LA SECULARIZACIÓN

MIGUEL ESQUIROL VIVES

COCHABAMBA-(BOLIVIA).

 

ECLESALIA, 17/10/06.- La secularización es un signo de los tiempos, con todo lo positivo y lo negativo que puede tener cualquier señal que hay que saber discernir, para descubrir por dónde va el buen espíritu y no apagarlo a la primera. “Llegará el día en que no me adorarán ni en este monte ni en el templo…” ¿Acaso no es una profecía de la secularización? O aquello de que “No es el que dice Señor, Señor, sino el que cumple mi voluntad”, y eso aunque no se sepa que se trata de la voluntad de Dios, como nos lo dice Jesús en el sermón del juicio final… ”¿Cuándo te dimos de comer…?”

La acción de Jesús en el templo no se limita a una corrección de abusos sino que intenta una destrucción del templo, como le acusaron en el proceso ante el Sanedrín (Mc 14,58), es decir, una abolición del régimen religioso representado por el templo y una desautorización de la teología judía en que se fundaba. (Cf. “Jesús es el Señor” -ensayo de cristología-, Instituto Internacional de Teología a Distancia, Vol. I, pags. 155-156.)

El Templo ya no tiene el monopolio de ser la morada de Dios en la tierra. Este privilegio ha pasado a Jesús (ibid. pag. 156). Y por Jesús sabemos que también ha pasado a nosotros, templos del Espíritu Santo, más o menos profanados o profanadores, mercantilizados o explotados, pero templos divinos.

Según San Juan la muerte de Jesús supondría la destrucción del templo y la abolición de la vigencia religiosa del templo y con la resurrección (ibid. pag. 156) y con ello la secularización de la religión.

"El templo, entonces, se universaliza por que el culto que en él se realiza es sustituido por otro culto asequible a todas las gentes: el de la existencia vivida en justicia y caridad.... Por tanto, Jesús suprime la distinción entre lo sagrado y lo profano. Lo sagrado al ser considerado distinto de lo profano por naturaleza, proyecta sobre lo profano una calificación ética peyorativa: lo sagrado era lo bueno, lo profano lo malo"(ibid. pag. 157).  Pues bien, Jesús se resiste a admitir tal distinción.

La secularización, para mi es la no separación entre lo sagrado y lo profano, es el no al divorcio de Dios con el mundo. El mundo de por sí está impregnado de Dios, es el único matrimonio indisoluble, tiene su mayoría de edad no necesita de mayores bendiciones, tiene sus propias leyes, no tiene porque recibirlas de un dios juez, legislador ni milagroso.

Pues "Dios tomando condición de esclavo se hizo semejante a los hombres y no aferrándose a su condición divina se aniquiló a si mismo" (Fil. 2,7). Dios se secularizó, o peor, se hizo carne y después de la encarnación todavía la ignorancia ha considerado a la carne y al mundo como los enemigos del hombre.

Lo que había unido Dios la Iglesia lo ha separado, ha ido ahondando la separación y la distinción absoluta entre lo sagrado y lo profano. Dos mundos, como el cielo y la tierra, lugares, tiempos, objetos y personas sagrados y no sagrados. Los sacerdotes y los religiosos por un lado y el pueblo por otro, llegando el primer grupo, a investirse de un poder, que en algunas épocas de la historia llega a dominar a la sociedad, no sólo al pueblo sencillo sino incluso a sus más altas autoridades, a reyes, príncipes y jefes de estado. Pues el poder de lo sagrado separado de lo mundano es el mayor poder que existe y el más maligno.

Este poder y esa dominación de conciencias y voluntades ha llevado a muchos a la negación de lo sagrado, a la negación de Dios, comenzando por la negación de los que se han hecho sus representantes en la tierra, de los que se han creído intermediarios y por tanto eso ha llevado a vaciar a la materia de su profundidad y a un vaciamiento de valores y de vidas. Aunque no siempre, pues aunque no se nombre la materia esta está impregnada del espíritu, que se hizo materia para ser visto.

Además todo lo bello de lo que se ha llamado profano, el placer, el gozo, la alegría, los éxitos y las sanas satisfacciones no se han tenido por sagradas, como sí han sido el dolor, el sufrimiento, el sacrificio, la muerte, por lo que con ello el cristianismo ha negado repetidamente la experiencia de la resurrección, base y fundamento de la fe.

Otros vivimos divididos en lo más profundo del ser, con esa esquizofrenia de lo sagrado por un lado y lo profano por otro, lo religioso y lo mundano, la fe y la vida, el espíritu y la materia, alma y cuerpo, el ser y el tener, la ciencia y el humanismo. El mundo y Dios, la carne y Dios. Esta separación entre lo sagrado y lo profano crea una división en la misma realidad que la destruye, pues la realidad es una unidad con esas dos dimensiones. Lo sagrado que da profundidad a lo profano, a la ciencia, a la historia, a la naturaleza, al cosmos, a las relaciones humanas, al sexo, a cualquier ser y a cualquier hecho.

Es por esa separación que no han sido evangelizadas grandes porciones de la vida humana, todas aquellas que han sido consideradas como más profanas, como la economía, la política, la ciencia, la técnica, la fiesta, el placer, el arte, la historia, con diferencias tan nefastas como las que se dan entre una historia sagrada, y las demás historias de la humanidad o entre el arte sacro y el arte profano. Distinciones que han dejado en la marginalidad de lo divino a la mayor parte del mundo, de sus habitantes y sus realidades.

Es por esa separación que se ha permitido durante siglos la explotación del hombre por el hombre, el abuso de los poderosos sobre los humildes, mientras aquellos se rasgan las vestiduras por la profanación de un templo, una imagen sagrada o un ostia consagrada, por otro lado no les importa el hambre y la exclusión de las grandes mayorías. De ahí se explica el desprecio por los diferentes, el asesinato legalizado por las guerras y por la pena de muerte.

Es por esa separación que la sal de las iglesias cristianas se ha vuelto sosa, como profetizó Jesús, fe que no cambia nada, que no mejora nada, que no aporta esperanza, más bien la religión es fuente de inmovilismo, de divisiones, de opresiones o de desprecios. Las iglesias cristianas, como institución, son símbolo de conservadurismo. Hoy las autoridades de las iglesias, comenzando por la católica, han monopolizado no sólo a la misma Iglesia y a la teología si no al mismo Dios, y por otro lado anda el pueblo considerado por los primeros como ignorante, no es de fiar, es inmaduro, quedándose sin voz ni voto, y dándole migajas de formación a una fe natural y primitiva anterior a la enseñanza de Jesús que no le sirve para iluminar su vida y menos para salir de su postración.

¡Cuántos ateos ha cosechado la concepción de un Dios separado de la materia! Un Dios omnipotente, inmutable y por tanto impasible, motor inmóvil del universo, un Dios desencarnado allá en el cielo, que a pesar de su poder permite tanto dolor, tanta injusticia y tanta maldad, sobre todo contra los pobres y los justos. Cuando el Dios que conocemos por Jesús en este mundo es un Dios encarnado, impotente, que no se pudo desclavar de la cruz, que ha desaparecido para que el mundo crezca.

Los pontífices de esa separación por eso le temen a la secularidad y a la secularización.