TIEMPO DE ADVIENTO

 

LUNES DE LA PRIMERA SEMANA

 

1-A.- Is 2, 1-5

1-A-1

VER ADVIENTO 01A LECTURA 1


1-B.- Is 4, 2-6

1-B-1.

Durante las dos primeras semanas de Adviento, la Iglesia nos propondrá la meditación de las «profecías de Isaias».

Isaías es uno de los grandes testigos de la espera mesiánica. Vivía ocho siglos antes de Jesús. Habitaba Jerusalén, la capital del país. Ha visto derrumbarse el Reino del Norte, Samaria, bajo los golpes de los Asirios, y siente venir la misma amenaza para el Reino del Sur. Es pues en el contexto histórico de una catástrofe inminente cuando el profeta anuncia la esperanza de un Mesías que aportará la paz.

-Aquel día, el «germen» que el Señor hará crecer será el honor y la gloria de los «supervivientes» de Israel. Y el «fruto de la tierra» será su honra y su corona.

El Mesías es presentado como un «germen»: una potencia de vida, el comienzo de un proceso vital que se desarrollará... Una «pequeña semilla", dirá Jesús, que ¡«llegará a ser un gran árbol»! El Mesías es pues, a la vez, Jesús y la Iglesia; Jesús y la vida que sale de Jesús; Jesús como germen de todo lo que ha nacido de El. Gracias, Señor. ¡Mi vida viene de ti!

El Mesías es también presentado como «un fruto de la tierra», no es un «cuerpo extraño» caído del cielo... es más bien el fruto de una lenta y larga germinación. Todo un pueblo lo ha preparado y esperado. Una mujer, una madre sobre todo lo ha preparado y esperado. Y desde ese primer día de Adviento, contemplamos esa preparación en el corazón y el cuerpo de María. ¿Qué voy a hacer, a mi vez, para preparar la venida de Cristo?

-Entonces, a los «restantes» de Sión, a los «supervivientes» de Jerusalén, se les llamará santos.

La gloria del futuro rey sólo se revelará al pequeño grupo de los que habrán escapado del desastre... al pequeño resto de los supervivientes.

De modo que hay que procurar aguantar, "sobrevivir". La vida cristiana no es tampoco una cosa fácil: es más bien un tratar de sobrevivir. Hay que aferrarse a la vida, perseverar, luchar contra las fuerzas contrarias.

Ese tiempo de Adviento, ¿será para mí una ocasión de preparar mis energías? ¿de tomar algunas decisiones de sobrevivencia cristiana?

-Entonces vivirán... Cuando el Señor haya lavado la inmundicia de las hijas de Sión y, con viento justiciero... haya purificado Jerusalén de la sangre por ella derramada.

Las perspectivas de felicidad y de gloria mesiánicas, sólo se realizarán después de una prueba purificadora.

Encontramos aquí la opción fundamental de san Pablo en la Epístola a los Romanos: el Señor es quien salva... no es el hombre quien «se» salva... Netamente nos orientamos hacia una religión de "la salvación que Dios da", la que valoriza la prioridad de Dios.

En general, ¿se siente el hombre moderno llevado preferentemente a un voluntarismo, un estoicismo: a ser el autor de su propia salvación, a conquistar su valer por su empeño y su valentía? Pero bien sabemos que esa actitud es vana.

Concédenos, Señor, la gracia de ser acogedores; lávanos.... purifícanos... Haznos, Señor, disponibles a esa conversión que Tú quieres obrar en nosotros.

-Entonces, sobre la montaña de Sión, sobre las asambleas festivas, el Señor creará una nube... como dosel, una techumbre de follaje... que será protección contra el calor diurno y refugio y abrigo contra el temporal y la lluvia.

Es el anuncio de la restauración de Jerusalén, después de la destrucción. Gozo, paz, paraíso. El Mesías aporta una expansión total y nueva. ¿Mi religión es de alegría? Un gozo que he de ir construyendo lentamente a través de la prueba.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 8 s.


1-B-2.

Con gran fuerza poética describe Isaías el juicio de Yahvé contra su pueblo. Es la primera parte de nuestro texto: /Is/02/06-22. La prosperidad material y la «seguridad» que le proporcionan las alianzas con los países extranjeros han dado origen a la soberbia, a la superstición y al lujo. En lugar de hacerse fuerte en Yahvé, tal como le exigía la alianza, ha buscado la seguridad en riquezas ilusorias: "su país está lleno de plata y oro, sus tesoros no tienen número, su país está lleno de caballos y sus carros no tienen número" (v 7). Son los típicos medios con los que el hombre busca su independencia de Dios, la autosalvación.

La orgullosa autonomía del hombre es para Isaías el auténtico pecado de idolatría: con el oro y con la plata, con los pertrechos bélicos, el hombre intenta no tener necesidad de Dios, se autodiviniza. La idolatría efectiva no es sino la consagración religiosa de una actitud esencialmente impía. En esta primera parte del texto ocupa un lugar importante la descripción del día de Yahvé, incluida en un conjunto de sentencias entre las cuales destacan: el abajamiento del hombre; la exaltación de Dios (2,9.11.17); la pequeñez del hombre frente a la manifestación de Dios (2,10.19.21); rechazo de los ídolos (2,18.20). El día de Yahvé es un juicio contra la soberbia humana. Con el terror que el hombre experimenta delante de Dios que se manifiesta, el profeta pone en cuestión la vida humana como existencia autónoma. Lo que Isaías había experimentado en la vivencia de su vocación, ahora lo extiende a todos los hombres. Las creaciones de la naturaleza y de la cultura no son destruidas como tales, sino en la medida en que el hombre se sirve de ellas para aumentar su arrogancia, que le incapacita para ver que el único grande es Dios. La orgullosa autonomía del hombre es para Isaías la fuente de todos los pecados particulares y, por eso, la característica fundamental de la actitud antidivina.

Pero el castigo, la destrucción y la muerte no son la última palabra de Dios. Es lo que quiere hacer comprender la segunda parte del texto (4,2-6). Yahvé volverá a estar con su pueblo como cuando le acompañaba a través del desierto. Se abre una perspectiva de salvación que estimula la fidelidad religiosa del resto íntegramente restaurado después de una prueba purificadora.

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 19 s.


2.- Mt 8, 5-11

2-1.

Los evangelios de Adviento, sacados de varios evangelistas, han sido escogidos para que nos den una especie de cuadro de "la espera" ... Muchos hombres, antes de Jesús, han esperado, deseado, anhelado un mesías.

Jesús ha venido a colmar y purificar está espera.

Nosotros esperamos siempre, hoy también, la plena realización de la salvación, de la felicidad, del Reino y millones de otros hombres están igualmente en esta misma espera, a pesar de no haber encontrado a Cristo, ni saber siquiera que existe, ignorando todo lo que El podría aportarles.

Nuestra plegaria, en este tiempo de Adviento debe ser una plegaria de "deseo", y una plegaria "misionera".

-Jesús había entrado en Cafarnaum, un centurión del ejército romano salió a su encuentro y le suplicó...

No has sido Tú, Señor, quien ha elegido este encuentro, a la entrada de la ciudad. ¡Este hombre se presenta, inesperado, imprevisto... desconocido! Y sin embargo Dios, por su gracia invisible, ya estaba presente en su corazón, para impulsarle a hacer esta gestión.

¡"Un centurión del ejército de ocupación"! Los romanos eran mal vistos en Palestina. Eran paganos y opresores. Se les volvía la cara a su paso.

Ahora bien, este pagano desea y está a la espera... ¡Va hacia Jesús! Ayúdame, Señor, a contemplar en la fe ese mundo pagano que me rodea y que está a la espera.

-"Señor, mi criado está postrado en mi casa, paralítico, y padece muchísimo".

Los paganos, y los que aún no han descubierto la fe, son a menudo mejores que nosotros: este soldado romano tiene una gran delicadeza. Lejos de despreciar a su sirviente, le ama y hace una gestión por él.

Señor, ayúdanos a saber descubrir las cualidades humanas, los valores vividos por tantas y diversas personas. Pensando en mi jornada de hoy, y en las personas que voy a encontrar, te doy gracias, Señor, por sus cualidades, fruto de tu gracia.

-"Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero mándalo con tu palabra y quedará curado mi criado...

¡Es esta una actitud de Fe! Jesús lo capta al instante. No es una plegaria orgullosa, que exige, que reclama, que quiere forzar la mano. Como empequeñeciéndose, expone su caso.

Dame, Señor, esta humildad del centurión: "Señor, yo no soy digno de que Tú entres en mi casa..."

-Ni aun en Israel he hallado fe tan grande...

Yo os declaro que vendrán muchos gentiles del oriente y del occidente y estarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.

Jesús ha pensado en todos los que "vendrán", en todos los que están aún a la espera. Para El no hay privilegio de raza ni de cultura. Todos los hombres, de todas partes, están invitados y están en marcha.

¿Tengo un corazón "universal" como Jesús? ~Un corazón "misionero"?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 8 s.


2-2

La primera semana de Adviento nos ofrece unas lecturas de Isaías, profeta de la esperanza en medio de una historia atormentada del pueblo de Israel, ocho siglos antes de Cristo, con la amenaza asiria.

Sus pasajes serán anuncios de esperanza, de salvación, de futuro más optimista para el resto de Israel, para los demás pueblos, e incluso para todo el cosmos.

En los evangelios correspondientes se subrayará cada día que Jesús de Nazaret es el que lleva a cumplimiento esta espera, purificándola, además, y madurándola hasta los niveles más profundos de la salvación total.

1. Empezamos con una proclama misionera y universalista. El profeta, que ve la historia desde los ojos de Dios, anuncia la luz y la salvación para todos los pueblos.

Jerusalén será como el faro que ilumina a todos los pueblos. Un faro situado en una montaña alta, para que todos lo vean desde lejos. Dios quiere enseñar desde aquí sus caminos, y los pueblos se sentirán contentos y estarán dispuestos a seguir los caminos de Dios, la palabra salvadora que brotará de Jerusalén.

Tanto judíos como paganos «caminarán a la luz del Señor» y formarán un solo pueblo.

Otro rasgo positivo: habrá paz cuando suceda esto. De las espadas se forjarán arados; de las lanzas, podaderas. Son comparaciones que entiende bien el hombre del campo. Y nadie levantará la espada contra nadie. No habrá guerra. Y esto lo entendemos todos, con cierta envidia, porque tenemos experiencia de espadas levantadas, más o menos lejos de nosotros, en guerras fratricidas.

Luz. Orientación. Paz. Buena perspectiva. Empezamos con anuncios que alimentan nuestra confianza.

Podemos cantar, con más razón que los mismos judíos, amantes de Jerusalén, su capital: «qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor». Si a ellos les produce alegría dirigir su mirada a la ciudad bien construida, a nosotros esa ciudad nos recuerda la comunidad eclesial y en definitiva a la Jerusalén del cielo, que encierra ahora todos los valores que Dios ha querido dar a la humanidad por su Hijo Jesús: paz, justicia, seguridad, cobijo.

(En la lectura alternativa de Isaías 4, que se puede leer en el ciclo A, también se proclama un mensaje que abre el corazón a la confianza.

El plan de Dios, a pesar de la triste historia de su pueblo, que será desterrado por su propia culpa, es rescatar un «vástago», aludiendo inmediatamente al nacimiento del rey Ezequías, pero con una clara perspectiva mesiánica, y formar un «resto» de personas creyentes: purificarlas de sus faltas, limpiar las manchas de sangre, protegerlas de día como una nube refrescante, y de noche guiarlas como una columna de fuego, como en el desierto al pueblo que huía de Egipto. Qué hermosa imagen: Dios «refugio en el aguacero y cobijo en el chubasco» para todos).

2. Los milagros de Jesús son signos de que ya está irrumpiendo el Reino de Dios. La curación del criado -o del hijo- del centurión por parte de Jesús, es un ejemplo de unas personas paganas que reciben la luz. Lo que el profeta había anunciado, lo cumple Jesús.

Él es la verdadera Luz, el vástago que esperaba el pueblo de Israel, el Mesías que trae paz y serenidad, la Palabra eficaz y salvadora que Dios dirige a la humanidad.

El centurión era pagano. No pertenecía al pueblo elegido. Más aún, era romano y militar: o sea, pertenecía a la nación que dominaba a Israel. Pero tenía buenas cualidades humanas. Era honrado, consecuente, razonable. Se preocupaba de la salud de su criado.

En el fondo, ya tenía fe y Dios estaba actuando en él. Su formación militar y disciplinar, aunque no era exactamente la mejor clave para interpretar el estilo de Jesús, se demostró que era un buen punto de partida para la salvación: «Señor, no soy digno», buena expresión de humildad y de confianza. Jesús le alaba por su actitud y su fe: encontró en él más fe que en muchos de Israel. Jesús siempre aprovecha las disposiciones que encuentra en las personas, aunque de momento sean defectuosas. Desde ahí las ayudará a madurar y llegar a lo que él quiere transmitirles en profundidad.

3. a) Este Adviento ha empezado como un tiempo de gracia para todos, los cercanos y los alejados. Adviento y Navidad son un pregón de confianza. Dios quiere salvar a todos, sea cual sea su estado anímico, su historia personal o comunitaria. En medio del desconcierto general de la sociedad, él quiere orientar a todas las personas de buena voluntad y señalarles los caminos de la verdadera salvación. El faro es -debe ser- ahora la Iglesia, la comunidad de Jesús, si en verdad sabe anunciar al mundo la Buena Noticia de su Evangelio.

b) Hoy también, muchas personas, aunque nos parezcan alejadas, muestran como el centurión buenos sentimientos. Tienen buen corazón.

¿Sucederá también este año que esas personas tal vez respondan mejor a la salvación de Jesús que nosotros? ¿estarán más dispuestas a pedirle la salvación, porque sienten su necesidad, mientras que nosotros no la sentimos con la misma urgencia? ¿tendrá que decir otra vez Jesús que ha encontrado más fe en esas personas de peor fama pero mejores sentimientos que entre los cristianos «buenos»? ¿Vendrán de Oriente y Occidente -o sea, de ámbitos que nosotros no esperaríamos, porque estamos un poco encerrados en nuestros círculos oficialmente buenos- personas que celebrarán mejor la Navidad que nosotros? ¿O nos creemos ya santos, merecedores de los dones de Dios?

c) Si en nuestra vida decidimos bajar la espada y no atacar a nadie, estamos dando testimonio de que los tiempos mesiánicos ya han llegado. Bienaventurados los que obran la paz. Los que trabajan para que haya más justicia en este mundo y se vayan corrigiendo las graves situaciones de injusticia, son los que mejor celebrarán el Adviento. No es que Jesús vaya a hacer milagros, sino que seremos nosotros, sus seguidores, los que trabajemos por llevar a cabo su programa de justicia y de paz.

d) Cuando seamos hoy invitados a la comunión, podemos decir con la misma humilde confianza del centurión que no somos dignos de que Cristo Jesús venga a nuestra casa, y le pediremos que él mismo nos prepare para que su Cuerpo y su Sangre sean en verdad alimento de vida eterna para nosotros, y una Navidad anticipada.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 . Págs. 16-19


2-3.

Is 2, 1-5: Si recibimos al Señor convertiremos las espadas en arados, y las lanzas en podaderas.

Sal 121: Viven en paz los que aman al Señor.

Mt 8, 5-11: Señor, no soy digno de que entres en mi casa.

América Latina necesita acoger y recibir al Señor que quiere instalarse entre nosotros en esta Navidad. Aunque, como el centurión, podemos exclamar que no somos dignos de que el Señor venga a nosotros por las innumerables muertes que acontecen diariamente en muchos países de nuestro continente a manos de la insurrección o de los regímenes totalitarios, por la corrupción que reina en todos los estamentos, pero sobre todo, por la injusticia institucionalizada que socava los derechos de las grandes mayorías, los pobres, los sin voz y los menospreciados; estamos seguros de que la salvación que trae Jesús es para todos los que lo acojan con fe.

Una voz de esperanza nos trae el profeta Isaías: su visión no es, para nosotros, la de un futuro lejano, porque ya se ha realizado plenamente en Jesús de Nazaret. Marchar por las sendas del Señor, seguir sus caminos, es un reto para nosotros hoy. El armamentismo se ha convertido en uno de los grandes problemas del mundo hoy, pero el profeta anuncia que cuando se acepte la presencia de Dios en medio de nosotros, no habrá más guerras, ninguna nación se alzará contra otra, ni se prepararán para la guerra. Tampoco se necesitarán las armas, y las que ya existen serán cambiadas por instrumentos para la labranza. El ideal de la paz que el Señor, ofrece a quienes confían en él, porque como dice el salmista: "Por amor a mis hermanos diré: la paz contigo". Sólo el amor y la justicia pueden traernos la paz, y en el Niño de Belén Dios se ha hecho persona humana para traernos esa paz tan anhelada.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-4.

Is 4,2-6: "Aquel día, la Gloria del Señor se extenderá como un toldo, para dar sombra contra el calor del día".

Mt 8,5-11: Jesús sana al sirviente del centurión.

No todos en Israel eran "santos" por ser del pueblo de Dios. Isaías es consciente de esto y dedica estas líneas al "resto", al pequeño grupo de fieles que no se ha desviado de las leyes de Yavé.

Isaías denuncia en su libro los pecados del pueblo, y de un modo especial de la dirigencia (cf. 1-3). La cabeza enferma lleva a la nación a la ruina, y lo llevará al destierro a Babilonia. Así como cayó Samaria, también caerá Judá.

La desgracia es interpretada como intervención de Dios, una intervención justa desde la concepción de la Alianza: Dios había prometido su favor y el pueblo se había comprometido a la fidelidad; rota una de las partes del trato, el trato (Alianza) quedó sin efecto, por lo que la destrucción de Jerusalén era un hecho.

Sin embargo, no todos son tratados de la misma manera. Quedó un resto, un pequeño grupo, el verdadero pueblo de Dios, que se mantuvo fiel a la Alianza. Estos los que sufrieron antes los atropellos de los dirigentes, los que fueron expoliados y ultrajad os en sus derechos, los que no contaban para el poder, los excluidos de siempre, que sin embargo no renegaron de Dios.

Este grupo es protegido, un toldo caerá sobre ellos mientras que otros recibirán la destrucción. Serán protegidos del calor del caminar bajo el sol abrasador y del temporal que destruirá a los culpables.

El resto por fin ve cumplida, para ellos, la Alianza. Han sufrido y no han desesperado, han sido despojados y no renegaron de Dios.

Llega el Día de Yavé, día de justicia para todos. Para los destructores, llegará la destrucción; para los excluidos, llegará la protección y el amparo.

Muchos que se consideraban del pueblo de Dios, recibirán la sorpresa del castigo, y muchos más, como el mismo centurión del evangelio, serán recibidos bajo la protección amorosa de Dios.

Sin duda, un texto de esperanza para el "pequeño resto" (aunque en número sean multitud) de Latinoamérica, que espera la justicia de una vez por todas.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-5. CLARETIANOS 2002.

Comienza el ADVIENTO. Un tiempo que nos invita a estar abiertos a la Palabra, para que el día de Navidad esta Palabra se haga carne en cada uno de nosotros. Esta Palabra que puede despertar en nosotros múltiples sensaciones dormidas. Hoy nos invita a la ADMIRACIÓN. "Jesús se quedó admirado", nos dice el evangelio. Es la única ocasión en que vemos a Jesús admirándose. Hasta ahora habíamos visto cómo era Él el que despertaba la admiración de sus conciudadanos. Recordemos cómo su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de Él. O cómo los discípulos se quedaron admirados al verle secar la higuera o mandar a los vientos. O cómo dejó admirados a fariseos y herodianos cuando respondió a su pregunta de si era lícito pagar el tributo al César. O cómo dejaba a todos admirados de su inteligencia y de sus respuestas, a pesar de ser hijo de José. O cómo en el colmo de su admiración decían: "todo lo ha hecho bien".

Pero en esta ocasión es el Maestro el que se admira. Y es un pagano, un militar, el que consigue despertar su admiración. No es ninguno de sus discípulos, no es ningún acontecimiento espectacular, no es ningún superdotado. ¿Qué es lo que hace que Jesús se admire? La fe. La fe es lo único capaz de despertar su más profunda admiración. Y también la nuestra. Porque la fe es un milagro. Cuántas veces hemos visto a gente sencilla sufrir en silencio acontecimientos que ni el más fuerte y dotado hubiera sido capaz de soportar sin lamentarse. Cuántas veces les hemos envidiado por esa fortaleza, por esa seguridad, por esa pacífica aceptación. Y es que son los más humildes y sencillos los únicos capaces de ver en cada acontecimiento la mano de Dios. Los únicos capaces de creer en la presencia de Dios en los acontecimientos de cada día. Los únicos capaces de creer en la omnipotencia de Dios. Como el centurión.

Algún día necesitarás de esa fe. Quizá hoy mismo ya la necesitas. Porque hace falta tener fe para creer que, a pesar de los rumores de guerra y de violencia, al final un niño conseguirá forjar arados de las espadas y podaderas de las lanzas. Si lo creemos puede que también nosotros dejemos admirado a Jesús.

Vuestro hermano en la fe, Vicente.


2-6. 2001

COMENTARIO 1

Jesús vuelve a Cafarnaún, ciudad donde se había instalado (4,13). La escena que sigue tiene relación con la anterior. El centurión pagano es también religiosamente impuro, por no pertenecer al pueblo de Israel. No se debía entablar conversación con paganos ni mucho menos ir a su casa (cf. Hch 10,28). El pagano ruega a Jesús por un criado que tiene en casa paralítico con grandes dolores. Después del episodio del leproso, que muestra que Jesús no respeta las prohibiciones de la Ley sobre lo impuro, hay que interpretar la reacción de Jesús como positiva: está dispuesto a ir a casa del pagano y curar al enfermo. La salvación que Jesús trae es universal y no reconoce fronteras entre hombres o pueblos. El centurión, en su respuesta, se declara indigno de recibir en su casa a Jesús. Es consciente de su inferioridad como pagano, pero eso le da ocasión para mostrar la calidad de su fe. Acostumbrado a ser obedecido, ve en Jesús una autoridad absoluta capaz de sacar al hombre de la parálisis. No hay acción de Jesús con el enfermo, el centurión le pide solamente una palabra. Alude Mt a la misión entre los paganos, que, sin haber tenido contacto directo con Jesús, experimentan la salvación que de él procede. El hecho de no ir a la casa adquiere entonces todo su relieve. La presencia física de Jesús no es necesaria. La salvación de los paganos se realizará a través del mensaje.

La fe del pagano suscita la admiración de Jesús y da pie al contraste con la poca adhesión que encuentra en Israel. Jesús ve que su mensaje va a suscitar mejor respuesta entre los no judíos que entre los israelitas.


COMENTARIO 2

Mateo nos presenta en el Evangelio a un centurión en Cafarnaún, la aldea de pescadores, a orilla del lago de Genesaret, que Jesús había convertido en el epicentro de su actividad. El centurión era un militar de bajo grado que comandaba una patrulla de unos 100 soldados. Debía ser un romano o un mercenario, en todo caso un pagano. El centurión ruega por un criado suyo enfermo de parálisis, y cuando Jesús propone ir a curarlo el centurión le dice algo admirable: que simplemente dé una orden de curación y su criado sanará, que él nos es digno de que Jesús entre en su casa, que como mandan los oficiales del ejército y sus órdenes se cumplen, con cuánta más razón se cumplirá la palabra de Cristo. Tan admirable es la respuesta que Jesús la alaba y anuncia la entrada en el reino de muchos paganos, gracias a su fe. Y tan admirable es que seguimos repitiéndola cada vez que celebramos la eucaristía: confesamos nuestra indignidad para que Jesús venga a nosotros en el pan consagrado, le pedimos que pronuncie sobre nosotros la palabra solemne y todopoderosa de salvación. Somos los descendientes de los paganos que nos disponemos con fe a celebrar el nacimiento del Mesías.

Es que el adviento es un tiempo de fe, de adhesión incondicional a la enseñanza de Jesús, de humilde expectativa de su venida a nosotros, sabiendo que para nada somos dignos de su visita. Un tiempo de intensa oración, tan intensa y confiada como la del centurión, pidiendo a Cristo que venga a curar nuestra parálisis, la enfermedad mortal que nos impide ponernos a servir a los hermanos, por egoísmo e indiferencia. Que se avive nuestra fe en este tiempo de preparación para la gran celebración de Navidad; ésta será la mejor luz con que adornemos el pesebre, el mejor regalo que podamos dar a los demás, el de testimoniarles nuestra fe en la omnipotente palabra de Jesús.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-7. 2002

COMENTARIO 1

5Al entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión 6rogándole:
-Señor, mi criado está echado en casa con parálisis, sufriendo terriblemente.
7Jesús le contestó:
-Voy yo a curarlo.
8El centurión le replicó:
-Señor, yo no soy quién para que entres bajo mi techo, pero basta una palabra tuya para que mi criado se cure. 9Porque yo, que estoy bajo la autoridad de otros tengo soldados a mis órdenes y si le digo a uno que se vaya, se va; o a otro que venga, viene y si le digo a mi siervo que haga algo, lo hace.
10Al oír esto, Jesús dijo admirado a los que lo seguían:
-Os aseguro que en ningún israelita he encontrado tanta fe. 11Os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente a sentarse a la mesa con Abrahán Isaac y Jacob en el reino de Dios.



COMENTARIO 2

Crecen en el mundo los prejuicios ligados a raza, religión, pertenencia social. La propia cultura y los comportamientos que de ella se derivan se colocan como criterio decisivo para la determinación del bien y del mal, de justicia e injusticia.

El evangelio de Mateo es un claro testimonio del doloroso camino que significa abrirse a la universalidad en una comunidad constituida por judíos y paganos. La autoconciencia de superioridad de los primeros sólo puede ser superada con el recurso a la acción histórica de Jesús. Por ello, luego de haber relatado la curación de un leproso judío (8,1-4) se describe el encuentro de Jesús con un pagano, un centurión cuyo siervo estaba aquejado de parálisis (8,5-13). Uno y otro milagro son expresión de la misión universal del siervo sufriente, dirigida a asumir sobre sí toda dolencia y enfermedad, como se consigna en 8,17

Encontramos el esquema de un relato de milagro: descripción de la enfermedad, recurso a Jesús, actuación de éste, curación instantánea y consecuencias para la fe de los demás. Pero dentro de ese esquema común adquieren especial relieve las palabras del centurión, su fe frente a la autoridad de Jesús, y el juicio de Jesús sobre dicha actitud y sobre la reacción de los paganos ante la actuación salvífica.

Frente la intención de Jesús de dirigirse al encuentro del enfermo, el centurión reconoce la "autoridad" poseída por Jesús (vv. 7-9). El reconocimiento toma como punto de partida la eficacia de las órdenes del centurión. Éste se sitúa sobre los soldados que pueden ser denominados con razón sus subordinados ya que están "bajo él". Desde este punto se pasa a afirmar la superioridad de Jesús; el centurión proclama "no soy digno", y a esta superioridad de Jesús se asigna una plena eficacia: "ordena con tu palabra y mi siervo será curado". La continuación lógica se encuentra en el v. 13 que relata la orden de Jesús y su realización, pero antes de ella se relata la reacción de Jesús y sus palabras (vv. 10-12) frente a la actitud del militar pagano.

La admiración suscitada en Jesús por las palabras de éste origina un juicio de valor sobre la fe del personaje. La magnitud de su fe supera la magnitud de la fe que se encuentra en Israel. Y se afirma que la fe es el único requisito para la participación en la "comensalidad" del Reino. Esta comensalidad, fruto de la fe, ha comenzado a realizarse gracias a la actuación de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob.

La consecuencia lógica del razonamiento es la plena integración de los paganos en la realidad salvífica del Reino presente en la afirmación, solemnemente introducida para señalar su importancia, "que muchos vendrán del Oriente y del Occidente y se sentarán a la mesa...".

Esta conclusión marca la superación de toda marginación racial, cultural y grupal. Su presencia en los momentos iniciales de la actuación de Jesús señala el camino que la comunidad cristiana tiene que recorrer y que sólo estará capacitada para asumir cuando después de la resurrección, en la montaña de la Galilea (28,18-20), reciba el encargo de la proclamación universal.

Por consiguiente, la comunidad no podrá desconocer que el mensaje de Jesús incluye la búsqueda de superación de las marginaciones que los seres humanos construyen en torno suyo. El comportamiento de Jesús frente a la fe del centurión se convierte en exigencia para la comunidad que está llamada a salir al encuentro de la Humanidad paralizada, exigencia de superar los límites de todo particularismo y forma concreta de realización de su misión universal.

Atención, por otra parte, a ese texto "antimilitarista" de Isaías… El ejército, los ejércitos, no cabe duda de que pertenecen a "este mundo", a "este eón" en el que todavía estamos. La misma existencia del ejército es un llamado al realismo de que estamos en un mundo de violencia. Los espíritus proféticos, desde siempre, han visto que el futuro de la utopía es no militarista. Ese versículo 4 ("de sus espadas forjarán arados, de sus lanzas, podaderas") está esculpido en el vestíbulo de la sede de las Naciones Unidas en Nueva York. Pero los principios de derecho internacional que harían del mundo una verdadera "comunidad de naciones", donde nadie impone su voluntad por la fuerza y todos se pliegan a la autoridad democrática de la comunidad, están muy lejos de ser realidad en nuestro mundo. Quienes, como Jesús, hemos hecho nuestra esa Causa utópica de la Humanidad, tenemos que estar claros de que no seríamos consecuentemente cristianos sin luchar por la paz y el respeto entre las naciones en ese máximo nivel máximo. Eso no es "meterse en" política, sino "no salirse de" la integralidad del compromiso cristiano.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-8. ACI DIGITAL 2003

37. ¡Velad! Esta última palabra del capítulo es el resumen de las copiosas profecías que preceden. Notemos que en ellas Jesús afirma habérnoslo predicho "todo" (v. 23). Sólo ignoramos "día y hora" (v. 32). Cuanto menos sabemos ese instante de la vuelta de Cristo, el cual vendrá "como un ladrón de noche" (I Tes. 5, 2 y 4; II Pedro 3, 10; Mat. 24, 43; Luc. 12, 39; Apoc. 16, 15), tanto más debemos estar alerta para esperarlo con el vehemente deseo con que aguardaban los patriarcas y profetas Su primera venida (Catecismo Romano, I, 8, 2).


2-9. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Lunes 1 de diciembre de 2003 Eloy

INICIO
Is 2, 1-5: Él nos instruirá en sus caminos
Sal 121, 1-9: En nombre de mis hermanos te saludo con la paz
Mt 8, 5-11: No hay fe tan grande en Israel

El Evangelio nos cuenta la curación del criado de un centurión (jefe militar de una centuria romana), de una persona que no pertenecía a la comunidad judía; lo que nos hace pensar en la misión universal de Jesús. El viene para invitar a todos los seres humanos, de cualquier clase y condición, a asumir el camino de salvación que es su Reinado. Cada milagro que Jesús hace es un signo eficaz de que Dios está irrumpiendo en el mundo. Este Reino está formado por personas concretas cuya característica principal es la fe, la respuesta llena de esperanza y entusiasmo para acoger la oferta salvadora de Jesús.

El Mesías, Cristo, limpiará de toda inmundicia a la humanidad con tal que los seres humanos reconozcan que de Él viene la salvación. Las manchas de sangre serán lavadas por el viento de su justicia (Is 4,2-6).

El hombre que se dirige a Jesús es un pagano, oficial del ejército romano que ocupaba y oprimía el territorio de Israel. Alguien que pertenecía a la estructura de poder y de dominio; pero que muestra unas cualidades humanas admirables y especialmente una fe que merece el elogio de Jesús. Al iniciar este tiempo de Adviento estamos convocados por la Palabra para escuchar este sueño de Dios: “que todo ser humano se salve”. Sueño que exige una respuesta radical desde la fe; muchos, incluso no creyentes, nos avergüenzan; personas e instituciones no propiamente religiosas nos aventajan en realizar las obras de justicia que con acierto debieran ser patrimonio de nosotros los seguidores de Jesús.

Los cristianos profesamos una fe que nos aparta de todo fanatismo y nos convierte en liberadores de los otros. Fe que nos transforma para entendernos cordialmente con todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Fe en un Dios que no pretendo se acomode a mis deseos; más bien estoy dispuesto a despojarme de todo por Él. Fe que trae como consecuencia la salvación, la limpieza del corazón, liberándolo de todas las tendencias a ejercer el poder de dominio sobre los otros y a ser obsesivo con los apegos que favorecen el egoísmo insolidario. De esta manera le abrimos el corazón al reinado de Dios en nuestra vida, dejamos de participar en las estructuras de injusticia y de pecado. Así le damos paso al sueño de Dios expresado en la primera lectura de Isaías: “de las espadas forjarán arados; de las lanzas podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra” (Is 2,4).


2-10.

I. Yo iré y lo curaré. Jesús, ¡cuántas ganas tienes de hacer el bien! Hay una persona con dolores muy fuertes y ese dolor te remueve. Pero, ¿no sabías que el criado del centurión estaba enfermo antes de que te lo dijera su amo? ¿Por qué no habías ido antes? ¿No había más gente sufriendo dolores fuertes en Cafarnaúm?

Jesús, empiezo a prepararme para tu nacimiento y veo que desde Belén hasta la Cruz no rehuyes el dolor ni el sufrimiento: ni el tuyo ni el de los tuyos. José no encuentra sitio en la posada; Herodes os persigue; María sufre cuando te «pierdes» en el Templo. Podías haber evitado todo, pero no lo haces. ¿Por qué?

Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre, de la injusticia, de la enfermedad y de la muerte, Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo, sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado, que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas .

Jesús, no evitas el sufrimiento sino el pecado. María es concebida sin pecado. Tú te hiciste igual al hombre en todo menos en el pecado. Perdonas los pecados al paralítico antes de curarle de su enfermedad: tus pecados te son perdonado . ¿No será que el sufrimiento no es un mal, y en cambio el pecado sí? Si quiero prepararme bien para tu venida, debo empezar por rechazar el pecado con todas mis fuerzas.

II. Lázaro resucitó porque oyó la voz de Dios: y enseguida quiso salir de aquel estado. Si no hubiera «querido» moverse, habría muerto de nuevo.

Propósito sincero: tener siempre fe en Dios; tener siempre esperanza en Dios; amar siempre a Dios.... que nunca nos abandona, aunque estemos podridos como Lázaro .

En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande. Y por eso, Jesús, puedes hacer el milagro. Propósito sincero: tener siempre fe en Dios. Jesús, quiero moverme, quiero salir de este estado mortecino o muerto en el que me encuentro. Quiero oír tu voz, tu llamada, y salir del mundo de mis miserias, de mis egoísmos, de mis envidias, de mis planes y proyectos personales en los que no cabe Dios ni los demás.

Mi alma yace quizá un poco paralítica porque no tiene fuerza para vencer la comodidad, la vanidad, la sensualidad, el egoísmo. Yo iré y lo curaré. Jesús, vas a venir al mundo para salvarme, pero aún no soy digno de que entres en mi casa. Quiero prepararme bien. Quiero aprender a amarte. Y veo que lo primero que debo hacer es limpiarme, rechazar el pecado de verdad, empezando por acudir al sacramento de la confesión.

Jesús, vas a venir al mundo para salvar a todos los hombres. No sólo a los de Israel: muchos de Oriente y Occidente vendrán y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos. No haces grupitos, buscas a todos: sabios y menos sabios, ricos y pobres, sanos y enfermos. Has venido a salvar a todos y por eso de todos esperas una respuesta. Que sepa responder con fe -con mi vida de cristiano- a esa muestra tan grande de amor que es tu Encarnación: la demostración más clara de que Tú no me abandonas.


2-11. Prepararnos para recibir a Jesús

I. Cada día que transcurre es un paso más hacia la celebración del nacimiento del Redentor y, por lo tanto, un motivo grande de alegría. Junto a esa alegría, es inevitable que nos sintamos cada vez más indignos de recibir al Señor. Toda preparación debe parecernos poca, y toda delicadeza insuficiente para recibir a Jesús. Si alguna vez nos sentimos fríos o físicamente desganados no por eso vamos a dejar de comulgar. Procuraremos salir de ese estado ejercitando más la fe, la esperanza y el amor. Y si se tratara de tibieza o de rutina, está en nuestras manos removerlas, pues contamos con la ayuda de la gracia. Nosotros, al pensar en el Señor que nos espera, podemos cantar llenos de gozo en lo más íntimo de nuestra alma: ¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor! (Salmo 121, 1-2). El Señor también se alegra cuando ve nuestro esfuerzo para recibirlo con una gran dignidad y amor.

II. El Evangelio de la Misa (Mateo 8, 5-13) nos trae las palabras de un centurión del ejército romano que han servido para la preparación inmediata de la Comunión a los cristianos de todos los tiempos: Domine, non sum dignus –Señor, yo no soy digno. La fe, la humildad y la delicadeza se unen en el alma de este hombre: la Iglesia nos invita no sólo a repetir sus palabras como preparación para recibir a Jesús cuando viene a nosotros en la Sagrada Comunión, sino a imitar las disposiciones de su alma.

III. Prepararnos para recibir al Señor en la Comunión significa en primer lugar recibirle en gracia. Cometería un sacrilegio quien fuera a comulgar en pecado mortal. Hemos de preparar esmeradamente el alma y el cuerpo: deseo de purificación, luchar por vivir en presencia de Dios durante el día, cumplir lo mejor posible nuestros deberes cotidianos, llenar la jornada de actos de desagravio, de acciones de gracias y comuniones espirituales. Junto a estas disposiciones interiores, y como su necesaria manifestación, están las del cuerpo: el ayuno prescrito por la iglesia, las posturas, el modo de vestir, etc. , que son signos de respeto y reverencia. Pidámosle a Nuestra Señora que nos enseñe a comulgar “con aquella pureza, humildad y devoción” con que Ella recibió a Jesús en su seno bendito, “con el espíritu y fervor de los santos”, aunque nos sintamos indignos y poca cosa.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


2-12.

Jesús pondera hoy la fe de este hombre que no pertenece al pueblo de Israel, pero de un hombre que cree sin ver, de una hombre que está seguro que el “rabí” tiene poder para hacer lo que le está pidiendo. Este es el tiempo de fe que es capaz de mover montañas. Sería bueno que al iniciar este tiempo de Adviento nosotros nos preguntamos si VERDADERAMENTE creemos en la palabra de Jesús. Muchos cristianos dicen creer pero, esperan constantemente signos, señales manifestaciones sensibles de lo que dicen creer. Creer, es la seguridad de lo que no se ve. ¿Podríamos decir que nuestra fe es como la de este centurión? ¿Cuál es tu actitud para lo que lees en la Biblia?

Pbro. Ernesto María Caro


2-13.

Ayer, en la celebración de la Eucarística estás palabras del centurión, que repetimos antes de acercarnos a comulgar, quemaban todo mi cuerpo. Sentía un fuego especial ardiendo en todo mi ser. “Señor, yo no soy digna de que entres en mi casa, pero di una palabra y yo sanaré” Cerraba los ojos y disfrutaba de esta frase, esperando para oír la palabra que me devolviera la dignidad de hija de Dios que en cada momento, a causa de mi testarudez, pierdo, o yo creo que pierdo. El centurión pronuncia estas palabras al oír que Jesús se dispone a ir personalmente a curar a su siervo. El no se siente digno, pero está seguro de que con tan sólo Jesús decir una palabra, su siervo sanará. Él confía en que sólo una palabra basta. Él cree en quien puede decir esta palabra. Ante tanta demostración de fe, Jesús queda admirado. Todavía mi fe no es tan profunda como la del centurión. Todavía no oigo esa palabra que necesito para sanar. Todavía estoy dando vueltas y vueltas en mi interior. Mi mente no está en paz. Quiere controlar demasiado. Se encierra demasiado.

Señor abre mis oídos y mi corazón para oír tu palabra y saber que me
sanarás.

Dios nos bendice,

Miosotis


2-14. DOMINICOS 2003

Vayamos juntos a la Casa del Señor

Démonos la mano y hagamos el camino.
La esperanza no defrauda, si tú vienes conmigo y yo voy contigo.

Démonos la mano. En los escabrosos senderos de la vida, por más que a muchos ojos esos senderos les parezcan llanos y floridos, nadie se basta a sí mismo para recorrerlos y mostrarse digno, limpio. Somos cañas frágiles y cualquier viento nos doblega si estamos solos en cualquier empeño.

Hagamos el camino. Tú y yo, cualquier tú y cualquier yo, por diferentes que seamos, podemos caminar juntos si vamos buscando un ideal de perfección en la justicia, convivencia, solidaridad. Dispongámonos a hacer camino.

La esperanza no defrauda, si nos disponemos a dar la mano y a hacer camino. No nos entretengamos en el disfrute de bienes, placeres y conquistas que florecen y mueren en 24 horas. Comprometámonos en la conquista de felicidad, igualdad, justicia, salvación de la belleza del cosmos y de la humanidad, con decisión y sólida esperanza.

Si tú vienes conmigo y yo voy contigo. Tú y yo: personas, no palabras al viento; almas agradecidas y abiertas, no sueños de mal dormir; proyectores de futuro esperanzado, no ilusionistas que engañan a los sentidos y a los ingenuos. Si tú estás a mi lado, yo soy más fuerte y arriesgado en hacer el bien. Si yo estoy contigo, mi corazón se dilata y mi mano se alarga cuando tu corazón y tu mano hacen el bien.

Luz en la Palabra de Dios

Isaías 2, 1-5:
“Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor... y hacia Jerusalén confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos, y dirán: venid, subamos al monte del señor, a la casa del Dios de Jacob. Dios nos instruirá en sus caminos. Él será el árbitro de las naciones, juez de pueblos numerosos. Por Él, de las espadas se harán arados, de las lanzas podaderas... Casa de Jacob ven, caminemos a la luz del Señor.”

Evangelio según san Mateo 8, 5-15:
“En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, un centurión se le acercó diciéndole: Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico... Jesús: Voy a curarlo.

Centurión: Señor, basta que lo ordenes de palabra y quedará sano...

Jesús quedó admirado y dijo a quienes le seguían: Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente y se sentarán... en el Reino de los cielos”

Reflexión para este día

Convertiré mi lanza cruel en podadera de jardín.

En las palabras de Isaías tenemos expresado de forma maravillosa el cambio que, en alas de la esperanza, queremos promover y alcanzar. En sentido general, cuando nos convenzamos y decidamos que las lanzas, bombas, tanques, misiles, cazabombarderos..., no sean útiles instrumentos de guerras e injusticias, no habrá guerras entre los hombres. Hacer guerras será una ruina para quienes las promuevan. Pero eso, en aplicación a cada uno de los ciudadanos del mundo, supone y requiere que el odio albergado en corazón ceda su puesto al amor, el hambre a la mesa compartida, la insolidaridad a la solicitud fraterna.

Así aconteció en el corazón del Centurión que encontró a Cristo. Antes se guiaba por sentimientos meramente humanos, pero se dejó sorprender por el amor, gracia, don de Jesús, y se abrió a un mundo nuevo, el del Reino de Dios en justicia, amor, solidaridad, compasión. Abrámonos con él.


2-15. 2003

LECTURAS: IS 2, 1-5; SAL 121; MC 8, 5-11

Is. 2, 1-5. Ciudad construida en lo alto de un monte. Ojalá y sea contemplada como ciudad santa, ciudad de paz, porque esas sean las notas características de sus habitantes. Ojalá y no se dirija la mirada hacia ella para maldecirla por sus muchos pecados. De la Ciudad santa salió la Palabra como Palabra salvadora, pues en ella Dios-Hombre dio su vida por nuestra salvación. Quienes creemos en Él hemos depuesto las armas y somos constructores de la paz, pues el amor de Dios ha sido infundido en nuestros corazones, y nuestro caminar con el prójimo es un caminar en el amor fraterno. Ya han desaparecido de nosotros las tinieblas del pecado, pues, instruidos por el Señor, caminamos a su luz haciendo que surja un mundo nuevo en el que reine la justicia, el amor y la paz. Llegada la plenitud de los tiempos el Señor ha hecho que todos vuelvan su mirada hacia Jerusalén, pues Dios ha querido atraer a todos hacia sí, cuando en Sión fue elevado para que reinara en nosotros la nueva ley del Amor. Su Iglesia va propiciando en la historia el Reinado de Dios entre los hombres. Ojalá y el Mesías Salvador que nos ha sido dado como enviado del Padre y nacido de María Virgen, sea aceptado en la fe por todos los hombres para que seamos constructores y no destructores de la paz, y de la alegría de sentirnos hermanos entre nosotros, hijos de un mismo Dios y Padre.

Sal. 121 Hacia ti, morada Santa, donde habita el Señor de los Señores, se dirigen nuestros pasos. Hacía ti nos encaminamos jubilosos. En ti ya no habrá ni luto, ni llanto, sino gozo y paz en el Señor. Bienaventurados quienes, a pesar de los sufrimientos por los que tuvieron que pasar a causa de su fidelidad al Señor, ahora viven gozosamente en la presencia del Señor. Si el Señor habita en nosotros como en un templo; si nuestro corazón es esa morada santa de Dios, vivamos como portadores de la paz, de la alegría, del amor, de la misericordia, de la justicia y de la santidad. Que quienes se encuentren con nosotros no encuentren un lugar de sufrimiento sino de paz y de amor fraterno y así recibamos bendiciones, y no maldiciones por habernos convertido en unos malvados o en destructores de la alegría y de la paz de los demás.

Mc. 8, 5-11. La salvación que Dios nos ofrece en su Hijo, hecho uno de nosotros por obra del Espíritu Santo en el seno de María virgen, no está limitada a un pueblo o grupo. Dios quiere que todos los hombres se salven. Lo único que Dios espera de nosotros es que creamos en Aquel que Él nos ha enviado. Conocemos nuestras miserias y sabemos que a veces nuestro corazón está más sucio que aquel pesebre en el que fue recostado el niño Jesús. No somos dignos de que el Señor venga a nosotros. Tal vez, como Pedro, tengamos que decir: Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador. Pero el Señor quiere hacer su morada en nosotros. No espera que nosotros hagamos algo, sino sólo que le dejemos hacer su obra en nosotros. Él se encargará de lo demás. Si depositamos nuestra fe en Él, a pesar de que pareciera imposible darle un nuevo rumbo a nuestra vida y a nuestra historia, Él, permaneciendo en medio de nosotros, podrá decirnos: Anda, que te suceda conforme has creído. Dios se ha hecho cercanía a nosotros. Más aún, ha hecho su morada en nosotros, indignos y pecadores. Dejémosle que nos sane de las heridas que el pecado ha dejado en nosotros, para que renovados, hechos criaturas nuevas en Él, podamos no sólo reconocerlo como Señor en nuestra vida, sino amarlo amando a nuestro prójimo como Dios lo ha hecho con nosotros. Entonces la presencia del Señor en el mundo continuará hasta el final del tiempo, con todo su poder salvador, por medio de su Iglesia.

En esta Eucaristía el Señor sale a nuestro encuentro para ofrecernos su salvación. Él es quien ha tomado la iniciativa de buscarnos hasta encontrarnos para invitarnos a recibir su perdón y a participar de su Vida. A Él no le importan nuestras miserias y pecado pasados, pues Él, al crearnos, no nos llamó para que fuésemos condenados, sino para que vivamos con Él eternamente. A pesar de que no formábamos parte del pueblo elegido, Dios ha querido sentarnos a su mesa, y alimentarnos con el Cuerpo y la Sangre de su propio Hijo. El Señor se ha hecho siervo de todos pues, mediante la entrega de su propia vida, nos purifica para presentarnos, resplandecientes por el amor, ante su Padre Dios. El Señor no quiere que caminemos más en tinieblas, sino que, llenos de su Vida y de su Espíritu, por la participación en nosotros de Aquel que es la Luz, seamos también nosotros luz bajo la cual caminen todas las naciones y reciban la instrucción que les muestre el camino que les conduzca a su unión con Dios.

El Señor, a pesar de nuestra indignidad, ha hecho su morada en nosotros. Él, desde su Iglesia continúa instruyendo en el camino del bien a todos los hombres. Por eso no podemos convertir la Comunidad de creyentes en Cristo en ocasión de escándalo o tropiezo para los demás. Entre nosotros deben estrecharse día a día nuestras relaciones fraternas, de tal forma que, como consecuencia de ello, podamos ser constructores de paz. Jamás podemos rechazar a quienes, a tientas buscan al Señor, pues es a ellos, especialmente a quienes les hemos de hacer cercano al Señor. Y ¿Cómo les anunciaríamos el Evangelio, cuando en lugar de manifestarles el amor y la misericordia de Dios, les criticáramos y persiguiéramos? Si queremos ser dignos de que el Señor habite en nosotros no sólo debemos dejarnos amar por Dios, sino que, desde ese amor hemos de amar a todos, de tal forma que, no sólo con nuestras palabras, sino con nuestras obras y nuestra vida, experimenten la bondad y la misericordia de Aquel que llega a ellos mediante quienes vivimos en unión con Él.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de una verdadera conversión, para que, llevando una vida digna, preparemos la llegada del Señor al corazón de todos los hombres, de tal forma que algún día todos nos sentemos a la mesa del Señor en su Reino eterno. Amén.

www.homiliacatolica.com


2-16. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:

La palabra humana tiene una fuerza impresionante. En ocasiones hiere, otras mata. Unas veces anima, otras vivifica. Hay momentos en que la palabra desconcierta. Desconfiamos de aquellas palabras que nos suenan a falso, a vacío, a bla bla bla. Quiero hablar de aquellas palabras que nos conmueven, nos llegan a lo más profundo del alma y hasta nos curan, o nos dan la noticia que más nos importa. Este evangelio nos habla de la fuerza curativa de la palabra.

Un militar romano tenía la experiencia del poder de su palabra: lo que decía a sus subordinados, se cumplía. Tenía un servidor que se había caracterizado por una obediencia ejemplar a su palabra. Ese militar también cumplía las palabras que sus jefes le dirigían. Ese militar sale al encuentro de Jesús. Ha quedado muy afectado por los sufrimientos de su servidor y quiere salvarlo. Pero ¡él no puede hacer nada! Su palabra es ya –en este caso- absolutamente impotente. Confía en la palabra de Jesús. Confía en la palabra de Jesús hasta un extremo llamativo: “dí una sola palabra….” No hace falta que vengas.

Jesús quedó admirado de la fe que esta persona tenía en su palabra. Lo puso de ejemplo a todos en Israel. Pero añadió algo importante: es el primero, pero no el único. Habrá muchos que, como él, creerán en el poder de la palabra de Jesús. “Vendrán muchos de Oriente y Occidente y se sentarán a la mesa”. No nos olvidemos de María que ,creyó siempre en la Palabra.

Se nos ha definido a los cristianos como aquellos que van a misa, que se confiesan, comulgan. ¡Está bien! Pero, ante todo, se nos debía definir como “aquellos” que creen en la Palabra de Jesús, en la Palabra de Dios. Es precioso ver cómo la iglesia de nuestro tiempo ha crecido en este aspecto. Cada vez se conoce más la Palabra de Dios. La Biblia no es un libro que decora nuestras bibliotecas. Muchas personas la leen como palabra de Vida, como palabra de discernimiento en momentos difíciles.

La Palabra nos debe habitar por dentro. Esa una medicina permanente, una fuerza que nos saca de nuestros desánimos, el medicamento de la vida.

Pensemos que cuando la Palabra de Dios se pronuncia, esa palabra tiene energía creadora, y sanadora y reconciliadora, como nada en este mundo. Y dijo Dios… y fue hecho. Y dijo Jesús… y se curó.

Conclusión: Jesús quedó admirado

Jesús sabe muy bien la fuerza de la fe. Es aquella que hace posible la fuerza previa de la Palabra, de su Palabra. Se extraña Jesús de encontrar más fe fuera de Israel, que dentro. Hay experiencias humanas que acercan mucho a las divinas. El militar tenía experiencia de la fuerza de su palabra de mando; por eso, cree en la fuerza de las palabras de mando de Jesús contra los malos espíritus y enfermedades.

Vuestro hermano en la fe.

José Cristo Rey García Paredes (cmfxr@hotmail.com)


2-17.

LOS OTROS.

En la película “Los Otros” los niños tienen una enfermedad que les impide estar bajo la luz del sol. Bajo el cuidado de su madre están siempre en las tinieblas- las tinieblas de la muerte- sin saber que existen otros. Su mundo es triste, lúgubre, oscuro pero completo. La madre consigue que no haga falta más, no existen otros. Su mundo no es ideal pero no se quieren asomar a la realidad del mundo que sólo intuyen, pero que puede acabar con el idílico amor egoísta de esa madre por sus hijos. Un mundo en que los otros son sólo sombras que pueden acabar con lo nuestro.

“Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” estas palabras que decimos todos los días en la Eucaristía, justo antes de recibir en nuestra vida al Rey de Reyes y después que el sacerdote nos repita el anuncio de Juan Bautista “Este es el Cordero de Dios”, se inspiran en las palabras del Centurión del Evangelio de hoy.

No es sólo una frase acertada. Un centurión mandaba sobre cien hombres. Además de ellos tenía sus criados y sirvientes. La “Oficina de defensa del soldado” era una idea que haría morir de risa al Cesar , y no hablemos de los sindicatos que eran, sencillamente, impensables. La provincia de Galilea- lejos de la madre Roma- no era el mejor destino del mundo para dedicarse a la buena vida y relajarse en las termas. A pesar de todos los problemas “objetivos” que harían que cualquier buen soldado quisiera salir de esa mala vida y centrar en esa meta todos sus esfuerzos, nos encontramos con este centurión. Un hombre exigente, sabía mandar: “Le digo a uno “Ve” y va y a otro “Ven” y viene.” Pero a la vez sabía estar pendiente de los que le habían encomendado. Un criado paralítico en aquel entonces tenía menos futuro que un bocadillo de panceta en un congreso de anoréxicos. Lo habitual en aquel tiempo hubiera sido no preocuparse por él, ni tan siquiera enterarse demasiado de su existencia, sustituirlo por otro y aquí paz y después gloria. Sin embargo, este centurión no solamente sabe de la existencia de ese criado, sabe que sufre y no duda en acercarse a aquél del que ha oído que puede hacer algo para rogarle (menuda indignidad, rebajarse así ante un judío) que le curase. Pero es que además “sigue afinando”: piensa que ese judío en casa de un romano contraería impureza y por ello le evita el tener que ir bajo su techo. No te extrañe lo que ocurre después: el Señor se queda admirado y mira más allá, al reino de los cielos.

Contempla el día del Reino de Dios, pon buena cara a esos “muchos de oriente y occidente” y descubre que no son “los otros”, son los hijos e hijas de Dios y de nuestra madre la Virgen, que están ahora a tu lado- aunque a veces nos molesten- y que con ellos, por la misericordia de Dios, cantarás: “Vamos alegres a la Casa del Señor”.

ARCHIMADRID


2-18. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Is 2, 1-5 El Señor gobernará a las naciones y enderezará a la humanidad
Sal 121, 1-9
Mt 8, 5-11: No soy digno de que entres en mi casa.

De nuevo nos propone hoy la liturgia como primera lectura el pasaje de Is 2,1-5, el cual nos sirvió ayer para nuestra reflexión del primer domingo de adviento. No olvidemos que Isaías es el gran profeta de la esperanza y de la paternidad universal de Dios. Qué mejor, entonces, que iniciar el camino del adviento iluminados con tales luces.

El pasaje de Mateo que se nos propone hoy tomado del capítulo 8, nos presenta a Jesús en plena acción. Antes de este relato encontramos la limpieza/purificación/curación de un leproso. Y anterior a este capítulo encontramos el “sermón del monte” que viene a ser todo el planteamiento, por decir, teórico de Jesús. La mayoría de especialistas están de acuerdo en dividir el evangelio de Mateo en cinco grandes discursos, seguido cada uno de ellos de otros tantos bloques narrativos que van mostrando de manera explícita y concreta la “doctrina” expuesta en los discursos. Al sermón del monte viene, pues, inmediatamente su correspondiente puesta en práctica de todo lo que había quedado planteado en dicho discurso.

Lo más práctico es tomar la perícopa completa (vv. 5-13), para que el diálogo entre Jesús y el centurión romano no nos quede recortado. Cuando Jesús entra en Cafarnaún, seguramente la gente ya tenía noticias de él. Su fama se había ido extendiendo poco a poco entre los habitantes de la región. De ahí que un centurión, que desde luego no era judío, acuda a Jesús con esa seguridad y confianza para rogarle por su criado. ¿Cuáles eran las noticias que tenía el centurión sobre Jesús? ¿cuál era la fama que Jesús había suscitado entre las gentes? Podremos ya suponerla. El diálogo se inicia por parte del solicitante, sin mediar ninguna otra palabra. La petición es instantánea, aunque no del todo directa, y la respuesta también (v 5-6). Lo que no se esperaba el centurión es la decisión de Jesús de llegar hasta su casa. Algo que un pagano no se esperaba: un judío en su casa, quizás no era lo “normal”, máxime un judío con las características que se le están atribuyendo ya a Jesús.

“Yo iré a curarle” (v. 7), sin más. No hay de por medio ningún tipo de obstáculo. Para Jesús no existe el problema de la diversidad étnica ni la prohibición de entrar en casa de un pagano; tampoco se detiene Jesús a pensar si vale la pena “perderle tiempo” a una persona que entre otras cosas tampoco era lo más alto en la escala de funcionarios romanos; del mismo modo, no se pone en el dilema de atender o no a un representante del poder opresor... Todas esas arandelas que nos inventamos nosotros, para Jesús no existen. He ahí las profecías de Isaías tomando forma: Dios acogiendo a sus hijos por encima de todos los obstáculos inventados en su nombre por parte de los hombres!

Las palabras del centurión (vv. 8-9) despiertan en Jesús un elogio a la calidad de la fe de un hombre del que de hecho no se esperaba tanto; y al tiempo que elogia la fe del extranjero, Jesús lanza un doloroso reclamo a la fe de sus paisanos. Ellos, herederos naturales del reino no alcanzan a demostrar con sus obras y su estilo de vida la calidad de su fe y, sobre todo, el compromiso de ser depositarios de las promesas de ese reino. Por eso Jesús previene que no se lamenten cuando vengan de “oriente y occidente”, gentes de todas partes a “sentarse con Abrahán, Isaac y Jacob”; es decir, cuando el evangelio sea anunciado y vivido con mayor responsabilidad y compromiso por parte de los paganos.

Las últimas palabras de Jesús (v. 13) confirman la fe del centurión. Equivocadamente pensamos que Jesús realizaba signos a diestra y siniestra tratando de ganarse la adhesión de la gente, como si la fe fuera un producto de mercadeo. Todo lo contrario, el signo en el evangelio supone la fe. Es necesario creer para poder ver y entender lo que hay detrás de los signos que realiza Jesús.

Dos actitudes muy claras podemos recoger del evangelio de este día: por una parte, Jesús que quiere acoger a todos sin ningún tipo de distinción, y por otra, la actitud del centurión que se considera indigno de ser visitado en su casa. Todos los días nosotros repetimos esta frase como una especie de jaculatoria o antífona antes de la comunión: “no soy digno que entre en mi casa”.

Este tiempo de adviento que apenas comenzamos nos debe hacer pensar en estas dos actitudes. Desde el momento en que Dios decide encarnarse en Jesús, está la humanidad en plena visita por parte de Dios. Ya no se trata del tiempo de la promesa, se trata del tiempo de la realización de esas promesas hechas desde antiguo. Pero nosotros como cristianos tantas veces asumimos las mismas actitudes del pueblo de Jesús: nos cruzamos de brazos esperando que broten por sí solos los frutos propios del evangelio; creemos que ya tenemos garantizado el reino por el mero hecho de llamarnos cristianos y cumplir externamente algunos actos religiosos. Quizás el llamado de atención que Jesús hace a sus paisanos mantiene su plena vigencia para nosotros: vendrán de oriente y de occidente...

Hay muchos hombres y mujeres que sin el rótulo de cristianos realizan mayores y mejores obras que las que nosotros realizamos y a lo mejor tienen una fe mucho más profunda y madura que la nuestra. Esas personas son las que en definitiva están haciendo posible que la realidad del reino brille todavía en un mundo marcado por odios, violencia, egoísmos...

Una buena preparación para celebrar este año la Navidad podría ser revisar profundamente la calidad de nuestra fe a la luz de la convicción de que la visita de Dios es un hecho constante, y que esa visita exige de nosotros unas actitudes que vayan más de acuerdo con nuestra fe.


2-19. Fray Nelson Lunes 29 de Noviembre de 2004

Temas de las lecturas: El Señor reúne a todos los pueblos en la paz eterna del reino de Dios * Muchos vendrán de oriente y occidente al Reino de los cielos .

1. Jerusalén, una casa para todos los pueblos
1.1 La primera lectura nos presenta una hermosa visión de la ciudad santa, Jerusalén, como centro bendito de peregrinación de todos los pueblos. Es como un Babel al revés: si en aquella ocasión de un punto todos salieron sin poder entenderse y se alejaron unos de otros, ahora de todos los puntos sale un solo clamor, surgen un solo anhelo, nace un solo lenguaje, de camino hacia una misma meta: Jerusalén. Jerusalén es Babel vencida, como ya nos lo enseñó el Apocalipsis en los ecos de la última semana del año litúrgico pasado.

1.2 Jerusalén es así el centro del mundo. Mas hay un centro en la misma Jerusalén: el templo; y hay un corazón en el templo: la ley, la palabra del Señor. La peregrinación universal hacia Jerusalén no es la búsqueda de un lugar turístico sino es la expresión del hambre profunda que todo ser humano tiene por eso que sólo puede saciarse con la Palabra de Dios. En el fondo todos vienen a la misma ciudad porque a todos les empuja una misma necesidad y les convoca una misma hambre: hambre de la luz, de la verdad, de la vida.

2. Una perspectiva universal
2.1 Es interesante ver que nuestros alimentos pueden separarnos, nuestros gustos pueden apartarnos, nuestras preferencias pueden levantar barreras, mientras que los dolores, las necesidades y el hambre nos reúnen. Un judío con hambre padece algo muy semejante a un pagano con hambre; un musulmán enfermo tiene un rostro muy parecido a un ateo enfermo; un budista cansado no camina muy distinto de un protestante cansado. Reconozcámoslo, de manos de la Biblia: nuestras apetencias nos pueden separar, pero las indigencias nos pueden unir. La unidad, pues, no viene por vía de consensos o negociaciones sino por vía de descubrir nuestras miserias.

2.2 Esa es precisamente la grandeza del mensaje de Cristo. Nuestro Señor ha centrado todo su mensaje y toda su vida en la atención de las miserias físicas y espirituales del ser humano. Por eso él, sin dejar de ser localizable en el tiempo y el espacio, trasciende con su amor eficaz y con su servicio maravilloso al tiempo y el espacio. Es lo que él mismo anuncia en el evangelio que oímos hoy: "vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el banquete del Reino de los cielos" (Mt 8,11). ¡Qué distancia insalvable parecía separar a este centurión romano de aquellos judíos celosos de sus observancias legales! Mas el dolor de él ante la enfermedad de su amigo es un dolor que puede darse en cualquier cultura, raza o lengua. Al abrir una puerta en su corazón para atender al dolor como tal Jesús se hace universal; Jesús inaugura un modo fantástico de amar que va más allá de las fronteras siempre estrechas de las razas, etnias e incluso de las religiones


2-20.

Comentario: Rev. D. Joaquim Meseguer i García (Sant Quirze del Vallès-Barcelona, España)

«Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande»

Hoy Cafarnaún es nuestra ciudad y nuestro pueblo, donde hay personas enfermas, conocidas unas, anónimas otras, frecuentemente olvidadas a causa del ritmo frenético que caracteriza a la vida actual: cargados de trabajo, vamos corriendo sin parar y sin pensar en aquellos que, por razón de su enfermedad o de otra circunstancia, quedan al margen y no pueden seguir este ritmo. Sin embargo, Jesús nos dirá un día: «Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). El gran pensador Blaise Pascal recoge esta idea cuando afirma que «Jesucristo, en sus fieles, se encuentra en la agonía de Getsemaní hasta el final de los tiempos».

El centurión de Cafarnaún no se olvida de su criado postrado en el lecho, porque lo ama. A pesar de ser más poderoso y de tener más autoridad que su siervo, el centurión agradece todos sus años de servicio y le tiene un gran aprecio. Por esto, movido por el amor, se dirige a Jesús, y en la presencia del Salvador hace una extraordinaria confesión de fe, recogida por la liturgia Eucarística: «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa: di una sola palabra y mi criado quedará curado» (Mt 8,8). Esta confesión se fundamenta en la esperanza; brota de la confianza puesta en Jesucristo, y a la vez también de su sentimiento de indignidad personal, que le ayuda a reconocer su propia pobreza.

Sólo nos podemos acercar a Jesucristo con una actitud humilde, como la del centurión. Así podremos vivir la esperanza del Adviento: esperanza de salvación y de vida, de reconciliación y de paz. Solamente puede esperar aquel que reconoce su pobreza y es capaz de darse cuenta de que el sentido de su vida no está en él mismo, sino en Dios, poniéndose en las manos del Señor. Acerquémonos con confianza a Cristo y, a la vez, hagamos nuestra la oración del centurión.


2-21. Reflexión:

Is. 2, 1-5. Ciudad construida en lo alto de un monte. Ojalá y sea contemplada como ciudad santa, ciudad de paz, porque esas sean las notas características de sus habitantes. Ojalá y no se dirija la mirada hacia ella para maldecirla por sus muchos pecados. De la Ciudad santa salió la Palabra como Palabra salvadora, pues en ella Dios-Hombre dio su vida por nuestra salvación. Quienes creemos en Él hemos depuesto las armas y somos constructores de la paz, pues el amor de Dios ha sido infundido en nuestros corazones, y nuestro caminar con el prójimo es un caminar en el amor fraterno. Ya han desaparecido de nosotros las tinieblas del pecado, pues, instruidos por el Señor, caminamos a su luz haciendo que surja un mundo nuevo en el que reine la justicia, el amor y la paz. Llegada la plenitud de los tiempos el Señor ha hecho que todos vuelvan su mirada hacia Jerusalén, pues Dios ha querido atraer a todos hacia sí, cuando en Sión fue elevado para que reinara en nosotros la nueva ley del Amor. Su Iglesia va propiciando en la historia el Reinado de Dios entre los hombres. Ojalá y el Mesías Salvador que nos ha sido dado como enviado del Padre y nacido de María Virgen, sea aceptado en la fe por todos los hombres para que seamos constructores y no destructores de la paz, y de la alegría de sentirnos hermanos entre nosotros, hijos de un mismo Dios y Padre.

Sal. 122 (121). Ciudad de paz. A eso está llamada a ser la Iglesia de Cristo. Nos alegramos porque muchos trabajan por la paz; esa paz que nace del perdón y de la reconciliación sincera; esa paz que brota de sabernos hermanos; esa paz que no nos eleva sobre los demás para pisotearles sus derechos. Hay muchos signos de amor y de perdón. Hay muchos que se comprometen a trabajar por el bien de los demás sin odios, sin fronteras, sin marginaciones. Pero nos hemos de lamentar de muchos que son generadores de violencia; incapaces de trabajar por el retorno de los malvados al camino del bien, y que, en lugar de salvarlos, los condenan y los asesinan. Los verdaderos creyentes en Cristo no podemos inventarnos un camino de salvación y santificación del mundo al margen de los criterios de Cristo. Él nos dice que nadie tiene amor más grande que aquel que da su vida por los que ama. Y no podemos amar sólo a los que nos aman, o a los que nos hacen el bien; eso hasta los paganos lo hacen. El Señor nos pide amar, incluso, a los que nos hacen el mal, a los que nos maldicen y persiguen, para que lleguemos a ser perfectos, como el Padre Dios es perfecto. Esforcémonos, guiados por el Espíritu Santo y fortalecidos con la Gracia Divina, en ser los primeros constructores de paz. A partir de ese momento la Iglesia se convertirá en un recinto en el que reine la paz en cada casa y en cada corazón, y dará alegría encaminarse a ella para encontrarse con una comunidad de hermanos, que se encaminan jubilosos hacia la Casa eterna del Padre.

Mt. 8, 5-11. Contemplamos el dolor, la enfermedad, la pobreza, el sufrimiento de muchos hermanos nuestros. Hay enfermedades que marginan y confinan a quienes las padecen, como si fueran unos malditos, unos parias a los que no deba uno acercarse por temor a contaminarse. Pero no faltan signos de un servicio hecho, siempre con gran amor, a aquellos que han sido despreciados; son gentes de las que nuestro mundo no ha sido digno de recibirlas, pero que se acercaron a nosotros como signo de una Realidad de amor que está más allá de nuestros ojos humanos. Aunque no faltan aquellos que tratan de apagar la vida de los que consideran como una carga familiar y social, de la que hay que deshacerse lo más pronto posible mediante la eutanasia, o marginándolos en lugares lejos de la familia y de la sociedad. El Señor nos quiere en camino para curar las heridas de la enfermedad, del pecado, de la desesperanza, de la soledad, de la marginación, del desprecio. No hemos sido enviados a apagar la fe y la esperanza de los demás, sino a acercarnos a ellos para sentarlos a nuestra mesa, con la misma dignidad a la que todos tenemos derecho, hasta que, algún día, todos seamos dignos de entrar en la Casa eterna del Padre.

Hoy el Señor nos reúne en torno a su Mesa para alimentarnos con el Pan de Vida. Nos reúne sin distinción alguna, pues para Él todos tenemos el mismo valor, ya que sus criterios son muy distintos a nuestros criterios mundanos. En Cristo encontramos la reconciliación, la paz y una auténtica vida fraterna. Nuestras reuniones sagradas han de provocar a todos a participar en ellas, no tanto por acciones externas que sean atractivas, pero huecas de fe, sino porque aquí sea posible encontrarse con una comunidad de hermanos, que acogen a todos con gran amor y se preocupan de ellos, especialmente cuando, incluso los suyos, los ha despreciado y abandonado. No somos dignos de estar en la casa del Señor, pero Él quiere sanar las heridas que en nosotros ha abierto el pecado y el egoísmo. Por eso, los que participamos de la Eucaristía, hemos de abrir nuestros corazones a la acción salvadora de Dios; y, libres de nuestras opresiones, nos hemos de poner al servicio de nuestro prójimo para hacerle siempre el bien, amándole como Cristo nos ha amado a nosotros.

No cerremos los ojos ante el dolor, ante el sufrimiento, ante el abandono, ante la pobreza, ante las injusticias de que han sido víctimas muchas personas. El Señor quiere que su Iglesia sea portadora de paz. Esa paz que se gana a brazo partido; esa paz que reclama incluso nuestra propia sangre. Ante una humanidad deteriorada por la maldad, pongámonos inmediatamente en camino para dedicarnos a trabajar, con todos los medios posibles a nuestro alcance, para crear una humanidad más sana, más justa, más fraterna y más en paz. No seamos portadores de violencia. Trabajemos conforme a los criterios del Evangelio de Cristo, el cual nos dice que no ha venido a condenarnos, sino a salvarnos. La Iglesia es el vástago del Señor del que se esperan frutos de salvación y no de condenación, ni de destrucción, ni de muerte. Vivamos comprometidos en hacer siempre el bien a todos, de tal forma que en verdad pueda resplandecer, con toda claridad, el Rostro salvador de Cristo Jesús en su Iglesia.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de trabajar constantemente en la construcción entre nosotros del Reino de Dios, como un signo de unidad y de paz en el mundo entero. Amén.

Homiliacatolica.com


2-22.

Reflexión

Jesús pondera hoy la fe de este hombre que no pertenece al pueblo de Israel, pero de un hombre que cree sin ver, de un hombre que está seguro que el “rabí” tiene poder para hacer lo que le está pidiendo. Este es el tiempo de fe que es capaz de mover montañas. Sería bueno que al iniciar este tiempo de Adviento nosotros nos preguntamos si VERDADERAMENTE creemos en la palabra de Jesús. Muchos cristianos dicen creer, pero esperan constantemente signos, señales, manifestaciones sensibles de lo que dicen creer. Creer, es la seguridad de lo que no se ve. ¿Podríamos decir que nuestra fe es como la de este centurión? ¿Cuál es tu actitud para lo que lees en la Biblia?

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


2-23.

I. Yo iré y lo curaré. Jesús, ¡cuántas ganas tienes de hacer el bien! Hay una persona con dolores muy fuertes y ese dolor te remueve. Pero, ¿no sabías que el criado del centurión estaba enfermo antes de que te lo dijera su amo? ¿Por qué no habías ido antes? ¿No había más gente sufriendo dolores fuertes en Cafarnaún?

Jesús, empiezo a prepararme para tu nacimiento y veo que desde Belén hasta la Cruz no rehuyes el dolor ni el sufrimiento: ni el tuyo ni el de los tuyos.

José no encuentra sitio en la posada; Herodes os persigue; María sufre cuando te «pierdes» en el Templo. Podías haber evitado todo, pero no lo haces. ¿Por qué?

Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre, de la injusticia, de la enfermedad y de la muerte, Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo, sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado, que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas [3].

Jesús, no evitas el sufrimiento sino el pecado. María es concebida sin pecado. Tú te hiciste igual al hombre en todo menos en el pecado. Perdonas los pecados al paralítico antes de curarle de su enfermedad: tus pecados te son perdonados [4]. ¿No será que el sufrimiento no es un mal, y en cambio el pecado sí? Si quiero prepararme bien para tu venida, debo empezar por rechazar el pecado con todas mis fuerzas.

II. Lázaro resucitó porque oyó la voz de Dios: y enseguida quiso salir de aquel estado. Si no hubiera «querido» moverse, habría muerto de nuevo.

Propósito sincero: tener siempre fe en Dios; tener siempre esperanza en Dios; amar siempre a Dios.... que nunca nos abandona, aunque estemos podridos como Lázaro [5].

En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande. Y por eso, Jesús, puedes hacer el milagro. Propósito sincero: tener siempre fe en Dios. Jesús, quiero moverme, quiero salir de este estado mortecino -o muerto- en el que me encuentro. Quiero oír tu voz, tu llamada, y salir del mundo de mis miserias, de mis egoísmos, de mis envidias, de mis planes y proyectos personales en los que no cabe Dios ni los demás.

Mi alma yace quizá un poco paralítica porque no tiene fuerza para vencer la comodidad, la vanidad, la sensualidad, el egoísmo. Yo iré y lo curaré. Jesús, vas a venir al mundo para salvarme, pero aún no soy digno de que entres en mi casa. Quiero prepararme bien. Quiero aprender a amarte. Y veo que lo primero que debo hacer es limpiarme, rechazar el pecado de verdad, empezando por acudir al sacramento de la confesión.

Jesús, vas a venir al mundo para salvar a todos los hombres. No sólo a los de Israel: muchos de Oriente y Occidente vendrán y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos. No haces grupitos, buscas a todos: sabios y menos sabios, ricos y pobres, sanos y enfermos. Has venido a salvar a todos y por eso de todos esperas una respuesta. Que sepa responder con fe -con mi vida de cristiano- a esa muestra tan grande de amor que es tu Encarnación: la demostración más clara de que Tú no me abandonas.

[3] Catecismo, 549.
[4] Lc 5, 20.
[5] Forja, 211.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo Adviento y Navidad, EUNSA


2-24. El siervo del centurión

Fuente: Catholic.net
Autor: P Juan Pablo Menéndez

Reflexión

Jesús fue enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Ni la mujer cananea, ni el soldado romano eran parte del pueblo judío. Sin embargo, la voluntad de Jesús “sucumbió” tanto en uno como en otro caso ante la insistencia de la fe de estos paganos. ¡Qué extraño y maravilloso poder tiene la fe cuando es capaz de hacer cambiar hasta los planes de Dios! Y cuando además, la fe procede de la confianza y la humildad... ¿qué no podrá lograr del omnipotente poder de Dios!

Jesús aprovecha la circunstancia del encuentro con el centurión para advertir a los judíos su falta de fe. La carencia de ella en éstos, en contraste con la fe de aquellos que no pertenecían al pueblo de la Alianza, se hacía aún más evidente. A nosotros, cristianos, nos puede suceder algo parecido cuando no valoramos la riqueza espiritual y los medios de salvación que conservamos en la Iglesia. Cuando sentimos que la rutina amenaza nuestra vida cristiana, o cuando permitimos que las angustias y los problemas de la vida vayan corroyendo la paz de nuestra alma.

Si la vivencia de los sacramentos no es asidua, si no nos mueve a crecer, a pedir perdón y a levantarnos; si ya no tenemos tan claro en nuestra mente y corazón que hemos sido llamados personalmente por el Señor a la plena felicidad; entonces, es quizás el momento de escuchar de nuevo las palabras que Cristo nos dirige. Y más aún, es hora de renovar nuestra conciencia y nuestra respuesta a Cristo. Nada de lo que digamos o hagamos es indiferente ante Él. La fe es capaz de mover montañas... Si fuera auténtica sería capaz de mover hasta al mismo Dios... ¿A qué estamos esperando?


2-25.

Lunes de la Primera Semana de Adviento

I. Cada día que transcurre es un paso más hacia la celebración del nacimiento del Redentor y, por lo tanto, un motivo grande de alegría. Junto a esa alegría, es inevitable que nos sintamos cada vez más indignos de recibir al Señor. Toda preparación debe parecernos poca, y toda delicadeza insuficiente para recibir a Jesús. Si alguna vez nos sentimos fríos o físicamente desganados no por eso vamos a dejar de comulgar. Procuraremos salir de ese estado ejercitando más la fe, la esperanza y el amor. Y si se tratara de tibieza o de rutina, está en nuestras manos removerlas, pues contamos con la ayuda de la gracia. Nosotros, al pensar en el Señor que nos espera, podemos cantar llenos de gozo en lo más íntimo de nuestra alma: ¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor! (Salmo 121, 1-2). El Señor también se alegra cuando ve nuestro esfuerzo para recibirlo con una gran dignidad y amor.

II. El Evangelio de la Misa (Mateo 8, 5-13) nos trae las palabras de un centurión del ejército romano que han servido para la preparación inmediata de la Comunión a los cristianos de todos los tiempos: Domine, non sum dignus –Señor, yo no soy digno. La fe, la humildad y la delicadeza se unen en el alma de este hombre: la Iglesia nos invita no sólo a repetir sus palabras como preparación para recibir a Jesús cuando viene a nosotros en la Sagrada Comunión, sino a imitar las disposiciones de su alma.

III. Prepararnos para recibir al Señor en la Comunión significa en primer lugar recibirle en gracia. Cometería un sacrilegio quien fuera a comulgar en pecado mortal. Hemos de preparar esmeradamente el alma y el cuerpo: deseo de purificación, luchar por vivir en presencia de Dios durante el día, cumplir lo mejor posible nuestros deberes cotidianos, llenar la jornada de actos de desagravio, de acciones de gracias y comuniones espirituales. Junto a estas disposiciones interiores, y como su necesaria manifestación, están las del cuerpo: el ayuno prescrito por la iglesia, las posturas, el modo de vestir, etc. , que son signos de respeto y reverencia. Pidámosle a Nuestra Señora que nos enseñe a comulgar “con aquella pureza, humildad y devoción” con que Ella recibió a Jesús en su seno bendito, “con el espíritu y fervor de los santos”, aunque nos sintamos indignos y poca cosa.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


2-26. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

El milagro que nos cuenta hoy el evangelio ha tenido un alcance muy grande en la primera comunidad cristiana. El que pide a Jesús el favor de la curación es nada menos que un centurión romano. Mateo insiste en su fe ejemplar, y con este motivo, anuncia la participación de todos los pueblos en la salvación, mientras que muchos del pueblo elegido quedarán fuera por su falta de fe.

Este militar sabía muy bien lo que es la autoridad, la disciplina, mandar a otros sin rechistar. Pero hay situaciones en la vida en que la autoridad que uno tiene no pueden cambiar el rumbo de los acontecimientos: la enfermedad sigue su curso destructor y, ante ella, caen por tierra todos los poderes humanos.

El centurión de Cafarnaún ha oído hablar de Jesús, se ha informado bien de quién es él y qué hace. Interiormente una luz le ha hecho ver en este hombre algo más que un hombre, por eso se anima a pedirle el milagro.

-“Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi criado quedará sano...”
“Di una palabra”. La fuerza de Jesús es su Palabra que transforma los corazones y llena de vida a los que están enfermos.

Estamos comenzando el Adviento. Nos conviene reavivar nuestra esperanza en Jesús. Él es el que viene a salvarnos. ¿Qué esperamos que traiga a nuestras vidas?
Cuando los viernes me acerco a la cárcel para visitar a los presos, descubro que ellos sí que esperan algo muy concreto y urgente para sus vidas: recuperar la libertad.
-¿Verdad, Padre, que no tendré que pasar aquí la Navidad y el Año Nuevo lejos de mi familia?

¡Cómo esperan también ellos el milagro!

Comenzamos justamente la preparación ala Navidad con este mensaje lleno de fe y confianza en Jesús que viene a salvarnos. ¡Ven, Señor, ven sin tardar!

Vuestro hermano en la fe

Carlos Latorre
carlos.latorre@claretianos.ch


27.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

«Mirad al Señor que viene» (entrada: Jer, 31,10; Is 35,4). Pedimos al Señor permanecer alertas a la venida de su Hijo, para que, cuando llegue y llame a la puerta, nos encuentre velando y cantando sus alabanzas (colecta, Gelasiano). Las oraciones de ofertorio y postcomunión son las mismas del Domingo anterior.

Isaías 2,1-5: El Señor congrega a todos los pueblos en su reino, para que gocen de una paz eterna. El profeta ve una marcha grandiosa de todos los pueblos hacia Jerusalén, hacia la Iglesia. Comenta San Agustín:

«Este monte fue una piedra pequeña que, al caer, llenó el mundo. Así lo describe Daniel. Acercáos al monte, subid a él, y quienes hayáis subido no descendáis. Allí estaréis seguros y protegidos. El monte que os sirve de refugio es Cristo» (Sermón 62, A 3, en Cartago hacia 399).

Sión es la colina que domina la ciudad de Jerusalén. En la visión profética, Isaías contempla esa colina en el momento de la intervención salvífica de Dios al final de los tiempos. Desde la Iglesia se difunde el conocimiento de Dios y su palabra, que ilumina a los hombres y les indica el camino que han de seguir para lograr su salvación.

Cuando en el ciclo A se ha leído el domingo la lectura anterior, este lunes puede leerse la siguiente:

Isaías 4,2-6: El Mesías será la gloria de los supervivientes de Israel. Se trata del resto de Israel que sobrevivió a las pruebas, tema muy querido del profeta. Luego nos refiere la presencia protectora de Dios sobre el monte Sión, prefiguración de la alegría eterna de los elegidos. Es bien clara la alusión del profeta al Mesías y a su obra redentora. Él será baldaquino y tabernáculo que cubrirá su gloria y ayudará a los elegidos. Germen y resto se convierten en títulos mesiánicos. Así como el primero designa a la persona del Mesías, el segundo designa a la comunidad de los fieles, destinados a formar parte del pueblo de Dios en los últimos tiempos. Hemos de celebrar, pues, el Adviento, período de salvación por excelencia, con la preocupación de la salvación de todos los hombres, nuestros hermanos. Hemos de vivificar y nutrir así eficazmente nuestras ansias misioneras.

–El Salmo 121 era un canto de los peregrinos que se acercaban a Jerusalén. Allí, en la ciudad, en el templo, el piadoso israelita se ponía en contacto con Dios. Jerusalén es imagen del reino escatológico, al que suben todas las gentes. Por eso, al saber que ese reino viene, nos alegramos también nosotros preparándonos a la solemnidad de Navidad, que es como una pregustación del reino futuro. ¡Qué alegría cuando nos dijeron: vamos a la casa del Señor, a la Iglesia, a la celebración litúrgica! Deseamos que todos los hombres vengan a celebrar con nosotros ese culto, para prepararnos a recibir la salvación que Cristo nos ofrece a todos con su venida.

Mateo 8,5-11: ¿Quién soy yo para que entres en mi casa? San Agustín ha comentado unas cinco veces este pasaje evangélico. Una de ellas dice:

«Cuando se leyó el Evangelio, escuchamos la alabanza de nuestra fe, que se manifiesta en la humildad. Cuando Jesús prometió que iría a la casa del Centurión para curar a su criado, respondió aquel: “¡No soy digno!”... Y declarándose indigno, se hizo digno; digno de que Cristo entrase no en las paredes de su casa, sino en las de su corazón. Pero no lo hubiese dicho con tanta fe y humildad, si no llevase ya en el corazón a Aquel que temía entrase en su casa. En efecto, no sería gran dicha el que el Señor Jesús entrase en el interior de su casa, si no se hallase en su corazón» (Sermón 62, 1, en Cartago hacia el 399).

Y el mismo San Agustín:

«¿Qué cosa pensáis alabó [Jesús] en la fe de este hombre? La humildad: “¡No soy digno!”… Eso alabó y, porque eso alabó, ésa fue la puerta por la que entró. La humildad del Centurión era la puerta para que el Señor entrase para poseer más plenamente a quien ya poseía» (Sermón 62,A,2).

La humildad es una de las virtudes más propias del Adviento, pues nada nos abre tanto como ella a la venida del Salvador. A ella nos exhorta San Bernardo:

«Mirad la grandeza del Señor que entra en el mundo, el Hijo del Altísimo... y hecho carne, es colocado en un pobre pesebre... Y amad la humildad, que es el fundamento y la guarda de todas las virtudes... Viendo a Dios tan empequeñecido ¿habrá algo más indigno que la pretensión del hombre de engrandecerse a sí mismo sobre la tierra?» (Sermón en Natividad del Señor 1,1).