Meditaciones sobre las fiestas principales del año

Por San Juan Bautista de la Salle

 

78. PARA LA FIESTA DE SAN ANDRÉS APÓSTOL

30 de noviembre (*)

San Andrés fue por algún tiempo discípulo de san Juan Bautista; mas, pasando Jesucristo por la ribera del Lago, le llamó junto con su hermano Pedro, diciéndoles que le siguieran y El los haría pescadores de hombres (1). Al punto, san Andrés lo dejó todo, y se fue en pos de Jesucristo como discípulo suyo. Había tenido la suerte de conocer tiempo antes a Jesús, por habérselo mostrado san Juan, y ya desde entonces comenzó a seguirle (2). Por eso cabe a este Santo la honra de ser el primero de los discípulos de Jesucristo, quien le manifestó siempre afecto muy particular y le guardó con frecuencia junto a Sí. El medio para ser amado de Jesús con predilección es aficionarse a Él, dejarlo todo por Él sin vacilar, y hacer cuanto Él ordene o inspire, tan pronto como se oye su voz.

Vosotros tenéis la dicha de haberos alistado entre los seguidores de Jesucristo y de haber dejado el mundo: ¿habéis renunciado a todo por Él? ¿No hay ya nada a que viváis apegados?

¿Sois fieles en seguir la voz de Dios cuando os habla en la oración? ¿No desoís con frecuencia sus santas inspiraciones? Y, como dice el Real Profeta, ¿no endurecéis vuestros corazones (3) y los hacéis rebeldes a la gracia que los previene para que pongan por obra lo que Dios les pide?

¿Qué ocurre cuando así se procede? Que Dios retira su gracia, nos deja a nuestra suerte, y a merced de nuestra flaqueza; faltos entonces de la gracia de nuestro estado, nos vemos incapaces de perseverar en él.

San Andrés puso por obra fielmente lo que Jesucristo le predijo al llamarle a la fe diciéndole que sería pescador de hombres; esto es, que ganaría hombres para Dios y los conduciría a Jesucristo utilizando las redes de la gracia apostólica, que El había de comunicarle.

Recibió ya parte de esta gracia en el momento mismo en que conoció a Jesús; pues condujo a El a su hermano san Pedro (4); lo cual movió a decir a san Pedro Damiano que san Andrés, desde los comienzos de su iniciación cristiana, trabajó ya en el aprovechamiento de los prójimos, y que fue predicador de la verdad cuando apenas era su oyente; que, no contento con mirar por su propia salvación, siendo aún discípulo novato, buscaba, además, condiscípulos.

San Andrés continuó dando pruebas de su celo en multitud de países, después de la venida del Espíritu Santo; pues no ignoraba que Jesucristo dejó a sus Apóstoles en la tierra con el único fin de que predicasen por doquier su doctrina (5).

Vosotros, que habéis sido llamados, como los santos Apóstoles, para dar a conocer a Dios; necesitáis, a fin de ponerlo por obra, vivir animados de celo ardiente. Pedid a Dios una parte del que tuvo este santo Apóstol y, tomándole por modelo, anunciad incansablemente a Jesucristo y sus santas máximas.

Idlas a buscar en Jesucristo, permaneciendo a menudo en su compañía, por vuestra asiduidad a la oración. Allí, tras de haberos convencido de la obligación en que estáis de instruir a los otros, aprenderéis a no escatimar trabajo alguno para procurar a Dios toda la gloria que os sea posible.

Después de anunciar san Andrés el Evangelio en Acaya, fue conducido ante Egeas, procónsul de aquella provincia. Este le prohibió seguir predicando al pueblo la Buena Nueva; pero tales prohibiciones no consiguieron que renunciara el Santo a ejercer su ministerio; pues consideraba que Jesucristo era mucho más digno de respeto que el procónsul, y que, según respondió san Pedro al príncipe del pueblo judío, era justo obedecer a Dios antes que a los hombres (6).

Habló luego san Andrés con tanto ardor de Jesucristo, de sus humillaciones y de la cruz en que había expirado; que el juez le condenó a morir de igual modo que su divino Maestro; no sin que le maniataran y azotaran cruelmente, antes de sujetarle al patíbulo.

Tan pronto como el santo Apóstol vio la cruz que le habían preparado, exclamó: " ¡Oh cruz preciosa!; mucho tiempo ha que te deseo con afán y que con ansia te busco. Ahora que te encontré, recíbeme amorosamente en tus brazos como recibiste a Jesucristo, que tuvo a gala morir en ti, y que te ha hecho amable y gloriosa ".

¡Hecho sorprendente! Tan ardoroso fue el celo de este santo Apóstol, que no pudo amenguarse hasta el momento de morir; por eso, desde la cruz, donde es tuvo pendiente dos días, predicaba e instruía sin cesar al pueblo que le rodeaba.

¿Tenéis vosotros tanto amor a los padecimientos como san Andrés a la cruz en que murió? Las penas, las incomodidades y las persecuciones que os acarrea el ministerio, lejos de abatir vuestro valor, ¿sirven para avivar en vosotros el celo, y para excitaros más y más a extender el conocimiento y amor de Jesucristo?

79. PARA LA FIESTA DE SAN FRANCISCO JAVIER

2 de diciembre (*)

Tan pronto como se juntó a san Ignacio san Francisco Javier, y siguió por consejo suyo los ejercicios espirituales, en los que forjó el propósito de entregarse totalmente a Dios; despertóse en él amor muy grande a los padecimientos y, sobre todo, a la mortificación del cuerpo y de los sentidos.

Este sentimiento le movió a ejercitarse en penitencias extraordinarias, como pasar en ocasiones tres o cuatro días sin comer, o absteniéndose cuando comía, no sólo de vino y carnes, sino también de pan de trigo, y de todo alimento que no fuera basto y del que suelen hacer uso los pobres.

Utilizaba para macerarse disciplinas de hierro, y se azotaba con tal rudeza, que corría en abundancia la sangre por las heridas que se causaba. Dormía muy poco y acostado en el suelo sobre un poquito de paja.

Una vez entre otras, se ató todo el cuerpo con cuerdas durante tanto tiempo, que éstas penetraron en la carne y le produjeron tan peligrosa enfermedad, que se consideró incurable; recobró milagrosamente la salud gracias a la oración de sus compañeros. En otra ocasión, aplicó sus labios a la úlcera llena de pus que tenía un enfermo, y cuya vista revolvía las entrañas.

Llevando vida tan penitente es como se prepararon a salvar las almas y se pusieron en condiciones de producir los mayores frutos en su ministerio, aquellos santos que más se han distinguido por sus trabajos apostólicos.

Dios os ha elegido a vosotros para tan noble empleo; si no os es dado practicar tan extraordinarias austeridades, debéis, al menos, mortificar los sentidos y el espíritu propio, que no debe vivir ya en vosotros; pues Dios os exige que viváis y os dejéis conducir únicamente por su divino Espíritu.

San Francisco Javier, de quien Dios quería servirse para realizar empresas tan gloriosas, tomó muy a pechos el amor de las humillaciones; porque sabía que a los humildes concede Dios en más abundancia sus gracias para convertir los corazones (1).

Y Jesucristo lo dio bien a entender así cuando propuso a los Apóstoles como única lección que deseaba aprendieran de Él, la de ser " mansos y humildes de corazón " (2); intentaba con ello demostrarles que nada podía capacitarlos mejor para el ministerio de convertir las almas que la humildad.

Por espíritu de humildad, efectuó siempre a pie sus viajes san Francisco Javier, por largos que fuesen, si se exceptúan aquellos en que le fue necesario atravesar los océanos. Por la misma razón, se hospedaba generalmente en los hospitales y, durante una larga travesía por mar, se constituyó en criado de todos sus compañeros de navegación. Más tarde, sirvió por dos meses como lacayo a un caballero japonés. También por humildad, escribía de rodillas a san Ignacio, su superior.

Así se dispuso este Santo a convertir tantas almas; pues Dios suele usar semejante modo de proceder con aquellos que le sirven con humildad, según dio testimonio en su cántico la Santísima Virgen, de haberlo hecho Dios en Ella (3): cuanto más humildes, más grandes maravillas opera Dios en sus servidores.

¿Queréis convertir y ganar fácilmente para Dios a vuestros discípulos? " Sed niños, como ellos, según quiere san Pablo, no en prudencia, sino en malicia " (4). Cuanto más pequeños os hagáis, y más gustéis que os tengan por tales; cuanto más os aficionéis a las persecuciones y humillaciones que os pudieren sobrevenir; tanto más fácilmente moveréis los corazones de los que educáis y los determinaréis a vivir como verdaderos cristianos

Es increíble el número de almas que ganó para Dios san Francisco Javier, por haberse llenado del espíritu de Dios antes de ocuparse en la predicación del santo Evangelio. Se cuentan por centenares de miles las personas convertidas por él en las Indias y el Japón. Bautizó a varios príncipes y aun a algunos reyes.

Ocupábase el Santo en predicar, catequizar, confesar y visitar los hospitales. En fin, su celo fue tan extraordinario, que estaba siempre dispuesto a ejercer a cualquier hora, las funciones apostólicas; y nada, por vil que fuere, lo consideraba indigno de su persona, cuando se trataba de convertir las almas.

Tenía, particularmente, celo tan singular este Santo por la instrucción de los niños - celo que le fue inspirado por san Ignacio - que recorría las calles tocando una campanilla, para invitarlos a ir al Catecismo; y el personalmente se ocupaba en enseñarles los principales misterios de nuestra religión.

¡Por cuán felices debéis teneros en haber sido llama dos a ejercer en la Iglesia la misma función que este gran Santo, de la que él se honraba! Aspirad a compartir con él el celo que le consumía en tan noble empleo, y utilizad los medios de que él se sirvió para disponerse a obrar tantas conversiones.

80. PARA LA FIESTA DE SAN NICOLAS, OBISPO DE MIRA

6 de diciembre

Refiérese de san Nicolás que ya de pequeñito fue muy austero en su vivir, y que esa virtud se manifestó en el pecho de su nodriza cuando aún era niño de teta; pues los miércoles y viernes, no tomaba más que una vez al día

Acostumbrado así al ayuno, continuó practicando este santo ejercicio por el resto de su vida; durante la cual se esmeró siempre mucho en la práctica de la mortificación. Se vestía el cilicio con frecuencia, y Dios le ofreció también ocasiones de padecer y de ejercer la penitencia, en el prolongado destierro a que le condenó el emperador Diocleciano, durante el cual se tuvo por feliz el Santo de dar público testimonio de su fe.

La vida austera y penitente es guardiana de la castidad y dispone el alma a la amistad con Dios. Porque, independizándola del cuerpo y de los placeres bajos, la capacita para ocuparse en Dios y recibir sus luces, y aun aparta de ella todos los obstáculos que pudieran dificultarle la posesión del espíritu de Dios.

Si vuestra vida no es tan austera como fue la de este Santo, debéis conseguir, con todo, que lo sea de otra forma, y en consonancia con vuestro estado: mortificándoos en alguna medida diariamente durante las comidas, ya en la cantidad, en la calidad o en la manera de gustar los manjares; ya comiendo muy sobriamente, de modo que os levantéis de la mesa sin saciar por completo el apetito. Y, en general, negando a los sentidos lo que no sea absolutamente necesario. ¿Sois fieles en hacerlo así?

Este Santo amaba la oración y, por haber acudido a ella, apaciguó una furiosa tormenta en el mar, cuando se dirigía por devoción a Jerusalén, para visitar los santos Lugares.

Con el fin de orar más fácil y religiosamente, frecuentaba mucho las iglesias, adonde acudía muy de mañana; lo cual, según cuentan, dio ocasión a que le eligieran obispo, de manera que parece milagrosa.

La oración le ayudó mucho también a gobernar su diócesis, llenándole del espíritu episcopal y de la prudencia divina que necesitaba para dirigir las almas.

La obligación que tenéis de instruir a los niños y de inculcarles el espíritu cristiano, debe urgiros a ser muy perseverantes en la oración, a fin de alcanzar las gracias que necesitéis para el digno desempeño del cargo, y para atraer sobre vosotros las luces que os ilustren en la tarea de formar a Jesucristo en el corazón de los niños que tenéis encomendados a vuestra solicitud, y comunicarles el espíritu de Dios.

Convenceos de que, para llenaros de Dios en la medida que lo exige el estado donde os colocó su Providencia, estáis en la obligación de conversar frecuentemente con ÉL.

El amor de san Nicolás a los pobres fue sorprendente, y le obligaba a intentar todos los medios posibles de socorrer sus necesidades. Este amor le indujo a llevar por sí mismo secretamente, durante la noche y por tres veces consecutivas, lo necesario para dotar a tres doncellas, las cuales estaban en peligro de que su padre las prostituyera, por carecer de medios para casarlas.

Movido por esa misma caridad, libertó el Santo a un joven, cautivo de los sarracenos, que servía a la mesa del rey, por haberle invocado en el día de su fiesta rogándole que se le mostrara propicio.

Vosotros tenéis obligación de instruir a los hijos de los pobres; por tanto, debéis abrigar para con ellos particularísimos sentimientos de ternura, y procurar su bien espiritual cuanto os fuere posible, por considerarlos como los miembros de Jesucristo y sus predilectos (1).

La fe que ha de animaros, debe moveros a honrar a Jesucristo en sus personas, y a preferirlos sobre los más acaudalados de la tierra, porque son imágenes vivas de Jesucristo, nuestro divino Dueño.

Haced patente, por los cuidados que les prodiguéis, que los amáis de veras, y pedid a san Nicolás, su patrono, que os alcance de Dios alguna partecita de su amor a los pobres y, sobre todo, celo ardiente para ayudarlos a conservar la pureza, virtud tan difícil de mantener en siglo tan corrompido como el nuestro.

81. SOBRE SAN AMBROSIO, ARZOBISPO DE MILÁN

7 de diciembre

San Ambrosio, de gobernador de la provincia, pasó a ser obispo de Milán, por inspiración divina y de manera que pareció milagrosa, cuando se hizo presente ante la asamblea episcopal de aquella comarca, con el único objeto de evitar el desorden que intentaban promover los arrianos, para elegir prelado de su facción.

El Santo hizo entonces lo indecible para evitar que le eligieran; pero, no habiéndolo podido conseguir, se despojó al instante de cuanto poseía, y distribuyó todo su caudal a los pobres y a la Iglesia, con el fin de renunciar totalmente al siglo, en el momento mismo en que dejaba los cargos seculares. Así imitó a " los Apóstoles, que lo renunciaron todo para seguir al Señor y predicar su Evangelio " (1).

El espíritu de pobreza, que a este santo prelado se le infundió en su plenitud desde el momento de su exaltación al episcopado, le inspiró tal amor a los pobres que, por aliviar las públicas necesidades, no vaciló en vender hasta los vasos sagrados.

Hay que hacerse pobre para comenzar a ser plena mente de Dios. Es menester llegar, inclusive, a tener tanto amor a la pobreza como los mundanos tienen a las riquezas. Ese es el primer paso que quiere Jesucristo se dé al iniciar la carrera de la perfección (2).

¿Amáis vosotros efectivamente la pobreza? Y, para demostrarlo, ¿sentís contento cuando algo os falta aun de lo necesario? Poneos a prueba frecuentemente sobre este particular.

San Ambrosio fue agraciado con singular elocuencia, que, al ser nombrado obispo, de natural, pasó a ser celeste y plenamente divina. Le ayudó tanto en la conversión de las almas, que nada podía resistirle; y - supuesta la ayuda de Dios - tuvo en sí eficacia bastante para convertir a san Agustín, y hacer de aquel pertinaz maniqueo, uno de los más insignes doctores de la Iglesia.

A su elocuencia se debió también que le temieran los herejes y no osaran atacarle; pues por sí se bastaba para confundirlos a todos; tanto más, cuanto a la elocuencia y piedad juntaba maravillosa energía y firmeza, apoyadas en un desinterés extraordinario.

Vosotros no requerís elocuencia semejante; pero sí necesitáis celo apostólico parecido al de este Santo, para trabajar útilmente según vuestro empleo en la salvación de las almas.

Pedid a Dios con frecuencia el don de mover los corazones como san Ambrosio: es ésta la gracia de vuestro estado; pues de poco servirían las enseñanzas que dierais a los que instruís si, como dice de los judíos san Pablo, sus mentes permanecieran embotadas y endurecidas, después de tantas instrucciones, y si, tras de anunciarles con tanta frecuencia las verdades del Evangelio, continuase tendido siempre un velo sobre sus corazones (3).

San Ambrosio trabajó con resultados maravillosos en la restauración de la disciplina eclesiástica, cortando ciertos abusos que se habían deslizado en su provincia. Llevó en esto su entereza episcopal a grado tan eminente, que resistió a los mismos emperadores, cuando se oponían a sus proyectos.

Y, con el fin de poner base sólida al restablecimiento de la disciplina, consiguió que se diesen acerca de ella ordenanzas apropiadas, en los concilios a que asistió fuera de su provincia eclesiástica. Y en los varios que convocó dentro de su misma Iglesia, dejó establecidas normas, que sirvieron para perpetuar el bien logrado en ella merced a su celo personal.

Para que vuestro celo sea provechoso a los extraños, debéis ejercitarlo primeramente en vuestras personas y dentro de la comunidad. A este fin, es preciso que veléis para no tolerar en vosotros la menor falta, ni consentir que se deslice cosa alguna en vuestra conducta - que aun en parte mínima pueda desagradar a Dios - sin imponeros la penitencia suficiente para aportar el debido remedio.

Debéis también, por celo de la disciplina, contribuir a implantar y mantener tal observancia en la comunidad, que haga de ella un cielo en la tierra, donde reinen la caridad y la paz.

82. PARA LA FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCION DE LA SANTISIMA VIRGEN

8 de diciembre

Dios, que predestinó a María desde toda la eternidad para madre de su Hijo, la formó tal en su cuerpo y en su alma que fuese digna de llevarle en su seno.

A ese fin, la preservó de cuanto pudiera desagradar le, por pequeño que fuese. Y, como habría resultado indecoroso para la madre de Dios tener alguna parte en el pecado, la exceptuó Dios de la culpa original, por singular privilegio.

Es verdad que no podemos comprender como ello pudo realizarse; pero no es congruente que pongamos en duda la exención de pecado en la concepción de María, pues tal es el piadoso y común sentir de los fieles, visto con agrado por la Iglesia.

Honrad, pues, hoy a la Virgen Santísima como a la más pura de todas las criaturas, y la sola en la tierra que ha sido preservada del pecado original. Decidle con la universal Iglesia que es toda hermosa y que en su alma no hay lunar alguno de pecado, ni siquiera el que es común a todos los hombres (1).

Pedidle que en este santo día, por virtud de gracia tan singular como Dios le otorgó, os alcance de 1~1 la de veros totalmente libres de la corrupción del siglo durante el tiempo de vuestra vida, y que de una vez desarraigue en vosotros toda costumbre pecaminosa, único obstáculo a las gracias particulares de Dios.

La Santísima Virgen, no solo fue preservada del pecado original en su concepción; sino que recibió también en aquel momento gracia tan abundante, que la preservara de todos los pecados actuales. Y esta gracia fue de tal modo eficaz en Ella que, nunca de hecho, cometió ni uno solo jamás; por eso dice san Agustín que, al hablar de pecado, debe exceptuarse siempre a la Santísima Virgen.

Al compararla los santos Padres con el Arca de la Alianza, hecha de madera incorruptible (2), nos quieren significar que, desde el primer instante de su ser, recibió la gracia de la inocencia y de la justicia original, la cual nunca perdió después, no obstante haber sido libre como nosotros para obrar el bien o el mal.

Reconozcamos que no se ha dado en la Virgen Santísima acción alguna que la hiciera menos digna de Dios, y que su alma estuvo siempre llena de Dios, que la iba disponiendo para poder albergar y formar dentro de Sí el cuerpo de todo un Dios.

Ya que tenéis la suerte de encerrar con frecuencia dentro de vosotros el Cuerpo del mismo Dios, tributadle con vuestras obras santas la veneración que le debéis, y proceded siempre de modo digno de El, para que se complazca en venir y morar en vosotros. Demostrad también con vuestra conducta que os estimáis felices de poseerle y que, no pudiendo tener de continuo en vosotros su sagrado Cuerpo, continuáis poseyendo sin cesar su Espíritu.

Para hacerla Dios toda hermosa desde el instante de su concepción, preservó también a la Virgen Santísima de la concupiscencia; esto es, de la inclinación al pecado, no consintiendo que se acercase a Ella nada de cuanto con éste se relaciona. Como Dios es la santidad por esencia, se guardó bien de unirse a una criatura que tuviera en sí la menor sombra de mancha.

Dad con María gracias a Dios, por las maravillas que en Ella ha obrado el Omnipotente (3) y, considerándola como la obra maestra de las manos de Dios, pedidla que os desapegue de cuanto pueda contribuir a haceros caer en la menor falta y, especialmente, en los pecados a que estuvisteis sujetos en el siglo.

83. OCTAVA DE LA INMACULADA CONCEPCION DE LA SANTISIMA VIRGEN

15 de diciembre (*)

Si queremos conformarnos con el espíritu del misterio de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen, y sacar el fruto que Dios exige de nuestra devota participación en él; ponderemos que esta divina Madre fue, cual brillante estrella, iluminada con las luces de la gracia y dotada de razón, desde el instante mismo en que fue creada.

¡Qué mortificación debió de suponer para tan excelente criatura verse cautiva y como prisionera, privada del uso de los sentidos y miembros, durante nueve meses! ¡Y qué motivo de humillación fue para Ella, por el conocimiento que tenía de tan grande abatimiento!

Imitemos estas admirables disposiciones de la Virgen inmaculada y purísima; amemos y practiquemos gustosos el retiro, silencio y recogimiento; apliquémonos a frenar los sentidos; mortifiquemos nuestros miembros terrenales, como aconseja san Pablo (1), y, por decirlo así, hagámonos cautivos por el amor de Dios, mediante la obediencia exacta y la perfecta fidelidad a nuestras Reglas.

Esta sumisión voluntaria y amorosa hará que seamos verdaderamente libres, con la noble y gloriosa libertad de los hijos de Dios. " ¡Oh agradable y alegre servidumbre de los hijos de Dios, exclama el autor de la Imitación, con la cual se hace el hombre realmente libre y santo! ¡Oh sagrado estado del servicio religioso, que hace al hombre igual a los ángeles, acepto a Dios, terrible a los demonios y recomendable a todos los fieles! ¡Oh servidumbre siempre deseable y apetecible, que nos merece el supremo bien y nos asegura gozo sempiterno! " (2).

La Santísima Virgen poseyó ya interiormente todas las virtudes en su pura Concepción; las cuales practicaba - al menos en su interior - desde el primer instante de su existencia. Conoció a Dios por la fe infusa; le amó por la caridad del Espíritu Santo, del que fue llena en el principio de su ser; le alabó, bendijo, dio gracias y glorificó con sus operaciones espirituales e interiores, de modo más excelente que todos los ángeles juntos.

Esto es lo que debemos aprender e imitar nosotros en Ella; a eso se llama ciencia de los santos. Es menester que nos apliquemos al conocimiento de Dios por la oración y la lectura de excelentes libros espirituales y doctrinales; que nos ejercitemos e inflamemos en el amor de Dios, por las fervorosas y frecuentes elevaciones del corazón hacia Él, llamadas jaculatorias; que nos hagamos agradables a los ojos de su divina Majestad, por las continuas acciones de gracias, de amor y de alabanza, y por la práctica de las virtudes más sólidas, especial mente la humildad, paciencia y obediencia, que fueron tan estimadas y familiares a la Santísima Madre de Dios.

La Santísima Virgen, encerrada aún en el claustro materno de santa Ana, fue ya apercibida por el Espíritu Santo para la realización de los extraordinarios designios que Dios tenía sobre Ella. Y, de su parte, se dispuso a secundarlos con fiel correspondencia, ejercitando, merced a sus operaciones internas, los dones y gracias que abundantemente le comunicaba el Cielo.

La sagrada religión a que Dios se ha servido llamar nos es nuestra madre. El noviciado es su seno, donde concibe espiritualmente a los novicios, que son sus hijos: los engendra en Jesucristo, según expresión de san Pablo (3), formándolos para un género de vida, auténticamente cristiana y religiosa (**).

Los que tenéis la suerte y gozáis la dicha de formaros en el noviciado, seno salutífero y místico de la vida religiosa, procurad que vuestra concepción espiritual sea inmaculada; es decir, sin tacha, por la exención de todo pecado voluntario.

Avezaos a las buenas costumbres, conformes con las máximas del sagrado Evangelio. Llenaos de las gracias del Espíritu Santo. Y, como la Virgen Santísima, nueve meses después de su Concepción purísima, salió del seno de santa Ana, llena de gracias y del espíritu de Dios, para realizar cosas grandes, o sea, para promover la gloria divina y la salvación de las almas; así, disponeos también vosotros a salir del noviciado repletos de gracia y henchidos del espíritu de Dios, para no tratar sino de promover su gloria procurando salvar a muchos, según el espíritu y fin de nuestro Instituto.

O bien, atendiendo a los empleos u oficios de la casa, en conformidad con los designios de la divina Providencia sobre vosotros, los cuales conoceréis infaliblemente por la voz de la santa obediencia. En ellos hallaréis certísimamente la santificación, el descanso interior y la salud eterna.

Suplicad a la Virgen Santísima que os consiga esa gracia, por los méritos y en virtud de su santa e inmaculada Concepción.

84. PARA LA FIESTA DE SANTO TOMÁS, APÓSTOL

21 de diciembre

Santo Tomás, que había extremado su celo hasta el punto de urgir a los demás Apóstoles a no apartarse de Jesucristo sino a morir por Él (1); se negó a dar fe más tarde a quienes le anunciaban que había resucitado, y les declaró que no cerería sino después de haber visto (2).

Con razón se reprueba duramente la incredulidad de santo Tomás en esta circunstancia, pues habría debido dar crédito, sin sombra de duda, a cuanto le aseguraban los demás Apóstoles, que habían visto al Señor. Pero la mayor parte de los cristianos son más incrédulos que santo Tomás, pues no creen a Jesucristo.

Se dice, por ejemplo, en el Evangelio: Bienaventurados los pobres (3); mas ellos los tienen por infelices.

Jesucristo manda hacer bien a los enemigos y rogar por ellos (4); con todo, muchos no piensan sino en vengar los ultrajes que imaginan haber recibido, o en devolver mal por mal a quienes en algo los agravian. Afirma también Jesucristo que es necesario llevar la cruz todos los días (5); pero algunos acuden a todos los medios posibles para ahorrarse cualquier molestia.

Proceder de ese modo, ¿es tener fe y creer en el Evangelio?

No seáis tan ciegos vosotros, pues tenéis la suerte de meditar y leer cada día las verdades evangélicas, y estáis encargados de enseñarlas a los demás. Dad testimonio - por la conformidad de vuestras obras con esas máximas santas - de que efectivamente creéis en ellas, puesto que las practicáis.

Santo Tomás renovó su fe tan pronto como Jesucristo se le apareció y le invitó por Sí mismo a tocar sus sagradas llagas: inmediatamente proclamó - aun percibiendo únicamente las apariencias de un hombre mortal - que quien tenía de]ante era realmente su Señor y su Dios (6).

Aquella falta de fe en santo Tomás, dice san Gregorio, nos ha sido de más provecho que la fidelidad de los restantes Apóstoles, los cuales creyeron la resurrección de Jesucristo tan pronto como se les apareció; pues, añade este Padre, la incredulidad de santo Tomás ha servido para fortalecernos en la fe; ya que sin ver más que un hombre, confesó que aquel hombre era su Dios.

Reanimaremos nuestra fe, débil y vacilante, si pensamos en lo que Jesucristo padeció por nosotros; ése será también el medio de disponernos a sufrir por Dios, y a practicar las máximas que más directamente se oponen a las inclinaciones de la naturaleza.

Porque, si creemos firmemente, y si estamos íntimamente persuadidos de que Jesucristo soportó tantos dolores en todas las partes de su cuerpo; si consideramos que, mientras vivió en la tierra, amó sólo el padecer y, como dice san Pablo, en lugar del gozo llevó la cruz y deseó ser clavado en ella (7); entonces, ¿cómo podremos buscar los placeres que se siguen del uso de las criaturas?

El ejemplo de Jesucristo ha de serviros como a san Pablo, de suma consolación, y debe resolveros a sobre abundar de gozo, como él, en todas vuestras tribulaciones (8).

Santo Tomás manifestó de modo esplendente su fe, llevando el Evangelio a los países más remotos, y sellándola con su propia sangre. Y esta profesión de fe por parte del gran Apóstol fue tan eficaz, que aún hoy, se hallan muchos cristianos en el país donde él murió; los cuales para testificar que descienden de los formados por él en nuestra santa religión, siguen llamándose " cristianos de santo Tomás ".

En balde creeríais lo que Jesucristo enseña en su santo Evangelio, si las obras no lo confirmasen; vuestra fe sería vana (9). Mostrad también por ellas que sois hijos de quienes fueron enseñados por los santos Apóstoles en las verdades de nuestra fe.

¿Estáis, a su imitación, dispuestos a morir para probar la firmeza de la vuestra? ¿No os pondríais, por el contrario, a peligro de perder el cielo y la gracia de Dios, para veros libres de padecer? ¿En qué demostráis que habéis abrazado el espíritu del cristianismo?

Tened por seguro que, poseerlo, exige de vuestras acciones que no desmientan la fe que profesáis; antes sean viva expresión de lo que enseña el Evangelio.

85. PARA LA VIGILIA DE LA NATIVIDAD DE JESUCRISTO

24 de diciembre

El emperador Augusto publicó un edicto, en virtud del cual se ordenaba el empadronamiento de cuantos habitaban en las diversas ciudades dependientes del imperio romano. Cada uno debía alistarse en el lugar de donde procedía su estirpe. Esto exigió que san José partiera de Nazaret, villa de Galilea donde moraba, para encaminarse a Belén, ciudad de Judea, a fin de inscribirse en esta ciudad, con María su esposa (1).

Llegados allá, buscaron casa donde poder alojarse; pero nadie los quiso recibir, por estar ya ocupadas todas con personas más ricas y calificadas que ellos (2).

Ved cómo se procede en el mundo. No se considera en él más que lo aparente de las personas, ni se tributan a éstas honores sino en cuanto se los ganan con lo que brilla a los ojos del siglo.

Si en Belén hubieran mirado a la Santísima Virgen como la madre del Mesías, y la que daría a luz en breve al Dios hecho hombre, ¿quién se hubiera atrevido a negarle hospitalidad en su casa? ¡Y qué agasajos no le hubieran prodigado en toda la Judea! Mas, como vieron sólo en Ella a una mujer corriente y la esposa de un artesano, no hubo en parte alguna cobijo para María.

¿Cuánto tiempo hace que Jesús se presenta a vosotros, y llama a la puerta de vuestro corazón para establecer en él su morada, sin que hayáis querido recibirle? ¿Por qué? Porque no se presenta sino en figura de pobre, de esclavo, de varón de dolores.

No hallando quien quisiera recibirlos en Belén, la santísima Virgen Madre de Jesús se vio precisada a guarecerse en un establo. Una vez allí, le llegó la hora del alumbramiento, y dio al mundo a su primogénito; por lo cual se vio obligada a acostar a Jesucristo su Hijo en un pesebre (3).

Vosotros recibís con frecuencia a Jesús en vuestros corazones; mas, ¿no está en ellos como en un establo, donde no halla otra cosa que desaseo y podredumbre, porque tenéis la afición puesta en algo distinto de Él?

¡Si le miraseis como Salvador y Redentor vuestro, qué honores le tributaríais! Considerándole como vuestro Dios, ¿dejaríais de acompañarle, por la aplicación a su santa presencia? Y mirándole luego como hombre, ¿no meditaríais sus padecimientos y muerte?

Para cercioraros de si aprovecháis la venida de Jesús, y la permanencia que en vosotros se digna establecer, examinad si sois más modestos, recogidos y reserva dos que lo erais en otro tiempo. ¿Veláis con más diligencia sobre vosotros los días de comunión, para no dejaros dominar por ningún capricho ni por movimiento alguno desordenado?

Si queréis que os resulte provechosa la venida de Jesucristo, es necesario que le dejéis señorearse de vuestro corazón, y que os mostréis dóciles a cuanto exija de vosotros, repitiéndole muchas veces con el profeta Samuel: Habla, Señor, que tu siervo escucha (4); y con David: Escucharé lo que el Señor Dios me diga (5).

Pues sabemos que Jesús ha de venir hoy a nosotros, y le reconocemos por quien es; preparémosle morada que le sea digna, y dispongamos de tal modo el corazón a recibirle, que gustoso establezca dentro 1~1 su residencia.

Con esta intención, apliquémonos a desocuparle de todo lo profano y terrenal que en él haya: El hombre terreno, dice san Pablo, conversa gustoso de las cosas de la tierra, y no sabe hablar sino de ellas; en cambio, el hombre celestial, afirma el mismo Apóstol, habla de las cosas del cielo, y se sobrepone a todo (6).

Con este fin ha bajado a la tierra y quiere venir a nuestro corazón el Hijo de Dios: con el de hacernos partícipes de su naturaleza y trocarnos en hombres del todo celestiales.

86. PARA LA FIESTA DE LA NATIVIDAD DE JESUCRISTO NUESTRO SEÑOR

25 de diciembre

Jesucristo nace hoy pobre en un establo.

La Santísima Virgen le da a luz en lugar desprovisto de toda comodidad y de toda ayuda humana, y donde no se halla otro lecho que un pesebre, para reclinar al Niño recién nacido (1).

¡Ése es el palacio y la cuna real de Jesús nuestro Salvador, al hacer su entrada en el mundo! ¡Así se ve alojado, a media noche, en estación tan rigurosa! ¡Y nadie se cuida de socorrerle en tan apremiante necesidad!

La pobreza que, de modo tan eminente ejercita Jesús al nacer, debe decidirnos a profesar amor señalado a esta virtud; pues con el fin de inspirarnos su amor, quiere El venir al mundo en tal estado.

No nos maravillemos, pues, cuando algo nos falte, aunque sea necesario; ya que Jesús careció de todo en. su nacimiento.

Así ha de nacerse a la vida espiritual: despojado y desnudo de todo.

Y como e] Hijo de Dios quiso que se viera en tal estado la humanidad de que El se revestía; así desea, para poder señorearse por completo de nuestros corazones, que nos pongamos nosotros en disposición semejante.

No se contentó Jesús con nacer pobre, sino que, habiendo escogido también por herencia el oprobio en el mundo (2), según dice el Real Profeta; quiso entrar en él por un lugar donde fuera desconocido; donde no se hiciese ninguna estima de El ni de su Santa Madre, y donde se viera desamparado de todos.

Es verdad que fue visitado en su nacimiento; mas únicamente de pobres pastores (3), que no pueden tributar le otro honor que el de sus deseos; y aún fue necesario que, de parte de Dios, les anunciara un ángel que el Niño recién nacido en Belén era el Salvador, y que su nacimiento sería motivo de sumo gozo para todo el pueblo (4).

Fuera de aquellos pobres pastores, nadie piensa en Jesús cuando viene al mundo; y hasta parece no querer Dios que los ricos y magnates tengan entrada cerca de El; pues, al anunciar su venida, el ángel no da otra señal a los pastores, para poder reconocerle, que el estado pobre y abatido en que habían de encontrarle; lo cual sólo podía inspirar repulsión a quienes no estiman otra cosa que aquello que reluce.

Nosotros, al elegir nuestro estado, hemos debido resolvernos a vivir en el abatimiento, como el Hijo de Dios al humanarse; pues eso es lo más característico de nuestra profesión y empleo. Somos Hermanos pobres, poco conocidos y estimados por la gente del siglo. Sólo los pobres vienen a buscarnos; mas ellos, no tienen presente alguno que hacernos, fuera de sus corazones, dispuestos a recibir nuestras enseñanzas.

Amemos lo que nuestra profesión presenta como más humillante, para participar en alguna medida del oprobio de Jesús en su nacimiento.

" Los Pastores, según dice el evangelio de hoy, se dirigieron a toda prisa a Belén, donde hallaron a María, a José y al Niño reclinado en el pesebre. Y, con verle, se certificaron de cuanto les habían dicho. Después, se volvieron glorificando a Dios, por todo lo visto y oído " (5).

Nada atrae tanto las almas a Dios, como el estado pobre y humilde de quienes trabajan. por conducirlas a ÉL

¿De qué alaban y bendicen a Dios los pastores? De que habían visto un pobre niño, acostado en un pesebre, y de que, al verle, conocieron por luz interna, con la que Dios se dignó iluminarlos, que aquel Niño era verdaderamente su Salvador, a quien debían acudir para quedar libres de la miseria de sus pecados.

Tened por seguro que, mientras viváis aficionados de corazón a la pobreza y a cuanto pueda humillaros, produciréis fruto en las almas. Que los ángeles de Dios os darán a conocer e inspirarán a los padres y madres que os encomienden sus hijos, para que los instruyáis. Que, incluso, por vuestras enseñanzas, moveréis al bien el corazón de esos niños pobres y que la mayor parte serán siempre verdaderos cristianos.

Pero, si no os asemejáis a Jesús recién nacido por esas eminentes cualidades, seréis poco conocidos y solicita dos en vuestro empleo; no ganaréis el amor ni la estima de los pobres, ni podréis jamás gloriaros de la condición de salvadores para con ellos, tal como os corresponde por el empleo que ejercéis. Pues, solo en la medida en que os hagáis semejantes a ellos y a Jesús recién nacido, atraeréis los niños a Dios.

87. PARA LA FIESTA DE SAN ESTEBAN, PRIMER MÁRTIR

26 de diciembre

Dícese de san Esteban, en los Hechos de los Apóstoles, que era varón lleno de fe (1); y de ello dio muestras muy patentes, pues se condujo siempre y obró en todo, por espíritu de fe.

¿No estaba, animado de ese espíritu, efectivamente, cuando, con tanto celo, habló a buen número de judíos; los cuales, disputando con él, no podían resistir al Espíritu Santo, que en él residía y hablaba por su boca? (2).

Porque, tras de exponerles todos los beneficios con que Dios había honrado a sus padres, y la poca gratitud que, en su mayoría, éstos habían mostrado; les echó en cara el ser ellos como sus mayores, y no haber observado mejor la Ley, recibida por el ministerio de los ángeles (3).

¿No estaba lleno de fe cuando, en conformidad con el consejo de Jesucristo, perdonó a sus enemigos y suplicó a Dios que no les imputara el pecado que cometían dándole muerte (4); y cuando el fervor de su plegaria le hizo ver los cielos abiertos, y al Hijo de Dios hecho hombre a la derecha de Dios su Padre? (5).

Así debe moveros a obrar la fe; así debéis mostrar con vuestra conducta, como san Esteban, que sois verdaderos discípulos de Jesucristo, sin tener otra mira que a Dios en vuestras acciones, y anunciando con tanta valentía y arrojo como él las máximas del santo Evangelio.

Y lo que, en este punto, debe fortalecer en vosotros, tanto el celo como la fe, es que las anunciáis como ministros de Dios (6).

No se contentó san Esteban con vivir personalmente henchido de fe; quiso hacer a los de su nación partícipes de su plenitud, predicándoles la nueva religión que acababa de establecerse y anunciándoles - con testimonios de la Sagrada Escritura-a Jesucristo, que ellos desconocían, y que había venido a ofrecer les los medios de salvación y a morir por ellos. Sin ocultarles, tampoco, que por odio y envidia del bien que obraba, ellos mismos le habían condenado a muerte (7).

Pero tales judíos, de corazón duro e incircunciso (8), según les decía el mismo san Esteban, manifestaron de modo bien patente la verdad de estas palabras de san Pablo: No todos obedecen al Evangelio (9), y de aquellas otras de Isaías: ¿Quién ha creído lo que les hemos predicado? (10).

Sois vosotros los elegidos de Dios para anunciar y dar a conocer a Jesucristo: eso supuesto, admirad la bondad de Dios con vosotros, siempre que, como dice el mismo Apóstol, permanezcáis firmes en el estado donde, por su misericordia, os colocó (11).

A ejemplo, pues, de san Esteban, comunicad a los que instruís el conocimiento de Jesucristo; enseñadles las reglas de la vida cristiana y los medios que deben emplear para salvarse. Con ese fin os ha encomendado Dios el ministerio que ejercéis. No os hagáis de él indignos, desempeñándolo con negligencia.

San Esteban murió por la fe, después de haber predicado la fe. No pudiendo soportar sus reconvenciones los judíos, ni el cuadro en que les puso de manifiesto sus ingratitudes con Dios y la dureza de sus corazones, le sacaron fuera de la ciudad y le apedrearon como blasfemo (12). Así trataron a todos los profetas, dijo Jesucristo nuestro Señor (13).

Este Santo se tuvo por feliz en correr la suerte de quienes le habían precedido; y, según dice san Agustín, recibió con hacimiento de gracias la lluvia de piedras que caía sobre él. La fe que le penetraba era lo que le movía a tenerse por muy honrado de ser perseguido así, como lo fue Jesucristo su Maestro. Lo único que entonces hacía era mirar al cielo, para mostrar a Dios su gratitud por tan señalado beneficio.

Poneos, desde hoy, también vosotros en parecida disposición: soportad gustosos todas las tribulaciones que os sobrevengan; no os apenéis ni lamentéis de nada. Es preciso que, a imitación de san Esteban, os mueva la fe a considerar como regalos y favores de Dios, cuantas cosas tengáis que sufrir por parte del prójimo.

Sólo la fe pura es capaz de sugerir tales sentimientos.

88. PARA LA FIESTA DE SAN JUAN EVANGELISTA

27 de diciembre

San Juan fue tan particularmente querido de Jesús, que se le llama por excelencia " su discípulo amado ". Y, deseando por humildad, omitir su nombre en el Evangelio, san Juan mismo, al aludir a su persona, se designa exclusivamente con la expresión: el discípulo a quien Jesús amaba (1).

Véanse las muestras que de su amor especial le dio el Salvador: dejóle reclinarse en su pecho; le reveló los misterios más altos de su divinidad y de su sagrada humanidad y, al morir, le puso en lugar suyo para que fuese el hijo adoptivo de su santa Madre.

San Jerónimo no alega otras razones que expliquen tan singular predilección de Jesús por san Juan, sino que éste permaneció siempre virgen. Eso le hizo tan merecedor de la amistad de Jesús, a quien la virginidad resulta particularmente amable.

En vuestro estado necesitáis que os honre Jesús con su amistad; amad, pues, con singular cariño, esa virtud favorita de Jesucristo, a fin de que el divino Salvador os ame con ternura, y se complazca en permanecer con vosotros, pues El halla sus delicias en vivir con los hombres puros.

Aplicaos también mucho a la oración, en la que os descubrirá Jesús secretos ocultos a la mayoría de los hombres.

Si san Juan fue muy amado de Jesús, Jesús fue también muy amado por san Juan. La primera muestra que de ello le dio fue dejarlo todo para seguirle (2).

San Juan estuvo con Jesús cuando mostró su gloria a los Apóstoles en el Tabor (3); pero le acompañó también al Calvario, a pesar de haberle desamparado entonces los demás discípulos (4), y de aparecer allí Jesús como objeto de maldición. Fue, pues, el único entre los Apóstoles que le siguió hasta la muerte, porque deseaba ser testigo de sus padecimientos hasta el fin.

También fue el primero que se llegó al sepulcro de Jesucristo, para cerciorarse sobre la verdad de su resurrección (5), y poder así anunciarla luego a los demás.

Ved lo que su tierno amor inspiró a san Juan, para agradecer el de Jesús para con él.

¿Ponderamos a menudo que, habiéndose dado Jesús todo a nosotros y por nosotros, debemos por nuestra parte, darnos del todo a Él, hacerlo todo por Él, y no ir a lo nuestro en cosa alguna? ¿Y, también, que nuestro único empeño lo hemos de poner en desasirnos de todo lo criado, para aficionarnos sólo a Dios, ya que nada puede parangonarse con Él, y que no hay otro a quien con seguridad podamos entregar el corazón?

El amor de Jesús a san Juan y de san Juan a Jesús produjo el amor recíproco de san Juan a la Virgen María y de la Virgen María a san Juan.

Tan pronto como Jesús moribundo confió a su santa Madre el amado discípulo y se lo dio por hijo (6), san Juan tuvo siempre a la Virgen Santísima cerca de sí, y le prodigó todas las muestras de ternura que un hijo puede tener con su madre. La asistió en todas sus necesidades y, en justo retorno, la Santísima Virgen honró a san Juan con su valimiento ante Dios.

Si tenemos amor a Jesús y somos amados de Él, es imposible que no seamos muy queridos de la Santísima Virgen. Pues, como se da relación estrechísima entre Jesús y su Santísima Madre, todos cuantos aman a Jesús y son singularmente amados por Él, honran mucho a María y son también muy queridos de la santa Madre de Dios.

Hagámonos dignos de las ternuras de la Santísima Virgen y, para obtener más fácilmente de Ella cuanto deseemos, acudamos a san Juan quien, como hijo querido suyo que substituyó a Jesús, nos alcanzará de Ella lo que no podemos obtener por nosotros mismos.

89. PARA LA FIESTA DE LOS SANTOS INOCENTES

28 de diciembre

Honramos en este día la inocencia de aquellos santos Niños, que tuvieron la suerte de morir antes de conocer el mal y de poder cometerlo.

¡Por cuán felices los debemos considerar, ya que consagraron a Dios sus vidas en edad tan temprana, que no habían podido aún los vicios adueñarse de sus corazones! Fueron arrancados del mundo tan pronto casi como entraron en él, por gracia particularísima, que los preservó de caer en la maldad, de la que es difícil ponerse a cubierto en el trato con los hombres.

Nosotros que hemos conocido la miseria del mundo, que sabemos sobradamente y muy a costa nuestra lo difícil que resulta conservar la inocencia y pureza de corazón en el siglo, y a quienes Dios ha concedido el privilegio de sacarnos de él; démosle gracias todos los días por tan singular beneficio, y hagamos inocentes nuestras vidas por el retiro, la penitencia y la santidad de las acciones.

Y, para merecer la perseverancia en tan santa vida, seamos fieles a las prácticas más insignificantes de comunidad, y a los menores puntos de observancia.

Así repararemos los daños que el mundo - del que, para dicha nuestra, hemos salido - ocasionó tal vez a nuestra inocencia, y alcanzaremos cierta como seguridad de no volver a pecar en lo restante de nuestra vida.

Estos santos Niños murieron mártires por la crueldad de un príncipe perverso, quien, apoyándose sobre lo referido por los Magos en su presencia, tocante al nacimiento del Mesías, temió que alguno de ellos le arrebatara la corona: de ese modo, les procuró el medio de vivir eternamente en el cielo, cuando apenas habían aparecido sobre la tierra.

Mayor bien les causó, dice san Agustín, el odio manifestado por Herodes al ordenar su muerte, que cuanto hubiera sido capaz de hacer en su favor con todo el afecto que pudo tenerles, y con todos los favores que les hubiera podido prodigar en el mundo.

Dieron testimonio de nuestra religión y de la divinidad de Jesucristo, no hablando sino perdiendo la vida por causa de El.

Pues no tenéis la dicha y ni siquiera la ocasión de padecer el martirio por la fe, haceos mártires vosotros por el amor de Dios, mediante el ejercicio de la penitencia. " La vida del discípulo de Jesucristo, asegura san Gregorio, ha de ser martirio continuo; porque si es cristiano, lo es tan sólo para hacerse conforme a Jesucristo, y Jesucristo padeció durante toda su vida ".

Este martirio es, muchas veces, más riguroso que el de sangre, por ser sin comparación más prolongado y, en consecuencia, más difícil de soportar.

Animaos a él con el ejemplo de los Santos y, especial mente, con el de Jesucristo, que pasó toda su vida padeciendo por nuestro amor.

Estos parvulitos murieron, no sólo como mártires, sino en substitución de Jesucristo. A Jesucristo deseó matar Herodes; e hizo que se le buscara por doquier. No hallándole, resolvió quitar la vida a muchos niños, seguro de que Jesús se contaría entre ellos; y a este fin, ordenó que no se perdonara la vida a ninguno de los nacidos hasta entonces, desde algún tiempo antes de la llegada de los Magos a Jerusalén.

¡Niños felices, que perdieron la vida por conservar la de Jesucristo!

Nosotros podemos tener su misma suerte, si damos la vida para impedir que Jesucristo muera en nosotros: Los pecadores, dice san Pablo, crucifican de nuevo a Jesucristo (1). Quien desee, pues, no quitarle la vida, hágase violencia a fin de no caer en pecado ni cometer la más leve culpa. Para procurarse tal bien es necesario ejercer constante vigilancia sobre sí mismo.

Muriendo de esa manera todos los días (2) por la continua mortificación, daréis vuestra vida para no crucificar ni dar muerte enhoramala, dentro de vosotros, a Jesucristo.

90. SOBRE LO QUE SE HA HECHO O DEJADO DE HACER PARA CON DIOS DURANTE EL AÑO

29 de diciembre

Estamos en el mundo únicamente para amar a Dios y darle gusto. No debemos hacer otra cosa durante toda nuestra vida, porque eso es lo primero que Dios nos manda y que " por sí solo encierra toda la ley ", según afirma el Señor (1). Y ha de ser tan grande nuestro amor a Dios, que no amemos nada sino a Dios o por Dios.

Podemos probar nuestro amor de tres maneras: primera, concibiendo sumo aprecio de Dios; segunda, aficionándonos sólo a Dios; tercera, haciéndolo todo por Dios.

¿Habéis hecho patente durante el año que sólo a Dios estimáis? ¿Os habéis sorprendido a menudo de admiración por sus infinitas grandezas y, sobrecogidos entonces de profundo respeto, a vista de tan sublimes perfecciones, habéis exclamado con el Profeta Rey que " sus magnificencias superan la capacidad del espíritu humano, y no pueden ser alabadas ni adoradas como se merecen "? (2).

¿Habéis tenido en cuenta que Dios se ha hallado presente a vosotros en todas partes? ¿Y os habéis abismado interiormente, en sentimiento de adoración, al considerar su divina presencia? Y, pues nada es tan grato al alma que ama a Dios como parar en ello la atención, ¿os habéis complacido, con David, en tan santo ejercicio? (3). Y, por respeto a la presencia de Dios tan inmenso, ¿habéis cuidado de manteneros en conveniente modestia, proporcionada a su majestad? Y puesto que se halla Dios presente en todas partes, ¿le habéis adorado por doquier?

Prestad atención a todos estos puntos, para demostrar a Dios el sumo aprecio que de Él hacéis.

Nuestra alma sólo ha sido creada por Dios para gozar de Él; luego, " toda su felicidad en la tierra consiste en no aficionarse más que a Él " (4), como dice muy bien el Real Profeta. Sería, pues, vergonzoso para el alma hecha partícipe de la naturaleza divina, que, según dice san León, degenerase hasta tal punto de su nobleza primitiva, que se envileciese a buscar su gozo en las criaturas.

¿Y a quién nos aficionaremos sino a Aquel de quien todo lo hemos recibido, que es nuestro único Señor y Padre, que ha dado el ser a todas las cosas (5), como enseña san Pablo, y que nos ha criado sólo para Sí?

Esta consideración y la del agradecimiento que le debemos por todos los beneficios que nos ha hecho, han debido ocupar a menudo nuestra mente en el decurso del año, y enternecer nuestro corazón, hasta impelernos a consagrar a Dios totalmente nuestras personas, y a decirle con san Agustín: " Hicístenos, Señor, para Ti, e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en Ti ".

Si amamos verdaderamente a Dios, " todo cuando hacemos ha de ordenarse exclusivamente a su gloria " (6), como nos enseña san Pablo. Con ese único fin debisteis dejar el mundo; pues Dios ha de ser el término de vuestras acciones, como ha sido su principio.

" Si pretendierais agradar a cualquier otro que a Dios, no mereceríais, dice san Pablo, llevar nombre de servidores de Jesucristo " (7); pues no lo seríais en realidad, ya que el siervo ha de hacerlo todo en servicio de su señor.

Ésa era la amonestación que dirigía san Pablo a los fieles de su tiempo: ora comáis, les dice, ora bebáis, o, en resumen, cualquiera cosa que hagáis, hacedlo todo a gloria de Dios (8). Y en otra parte: Cuando hacéis, sea de palabra, sea de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesucristo (9).

Ése ha de ser el único consuelo del cristiano en la presente vida: obrar por Dios que le ha creado, de quien todo lo ha recibido y a quien es deudor de todo el bien que pueda realizar en esta vida.

¿Habéis considerado frecuentemente durante el año que, pues Dios os ha concedido la vida y coopera a todas vuestras acciones, sin excepción deben éstas estar le consagradas, y que le inferís injuria cada vez que ejecutáis alguna por cualquier otro fin que no sea Él?

¿Vuestra intención única ha sido, como en san Pablo, no vivir ni obrar ya sino por Dios? ¿Os habéis puesto, como él, en la disposición de no hacer estéril en vosotros la divina gracia? (10).

Ha sido estéril, ciertamente, cada vez que dejasteis de obrar puramente por amor de Dios.

En adelante, portaos, según a ello os exhorta el mismo Apóstol, de modo digno de Dios, procurando agradarle en todo (11).

91. DE NUESTRO PROCEDER CON EL PRÓJIMO DURANTE EL AÑO Y DE AQUELLO EN QUE HEMOS FALTADO A ESTE RESPECTO

30 de diciembre

Con los superiores.- Es de obligación para vosotros, según lo advierte el Apóstol, proceder con los superiores, del modo que lo hacéis con Dios (1).

Como formáis un cuerpo visible, y no os basta el gobierno interno de Dios para llegaros a Él; necesitáis guías que os dirijan sensiblemente. Por eso os ha dado superiores, cuya obligación es ocupar con vosotros el lugar de Dios y encarrilaros exteriormente por el camino del cielo, de modo análogo a como lo hace Dios mismo interiormente con vosotros.

¿De qué manera habéis procedido durante el presente año con los superiores? ¿Los habéis considerado como ministros de Dios, que os han sido propuestos de su parte en calidad de lugartenientes suyos; puesto que sólo en virtud de la autoridad que Dios les confiere y de la que los ha hecho partícipes, tienen derecho a dirigiros y mandaros? ¿Ha sido ése el motivo de que os hayáis sujetado a su gobierno? Durante el presente año, ¿os habéis sometido a los superiores como os sometéis a Dios?

Eso supuesto, ¿habéis creído que debíais obedecerlos en todo y de la manera que os creéis obligados a obedecer a Dios, que dice: Quien os escucha me escucha? (2). ¿Estáis bien persuadidos en lo profundo del corazón de que cuanto os dicen lo dicen de parte de Dios, o más bien que os lo dice Dios mismo?

Poneos desde ahora en tal disposición, respecto de vuestros superiores.

Con los hermanos.- Acaso no habéis discurrido bastante, durante el año que termina, sobre la obligación que tenéis de vivir muy unidos a vuestros hermanos. Con todo, es éste uno de los principales deberes de vuestro estado, porque, como dice Jesucristo en su santo Evangelio, " todos sois hermanos " (3).

La primera razón de que falte, a veces, unión en las comunidades es que algunos pretenden alzarse sobre los demás, movidos de ciertas consideraciones humanas. Por ese motivo amonestó el Señor a sus Apóstoles que ninguno de ellos debía llamarse ni permitir que le llamaran maestro; porque no tenían más que un solo maestro, Jesucristo (4). Hasta es necesario, como enseña también el Salvador, que quien crea ser mayor entre vosotros, o lo sea en efecto, se estime y considere como el menor de todos (5).

Ved si, durante el año, habéis procedido así con los hermanos. Si os habéis ofendido con alguno de ellos, pensad - como recordaba Moisés a dos israelitas de su tiempo que se injuriaban y querellaban entre sí - que son hermanos nuestros (6), y que nos debemos soportar unos a otros caritativamente, según enseña el Apóstol (7).

Prestad atención a la palabra soportar: con ella se os indica que es menester tolerarse mutuamente, y por eso dice el Santo en otro lugar: Llevad las cargas unos de otros (8). Cada uno tiene sus cargas; pero, de ordinario, no es precisamente quien las tiene el que las lleva, pues no nota su pesadez; sino aquellos con quienes vive. Por eso es menester que todos carguen gustosa y amorosa mente con las del prójimo, si quieren vivir en paz con él, conforme nos exhorta repetidas veces san Pablo en sus epístolas. ¿Lo habéis hecho así este año?

Piedra preciosa es la caridad fraterna en el seno de las comunidades; por eso la recomendó reiteradamente Jesucristo a sus Apóstoles antes de morir (9). Perdida ella, todo está perdido. Conservadla, por tanto, cuidadosamente, si queréis que vuestra comunidad perviva.

Con los escolares. - Lo primero que debéis a los escolares es la edificación y el buen ejemplo. ¿Os habéis aplicado a la virtud con el intento de edificar a vuestros discípulos? ¿Habéis pensado que debíais servirles de modelo en las virtudes que intentáis inculcarles? ¿Habéis procedido como corresponde a buenos maestros?

Habéis debido enseñarles la religión: ¿lo habéis hecho este año esmeradamente? ¿Habéis considerado esta función como vuestro principal deber para con ellos? ¿Conocen bien el catecismo? Si no lo saben, o sólo imperfectamente, ¿no ha de imputarse a descuido vuestro?

¿Os habéis preocupado de enseñarles las máximas y prácticas del santo Evangelio y el modo de ejercitarse en ellas? ¿Les habéis sugerido algunos modos de practicarlas, apropiados a su estado y edad?

Todas estas distintas formas de instruirlos han tenido que ser frecuentemente materia de vuestras reflexiones, y habéis debido empeñaros en utilizarlas con éxito. " El maestro que se encariñe con la piedad engendrará sabiduría ", asegura el Sabio (10); esto es, acaudalará sabiduría para sí y, al mismo tiempo, hará sabios a quienes instruye.

¿Habéis enseñado a los que educáis aquellos conocimientos humanos que son de vuestra obligación, como la lectura, escritura y demás, con todo el esmero posible? Si no ha sido así durante este año, daréis cuenta rigurosa a Dios, no sólo del tiempo, sino de la manutención y de cuanto se os ha suministrado para los menesteres de la vida; porque ésa ha sido la intención de la obediencia al proveeros de todo lo necesario.

Tomad para lo futuro medidas adecuadas sobre todos estos puntos, que son de importancia.

92. DE AQUELLO EN QUE HABÉIS FALTADO RESPECTO DE VOSOTROS Y DE LA REGULARIDAD DURANTE EL AÑO

31 de diciembre

Se puede faltar a la observancia regular: dentro de casa, fuera de casa y en la escuela.

Dentro de casa, puede faltarse en tres cosas: la primera, en lo tocante a la fidelidad y puntualidad en los ejercicios; [la segunda, en lo relativo al silencio; la tercera, a la obediencia] (*).

¿Habéis considerado la observancia del primer punto como uno de los principales medios de salvación, ya que, de hecho, así es? Porque esa fidelidad os establece en cierta como seguridad de cumplir exactamente los mandamientos de Dios; pues, según dice Jesucristo: Quien es fiel en las cosas pequeñas, lo será también en las grandes (1).

¿No os habéis dispensado de comulgar, a la ligera y por mera desgana, algunas veces este año? ¿No habéis descuidado la oración, o dejado en ella libre paso a las distracciones? ¿Habéis considerado esos dos ejercicios como aquellos que atraen las gracias de Dios sobre todos los demás? Y, eso supuesto, ¿os habéis dado a ellos con amor?

¿Habéis mostrado estima a todos los ejercicios espirituales? ¿Los habéis considerado como medios absolutamente necesarios para llegar a la perfección de vuestro estado, y por consiguiente para asegurar la salvación?

¿Lo habéis dejado todo al oír la primera campanada, aun hallándoos con personas de fuera? Así ha de hacerse siempre sin falta; ya que, propiamente hablando, por la primera señal de la campana se os descubre la voluntad de Dios.

¿Habéis sido fieles a la guarda del silencio? Es el primer medio de establecer la regularidad en las casas; sin él, no puede esperarse que se asiente el orden dentro de las comunidades religiosas. Puesto que debéis contribuir a ordenar bien la vuestra, sed fieles a esos dos puntos.

Por su medio se asegura y mantiene con facilidad el orden, siempre que a ellos se agregue la obediencia en todo, a quien está encargado de llevar la dirección de la comunidad; porque la obediencia es la primera virtud en las comunidades, y lo que distingue esencialmente a éstas de las mansiones seglares.

No es de menor importancia ser observante fuera de casa que dentro de ella; pues hay obligación de edificar al prójimo, y esto se exige especialmente a los religiosos.

Lo primero a que debe prestarse atención fuera de casa es a guardar mucha modestia. San Pablo lo recomienda a los fieles sobre cualquier otra cosa, cuando dice: Vuestra modestia sea patente a todos los hombres (2). Como si dijera: " No os contentéis con ser modestos cuando estáis solos y en privado, como efectiva mente debéis hacerlo, porque el Señor está cerca de vosotros; sino también en presencia de todos los hombres ".

Por consiguiente, cuando salgáis de casa, portaos de tal forma, que todos la noten y queden edificados de vuestra modestia. Es eso necesario porque, trabajando en la salvación del prójimo, debéis empezar por dar buen ejemplo, si queréis ganar a los otros para Dios.

Tenéis que observar también exacto silencio en las calles y, según vuestras Reglas, rezar en ellas el rosario, para no distraeros con aquellos objetos que se ofrezcan a la vista, y poder prestar atención a la divina presencia.

La paciencia y el silencio han de seros, de igual modo, particularmente necesarios cuando seáis objeto de injurias o de cualquiera otra actitud capaz de produciros disgusto.

¿Habéis sido fieles en guardar todas esas observancias durante el año? Son de mucha trascendencia, si no queréis escandalizar a otros, ni derramar vuestro espíritu al andar por las calles. Ha de poderse distinguir fácilmente en ellas a las personas consagradas a Dios de los seglares; y eso, por el aspecto exterior, y por el modo de comportarse; ya que, según dice san Pablo, son deudoras de la edificación que deben dar, no sólo a los sabios, sino también a quienes no lo son (3); los cuales suelen escandalizarse de todo, particularmente en las personas religiosas.

La escuela es el lugar donde los Hermanos permanecen la mayor parte del día, donde ejercen las funciones que más los absorben y en el que encuentran más ocasiones de distraerse. Por eso toda diligencia sobre sí mismos será poca, a fin de que no se amengüe en la escuela el mérito que de tales ocupaciones deben sacar para la salvación de sus almas, ni falten en ella a ninguna de sus obligaciones.

¿Habéis sido puntuales este año en seguir el orden de las lecciones, en serviros siempre de la " señal " y en reprender a los escolares cada vez que han cometido alguna falta? No podéis excusaros de hacerlo sin quebrantar uno de vuestros deberes principales.

¿Habéis sido fieles en explicar cada día el catecismo, durante todo el tiempo señalado y del modo que os está prescrito? ¿Habéis procurado con diligencia que los discípulos se instruyan en la doctrina cristiana? Es ésa vuestra obligación principal, aunque no podéis desatender los otros puntos.

¿No habéis procedido alguna vez con negligencia y flojedad en la escuela? ¿No habéis hablado en ella de cosas inútiles con los niños, pidiéndoles noticias o escuchando gustosos las que ellos os contaban? ¿No habéis leído en la escuela algún libro diferente de los que usan los alumnos a quienes tenéis cargo de instruir?

En una palabra, ¿no habéis perdido en ella el tiempo que, en vuestra profesión no es más vuestro que el del sirviente, obligado a emplearlo por completo en utilidad de su señor, como vosotros en provecho de los escolares?

¿No habéis aceptado algo que os hayan éstos ofrecido? Ya sabéis que tal cosa, en ningún caso os está permitida, pues, si cayereis en dichas faltas, vuestra escuela dejaría de ser gratuita, aun cuando no recibierais de los alumnos más que tabaco; lo cual no debe hacerse ni tolerarse, puesto que el uso del tabaco no se os permite, y debéis dar clase gratuitamente: esto es esencial a vuestro Instituto.

Examinad si habéis incurrido en esta clase de faltas durante el año y cuántas veces; y, en caso afirmativo, si las habéis acusado en confesión puntualmente. Tomad resoluciones adecuadas sobre todos estos puntos.

Despojaos, por fin, hoy, del hombre viejo, y revestíos del nuevo, como a ello os exhorta san Pablo. Y pedid a Dios, según aconseja el mismo Apóstol, que renueve mañana en vosotros el espíritu de vuestro estado y de vuestra profesión (4).

93. PARA LA FIESTA DE LA CIRCUNCISION DEL SENOR

(1 de enero) (*)

En su Circuncisión se somete Jesucristo a la ley que ordenaba circuncidar a todos los niños varones el octavo día después de su nacimiento (1), no obstante hallarse Él exento y por encima de todas las leyes, pues era el supremo legislador.

Esta ley, además, concernía exclusivamente a los pecadores y, según eso, Jesucristo no estaba de ningún modo sujeto a ella, por ser incapaz de pecado.

¡Admirable humildad la de Jesús, que toma la semejanza de pecador sin serlo y que, siendo en absoluto inocente, echa sobre sus hombros la carga de nuestros pecados al entrar en el mundo, porque sólo viene a la tierra con el fin de satisfacer por ellos!

Ponderemos hoy la obediencia y la humildad del Salvador en este misterio: No vino al mundo, como dice Él mismo, para destruir la Ley, sino para darle cumplimiento (2).

Aprended de Jesús a someteros a quienes Dios os ha dado por superiores; a humillaros en las ocasiones que se os presenten, y a circuncidaros con la circuncisión verdadera, no hecha por mano de hombre (3), como dice san Pablo, sino consistente, añade el Apóstol, en despojarse del cuerpo carnal; o sea, de nuestros peca dos, pasiones y malas inclinaciones; pues, como enseña en otra parte el mismo santo Apóstol, la verdadera circuncisión no es la que se hace en la carne y es sólo exterior; sino la del corazón, que se hace según el espíritu (4).

Por tanto, como corresponde a quienes son de Jesucristo, mortificad vuestra carne con sus pasiones y malas inclinaciones, conforme sigue amonestando el Apóstol (5), y así, Jesucristo os hará revivir con Él, no obstante la incircuncisión de vuestra carne, aboliendo total mente el decreto de vuestra condenación (6).

Jesucristo ejerce en este misterio la función y cualidad de Redentor de los hombres, derramando su sangre por el amor que les profesaba. Con esta efusión de sangre manifiesta que había empezado a presentarse en la tierra como pecador, y a cargar con nuestras iniquidades:

Lo primero, porque la circuncisión no fue establecida en la antigua Ley sino para los pecadores.

Lo segundo, porque, constituido Jesucristo en el mundo pontífice de los bienes futuros, según atestigua san Pablo, se ofreció este día Él mismo a Dios en el Templo, como víctima inmacu1ada, para purificar nuestras conciencias de las obras muertas, y para tributar, en representación de todos los hombres, el verdadero culto al Dios vivo y eterno, en calidad de mediador de la nueva Alianza (7).

¿Puede haber cosa más humillante para el Hijo de Dios que pasar por pecador, siendo la santidad misma y el justo por excelencia? Con todo, Jesucristo, aunque libre de todo pecado, padece hoy en su sagrado cuerpo la pena que los hombres, por su condición de pecadores, estaban obligados a soportar.

Nosotros, en cambio, que tanto ofendimos a Dios, nos tenemos y queremos ser tenidos por inocentes y justos; buscamos y nos creemos con derecho a buscar nuestras comodidades, y ponemos todo nuestro conato en huir del dolor y las molestias.

Despertad en vosotros sentimientos de humildad, y confundíos interiormente al ver cómo huís las ocasiones de padecer, cuando Jesucristo las ha buscado por vuestro amor. Dadle también gracias por la extraordinaria bondad de que os ha dado pruebas en su circuncisión.

El Padre Eterno avisó a la Virgen Santísima, por el ángel que le anunció el misterio de la Encarnación de su Hijo, que debía llamarle JESÚS (8); en con secuencia, Ella y san José le impusieron en este día ese Nombre, que significa salvador.

Estaba muy puesto en razón que, al mismo tiempo que Jesucristo empezaba a padecer y a derramar su sangre por nuestros pecados, se le llamara así, a fin de que comenzase a llevarle desde aquel momento; pues tan admirablemente le convenía, según el ministerio que había tomado sobre Sí, y al tiempo mismo en que se ofrecía exterior y públicamente a Dios su Padre para desempeñarlo; de modo que no pareciese llevar en vano tan adorable Nombre.

¿No lleváis en vano vosotros los nombres de " cristiano " y de " ministro de Jesucristo " en la función que ejercéis? ¿Vivís de manera que corresponda a tan gloriosas denominaciones? ¿Instruís a quienes tenéis a vuestro cargo con el celo y la aplicación que exige Dios de vosotros para tan santo empleo?

Haceos dignos por vuestra conducta irreprochable, de calidad tan gloriosa, y portaos de tal manera que, desde hoy, comience a ser santa y edificante vuestra vida, y continúe siéndolo en lo sucesivo.

95. PARA LA FIESTA DE SANTA GENOVEVA (*)

(3 de enero)

Fue santa Genoveva tan llena de gracias y tan prevenida por ellas, que se consagró a Dios desde muy jovencita por consejo de san Germán, obispo de Auxerre, quien aprobó su propósito de emitir el voto de virginidad que, de hecho, pronunció más tarde, en presencia del obispo de Chartres.

Se dio después por entero a obras piadosas, y se entregó a la oración de tal modo, que su vida era casi oración continuada. Preparábase a celebrar el santo día del domingo pasando la noche precedente por completo en el ejercicio de la oración y excitando en sí fervor extraordinario, el cual procuraba conservar durante todo el siguiente día, lo mismo que en todas las fiestas.

Ved cómo proceden los santos: se apartan de conversar con los hombres, y se deleitan en hacerlo con Dios.

¿Sentís inclinación a ese ejercicio? Es deber vuestro ser amantes de la oración y asiduos en su práctica, a fin de conseguir las abundantes gracias que necesitáis en vuestro estado, tanto para la propia santificación como para la ajena.

Tened por seguro que, cuanto más os apliquéis a orar, mejor desempeñaréis vuestro empleo; pues, no pudiendo por vosotros producir bien alguno en orden a salvar las almas; tenéis que dirigiros a Dios con frecuencia, para obtener de El lo que vuestra profesión os obliga a comunicar a los otros. Así lo enseña Santiago cuando dice: Dios es el padre de las luces, y de Él desciende todo don perfecto; esto es, todo cuanto se da y es necesario a los hombres para conseguir su eterna salvación (1).

Pedid a Dios con insistencia ese espíritu de oración.

La oración, si no va apoyada en la mortificación, resulta poco eficaz: santa Genoveva juntó una con otra y, por eso, obtenía fácilmente de Dios cuanto impetraba de El.

No comía de ordinario más que dos veces por se mana; no probaba la carne, y velaba con frecuencia durante noches enteras. Sus austeridades eran tan rigurosas y tanto se desentendía de él, que semejaba no tener cuerpo.

No podemos cimentarnos en la piedad, sino en la medida en que abracemos la mortificación. Como los sentidos se inclinan siempre a satisfacer sus gustos, es imposible vivir según el espíritu del cristianismo, sin llevarlos continuamente de las riendas, y aun sin resistir a sus movimientos; pues, según dice san Pablo: La carne tiene deseos contrarios a los del espíritu, como opuestos que son entre sí; de donde resulta que no hace uno muchas veces aquello mismo que desearía hacer (2).

Y como no debemos vivir sino por el espíritu, según enseña el mismo Apóstol; tenemos también que proceder según el espíritu, y no según la carne (3).

¿Ponéis en ello vuestra diligencia y tesón? ¿Os portáis de tal modo que logréis haceros dueños de los sentidos? Si les dejáis tomar la delantera, os resultará difícil contenerlos después. Velad, por tanto, sobre ellos de continuo, porque es imposible ser a un tiempo sensual y cristiano.

El premio que santa Genoveva recibió en este mundo, como pago de sus extraordinarias empresas y sus obras piadosas, fueron largas y frecuentes enfermedades, padecimientos y persecuciones considerables, durante todo el curso de su vida; los cuales fueron agravándose de continuo con horrendas calumnias, de las que, a ejemplo de san Pablo, nunca se vengó sino " con acciones de gracias y con las plegarias que dirigía a Dios por aquellos que la habían perseguido y calumniado " (4).

Sabía santa Genoveva que no es otro el premio con que Dios galardona a los santos en esta vida, según nos lo asegura Jesucristo en el sagrado Evangelio, y que deben considerarse más felices con él que con la posesión de todos los tesoros imaginables (5). Eso es lo que constituye también el consuelo de los siervos de Dios, porque al verse en tales situaciones, descubren en sí mayor semejanza con Jesucristo y los santos.

Ser tratados de ese modo es cuanto debemos esperar en el mundo, después de haber consumido nuestra vida por Dios; y eso es lo que nos permitirá descubrir y poseer a Dios y su santa paz dentro de nosotros, como le poseía, en medio de todas sus aflicciones, la Santa cuya fiesta celebramos.

Protestad amenudo ante Dios que soportaréis gustosos todas las penas que tenga a bien enviaros. No os la mentéis de cuanto pueda decirse o hacerse contra vosotros. Mostrad por vuestro silencio y paciencia que os alegráis de ello, y que lo soportáis gozosos por amor de Dios. De hecho, uno de los mejores medios para adquirir y conservar el amor divino es padecer mucho y padecer con alegría.

96. PARA EL DIA DE LA FIESTA DE LA ADORACION DE LOS REYES

(6 de enero)

Nunca nos cansaremos de admirar la fe de los santos Magos; pues no se halló en Israel fe que se parezca a la de estos admirables gentiles, según dice san Bernardo.

Descubren una estrella nueva y extraordinaria y, a su sola vista, parten de una región remota en busca de Aquel que, ni ellos conocen ni es conocido siquiera en su propio país.

Alumbrados por su luz y, más aún, por la de la fe, se ponen en camino para anunciar un nuevo Sol de justicia, en el lugar en que ha nacido, y dejan atónitos a sus habitantes con el ruido de semejante nueva. Ellos, en cambio, no se maravillan, porque siguen los destellos de la Luz verdadera, y porque " sólo la fe conduce a Jesucristo ", en expresión de san Pablo (1).

La estrella no se les muestra en vano: su aparición llevó consigo la gracia de Dios; y aquel día se trueca para ellos en día de salud, por haberse mostrado fidelísimos a las inspiraciones divinas.

¿Prestamos atención nosotros a las iluminaciones que de Dios recibimos? ¿Somos tan diligentes en seguirlas, como lo fueron los santos Magos en dejarse conducir por la estrella que los guiaba?

De esa pronta fidelidad a la gracia depende muchas veces la salvación y felicidad de un alma. Dios dispensó a Samuel el favor de hablarle, porque se presentó tres veces consecutivas para oírle, tan pronto como sintió su llamamiento. Y san Pablo mereció la gracia de su total conversión, porque se mostró primero fiel a la voz de Jesucristo que le hablaba.

Eso debéis hacer vosotros con tanta diligencia como ellos.

Luego que llegaron a Jerusalén, y dentro del palacio de Herodes, los Reyes Magos preguntan: ¿Dónde ha nacido el Rey de los judíos? (2).

¡Qué pregunta para hecha en el palacio mismo del príncipe! Es cierto, dice san Agustín, que varios reyes habían nacido en Judea, y que el propio Herodes - allí reinante tenía varios hijos; pero a ninguno de ellos venían a adorar y reconocer los Magos como Rey, por que el Cielo no los había enviado en su busca.

Verdad es también, según cuenta san Fulgencio, que poco antes le nació a Herodes un hijo en su palacio; el cual reposaba en cuna de plata, y era respetado de toda la Judea. Con todo, aquellos Reyes ni hacen caso de él ni le mientan siquiera en el palacio real.

¡Oh santa osadía la de nuestros Magos! ¡Entrar así en la capital y llegarse hasta el trono de Herodes! Nada temían porque la fe que los animaba y la grandeza del que venían buscando les urgía a olvidar y a tener en menos toda clase de consideraciones humanas; por eso consideran a Herodes, con quien están hablando, como infinitamente menor que Aquel que les había anunciado la estrella.

No es posible admirar debidamente que gentiles educados en los errores del paganismo poseyeran fe tan viva y se mostrasen tan fieles en seguir sus luces.

Esta fe se aumentó y fortaleció sobremanera cuando, congregados todos los príncipes de los sacerdotes y los escribas del pueblo, indagó de ellos Herodes el lugar en que había de nacer el Cristo. En Belén, le respondieron (3); a lo que agregó el rey dirigiéndose a los Magos: Cuando encontréis a ese Niño que buscáis, yo mismo iré a adorarle (4). Mas ellos, salidos del palacio, no volvieron a ocuparse del rey Herodes.

Así debe apremiaros la fe a despreciar todo cuanto el mundo estima.

Dejada la ciudad de Jerusalén, se dirigieron los Magos a la humilde aldehuela de Belén, para encontrar allí al Rey que buscaban. Iban conducidos por la estrella, que caminaba delante de ellos, hasta que, llegados al lugar adonde yacía el Niño, se paró (5). Entrando entonces en el establo, " vieron los Magos a un niñito envuelto en pobres pañales, acompañado de María su Madre ".

¿Cómo no temieron los Magos, a tal visión, ser víctimas de algún engaño? ¿Son éstas, insignias de rey? ¿Dónde está su palacio?; ¿dónde su trono?; ¿dónde su corte?: exclama san Bernardo.

Y prosigue: su palacio es el establo; un pesebre le sirve de trono; la compañía de la Santísima Virgen y san José forman su corte.

No tienen por despreciable el lugar; los pobres pañales no les causan extrañeza, ni los maravilla ver a un débil niño amamantado por su madre. Se prosternan delante de Él, dice el Evangelio (6); le reverencian como a su Rey y le adoran como a su Dios. Ved lo que les impulsó a obrar la fe, de cuyo espíritu estaban vivamente penetrados.

Reconoced a Jesucristo bajo los pobres harapos de los niños que instruís; adoradle en ellos; amad la pobreza y honrad a los pobres, a ejemplo de los Magos. Porque la pobreza ha de seros amable a vosotros, encargados de educar a los pobres. Muévaos la fe a hacerlo con amor y celo, puesto que ellos son los miembros de Jesucristo (7).

Ése será el medio para que el divino Salvador se complazca entre vosotros, y de que vosotros le halléis; ya que Él amó siempre la pobreza y a los pobres.

97. SOBRE LA VIDA DE SAN ANTONIO (*)

(17 de enero)

San Antonio oyó leer en la iglesia estas palabras del santo Evangelio: Si quieres ser perfecto, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres (1); e, inmediatamente, como si hubieran sido dichas para él, decidió ponerlas por obra, persuadido de que era eso lo que Dios le pedía.

Admiremos la fidelidad de este Santo a los primeros movimientos de la gracia, y su prontitud en seguir la divina inspiración.

¿Somos tan fieles como san Antonio en secundar las inspiraciones de Dios, y ejecutamos con su misma rapidez cuanto la gracia solicita de nosotros?

No menos que él, hicimos nosotros profesión de renunciarlo todo al dar el adiós al mundo; pero ¿lo hemos dejado todo de una vez? ¿No hay ya nada a que estemos apegados? Lo conoceremos si nos complace ser pobres, y si no ansiamos comodidades ni posesión de cosa ninguna.

Una vez despojado de todo su caudal en favor de los pobres, se retiró san Antonio al desierto, don de trabajó con sus manos para ganar con qué subsistir y socorrer a los pobres.

Al trabajo añadió la oración continua.

Para darse a Dios, no basta desprenderse de cuanto se ha tenido, y renunciar a todo lo criado; es necesario también trabajar por perfeccionarse interiormente y desarraigar las pasiones y propias inclinaciones. En el retiro es donde se alcanza este bien. Efectivamente: no es posible vencerse sin conocerse, y resulta dificilísimo conocerse en medio del mundo.

¿Utilizamos nosotros la ventaja que nos ha cabido en suerte al dejarlo, para procurar no seguir en nada los impulsos de la naturaleza?

Después de perfeccionarse, y henchido ya del espíritu de Dios en el desierto, lo dejó san Antonio por una temporada, con el fin de alentar a los mártires y de confirmar a los cristianos en su fe, que peligraba por causa de la persecución. El celo de su propia santificación le había llevado y mantenido en la soledad, y el que tenía de la salvación de sus hermanos, le arrancó de ella.

Mas, desconfiando de sí, una vez pasado el peligro, regresó al desierto, y en él vivió en adelante con más fervor que nunca.

De modo parecido tenéis que proceder vosotros: amad el retiro para trabajar eficazmente en él por vuestra perfección; pero dejadlo cuando Dios os llame para que os dediquéis a salvar las almas que os tiene confiadas; y, tan pronto como deje Dios de solicitaros a ello, transcurrido ya el tiempo que el empleo os exige, retiraos de nuevo a vuestra soledad, imitando a san Antonio.

98. PARA LA FIESTA DE SAN SULPICIO

(19 de enero)

San Sulpicio manifestó siempre, aun ya en su infancia, tal inclinación a la virtud, que se le dio por ese motivo el sobrenombre de piadoso, y le obligó el obispo a incorporarse a su clero.

¡Ah! Cuán útil es darse a la virtud desde los primeros años: merced a ello, se consigue facilidad grande para su práctica, y las obras de piedad se ejercitan como naturalmente.

Ventaja parecida se logra viviendo en las mansiones retiradas del mundo. Quienes logran aficionarse a su estado, moran en ellas muy a su gusto, y se complacen en los ejercicios de piedad que allí se practican, en. virtud de un hábito, que la unción de la gracia y el amor divino tornan dulce y agradable.

¿Os halláis vosotros en tal disposición? ¿Amáis con preferencia a cualquiera otra cosa vuestro estado y lo que en él se practica?

Su piedad mereció a este Santo tan extraordinario renombre, que el rey quiso tenerle junto a sí. Y, por difícil que sea conservar el espíritu religioso entre el ruido de la corte, san Sulpicio procedió tan dignamente, que derramó en ella el perfume de su piedad y se hizo acreedor a la universal veneración.

Vuestro empleo os impone cierta comunicación con los prójimos extraños a la comunidad; vivid sobre aviso para comparecer siempre ante ellos de manera edificante, y para mostraros tan modestos, reservados y circunspectos, que no se os considere de otra suerte que como el buen olor de Jesucristo (1). Proceded de manera que todo vuestro exterior, todas vuestras palabras y todas vuestras obras muevan a la virtud. Sólo con ese fin quiere Dios que frecuentéis el mundo.

Preparaos, pues, en el retiro para corresponder a sus intenciones.

Vacante el arzobispado de Burges, designó el rey como obispo a este Santo, cuya piedad hizo que se le prefiriese a cuantos solicitaban aquella dignidad. Esa misma virtud movió a san Sulpicio a trabajar con celo y fruto en la salvación de las almas.

¡Ah! Cuán cierto es aquello que afirma san Pablo: La piedad es útil para todo (2), y acarrea muchos bienes, no sólo a los que la poseen, sino a quienes los tratan, conversan o reciben sus enseñanzas: todo en ellos predica piedad.

¿Puede eso decirse de vosotros, ya que tenéis obligación de inspirarla a los niños que educáis? ¿Les basta miraros para ser comedidos? ¿Vuestra compostura exterior les mueve por sí sola a la práctica de la virtud? Todo cuanto les decís, ¿despierta en ellos el espíritu de piedad y religión?

Ése es el principal provecho que debéis procurarles, y lo mejor que les podéis legar para el día que se aparten de vosotros.

99. PARA LA FIESTA DE LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO

(25 de enero)

Se mostraba san Pablo tan celoso por la observancia de la ley antigua que, provisto de órdenes escritas, emanadas del príncipe de los sacerdotes, recorría todos los lugares de Judea donde tenía conocimiento que moraban cristianos, para perseguirlos.

Dios, que conocía el ardor de su celo, quiso que lo empleara en servir a Jesucristo, a quien perseguía en sus miembros y discípulos; y, en un instante, le iluminó con su luz celestial y le derribó por tierra (1).

¡Cuán dichoso fue este Santo por haber sido en tal forma prevenido de la gracia, que le convirtió en un punto, de perseguidor del Evangelio, en su apóstol y predicador!

Congratulaos con él por la singular merced que le hizo Dios, y dad gracias a Dios vosotros de la que os ha otorgado sacándoos del mundo y llamándoos a desempeñar empleo tan santo como es instruir a los niños e inspirarles la piedad.

Tan pronto como le solicitó la gracia, fue fiel san Pablo en seguirla. Y, como le manifestase Jesucristo que era Él a quien perseguía en la persona de los cristianos (2); atento a la voz que así le hablaba para sacarle de su ceguera, preguntó humildemente a Jesucristo qué órdenes se dignaba darle y qué quería que hiciese por El.

Llamados por Jesucristo para ejercer su ministerio y educar a los pobres; ¿sois vosotros tan fieles como lo fue san Pablo en seguir la voz de Dios? ¿Correspondéis con la misma diligencia que él a todas las mociones de la gracia? ¿Y os mostráis tan celosos en el cumplimiento de los deberes de vuestro empleo como se mostró él?

¿Decís con el Apóstol: Señor, qué quieres que haga? (3). ¿Y sois dóciles en ejecutar cuanto sabéis que exige Dios de vosotros?

Aunque empezó Dios por iluminar a san Pablo con luces extraordinarias, y le llamó con voz milagrosa; no quiso, a pesar de todo, descubrirle por Sí su santa voluntad, sino que le envió a Ananías, a quien se la había revelado, con el fin de que se la declarara de parte suya.

Así quiere Dios que procedáis vosotros cuando os inspira la realización de alguna buena obra. Con sus luces celestiales sólo pretende daros a entender que exige de vosotros algo que no practicáis. Pero no quiere que obréis por cuenta propia, ilustrados únicamente con las luces del cielo; antes bien, es voluntad suya que acudáis a vuestros directores y superiores, a quienes no deja El de instruir sobre lo que debéis hacer, y a los que comisiona para que os lo declaren.

Por tanto, no os fiéis nunca de vuestras propias luces, ni siquiera de las que, al parecer, proceden de Dios. Manifestadlas a quienes os dirigen, y someteos a las que a ellos Dios les comunica.

100. SOBRE LA VIDA DE SAN JUAN CRISÓSTOMO

(27 de enero)

Inspirado por la gracia, dejó san Juan Crisóstomo el siglo, precisamente cuando podía vivir en él con más lustre, por razón de su elocuencia, que le atraía la general admiración. Retiróse a la soledad, donde se aplicó al estudio de la Sagrada Escritura, la cual le su ministró luces extraordinarias, y abundante caudal de doctrina religiosa.

Vosotros tenéis la felicidad y la suerte de vivir desligados del mundo, de leer y oír leer con frecuencia las Sagradas Escrituras. Debéis, por consiguiente, aprender en ellas la ciencia de la salud y las máximas santas que, por vuestra profesión, estáis obligados a practicar y enseñar a los otros. Meditadlas de cuando en cuando, y procurad que sean ellas también el asunto ordinario de vuestras mutuas conversaciones.

Obligado el Santo por el obispo de Antioquía a predicar el Evangelio; lo hizo con tan brillante éxito y con elocuencia tan singular, que embelesaba a cuantos le oían, al mismo tiempo que ganaba los corazones para Dios.

Cuando alguien se ha llenado de Dios en la soledad, puede luego hablar de El atrevida y provechosamente, y darle a conocer a quienes, sepultados en la culpa y la ignorancia, viven en ceguera que ellos mismos desconocen.

Por ser obligación vuestra comunicar diariamente a los discípulos el conocimiento de Dios, enseñarles las verdades del Evangelio y proporcionarles los medios de llevarlas a la práctica; tenéis que empezar por llenaros plenamente vosotros de Dios, y abrasaros en el amor de su santa ley, a fin de que vuestras palabras surtan su efecto en los discípulos.

Predicad con el ejemplo, y practicad a su vista lo que intentáis persuadirles.

Nombrado Patriarca de Constantinopla a su pesar y por instancias del emperador; emprendió la reforma general de las costumbres, impulsado por su celo y sin tolerar ningún desorden. De ahí que se opusiera resueltamente a la emperatriz, cuya conducta, en muchas cosas, distaba de ser cristiana. Mas no tardó en padecer persecuciones extremas, hasta verse arrojado más de una vez de su sede.

Así son tratados aquellos que con vida irreprochable, y santa doctrina, defienden el Evangelio y la religión. No puede el diablo soportar ni sus progresos en la virtud ni el fruto que operan en las almas; de ahí que no cese de atormentarlos por sí mismo o por sus satélites.

Si vivís santamente, dice san Pablo, disponeos a padecer persecución (1). Ésa ha de ser vuestra suerte y herencia, mientras permanezcáis en el mundo.

101. SOBRE LA VIDA DE SAN FRANCISCO DE SALES

(29 de enero)

Lo que admira en san Francisco de Sales es que, llevando en lo exterior vida corriente; vivía, a pesar de todo, en continua mortificación de sentidos, a los que no concedía otro uso que el necesario, sin dar les gusto en nada.

Sus comidas eran tan frugales, que puede calificarse su vida de ayuno perpetuo. Gracias a ello, consiguió en grado eminente la virtud de castidad, a la que se había obligado con voto desde su juventud.

Si pretendéis alcanzar la pureza que vuestro estado reclama, velad de tal modo sobre los sentidos que, en lo posible, no consintáis se desmanden en ninguna ocasión. Es éste uno de los principales medios que podéis utilizar para mortificaros, y de los más conformes con vuestra vocación.

Tuvo este Santo tal mansedumbre y tal ternura con el prójimo, y se esmeró tanto por ahogar en sí hasta los menores movimientos de ira que, después de su muerte, no se halló hiel en su cuerpo.

Habiéndole incitado a impacientarse cierta persona, limitó a preguntarle si pretendía hacerle perder en un instante aquello en cuya adquisición había ocupado toda su vida.

Aprended de este Santo a dominar las pasiones, y a no consentir jamás que la más leve alteración se manifieste en vuestras palabras u obras. La humildad os ayudará mucho a conseguirlo, no menos que el silencio, siempre que pretendan causaros alguna molestia.

La mansedumbre y ternura con el prójimo fue lo que permitió a san Francisco ganar tantas almas para Dios; de modo que se calculan en unos setenta y dos mil los herejes que apartó de sus errores.

Esa virtud le conquistaba, efectivamente, el corazón de cuantos tenían trato con él, y del afecto que despertaba en ellos se servía el Santo para conducirlos a Dios. Un apóstata llegó a confesar que la dulzura y paciencia de san Francisco le habían determinado a volver al seno de la Iglesia.

¿Tenéis vosotros tales sentimientos de caridad y ternura con los niños pobres que debéis educar? ¿Y aprovecháis el afecto que os profesan para ganarlos a Dios?

Si usáis con ellos firmeza de padre para sacarlos y alejarlos del desorden; debéis sentir también por ellos ternura de madre, para acogerlos, y procurarles todo el bien que esté en vuestra mano.