«La represión freudiana no tiene nada que ver con la continencia cristiana»

ABC

Juan Bautista Torelló (Barcelona, 1920), sacerdote, médico psiquiatra y teólogo, es autor de obras transformadoras, como Psicología abierta (Rialp). Se instaló en Viena hace décadas. Este catalán rompe moldes: es eximio en psiquiatría, en filosofía y en teología. Los vieneses interesados por las humanidades lo saben bien.

-Imagínese que me encontrara deprimido. ¿Qué me aconseja: que tome antidepresivos como el Prozac, que acuda a un psicoanalista o que vaya a hablar con un sacerdote?

-Si se tiene una depresión, es importante hablar, y hablar con alguien que sea de tu confianza, sea cura o laico, psiquiatra o simplemente un amigo. La cerrazón lo complica todo. ¿Psicoanalista? ¿Confesor? Lo importante es que entienda de estos asuntos. Porque hay muchos santos curas que no tienen ni idea de estas materias, porque por su formación y por su historia, pues no se han metido en estos líos. En cambio, son preferibles otras personas quizá menos profundas en la fe, pero más enteradas. «Buenos consejos» hay demasiados en el mundo. Lo que necesitamos es saber de algo y hablar de lo que sabemos.

-Los enemigos de Freud consideran que sus métodos son poco efectivos, porque sostienen que es mejor, por ejemplo, tomarse una pastilla... -Bueno, esto es una macana, porque son asuntos diferentes. Una cosa es la terapia de tipo medicamentoso y otra la terapia de tipo psicológico.

-Pero la terapia medicamentosa, como dice, ¿puede suprimir completamente a la terapia de la palabra?

-No lo creo, aunque, naturalmente, puede aliviar muchos síntomas.

-A 150 años del nacimiento de Freud, ¿qué piensa que es lo valioso de su obra?

-Freud es una persona importante en la historia de la psicoterapia por ser uno de los pioneros de la terapéutica por medio del diálogo. Lo malo: tenía un poso ideológico muy negativo, materialista. Incluso de los instintos, de los cuales habló tanto, esperaba que un día se encontrara la composición química.

-Freud pasa por ser uno de los pensadores más influyentes del siglo XX. ¿A qué cree que se debe su enconada aversión a lo religioso?

-Era un ateo, digámoslo claro y rápido. Era de origen judío, pero no creía en la religión de sus padres. Incluso se burlaba de Moisés. Sus críticas de la religión están todas llenas de prejuicios. No se puede esperar nada de él respecto de la psicología de la vida religiosa porque no creía en nada.

-¿Piensa usted que hay que creer para que una crítica de la religión tenga valor?

-Por lo menos hay que ser como los fenomenólogos: personas que ven la realidad de la vida religiosa en la historia del mundo, de la sociedad y de las personas, y se la toman en serio. No caen enseguida en el reduccionismo, que es siempre la trampa más grande que tienen los psicólogos.

-¿Puede haber algo de verdad en que la religión sea una «Zwangsneurose», término que no sé cómo traducir realmente bien?

-Se traduce como «neurosis coacta». Esto fue lo que Freud dijo alguna vez. No siempre, porque también él osciló mucho en sus formulaciones. Zwangsneurose, neurosis coacta. Es decir, que te ha venido de fuera, por educación, etc., pero además agrega patología, la neurosis, al fenómeno religioso. Es un término lleno de prejuicios.

-De joven, Freud autoexperimentó con cocaína. ¿Era el suyo un temperamento aventurero?

-No. Pienso que tenía una tendencia a la toxicomanía. Al principio fueron experimentos consigo mismo, pero al final terminó tomando morfina, cuando tuvo su cáncer, para atenuar dolores. O sea, se trata de una tendencia suya a probar tóxicos, en primer lugar para ver qué efectos producían. Eso lo han hecho muchos médicos.

-Del inconsciente («das Unbewusste») escribió mucho Freud y dijo que el 90 por ciento de nuestras decisiones son inconscientes...

-Eso es exagerado. Que tenemos una cierta inconsciencia, está claro, porque llevamos todos en nosotros mismos una cierta carga cultural, que nos influye. Ahora, lo normal, normal en el sentido de no enfermizo, es que cuando uno madura como persona, se sabe calibrar ese fardo, sin estar entregado al lastre infantil. Repito: todos llevamos en nuestra vida una carga: en parte hereditaria, de dentro, y en parte por nuestra educación, cultura, etc., que nos influye. Pero el hombre que se desarrolla normalmente se critica a sí mismo y toma de ello lo que quiere. Así madura como persona.