AÑO SACERDOTAL EN POESÍA
P. RUFINO MARÍA GRÁNDEZ, ofmcap.

 

 

FIN DEL AÑO SACERDOTAL


Ministro de tu ternura
(Plegaria de un Sacerdote,
al concluir el Año Sacerdotal)


¿Cuál ha sido el fruto del año sacerdotal?

Por de pronto – y acaso inesperadamente – una purificación profunda de la Iglesia en acciones de sacerdotes, acciones que no estaban de acuerdo con el Corazón de Cristo; y, con ello, un talante nuevo para el futuro. Triunfe siempre la verdad y el derecho de los más débiles, aunque con ello quede comprometido nuestro aparente honor y prestigio. Gracias, Señor.

Y el fruto ha sido un amor renovado a nuestro sacerdocio.
¿Pasos nuevos en la teología sacerdotal? No precisamente esto.
Pero quizás hemos llegado a comprender que el Sacerdocio no requiere tanto de la Teología, cuanto de otro modo de cercanía, comprensión, acogida… desde Jesús.

El Sacerdote, se defina como sea, es un signo y una presencia de la ternura de Dios para con sus hijos los hombres. El Sacerdote, en todas las religiones, es “el hombre de Dios”, el hombre que trae a Dios a los hombres y que lleva a los hombres a Dios.

Por eso, espontáneamente concebimnos al Sacerdote como el hombre espiritual (esto es, el hombre del Espíritu), el hombre santo.

Esta es la auténtica clave de comprensión de lo que es el Sacerdote, de lo que debo ser yo como sacerdote.

Se puede ser sacerdote de mil maneras, pero todas deben coincidir en el punto central y esencial: el sacerdote trae al mundo el amor de Dios, la ternura de Dios…

Por eso lo más específico del sacerdote es que él se encuentre impregnado de Dios, que “transpire” a Dios por todos los poros de su ser; que hable de Dios; que contagie el perdón y la misericordia de Dios.

Para mí… ésta ha sido la gracia del Año Sacerdotal.

¡Sea alabado Jesucristo, Sumo, Eterno y Único Sacerdote, que ha asociado a su Sacerdocio, a sus humildes ministros!


Soy Sacerdote elegido,
ministro de tu ternura;
soy un cauce de tu amor,
de tu Corazón hechura.

Cuando humildemente escucho,
eres, Jesús, quien escuchas;
y cuando absuelvo y perdono,
mi alma se hace más tuya.

Cuando predico en tu nombre,
soy tu divina Escritura;
cuando hablo y cuando callo,
quiero encarnar tu figura.

Cuando me siento muy solo,
pido tu honda dulzura;
cuando peco muy confuso,
te miro y sé que me buscas.

Cuando te tengo en mis manos,
se quitan todas mis dudas:
la Misa me hace feliz,
me da tu presencia pura.

¡Oh mi Jesús, Sacerdote,
eres la luz de mi ruta,
dame la perseverancia
y tu infinita hermosura! Amén.


Puebla, víspera de la clausura del Año Sacerdotal
(10 junio 2010)

fr. Rufino María Grández