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Efectivamente, la fiesta de Santa María Magdalena que hasta la reciente renovación hemos celebrado, identificaba en una sola mujer a tres mujeres que la exégesis actual reconoce como distintas. San Gregorio Magno decía en la lectura de Maitines: Maria Magdalena, quae fuerat in civitate peccatrix…, identificando a la Magdalena con la pecadora que ungió los pies al Señor en casa de Simón el fariseo (Lc 7,36-50). Y de otra parte en la oración colecta se decía: “Ayúdanos, Señor, pues por la intercesión de Santa María Magdalena, pues movido por sus ruegos resucitaste del seol (ab inferís) a su hermano Lázaro, muerto de cuatro días”. Así la memoria de Santa María Magdalena sonaba: “S. Marie Magdalenae, Penitentis”.
Todo esto ha sido desmontado por la
exégesis de estos tiempos – no tan reciente – y la nueva postura exegética
debe configurar de otro modo la celebración del culto. Había aparentes
motivos de identificación. San Juan dice: “Había un cierto enfermo,
Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. María era la
que ungió al Señor con los perfumes y le secó los pies con sus cabellos” (Jn
11,1-2). El lector atento piensa en sus adentros: Conozco quién es: la
pecadora que aparece en Lc 7. Además, he aquí que en Lc 8,1-3 se nos
presenta a unas mujeres que seguían a Jesús: “… María, llamada la
Magdalena, de la que habían salido siete demonios…” De nuevo el lector
concluye: luego María Magdalena es en el Evangelio “la pecadora”. 1. Que la pecadora innominada de Lc 7,36-50, María Magdalena y María de Betania, hermana de Marta y Lázaro, son tres mujeres distintas. 2. Que de los datos evangélicos no se deduce que María Magdalena haya sido pecadora; y que, por tanto, no hay que hablar de la conversión de la Magdalena, ni de “Santa María Magdalena, Penitente”. De estos datos la liturgia ha tomado una nueva orientación. La bellísima oración en la memoria de santa María Magdalena ahora es ésta: “Señor, Dios nuestro, Cristo, tu Unigénito, confió, antes que a nadie, a María Magdalena la misión de anunciar a los suyos la alegría pascual, concédenos a nosotros, por la intercesión y ejemplo de aquella cuya fiesta celebramos, anunciar siempre a Cristo resucitado y verle un día glorioso en el reino de los cielos”. Este matiz pascual de María Magdalena, reiterado en las antífonas de Laudes y Vísperas, es lo más bello que nos ofrece la Magdalena, colaboradora como discípula en la causa del Reino, y fiel en el amor hasta la Cruz de Jesús.
Pero ¿está hecho todo? Creemos
sencillamente que no, que en el Evangelio hay riquísimas sugerencias que
tendría que aprovechar la liturgia. Al ser desindentificada de la Magdalena, María de Betania ha desaparecido. Mientras que subsiste su hermana Marta. Esto – diríamos – no es justo… La fiesta de Santa Marta figura en el calendario de la Orden Franciscana de 1262 justamente el día 29 de julio, es decir, el día de la octava de “su hermana” Santa María Magdalena. Al final del mismo siglo pasa al calendario romano (cf. Comentarius historicus, arriba citado). Parece muy deseable, por estar en plena armonía con el Evangelio, asociar en una sola festividad a las santas hermanas de Betania. Razones en contra no pueden oponerse, sino ausencia de tradición, la cual se debe a desconocimiento exegético. Y las razones que propician esta asociación litúrgica de las dos hermanas - ¿acaso también de Lázaro? – es su presencia simultánea en los Evangelios, con todo lo que Betania sugiere: cf. M 21,17; 26,6; Mc 11,1.11-12; 14,3; (Lc 10,38-42); Lc 19,29; 24,50; Jn 11,1; 12,1.
2. Marta no es el símbolo de la vida activa por contraposición a María, que sería la imagen de la vida contemplativa. Esta exégesis secular ha sido felizmente superada, y la lectura tomada para la fiesta de Santa Marta, de los sermones de san Agustín, va por otro camino. Hoy vemos en la actitud de escucha y contemplación de María la actitud radical que debe tener todo cristiano, cualquiera que sea su profesión y estado, actitud de corazón de cara a la Palabra, a la adoración y al amor, a la que hay que dar la supremacía, pues “la contemplación eterna… constituye nuestra común vocación” (Evangelica testificatio, 8). 3. En esta actitud María es al que unge con amor adorante y pascual al Señor (Jn 12,1-8), la que unge el cuerpo de Cristo. ¡Cuatro escenas de unción en los Evangelios, una cada uno! Signo evidente de la importancia que la Iglesia primitiva ha asignado a este tema. San Ignacio de Antioquía, por ejemplo, escribe: “Si el Señor recibió una unción sobre la cabeza fue para exhalar sobre la Iglesia la incorruptibilidad” (A los Efesios, XVII,1).
4. Marta y María están juntas en el
episodio de la resurrección de su hermano Lázaro, presagio pascual; las
dos juntas con una palabra unísona de confianza en el Señor: “Señor, si
hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano” (Jn 11,21.32). La liturgia, si es viva, ha de ser de alguna manera creadora. Sin llegar al punto de modificar el título de la celebración, y dejando la memoria de Santa Marta como memoria obligatoria, hay dos márgenes de creatividad dentro de los módulos normales. Cabe, por ejemplo, en las preces matinales y vespertinas destacar la figura evangélica de ambas hermanas. Cabe también en la himnodia recuperar el recuerdo simultáneo de las dos hermanas. He aquí, a modo de ejemplo, un himno de Vísperas – himno compuesto para las Hermanas de Santa Marta de Périgueux – sobre el tema del hospedaje, y con referencia a Ap 3,20; Pro 9,1-6 y Lc 10,38-42.
A la vera de tu albergue
Era la Sabiduría
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