El Santísimo Nombre de María
12 de septiembre
¡Oh dulce Virgen María!
De la victoria cristiana en Lepanto (7 octubre 1571) nació la fiesta del
santo Rosario (instituida San Pío V, dominico, el 7 octubre 1572); y de la
victoria en Viena (batalla en el monte de Kahlenberg), el 12 de septiembre
de 1683, que detuvo a los Turcos Otomanos ante Europa, nació la fiesta del
Santísimo Nombre de María, instituida por el Papa Inocencio XI el 25 de
noviembre de aquel año 1683 (Papa beatificado en 1956 por el Papa Pío XII).
La batalla se libró bajo la protección de la Madre de Dios.
Anteriormente “España, fue la primera en
solicitar y obtener de la Santa Sede autorización para celebrar la fiesta
del Santísimo Nombre de Maria. Y esto acaeció el año 1513. Cuenca fue la
diócesis que primeramente solemnizó dicha fiesta, siguiendo su ejemplo, en
seguida, las demás, porque el amor a la Virgen Maria es efusivo y prende
con facilidad en terrenos de sincera devoción” (Radio Vaticana,
12/09/2008).
Esta fiesta desaparece en el Calendario
Romano de 1969, tras la reforma del Concilio, “pues parece ser una
repetición de la fiesta de la Natividad de la Virgen María” (Calendarium
Romanum 1969, p. 138). Y reaparece en el Misal promulgado por Juan Pablo
II (Missale Romanum 2002), como memoria devocional, memoria libre.
San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), en “Las Glorias de María”, dice
siete cosas del nombre de María: 1. María, nombre santo - 2. María, nombre
lleno de dulzura - 3. María, nombre que alegra e inspira amor - 4. María,
nombre que da fortaleza - 5. María, nombre de bendición - 6. María, nombre
consolador - 7. María, nombre de buenaventura”.
¿Ha observado el cristiano que el nombre de
María es la palabra final de la Salve: O clemens, o pia, o dulcis Virgo
Maria? A la Virgen se le dan en la Salve diversos títulos, comenzando
desde el principio: Reina, Madre, Vida, Dulzura, Esperanza nuestra…, pero
su nombre propio de “María” aparece sólo una vez, como última palabra: ¡Oh
dulce Virgen María! Su nombre propio de María es la desembocadura de todas
sus prerrogativas.
El himno quiere glosar esta exclamación. Y
recordamos a san Bernardo: “Mira a la Estrella, invoca a María”.
Podría intercalarse de tiempo en tiempo, si parece, como estribillo aquel
pareado que se nos enseñó, de pequeños, en el seminario, y era para
decirlo – para gritarlo - al salir a la cancha de juego:
¡Viva la Virgen María,
causa de nuestra alegría!
¡Oh dulce Virgen María!,
quede tu nombre en mis labios,
como sello de mi vida,
como mi obsequio y regalo.
¡Oh dulce Virgen María!,
veo a Gabriel a tu lado:
alberca de toda gracia,
jardín por Dios habitado.
¡Oh dulce Virgen María!,
delicia de los cristianos,
cuna sagrada de Cristo,
cobijo de atribulados.
¡Oh dulce Virgen María!,
para el discípulo amado;
para la Iglesia de Cristo,
Evangelio proclamado.
¡Oh dulce Virgen María!,
intimidad que yo amo;
coloquio de mis deseos,
descanso de mis cuidados.
¡Oh dulce Virgen María!,
bandera enhiesta en lo alto:
“mira a la Estrella más bella,
invócala y serás salvo”.
¡Oh dulce Virgen María!,
Puerta del cielo esperado:
¡A Jesús toda la gloria,
por el don que nos ha dado! Amén.
Septiembre 2009
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