II. SOBRE LA OREJA SAJADA DE MALCO,
LA
FUGA DE LOS DISCÍPULOS Y LA CAPTURA DE CRISTO.
Furia
y celo de Pedro
Desde
mucho tiempo antes hablan los Apóstoles escuchado a Cristo predecir las cosas
que ahora velan acontecer. Aun afectados por la tristeza y la pena, recibieron
entonces todo aquello con mucha menos preocupación que ahora, cuando velan
ocurrir todas aquellas cosas delante de sus propios ojos. Al ver que una cohorte
entera de soldados buscaba a Jesús -Nazareno, no quedaba ya lugar para la duda
o la ambigüedad: le buscaban para hacerle prisionero. Al sospechar lo que se
avecinaba fueron sus ánimos abatidos e inundados por un tumulto de
sentimientos. De un lado, solicitud y preocupación por su Señor., al que tanto
amaban; pero, también, miedo y temor por lo que pudiera ocurrirles a ellos
mismos. De otro lado, debieron sentir vergüenza al recordar aquella magnífica
promesa suya de morir antes que abandonar al Maestro. A todos estos estados de
ánimo seguían impulsos varios, porque, si su amor les llevaba a quedarse, el
miedo les hacia no permanecer, el temor a la muerte les movía a huir, y la
vergüenza por lo que habían prometido les inclinaba a resistir y no ceder.
Recordaban,
además, lo que Cristo les había dicho aquella misma noche: que si antes
tenían prohibido llevar cosa alguna para defenderse, ahora, el que no tuviera
espada debería comprar una, aunque para hacerlo se viera obligado a vender la
túnica. Crecía su ...miedo al ver a la cohorte romana y a la turba de los
judíos avanzando en bloque, todos bien provistos de armas, mientras ellos eran
sólo once y desarmados, excepto dos que tenían dos espadas (aparte de algún
cuchillo o puñal que tuviera algún otro). Pues bien, a pesar de todo
recordaron más tarde que al decir al Maestro: "Mira, aquí hay dos
espadas",El había contestado: "Es suficiente." No entendiendo el
misterio de esas palabras le preguntan impetuosamente si quiere que ellos le
defiendan con la espada: 'Señor, ¿herimos con la espada?"
Pedro,
furioso por la emoción, no esperó la respuesta, sino que desenvainando la
espada asestó un golpe a un siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja
derecha. Quizá estaba este criado junto a Pedro, o bien su aspecto fiero y
altanero destacaba entre los demás. De cualquier modo, parece que era conocido
por su maldad porque los evangelistas mencionan que era un siervo del sumo
sacerdote, jefe y príncipe de todos los sacerdotes, y como dice un autor
satírico: "Cuanto más grande la casa, más soberbios los
servidores." Saben los hombres por experiencia que, en cualquier parte, los
servidores de grandes señores superan a éstos en arrogancia. Y para que
supiéramos que este individuo estaba muy cercano al sumo pontífice (y así era
tanto más distinguido en su soberbia), añadió Juan, inmediatamente., su
nombre: "El nombre del siervo era Malco" .
Es
un dato que este evangelista no ofrece en cualquier lugar y sin una buena
razón. Imagino que este canalla llamado Malco debió de entrometerse
altaneramente, irritando a Pedro, que, a su vez, escogió a tal sujeto para
iniciar la pelea; y vigorosamente habría dirigido el ataque si Cristo no
hubiera detenido su ímpetu. En efecto, prohibió Cristo a los demás que
lucharan, declaró ser impotente el celo de Pedro y, finalmente, curó la oreja
de este pobre individuo. Lo hizo así porque no vino a huir de la muerte, sino a
padecería, y además, caso de que no hubiera venido a morir, no habría
necesitado de tal ayuda.
Para
recalcar bien esto, respondió primero a la pregunta de los otros Apóstoles:
"Dejadles. No sigáis adelante. Dejadles hacer otro poco. Con una sola
palabra los tiré al suelo y, con todo, como veis, les permití que se
levantaran para que pudieran llevar a cabo lo que desean hacer. Si a ellos les
dejo llegar hasta ahí, haced vosotros otro tanto. Llegará el momento en que ya
no permitiré que puedan nada sobre mi; e incluso ahora no necesito vuestra
ayuda. "
Después,
volviéndose a Pedro le dijo: 'Pon la espada en su lugar", como si dijera:
"No deseo ser defendido con la espada, y a vosotros os he escogido para una
misión que no es lucha con esa espada, sino con la espada de la palabra de
Dios. Devuelve, por tanto, la espada de hierro a su sitio, que es donde debe
estar: en manos de los príncipes y de las autoridades temporales para usarla
contra los que obran el mal. Vosotros, Apóstoles de mi rebaño, tenéis otra
espada mucho más temible que cualquiera de hierro. Una espada por la que el
hombre impío es, a veces, cortado y desgajado de la Iglesia como miembro
podrido de mi Cuerpo místico, y entregado a Satanás para destrucción de la
carne, y así salvar el espíritu (supuesto que sea curable) y capacitarlo una
vez mas para ser injertado y seguir creciendo de nuevo. Aunque, ocurre alguna
vez, que quien padece un tumor incurable es entregado a la muerte invisible del
alma, no sea que infeccione otros miembros sanos con su enfermedad. Tan lejos
estoy de desear que hagas uso de la espada de hierro (que pertenece a la
autoridad secular) que pienso asimismo que la espada espiritual (cuyo manejo os
pertenece) no debe ser desenvainada con mucha frecuencia. Pero manejad con gran
energía la espada de la palabra, cuyo tajo, como el del bisturí, hace posible
que salga el pus, y cura, ciertamente, hiriendo. Por lo que se refiere a la
maciza y peligrosa espada de la excomunión., deseo permanezca escondida en el
estuche de la misericordia a no ser que una necesidad urgente y grave requiera
sea desenvainada."
Cristo
corrige al Apóstol
Con
sólo tres palabras contestó a los otros Apóstoles, bien porque eran más
moderados o quizá sencillamente, porque eran más tibios que o para calmar el
ímpetu bullicioso y sin freno de este último necesitó extenderse un poco
más. No sólo le mandó envainar la espada; añadió también la razón por la
que no aprobaba su celo, por fervoroso que fuera. "¿No quieres que beba el
cáliz que mi Padre me dio a beber?".
Tiempo
antes, habla predicho Cristo en una ocasión a los Apóstoles que
"convenía que fuera él a Jerusalén y que padeciera mucho de los
ancianos, escribas y príncipes de los sacerdotes, y que fuese muerto y que
resucitara al tercer día. Y tomándole aparte Pedro trataba de disuadirle
diciendo: 'De ningún modo, Señor. Nada de todo eso te ocurrirá'. Cristo se
volvió hacia Pedro y le dijo: 'Apártate de mi, Satanás, que no saboreas las
cosas que son de Dios". ¡Con qué energía replicó Cristo a Pedro!
Poco
antes de esto, al confesar Pedro que Cristo era el Hijo de Dios, le había
dicho: 'Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado
eso la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo
que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del
infierno no prevalecerán contra ella".En esa otra ocasión, sin embargo,
declara ser escándalo, le llama Satanás, que no entiende las cosas de Dios
sino sólo las de los hombres. ¿Por qué todo esto? Porque intentaba Pedro
disuadirle de su camino hacia la muerte. Cristo le hizo ver que convenía
perseverar hasta la muerte, hasta aquella muerte irrevocablemente decretada por
su propia voluntad. No sólo no quería Cristo que ellos impidieran su muerte,
sino que deseaba le siguieran también en aquel mismo camino suyo. "Si
alguien quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, coja su cruz y
sígame". No
contento con esta exigencia, fue más allá para mostrar que si alguien rehusara
seguirle en el camino hacia la muerte cuando el caso lo requiere, no sólo no
evita la muerte, sino que viene a caer en una mucho peor. Quien da su vida, no
la pierde, sino que la cambia por una vida más plena, pues "quien quiera
salvar su vida, la perderá; pero quien pierde su vida por mí la encontrará.
¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿Qué
podrá dar entonces para rescatarla? El Hijo del hombre ha de venir revestido de
la gloria de su Padre y rodeado con sus ángeles, y entonces dará a cada uno
según sus obras`.
Es
posible que haya yo dedicado a este pasaje más tiempo del necesario. Pero, ante
estas palabras de Cristo tan graves y amenazadoras, por un lado, y tan eficaces,
por otro, para originar esperanza en la vida eterna, me pregunto si habrá
alguien que no quede de verdad conmocionado.
La
importancia de estas palabras en este lugar está clara. Pedro es amonestado
para que su celo no le desviara de tal modo que estorbara la muerte de Cristo.
No obstante, vuelve Pedro con igual ardor a oponerse a ella, y no se limita
ahora a unas pocas palabras, sino que intenta conseguirlo por la violencia de la
lucha. Cristo, que sabia que Pedro lo hacia con buena intención, y que a medida
que se acercaba la pasión aparecía más y más humilde con todos, no le
reprochó con dureza. Le corrigió dándole una razón; declaró después ser
aquello un pecado; y, finalmente, afirmó que, caso de. que quisiera evitar la
muerte, no necesitaría de la ayuda de Pedro ni de ningún otro mortal. No tenla
mas que pedírselo a su Padre que hubiera enviado una poderosa e invencible
legión de ángeles para liberarle de esta gente ruin que buscaba cogerle
prisionero.
La
razón con la que contrarrestó el celo de Pedro se contiene en su pregunta:
"¿No quieres que beba el cáliz que mi Padre me entregó? `. Mi vida
entera hasta ahora ha estado moldeada por la obediencia y ha sido modelo de
humildad. ¿Qué he enseñado con mas frecuencia o con mas energía sino que las
autoridades deben ser obedecidas, que se ha de tener honor y respeto a los
padres, que lo que es del César se ha de entregar al César y lo que es de Dios
a Dios? Y ahora que debo acabar mi obra y hacerla perfecta en todo detalle,
¿pretendes que rechace el cáliz que mi Padre me ofrece, deseas que el Hijo del
hombre desobedezca y que, de este modo, destruya y deshilache en un momento el
tapiz hermosísimo que durante tanto tiempo ha estado tejiendo?"
Enseña
a Pedro, en segundo lugar, que, al asestar un golpe de espada, ha cometido un
pecado. Y lo hace con un ejemplo del Derecho civil: 'Todos que se sirven de la
espada, a espada morirán" ". Según el Derecho romano (al que estaban
sometidos los judíos), cualquier persona que fuera descubierta llevando una
espada, sin legítima autoridad, con el propósito de matar, era considerada en
la misma categoría que el hombre que ya hubiera asesinado a otro. ¡ Cuánto
más en el caso de quien no sólo llevaba espada, sino que la había
desenvainado y asestado un golpe! .No me parece que Pedro, en tal momento de
consternación y desconcierto, pudiera controlarse para apuntar sólo a la oreja
de Malco, evitando deliberadamente golpearle en la cabeza, como si no hubiera
querido matarle sino tan sólo asustarle.
Naturalmente,
se podría añadir aquí que es licito servirse de la fuerza para proteger a un
inocente de un asalto criminal. Pero esta cuestión requeriría un tratamiento
más extenso del que se puede intentar en estas páginas. Por mucho que pueda
excusarse la acción de Pedro, ya que la hizo por un leal afecto hacía Cristo,
una cosa está clara: lo hizo en ausencia de legítima autoridad para emplear la
fuerza, como muestra muy bien el hecho de que Cristo le había severamente
advertido de que no intentara impedir de ningún modo su pasión y muerte, no
sólo por la fuerza, sino ni siquiera con palabras.
Finalmente,
desaprueba el ataque violento de Pedro, señalando que su protección era del
todo superflua e innecesaria. "¿No sabes que puedo pedir ayuda a mi Padre,
e inmediatamente me enviaría más de doce legiones de ángeles?" '.
Fijaos, mantiene silencio sobre su propio poder, pero se gloria de gozar del
favor de su Padre. A medida que se acercaba más y más su muerte, deseaba
evitar toda alocución sublime de si mismo y no quería pregonar que su poder
era igual al de su Padre. Queriendo dejar bien claro que no necesitaba la ayuda
de Pedro ni de ningún otro mortal, afirma que la ayuda de los ángeles le
habría sido enviada por su Padre todopoderoso inmediatamente, con sólo haberla
pedido. "¿No sabes que puedo pedir ayuda a mi Padre ... ?"
como si dijera: "Con vuestros propios ojos acabáis de ver cómo arrojé al
suelo, con sola mi voz y sin tocarla, a toda esta turbamulta, tan grande que si
confías ser suficientemente fuerte para defenderme contra ella, debes estar
completamente loco. Si esta razón no te convence, considera, al menos, de
quién confesaste tú que yo era hijo cuando al preguntaros '¿Quién decís
vosotros que soy yo?', tú diste al punto aquella respuesta que el cielo te
enseñó: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo'. Pues, si por divina
revelación conoces que yo soy Hijo de Dios, y ya que has de saber que los
padres en esta tierra no abandonan a sus hijos, ¿piensas, acaso, que mi Padre
celestial me abandonaría? ¿No sabes que, si se lo pidiera, me enviaría más
de doce legiones de ángeles, y que lo haría en el acto, sin tardanza? Y contra
tantas legiones de ángeles, ¿qué podría esta cohorte de plebeyos y ruines
mortales? Ciento veinte legiones de creaturas como éstas no podrían ni
siquiera mirar el rostro de un ángel airado."
Vuelve
después Cristo a lo primero como si fuera lo más importante, y dice:
"¿Cómo se cumplirán las Escrituras según las cuales conviene que ocurra
así?". Llenas, en efecto, están las Escrituras de vaticinios sobre la
pasión y muerte de Cristo y sobre el misterio de la redención de la humanidad
que no se realizarla sin la pasión. Y para que ni Pedro ni ningún otro
musitara para sí mismo: "Si puedes conseguir todas esas legiones de tu
Padre, ¿por qué no las pides?" le dijo Cristo: "¿Cómo se
cumplirán las Escrituras según las cuales conviene que suceda así? Si ves en
la Sagrada Escritura que éste es el camino escogido por la sabiduría
justísima de Dios para instaurar de nuevo la raza humana en la gloria que
perdió, y aun así pidiera yo a mi Padre que me salvara de la muerte, ¿qué
estaría haciendo sino esforzarme por deshacer lo que vine a cumplir? Hacer que
bajen del cielo los ángeles para defenderme, ¿qué otro resultado tendría
sino, precisamente, excluir del cielo a la raza humana entera para cuya
redención a la gloria celestial he bajado yo a la tierra? No luchas tú, por
tanto, con tu espada contra los impíos judíos, sino que arremetes contra toda
la humanidad en la medida en que no dejas se cumplan las Escrituras ni quieres
que beba el cáliz que me dio mi Padre; aquel cáliz por el que yo, libre de
culpa y sin mancha, borraré la mácula de la naturaleza caída."
Malco,
figura de la razón humana
Contemplad
el corazón dulcísimo de Cristo que no pensó era bastante reprochar al que
golpeaba, sino que, para damos ejemplo de que hemos de devolver bien por mal,
tocó también la oreja sajada de su perseguidor y se la curó. Ningún cuerpo
está tan plenamente configurado por el alma como la letra de la Sagrada
Escritura está permeada de misterios espirituales. Así como nadie puede tocar
una parte del cuerpo en que no se halle el alma dando vida y sensación (incluso
la parte más pequeña), de manera parecida, no hay en toda la Sagrada Escritura
un hecho o una historia aunque sea bien material y palpable, por así decirlo,
que no lleve la -vida y el aliento de algún misterio espiritual. Al considerar
cómo la oreja de Malco fue cortada por la espada de Pedro y restaurada por la
mano de Cristo, no nos quedemos únicamente con los hechos del relato (de los
que podemos aprender mucho para nuestra salvación): penetremos en el misterio
espiritual de salvación escondido bajo la letra de la historia.
Este
personaje, Malco, cuyo nombre significa en hebreo "rey" puede ser
tomado como figura de la razón humana; porque la razón debe gobernar en el
hombre como un rey, y verdaderamente reina cuando se sujeta a sí misma en el
obsequio de la fe y sirve a Dios. Y servir a Dios es reinar.
Por
su parte, el sumo sacerdote, junto con sus ministros, los escribas y los
ancianos del pueblo, era dado a depravadas supersticiones que mezclaba con la
ley de Dios y, con el pretexto de la piedad, luchaba contra la piedad
esforzándose por demoler al fundador de la verdadera religión. Todo esto hace
que pueda ser tomado, junto con sus cómplices, como figura de los heresiarcas
sacrílegos, ministros supremos de la nefanda superstición.
Cuando
la razón se rebela contra la verdadera fe de Cristo y se hace adicta a la
herejía, huye de Cristo y se convierte en esclava del hereje al que sigue,
descarriada por el diablo y perdida en los vericuetos del error. Conserva la
oreja izquierda, por la que escucha siniestras herejías, mientras pierde la
derecha, por la que debería oír la fe verdadera.
No
ocurre esto siempre por igual causa ni con el mismo resultado. Hay cabezas que
tienden a la herejía por malicia y adrede. En ese caso no cae la oreja de un
golpe, sino que va perdiéndose poco a poco y paso a paso, en la medida en que
el diablo infiltra el veneno; llega luego un momento en que las partes
purulentas se endurecen obturando los pasos de la trompa auditiva, de tal
modo que nada bueno puede entrar. Difícilmente son tales individuos restaurados
en la salud porque las partes carcomidas por el cáncer devorador se pierden del
todo, y nada queda que pueda ser repuesto en su lugar.
Puede
también ocurrir que la oreja haya sido sajada de un golpe seco y preciso, a
causa de un celo imprudente, y que, entera, haya rodado hasta el suelo. Así
pasa con aquellos que, movidos por una pasión o un sentimiento repentino,
abandonan la verdad conquistados por una falsa apariencia de la verdad. También
representa a quienes han sido engañados por su celo; de éstos ya advirtió
Cristo: "Vendrá un tiempo en que quien os matare se creerá hacer un
obsequio a Dios? ". De esta clase fue el Apóstol Pablo.
Otros
hay que, atolondradas sus inteligencias por apegos terrenos, -dejan que la oreja
por la que oían la buena doctrina del cielo sea amputada, cayendo sobre la
tierra. A menudo se compadece Cristo, de la desgracia de tales hombres, y
recogiendo del suelo con su propia mano la oreja que fue cortada en un súbito
arrebato o por un celo mal entendido., con sólo tocarla la encola de nuevo a la
cabeza, y vuelve a ser idónea para escuchar la verdadera doctrina.
En
fin, sé bien que, de este pasaje, sacaron los antiguos Padres, con la gracia
del Espíritu Santo, varios significados misteriosos, cada autor el suyo; pero
no es mi propósito hacer un elenco de todos porque interrumpiría demasiado el
relato de los acontecimientos históricos.
El
poder de las tinieblas
«Dijo
después Jesús a los príncipes de los sacerdotes y a los prefectos del templo
y a los ancianos que habían venido: "Habéis salido a prenderme con
espadas y con garrotes como si yo fuera un ladrón. Todos los días estaba entre
vosotros enseñando en el templo y nunca me echasteis la mano. Mas ésta es la
hora vuestra y el poder de las tinieblas". Así habló Cristo a aquellos
príncipes de los sacerdotes y magistrados del templo que habían venido. Tienen
aquí algunos una cierta duda porque el evangelista Lucas señala que Cristo se
dirigió a los príncipes de los sacerdotes y a los magistrados del templo y a
los ancianos del pueblo, mientras que los demás evangelistas dicen que no
fueron esas personas al lugar, sino que enviaron una cohorte de soldados con sus
servidores.
Afirman
algunos no encontrar tal dificultad porque se puede decir que Cristo habló con
ellos porque habló, de hecho., con los que hablan sido enviados.
Ordinariamente, se entiende que los príncipes hablan entre si por medio de sus
embajadores respectivos, y muchas personas se hablan valiéndose de mensajeros.
Todo lo que decimos a un criado que se nos ha enviado, lo hablamos, realmente, a
su amo que nos lo envió., pues el servidor repetirá todo a su señor. Aunque
no juzgo improbable esta solución, me inclino mucho más a favor de la opinión
de quienes piensan que Cristo hablé cara a cara con los príncipes de los
sacerdotes, ministros del templo y ancianos del pueblo. Lucas, en efecto, no
dice que Cristo se dirigiera a todos los príncipes de los sacerdotes ni a todos
los prefectos del templo ni a todos los ancianos del pueblo, sino solamente a
aquellos que hablan venido. Parece indicar que, aunque reunidos todos en consejo
se decidió enviar la cohorte y los servidores para apresar a Jesús, hubo
algunos de cada grupo (ancianos, príncipes y fariseos) que fueron Junto a
ellos. Esta explicación concuerda exactamente con las palabras de Lucas y no
contradice los relatos de otros evangelistas.
Dirigiéndose,
por tanto, a los príncipes, fariseos y ancianos, les recuerda Cristo
tácitamente que no atribuyan su captura a sus fuerzas ni a su habilidad,
y que no se jacten ridículamente de ella como si fuera una astuta e ingeniosa
proeza (como suelen, desgraciadamente, hacer quienes al obrar la maldad se ven
acompañados por la suerte). Nada pudieron contra El las insensatas
maquinaciones con las que se esforzaban por ahogar la verdad; detrás de todo
estaba la profunda sabiduría de Dios que había previsto y establecido el
tiempo en que el príncipe de este mundo perdería su presa, es decir, el
género humano, por mucho que luchara por retenerla.
De
otro modo, les siguió explicando Cristo, no hubiera habido necesidad de comprar
un traidor, ni de venir en la noche con linternas y, antorchas, rodeados de
soldados y armados con espadas y garrotes. Podían haberlo hecho antes, en
cualquier momento. Podían haberle arrestado sin esfuerzo, sin pasar una noche
en vela, sin ruido ni estrépito de armas, todas aquellas veces mientras,
tranquilamente sentado, enseñaba en el templo. Se jactaban, quizá, porque
pensaban que era muy difícil realizar lo que Cristo les mostraba haber sido tan
fácil; temían que la captura de Cristo hubiera podido originar un gran
peligro, un levantamiento del pueblo. Pero esta dificultad sólo se presentó,
en su mayor parte, después de la resurrección de Lázaro. En efecto,
más de una vez antes de este suceso, y a pesar del amor por sus virtudes y del
profundo respeto que el pueblo sentía hacia El, había tenido Cristo que
servirse de su poder para escapar de en medio de ellos. Quienes entonces
hubieran intentado cogerle y matarle no habrían encontrado ningún peligro ni
amenaza en la masa del pueblo, sino, más bien, un cómplice en el crimen (tan
mudable es siempre la muchedumbre anónima y tan inclinada a decidirse por la
parte equivocada). Los hechos mostraron poco después con qué facilidad se
olvida el favor de la muchedumbre hacia una persona y el miedo que de ahí pueda
surgir; porque, en cuanto fue Cristo apresado, el pueblo que antes aclamara con
júbilo: "¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el
cielo!" gritaba
ahora furibundo en contra suya: "¡Afuera! ¡Crucifícalo ¡"
.
Había
querido Dios, hasta este momento, que los que deseaban capturar a Cristo
imaginaran todo tipo de razones ficticias para temblar de miedo cuando nada
había que temer. Ahora que habla llegado el tiempo oportuno para la redención
de todos los mortales (los que de verdad quieran ser redimidos) por la muerte
cruel de uno solo, siendo así restablecidos a la felicidad de la vida eterna,
esas pobres creaturas que atrapan a Cristo se jactan de haber realizado con gran
inteligencia y astucia lo que, de. hecho, habla prescrito Dios en su divina
providencia y misericordia desde toda la eternidad; que ni siquiera la calda de
un pájaro al suelo, está fuera de su providencia. Para mostrarles cuán
errados andaban, y para que supieran que, sin su consentimiento, de nada hubiera
valido el engaño fraudulento del traidor, ni sus bien calculadas insidias, ni
el poder de los soldados romanos, les dijo: "Pero ésta es vuestra hora y
el poder de las tinieblas." Palabras de Cristo que Mateo consolida con
razón al escribir: "Todo esto se hace para que se cumplan las Escrituras
del profeta ".
Son
muchos los lugares de los profetas donde se encuentran vaticinios sobre la
muerte de Cristo: "Fue llevado como un cordero al matadero, y su clamor no
fue oído en las calle?", "Horadaron mis manos y mis pies", 'Fue
contado entre los malhechores","Tomó sobre sí nuestras
enfermedades" ,"Por cuyas Hagas hemos sido sanados" . Abundan los
profetas en claras predicciones de la muerte de Cristo, y, para que no quedaran
incumplidas, era necesario que no dependieran totalmente de planes humanos, sino
de Aquel que previó y ordenó desde toda la eternidad lo que iba a ocurrir, es
decir, en el Padre de Cristo, en el mismo Cristo y en el Espíritu Santo de
ambos; pues las obras de los tres de tal modo se unen que ninguna obra ad extra
deja de pertenecer por igual a las tres Personas. El tiempo oportuno para el
cumplimiento de aquel plan estaba así previsto y prescrito, y los príncipes de
los sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos, inicuos ministros que se
enorgullecían de haber capturado a Cristo, no eran sino instrumentos ciegos de
la voluntad bondadosísima e inmutable de Dios todopoderoso, no sólo de las
personas del Padre y del Espíritu Santo, sino también de la persona de Cristo.
Herramientas eran, en su ignorancia, ávidas, cegadas y alocadas por la malicia,
que causaban daño enorme en sí mismos y un bien grande en otros, y que
llevaron a Cristo a la muerte temporal, pero que fueron utilizadas para
conseguir la felicidad para el género humano y para Cristo la gloria eterna.
Les
dijo: "Mas ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas." Hubo un
tiempo en el que, aunque me odiabais con furor y deseabais perderme, aunque
podíais haberlo hecho en cualquier momento sin dificultad, no me cogisteis en
el templo y ni siquiera pusisteis manos sobre mí. ¿Por qué? Porque ni el
tiempo m la hora habían llegado; no una hora fijada por las estrellas del cielo
o escogida por vuestras astucias, sino por el plan inescrutable de mi Padre al
que había yo dado' mi consentimiento. ¿Os preguntáis cuándo la escogió? No
en tiempos de Abraham, sino desde toda la eternidad. Desde siempre, junto con el
Padre, antes de que Abraham fuera' yo soy. Pero ésta es vuestra hora y el poder
de las tinieblas. Esta es la hora breve dada a vosotros, y éste, el poder
concedido a las tinieblas, para que podáis hacer en la oscuridad de la noche lo
que no se os permitió a la luz del día. Como aves de rapiña, como búhos y
lechuzas, murciélagos y cuervos de la noche, y otros pajarracos de esa suerte,
chillando desaforadamente con vuestros picos, revoloteáis ahora sobre mí, pero
todo será en vano. Porque en tinieblas andáis cuando achacáis mi muerte a
vuestra fuerza. En tinieblas está
Pilato,
el gobernador, cuando se enorgullezca de tener, poder para salvarme o
crucificarme: aunque mi pueblo y mis sacerdotes están a punto de entregarme a
él, ningún poder tendría sobre mí si no le fuera dado del cielo; por esta
razón, los que a él me
entregan mayor pecado tienen. Mas ésta es la hora y el poder, pasajero y breve,
de la tiniebla. Quien camina en la oscuridad no sabe a dónde va; y vosotros ni
veis ni sabéis lo que hacéis, por lo que yo mismo rogaré al Padre para que se
os pueda perdonar todo cuanto tramáis contra mí. Mas no a todos se perdonará
ni se excusará su ceguera; porque vosotros mismos creáis y forjáis vuestra
propia oscuridad. Apagáis la luz y cegáis primero vuestros ojos, y luego, los
ojos de los demás. Os convertís en ciegos que guían a otros ciegos, hasta que
ambos caen en el pozo. Esta vuestra hora es y será breve. Este es el poder
incontrolable y frenético que os trae aquí bien armados para apresar al inerme
y desarmado, el hombre cruel y sanguinario contra el hombre amable y apacible,
hombres culpables contra el hombre inocente, el traidor contra su señor, pobres
criaturas mortales contra su Dios.
No
sólo a vosotros, contra mí y aquí y ahora, se da este poder de la oscuridad,
sino también a otros gobernadores, césares y autoridades temporales contra
otros discípulos míos. Y poder de las tinieblas será esa hora, en verdad,
porque cuanto sufran y digan no lo padecerán ni expresarán con solas sus
fuerzas, sino que venciendo con mi energía, en su paciencia conquistarán sus
almas, y será el Espíritu de mi Padre el que hable en ellos. De la misma
manera, quienes les atormenten y asesinen no harán nada de si mismos: el
Príncipe de las tinieblas (ya se acerca y no tiene poder sobre mi) inculcará
el veneno en verdugos y tiranos, mostrando y haciendo alarde de su fuerza a
través de ellos y por el tiempo que le sea permitido. No lucharán mis
compañeros de armas contra la carne y la sangre, sino contra príncipes y
potestades, contra los que manipulan la oscuridad de este mundo, contra los
espíritus maléficos. Ha de nacer todavía Nerón, por el que el príncipe de
las tinieblas matará a Pedro, y después a Pablo, aunque éste todavía no se
llama Pablo y se mueve en contra mía. Por el príncipe de las tinieblas muchos
otros césares y autoridades se levantarán contra mis discípulos.
Aunque
las gentes se amotinen y tracen las naciones planes vanos, aunque se alcen los
poderosos de la tierra y conspiren juntos contra el Señor y su Cristo,
esforzándose por quebrantar los vínculos y arrojar el yugo tan suave que Dios
tan amoroso y amable impone por medio de sus pastores sobre sus cuellos
testarudos, el que mora en los cielos se reirá y se burlará de todos ellos.
Que no está El, sobre un trono como el que tienen los poderosos de la tierra,
elevados a unos pocos pies del suelo, sino que se alza majestuoso sobre la
puesta del sol y se sienta por encima de los querubines; los cielos son su
trono, la tierra es s . u escabel, su nombre es "el Señor?'. Rey de reyes
y señor de señores. Rey de presencia impresionante que intimida los ánimos de
los príncipes. Les hablará en su ira y con su furor los turbará. Constituirá
a Cristo, su Hijo que hoy ha engendrado, como rey sobre Sión su monte santo,
montaña que jamás se tambaleará. Pondrá sus enemigos como escañuelo bajo
sus pies. Los que querían romper los lazos y arrojar lejos su yugo serán
gobernados con vara de hierro y los despedazará como el barro . Contra todos
ellos y contra su instigador, el príncipe de las tinieblas, serán mis
discípulos confortados y fortalecidos en el Señor. Y revestidos con la
armadura de Dios, los lomos ceñidos con la verdad, protegidos con la coraza de
la justicia, calzados y listos para sembrar el evangelio de la paz, alzando en
todas las cosas el escudo de la fe, y poniéndose el casco de salvación y la
espada del espíritu, que es la palabra de Dios , serán revestidos con el poder
de lo alto.
Resistirán,
de esta manera, las insidias del diablo, esto es, los halagos y lisonjas, los
placeres y comodidades que pondrá en labios de los perseguidores para que,
vencidos por la flojedad y la blandura, abandonen el camino de la verdad.
Aguantarán también firmes los asaltos abiertos de Satán resguardados por el
escudo de la fe, bañando en lágrimas su oración, y sudando sangre en la
agonía de su pasión. De nada valdrán los fieros dardos lanzados contra ellos
por los esclavos de Satán.
Después
de haber cogido su cruz para seguirme, y una vez que hayan vencido al diablo y
aplastado a los esbirros terrenales de Satanás, entrarán, por fin, los
mártires en el cielo con una gloria admirable sobre una carroza triunfal.
Pero,
vosotros que ahora ejercéis sobre mí vuestra malicia y todos los que, en su
corrupción, os imiten después, raza de víboras que, con parecida maldad y sin
arrepentimiento, marcharán sobre los míos, seréis arrojados al fuego eterno
del infierno. Se os concede, mientras tanto, mostrar y ejercer vuestro poder; y,
para que no os ensoberbezcáis, no olvidéis que muy pronto se os acabará. No
es el mundo sempiterno para que sea permitido tal desenfrenado libertinaje, sino
que su duración ha sido abreviada hasta un tiempo muy corto por causa de los
escogidos, para que no sean torturados más allá de sus fuerzas. Vuestro tiempo
y el poder de las tinieblas no son eternos, sino tan fugaces como el momento
presente, un instante temporal atrapado entre el pasado que ya fue y el futuro
que todavía no ha llegado. Breve es vuestra hora y, para que no os perdáis
nada de ella, proceded inmediatamente a gastarla. Ya que me buscáis a mi para
destruirme, daos prisa, haced rápidamente lo que pensáis hacer, pero dejad que
éstos se vayan. "Entonces, todos los discípulos le abandonaron y
huyeron" .
La
fuga de los discípulos
Fácilmente
se ve en este pasaje qué difícil es la virtud de la paciencia. Muchos son los
que pueden enfrentarse con valentía a una muerte cierta con la condición de
que puedan devolver los golpes de los atacantes, dando rienda suelta a sus
pasiones e hiriendo al enemigo. Mas sufrir sin lo que pudiera ser el alivio de
una posible venganza, arrostrar la muerte con tal paciencia que no sólo no se
devuelvan los golpes, sino que ni siquiera se rechacen con palabras airadas, es,
os lo aseguro, tal cumbre sublime de heroica virtud que ni los Apóstoles
tuvieron fuerzas para ascenderla. Fueron, ciertamente, admirables en su promesa
de ir a la muerte con Cristo artes que abandonarle; y la mantuvieron, en algún
sentido, porque estaban dispuestos a morir con la condición de que pudieran
morir peleando. Así lo mostró Pedro con obras al golpear a Malco. Pero cuando
nuestro Señor les negó el permiso para luchar y defenderse, "le
abandonaron todos y huyeron".
Alguna
vez me he preguntado si, cuando Cristo dejó de orar y fue a donde estaban los
Apóstoles, encontrándolos dormidos, se dirigió a ambos grupos o sólo a
aquellos Apóstoles que El habla deseado estuviesen más cerca suyo. Al
considerar ahora las palabras del evangelista, "Todos le abandonaron y
huyeron» . ya no dudo de que todos por igual se durmieron. Despiertos y rezando
deberían haber estado para no caer en la tentación, como Cristo les mandó; y,
al dormirse, dieron una oportunidad al tentador de debilitar sus voluntades con
una atolondrada modorra que les inclinó más a buscar los extremos, luchar o
huir, que a soportarlo todo con paciencia. Por esta razón le abandonaron todos
y huyeron, cumpliéndose la palabra de Cristo: "Esta noche todos os
escandalizaréis de mi". y
también lo que predijo el profeta: ... "Heriré al pastor y se
descarriarán las ovejas"
"Le
seguía un joven, envuelto solamente con un lienzo sobre su cuerpo, y
desprendiéndose de él, escapó desnudo". Quién era este adolescente es
algo que nunca se ha sabido con absoluta certeza. Algunos piensan que era
Santiago, al que llamaban hermano del Señor y distinguido con el sobrenombre de
"justo". Dicen otros que era Juan evangelista, a quien el Señor amó
siempre con predilección, y que debía ser entonces muy joven, pues llegó a
vivir muchos años después de la muerte de Cristo (según jerónimo murió
sesenta y ocho años después de la pasión del Señor). No faltan autores
antiguos que afirman que este adolescente no era uno de los Apóstoles, sino uno
de los servidores en la casa donde Cristo había celebrado aquella noche la
Pascua. Personalmente, me siento más inclinado a aceptar esta opinión. Aparte
de que no me parece verosímil que un Apóstol llevara por todo vestido un
simple lienzo, y además, tan mal sujeto que pudiera desprenderse de repente, el
contexto y los hechos de la historia, junto con las mismas palabras del relato,
me llevan a opinar así.
Entre
los que piensan que el joven era uno de los Apóstoles, la mayoría se inclina
por Juan; mas no me parece a mí probable por las propias palabras de Juan:
"Seguían a Jesús, Simón Pedro y otro discípulo que era conocido del
pontífice, y así, entró con Jesús en el atrio del pontífice. Pero Pedro se
quedó en la puerta. Salió, pues, el otro discípulo, el conocido del
pontífice, y habló con la portera y consiguió que Pedro entrara" '. Los
que dicen que era el santo evangelista quien siguió a Cristo y huyó al ser
hecho prisionero, tienen que hacer frente a una dificultad en su argumento, y es
ésta: el hecho de que el joven arrojó la sábana y escapó desnudo. En efecto,
parece esto no concordar bien con lo que sigue, es decir, que Juan entró en el
atrio del sumo sacerdote, introdujo a Pedro y siguió a Cristo en todo momento
hasta el lugar de la Crucifixión, permaneciendo junto al Crucificado con la
amadísima Madre de Cristo (junto a la Cruz, un hombre virginal y una Virgen
purísima), y que cuando Cristo se la encomendó, la aceptó como Madre allí
mismo. No cabe ninguna duda de que, en todo este tiempo y en esos distintos
lugares, Juan iba vestido. Era discípulo de Cristo, no uno de la secta de los
cínicos. Por lo tanto, aunque tenia sentido común para no evitar la desnudez
del cuerpo cuando las circunstancias así lo pidieran o la necesidad lo
exigiera, sin embargo, difícil se me hace pensar que su pudor le permitiera ir
desnudo en público, a la vista de todos y sin razón alguna. Esos autores salen
de la dificultad diciendo que, en algún momento, fue a otro sitio y consiguió
vestidos. No discuto que no fuera posible, pero no me parece verosímil, sobre
todo, . cuando veo en este pasaje que siguió a Cristo con Pedro en todo momento
y que entró junto con Jesús en la residencia de Anás, suegro del pontífice.
Hay,
además, otro detalle que me inclina a estar con los que piensan que el joven no
era uno de los Apóstoles, sino uno de los siervos. Me refiero a la relación
que establece el evangelista Marcos entre los Apóstoles que se dieron a la fuga
y el joven que quedó atrás; pues dice: "Entonces, sus discípulos todos
le abandonaron y huyeron. Pero un joven le seguía." No dice que
"algunos" huyeron, sino "todos" y que la persona que se
quedó siguiendo a Cristo no era ninguno de los Apóstoles (porque todos
huyeron), sino adolescentem quemdam" cierto joven" es decir, un
desconocido cuyo nombre Marcos ignoraba y juzgó no hacía falta mencionar.
Así
las cosas, imaginaría yo los hechos de esta manera. Este muchacho, movido
previamente por la fama de Cristo y al que acababa de conocer personalmente
(pues servía a Cristo en la mesa con los discípulos), fue tocado por el soplo
del Espíritu, sintiendo de inmediato el impulso de la caridad. Movido así a
una verdadera piedad, siguió a Cristo cuando este salió de la casa, acabada la
cena, y continuó siguiéndole a cierta distancia, más lejos quizás que los
Apóstoles, pero, con todo, junto a ellos. Y con ellos permaneció hasta que, al
aproximarse la muchedumbre, se perdió entre ella. Más tarde, cuando el terror
hizo que todos los Apóstoles escaparan de las manos de los soldados, este
muchacho se atrevió a permanecer allí., tanto más confiado porque sabía que
nadie era consciente del amor que sentía por Cristo. Mas, ¡qué
difícil es disimular el amor que tenemos hacia alguien! Aunque se había
entremezclado con quienes odiaban a Cristo, su porte y su expresión le
traicionaron, dando claramente a entender que estaba a favor de Cristo,
ahora abandonado por los otros, y que le seguirla., no para perseguirle y
entregarle, sino como quien le sigue para entregarse a El. Al ver la turba que
los discípulos habían huido, y sólo este joven se atrevía a seguir a Cristo,
rápidamente se echaron sobre él y le atraparon.
Y
este hecho me hace pensar que también pretendieron capturar a todos los
Apóstoles, y únicamente la sorpresa se lo impidió para que no quedara sin
cumplir el mandato de Cristo: "Dejad que éstos se vayan. " Estas
palabras de Cristo se referían principalmente a los Apóstoles que El había
elegido, pero no las limitó a ellos: quiso en su bondad extenderlas a quien,
sin haber sido llamado, le había seguido por su propia cuenta introduciéndose
en la santa compañía de los Apóstoles. Mostraba Cristo su oculto poder, al
mismo tiempo que aparecía la imbecilidad de la turba, porque no sólo no
pudieron prender a los once., sino que ni siquiera pudieron retener entre todos
a este muchacho, al que ya tenían atrapado y que estaba -puede uno imaginarse-
completamente rodeado. "Le cogieron, mas él, arrojando el lienzo, escapó
desnudo de entre ellos."
Tampoco
dudo lo más mínimo que este muchacho que siguió a Cristo aquella noche y que
no pudo ser apartado de El sino por la fuerza de la violencia en el último
momento y después que todos los Apóstoles' habían huido, volvió después, en
la primera ocasión que tuvo, a la grey de Cristo y vive ahora con Cristo en la
gloria sempiterna. A Dios pido y de Dios espero que también nosotros vivamos
allí algún día con este muchacho. El mismo nos dirá quién era, y
conoceremos con gran gozo y satisfacción muchos otros detalles de las cosas que
ocurrieron aquella noche y que no se recogen en la Escritura.
Mientras
tanto., y para hacer más fácil y seguro el camino que allí conduce, no será
de poco provecho recoger los consejos espirituales que se desprenden de la fuga
de los Apóstoles antes de poder ser capturados y de la fuga de este joven
después de haber sido capturado. Serán como provisiones para el camino.
Advierten los antiguos Padres de la Iglesia una y otra vez, para que no
confiemos tanto en nuestras propias fuerzas, que no nos pongamos,
voluntariamente y sin necesidad alguna, en peligro de pecado. Si alguien se
encontrara en una situación en que parece ser muy posible que sea arrastrado
por la fuerza hasta ofender a Dios, debe hacer lo que hicieron los Apóstoles:
huyendo evitaron ser atrapados. No digo esto como si se hubiera de alabar la
fuga de los Apóstoles; Cristo la permitió a causa de su debilidad, y El mismo,
lejos de alabarla, había predicho que esa noche seria ocasión de pecado y
escándalo.
De
todos modos, si sentimos que nuestro animo no es lo suficientemente fuerte,
imitemos su huida siempre que podamos huir del peligro de pecado sin caer en el
pecado. Ahora bien, si alguien escapa cuando Dios le manda permanecer y afrontar
el peligro con confianza, bien por razón de su propia salvación o por la de
aquellos que le han sido encomendados a su cuidado, ese tal se comporta, sin
ninguna duda, muy insensatamente. Pero, ¿y si lo hace para salvar la vida?
También, porque, ¿qué puede ser más disparatado y necio que el preferir un
breve tiempo de dolor y desgracia a una eternidad de felicidad? Si huye por
salvar la vida, al pensar que si no lo hace puede ser forzado a ofender a Dios,
se comporta no sólo mal, sino insensatamente. Enorme es el crimen de quien
abandona su puesto, y si a esto añade la desesperación, resulta tan grave como
pasarse al enemigo. Pues ¿quién puede pensar algo peor que des esperar
de la ayuda de Dios, y escapando, entregar al enemigo el puesto que Dios os
había asignado para guardar? ¿Qué locura mayor que buscar evitar un pecado
meramente posible (si uno permanece en su sitio), mientras se comete con toda
seguridad un pecado al escapar. Cuando la huida no encierra ofensa a Dios, el
plan más seguro, ciertamente, es darse prisa por escapar, en lugar de
retrasarlo tanto que sea atrapado y caiga en peligro de cometer un pecado
horrendo. Fácil es, cuando se puede, escapar a tiempo; difícil y peligroso es
luchar.
Desprendimiento
y perseverancia
Enseña
también este muchacho con su ejemplo qué tipo de hombre puede resistir as
tiempo, con menos peligro y escapar fácilmente de manos de sus enemigos, si
éstos hubieran llegado a capturarle. En efecto., aunque este muchacho fue el
que más resistió siguiendo a Cristo durante un trecho hasta que le prendieron,
sin embargo, y gracias a que no iba vestido con muchos y variados vestidos, sino
que llevaba tan sólo un simple lienzo, ni siquiera bien sujeto, sino echado sin
mayor cuidado sobre su cuerpo, de tal modo que fácilmente podría desprenderse
de él, pudo, en un momento, arrojar la prenda en manos de sus perseguidores y
huir de ellos desnudo. Llevándose el meollo, les dejó con la cáscara.
¿Qué
significa esto para nosotros? Qué otra cosa puede significar sino ésta: que
así como un hombre barrigón, hecho torpe y lento por el peso de la tripa, o un
hombre que lleva consigo una pesada carga de ropajes y vestidos, difícilmente
está en condiciones de correr con rapidez, de la misma manera el hombre con un
cinto de bolsas repletas de dinero, muy difícilmente podrá escapar cuando
caigan súbitamente sobre él las angustias y los pesares. Ni podrá correr muy
de prisa o ir muy lejos si los vestidos que lleva, aunque sean ligeros, están
tan atados y apretados que no puede respirar con comodidad. Con más facilidad
podrá escapar el que,
aunque lleve muchos ropajes, puede desprenderse de ellos en un momento, que otro
hombre que lleve muy pocos, pero tan apretadamente atados que ha. de
arrastrarlos consigo dondequiera que vaya.
Se
ven hombres (más raramente de lo que me gustaría, pero se les ve todavía,
gracias a Dios) extraordinariamente ricos que preferirían perder todo cuanto
poseen antes que ofender a Dios por el pecado. Tienen muchos vestidos, pero no
están estrechamente "apegados" y así, cuando el peligro les lleva a
huir lo hacen con toda facilidad, simplemente arrojando los vestidos. Se ve
también a otros -más de los que uno quisiera- que tienen cosas y vestidos de
muy poca calidad, pero que, sin embargo, tan apegados se encuentran a esas sus
pobres riquezas, que más fácilmente se les podría arrancar la piel de su
cuerpo que separarlos de sus posesiones. Un hombre así haría mejor en darse a
la fuga con tiempo, pues, en cuanto alguien le coja por la vestimenta,
preferirá morir antes que abandonar la túnica.
En
fin, aprendemos del ejemplo de este muchacho que hemos de estar siempre
preparados ante las contrariedades y dificultades que se presentan de improviso
y que pueden hacer necesaria la huida; nos enseña, sin duda, que para estar
preparados no es bueno estar cargado con muchos vestidos, ni tan apretujados y
abrochados a uno solo que, cuando la ocasión lo urja, nos sea casi imposible
arrojar la tela y escapar desnudos.
Si
desea alguien seguir investigando un poco más podrá ver que lo que este joven
hizo encierra otra lección todavía más profunda.
Porque
el cuerpo es como el vestido del alma; en un sentido, se pone el alma su cuerpo
al entrar en el mundo y se separa de él al dejar este mundo y morir. Así como
los vestidos valen mucho menos que el cuerpo, así el alma es mucho más
preciosa que el cuerpo. Tan loco de atar estaría quien diera su alma para
salvar la vida corporal como quien optara por perder el cuerpo y la vida antes
que perder el manto. Así habló Cristo del cuerpo: "¿No vale más el
cuerpo que el vestido?" % pero cuanto más dijo del alma: "¿De qué
te sirve ganar el universo entero si pierdes tu alma? . Qué dará el hombre a
cambio de su alma? Pero a vosotros os digo, amigos míos, no temáis a los que
matan el cuerpo y, después, no pueden hacer nada más. Yo os mostraré a quién
habéis de temer. Temed a aquel que, después de quitar la vida, puede arrojar
al infierno. A éste, os repito, habéis de temer" '.
Nos
advierte además el ejemplo de este muchacho qué tipo de vestido debe ser el
cuerpo para el alma cuando nos enfrentemos a tales pruebas. No ha de ser
corpulento y gordinflón por causa del desenfreno, ni tampoco debilucho y flojo
a causa de una vida disoluta, sino fino y esbelto como un mantel, con la grasa
gastada y apurada por el ayuno. No estaremos así tan apegados que no podamos
deshacernos de él, de
buena gana, si la causa de Dios lo exige. Aquel joven, atrapado por esos
miserables y antes de ser forzado a decir o hacer algo que pudiera ofender el
honor de Cristo, abandonó su túnica y escapó desnudo de sus garras. No está
de más recordar que, mucho tiempo antes, otro joven se había comportado de
manera similar. En efecto, el santo e inocente patriarca José dejó a la
posteridad un ejemplo singular, enseñando que hay que huir del peligro contra
la castidad con la misma prontitud y decisión con que uno escapa de un intento
de asesinato.
Era
José varón de hermoso semblante y de porte esbelto. La mujer de Putifar, en
cuya casa era José jefe de los siervos, puso en él sus ojos y cayó
perdidamente enamorada. Tal era el furor y el frenesí de su deseo que no sólo
llegó a ofrecerse ella misma al joven desvergonzadamente, con sus miradas y
palabras, tentándole para vencer su aversión, sino que cuando este muchacho la
rechazó, se agarró ella a sus vestidos ofreciendo el vergonzoso espectáculo
de una mujer pretendiendo a un hombre por la fuerza. Antes hubiera muerto
José que cometer pecado tan abominable. Sabía bien los peligros de entablar
combate con las fuerzas de Venus, y no desconocía que la más segura victoria
consiste en huir. De esta manera, abandonó José su manto en manos de la
adúltera y se dio inmediatamente a la fuga.
Como
decía, para evitar caer en pecado hemos de arrojar no sólo la túnica o la
camisa o cualquier otro vestido del cuerpo, sino hasta el mismo cuerpo, que es
el vestido del alma. Si al pecar pretendemos salvar el cuerpo, en realidad, lo
perdemos, y con él perdemos también el alma. Por el contrario, si soportamos
con paciencia y por amor de Dios la pérdida del cuerpo, nos ocurrirá entonces
lo que ocurre con la serpiente: que muda su vieja piel (llamada, me parece, senecta)
a fuerza de frotar y restregar entre zarzas y abrojos, y, abandonándola en
los matorrales, aparece de nuevo rejuvenecida y resplandeciente. Si seguimos el
consejo de Cristo y nos hacemos astutos y prudentes como las serpientes,
dejaremos nuestros cuerpos envejecidos sobre la tierra, desgastados entre las
espinas de la tribulación padecida por amor, y seremos llevados al cielo, los
cuerpos relucientes y en plena juventud, para jamás sentir los efectos de la
vejez.
La
captura de Cristo
"Se
acercaron y echaron manos sobre Jesús. La tropa de soldados y el tribuno y los
servidores de los judíos prendieron a Jesús y le ataron; de allí lo llevaron
primero a casa de Anás, porque era suegro de Caifás, que era pontífice aquel
año. Caifás había aconsejado a los judíos que convenía que un hombre
muriese por el pueblo. Y se reunieron así todos: sacerdotes, escribas, fariseos
y ancianos ".
No
están de acuerdo los estudiosos sobre el momento en que por primera vez
pusieron manos sobre Cristo. Los evangelistas concuerdan en el hecho, pero hay
variaciones en la manera de relatarlo (uno lo anticipa, otro vuelve atrás para
contar un detalle omitido). Entre los comentadores, unos siguen una opinión;
otros, una diferente, sin que ninguno impugne la verdad de la historia ni niegue
que una opinión distinta de la suya pueda ser la más correcta.
En
efecto, Mateo y Marcos cuentan lo sucedido en un orden que hace lícito suponer
que echaron mano a Jesús inmediatamente después del beso de Judas. Esta
opinión la siguen bien conocidos doctores de la Iglesia, y también la aprueba
aquel hombre egregio que fue Juan Gerson en su obra Monotessaron
(obra que yo he seguido, generalmente, al enumerar los sucesos de la Pasión en
este libro).
Sin
embargo, en este pasaje no sigo a Gerson, sino a otros autores, célebres
también, que., apoyados en los relatos de Lucas y Juan, mantienen que sólo
después de que Judas hubo besado a Jesús y regresado con la cohorte y los
judíos, después de que Cristo hiciera con su sola voz que la cohorte se
postrara de rodillas, y la oreja del siervo del sumo sacerdote fue mutilada y
restaurada; después de haber prohibido luchar a los Apóstoles, y haber sido
Pedro amonestado porque ya había empezado a luchar; después de dirigirse
Cristo a los magistrados judíos presentes y haberles anunciado que tenían
ahora permiso para hacer lo que antes no hablan podido hacer; después de haber
escapado los Apóstoles; después de haber sido aquel joven capturado, y no
haber podido ser retenido, salvándose gracias a la aceptación de su desnudez,
sólo entonces, después de todas estas cosas, echaron mano sobre Jesús.
THOMAS
MORVS IN HOC OPERE VLTERIVS PROGRESSVS NON EST, HACTENVS ENIM CVM ESSET
PERVENTVM,OMNI NEGATO SCRIBENDI instrumento, multo arctius quam antra in carcere
detentus: non ita multo post prope turrim londinensem loco consueto securi
percussus est, secundo Nonas Iulii, Anno Domini supra millesimum quingentesimo
tricesimo quinto, Regis vero Henrici octaui vicesimo septimo.