Rorate, caeli,
desuper
(Tríptico contemplativo de Adviento)
El canto más famoso Rorate, caeli, desuper
et nubes pluant iustum (Is 45,8). Al eco y trasporte de este canto
gregoriano (que se puede escuchar en diversos sitios de Internet),
componemos tres himnos contemplativos que hablan De la dulzura, de la
intimidad, de la suavidad de la Encarnación, meditada en ADVIENTO y en
Navidad.
I
EL TEXTO SAGRADO, LEÍDO POR LA IGLESIA
El texto de Isaías (Is
45,8)
Vulgata
Rorate caeli desuper
et nubes pluant IUSTUM
aperiatur terra
et germinet SALVATOREM
et iustitia oriatur simul
ego Dominus creavi eum
Nova Vulgata
Rorate, caeli, desuper,
et nubes pluant iustitiam;
aperiatur terra
et germinet salvationem;
et iutitia oriatur simul:
ego, Dominus, creavi eam.
Traducción de la Biblia de Jerusalén
Destilad, cielos,
como rocío de lo alto,
derramad, nubes, la victoria.
Ábrase la tierra
y produzca salvación.
Yo, Yahvé, lo he creado.
Nota. Esta plegaria (latín: Rorate
caeli desuper...) Se refiere en primer lugar a la liberación y la
justicia que Ciro traerá pronto, pero que son una creación de Yahvé
(ver 41,2). Al sustituir los términos abstractos del hebreo con justo
y salvador, San Jerónimo hace que aparezca el alcance mesiánico de
este oráculo (Nota de la Biblia de Jerusalén).
Versión desde la Vulgata
Rocíen los cielos arriba
destilen las nubes al Justo;
ábrase la tierra
y germine al Salvador;
y amanezca entonces la justicia.
Yo, el Señor, lo he creado.
Trance poético-espirituaL: Cuadro de contemplación
Yo soy orante y poeta. Las
fibras de mi ser se abren. Las palabras de la Escritura son apoyo, pero
nada más, porque mi corazón es más grande que la Escritura, y mi anhelo es
nada menos que Dios mismo; o, mejor, algo mayor, el misterio de la
Encarnación.
Estoy ante el cielo y sus
nubes. El cielo es generoso, porque del cielo viene la lluvia y el sol,
las dos criaturas de Dios que hacen que la tierra tenga vida.
La Escritura me ha enseñado a sumergirme y perderme en la creación como
sacramento de vida.
En este trance espiritual, al
punto he comprendido, o, mejor, he sentido, que el cielo es el regazo de
Dios; la Tierra es el regazo de María. Los Padres nos han dicho (desde san
Ireneo) que María es la Tierra Virgen.
Los cielos derraman justicia,
mas... no justicia o justicias, sino la Justicia en persona, Jesús, el
Verbo de Dios.
La Tierra Virgen, fecundada
por el cielo, germina, y del útero de María ha brotado el Salvador.
Perspectivas
Estoy ahora inmerso en el
centro del misterio de la Encarnación.
La Encarnación es un
misterio trinitario. Viene del cielo, no de la tierra. La Encarnación
revela la infinita paternidad divina. La Encarnación viene del regalo de
Dios.
La Encarnación es un
misterio mariano: el Salvador brota del seno virginal de una doncella.
María es admitida a la Trinidad y tiene en la Encarnación una
participación correlativa a la Trinidad.
La Encarnación es un
misterio eclesial. La iglesia va a ser el punto de encuentro de este
misterio; sin Iglesia no hay Encarnación. Jesucristo establece una familia
en el teatro de la historia, hasta su vuelta.
II
DE LA DULZURA DEL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN
1. Es dulce el manjar que
sabe sabroso al paladar con un sabor de agrado exquisito.
Y es dulce para el alma aquella vivencia que trae el dulzor, es decir, el
sabor exquisito que toca el interior.
2. En la vida terrestre la dulzura espiritual, que aleja del corazón los
sentimientos desabridos, se obtiene por la sensación que deja la presencia
de Jesús en el alma, o la presencia del Espíritu Santo, o la presencia de
María.
Por la Encarnación entramos a saborear a Dios como dulzura. Recordaremos
que no es posible la dulzura sin la paz; el alma pacificada es la que
gusta y saborea las cosas divinas.
3. La Encarnación nos trae
a nosotros, los hombres, la dulzura al paladar que proviene del don
divino.
No hay don superior a la Encarnación, que nos hace experimentar el placer
de Dios de estarse con nosotros.
4. Plegaria para pedir la Dulzura de Dios
Oh Padre Dios, que te has desprendido de tu Hijo amado,
sin haber dejado tu divino seno.
Acojo en mi corazón, en mis labios, en mi paladar
el don que me has dado con tu Hijo Jesucristo.
La dulzura de Dios está en ti, oh Jesús,
y tú mismo eres la Dulzura.
Quiero dejarme llevar por esta dulzura celestial
que María me va a proporcionar de sus purísimas entrañas.
Me sumerjo en el sacramento universal de la creación,
obra de tus dedos,
quisiera sentir en mi paladar,
al tacto con las criaturas,
la dulzura de tener al Hijo tuyo como Hijo nuestro.
Te suplico: que la Encarnación
me contagie de infinita dulzura,
y que el contacto con este misterio,
por vía amorosa,
a amarte a ti como tú me has amado.
Jesús de mi dulzura,
prepara mi paladar para gustarte a ti,
y hallar en ti todo el dulzor de la vida.
* * *
Rociad, cielos puros,
rociadme,
y guste el paladar vuestra dulzura,
sabor de Dios, purísimo misterio
cuando el Niño repose en una cuna.
Los besos de respuesta a Dios ofrezco,
mi aliento vivo, el alma que fulgura,
mi corazón latiente que se sale,
mi adoración amante que le busca.
Llovedme cielos míos y empapadme,
transidme en Trinidad la carne suya:
la carne mía que él ha arrebatado
el día en que bajó desde la altura.
Placer divino busco sin sosiego,
placer que no me dan las creaturas,
placer para mi cuerpo y mis sentidos
en tanto que camino en senda dura.
Llovedme, cielos míos del profeta,
mojad mi sed con gusto y con frescura,
traedme a Dios, traed al Todo Hombre,
traedme pronto al Dios de la Escritura.
Y guste el corazón jamás ahíto,
y el Dios del cielo dé divina hartura:
oh Dios Jesús, oh todo Dios conmigo,
mi dulce paladeo, mi dulzura. Amén.
III
De la intimidad del misterio de la Encarnación
El misterio de la Encarnación
pertenece a la intimidad de Dios; por eso no lo conoció el diablo. Y la
virginidad de María es justamente esta intimidad divina: no la conoció el
diablo (San Ignacio de Antioquía).
Mas esa intimidad divina, que
nos viene por la Encarnación, habita en el centro del alma, si nosotros
recibimos a Jesús como Verbo Encarnado.
Su gestación en útero de
mujer es gestación que, por el Espíritu, se perpetúa en el tiempo. Vivimos
la gestación de Dios, mientras se prepara el Nacimiento. El Nacimiento
será la Parusía, cuando Dios sea todo en todos.
Adoramos esta intimidad de
Dios, que se nos ofrece como don de Adviento, como llave para entrar en la
Navidad.
Oh santa intimidad de
mi Emmanuel,
mi Dios conmigo, eternamente mío:
la Iglesia te ha acogido y queda grávida
y ahora está sintiendo tu latido.
Mi Dios, Palabra nunca terminada,
mi Dios, coloquio-amor, y escalofrío,
mi Dios que te revelas día a día,
en mis ojos mi luz y mi destino.
Mi Dios, Verbo Encarnado, transparente.
más íntimo conmigo que yo mismo,
mi Dios, donado, abierto al mundo entero,
mi Dios en mí, el mío en mi cobijo,
Secreta intimidad de cada día,
que se hace Comunión al recibirlo:
manjar comido, sangre de mis venas,
mi vida y sacramento acontecido.
Mi Dios me habita, mora en mi silencio;
es Dios pequeño, siendo el infinito:
los dos somos un Uno, según quiere,
según pedía al Padre al despedirnos.
Oh Dios, mi Dios, graciosa Encarnación,
que baña y que penetra cual rocío:
a ti te adoro, a ti me uno entero,
a ti, dulce Jesús, eterno Hijo.
IV
DE LA SUAVIDAD DEL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN
El secreto del amor es la
caricia. La Encarnación es la caricia de Dios. La respuesta, la caricia de
María, la Tierra virgen, tierra abierta que ha germinado en esta flor.
Donde hay suavidad, desapareció el pecado.
Donde hay suavidad, reina la paz.
Donde hay suavidad, se levanta la bandera blanca, porque acabó la guerra,
y la violencia ya no existe.
Donde hay suavidad no hay agresión.
Donde hay suavidad, hay un hijo de Dios que anuncia el misterio de la
Encarnación.
Donde hay suavidad, empieza a actuar la fuerza de Dios.
Donde hay suavidad, el dolor, envuelto en silencio, se hizo resurrección.
Y dijo Dios y fue la suavidad,
las manos de una madre que acaricia,
la tersa piel, el seno que alimenta,
los labios que le cubren de delicia.
María, Madre, pura de belleza,
castísima y fecunda sin mancilla,
perfume del Señor, y Tierra virgen
sembrada del Espíritu, bendita.
Es suave nuestro Dios como la paz,
bandera blanca, cálida cobija;
y si mi cuerpo toca con su mano,
mi cuerpo sana y brilla mi sonrisa.
Y todo lo ha tocado el Verbo imagen,
y en todo puso amor y maravilla;
y el mundo amado está divinizado.
y estamos ya salvados en primicia.
Porque él es nuestro, grato vecindario,
porque él está a la puerta y a la esquina,
porque él es Dios de casa, conocido,
amigo antiguo, y más y más familia.
Mi Dios de suavidad, a ti me arrimo;
a ti digo mi amor con voz sencilla;
a ti te escucho, a ti, a ti te alabo.
Mi Dios y todo, mi gloria mía. Amén.
Cuautitlán Izcalli, 1 de diciembre de 2004
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