Historia del movimiento ecuménico

 

F. Rodríguez Garrapucho

Vid. César izquierdo (dir.),
Diccionario de Teología
,
Eunsa, Pamplona 2006, pp. 287-292

 

Sumario

Introducción.- 1. Las separaciones.- 2. Inicios del movimiento ecuménico.- 3. El Consejo ecuménico de las Iglesias.- 4. Actitud inicial de la Iglesia Católica.- 5. El Concilio Vaticano II.- 6. El movimiento ecuménico en los años recientes.

Introducción

Por historia del movimiento ecuménico entendemos la formación y acontecimientos del ecumenismo moderno, que, partiendo del siglo XX, se desarrolla hasta nuestros días. Esta delimitación temporal no debe, sin embargo, hacer olvidar los intentos y logros de siglos anteriores por restaurar la unidad eclesial. Nunca la Iglesia Católica, ni tampoco las otras, se conformaron con la situación de separación de grandes grupos de cristianos que rompían la comunión.

1. Las separaciones

En una breve memoria histórica no podemos olvidar los concilios de la Antigüedad, en los cuales trataban de ponerse de acuerdo Oriente y Occidente para no crear la confusión en materia de fe y sembrar con ello la división. Aunque después de algunos de ellos se produjeron separaciones dolorosas (Éfeso, Calcedonia), en otros casos el mismo concilio evitaba las divisiones (Nicea II, Constantinopla IV).

Una vez consumada la excomunión mutua en 1054 ente Oriente y Occidente los concilios de Lyon II (1274) Y el de Ferrara-Florencia-Roma (1438-1445) serán convocados para restablecer la unidad entre las dos partes de la Iglesia. El Concilio de Trento (1545-1563) fue también convocado para tratar de encontrar una solución a la división de la cristiandad occidental originada por la Reforma protestante.

Visto el fracaso obtenido por la vía conciliar, a partir del siglo XVI se cambió de método, y se creó un diálogo que llevó a uniones parciales de Iglesias orientales con la Iglesia católica, por lo que hoy de todas las Iglesias de Oriente en sus diversos ritos hay una parte unida a Roma y otra separada (ortodoxos bizantinos y antiguas Iglesias orientales no calcedonenses).

Entretanto, en el protestantismo, a partir de las tres tradiciones surgidas en el siglo XVI (luteranos, reformados, no conformistas) y el anglicanismo, surgían con el tiempo nuevas divisiones en su seno que llevarán a la creación de grandes comunidades eclesiales como los bautistas, metodistas, menonitas, pentecostales, etc.

2. Inicios del movimiento ecuménico

Sin embargo, desde mediados del siglo XIX una nueva corriente unionista va a recorrer los caminos de todas las Iglesias cristianas y va a mover los frentes confesionales que se encontraban bastante parados y a la defensiva. Es lo que llamamos el «movimiento ecuménico», actividad dedicada a buscar por medios doctrinales y prácticos la reunión y reconciliación de todos los que invocan a Jesucristo como Dios y cabeza de la Iglesia.

En los comienzos de este proceso va a influir mucho el cambio de mentalidad acaecido en la Edad moderna en las sociedades europeas y norteamericana, sobre todo las de ámbito protestante. Por estos años florece el espíritu de tolerancia e igualdad, la libertad de conciencia y los derechos humanos de carácter filantrópico e internacional. Se trata de un camino nuevo, que constituye para todas las Iglesias un proceso inédito y complejo del que no hay antecedentes en el pasado con esta configuración. Este proceso ha sido visto por todos como un don del Espíritu Santo, por lo que el ecumenismo pide un discernimiento constante de las mociones del Espíritu para su avance.

Estamos de acuerdo con los teólogos que sitúan el comienzo de esta corriente en el Reino Unido, a mediados del siglo XIX con el «movimiento de Oxford». Clérigos anglicanos de la «Iglesia alta», como Newman, Pusey, Froude, etc. pusieron en marcha una provocación a la Iglesia de Roma con un nuevo concepto de catolicidad (comunión católica anglicana de proporciones mundiales) y un diverso concepto de unidad (teoría de las tres ramas).

En 1864 el Santo Oficio mandaba un «monitum» a los obispos católicos ingleses, para alertarlos contra la sociedad de carácter ecuménico. En 1865, los anglo-católicos responderán con una carta de aclaración al cardenal Patrizi y se produce la primera confrontación sobre el movimiento de unión de los cristianos. Los intentos de unidad continuarán con la pretensión de que la Iglesia católica reconozca la validez de las ordenaciones anglicanas, cuyo resultado será la Bula de León XIII Apostolicae curae de 1896, declarando inválidas tales ordenaciones. El incidente congeló el movimiento pero no lo extinguió, resurgirá años más tarde con las «Conversaciones de Malinas», estando implicados en ellas los católicos F. Portal y el cardenal Mercier, y por la otra parte sobre todo el anglicano Lord Halifax.

En ámbito anglicano se inicia en Lambeth en 1867 la primera conferencia de obispos de la Comunión y así se continuará cada diez años. También entre las Iglesias protestantes va cristalizando un impulso de unión que contrarresta su dispersión: nacen las alianzas mundiales de confesiones históricas (Alianza reformada mundial, Federación luterana mundial, Alianza bautista mundial, etc.).

De importancia será el movimiento juvenil de carácter internacional e interconfesional, que crea en 1844 el YMCA (Asociación de Jóvenes Cristianos) y en 1854 el YWCA (Asociación de Jóvenes Cristianas), en 1895 la WSCF (Federación Mundial de Estudiantes Cristianos) y el SCM (Movimiento Estudiantil Cristiano). Sobre todo la Federación Mundial de Estudiantes Cristianos se empeñó con energía en el ecumenismo y fue para muchos ecumenistas del siglo XX el lugar donde se fraguó su vocación. El movimiento estudiantil se orientaba hacia la misión, y es que en ese momento se crean también sociedades misioneras de carácter internacional que sostienen el gran impulso misionero presente en tierras de África y Asia, tanto en el protestantismo como en el catolicismo.

3. El Consejo Ecuménico de las Iglesias

Una de estas conferencias de carácter misionero será la que va a marcar un hito especial en el movimiento ecuménico: la «Conferencia misionera mundial de Edimburgo», celebrada en 1910, y presidida por el laico metodista Jhon R. Mott. Esta conferencia fue el comienzo de la agrupación de iniciativas dispersas y el impulso de un movimiento de unión de carácter mundial. Allí se tomó conciencia de la seriedad que supone la implantación de una Iglesia unida en los países de misión para la credibilidad del Evangelio.

De las iniciativas que aquí surgieron terminará naciendo años después el Consejo Ecuménico de las Iglesias (CEI). A raíz de ella, en 1921 se funda el Consejo Internacional Misionero, con la finalidad de promover la solidaridad entre los cristianos, así como la unidad de objetivos en la evangelización. Este consejo y su revista, Internacional Rewiew of Mision, contribuirán también al surgimiento del CEI, y en él se integrará en 1961.

La Conferencia de Edimburgo impulsó el nacimiento de Fe y Constitución, lugar de encuentro de las diversas Iglesias para dialogar sobre los problemas doctrinales que plantea la unidad, en cuanto a la fe y sus contenidos más esenciales en cada Iglesia y la constitución, es decir, los sacramentos, el ministerio, la autoridad. Los impulsores fueron sobre todo el obispo anglicano Ch. H. Brent y el secretario Robert H. Gardiner, quienes tras muchas consultas, incluyendo al Vaticano, lograron reunir a las Iglesias en Lausana en 1927.

El movimiento pancristiano de carácter práctico fundó otra importante institución: Life and Work, impulsada sobre todo por el obispo luterano sueco Nathan Söderblom. Ya en 1919 el obispo proponía crear un consejo que representase espiritualmente a todos los cristianos, y hacer una conferencia mundial sobre el cristianismo práctico, cosa que se realizó en Estocolmo en 1925. El movimiento Vida y Acción se basaba en la convicción de que sirviendo a la causa de la paz y la justicia se intensifica la causa de la unidad, pues la unidad de acción práctica es más eficaz que la discusión doctrinal. Ello dio origen al Consejo Universal del Cristianismo Práctico en 1930, y al Instituto Social Internacional Cristiano, que convocó una conferencia sobre la crisis económica en 1932 y otra en 1937 en Oxford sobre las relaciones Iglesia, sociedad, Estado.

En Gran Bretaña, en ese mismo año, Fe y Constitución y el Movimiento en Pro del Cristianismo práctico convocaban sus asambleas mundiales con objeto de crear un consejo ecuménico de Iglesias. La coordinación de esfuerzos y el ahorro de los dineros recomendaban a este organismo que agrupase las muchas iniciativas en curso. Las dos conferencias aceptaron la idea y al año siguiente, 1938, invitaban formalmente a las Iglesias a entrar en el Consejo mundial en formación. El estallido de la segunda guerra mundial cortó la iniciativa, pero se retomará con fuerza en la posguerra y así en 1948, en Amsterdam, se haría realidad el Consejo Ecuménico de las Iglesias, mediante la fusión de Vida y Acción y de Fe y Constitución.

Al poco tiempo el Consejo se trasladará a Ginebra (Suiza), donde se encuentra en la actualidad. Mucho mérito en su fundación tiene el pastor reformado holandés Willem A. Visser't Hooft, quien será su presidente durante 22 años y luego, hasta su muerte, presidente honorario.

El CEI no pretende ser una confesión propia de fe o una síntesis de doctrina, ni una super-iglesia, sino «una asociación fraterna de Iglesias que confiesan al Señor Jesucristo como Dios y Salvador según las Escrituras y tratan de responder juntos a la común vocación» (Constituciones I). Puesto que se trata de una fellowship de Iglesias, para entrar en él se debe demostrar que se es una Iglesia independiente y estable en su constitución, confesar la fe cristológica y trinitaria según las Escrituras, mantener relaciones ecuménicas reales y contar con al menos 25.000 miembros.

Lo novedoso de esta institución respecto a lo anterior es que no se trata de iniciativas personales o de consejos, sino que a él sólo pertenecen Iglesias establecidas. El objetivo es llegar a la unidad visible mediante una fe común y alcanzar la fraternidad eucarística, manifestada en el culto y en la vida solidaria. También se propicia la ayuda que favorece el testimonio conjunto, la tarea misionera en tierras lejanas, y la promoción de la justicia y la paz en el mundo.

La vida del CEI en sus inicios se desarrolló sobre todo a través de sus asambleas plenarias, que nunca pretendieron ser reuniones administrativas, sino celebración y expresión de la unidad ya alcanzada, y momento de reflexión teológica para dar pasos hacia la unidad plena. De hecho, los momentos celebrativos y la elaboración de textos-guía han sido siempre privilegiados. El decurso de sus asambleas es parte esencial de su ser y por eso las nombramos: Amsterdam (Holanda) 1948; Evanston (EE.UU.) 1954; Nueva Delhi (India) 1961; Upsala (Suecia) 1968; Nairobi (Kenia) 1975; Vancouver (Canadá) 1983; Canberra (Australia) 1991; Harare (Zimbabue) 1998 y Porto Alegre (Brasil) 2006.

La presencia ortodoxa en el CEI se produjo a partir de los años sesenta, cuando la intervención del gran ecumenista Atenágoras I, Patriarca de Constantinopla, logró que todos los patriarcados ortodoxos entrasen a formar parte de él. Hoy el Consejo cuenta con unas 350 Iglesias, de procedencia mayoritaria protestante. Se espera que en la próxima asamblea de Brasil se recojan los frutos del trabajo realizado a partir de la última de 1998 en orden a una nueva estructuración del Consejo pedida por los ortodoxos.

4. Actitud inicial de la Iglesia Católica

Como hemos visto, las provocaciones que desde el siglo XIX en el Reino Unido se hicieron a la Iglesia católica para sumarse a este movimiento fueron múltiples, pero sobre todo por parte de la curia romana y de los papas la actitud fue de rechazo. Desde los tiempos del papa León XIII el único método de superar las divisiones que se veía en Roma era el método del retorno al catolicismo.

Con esta mentalidad dicho Papa trató de tender puentes con las otras Iglesias, sobre todo a través de sus encíclicas Praeclara gratulationis (1894), Satis cognitum (1896). Por estas fechas, el franciscano Paul Wattson, venido del protestantismo norteamericano y fundador de la sociedad del Atonement, dio inicio a la «Semana de oración por la unidad de los cristianos». Esta oración anual irá creando una sensibilidad entre los católicos. Invitada la Iglesia católica en 1919 a formar parte del CEI en formación el papa Benedicto XV rechazó su incorporación y así harán los papas sucesivos, prohibiendo a los católicos participar en toda asamblea perteneciente al movimiento.

Sin embargo, este Papa creó la Congregación para la Iglesia Oriental de la que él mismo era prefecto, y el Pontificio Instituto para los Estudios Orientales, a fin de formar a los sacerdotes que iban a desarrollar su labor en Oriente. Además restauró el colegio maronita en Roma y seminarios para greca-católicos en Italia.

Las citadas «Conversaciones de Malinas» (1921-1925) terminaron con la muerte del cardenal Mercier en 1926. El año anterior, el monje benedictino Lambert Beauduin fundaba los «monjes de la unidad»y la revista Irenikon en el monasterio de Amay (Bélgica), trasladado en 1939 a Chevetogne. Una parte de la comunidad celebra en rito romano y otra en rito bizantino. Las iniciativas de estos monjes eran alentadas por el papa Pío XI. Como respuesta a la reunión mundial de Iglesias en Lausana en 1927, aparecerá en 1928 la Encíclica de Pío XI Mortalium animas, documento católico de gran calado teológico que da serias razones para la no incorporación de la Iglesia de Roma al movimiento ecuménico.

Pero pocos años después despuntará una generación de grandes ecumenistas católicos. En el ecumenismo espiritual destaca el sacerdote francés Paul Couturier, quien logra dar vigor en los años treinta a la «Semana de oración por la unidad» y crea una espiritualidad de la unidad que impregna personas e instituciones católicas. De su círculo Iyonés saldrá en 1937 el Grupo de Les Dombes, lugar de oración y reflexión entre católicos y protestantes franceses, que más tarde elaborará documentos teológicos de mucha importancia para el diálogo doctrinal. En 1937, la obra del dominico Y. Congar, Chrétiens désunis, marca el comienzo de una eclesiología ecuménica de comunión que se aparta de lo jurídico para iniciar un nuevo camino, todo él teológico, basado en la gran tradición, bíblica y patrística, que deja el método del «retorno» y propone la conversión y la reforma de la Iglesia.

El también dominico Ch.-Jean Dumont funda el centro Istina de París y la revista de su mismo nombre, así como en Alemania el sacerdote Max-J. Metzger funda el grupo ecuménico Una Sancta y su revista correspondiente, con todo lo cual se van madurando muchas ideas, iniciativas y mentalidades ecuménicas entre los católicos.

Tras la segunda guerra mundial los contactos se intensifican. El padre jesuita Charles Boyer fundaba en Roma la revista Unitas y el Centro en Favor de la Unidad, instituciones que lograron introducir la causa ecuménica en los círculos vaticanos de pensamiento. En 1949, el Santo Oficio emitía la Instrucción Motione ecumenica, en la cual se reiteraba la conocida negativa romana pero se abría una puerta al reconocer que este movimiento está inspirado por el Espíritu Santo. En 1951 se funda la «Conferencia católica para las cuestiones ecuménicas», que favorecería la colaboración y los contactos entre teólogos católicos, y de aquí saldrán muchos ecumenistas que luego participarán activamente en el Vaticano II.

Importante en los años de la posguerra es la fundación de la comunidad ecuménica de Taizé, por el monje protestante Roger Schutz. En ella, desde hace medio siglo viven juntos monjes de varias Iglesias, logrando realizar una parábola de comunión eclesial a través de la oración y la vida común, acogiendo a miles de jóvenes del mundo entero que son sensibilizados hacia la tragedia de la división y son exhortados a buscar caminos de reconciliación.

5. El Concilio Vaticano II

Periodo importante para la historia del movimiento ecuménico es la entrada en escena de la Iglesia católica en él, pues el peso de su número y de su potencia teológica hizo nacer una nueva era para el ecumenismo cristiano. Las muchas incomprensiones y fatigas que sufrieron los pioneros católicos se verán recompensadas con la llegada al papado de Juan XXIII y la convocación del Concilio II del Vaticano. La postura de este Papa dio un giro memorable respecto a la actitud romana sobre el ecumenismo. Desde el inicio señaló que una de las finalidades principales de la convocación del Concilio era buscar la unidad de los cristianos. Para ello creó en 1960 el Secretariado para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, poniendo al frente como prefecto al anciano y valiente cardenal Agustín Bea. Esta institución, que por voluntad del Papa pasó tal cual a ser comisión conciliar, será un punto clave de referencia de toda la doctrina del Concilio sobre la Iglesia, que quedó toda ella impregnada de sentido y orientación ecuménica. El Decreto Unitatis redintegratio, junto a la Constitución Lumen gentium y el Decreto Orientalium ecclesiarum, será el mejor exponente de la entrada oficial de la Iglesia católica en el movimiento ecuménico. Influyó mucho en estos momentos la cordial amistad que se estableció entre el patriarca Atenágoras I y el papa Pablo VI.

6. El movimiento ecuménico en los años recientes

A partir del Concilio ciertamente el movimiento ecuménico tomó un nuevo rumbo, pues la Iglesia católica desde los años sesenta estableció diálogo teológico y relaciones fraternas con todas las Iglesias históricas de Oriente y de Occidente. También lo realiza directamente con el CEI, del cual sólo es miembro en la comisión doctrinal Fe y Constitución. Pero el diálogo no sólo se lleva a cabo entre interlocutores de instancias superiores en comisiones mixtas internacionales, sino también particularizado por grupos nacionales o regionales. En general, se mantienen diálogos bilaterales y también multilaterales, cuyo máximo exponente es el Documento de Lima (BEM).

Hito histórico en el diálogo bilateral doctrinal lo marcó en 1999 la firma de Acuerdo sobre la doctrina de la justificación entre la Iglesia Católica y la Federación Luterana Mundial. Pero no sólo existen diálogos entre la Iglesia católica y otras Iglesias, sino también entre algunas de ellas con comisiones internacionales o nacionales. Todo ello ha creado una gran red de oración, de encuentros fraternos y de trabajo teológico serio que ha conseguido superar muchos de los muros que han dividido a los cristianos durante siglos. Desde el papado de Pablo VI y, sobre todo, con Juan Pablo II los viajes internacionales de estos papas han tenido siempre una dimensión ecuménica muy acentuada, lográndose en ellos desbloqueos de relaciones e instauración de diálogos oficiales. Históricas resultaron las visitas de Pablo VI y de Juan Pablo II a la sede del CEI en Ginebra, así como las visitas de todos los líderes cristianos a los papas de Roma. Es también destacable la labor ecuménica que a partir del Concilio se realiza en torno a la traducción conjunta de la Biblia. La Iglesia católica mantiene relaciones con sociedades bíblicas protestantes y con la Alianza Bíblica Universal, que agrupa 110 sociedades bíblicas dedicadas a la traducción y difusión del Texto sagrado. Leer y proclamar la misma Palabra de Dios en Biblias de traducción interconfesional es, sin duda, una ayuda no pequeña al camino de la unidad.

En Europa han cobrado relieve en los últimos años las asambleas ecuménicas de Iglesias de Europa, que han tenido la primera edición en 1989 en Basilea (Suiza), la segunda en 1997 en Graz (Austria) y se está preparando una tercera, que tendrá un proceso asamblear que partiendo de Roma en 2006 pasará por Alemania y culminará en Sibiú (Rumania) en septiembre de 2007.

En ellas ha sido fundamental la actividad de la KEK (Conferencia de Iglesias de Europa) y de la CCEE (Consejo de Conferencias Episcopa les Europeas). El multiplicarse en los últimos años de instituciones como los Consejos de Iglesias cristianas de nivel nacional, así como toda clase de iniciativas promovidas por los centros ecuménicos de carácter teológico y pastoral en los diversos países hace que el ecumenismo en la actualidad sea una realidad viva, si bien no exenta de dificultades y de caminos llenos de sorpresas. Por último, es importante destacar que la Iglesia católica, en la Encíclica de Juan Pablo II Ut unum sint, ha declarado su firme voluntad de hacer de este camino un compromiso «irreversible» (UUS 3).

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