta...” Era cierto me faltaba el amor a los pobres... Yo he sentido la llamada a dar lo que tenía a los pobres y a seguir a Cristo. “Procuro hacerme amigo de ellos: ellos ya conocen mi nombre y yo conozco el nombre de algunos de ellos. Y todo esto no lo hago yo sólo, pues estoy con un grupo de amigos que tienen los mismos ideales que yo”.

Vuestro hermano en la fe

Carlos Latorre
carlos.latorre@claretianos.ch


32.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

La Iglesia en su liturgia pone en nuestros labios esta exclamación: «Ven, Señor, no tardes. Ilumina lo que esconden las tinieblas y manifiéstate a todos los pueblos» (Hab 2,3; 1 Cor 4,5). La oración colecta (Gelasiano) pide al Señor que El mismo prepare nuestros corazones, para que cuando llegue Jesucristo, su Hijo, nos encuentre dignos del festín eterno, y merezcamos recibir de sus manos, como alimento celeste, la recompensa de la gloria.

Isaías 25,6-10. El Señor dispondrá un festín para todos los pueblos. Es lo que anuncia el profeta Isaías: Dios, vencidos los enemigos, dispone un banquete abundante, regio, e invita a todos los hombres. A los invitados les hace el regalo de su presencia personal, quitando el velo que les impide contemplarlo: «es un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares enjundiosos, vinos generosos». La imagen que nos presenta el profeta es un pálido reflejo de lo que realmente preparó Jesucristo con la Eucaristía, que nos dispone al banquete de la gloria eterna.

«El Señor mostró su benignidad y nuestra tierra ha producido su fruto». Consoladora promesa para los que se preparan a la solemnidad de Navidad. En la comunión eucarística nos da Dios Padre su  benignidad: una gran festín de manjar exquisito, Jesucristo, el Salvador, su muy amado Hijo. Jesucristo se hace nuestro alimento y nos da su carne y su sangre, su espíritu y su vida. Con la fuerza de la sagrada comunión, la tierra de nuestra alma produce sus frutos: la virtud, la santidad, la unión con Dios.

La Iglesia nos llama a esta inestimable fuente de santificación, que es el banquete eucarístico. El llanto y el dolor desaparecen. El pan que Jesús reparte a la multitud anticipa el banquete en que Él se entrega a Sí mismo en comida a los invitados.

Salmo 22: Ante la manifestación de la ternura de Dios que nos prepara un lugar en el banquete eucarístico y escatológico de su Hijo bien amado, la liturgia de hoy reza con el salmista: «Habitaré en la casa del Señor por años sin término». El Señor es nuestro Pastor. Con él nada nos falta. Nos hace recostar en verdes praderas, nos conduce hacia fuentes tranquilas y repara nuestras fuerzas. Nos guía por senderos justos. El camina con nosotros y con él nada tememos. Su vara y su cayado nos sosiegan. Prepara una mesa ante nosotros enfrente de nuestros enemigos, nos unge la cabeza con perfume y nuestra copa rebosa. Su bondad y su misericordia nos acompañan todos nuestros días.

Mateo 15,29-37: Jesús cura a muchos enfermos y multiplica los panes. Jesucristo tiene predilección por los pobres, por los oprimidos, por los enfermos. Nos lo dice el Evangelio de hoy. También nosotros nos encontramos entre ellos: nos hemos hecho cojos por el apego a las criaturas, lisiados por el amor propio, ciegos por el orgullo, mudos por la soberbia y hemos contraído otras enfermedades espirituales. Hemos de pensar que solo Él es quien sana y que los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía han sido instituidos para esto.

Miremos a Jesús, cómo se compadece de la multitud que le sigue sin acordarse del sustento necesario. Y cómo realiza el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, que es símbolo de la Eucaristía, como lo ha entendido toda la tradición de la Iglesia.

En la Santa Misa hemos de integrarnos, con todo lo que somos y tenemos, en las necesidades de nuestros hermanos. Hemos de ayudarlos. La ofrenda de nuestras acciones, de nuestros sufrimientos, de nuestras alegrías, de nuestro trabajo, durante la celebración eucarística vienen a ser parte integrante del sacrificio, unidos nosotros a Cristo, teniendo sus mismos sentimientos. Hemos de participar en la Santa Misa con mente y corazón, con plena disponibilidad, para identificar siempre nuestra voluntad con la voluntad de Dios.