El lugar y el papel de los
movimientos en la Iglesia (I)
Entrevista a Arturo Cattaneo, profesor de Derecho Canónico
VENECIA, viernes, 19 mayo 2006 (ZENIT.org).-
El congreso mundial de movimientos eclesiales, celebrado en Roma en 1998, se
abrió con una esclarecedora ponencia del entonces cardenal Joseph Ratzinger,
recientemente publicada en Italia en un volumen titulado «Nuove irruzioni dello
Spirito» (Nuevas irrupciones del Espíritu), de Editorial San Pablo. El libro
incluye también las respuestas del mismo cardenal a las preguntas de obispos de
los cinco continentes que participaron en un Seminario, celebrado en Roma en
1999.
En su ponencia, tras recordar a los movimientos la necesidad de evitar posturas
unilaterales y absolutizaciones, se dirigió también a los obispos, exhortándoles
a no «condescender ante cualquier pretensión de uniformidad absoluta en la
organización y en la programación pastoral».
«No pueden erigir sus proyectos pastorales como la piedra de lo que se le
permite hacer al Espíritu. Ante lo que son meros proyectos humanos, puede
suceder que las Iglesias se vuelvan impenetrables al Espíritu de Dios, a la
fuerza de la que viven».
«No es lícito pretender que todo deba inscribirse en una determinada
organización de la unidad: ¡mejor menos organización y más Espíritu Santo!»,
subrayó.
Arturo Cattaneo, sacerdote de la prelatura del Opus Dei, y desde 2003 profesor
de Derecho Canónico en el Instituto San Pío X de Venecia, en esta entrevista a
Zenit, parte de las palabras del entonces cardenal Ratzinger para explicar la
dialéctica entre institución y carisma dentro de la Iglesia.
En este sentido, afirma que «el obispo diocesano debe tener en cuenta la
catolicidad de la Iglesia local» que armoniza en sí «unidad y variedad» y «no
confundir la unidad con uniformidad pastoral».
Autor de numerosas publicaciones de temas canónicos, eclesiológicos y de
pastoral matrimonial, el profesor Cattaneo se ha ocupado recientemente de una
monografía titulada en italiano«Unità e varietà nella comunione della Chiesa
locale» (Unidad y variedad en la comunión de la Iglesia local), editada por
Marcianum Press, de Venecia. Ha sido profesor de Derecho Canónico y Teología en
Pamplona (España), Lugano (Suiza) y Roma.
--El cardenal Ratzinger en el texto apenas citado remite a lo que usted
escribió en 1997, publicado ahora en su última monografía. ¿Nos puede explicar
el significado de esta llamada de atención ante el peligro o la tentación de la
uniformidad?
--Cattaneo: La uniformidad es un empobrecimiento de la unidad. En la Iglesia, la
unidad se caracteriza por la catolicidad. En consecuencia, también en cada
Iglesia local debe desarrollarse una pluralidad y una diversificación que no
sólo no estorban a la unidad sino que la enriquecen y la convierten en comunión.
--¿Qué entiende por «catolicidad»?
--Cattaneo: Es uno de los grandes redescubrimientos de la Eclesiología del siglo
XX. Yves Congar, en su obra «Cristianos desunidos», la definió como
«universalidad dinámica de la unidad de la Iglesia» o, en otras palabras, como
«capacidad que tienen sus principios de unidad de asimilar, perfeccionar,
exaltar y llevar a Dios, reunir en El a todo el hombre y a todos los hombres,
así como todo valor de humanidad». La Iglesia «responde por tanto a la ley de la
recapitulación de todas la cosas en Cristo (Ef 1,10)». («Chrétiens désunis,
principes d'un oecumenisme catholique», 1937).
--¿Y por qué considera la catolicidad tan importante para la integración de
las diferencias en la unidad?
--Cattaneo: La catolicidad, como la demás características esenciales de la
Iglesia, es un don y una tarea. La expresión viene del griego «katà hólon», que
significa «según el todo» o «extendido al todo», indicando que las partes y las
diferencias deben ser según el todo, con una unidad hecha de plenitud, que debe
realizarse continuamente y se funda en la plenitud de la gracia de Cristo.
--¿Nos puede indicar las consecuencias prácticas que esto tiene para el
gobierno de la Iglesia local?
--Cattaneo: En el gobierno pastoral, el obispo diocesano debe tener en cuenta la
catolicidad de la Iglesia local, y no confundir la unidad con la uniformidad
pastoral a toda costa, que hace difícil la inserción fructífera de los diversos
carismas. No se puede pensar que sea legítimo sólo lo que se organiza desde
algunos organismos diocesanos porque entonces quien no se somete a las
decisiones de tales organismos corre el riesgo de encontrarse excluido de las
paradójicamente llamadas «estructuras de comunión».
--¿No piensa que en la Iglesia se deberían poner límites a la variedad para
garantizar la unidad?
--Cattaneo: La pregunta me parece mal planteada porque da por sentado que unidad
y variedad son necesariamente opuestos, cuando en realidad no es así. Baste
pensar en la Santísima Trinidad que es un misterio de perfecta unidad en la
diversidad de las personas. La irrupción de los numerosos carismas apostólicos,
que dan nueva vida a nuestras parroquias y diócesis, ha hecho el tema
especialmente actual, de gran importancia también para el ecumenismo.
--¿Pero no le parece que a veces hay una tensión entre unidad y variedad?
--Cattaneo: Efectivamente, el hecho de que estos dos aspectos no sean
necesariamente opuestos no significa que automáticamente estén en armonía. En
realidad, se trata de un desafío que la Iglesia debe afrontar continuamente.
Tras dedicar un amplio estudio a la Iglesia local, me he ocupado muchas veces de
las cuestiones relativas a la inserción en la parroquia y en la diócesis de las
diversas realidades eclesiales (estructuras pastorales personales, institutos de
vida consagrada, movimientos y grupos varios). En este libro he recogido esos
estudios, algunos de los cuales están todavía inéditos.
--En 1998, en Roma, se celebró la primera gran concentración de movimientos y
comunidades eclesiales con el Papa. ¿Qué motivos impulsan al Papa Benedicto XVI
a repetir aquel encuentro, programándolo para Pentecostés de este año?
-- Cattaneo: Pentecostés de 1998 fue muy especial porque aquel año estaba
dedicado al Espíritu Santo (en el trienio de preparación al Gran Jubileo de
2000). Que Benedicto XVI haya querido repetirlo me parece un signo elocuente del
interés y la confianza que también él tiene en los movimientos. Pienso que los
motivos son los mismos que movieron a su predecesor, entre ellos mencionaría
sobre todo el deseo de poder contar cada vez más con ellos, en la urgente e
ingente obra de la nueva evangelización.
--¿Cuál es la visión que tiene Benedicto XVI de los movimientos?
--Cattaneo: He aludido al interés con el que él mira a los movimientos. Me
parece que deriva de su fuerte anhelo misionero, de la convicción de que hay que
empeñarse a fondo para recristianizar nuestra sociedad, para hacer que --entre
otras cosas-- Europa redescubra sus raíces cristianas. Diría además que la
sensibilidad del Papa hacia los carismas que han originado tantos movimientos
eclesiales es fruto de su actitud de profunda humildad y al mismo tiempo de
responsabilidad al servicio de la Iglesia que él mismo manifestó en la homilía
de la misa de inicio de su pontificado: «Mi verdadero programa de gobierno es el
de no hacer mi voluntad, de no seguir mis propias ideas, sino de ponerme a la
escucha, con toda la Iglesia, de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme
guiar por Él, de manera que sea Él mismo el que guíe a la Iglesia en esta hora
de nuestra historia».