EL HECHO Y SU CONTEXTO

Este sacerdote diocesano de Madrid, doctor en Filosofía, acaba de participar en Barcelona en la VIII Aula Joan Maragall

 Ignasi Miranda 07/04/2004

 

Juan Martín Velasco, profesor de Fenomenología de la Religión en la sede madrileña de la Universidad Pontificia de Salamanca, es un experto en temas relacionados con la mística. Coincidiendo con su reciente estancia en Barcelona, como ponente de la VIII Aula Joan Maragall entre el 22 y 26 de marzo con el título Mística y Humanismo, este filósofo y sacerdote diocesano de Madrid repasó para E-Cristians algunas cuestiones interesantes en relación con el gran tema del futuro de la religión en una sociedad deshumanizada en la que la interioridad y la espiritualidad de las personas quedan eclipsadas por la secularización, el consumismo y el activismo, entre muchas otras realidades. Martín Velasco, que nació en Santa Cruz del Valle (Ávila) en 1934, es doctor en Filosofía por la Universidad Católica de Lovaina. Ha sido rector del Seminario de Madrid (1977-1987) y director del Instituto Superior de Pastoral durante 16 años. Entre otros trabajos, ha publicado Hacia una filosofía de la religión cristiana (1970), El encuentro con Dios, una interpretación personalista de la religión (1997) y La transmisión de la fe en la sociedad contemporánea (2003).

-¿Cómo fueron las jornadas en las que participó usted, organizadas por la Fundación Joan Maragall?

-La semana fue realmente muy grata para mí y también útil para todos los participantes. Se trataba de abordar un tema como la mística, que aparentemente goza de poca actualidad pero que, en realidad, es objeto de infinidad de estudios desde principios del siglo XX y que, además, hoy en día parece responder a una necesidad de muchas personas. De hecho, tanto los asistentes como yo mismo pudimos hablar, discutir y dialogar con mucho interés no sólo de la mística teóricamente hablando, sino sobre todo del interés que suscita en la actualidad la experiencia mística, entre cristianos o incluso entre no creyentes.

-¿Cómo definiría usted la mística pensando principalmente en aquellas personas que la relacionan con Santa Teresa o San Juan de la Cruz y no con algo presente?

-Si hiciésemos una encuesta por la calle preguntando a la gente qué entiende por mística, nos encontraríamos con definiciones muy diversas. Pero incluso si se recurre a los estudios serios sobre el tema, las descripciones que se hacen sobre el fenómeno son también extraordinariamente variadas. Y es que, con esta palabra, hoy en día designamos hechos muy diferentes y, además, abordados desde perspectivas enormemente variadas, como son la filosofía, la teología, la historia, la lingüística, las ciencias del cerebro, la psicología o la psiquiatría. Y naturalmente, desde cada perspectiva, se capta sobre todo un aspecto y se llega a una descripción diferente. Si yo tuviese que ofrecer una descripción, desde la perspectiva que es más familiar para mí (la del estudio del fenómeno religioso), yo diría que la mística es fundamentalmente una experiencia peculiar del más allá del hombre, un más allá al que los cristianos llamamos Dios padre de Jesucristo, al que otras tradiciones dan otros nombres y al que personas no ligadas a ninguna orientación religiosa se contentan con definir como la trascendencia, el absoluto o el infinito.

-La VIII Aula Joan Maragall, donde usted intervino, partió de la idea de que solamente una religión que desarrolle su dimensión mística podrá sobrevivir de manera significativa en las sociedades secularizadas, entre las que se incluye la española, y podrá colaborar para superar los peligros de deshumanización que amenazan a la humanidad de nuestros días. ¿Qué nos puede comentar ahora sobre esto?

-Una parte de esta hipótesis se corresponde, en realidad, con una expresión muy célebre en el mundo de la teología. Me refiero a lo que dijo el gran teólogo católico Karl Rahner a mediados del siglo XX: que el cristiano de mañana será místico o no será cristiano. Hoy en día, para sobrevivir, las religiones tienen que desarrollar la dimensión mística que todas ellas poseen. Pero yo añadiría que sólo una religión que desarrolle la dimensión mística podrá ejercer un papel humanizador en un mundo en el que el peligro fundamental es precisamente la deshumanización del hombre.

-¿Cómo se manifiesta esa deshumanización en la sociedad actual?

-Por desgracia, hay grandes indicios. Hace como un par de años, Álvaro Mutis publicaba un libro, Manifiesto contra la muerte del espíritu, en el que de hecho no hablaba de temas religiosos, sino solamente de que hoy existen muchos indicios de que el hombre está perdiendo lo mejor de sí mismo, lo mejor de lo humano. Y aludía, por ejemplo, a algo que, por otra parte, se venía diciendo a lo largo del siglo XX: que el hombre moderno ha desarrollado extraordinariamente su capacidad de conocimiento científico y sus poderes sobre la naturaleza gracias al desarrollo de la técnica y sus niveles económicos de vida, pero no ha hecho lo mismo con el nivel ético, con su capacidad espiritual. Esto hace que esté a merced de los productos que él mismo ha fabricado y que bastantes de esos progresos puedan volverse contra el propio hombre. Lo hemos visto, por ejemplo, con el desarrollo de la energía nuclear, con el poder para intervenir en los mecanismos de transmisión de la vida o con los desastres ecológicos provocados por un desarrollo mal conducido.

-En la historia de la humanidad, hay muchas luces y sombras...

-Es indudable que, en todas las épocas, ha habido factores deshumanizadores y también humanizadores. Y desde luego la época moderna ha aportado mucho de esto último, por ejemplo el desarrollo de la ciencia, un mayor conocimiento de la dignidad y los derechos humanos y tantas otras cosas. Pero parece que, justamente cuando el hombre había logrado desarrollarse mejor en toda una serie de aspectos, el no haber cuidado el otro elemento, el ético y espiritual, está llevando a peligros especiales que hoy en día todos observamos y denunciamos.

-¿Qué es la fenomenología?

-Es un intento de estudio de la religión tomando como punto de partida las distintas manifestaciones religiosas que ha habido en la historia. Se toman esas religiones, se las compara entre sí y se intenta obtener de esa comparación la estructura común a todas ellas. Esto es, a grandes rasgos, la fenomenología de la religión.

-¿Y qué nos puede decir a partir de la experiencia que usted tiene como profesor de esta materia? ¿Existe un interés entre los alumnos?

-Ciertamente hay un interés, entre otras cosas porque nuestro continente (Europa) ya no es únicamente cristiano. Hay un gran número de musulmanes, bastantes orientales en algunas zonas y una pluralidad entre cristianos que se ha acentuado. Por tanto, religiosamente hablando, el conocimiento del otro es algo que interesa a todo el mundo. Y desde este punto de vista, los alumnos sienten incluso una necesidad, cuando estudian, de saber qué piensan el resto de las religiones sobre los temas en los que se pronuncia la teología cristiana y también de entrar en diálogo con ellos como un camino para enriquecernos mutuamente, como tantas veces nos ha recomendado el Papa Juan Pablo II.

-El perfil del místico contemporáneo, la antropología mística y el hecho místico en sí mismo son algunos de los temas que usted analizó en las recientes jornadas celebradas en Barcelona. ¿Nos destacaría algo especialmente interesante de todo esto?

-Resultó especialmente interesante, porque llamó mucho la atención a los participantes y suscitó muchas preguntas, la constatación de que existe una especie de mística laica, secular o no religiosa. El fenómeno no es nuevo. Por ejemplo, ya se considera místico desde hace mucho tiempo a Plotino, un filósofo neoplatónico que no pertenecía a ninguna confesión ni practicaba la religión romana del momento pero que, en cambio, desarrolló la idea del uno que está por encima de todos los seres, así como de la unión del hombre con esa realidad "supraesencial" (como él decía). Pues precisamente Plotino ha influido mucho en la doctrina mística de los autores cristianos. Y en nuestros días, esto es más frecuente.

-La trascendencia siempre está ahí, ¿verdad?

-Efectivamente. El hombre tiene una dimensión de trascendencia que le pertenece por su propia condición, y esa dimensión, incluso cuando no se ejercita religiosamente, suscita en muchas personas experiencias de trascendencia, por ejemplo en la relación con la naturaleza, en sus aspectos más llamativos e impresionantes, cuando el sujeto se ejerce éticamente o cuando el hombre desarrolla la experiencia estética. De esa forma, hay infinidad de relatos sobre experiencias de trascendencia que, psicológicamente hablando, tienen semejanzas con la experiencia mística aunque su contenido sea diferente.

-Parece sorprendente hablar de mística en una sociedad como la de ahora, con prisas, ruidos y mucha actividad. ¿Cómo es el místico contemporáneo?

-Si se estudia la mística a lo largo de los siglos, se observa que, siendo la presencia de experiencias místicas en las religiones una constante desde siempre, sus formas concretas difieren según las circunstancias culturales en las que se mueven los místicos. Por eso no tiene nada de extraño que el místico de hoy cobre un perfil peculiar, dadas las transformaciones culturales que se han producido y los cambios tan grandes que vive nuestra actual sociedad. Entre muchos rasgos, yo subrayaría que el místico de nuestros días no lo es a través de experiencias extraordinarias que se acompañen de fenómenos también extraordinarios. Vamos caminando hacia formas de mística realizadas en el interior de la vida más cotidiana, algo que en realidad no es tan nuevo, porque ya los profetas vivían la experiencia de Dios en relación con los acontecimientos de la vida diaria, lo mismo que Santa Teresa, que decía incluso que "Dios también anda entre los pucheros".

En cualquier caso, hoy son muchos los autores sobre mística que insisten en que tal vez la forma de experiencia de Dios más frecuente en nuestros días sea aquella que tiene lugar no en momentos privilegiados, sino en el discurrir de la vida diaria. Xavier Zubiri decía que realizar la experiencia de Dios no es entrar en contacto directo con un Dios que esté frente a mí, sino más bien vivir todo lo que uno vive a la luz de Dios y a la sombra de su presencia, es decir, vivir divinamente más que entrar en una relación directa con un Dios con quien esa persona se encuentre sólo en momentos determinados. Bastantes de los místicos de nuestros días van en esta dirección.

-Usted también es sacerdote diocesano en Madrid. ¿Dónde ejerce su ministerio?

-Nunca he dejado de realizar el trabajo sacerdotal, aunque ahora me dedico a él en una medida restringida porque tengo otras actividades. Actualmente colaboro en una parroquia del barrio madrileño de Vallecas.

-La pregunta es obligada, cuando aún están muy recientes los atentados del 11 de marzo. ¿Cómo vivió ese día trágico, teniendo en cuenta, además, que una de las explosiones se produjo precisamente en Vallecas?

-En el preciso momento, escuché las explosiones a la hora fatídica. Enseguida me di cuenta de que tenía que ser algo enormemente grave, porque oí que eran varios trenes. Y desde las horas inmediatas, he podido palpar la gran tristeza que embargó a millones de madrileños. El primer día, no había miedo, ni rabia, sino principalmente una enorme tristeza. Prevalecía por todas partes la pregunta de por qué puede suceder todo esto y de cómo los hombres podemos llegar a estos extremos.

-Y la respuesta ciudadana ha sido de lo más fraterna...

-Efectivamente. La reacción ha sido espléndida y edificante, una de esas situaciones que nos muestran la gran cantidad de cualidades admirables que tiene el ser humano a pesar de que algunos sean capaces de sembrar la muerte y el terror. Fue una generosidad sin límites en todos los terrenos, y sobre todo en el de los que asistieron a los heridos con un espíritu de servicio ejemplar.

-¿Usted, como sacerdote, ha tratado directamente a familiares de víctimas o heridos?

-En casi todas las parroquias de Vallecas, hay afectados de todo tipo, desde familiares de muertos hasta amigos o conocidos. Por otro lado, falleció por el atentado un chico de 20 años que estudiaba en la Facultad de Informática que tenemos en el centro donde yo enseño. En definitiva, hay muchos rostros que necesitan consuelo y esperanza, y ciertamente he tratado con varios de ellos estos días.