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¿Quién es Isabel (1207-1231), joven esposa, madre, volcada a la caridad con los pobres, viuda con tres hijos, que muere a los 24 años, y a los cuatro años es canonizada? Léase - con emoción, con deleite de familia - la carta de los ministros. “Hay un malentendido arraigado entre en pueblo cristiano, debido a las leyendas y biografías populares poco rigurosas, que sostienen que Isabel fue reina de Hungría. Pues bien, jamás fue reina ni de Hungría ni de Turingia, sino princesa de Hungría y gran condesa o landgrave de Turingia, en Alemania”. “Isabel de Hungría es la figura femenina que más genuinamente encarna el espíritu penitencial de Francisco”. “El Viernes Santo, 24 de marzo de 1228, puestas las manos sobre el altar desnudo, hizo profesión pública en la capilla franciscana. Asumió el hábito gris de penitente como signo externo. Las cuatro sirvientas, interrogadas en el proceso de canonización, también tomaron este hábito gris. Esta túnica vil, con la que Isabel quiso ser sepultada, expresaba la profesión religiosa que le había conferido una nueva identidad”. “La ardiente fuerza interior de Isabel brotaba de su contacto con Dios. Su oración era intensa, continua, a veces, hasta el arrobamiento. La conciencia constante de la presencia del Señor era la fuente de su fortaleza y alegría, y de su compromiso con los pobres. Pero también el encuentro de Cristo en los pobres estimulaba su fe y su plegaria. Su peregrinación hacia Dios está jalonada por pasos decididos de desprendimiento hasta llegar al despojo total como Cristo en la cruz. Al final no le quedó nada más que la túnica gris y pobre de penitencia que quiso conservar como símbolo y mortaja. Isabel irradiaba gozo y serenidad. El fondo de su alma era el reino de la paz. Hizo realidad la perfecta alegría enseñada por Francisco en la tribulación, en la soledad y en el dolor. Hemos de hacer los hombres felices, les decía a sus sirvientas hermanas”.
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