Déjame pensarlo...
quizá sea ésta la respuesta más frecuente para los numerosos galanes que a
lo largo de incontables generaciones se acercan a la mujer de sus sueños, y
después de varios minutos de manos sudadas y de sentir mariposas en el
estómago, o pasos en la azotea, preguntan con voz temblorosa y ojos de
borrego a medio morir: ¿Quieres ser mi
novia?
Después de sonrojarse mordiéndose los labios, y pensando en los consejos que
telefónicamente le dio alguna de sus amigas minutos antes (hazlo sufrir,
date a desear...), la codiciada quinceañera dice: déjame pensarlo,
luego un frágil beso en la mejilla y una carrera de despedida.
Esa irreflexiva respuesta, que en ese momento
podría convertirse casi casi en una estrategia o un juego sentimental,
debería estar motivada por una de las más profundas reflexiones que debe
realizar el ser humano.
La falta de una profunda reflexión sobre este tema, ¿no será la razón que
motiva la mayor parte de los fracasos matrimoniales? Las cifras así nos lo
revelan: durante los ochenta, encontramos que alrededor del 39 por ciento de
los divorcios registrados en nuestro país se realizaron entre parejas con
menos de cinco años de matrimonio.
Es indudable que en el noviazgo existan influencias tanto positivas como
negativas, que tienen como fondo común la cultura, la cual contribuye de
manera importante en una integración o deterioro de las relaciones
conyugales. La cultura es entonces un todo en lo que nos vemos sumergidos.
En ella nos vamos formando, o más bien, ella va formando a cada uno de los
futuros cónyuges, asignándoles una personalidad dentro de un entorno al que
no se puede burlar.
Todos los seres humanos estamos formados de una determinada manera, tenemos
una forma especial de ser y de pensar, y esto viene a conjugarse en el
matrimonio mediante la vida en común, la cual sólo puede nacer
verdaderamente a través del conocimiento previo y la atracción del uno por
el otro entendida en todos los aspectos.
El amor es, por tanto, fruto de un convencimiento, de una experiencia, de un
cultivo a lo largo del tiempo. El amor no se improvisa, requiere de una
madurez para unir las vidas de las personas.
¿Cuál es el conocimiento?
Desde luego la respuesta no puede basarse en un sentimiento, sino en una
convicción, ya que va de por medio la racionalidad, lo que precisamente nos
hace distintos de los animales. Por lo tanto, implica necesariamente el
mutuo conocimiento de quienes pretenden entregarse sus vidas por ese amor,
que requiere además del conocimiento y la comunión de sus ideales.
La base de este conocimiento es la comunicación. Un noviazgo sin
comunicación no puede crecer unido. Sería una incongruencia, pues después en
el matrimonio se viviría al lado de una persona con la que no se comparte
valores ni metas a las que debe encaminarse la vida.
Cada varón o mujer debe buscar, por tanto, realizar una elección correcta de
la persona que mejor se adapte e identifique con el esquema de vida que se
ha trazado para alcanzar sus ideales.
Dentro de los muchos autores que han escrito sobre el amor, recuerdo los
textos de uno que en particular ha escrito sobre el noviazgo, con el cual
coincido plenamente. El noviazgo debe ser la escuela del amor, en la que
los jóvenes se conocen a fondo y aprenden a amarse de verdad, a desprenderse
de sí mismos para darse al otro y dar vida a otros.
La expresión de que el amor es ciego expresa realmente los efectos de un
enamoramiento meramente pasional y sentimental, lo que hace a muchos jóvenes
ver sólamente lo positivo que hay en sí mismos y en la persona amada, pero
en realidad, no es el amor sino los afectos los que pueden ser ciegos.
El amor verdadero quiere ver porque quiere conocer para amar al otro tal
cual es. Muchas veces, guiados por nuestro enamoramiento, y sin tener
una preparación sobre el significado del amor, nos dejamos llevar por la
imaginación y empezamos a crear sueños. El soñar no es malo, pero siempre
que se sueña, se debe saber que se corre el riesgo de despertar. El peligro
está en no querer despertar de ese sueño y pretender vivir en él. Así tantas
y tantas parejas destinadas al fracaso corren el peligro de casarse con un
sueño, que las más de las veces termina convertido en una desagradable
pesadilla.
¿Amigos o novios?
El noviazgo es la antesala del matrimonio y debe distinguirse perfectamente
de lo que es una simple relación amistosa, la cual no necesita de la misma
seriedad y la madurez que el noviazgo. La amistad es propia de la
adolescencia, y el noviazgo debe estar revestido de una meditación profunda
y de un gran intercambio de comunicación, hasta alcanzar con madurez la
decisión de una pareja para unirse en matrimonio.
Es reprobable que las personas oculten aún inconscientemente su realidad a
su pareja en el noviazgo. Tanto las cualidades como los defectos deben
sacarse a la luz entre quienes han de contraer matrimonio, puesto que de
ello depende la veracidad y fortaleza de la entrega. Una vez que se ha
logrado un pleno conocimiento y, por tanto, una relación madura, los futuros
cónyuges tendrán una amplio margen de éxito en su empresa, el cual puede ser
aún mayor si ambos, conociéndose y habiendo decidido unirse en matrimonio,
lo hacen de una manera consciente y sólida, comprometiéndose a lo que
pretenden realizar en esa unión.
El hombre es libre para ofrecer su amor, pero una vez ofrecido, tiene el
deber de encontrar en la lealtad a ese amor, su fortaleza, y en el amor
mismo su recompensa. Cuando un ser humano llega a esa situación y se
mantiene en ella, entonces se puede afirmar que está viviendo en el amor, y
por lo tanto, está listo para unir su vida a la de otra persona. |