HIMNARIO DE LA
VIRGEN MARÍA |
14 de agosto
Asunción de María
Ante el altar hay una mesa alargada, cubierta de blanco lienzo, flanqueada de cuatro lámparas prendidas. Sobre la mesa manzanas, montones de manzanas, entre floreros de rosas, ramos y alhelíes. En medio, e invisible para el devoto que está en la iglesia, una imagencita de la Virgen Milagrosa Inmaculada, en posición yacente. En el suelo dos canastas, una de manzanas, otra de granadas. La imaginación vuela al cantar de los Cantares, al lecho florido de la amada. Estamos celebrando una fiesta nupcial, que es el tránsito de María, la Dormitio Mariae, que es recogida por su Hijo para participar ya ahora en la plenitud de la Pascua. Si acaso las manzanas pueden evocar las ofrendas de las primicias del campo en estos meses de recolección, nos trasladan, más bien, al Jardín del Edén, donde nuestros padres desobedeciendo comieron el fruto prohibido. Pero ya entonces apareció en lontananza la Mujer vencedora de la Serpiente. Y la Inmaculada tenía que ser la Asunta. A las 11 de la noche entró la rondalla de mariachis, y detrás un grupo fuerte de devotos, cantándole a la Virgen las Mañanitas. Cantaron, cantamos todos; luego la Salve. El Párroco leyó unos pasajes bíblicos, y bendijo las manzanas, las flores y las granadas. A continuación dos niñas levantaron a la Virgen, ya despierta. Después la tomaron en sus manos y todos pasamos, uno a uno, para entregar a María un beso de amor. Los cantores seguían entonando canciones a María. Salimos de la iglesia y a la puerta nos aguardaban las mujeres brindándonos un te calentito…, si no era el ponche cocido de la tierra con canela, caña, tejocote, tamarindo, ciruela y lo demás. Había empezado la fiesta de la Asunción de María a los cielos.
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