Domingo IV de Adviento
En el que se recuerda la participación
de María en la Encarnación
Escucha, Casa de David
En el ciclo de los tres años María está muy presente en la liturgia del
IV Domingo de Adviento; el Evangelio habla de ella: Mt 1,18-24 (Concepción
virginal); Lc 1,26-38 (Anunciación); Lc 1,39-45 (Visitación). E igualmente
los textos proféticos: Is 7,10-14; Mi 2,5-4ª. Y también nosotros la
escuchamos cuando se habla del Hijo en las demás lecturas.
El himno comienza con una frase de Isaías: Escucha, casa de David. Así se
introduce el oráculo del Emanuel La joven madre es para la contemplación
de Mateo la Madre Virgen, palabra que recibe la Iglesia para contemplar a
la Madre de Jesús como la Virgen pura, la toda pura, la siempre pura. Está
encinta por la gracia de Dios. Es la Madre de Jesús, la Madre de Dios, la
Madre de la vida. Dentro de sus entrañas, en el secreto de su dicha, vamos
nosotros. Y recordando la Anunciación, cuando el Verbo se hizo carne,
recordamos la actitud de María, “con fe y obediencia libres” (Lumen
gentium, 56), obediencia de “discípula” (Marialis cultus).
Quietos y reverentes, abrumados ante un misterio de amor, sencillamente
adoramos. Espera en calma la agraciada, espera el mundo arrodillado; y el
mismo Hijo, concebido antes del tiempo, dentro de la historia está en un
misterio de espera.
Pero la Iglesia lo anhela y pide: cambia tu espera en parusía. “El
Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 21,20). ¡Ven en tu
reino, ven de prisa!
(Anotación musical. La música, íntima y recogida, ayuda a crear ese toque
de expectación que emana del texto y cuadra con este último domingo de
Adviento. Unir bien las frases hasta conseguir una uniformidad en la
dicción del conjunto de la estrofa).
Para
escuchar este himno cantado
Escucha, Casa de David:
La Virgen pura se halla encinta;
Dios la acaricia y la fecunda
y la hace Madre de la vida.
La Virgen grávida nos lleva
en el secreto de su dicha;
la Virgen fiel nos abre ruta
por su obediencia de discípula.
Espera en calma la agraciada,
con ella el mundo se arrodilla;
levanta el pobre la mirada,
con ella pide la venida.
Nacido en tiempos sin aurora,
el Hijo espera con María.
¡Oh Dios de amor, nuestra esperanza,
cambia tu espera en parusía!
¡A ti, Jesús, Hijo esperado,
aparecido en nuestros días,
con santo júbilo cantamos!
'Ven en tu reino, ven de prisa! Amén.
RUFINO MARÍA GRÁNDEZ (letra) – FIDEL AIZPURÚA (música), capuchinos,
Himnos para el Señor. Editorial Regina, Barcelona, 1983, pp. 29-32.
Para
escuchar este himno cantado
Trae el desierto voces de un
profeta
hasta el río fecundo del bautismo:
«¡Convertíos; volved de vuestras sendas,
miradlo ya venir, abrid camino!»
No doblegó su voz ante los reyes,
no pactó su mensaje con rabinos:
«¡Convertíos, decid vuestros pecados,
se acerca el Santo, convertíos!”
Cuando venga el Señor, la tierra nuestra
se llenará de paz y regocijo;
la gracia del Señor será el consuelo
y el desquite de todo lo sufrido.
Harán paces el lobo y el cordero,
los hombres poderosos con los niños;
se abrazarán las razas y familias,
porque viene a su casa el Compasivo.
Bautista, mensajero del Mesías,
Jerusalén te brinda su recinto,
dile la verdad, grita tu Noticia;
¡lo estamos esperando arrepentidos!
¡Honor a ti, Jesús, siempre esperado,
y más gozado cuanto más creído;
ven, Santo cual el Padre y el Espíritu,
ven por amor desde el hogar divino! Amén.
RUFINO MARÍA GRÁNDEZ (letra) –
FIDEL AIZPURÚA (música), capuchinos, Himnos para el Señor. Editorial
Regina, Barcelona, 1983, pp. 21-24.
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