Capítulo
5
De
los tres actos que se refieren a nosotros
150
Los tres actos que deben hacerse luego se refieren a nosotros mismos.
El
primero es el acto de humildad;
el segundo, de confusión;
el tercero, de contrición.
151
El acto de humildad se hace reconociéndose uno indigno de presentarse ante
Dios, por razón de la propia nada.
Para
mantenerse en esta actitud, pueden servir estas palabras de Abraham, en el
Génesis, cap. 18:
¿Cómo
hablaré a mi Señor,
no siendo yo más que polvo y ceniza?
152
Es muy conveniente hacer ahora este acto porque, después de haber tributado a
Dios nuestros homenajes de adoración y de agradecimiento por la bondad con que
nos sufre en su divina presencia y nos permite hablar con Él, es muy a
propósito que entremos en nosotros mismos para considerar cuán inestimable
honor es para nosotros, y cuán indignos somos de él, no siendo, como somos, de
nosotros mismos, sino pura nada, y, por lo tanto, mucho menos que polvo y
ceniza, que no sólo son algo, sino útiles para alguna cosa; mientras que
nosotros, no siendo nada, para nada valemos y todo lo que podemos hacer por
nosotros mismos es ofender a Dios.
Debemos
estar bien convencidos de esto en la oración, para mantenernos siempre en ella
con sentimientos de humildad.
153
Se puede hacer dicho acto de humildad en esta forma:
a
¿Qué soy yo, ¡oh Dios mío!
no teniendo de mí mismo
sino la nada y el pecado?
Esto es cuanto tengo como propio.
Si
un anciano solitario se decía a sí mismo:
¿De qué te glorías tú
que no eres más que tierra y ceniza?
¿Qué motivo puedo tener de engreírme yo
para quien sería mucha honra
el poder atribuirme siquiera el ser polvo y ceniza,
puesto que la tierra y la ceniza
obras son de Dios,
y por lo tanto ni aun el polvo es cosa mía, ni me pertenece; sino que del todo
pertenece a Dios, pues es obra de sus manos? Así que no puedo ver en mí otra
cosa que la nada:
esto sólo hay en mí fuera de la obra de Dios,
y todo lo mío es pecado.
b
¿Cómo me atrevería, pues, a acercarme a Vos y pensar en Vos, si sólo me
considerase a mí mismo?
Lo único que puedo hacer, ¡oh, Dios mío!
es humillarme delante de Vos,
ponderando atentamente
quién soy
y quién sois.
Y
sin embargo,
¡cuán grande es el honor que me hacéis
en tenerme en vuestra presencia
y en hacerme el favor
de conversar conmigo!
¡Ah!
sin duda lo hacéis para que,
reconociendo mi nada,
me quede enteramente abismado en Vos,
y seáis todo en mí.
d
Dadme, Señor, esta gracia,
pues queréis que sea todo vuestro.
Del
acto de confusión
154
Después del acto de humildad, conviene hacer un acto de confusión, que
consiste en reconocerse uno indigno de presentarse ante Dios, por haberle
ofendido tanto; pues no basta reconocer la propia nada y humillarse en la
presencia del Señor, sino que es además utilísimo confundirse delante de Él
por nuestros pecados y revestirse de las disposiciones y sentimientos del
publicano del Evangelio, cuando decía a Dios, desde un rincón del templo al
que se había retirado, no atreviéndose a levantar los ojos, tanta era su
confusión: Dios mío, compadeceos de mí que soy un pecador.
155
El acto de confusión puede hacerse así:
a
Confieso, ¡oh Dios mío!
que os he ofendido mucho,
y delante de mí tengo siempre mis pecados,
porque contra Vos sólo he pecado
y he cometido la maldad delante de vuestros ojos;
y lo que es más, fui concebido en iniquidad;
y esto es lo que me da continuamente
motivos de confusión.
b
Pero mi confusión aumenta,
al pensar que me atrevo a presentarme en vuestra divina presencia y a hablar con
Vos en la oración.
Abraham,
que era justo, no se atrevía a hacerlo
porque se consideraba
como polvo de la tierra.
¿Cómo me atreveré yo a pretenderlo,
estando, como estoy, lleno de pecados?
c
Perdonad mi osadía, ¡oh Dios mío!
pues vengo a Vos para confesaros mis pecados
y para manifestaros mi injusticia,
porque sé que lejos de atraerme vuestra indignación,
esta acción atraerá, al contrario,
sobre mí vuestra misericordia:
por eso la confusión que cubre mi rostro
al considerar mis innumerables culpas,
aumenta al mismo tiempo mi confianza,
pues
cuanto mayor sea mi confusión
por haberlos cometido,
tanto más dispuesto estaréis
a perdonármelos.
d
Por eso, ¡oh Dios mío!
permitidme comparecer hoy delante de Vos,
como un pecador, muy confuso,
no de parecerlo,
sino de serlo realmente.
Del
acto de contrición
156
Después del acto de confusión, importa mucho hacer un acto de contrición,
pidiendo a Dios perdón de todos los pecados, y formando una firme resolución
de no volver a cometerlos; pues este acto puede alcanzar la remisión de todos
ellos, según el profeta David, salmo 31:
Dije:
Confesaré a Dios mi injusticia;
y al mismo tiempo, ¡oh Dios mío! perdonasteis
la malicia de mi pecado.
157
Este acto, hecho de lo íntimo del corazón y con verdadero propósito de la
enmienda, hará que Dios los olvide; hasta se le ocultarán, como dice David en
el citado salmo; [esto es], no serán imputados al que los cometió durante el
rato que dedique a la oración.
158
Por eso al hacer este acto, débese, sobre todo, pedir a Dios una verdadera
contrición, y después confiar que Dios no despreciará en la oración al
corazón contrito y humillado; como dice David, Salmo 50.
159
Puede hacerse el acto de contrición del modo siguiente:
a
¡Cuánto me pesa, Señor,
de haberos ofendido tanto!
¡Siempre tengo mis pecados delante de mí
y no puedo pensar en ellos
sin desfallecer,
para hablar como el real Profeta,
al considerar cuánta es su muchedumbre.
No me reprendáis, ¡oh Dios mío!,
decía el mismo David,
en vuestro furor
y no me castiguéis
en vuestro enojo.
b
Yo sé que sólo merezco vuestra indignación;
mas tened piedad de mí,
porque flaco soy, y la misma flaqueza;
echad una mirada sobre mí,
y librad mi alma del pecado,
pues sólo Vos podéis hacerlo.
c
Os ofrezco la aflicción
y los gemidos de mi corazón,
al ver lo horrible que son mis pecados
por su número y gravedad;
pues como dice David,
se levantan hasta por encima de mi cabeza
y me agobian como una carga muy pesada.
d
¡Qué cosa tan triste es, oh Dios,
verme en este estado!
Afligido y humillado estoy,
y tanto que no lo puedo expresar,
al verme rodeado de tantos pecados,
y la tristeza de mi corazón es extrema
y no se os oculta.
Perdonadme,
pues,
para que pueda comparecer delante de Vos
en este estado,
y en una disposición que os sea agradable.
e
Pronto estoy, ¡oh Dios mío!
a padecer cuantas penalidades tengáis a bien enviarme
en satisfacción de mis pecados.
Os
suplico, pues, que no me abandonéis
ni os alejéis de mí.
Apartad solamente vuestra vista de mis pecados,
y hacedme la gracia de borrarlos todos;
para lo cual os suplico que creéis en mí un corazón puro,
y renovéis en mí vuestro Espíritu Santo.
f
Espero de Vos esta gracia, ¡oh Dios mío!
porque no despreciáis
la oración de los que se humillan,
sino que os es muy agradable.
(Este
acto de contrición está en su mayor parte sacado de los siete salmos
penitenciales).
160
Después de haber hecho así un acto de contrición con un corazón bien
dispuesto y penetrado de horror al pecado, puede uno creer con fundamento que
Dios no se acordará ya de los nuestros y que así podremos comparecer ante su
presencia limpios de ellos, y al menos como cubiertos, delante de Dios, con el
velo de su divina misericordia y de su benevolencia para con nosotros.
Capítulo
6
De
los tres actos que se refieren a Jesucristo Nuestro Señor
161
Pero, como no está uno seguro de si el acto de contrición que hizo fue
perfecto y consumado, es importante después de dicho acto, hacer otros tres,
que se refieren a Jesucristo Nuestro Señor, y son los últimos de la primera
parte de la oración.
162
Los tres actos que se refieren a Nuestro Señor son:
primero,
de aplicación de los méritos de Nuestro Señor;
segundo, de unión con Nuestro Señor;
tercero, de invocación al Espíritu de Nuestro Señor.
Del
acto de aplicación
163
Como no tenemos la certeza de haber hecho debidamente el acto de contrición, se
hace un acto de aplicación de los méritos de Jesucristo para atraer sobre
nosotros los méritos de su Pasión, y las gracias que nos mereció con su
muerte; y para que, encubiertos nuestros pecados como con un velo que los oculte
a los ojos de Dios, estemos mejor dispuestos para comparecer delante de El en la
oración, de una manera que le sea agradable.
164
Este acto de aplicación de los méritos de Nuestro Señor, se hace pidiendo al
mismo Jesucristo que nos aplique los de su Pasión, para hacernos más
agradables a Dios su Padre, y ponernos en mejor disposición de recibir sus
gracias y luces en la oración, en la cual no debemos perdonar medio alguno para
que Dios se deje vencer por nuestras súplicas y se digne concedernos cuanto le
pedimos.
165
Puede hacerse este acto de aplicación de los méritos de Nuestro
Señor en esta forma:
a
Justo sería, ¡oh Dios mío!,
que cuando estoy en vuestra presencia,
mi corazón estuviera tan penetrado de horror al pecado,
que no quedando ya nada de él en mí,
me hallaseis digno de tratar con Vos.
b
Pero tengo un corazón tan inclinado a cometerlo,
que no puedo del todo conocer,
y mucho menos estar seguro,
si el horror y el dolor que por él he concebido son verdaderos, y si estoy
dispuesto a cumplir mi propósito.
c
Por este motivo suplico con instancia a Cristo Nuestro Señor quiera aplicarme
los méritos
que se dignó adquirirme
con su Pasión y Muerte,
que son por sí mismos muy eficaces y soberanos;
para que estando cubierto con ellos
no aparezca nada de pecado en mí,
y por este medio
os sea más agradable
y me halle más dispuesto a recibir
vuestras gracias y luces en la oración;
porque nada hay que deba yo omitir
para prepararme debidamente
a recibir en ella vuestras divinas bendiciones
y para conseguir el efecto de mis súplicas;
y nada, por otra parte, me puede disponer mejor a esto,
como el hallarme revestido de vuestros méritos,
los cuales dan al alma tal pureza y candor
que, gracias a ellos, aparece en un momento
muy diferente de lo que era antes
a vuestros ojos.
d
Esta es la gracia que os pido, ¡oh mi buen Jesús!
Del
acto de unión con Nuestro Señor
166
No cabe duda que si se hace bien el acto de aplicación de los méritos de
Jesucristo, puede hacernos agradables a Dios y moverle a admitirnos de buen
grado a su divino trato, y obtenernos el efecto de nuestras oraciones.
167
Pero, aun cuando nuestros pecados, por ese acto, estuviesen ocultos delante de
Dios, y Dios no se acordara de ellos, por razón de la eficacia de los méritos
de Jesucristo y de la aplicación de los mismos a nuestra alma, sin embargo,
como nos queda todavía la obligación de satisfacer por nuestras culpas, puesto
que los méritos de la Pasión y Muerte de Jesucristo no se nos aplican para
destruir en nosotros el pecado, sino a condición de que satisfagamos nosotros
plena y enteramente por la pena que les es debida; por eso conviene que no nos
contentemos con haber hecho un acto de aplicación de los méritos de Nuestro
Señor, sino que hemos de hacer después un acto de unión con Él: uniéndonos
a sus disposiciones interiores cuando oraba, y suplicándole que haga Él mismo
oración en nosotros, y presente nuestras necesidades a su Padre,
considerándonos como cosa que le pertenece y como miembros suyos, que no tienen
ni pueden tener ni vida interior, ni movimiento, ni acción sino en Él, porque
estas cosas no se hallan en los que están ya en su santa gracia, sino en cuanto
Él los anima.
168
Debiendo estar persuadidos de que si Nuestro Señor quiere unirse a ellos en la
oración, y hacer oración en ellos, su oración será muy agradable al Eterno
Padre, y les atraerá gran número de gracias.
169
Se puede hacer este acto de unión a Nuestro Señor en esta forma:
a
Dulcísimo Jesús mío, me uno
a vuestras disposiciones interiores cuando orabais.
Entonces era cuando verdaderamente,
estabais en vuestro Padre,
y vuestro Padre en Vos;
entonces,
cuando pensabais y amabais
lo que Él amaba y pensaba,
y adorabais sus divinos designios
sobre Vos.
Porque toda vuestra aplicación
era que se cumpliesen en Vos.
b
Haced en mí de igual manera lo que queréis que yo haga.
c
Presentad Vos mismo mi oración,
y exponed, os ruego, todas mis necesidades
a vuestro Eterno Padre.
d
Haced que no piense en Él sino por Vos,
y que sólo le ame en Vos
para que en Vos y por Vos consiga
lo que por mí mismo
no podría alcanzar,
y nada me sea negado
de cuanto os dignéis
pedir en mi;
pues, yo sé que, según Vos mismo lo decís,
siempre sois escuchado del Eterno Padre.
Haced
que no piense en Él sino por Vos,
y que sólo le ame en Vos
e
Entrad en mí
como en cosa vuestra,
y animadme como a uno de vuestros miembros.
f
Haced que yo permanezca en Vos
y Vos en mí,
porque yo no puedo obrar lo bueno
sino en cuanto estoy en Vos
y Vos en mí,
pues
sois el autor de todo bien.
g
Haced, en fin, que mi vida interior
se mantenga y conserve
por vuestra vida en mí,
pues,
así como un sarmiento no tiene savia
sino en cuanto está unido a la cepa,
así también, ¡oh amable Jesús mío!
mi alma no puede tener vida,
movimiento, ni acción interior
sino en cuanto esté unida a Vos,
y no sea yo sino una sola cosa
con Vos y en Vos.
Del
acto de invocación al Espíritu de Nuestro Señor
170
No basta haber atraído a sí a Jesucristo en la oración y haberse unido a El y
a sus santas disposiciones para dicho ejercicio, y haberle pedido que haga
oración en nosotros.
Como
podría suceder que uno no permaneciese largo tiempo en esa disposición, a
causa de las distracciones que llegasen a embargarle la mente durante la
oración, o que, dejándose llevar de pensamientos naturales y humanos, no
sacase de ella fruto alguno; parece a propósito, además, pedir a Nuestro
Señor que nos dé su Espíritu para no hacer oración sino por moción del
mismo; y para que podamos llenarnos de ese divino Espíritu es preciso renunciar
al propio juicio y a los propios pensamientos, para no admitir en sí, durante
la oración, más que aquellos que el Espíritu Santo se digne inspirarnos y
comunicarnos durante ese tiempo.
De
modo que se realice en nosotros lo que dice San Pablo, a saber, que el Espíritu
de Dios es quien ora en nosotros, porque no podemos por nosotros mismos tener
ningún buen pensamiento como de nosotros mismos.
171
He aquí cómo puede uno hacer el acto llamado de invocación al
Espíritu de Nuestro Señor:
a
¡Oh Jesús, Salvador mío!
que derramasteis vuestro divino Espíritu
sobre los santos Apóstoles,
mientras oraban en el Cenáculo,
en donde habían recibido vuestro sagrado Cuerpo
de vuestras propias manos,
b
os suplico que os dignéis darme
hoy ese Espíritu Santo,
para no hacer oración sino dirigido por Él;
a fin de que, poseyéndolo plenamente,
alejéis de mí todos mis propios pensamientos,
para no estar ocupado, durante toda mi oración,
sino en los que vuestro divino Espíritu
se digne inspirarme
e infundir en mí;
pues, como dice San Pablo,
nadie puede decir "Amén", de un modo digno de Dios,
como no sea movido por el Espíritu Santo.
c
Ese mismo divino Espíritu es
quien hará subir mi oración hasta Vos,
como incienso de muy agradable olor,
y podrá luego conservar en mí el espíritu de oración,
y mantener el fuego
que hubiereis encendido en mí
durante ese tiempo,
para expresarme con vuestras divinas palabras.
d
Diré, pues, con la Iglesia:
Ven, ¡oh divino Espíritu!
y mándanos desde lo alto del cielo
un rayo de tu luz.
172
Todos los actos que se han dado como ejemplos en esta primera parte de la
oración, van encaminados tan sólo a ayudar a los que empiezan a ejercitarse en
la oración y fueran incapaces de hacerlo por sí mismos.
173
Tomen, pues, de ellos lo que les parezca conveniente, o crean serles de alguna
utilidad; y si no les satisfacen, hagan, ellos otros a su gusto tomando éstos
por modelos, según se los sugieren la mente y el corazón.
174
Pues, no se pretende que usen de ordinario los que aquí, se ponen, porque de lo
contrario no sería ya su oración una súplica del corazón , sino que se
convertiría en simple oración vocal, la cual no tendría para ellos tanta
utilidad y eficacia como la que, salida de lo íntimo del corazón, es producida
en el alma por el Espíritu Santo, cuya moción es necesaria para hacer
oración.
175
Procederán de igual modo respecto a todos los demás actos que se les proponga
en la explicación de las otras dos partes de la oración.
Segunda
parte: misterio
Explicación
de la segunda parte del método de oración cuando la aplicación versa sobre un
misterio
176
En la segunda parte de la oración, puede aplicarse el alma al asunto de algún
misterio de nuestra santa religión, tomándolo por materia de su meditación,
particularmente los misterios que se refieren a Nuestro Señor Jesucristo
Capítulo
7
Qué
se entiende por misterios y del espíritu de ellos
177
Entiéndese por misterios de Nuestro Señor los hechos principales que el Hijo
de Dios encarnado ha llevado a cabo para nuestra salvación; tales como su
Encarnación, Natividad, Circuncisión, Pasión y Muerte.
Puédese
también tomar por asunto de la meditación algunos de los misterios de la
Santísima Virgen: como su Inmaculada Concepción, su Natividad, etc.
178
Se empieza ante todo, por penetrarse bien del espíritu del misterio: lo cual
puede hacerse fijándose, ya en lo que de él se refiere en el Santo Evangelio,
ya en lo que la Iglesia nos propone acerca del mismo en sus instrucciones; y
esto, ya por simple mirada de fe, esto es, por simple atención al misterio, que
creemos porque la fe lo enseña, ya por medio de alguna reflexión acerca del
misterio o de los puntos de la meditación que tratan de él, con lo cual se
despierte y excite la devoción hacia el mismo, y quede el alma penetrada de un
sentimiento de reverencia interior mientras lo considera.
179
Es necesario unir a esa reverencia un deseo interior de aprovecharse de él, y
de recibir su espíritu, la gracia y fruto que Nuestro Señor desea que saquemos
de él.
180
Pues ha obrado esos divinos misterios de nuestra santa religión, no solamente
para rescatarnos, sino también para instruirnos y movernos con su ejemplo a la
práctica de las virtudes más sólidas y santificadoras, que Él mismo
practicó en los sagrados misterios que obró; y esto es lo que se llama
espíritu de los misterios.
181
De modo que cada uno de ellos tiene un espíritu que le es propio y peculiar,
porque Nuestro Señor ejercitó e hizo resplandecer en él ciertas virtudes que
se notan de un modo particular, con admiración y asombro, cuando se le
considera con seria y profunda atención; y porque esas virtudes las practicó
Jesucristo para darnos ejemplo, e inducirnos a practicarlas a imitación suya,
ayudados de los auxilios de la divina gracia que nos mereció, y que está
vinculada a dicho misterio, formando como parte del espíritu y del hecho.
182
Por ejemplo, el espíritu del misterio de la Encarnación es la caridad, pues
por caridad y amor a los hombres, como dice Nuestro Señor, el Padre Eterno dio
a su único Hijo, el mismo Hijo se encarnó, y el Espíritu Santo obró ese
misterio.
Lo
es también la humildad, pues, según San Pablo, el Hijo de Dios se anonadó
tomando la forma de esclavo.
183
El espíritu del misterio del Nacimiento de Nuestro Señor es el espíritu de
infancia; pues habiendo venido el Hijo de Dios a este mundo, dice el evangelista
san Juan, cap. 1, que dio a todos los que le recibieron el poder de llegar a ser
hijos de Dios. El espíritu de infancia consiste en la sencillez, docilidad,
pureza y en el menosprecio de las riquezas y de las grandezas mundanas.
184
El espíritu del misterio de la Circuncisión es la humildad y mortificación;
pues, quiso Nuestro Señor tomar sobre sí, al dejarse circuncidar, la señal de
pecador, y derramar su sangre con sufrimiento y dolor.
185
El espíritu del misterio de la Transfiguración es el espíritu de plegaria y
oración.
Y
así de los demás.
186
Pueden hacerse nueve actos en la segunda parte de la oración, referentes al
misterio en que uno se ocupa.
187
Los tres primeros se refieren a Nuestro Señor; los tres siguientes, a nosotros
mismos, y los tres últimos se refieren:
el
primero a Nuestro Señor,
el segundo, a Dios,
y el tercero, a los Santos.
Como
se ve, los tres últimos actos tienen cada uno su objeto diferente; pues el
primero tiene por objeto a Nuestro Señor Jesucristo, el segundo, a Dios Padre,
y el tercero, a los Santos de nuestra particular devoción.
Capítulo
8
De
los tres actos que se refieren a Nuestro Señor
188
Los tres actos que se refieren a Nuestro Señor son:
1º,
de fe;
2º, de adoración;
3º, de agradecimiento.
Del
acto de fe sobre un misterio
189
Se hace un acto de fe sobre el misterio que se medita, por ejemplo, sobre el
Nacimiento de Nuestro Señor, creyendo firmemente que obró el misterio; esto
es, que, habiéndose encarnado, nació niño pequeñito del seno de la
Santísima Virgen.
190
Y para persuadirse más firmemente de esta verdad, puede traerse a la mente un
pasaje de la Sagrada Escritura, que lo enseñe o se refiera a él: como estas
palabras del Ángel a los pastores en San Lucas, cap. 2: Hoy os ha nacido un
Salvador que es el Cristo, el Señor; o bien estas otras de San Mateo, cap. 1,
sacadas del profeta Isaías: Os declaro que una Virgen concebirá y dará a luz
un hijo que será llamado Emmanuel, esto es, Dios con nosotros.
191
Se puede hacer el acto en esta forma:
a
Señor mío Jesucristo, creo firmemente
que Vos,
Hijo único
de Dios Padre todopoderoso
y un mismo eterno Dios con Él,
os dignasteis haceros hombre
y vestiros de nuestra carne,
tomando un cuerpo y alma
semejantes a los nuestros,
por obra del Espíritu Santo,
en el seno de la Virgen purísima,
de la cual nacisteis
bajo la forma de un niño pequeño,
sin cesar de ser Dios.
b
Esto lo creo, ¡oh Salvador mío!
porque la fe así me lo enseña.
192
Modo de ocuparse en este acto de fe
a
Sí, ¡oh Dios mío!
creo que os hicisteis niño
por amor mío.
Nacisteis en un establo
a media noche
y en lo más crudo del invierno,
fuisteis reclinado [en un pesebre]
sobre un poco de heno y paja.
Vuestro
amor para conmigo
os ha reducido a una pobreza
e indigencia inauditas,
y tan extremadas,
que nunca hasta entonces se había oído decir
cosa semejante.
Creo,
Señor mío,
todas estas verdades que la fe me enseña
de vuestro amor para conmigo.
b
Hubierais podido nacer
en la abundancia de las riquezas,
en el esplendor de las honras humanas
y en el palacio más suntuoso
que jamás hubiera existido.
Podíais, al nacer,
tomar posesión de todos los reinos del mundo,
pues eran vuestros,
según estas palabras del Real Profeta, Salmo 23:
La tierra y todo cuanto encierra es del Señor.
Pero no quisisteis gozar de ninguno de estos derechos,
divino Salvador mío.
c
Vuestra infinita sabiduría juzgó
que era más conveniente a mi debilidad
presentarme
en vuestra adorable persona
el ejemplo de la vida que debo vivir,
y del camino que debo seguir
para llegar a la verdadera gloria
y al goce de los verdaderos bienes,
de las riquezas espirituales y celestiales,
por el desprecio
de los bienes perecederos de la tierra
y de los falsos honores transitorios.
d
Conocíais, Señor,
con qué vehemencia
me arrastra a esas cosas mi inclinación
soberbia, avarienta
y sedienta de placeres seductores;
y quisisteis
curarme de tan funesta dolencia a costa vuestra,
llevado de vuestro amor y bondad infinitos,
mereciéndome la gracia
de ir en pos de Vos y de seguir vuestras pisadas.
e
Estoy resuelto a seguiros,
¡oh amable Salvador mío!,
por más que me cueste,
cualesquiera que sean las repugnancias
que experimente mi naturaleza corrompida,
y por grandes que sean las dificultades
que pueda encontrar mi amor propio.
f
Os suplico,
¡oh Dios mío!,
me ayudéis en mi flaqueza,
que es tan grande
cuando se trata de poner esto por obra.
g
Concededme la gracia
que me habéis merecido en este misterio
de imitaros.
h
Dignaos, Señor, aumentar mi fe, que es muy débil.
193
Otro modo de entretenerse sobre este acto de fe, considerando a
Nuestro Señor como hijo del hombre para hacernos hijos de Dios
a
Con todo mi corazón creo,
¡oh Dios mío!
Verbo eterno,
verdadero Hijo único de Dios Padre,
que os hicisteis hijo del hombre
para merecerme la gracia
de llegar a ser hijo de Dios, vuestro Padre.
b
La grandeza infinita de vuestra caridad, Señor,
fue lo que os condujo a tal exceso
de abatimiento y humillación.
c
Vinisteis a vuestra propia casa,
dice vuestro evangelista san Juan, cap. 1,
esto es, a este mundo, que es vuestro,
pero los vuestros no os recibieron.
Los
judíos,
que eran vuestro pueblo y vuestros siervos,
os desconocieron,
os rechazaron y no quisieron recibiros;
pero disteis a todos los que os recibieron
el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Los
judíos no os recibieron
a causa del estado pobre y miserable
en que quisisteis venir a este mundo;
se escandalizaron
de vuestra abyección exterior.
No
entendieron
que vuestra sabiduría
y vuestro amor a los hombres
os movieron a cargar con nuestras miserias,
para
enriquecernos con los tesoros inestimables
de vuestra gracia en este mundo,
y de vuestra gloria en el otro.
d
¡Oh bondad excesiva de mi Dios!,
os humillasteis en este mundo
para ensalzarme hasta el cielo;
os hicisteis miserable en la tierra,
para hacerme feliz en el cielo.
e
¡Oh caridad infinita del Eterno Hijo de Dios!,
os hicisteis hermano mío,
haciéndoos hijo del hombre;
de modo que
no os avergonzáis,
dice vuestro Apóstol, en su epístola a los Hebreos, cap. 2, de llamarnos
hermanos vuestros
diciendo a vuestro Padre:
Anunciaré tu nombre a mis hermanos;
te alabaré en medio de la iglesia.
Heme aquí, yo y mis hijos, que Dios me dio.
Y, por cuanto, añade san Pablo, los hijos
tienen carne y sangre,
el también participó de las mismas cosas.
Fue necesario que en todo
se asemejase a sus hermanos,
para que fuese un pontífice misericordioso y fiel a Dios,
para expiar los pecados del pueblo,
pues, habiendo experimentado la tentación,
puede socorrer a los que son tentados.
f
¡Cuán grande es esa dicha! ¡Cuán prodigiosa!
¡Cuán excelente es mi nobleza,
y cuán elevada sobre todas las del mundo!
¡Puedo ser eternamente
hijo de Dios y hermano de Dios!
¡Oh, qué dignidad! ¡Qué favor y qué bien tan grande!
Alma mía, ¿entiendes bien qué quiere decir esto?
g
A Vos lo debo,
¡oh amabilísimo Hijo único y eterno de Dios!
A vuestro amor, Señor y Dios mío,
soy deudor
de este favor incomparable.
Al haceros hijo de una Virgen purísima,
me habéis adquirido el poder gozar
de la gracia de adopción de los hijos de Dios,
según la expresión de san Pablo.
h
Haced, ¡oh amable Jesús mío!
que me haga digno, en cuanto me sea posible,
de esa gracia,
ya que tanto padecisteis para merecérmela.
Haced que viva
de modo que exista alguna semejanza
entre mi vida y la vuestra,
imitando vuestras santas virtudes.
Esta
es la gracia que os pido,
pues [comprendo que] éste es el espíritu del misterio
de vuestro adorable nacimiento e infancia.
Os suplico, Señor, me la concedáis
por los méritos de vuestro mismo nacimiento.
Cómo
puede uno entretenerse con la Santísima Virgen en la oración que se hace sobre
el misterio precedente
194
Puede también dirigirse uno a la Santísima Virgen en este misterio,
poco más o menos en esta forma:
a
Virgen Santísima, yo creo firmemente
que Jesús Nuestro Señor,
Hijo único de Dios Padre,
fue concebido en vuestro seno
por obra del Espíritu Santo.
Lo creo, porque la fe me lo enseña.
b
En Vos, ¡oh felicísima Virgen!
se cumplió la profecía de Isaías:
Una Virgen concebirá y dará a luz un hijo,
que será llamado Emmanuel,
esto es, Dios con nosotros.
Virgen erais
cuando concebisteis el Hijo divino,
Virgen fuisteis
en el parto,
y Virgen permanecisteis
después del parto.
Sois la más pura de las vírgenes
y la más gloriosa de las madres:
y por eso
os llamarán bienaventurada
todas las generaciones.
c
Creo todas estas verdades que la fe me enseña
porque Dios las ha revelado.
Alégrome sobremanera por ello
¡oh bienaventurada Virgen!
Y de todo corazón os felicito
d
Os suplico humildemente,
¡oh Santísima Madre de Dios!
que os dignéis pedir a vuestro divino Hijo
me haga partícipe
del espíritu y de la gracia del misterio
de su nacimiento
e infancia santísima.
e
Por Vos, ¡oh incomparable Virgen!
ese Dios de amor y de misericordia
vino a nosotros para salvarnos.
En Vos
se hizo hijo del hombre,
tan verdaderamente
como es, desde toda la eternidad, Hijo de Dios.
En Vos
nos mereció la gracia
de ser adoptados como hijos por Dios su Padre.
Y por vuestra mediación ante vuestro queridísimo Hijo
esperamos recibir
el efecto de esa gracia y el espíritu de hijos de Dios.
f
Os suplicamos nos lo alcancéis,
por el amor con que amáis a este Dios de amor
como a verdadero Hijo vuestro,
y por el amor con que El os ama
como a verdadera Madre suya.
195
El primer fruto que debe producir en nosotros la consideración del nacimiento
de Nuestro Señor es sumo horror y grande alejamiento de todo pecado, pues que
el Hijo de Dios se abatió y humilló, y, como dice San Pablo a los Filipenses,
cap. 2, 7: se anonadó tomando la forma de esclavo, y haciéndose niño para
destruir el pecado con sus sufrimientos.
196
El segundo es una gran confianza de alcanzar de Dios el perdón de nuestros
pecados, con tal que tengamos un verdadero dolor de ellos, junto con la
resolución de no cometer ninguno voluntariamente; y todas las gracias que
pidamos por los méritos del Hijo de Dios hecho niño.
197
El tercero, profundo amor a Nuestro Señor y tierna devoción hacia Él,
considerándolo como Niño Dios, que nace por nuestro amor.
198
El cuarto, desprecio extremo de las riquezas y de los honores, a vista del Hijo
de Dios que nace en este mundo tan pobre y humillado.
199
El quinto, en fin, deseo intenso de imitarle en todas las virtudes, de las
cuales nos da ejemplo ya desde su nacimiento.
200
Modo de entretenerse con Nuestro Señor, considerando que nace en
este mundo para destruir el pecado
a
¿Cómo me atreveré, Señor y Dios mío,
a cometer todavía el pecado, sabiendo,
como dice San Juan en su primera epístola, cap. 3,
que vinisteis
para borrar el pecado
y para destruir las obras del demonio,
que son los pecados?
¿Qué?
¿Voy a restablecer en mí
lo que vinisteis a destruir
con tantas penas y sufrimientos?
b
Mis pecados, Señor,
son los que os han reducido al estado
de infancia, de pobreza y humillación.
Ellos,
los que os hicieron derramar tantas lágrimas
en vuestro nacimiento;
mi orgullo
y mi amor al lujo y a las vanidades,
os movieron a humillaros
hasta nacer en un establo,
y ser reclinado en un pesebre,
sobre la paja,
entre dos viles animales.
c
Para confundir y destruir
mi codicia y deseo insaciable
de los bienes y de las riquezas,
como también mi amor desordenado
a las comodidades y placeres,
sufristeis una pobreza tan rigurosa;
y después de considerar estas verdades,
¿querría yo todavía cometer el mal?
¡Ah! Señor,
no permitáis que sea tan perverso
que tenga aún afecto al pecado,
después que tanto os costó el destruirlo.
d
A Vos que sois
mi Creador,
mi Padre,
mi Rey
y mi Dios.
¡Oh! haced que muera
antes que seguir haciendo cosas tan indignas,
o volver a cometer
las que me habéis hecho la gracia de repudiar.
e
Salvador todopoderoso, amable Jesús:
por la virtud y gracia
de vuestro adorable nacimiento,
destruid y aniquilad en mí
todo pecado
y toda inclinación a él,
y perdonadme misericordiosamente
cuantos
he tenido la desgracia de cometer.
201
Confianza
Puede
también entretenerse uno, con respecto al segundo fruto, a saber, la confianza,
poco más o menos de este modo.
a
Grande ha de ser mi confianza,
¡oh amable Salvador mío!,
de que vuestro Padre celestial me perdonará mis pecados
por vuestro amor
y por vuestros merecimientos;
y espero todavía más;
pues, confío en que,
en atención a Vos
y a vuestros méritos,
me concederá las gracias que necesito
para evitar el pecado,
corregirme de mis defectos,
adquirir las virtudes que Él desea en mí,
y, en fin, la vida eterna.
b
Vuestro Apóstol es quien me anima
a tener esa confianza,
cuando dice a los Romanos, cap. 8:
¿Se puede concebir
que Dios, que nos dio a su propio Hijo,
no nos diera con él todas las cosas?
Sí, divino Salvador mío,
lo espero todo de la bondad infinita de vuestro Padre,
aunque por mis muchos pecados
sea merecedor del infierno.
c
Vos sois para mí prenda maravillosa
del amor que me tiene
y de su sincera voluntad
de perdonarme
y salvarme.
Porque Él mismo protesta en la Sagrada Escritura
que no quiere la muerte del pecador,
sino su conversión, su vida y su salvación.
Vos,
¡oh amable Jesús mío, Niño Dios!
sois para mí una prueba convincente de esta verdad.
d
Y por esto pongo toda mi confianza
en la misericordia de vuestro Padre celestial,
en vuestro amor
y en vuestros merecimientos.
202
El amor a Jesús Niño
a
¿Cómo podría dejar de amaros,
¡oh Verbo Eterno!
pues el amor infinito con que me amáis
os movió a haceros carne,
según la expresión de San Juan, en su Evangelio?
Sólo
teníais motivos
para odiarme eternamente
y castigarme
según el rigor de vuestra justicia,
por la enormidad de mis pecados;
y, sin embargo,
me dais prueba de infinito amor.
b
¡Oh, maravilla!
Os hicisteis niño,
y niño pobre, humilde
y el más amable de todos los niños.
¡Oh, cuánto me amáis,
y cuán poco os he amado yo hasta ahora!
¡Qué señales más refulgentes
de amor me dais!
¡Oh, cuán mal os he correspondido!
c
Perdonadme, Dios mío,
y concededme, os ruego, vuestra santa gracia,
con cuya ayuda quiero amaros
con todo mi corazón,
con toda mi alma
y con todas mis fuerzas.
d
¡Oh Jesús! Niño Dios,
amable Salvador mío,
Hijo querido de María y de Dios,
júroos inviolable y eterno amor;
os ofrezco, os doy y consagro mi corazón;
derramad en él vuestro divino amor.
e
Haced, ¡oh Dios de amor!,
que os ame con todo el amor
con que Vos mismo deseáis
que os ame.
Haced, Señor, que viva
y muera en vuestro amor
y por vuestro amor.
Amemos, pues, a Dios,
exclama vuestro discípulo amado,
ya que Dios nos amó el primero
(1ª Epístola, cap. 4).
f
¡Oh, y cuán justo es amar
a quien tanto nos amó,
al que es tan amable
y tan digno de ser amado!
¡Oh Jesús, mi amor, deseo morir de amor a Vos!
203
Pueden hacerse coloquios semejantes sobre los demás frutos que se pueden sacar
de este misterio.
Reflexiones
cortas continuadas por largo tiempo
204
Las varias maneras arriba propuestas para considerar los misterios por discursos
y reflexiones numerosas pueden ser útiles; pero no será menos ventajoso
entretenernos en ellos con reflexiones cortas continuadas por largo tiempo sobre
un pasaje de la Sagrada Escritura que tenga relación con el misterio a que se
quiere aplicar.
205
Por ejemplo, respecto al misterio del Nacimiento de Nuestro Señor, se puede
traer a la memoria este texto de Isaías, capítulo 9:
Nos
ha nacido un niño,
un hijo nos ha sido dado.
Después
se hace una reflexión sin mucho discurso sobre ese pasaje, que sirva para
mantener la atención fija en él y en el misterio de una manera interior y
fundada en la fe.
206
Se puede hacer, por ejemplo, esta reflexión:
¡Cuán
grande es el amor y la bondad que Dios nos mostró,
dándonos a su propio Hijo!
Después
se detiene uno en ella con mucha atención todo el tiempo posible, y del modo
más vivo y más sencillo que pueda.
207
Esta reflexión corta, animada de fe, apoyada en un pasaje de la Sagrada
Escritura, da facilidad al alma para aplicarse al misterio de una manera
interior, para penetrarse de él, de tal modo que se grabe en el entendimiento y
en la voluntad, los cuales vienen a quedar como empapados de él y reciben sus
impresiones, participando así del espíritu y de la gracia del misterio, y
quedando, a la vez, suavemente dispuestos y arrastrados dulcemente a practicar
las virtudes que en el misterio se descubren; y éste es precisamente el fin a
que se ordena [la oración], pues es cabalmente el que se propuso Nuestro Señor
Jesucristo al obrar sus misterios.
208
Cuando se advierte que la mente no encuentra ya facilidad en ocuparse en el
pasaje escogido, por medio de la reflexión primera, se puede hacer otra que se
refiera al mismo pasaje, y le haga nuevamente presente al espíritu.
209
Puede hacerse, por ejemplo, esta otra reflexión:
Puesto
que Dios me amó hasta hacerse niño por mi amor, ¿no es justo que yo me sujete
y humille como un niño por amor suyo?
Esta
nueva reflexión despierta otra vez la atención sobre el pasaje y sobre el
misterio, y hace que el entendimiento y el corazón se ocupen en él con nuevo
afecto y fervor.
Del
modo de entretenerse [en el misterio] por simple atención
210
Finalmente, puede entretenerse uno en el misterio por simple atención, la cual
se llama también contemplación, y consiste en mantenerse en profundo respeto
interior considerando el misterio con una mirada interior de fe viva y
respetuosa, que disponga el entendimiento y la voluntad a una adoración
silenciosa de amor, de admiración, de gratitud y de acción de gracias, de
anonadamiento, y de un deseo intenso de unirse a Nuestro Señor en el misterio y
de participar de su espíritu y de sus gracias.
En
esta disposición se mantendrá más o menos tiempo, según que se sienta
atraído o encuentre gusto en ello; cuidando de no interrumpirla para producir
actos particulares de esas diferentes disposiciones interiores, pues no es
necesario distinguirlas separadamente, porque pueden concebirse con una
concepción espiritual simple e implícita, esto es, no explicada, ni
distinguida o separada actualmente por actos formales; con tal que la
disposición sea viva y ardiente, pudiéndose alimentar y fomentar por medio de
algunas palabras afectuosas, pronunciadas de vez en cuando, con más o menos
frecuencia, según sea necesario, o conforme se sienta inclinado a la práctica
de las virtudes, como arriba se ha dicho.
211
Puede verse en la explicación de la primera parte lo que allí se expuso
respecto a estas tres maneras de ocuparse en la presencia de Dios, las cuales
fácilmente se pueden trasladar a un misterio.
212
Estas tres diferentes maneras de aplicarse a la oración sobre un misterio, así
como a la santa presencia de Dios, pueden referirse a los tres estados de la
vida espiritual.
Los
coloquios por discursos y razonamientos numerosos, al de los principiantes; las
reflexiones raras continuadas por largo tiempo, al de los proficientes; y la
simple atención, al de los adelantados.
Del
acto de adoración
213
Después que se ha hecho un acto de fe sobre el misterio, y haberse ocupado
algún tiempo en el mismo por alguno de los modos que se acaban de proponer, es
muy conveniente hacer un acto de adoración, para rendir homenaje a Nuestro
Señor, por haber obrado el misterio objeto de la oración; permaneciendo con
esta atención en su presencia, con profundo respeto.
214
Lo cual se puede hacer de la manera que sigue, considerando a Nuestro
Señor Niño, recién nacido y expuesto en el pesebre:
a
Postrado humildemente
ante vuestro pesebre,
¡oh Santísimo y adorable Niño Jesús!,
os adoro con el más profundo respeto,
reconociéndoos por el Dios de la majestad,
que habitáis en el cielo
en una luz inaccesible,
según dice San Pablo.
b
Vos sois, Señor mío,
el Verbo eterno, engendrado del Padre Eterno.
Por Vos han sido hechas todas las cosas,
y por Vos, oh sabiduría del Padre,
subsisten
y son gobernadas.
Os
hicisteis hijo del hombre
por amor a los hombres y para salvarlos.
Llenos están el cielo y la tierra
de vuestra majestad y gloria;
y Vos estáis hospedado en un establo
y reclinado en un pesebre.
c
¡Oh Dios grande,
hecho niño pequeño!
Os adoro con todo mi corazón;
adoro vuestra grandeza infinita
encerrada en ese cuerpecito de niño,
sin dejar
de llenar y contener todo el universo.
d
Dios mandó a sus Ángeles,
dice San Pablo,
que os adorasen en vuestro advenimiento
al mundo.
Y esto es lo que hacen
glorificando a Dios Altísimo,
y anunciando la paz
que traéis a la tierra
a los hombres de buena voluntad.
Únome
a los espíritus celestiales
para tributaros,
¡oh Dios mío y Salvador mío!
todos los homenajes que os son debidos.
e
Humíllome delante de Vos,
Señor de los Ángeles y de los hombres,
para rendiros homenaje
con todas las potencias de mi alma;
anonádome a vuestros pies,
para adorar vuestro abatimiento
y honrarlo con el mío,
en cuanto me sea posible.
215
Otra manera de adorar a Nuestro Señor Niño en los brazos de su
Santa Madre
a
¡Oh Altísimo y Eterno Dios,
que estáis sentado en el cielo sobre los querubines,
según dice vuestra Sagrada Escritura,
y sois engendrado del Padre en el esplendor de los Santos!:
vuestro amor para con nosotros os movió
a abatir vuestra majestad infinita,
hasta haceros niño pequeño
semejante a nosotros,
y nacer de una Virgen.
b
Os adoro en los brazos de vuestra Santa Madre,
como en el trono
más digno de vuestra majestad,
después del seno de vuestro Padre celestial.
Me abismo a los pies de este trono de gracia,
para tributar a vuestra suprema majestad
todo el honor que me sea posible.
Os
reconozco por mi Dios,
mi Redentor y Salvador,
que venís
a rescatarme y librarme de mis pecados.
c
Vos sois, Señor, el verdadero Cristo, Hijo de Dios vivo, el Mesías enviado de
Dios, vuestro Padre,
prometido por los Profetas,
y por tanto tiempo deseado,
como el único Salvador del mundo.
Os
adoro, ¡oh Jesús,
Hijo de Dios, Hijo de David,
e Hijo de la Virgen Inmaculada!
d
Vos sois mi Señor y mi Dios.
Me someto total e irrevocablemente a Vos,
como a mi Rey eterno,
de quien dependo
y quiero depender para siempre.
Os juro, ¡oh Soberano Señor mío!,
eterna fidelidad, obediencia y amor.
e
Asistidme, ¡oh adorable Salvador mío!,
con la gracia poderosa
que vinisteis a traernos y merecernos
por vuestro santo nacimiento;
para que persevere constantemente
hasta la muerte
en la fidelidad
que os debo
y os prometo.
f
La que os pido, ¡oh amable Jesús mío!,
por intercesión de vuestra Santísima Madre.
216
Acto de homenaje a la Santísima Virgen, como a Madre de Dios
a
Gloriosísima Virgen, Madre de mi Dios,
en este día felicísimo
en que disteis purísimamente a luz
al Dios Niño,
vinisteis a ser de un modo particular
la Madre de los hombres,
y la reina
de todas las criaturas del cielo y de la tierra.
b
Me postro con toda mi alma a vuestros pies
para tributaros toda la gloria y honra
que por este motivo se os puede tributar.
Vos sois la Madre de mi Criador y la mía;
Vos sois mi reina y señora.
Os alabo, os respeto y amo
sobre todas las cosas
después de Dios y de vuestro divino Hijo;
y me someto a vuestro dulce imperio
en el tiempo y en la eternidad.
Y
¿quién podrá, amable Madre mía,
dejar de someterse a él,
después que el mismo Dios
se dignó sujetarse a vuestra obediencia
en calidad de hijo vuestro?
¡Oh! sí; de todo corazón me someto a este dominio.
c
Suplícoos, Santísima Madre de Dios,
que me alcancéis de vuestro queridísimo Hijo
la gracia de vivir y morir
en su obediencia y en la vuestra.
Del
acto de agradecimiento
217
Después de haber adorado a Nuestro Señor en el misterio, tributándole así el
primer homenaje que se le debe, se hace un acto de agradecimiento para
manifestar a Nuestro Señor nuestra justa gratitud, y darle gracias por el amor
que nos manifestó al obrar este misterio, y por todo cuanto su excesiva caridad
le hizo emprender y padecer en orden a nuestra santificación.
218
Lo cual puede hacerse poco más o menos de este modo:
a
Muy justo es, ¡oh Dios mío!,
que después de haber hecho tanto por mí,
como el haceros hombre
y nacer en forma de niño,
para ofreceros en sacrificio
a la justicia de Dios, vuestro Padre,
como víctima viva, pura, santa
y agradable de Dios,
para expiación de mis pecados y santificación mía;
muy justo es, digo,
que os manifieste por ello perfecto agradecimiento,
y os dé humildísimas gracias.
Os agradezco con todo mi corazón, ¡oh Dios mío!,
tan gran bondad;
os doy miles de gracias
por tan gran beneficio.
b
Por mis pecados me había hecho
hijo y esclavo del demonio,
objeto del odio de vuestro Padre
y digno de muerte eterna.
Pero Vos os habéis movido a compasión
a vista de mis miserias y desgracias,
bajando a este mundo para librarme de ellas.
¡Oh caridad infinita de mi Dios!
¡Oh bondad incomprensible!,
¿cómo podré yo pagaros tan gran merced?
c
Quisiera ofreceros por ella un agradecimiento infinito; pero como no puedo,
os suplico, amable Salvador mío,
os dignéis suplir mi impotencia
aceptando mi buena voluntad,
la ofrenda que os hago
de todas las acciones de gracias
de vuestra Santa Madre
y de todos los bienaventurados ángeles y santos,
así como
la de todos mis pensamientos, palabras y obras;
suplicándoos las bendigáis
y las hagáis aceptas a vuestros ojos,
uniéndolas a las vuestras.
d
No pretendo en todo esto
sino agradar a Vos sólo, ¡oh Dios mío!
e
Os ofrezco además mi voluntad,
no queriendo ya hacer uso de ella,
sino con sumisión y dependencia a la vuestra.
f
Esta gracia os pido, ¡oh Dios mío!,
por los méritos de vuestro santo nacimiento.
Capítulo
9
De
los tres actos que se refieren a nosotros mismos
219
Después de los tres primeros actos, que se refieren a Nuestro Señor, se hacen
los tres que siguen, los cuales se refieren a nosotros mismos, y son:
acto
de confusión,
de contrición
y de aplicación.
220
Se hace el acto de confusión, reconociendo uno delante de Dios cuán
avergonzado debe estar por no haber procurado como debía, hasta el presente,
adquirir el espíritu del misterio, es decir, esmerarse por proceder con la
sencillez, docilidad y sumisión que conviene a un hijo de Dios; por no haber
menospreciado las riquezas, los placeres y los honores temporales, prefiriendo a
ello la pobreza, los sufrimientos y los desprecios, a imitación de Nuestro
Señor en su nacimiento.
Es
también muy a propósito recordar las principales ocasiones en que se ha
faltado para sentir así mayor confusión.
221
Puede hacerse este acto del modo siguiente:
a
¡Cuánta vergüenza y confusión debo tener,
Señor y Dios mío,
considerando y reconociendo,
en vuestra santa presencia,
lo poco o casi nada que me he esforzado
hasta ahora
para adquirir el espíritu del misterio
de vuestro santo nacimiento e infancia!
¡Ay, Señor mío!,
todavía no he detenido siquiera una vez
los ojos del espíritu y de la fe
en este misterio que obráis
tanto para mi instrucción
como para mi santificación.
b
¿Qué hacéis, Dios mío?
¡Os humilláis y anonadáis, oh Señor mío!
¡Y cómo confundís mi orgullo,
y cómo me cubrís de vergüenza!
Cuántos motivos tengo para hacerme a mí mismo
estos reproches de San Bernardo:
Gusanillo de la tierra, avergüénzate,
pues Dios se humilla
y tú te ensalzas;
Dios se somete a los hombres,
y tú, soberbio,
no quieres someterte a tu Dios.
Os
veo
pobre y en la más extrema indigencia,
en la mortificación y el sufrimiento;
y yo,
miserable e indigno pecador,
que debería estar en el infierno
padeciendo penas infinitas,
no quiero sufrir nada,
ni pobreza ni dolor.
¡Oh, Dios mío, cuánto me confunde esto delante de Vos!
c
Y a fin de aumentar mi confusión,
quiero recordar a lo menos
algunas de las ocasiones
en que dejé de practicar
las virtudes
de que me dais tan admirables ejemplos.
Dios mío, he faltado
a la sumisión, a la docilidad, a la sencillez,
en tales y cuales ocasiones ...,
he huido de la pobreza ... ;
he tenido apego
a tales y cuales cosas... ;
he buscado mis comodidades
en tales y cuales ocasiones...
¡Oh Dios mío, cuánta confusión tengo!
d
Dignaos aceptarla benignamente
en satisfacción de mis pecados.
Del
acto de contrición
222
Si el acto de confusión se ha hecho con la debida aplicación e intensidad,
dispone eficazmente al acto de contrición, que conviene hacer para pedir a Dios
perdón de las faltas que se han cometido contra el espíritu del misterio;
resolviendo ser en adelante más fiel en adquirirlo y conformarse con él.
223
Puede hacerse como sigue:
a
No solamente, ¡oh Salvador mío!,
tengo una extrema confusión al ver
que casi siempre he vivido
con disposiciones y sentimientos
enteramente diferentes de los vuestros
en este misterio,
sino que además me duelo de ello de lo íntimo del alma.
b
¡Oh Dios mío,
cuánto sentimiento y dolor experimento
por una conducta tan poco cristiana!
c
Os pido humildemente perdón,
por los méritos
de vuestro santo nacimiento y divina infancia.
d
Asistidme, amable Salvador mío,
con vuestra santa gracia,
mediante la cual
os prometo ser en adelante
más fiel en dejarme conducir por ese espíritu.
Del
acto de aplicación
224
Después del acto de contrición, será muy conveniente hacer un acto de
aplicación, para mejor aprovecharse del misterio. Lo cual se hace aplicándose
a sí mismo el misterio: considerando delante de Dios la gran necesidad que se
tiene de entrar en el espíritu del misterio; previendo las ocasiones en que
debemos hacerlo; tomando medios propios y particulares para conducirnos según
este espíritu, cuando se presente ocasión.
225
Puede hacerse, poco más o menos, de este modo:
a
Reconozco en vuestra santa presencia,
¡oh divino Salvador mío!,
la gran necesidad que tengo
de entrar en el espíritu del misterio
de vuestro santo nacimiento,
practicando e imitando
los admirables ejemplos que me dais.
¡Oh, cuán dignos de ser imitados!
¡Cuánta necesidad tengo, Dios mío,
de sencillez, de humildad, de dulzura,
de docilidad, de sumisión y de obediencia!
b
Todas estas virtudes resplandecen en Vos, ¡oh Señor mío! de un modo
tan sorprendente, tan perfecto y tan admirable,
que deja a todos los ángeles sobrecogidos y atónitos.
En efecto, ¡qué motivo de asombro
no es ver al Dios grande, todopoderoso y eterno,
que llena con su inmensidad el cielo y la tierra,
al soberano Señor de todas las cosas,
delante de cuya majestad
tiemblan de respeto y de temor
los querubines, y las potestades del cielo,
reducido a la condición de un niñito!
¡Aquel a quien todas las criaturas deben obediencia,
obedecer con sumisión a sus criaturas!
¡Qué prodigio!
c
Pero, Dios mío,
¿para qué tan extraños excesos?
¡Ah , ya lo entiendo, por vuestra gracia,
oh amable Salvador mío!
Queréis
enseñarme, con vuestro ejemplo,
a humillarme, a obedecer
con la sencillez, docilidad
y sumisión de un niño,
a los que me dais para guiarme.
Si no hubieseis tenido otro designio
que el de rescatarme,
no era necesario
tomaros tanto trabajo:
vuestra sola encarnación era más que suficiente;
pero quisisteis enseñarme con vuestro ejemplo
a humillarme y someterme,
como lo hicisteis Vos mismo.
d
Paréceme que estoy oyendo
a vuestro Padre celestial decirme,
mostrándome a vuestra adorable persona
abatida y anonadada bajo la forma de un niño:
Os digo en verdad,
que si no os convirtiereis
e hiciereis semejantes a este niño,
no entraréis en el reino de los cielos.
¡Oh Dios mío!
bien convencido estoy de esta verdad
que si quiero
participar de vuestra gloria en el cielo
es preciso que me haga
semejante a Vos en la tierra.
e
Estoy resuelto a ello
mediante el auxilio de vuestra divina gracia.
Vos me enseñáis
con vuestra extrema pobreza,
y sufrimientos,
a preferir
la pobreza, los menosprecios del mundo
y la mortificación
a las riquezas, honores
y placeres:
eso quiero yo hacer, a imitación vuestra.
f
Ayudadme, Señor,
porque sin Vos nada puedo.
226
Al hacer el acto de aplicación es cuando se forman las resoluciones (por más
que puedan tornarse o renovarse en cualquier otro acto); esto es lo que se
entiende por tomar los medios propios y particulares para conducirse según el
espíritu del misterio.
227
Las resoluciones han de tener tres cualidades:
1º
han de ser presentes, de modo que puedan cumplirse el mismo día en que se
forman.
2º
particulares, esto es, que debe uno proponerse algunas prácticas concretas,
conformes a las virtudes que se enseñan en el misterio y prever las ocasiones
en que se deberá tratar de ponerlas por obra.
3º
deben ser eficaces, esto es, que se ha de tener cuidado en cumplirlas cuando se
presente ocasión, sin desperdiciar ninguna.
228
Modo de hacer dichos propósitos
a
Dios mío,
para aprovecharme
de la gracia de vuestro santo nacimiento,
y para imitar los santos ejemplos que me dais,
b
hoy
me acusaré de mis faltas,
con toda la sencillez que me sea posible;
obedeceré a los que tienen autoridad sobre mi,
ciegamente en todas las cosas,
sin pensar en nada,
sino que he de obedecer
como Nuestro Señor Niño.
Si me mandaren tales o cuales cosas...,
Me parece que tendría mucha repugnancia.
Santísimo Niño Dios
por amor vuestro
y para imitaros
me dispongo a ello.
Daré cuenta de mi conciencia
sin disfraces;
declararé todo lo que sucede en mi interior
con sencillez y candor
como un niño,
en vuestro honor, ¡oh divino Niño!
c
Tal vez hoy
me quiten o me cambien tales o cuales cosas... ;
me parece que me mortificaría
el que me privasen de tales o cuales otras...
Dios mío, para honrar vuestra pobreza
me resigno a ello;
y si tal cosa sucediere,
os bendeciré y me alegraré.
Me parece que tengo afición a tales cosas ...
Pues bien,
por vuestro amor y para imitaros,
lo manifestaré,
para que, si lo juzgan oportuno,
me lo quiten o cambien;
pues prefiero
ser pobre y desnudo de todo
con Vos, ¡oh Dios mío!
que rico
sin Vos.
Suplicaré que se me ejercite en todas estas cosas
que me costarían
y manifestaré cuáles son.
d
Ayudadme, os suplico, ¡oh amable Salvador mío!,
con vuestra gracia,
a poner fielmente en práctica estas resoluciones.
e
Y para alcanzar tal favor de vuestra bondad,
me propongo
tener especial devoción
a vuestra divina infancia
y rezar
con mucha atención
la letanía en su honor;
os honraré particularmente
el 25 de cada mes.
f
Para moverme a hacerme niño e imitaros
pensaré a menudo
que vuestro Padre celestial
me dirige estas palabras:
Os digo en verdad
que si no os convirtiereis
y no os volviereis semejantes a este niño,
no entraréis en el reino de los cielos.
Capítulo
10
De
los tres últimos actos de las segunda parte
229
Después de los tres actos que se refieren a nosotros, quedan aún por hacer
otros tres, de los cuales
el
primero es de unión con Nuestro Señor;
el segundo, de petición a Dios;
el tercero, de invocación a los Santos a los que se profesa especial devoción.
Del
acto de unión con Nuestro Señor
230
Se hace un acto de unión con Nuestro Señor, uniéndose interiormente a su
espíritu en el misterio, y a las disposiciones interiores que en él tuvo;
pidiéndole que nos haga partícipes de ese espíritu y disposiciones;
suplicándole con instancia nos conceda la gracia de entrar en el espíritu del
misterio, y practicar las virtudes que enseña.
231
Ya que Nuestro Señor se hizo hijo del hombre para merecernos la gracia de ser
regenerados según el espíritu, y ser hechos hijos de Dios por la adopción y
gracia que está en Jesucristo, lo cual vino Él a traer a los hombres, como
dice San Juan: es muy conveniente unirse a Jesús en su nacimiento, para entrar
en comunicación y participación de su espíritu, por el cual podemos llegarnos
al Padre como hijos adoptados en su Hijo unigénito; y, al propio tiempo, pedir
al mismo Jesucristo que nos una a sus disposiciones.
232
Lo cual puede hacerse por el acto de unión en la forma siguiente:
a
Me uno a Vos, divino Jesús, Niño Dios,
con gran deseo de hacerme participante
del espíritu de vuestra santa infancia,
de vuestras disposiciones,
de la gracia que me habéis merecido
en el misterio de vuestro santo nacimiento.
b
Os suplico humildísimamente, amable Niño Jesús,
me atraigáis Vos mismo a vuestro divino Corazón;
y me unáis a vuestro Santo Espíritu,
y a las disposiciones que teníais
en el establo de Belén,
recostado en el pesebre sobre el heno y la paja
(o bien en los brazos de vuestra Santísima Madre).
c
Os suplico con instancia
me comuniquéis vuestros sentimientos
de humildad, docilidad, sumisión y obediencia
para con vuestro Padre celestial,
vuestra Santa Madre
y vuestro padre nutricio,
el gran san José.
Haced,
Señor, que por vuestra gracia
me halle yo animado
de las mismas disposiciones
respecto a los que tienen derecho de mandarme;
haced más: dadme prontitud y disposición de ánimo
para someterme con sencillez,
a imitación vuestra,
a toda clase de personas.
d
Hacedme participar plenamente
en Vos, Señor,
de vuestro amor
a la pobreza, a la mortificación y a los sufrimientos;
haced que ame estas cosas,
y las practique por motivos de fe,
en unión con vuestro espíritu y disposiciones,
por la moción y efecto
de vuestra santa gracia, activa y operante,
a la cual os prometo cooperar
cuanto me sea posible.
e
Ayudadme poderosamente,
¡oh mi buen Jesús, Salvador mío!,
porque soy débil.
Convertidme, Señor,
con vuestra gracia
en una criatura nueva,
que no viva ni obre
como hijo del hombre pecador,
sino como hijo de Dios,
regenerado y adoptado en Vos por el Padre Eterno.
f
Imprimidme como sello en la cera:
que yo esté en Vos y Vos en mí
verdadera eficazmente;
que no viva más en mí y por mí,
sino en Vos y por Vos
de modo que
Vos seáis quien viváis y obréis en mí.
g
Concededme, Señor, vuestro espíritu de filiación,
que me dé la confianza de clamar a Dios
en unión con Vos:
¡Abbá, Padre!
Del
acto de petición
233
Cuando se ha hecho de una manera verdaderamente interior este acto de unión con
Nuestro Señor y estamos ya unidos a El interior e íntimamente, entonces nos
hallamos bien dispuestos para presentarnos delante de Dios Padre, con una
confianza filial de alcanzar de Él el espíritu del misterio y todas las
gracias que Nuestro Señor nos ha merecido en él.
234
Por eso, el acto que sigue se refiere al Padre Eterno, pidiéndole humildemente
el espíritu del misterio, suplicando a Dios con confianza nos lo conceda por
Nuestro Señor y en unión con El, en quien únicamente y por cuyo Espíritu nos
atrevemos a pedirlo y esperamos alcanzarlo.
235
Lo cual puede hacerse de esta forma:
a
Padre Eterno,
que sois el Señor del cielo y de la tierra,
cuyo amor a los hombres fue tan grande
que les enviasteis a vuestro Hijo único
para que los que creyesen en El y le recibieren
no perezcan,
sino que, hechos hijos adoptivos
en Cristo, vuestro Hijo,
tengan la vida eterna;
b
os suplico humildemente
os dignéis
concederme el espíritu del misterio del nacimiento
de vuestro amadísimo Hijo,
quien por nuestro amor
quiso hacerse niño;
y dame, por amor de este vuestro Hijo,
un corazón y espíritu de hijo,
para que os ame
como a mi verdadero y único Padre
para que os tema, honre y obedezca
como lo hace todo buen hijo con su padre.
c
Concededme para todo esto, ¡oh Dios mío!,
Abundante participación
del Espíritu y de la gracia de vuestro Hijo.
Regeneradme en El, ¡oh Dios mío!,
en espíritu y en gracia.
Dadme
espíritu de sumisión y obediencia
a Vos
y a los que ocupan vuestro lugar en la tierra.
d
Haced, os suplico, que desprecie
las riquezas perecederas,
los vanos honores de este mundo
y los placeres transitorios de esta vida,
pues no acarrean sino males eternos;
y vuestro Hijo
los rechazó,
enseñándome así a buscar otros
más convenientes a la calidad de hijo de Dios,
que vino a merecerme.
Haced,
Señor, que abrace, a imitación suya,
la pobreza,
los desprecios
y sufrimientos de esta vida,
como medios para alcanzar la verdadera bienaventuranza.
e
Os suplico instantemente, ¡oh Padre y Dios mío!,
me lo concedáis,
en unión con Nuestro Señor, y por Nuestro Señor,
en quien y por cuyo Espíritu
me atrevo a pedirlo y espero alcanzarlo
de vuestra paternal bondad.
Pues no puede ser,
dice San Pablo,
que al darnos a vuestro Hijo,
único objeto de vuestro amor,
no nos deis todas las cosas en El y por El.
Acto
de invocación a los Santos
236
El último acto de la segunda parte es un acto de invocación a los Santos de
nuestra particular devoción.
Es
muy útil pedir a los Santos que nos ayuden con su intercesión, pues, según
dice un Santo, Dios concede a menudo a sus oraciones lo que niega a las nuestras
a causa de la imperfección que no pocas veces las acompaña.
237
Sin duda, cuando el acto de unión con Nuestro Señor se ha hecho bien, debemos
confiar que alcanzaremos del Padre Eterno lo que le pedimos en nombre y en
unión de su queridísimo Hijo. Pero como no podemos estar ciertos de haber
hecho los actos de unión y de petición con la debida perfección, conviene
acudir a los santos, para que con el auxilio de sus oraciones e intercesión,
siempre agradables a Dios, cuyos amigos son, alcancemos el efecto de nuestras
peticiones; a más de que, como dice la Iglesia, la superabundancia de los
sufragios de los Santos es para nosotros gran auxilio ante Dios.
238
Se hace un acto de invocación a los Santos a los que se tiene particular
devoción, principalmente a los que estuvieron presentes al misterio, o tuvieron
parte en él, suplicándoles se interesen por nosotros ante Dios, impetrándonos
el espíritu del misterio, y manifestándoles la grande confianza que tenemos en
su intercesión.
239
Pero a quien se debe de invocar con preferencia es a la Santísima Virgen,
aunque no hubiese tomado parte en el misterio, por ser nuestra madre, nuestra
abogada y medianera ante su Hijo, porque nos ama, porque tiene grande poder ante
Dios, y quiere nuestro bien más que ninguno de los Santos, y aun más que todos
ellos.
240
También se ha de invocar a San José por ser patrono y protector del Instituto,
persuadidos de que goza de gran crédito ante Dios.
241
Lo mismo que al santo ángel custodio y a los santos patronos del bautismo y de
religión, que se interesan por nosotros de un modo particular, pues hemos sido
puestos bajo su especial protección y encomendados a sus cuidados por él mismo
Dios.
242
En el misterio del nacimiento de Nuestro Señor, la Santísima Virgen
contribuyó dándole a luz; San José cuidando de El en calidad de padre
nutricio; los ángeles asistieron a él para adorarle, glorificando a Dios, y
anunciarlo a los pastores que después le visitaron.
243
Este acto de invocación puede hacerse así:
a
Santísima Virgen, dignísima Madre de Dios,
por el infinito honor que os cupo
de ser Madre del Mesías, verdadero Dios,
y por la cooperación que tuvisteis
en el sagrado misterio de su Nacimiento,
dándole a luz virginalmente,
os ruego humildemente
os dignéis concederme vuestra poderosa protección
ante vuestro queridísimo Hijo
y su eterno Padre,
para alcanzarme el espíritu de este misterio.
b
Tengo gran confianza
de que vuestra maternal bondad
querrá otorgarme esta gracia
y que, en atención a Vos,
Dios me concederá con abundancia
y misericordiosamente todo ello.
244
Invocación a san José.
a
¡Oh gran san José,
mi glorioso y bondadosísimo padre!,
Os suplico humildemente,
por el amor tiernísimo y lleno de reverencia
con que recibisteis en vuestros brazos
al Verbo encarnado, al Hijo de Dios hecho hombre,
como hijo adoptivo vuestro,
queráis uniros a la Santísima Virgen,
vuestra amadísima esposa y mi honorabilísima señora,
para pedir a Nuestro Señor y a su Padre celestial
me conceda el espíritu de este misterio de salvación,
con toda la plenitud de que puedo ser capaz,
por la misericordia y gracia de Dios.
b
Tengo grandísima confianza de que Dios me concederá
todo cuanto le pidiereis para mí;
de lo cual os guardaré, a Vos y a vuestra sagrada esposa,
eterna gratitud.
245
Invocación a los santos ángeles y a los pastores.
a
Santos ángeles de Dios,
que presenciasteis el nacimiento del Niño Dios,
para adorarle y tributarle vuestros homenajes;
b
por la alegría con que
glorificasteis al Dios altísimo
y a su Hijo encarnado,
y convidasteis a los hombres
a que fueran a rendirle vasallaje,
anunciándoles la buena nueva
de su feliz nacimiento,
os suplico roguéis a Dios y a su amadísimo Hijo
me conceda el favor de participar
del espíritu y gracia del misterio,
según la grandeza de su misericordia.
c
Afortunados Pastores, que tuvisteis la dicha
de ver los primeros al Salvador del mundo,
de ser los testigos de sus admirables virtudes,
y de aprovecharos de la paz y gracias
que trajo a la tierra,
en favor de los hombres de buena voluntad;
d
os suplico roguéis a Nuestro Señor
me conceda misericordiosamente participar
de esta paz y de estas gracias,
y que por medio de ellas
pueda yo compartir el espíritu de este misterio
practicando las virtudes
de que me da ejemplo mi divino Salvador.
246
Invocación al ángel custodio y a los santos patronos, etc.
a
Santo Ángel de Dios, fiel custodio mío;
ilustres santos N. N. , mis gloriosos patronos,
os suplico por lo mucho que os interesáis por mí
y por el amor que profesáis
a Dios y a su Hijo Jesucristo,
nuestro amable Salvador,
que empleéis vuestro valimiento ante la divina bondad
para alcanzarme
el espíritu del misterio
y la gracia de practicar fielmente
las resoluciones que he tornado.
b
Confío mucho
en vuestra caridad e intercesión
considerándoos y honrándoos
como a mis padres y protectores ante Dios
c
Y a vosotros todos,
¡oh, bienaventurados ángeles, santos y santas!,
Os pido el mismo favor,
por el amor de Dios
y salvación de mi alma.