SHALOM

Cuando  dos judíos desconocidos se cruzan en cualquier parte del mundo se dicen y responden SHALOM.

Un sobreviviente de la guerra o de los campos de concentración que regresa a su hogar, antes de lanzarse en lo brazos de sus hijos y llorar de felicidad, grita SHALOM.

La ciudad del Mesías, donde Dios asentó el trono de justicia , es la ciudad del SHALOM, YERU SHALAIM: JERUSALEM.

La última palabra de Jesús a los suyos y la primera después de haber resucitado fue SHALOM.

El termino SHALOM es tan rico que no podemos traducirlo en una sola palabra. Encierra varios elementos al mismo tiempo: gozo, unidad, plenitud, salud, prosperidad

En fin SHALOM abarca la totalidad de las bendiciones mesiánicas de Dios para su pueblo, tanto en el plano personal, como en el comunitario y social. Muy bien podríamos afirmar que SHALOM es la sanación de la persona completa.

SHALOM resume el ideal del reino de Dios: la perfecta, íntima y permanente unión del pueblo de Dios, manifestándose por relaciones de justicia y paz entre los hombre y de dominio y respeto hacia la naturaleza.

Y lo mas maravilloso SHALOM no es algo sino alguien, es una persona: JESÚS, él es nuestra paz ( Ef 2,14).

Tanto amó Dios al mundo que nos dio SHALOM en Cristo Jesús. Si pudiéramos llamar con otro nombre al hijo de Dios hecho carne, sería SHALOM..

Una de las profecías mas antiguas y al mismo tiempo de las mas importantes presenta al Mesías como Principe de la Paz (Is9,6). Por eso, al entrar a este mundo en Belén, los ángeles cantan que ya es posible la paz en la tierra a los hombres , amados del Señor (Lc2,14), y al dejarlo, nos entrega precisamente esa paz.

Mi paz les dejo, mi paz les doy. No la doy como la da el mundo ( Jn14,27).

Este fue su testamento en la ultima Cena, antes de morir en la cruz. Tres dias después, el primer regalo y la primera palabra a los suyos fue precisamente SHALOM ( Lc24.36).

Con toda razón, pues, se afirma que Cristo es nuestra paz que vino a anunciar el Evangelio de la paz (Hch 10,36) para iluminar nuestros pasos por el camino de la paz (Lc1,79), y vivir en plenitud el Reino de Dios, que es un Reino de justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo ( Rm 14,27).

El don que encierra todas las demás gracias otorgadas por Cristo Jesús es SHALOM. Podríamos por eso afirmar que este SHALOM se identifica con la persona misma del Espíritu Santo.

Es muy importante rehacer con nuestra imaginación el momento glorioso en que Cristo, recién resucitado, da la prometida y ansiada paz a sus discípulos:

Al atardecer de aquel primer día de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presento Jesús en medio de ellos y les dijo " Tengan Shalom".

Dicho ésto, les mostro las manos y el costado.

Los discípulos se alegraron de ver al Señor, Jesús repitió" Tengan shalom "

La tarde del primer día de la semana, estaban los discípulos encerrados por miedo a los judíos. Notemos cómo no tenían paz ni Libertad, luz ni esperanza. Inundaba su ánimo un temor paralizante.

De pronto, se presentó Jesús en medio de ellos. Levantó los brazos y les nuestra su costado y las palmas de sus manos traspasadas por los clavos mientras exclama SHALOM .

En la unión de este gesto con la palabra pronunciada encontramos el secreto para comprender la trascendencia, y el hondo significado de esta acción de Jesús, pues generalmente pasamos por alto esta conexión y por eso perdemos la riqueza del mensaje. Jesús nos esta hablando a través de un signo físico.

Jesús transmite SHALOM mientras nos muestra en sus manos el precio que le costó conquistarla: sus llagas. La paz se consiguió después de una guerra donde hubo derramamiento de sangre, pero no de los enemigos injustos, sino la santísima sangre del Cordero de Dios, que venia a purificarnos de todos nuestros pecados.

Como trofeo de victoria allí están ahora expuestas las cicatrices de la corona de espinas, los cardenales de su espalda y sobre todo, las llagas de los clavos y la lanzada que recibió en su costado.

En el se hizo la paz, reconciliando todas las cosas mediante su sangre en la cruz (Col 1,20).