La conversión de un filósofo

 

Eduardo Peláez

 

Sumario

 

Primera parte. 1. El itinerario de la conversión del profesor Manuel García Morente: 1.1. Un documento excepcional: el relato de la conversión.- 1.2. La conversión como acontecimiento decisivo en una vida.- 1.3. En el pórtico del Hecho extraordinario.- 1.4. Un cambio de escenario.- 2. Providencia y libertad: 2.1. La idea de la Providencia.- 2.2. El recurso de la oración.- 2.3. Ante un problema vital y filosófico.- 2.4. Una Providencia sabia pero incomprensible.- 2.5. El encuentro con el Dios-Hombre: la noche del 29 al 30 de abril.- 2.6. La solución al problema planteado.- 2.7. Una cuestión en el candelero: Providencia divina y libertad humana.- Segunda parte. 3. El "Hecho extraordinario": una gracia que le confirma en la fe.- 4. La actividad de Morente después de su conversión: 4.1. Un nuevo estilo de vida y reacciones.- 4.2. La transformación de la gracia.

 

Primera parte

Itinerario, Providencia y libertad




1. El itinerario de la conversión del profesor Manuel García Morente


1.1. Un documento excepcional: el relato de la conversión


En el caso de la conversión que analizamos, la de Manuel García Morente, catedrático de Etica en la Universidad de Madrid, y en 1936 Decano de la Facultad de Filosofía, disponemos de un documento excepcional, por tratarse de la narración en primera persona del camino que recorrió hasta encontrarse con Dios. El mismo redactó en septiembre de 1940 un extenso relato [1] de su conversión en la soledad de unos días de oración. El manuscrito -"sesenta densas cuartillas"- lo conserva una de sus hijas, María Josefa, que lo encontró entre sus papeles después de su muerte. El único interés que le movía a redactarlo era darlo a conocer a su director espiritual en el Seminario de Madrid, D. José María García de Lahiguera. La intención de Morente era abrir su alma a quien le conocía y le podía orientar, venciendo su vergüenza y pudor, para contar lo acontecido aquella noche del 29 al 30 de abril de 1937. Anteriormente a nadie había hablado de su conversión con tanto detalle, pero sobre todo, de lo que sucedió a continuación de su conversión, que él mismo califica de "hecho extraordinario". Le confía el deseo de conocer su opinión y su consejo "y no volver ni a aludir a esto ni siquiera ni aún con usted mismo" [2]. Ni Morente, ni Lahiguera, mientras éste vivió, jamás enseñaron o hablaron de este documento, que no fue hecho público hasta después de su muerte. "Yo preferí el silencio", comenta el Prelado. "Él lo aceptó humildemente, pues ni indirectamente curioseó en mi opinión. ¡Esto es sacrificio de la curiosidad y verdadera humildad! ¡Murió, pues, sin saber mi juicio sobre el hecho más grande de su vida!" [3].

Gracias a este relato, que no escribió pensando en su publicación, podemos conocer el proceso conversional del profesor jienense, y poseer un estudio, o mejor dicho, un análisis riguroso y pormenorizado, que nos atrevemos a calificar de filosófico- dentro de la tradición de pensamiento existencial o vital iniciada por San Agustín- del encuentro de la razón filosófica con la fe. Escrito tras un largo periodo de lo acontecido en aquella soledad parisiense, sus reflexiones se realizan con la iluminación que el acontecimiento ha supuesto en su modo de entender la totalidad de la existencia humana [4]. "El hecho extraordinario es un documento autobiográfico de excepcional interés -opina Millán-Puelles-. Con estricta verdad no se puede decir que de un modo exclusivo se refiera a un episodio aislado, porque la vida de Morente queda en él recogida -centrada en unos momentos esenciales, donde confluyen todos los anteriores- y meditada en su más entrañable hondura. Los aspectos biográficos, los filosóficos y los sobrenaturales, claramente diferenciados, se enlazan e interpenetran, sin embargo, constituyendo una unidad indivisible" [5].

No es nuestro propósito adentrarnos en la experiencia psicológica que la conversión supuso para su persona, sino encontrar las claves antropológicas, metafísicas y teológicas explícitas o implícitas en el relato que arrojan luz sobre la relación entre la fe y la razón filosófica, de alguien que podemos considerar, de algún modo, como representativo del pensamiento de la Modernidad, particularmente de estos tres últimos siglos.

Reconsiderando su situación personal antes de la conversión, nuestro autor escribirá pocos meses antes de morir: "Cuando la fe religiosa abandona un alma, deja en el fondo de ella, por decirlo así, un vacío que con nada se llena y que desquicia la voluntad. El alma sin religión pierde su unidad: no sabe qué hacer, qué querer, qué desear; y sus resoluciones, privadas de esa cohesión unitaria que sólo el fundamento sobrenatural confiere, son contradictorias, disidentes, caprichosas, subversivas" [6].

Y dando cuenta al obispo de Madrid-Alcalá, Mons. Eijo y Garay, en su carta fechada en Tucumán el 27 de abril de 1938, de la génesis de su conversión, anota "Mis pensamientos se orientaban, cada día más y con más insistencia, hacia la única luz de salvación que alumbra en la vida del hombre: la santísima figura de Nuestro Señor Jesucristo que siendo Dios, quiso sufrir y padecer por el hombre en prenda de amor infinito" [7]. En Jesucristo se revela en plenitud el plan salvífico de Dios, de un Dios Personal, Creador y Providente, que está en todos los detalles. Es algo que acomete desde el comienzo de su relato, porque lo que le deslumbra es que Dios no sea un ser lejano, frío, indiferente con la suerte de los hombres, sus criaturas, e "insiste (es como un motto musical) en que su vida no la hacía él solo, sino que alguien en él, sin contar con su permiso, se hacía presente en ella como una voluntad que tenía que acabar siendo reconocida como propia. Eso lo dice no en tono de protesta, al contrario. Su concepto de Dios era el de un Dios providente, un Dios que tiene que ver con el hombre" [8]. Un descubrimiento que le asombra, algo que hasta entonces no consideraba como aceptable dentro de su sistema de pensamiento.

A lo largo de la narración aparece claro el contraste entre sus planteamientos especulativos y prácticos mantenidos hasta entonces con el mundo de la fe, que le llevará a reconocerse creatura y a saber que ha estado moviéndose, sin que haya sido consciente de ello, en las manos de la Providencia. Un Dios que nos ama hasta el extremo de irrumpir en la Historia de los hombres, naciendo en Belén, pasando haciendo el bien y muriendo en la Cruz (como luego considerará según las anotaciones que se conservan de sus ejercicios espirituales de 1940) [9].


1.2. La conversión como acontecimiento decisivo en una vida


Los relatos de conversiones, repentinas o graduales, nos proporcionan elementos siempre valiosos para una reflexión sobre la relación entre los planteamientos racionales o vitales y la fe. No vamos a analizar el fenómeno conversional, pero sí a tratar de enmarcarlo en el contexto en el que se realiza de un modo general- si es posible hablar así- el actuar de la gracia (la iniciativa siempre es divina), en el interior de la persona en el que se realiza dicho proceso. El abanico de las trayectorias posibles son innumerables, los caminos incontables, tantos como personas. Sin embargo nos interesa reflejar el interés actual de la cuestión y más por lo que respecta a la conversión de un intelectual que ha llegado a la madurez de su pensamiento, así como considerar que en el paso dado por Morente no predomina el temor, la angustia, la huida de la realidad, la búsqueda de un refugio para la conciencia atormentada, ni es fruto de un estado de ánimo patológico.

La conversión supone un cambio de mentalidad, un vuelco en el modo de percibir la realidad, de enfocar la existencia. Los puntos de referencia, que hasta entonces daban seguridad, se tornan injustificados e invitan a un desandar lo andado, a radicar la vida en un suelo firme, el de la fe en el Dios vivo. El horizonte existencial, el modo de pensar, las actitudes y las obras reciben nueva iluminación y se muestran de un modo novedoso, con un atractivo que hasta ese momento no se vislumbraba.

Es el caso de tantos conversos a la fe; bástenos como casos paradigmáticos el de San Agustín y el de Paul Claudel, itinerarios que muy posiblemente Morente conoció y comparó posteriormente con los sucesos que él vivió en París. Como a ellos, le llevaron a una certidumbre inamovible en la proximidad de un Dios providente. Reconocerle entonces, abrirse a Él, entregarse a Dios, sometiéndose y haciendo suya su Voluntad es encontrarse a sí mismo, darle un sentido global a su existencia, unificar -dotándola de sentido último- la vida pasada, la presente y la futura. Aparece en el alma junto con la conversión realizada una sensación inefable, que aquieta y reconforta, que consuela y embarga de gozo indescriptible. Esa sensación, de dulzura tan singular, acompañó ya para siempre tras la conversión operada en Morente: "Una gran paz se había adueñado de mi alma" [10].

Ortega había descrito el vivir como "brazadas que el ser humano da para sobrevivir de un naufragio, en las aguas borrascosas de la nada". Afirmación que podría hacer suya Morente cuando sintonizaba con el magisterio de su compañero de Facultad y amigo. La existencia se traducía para él, de algún modo, en un desasosiego continuo, pues su última seguridad -su consistencia ontológica- se alzaba sobre el vacío. De este modo su "ser en el tiempo" se reducía a un proyecto vital de signo historicista, que desembocaba en la nada. Sin embargo por Providencia divina "el náufrago" recibe la alegría de ser recogido a tiempo, o con una imagen preferida por Newman, "la barca que navega en la tormenta y llega felizmente a puerto seguro".

San Agustín, que supo guiarse con soltura en las profundidades del corazón humano, nos describe la situación en que se encontraba antes de su conversión. "Caminaba por tinieblas y resbaladeros y te buscaba fuera de mí, y no te hallaba, ¡oh Dios de mi corazón!, y había venido a caer en lo profundo del mar, y desconfiaba y desesperaba de hallar la verdad". Es Dios con su presencia inefable quien aparece como luz que disipa las tinieblas interiores, las dudas, las resistencias y vacilaciones; como verdad que se revela con su claridad y arrastra; como voz que se articula o no en palabras y reclama la atención, para percibirla como llamada a transformar la vida. "¡Qué felices son las personas que creen! -exclama Claudel-, ¿y si fuera verdad, no obstante? ¡Es verdad! Dios existe, está ahí. ¡Es alguien, es un ser tan personal como yo! Me ama, me llama!" [11]. El literato y político francés reconstruye la trayectoria de su camino conversional, hasta el encuentro con Dios, que se traduce en una convicción firme e indubitable: "en un instante mi corazón fue tocado y creí. Creí con tal fuerza de adhesión, con tal subversión de todo mi ser, con una convicción tan poderosa, con una certeza tan grande que no dejaba lugar a especie alguna de duda, de modo que, después, todos los libros, todos los razonamientos, todos los azares de una vida agitada no han podido hacer vacilar mi fe ni, a decir verdad, tocarla" [12].

En el horizonte del convertido emerge un norte claro, Dios -el verdadero "Dios a la vista"- que orientará en adelante su vida, que dará sentido a todo lo que hace, incluso a toda su vida anterior y a sus aspiraciones futuras, el único que será capaz de integrar en una unidad plena los diversos aspectos y facetas de su existencia, colmándolas a la vez de un sentimiento de confianza y de alegría.

El itinerario agustiniano es también paradigmático, quizá como primer analogado en todo relato de conversión, de lo que supone este acontecimiento, el hallazgo de sentido de la existencia. Así lo expresa Galindo: "La historia de Agustín es la historia de una inquietud que tiene una etapa de sin-sentido; otra, desde la conversión, de relativa quietud, en la que comienza a realizar en sí su propio sentido; y la tercera, que todavía es esperanza, de perfecta quietud en la Quietud que es Dios, en la que su sentido se identifica con el Sentido" [13]. Convertirse es así lo opuesto, la reacción, a la anterior dispersión exterior vivida hasta ese momento, o a la disgregación interior (el divertissement pascaliano) una diversión o un verterse hacia fuera en las mil inquietudes y problemas con los que se tiene que enfrentar continuamente, logrando una integración que dota de verdadero sentido a la vida; o, en otras palabras, se traduce un "dar con el sentido de la vida", centrado en el verdadero Centro de la criatura. No quiere esto decir que traspasado el umbral de la conversión no se requiera un empeño renovado por volver al Fundamento, pero el camino queda abierto, expedito, para ser recorrido en sucesivas ocasiones. Cualquier circunstancia desde el acontecimiento de la conversión, cualquier suceso por pequeño que sea, aparece desde entonces iluminado por ese faro encendido en lo más íntimo de su persona, por el encuentro con Dios.


1.3. En el pórtico del Hecho extraordinario


Para comprender en profundidad el contenido del relato de Manuel García Morente es preciso considerar su formación humana e intelectual junto con la actitud religiosa que tuvo desde su infancia [14].

Hijo de un médico de ideas liberales y de una madre de profundo sentido católico fue educado en el liceo de Bayona cuando contaba con ocho años de edad. Tras el fallecimiento de su madre prosigue sus estudios en Francia donde perderá la fe. Fue entonces, en plena adolescencia, cuando se negó a ir con su hermana mayor Guadalupe a la iglesia "porque él ya no creía". Guadalupe no insistió, ni discutió con él, sino que se limitó a rezar y sólo en el lecho de muerte en 1928, le pidió "que no resistiera a la gracia de Dios si ésta venía a visitarle". Finalizados sus estudios de Filosofía en París regresa a Madrid donde cercano a la "Institución Libre de Enseñanza" se mueve en un ambiente naturalista donde, a pesar de la aparente neutralidad religiosa, su laicismo resulta notorio. Tras unos años de enseñanza, en 1909 viaja a Alemania, donde asiste a las clases en la Universidad de Berlín y aprende alemán a un ritmo que le causará una crisis nerviosa. Fue un hecho ocasional de origen somático y que no indicaba ningún desorden psíquico, al que hará referencia en el relato de su conversión. Ocurrió a los pocos meses de llegar a la ciudad alemana. Por agotamiento intelectual sufrirá durante un tiempo una agorafobia (es decir un temor a cruzar espacios abiertos y permanecer con un grupo de personas) [15].

En el curso siguiente continuó su formación filosófica en la Universidad alemana de Marburgo donde se familiarizará con el neokantismo. Puede pensarse que esta filosofía, que abandonará pronto, le justificaría en su agnosticismo. La huella dejada en cambio, en la concepción del mundo, será duradera: "La fe perdida, la soberbia de un pensamiento autónomo construyendo sistemas del Universo sin Dios o, lo que es lo mismo, con un Dios que de Dios sólo tiene el nombre".

A principios de 1912 regresa a Madrid y gana la cátedra de Ética en la Universidad Central cuando sólo contaba veinticinco años de edad [16]. Hecho que le llenará de vanidad y engreimiento: "¡El catedrático más joven de España!", como él mismo considerará, impartiendo su magisterio desde un pedestal agnóstico. Poco después, el 13 de mayo de 1913, se casó con Carmen García Cid, de honda fe, alumna del colegio de Málaga de las religiosas de la Asunción (congregación francesa fundada en el siglo XIX). Su esposa respetó su modo de pensar, aunque trató de ganárselo con su ejemplo y oración. Él vería gustoso que sus dos hijas más tarde se educaran en la Asunción.

Colabora con Ortega en la Revista de Occidente, es redactor de la Revista General, de El Sol y del Diario de Madrid. Su prestigio en pocos años fue creciendo tanto en la Universidad, en los salones literarios como en el círculo de amistades, por su gran cultura y su claridad expositiva. Acudía con especial agrado a los conciertos, siendo conocida su gran afición a la música, que amaba "apasionadamente y la conocía y entendía como pocos", según cuenta una de sus hijas [17]. Durante el curso académico 1920-21 se licenció en Derecho como alumno libre por la Universidad de Murcia.

El 27 de junio de 1923 recibe un duro golpe: la muerte de su esposa. Habían sido diez años de convivencia familiar intensa, de dicha, donde ella se había integrado con naturalidad en el ámbito social e intelectual de su marido. El fallecimiento de su esposa Carmen le llenó de desamparo, de dolor, de desolación. Ella parecía la única persona insustituible en su existencia y quedó con sus dos hijas de nueve y cuatro años. Ellas le acompañarían a sus visitas semanales a la tumba de su esposa. Cuando llegaban, la hija mayor se arrodillaba y rezaba, mientras él permanecía de pie, con la cabeza descubierta y absorto. Cuando la hija se distraía o desviaba su atención a un lado u otro le decía suavemente: "anda reza, reza".

Poco a poco el punzante dolor fue cediendo y espaciándose sus visitas al cementerio. Su vida se va llenando de una intensa actividad, de un trabajo incansable. En 1930 fue nombrado subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública, durante el gobierno del general Berenguer. En 1931 por unanimidad del claustro de profesores, es designado Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central. Fue en esta época cuando emprendió tareas e iniciativas de envergadura, como terminar la nueva Facultad en la Ciudad Universitaria, organizar la biblioteca, promover cursos para extranjeros... En 1932 es elegido Académico de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Poco antes había dado conferencias en Weimar. Al año siguiente dirige el crucero por el Mediterráneo, como cuna de la cultura occidental, en el "Ciudad de Cádiz". Será en 1934 cuando viaje a América, para impartir un curso de Filosofía, invitado por la Asociación de Cultura de Argentina en Buenos Aires.

En ese mismo año su hija mayor se casará con Ernesto Bonelli, que ella conoció desde pequeña. Morente lo apreciaba y descubría en él virtudes y cualidades sobresalientes. Lo describe como entusiasta, alegre, con inteligencia despierta y gran corazón [18]. De una acendrada religiosidad pertenecía a la Adoración Nocturna, circunstancia que posiblemente influyó en su desgraciada muerte.


1.4. Un cambio de escenario


El matrimonio de los Bonelli había tenido dos hijos, María del Carmen que tenía entonces un año recién cumplido y Emilio, que había nacido hacía dos meses. La guerra civil acaba de estallar y el 28 de agosto de 1936 Ernesto fue sacado de su casa y asesinado por las milicias en la Vega Baja de Toledo, donde vivían. La conmoción de la noticia para Morente ha quedado plasmada en el comienzo del "Hecho extraordinario", como la angustia en que vivió aquella interminable tarde de verano, hasta ver llegar a Madrid, ya de noche cerrada, a su hija con los nietos. Allí la familia permaneció en constante inquietud.

Casi al mes de su destitución del decanato y de la cátedra le llegó confidencialmente la noticia de que peligraba su vida, "pues se había acordado por ciertos elementos descontentos de mi gestión en el decanato de la Facultad de Filosofía y Letras darme la muerte, como era normal entonces", como cuenta en el "Hecho extraordinario".

Con salvoconducto llega a Barcelona y de allí pasará a Francia. El 2 de octubre de 1936 llega a París "sin dinero y con el alma transida de dolor". Angustiado por la suerte de su familia, con dudas y temores por si había sido prudente su decisión de huir. En París unos amigos lo acogen y le ayudan. Narra en el "Hecho": "Un buenísimo amigo (Ezequiel de Selgas), español, que tenía -y tiene- un pisito en París, puso a mi disposición un cuarto con una cama y un armario. Una buenísima señora (M. Malovoy), francesa, viuda de un antiguo compañero mío de estudios de la Sorbona -muerto gloriosamente por su patria en 1914-, me brindó caritativamente la mesa de su hogar. Dormía, pues, y comía".

Selgas pasaba muchas temporadas fuera de París y Morente quedaba solo en el piso. Ocho meses duró la estancia de Morente en la capital francesa. Ocho largos meses en los que pensaba en los suyos, en cómo sacarlos de España, en su pasado y en su futuro. Aquella soledad le ponía ante su conciencia con colores vivos la realidad de su vida: "a veces repasaba de memoria todo el curso de mi vida; veía lo infundada que era la especie de satisfacción modorrosa en que sobre mí mismo había estado viviendo". Con el desasosiego interior su iter spirituale comenzaba a recorrer nuevos senderos planteándose, con toda su hondura, el sentido de su vida. Más tarde considerará: "El sufrimiento, que es intolerable cuando carece de sentido- es decir, para todos los no creyentes-, se convierte en base de esperanza y consuelo máximo para los creyentes al ofrecerlo a Dios y referirlo a su Providencia eterna" [19]. Sufría una "incurable inquietud" tras el cambio dramático de circunstancias. Ha pasado de una posición acomodada y tranquila como Decano de la Facultad de Filosofía a estar desorientado en el exilio, en condiciones económicas precarias, con su familia abandonada en Madrid.

El insomnio hizo bien pronto huella en él. "En París el insomnio fue el estado casi normal de unas noches tristísimas". Soledad, reflexión que derivaba en inquietud, "sentimiento de humillación" por su situación que consideraba insalvable. Tras cinco interminables meses en aquellas circunstancias recibió el encargo de la Editorial Garnier Frères de elaborar un diccionario francés-español, gracias a las gestiones de un editor catalán, amigo suyo, refugiado también en París. Aquello supuso un respiro económico y un alivio a su ánimo. "Me puse al trabajo febrilmente y me sentí mucho mejor y más consolado. Ya tenía al menos, un antídoto diurno, algo con que llenar las horas del día; las de la noche, por desgracia, no podían sustraerse tan fácilmente a la garra del insomnio, de la preocupación, del desasosiego, de la inquietud moral y espiritual".


2. Providencia y libertad


2.1. La idea de la Providencia


En marzo de 1937, recibe un cablegrama de otro amigo suyo, el profesor Alberini, Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, el que le ofrece la cátedra de Introducción a la Filosofía en la Universidad de Tucumán. Morente contestó que se trasladaría a la Argentina si podía conseguir que sus hijas y sus nietos se reunieran con él. Había ya iniciado gestiones, para que pudieran salir de España, en la Cruz Roja Internacional y en la embajada inglesa, pero fracasaron.

La puerta de la esperanza que se había empezado a abrir con el encargo del diccionario, y el ofrecimiento de la cátedra en Argentina se desvaneció. Le acometió entonces la idea -"extrañísima en mí que no era creyente" comenta- de que aquello era "un castigo de Dios por mi egoísmo y cobardía". Pero pronto la rechazó "con orgullo intelectual". Serán aparentes "casualidades" quienes le llevarán a reconsiderar la idea de la Providencia. Pocos días después, en una visita a Ortega, que vivía en aquellos meses en París, la lectura del rótulo "Rue de l'Assomption", calle por la que ya había transitado en otras ocasiones, le trae el recuerdo de su esposa. En efecto, aquella calle de Auteuil se denominaba así por estar situada en ella la casa madre y convento de las monjas Asuncionistas, con quienes se había educado su mujer en Málaga. Esto le ayuda a "abrir los ojos" a una realidad cercana pero que no "veía", para la que había estado como ciego: "Muchísimas veces había yo pasado por allí en aquellos días y en aquellos meses, y nunca había visto en realidad ni la calle ni el convento ni nada de esto".

En casa de Ortega se encontraba de visita un catedrático de la Universidad de Madrid, muy amigo suyo, uno de cuyos hijos era el secretario particular de Negrín, ministro de Hacienda del gobierno de Largo Caballero, y que le informó que precisamente su hijo llegaba al día siguiente. Morente pudo entrevistarse con él, obteniendo la promesa de que le pediría a Negrín, amigo también suyo, el pasaporte necesario para su familia.

Fue en esas circunstancias que no logra controlar, ajenas a su querer, cuando comenzó a abrirse una brecha en la seguridad con la que ha vivido hasta entonces, de poder dominar su "destino". El rumbo de su vida está intervenido por Alguien -considera- que le lleva a sentir su pequeñez al saberse incapaz de cambiar su curso implacable. "Yo me quedé pasmado. El conjunto de lo que me estaba sucediendo tenía caracteres verdaderamente extraños e incomprensibles. Alrededor de mí, o mejor dicho, sobre mí, se iba tejiendo, sin la más mínima intervención de mi parte, toda mi vida... yo permanecía pasivo por completo e ignorante de todo lo que me sucedía. Diríase que algún poder incógnito, dueño absoluto del acontecer humano, arreglaba sin mí todo lo mío... Tuve profunda y punzante la sensación de ser una miserable briznilla de paja empujada por un huracán omnipotente. Por tercera vez la idea de la Providencia se clavó en mi mente (...) ¿Qué está haciendo de mí -pensaba- Dios, la Providencia, la Naturaleza, el Cosmos, lo que sea...?"


2.2. El recurso de la oración


Se rebelaba ante la impotencia de su voluntad anulada para intervenir en los engranajes de su propia vida. Con el rechazo del Dios vivo y Providente, su pensamiento oscilaba entre el determinismo azaroso de un Dios "al modo espinoziano", o el de la libertad absoluta, de la autonomía completa, que no puede quedar limitada por un Ser superior sin que esta se muestre ficticia o falsa.

El ex-decano de la Universidad Central se sorprende. La creencia en Dios comienza a aparecer como una opción en el horizonte de sus reflexiones, pero considerada como sentimiento religioso que exige la sumisión total, la anulación de la libertad. "No podía nada -escribe- y todo lo bueno que le estaba ocurriendo tenía su origen y propulsión en otro poder bien distinto y harto superior". Se refugia en la idea cósmica del determinismo universal y en ese momento cruza por su mente la posibilidad de rezar, de pedir a Dios, pero el sedimento que ha dejado en su espíritu la formación kantiana y espinosiana le lleva a cerrarse ante dicha posibilidad: "lo rechacé también como necia puerilidad".

Ese "Dios a la vista" que contempla no es el verdadero Dios. "Pensaba en Dios; pero siempre en el Dios del deísmo, en el Dios de la pura filosofía, en ese Dios intelectual en el que se piensa, pero al que no se reza. Dios no humano, trascendente, inaccesible, puro ser lejanísimo y puro término de la mirada intelectual. Considerábalo en su providencia, sí, pero como un poder infinito con el cual el hombre no tiene más relación que la de una reverencia total, muda e inmóvil, esa "absoluta dependencia" con que Schleiermacher define el sentimiento religioso", sigue contando en el "Hecho".

Después de la entrevista con el secretario de Negrín, Morente confiaba en que la llegada de los suyos no se haría esperar. Pero pronto recibirá la mala noticia de que las gestiones realizadas se frustran. El 27 de abril recibirá un telegrama que quiebra sus ilusiones: "Imposible viaje". Todos sus proyectos se le vinieron abajo y él vuelve a derrumbarse, llenándose de pensamientos sombríos.

La imposibilidad de acceder (por parte de una razón que se cree autosuficiente) a una Realidad trascendente, le llevaba a un punto muerto cuando trataba de hilvanar de un modo lógico sus reflexiones. "Ese desgarro interior, esa escisión entre la voluntad impotente, pero llena de quereres y voliciones afectivas, y frente a ella el curso implacable, fuero incognoscible, de los hechos; ese abismo entre un yo que quiere ser y una realidad que es lo que es, independiente del yo volente, eso es lo que me torturaba hasta lo indecible". El curso de los hechos que se realizan sin contar con el yo volente, "el yo que quiere ser", viene a ser el desmentido de toda su filosofía de la vida, de una filosofía de la historia entendida como providencia secularizada en poder del hombre. Sin su libertad los hechos, sus actos, y su conjunto que es su vida carecerán de sentido, pues no está en su mano dárselos en plenitud.


2.3. Ante un problema vital y filosófico


Veía el porvenir sumamente oscuro. A sus hijas en Madrid, siendo inútil buscar cualquier medio para su salida fuera: "el Gobierno no quería dejarlas salir de España". "Todo el día 27 y su noche estuve dándole vueltas a estos pensamientos particulares: mi situación, mis hijas, mi casa de Madrid, mi porvenir inmediato o remoto, el de los míos". Al día siguiente queda solo en el piso por unos días, con esa soledad de la que "varias veces he escrito con elogio". Una soledad deseada que influirá "no poco en mi estado de ánimo".

A continuación ve necesario "pensar ordenada y metódicamente, no al capricho momentáneo y como a salto de mata". Sin advertirlo al principio de un modo consciente analiza no ya su caso particular, sino que se situaba en un plano universal para afrontar un problema metafísico, el de la vida humana general "a través de mi caso particular". Comprende que es el método adecuado para resolver los problemas, pues siempre ha huído del "solipsismo" o "el mirarlos desde un punto de vista subjetivo". Sólo de este modo lograría alcanzar "la verdad objetiva y general", es decir, auténticamente filosófica.

Hace primero un repaso general, de todo lo que le había sucedido, desde que comenzó la guerra. El resultado de su reflexión que le apareció evidente era: "Mi vida, los hechos de mi vida, se habían hecho sin mí, sin mi intervención. En cierto sentido cabría decir que yo lo había presenciado, pero de ningún modo causado". Era espectador, pero no ejecutor y sin embargo era "mi vida". "¿Quién, pues, o qué o cuál era la causa de mi vida que, siendo mía, no era mía?". "Los acontecimientos eran hechos de mi vida, esto es, míos; pero, por otra parte, no habían sido causados (?) por mí; esto es, no eran míos". Dentro de su sistema filosófico de la vida no tenía sentido: "había alguna contradicción evidente". "Por un lado, mi vida me pertenece, puesto que constituye el contenido real histórico de mi ser en el tiempo. Pero, por otro lado, esa vida no me pertenece, no es estrictamente hablando mía, puesto que su contenido viene, en cada caso, producido y causado por algo ajeno a mi voluntad".


2.4. Una Providencia sabia pero incomprensible


De la reflexión metódica de que la vida se hace sin él va a plantearse la posibilidad de la Providencia divina. Sólo encuentra una solución a la antinomia. La vida era suya porque la vivía, pero alguien distinto de él la hace y "me la entrega", se la regala, para que la considere suya. Ahora le aparecen dos nuevos problemas: ¿Quién es ese algo o alguien?, y ¿si no aceptase el regalo?

Considerando que estaba planteando correctamente las reflexiones, "resolví establecer una especie de investigación metódica sobre los dos problemas". Con orden empieza por el primero, y le aparece en la mente enseguida la idea de Dios. Pero la considera pueril "si hay Dios no se cura de otra cosa que de ser". En su horizonte mental Dios es un Dios lejano, que no condesciende al nivel humano y, si lo hace, la historia humana no admite ser irrumpida por la divinidad, sin que deje de ser historia humana. Sin embargo, no sin el auxilio de la gracia, Morente hace notar que va a proseguir su investigación con un método inverso al que suele emplear ante un problema filosófico o metafísico. Comienza a indagar la tesis providencialista, a la que se resiste, oponiéndole objeciones. En un primer momento piensa que la Providencia, de darse, sería un "estricto determinismo causal". Pero eso no cuadraba con una vida ("la mía, que yo no hago, sino que recibo") que se compone de hechos plenos de sentido. En cambio el mero determinismo natural -físico e histórico, psicológico- no puede producir hechos llenos de sentido, como son los hechos de la vida, "que son inteligibles e inteligentes, encaminados sabiamente a ciertos fines y efectos". Al contrario, la libertad real (mi vida) y la Providencia (sabia, poderosa, activa y ordenadora) tienen que poder articularse. Al tiempo que encontraba consuelo con la idea de que "hay" una razón o causa explicativa (aunque no sepa cuál), le desconcierta que una Providencia sabia pudiese asestarle "un golpe tan terrible".

El sólo pensamiento de que hay una Providencia sabia bastó para tranquilizarle, aunque no comprende la "crueldad" que practicaba con él, impidiéndole el retorno de sus hijas. Ante él tenía una consideración general y metafísica, con la que proseguiría al día siguiente. La evolución de su pensamiento, como ha hecho notar el profesor Lorda, le ha llevado filosóficamente a enfrentarse con problemas fundamentales que ha de saber integrar: el sentido de la vida, la existencia de un Dios Providente, la libertad personal y la presencia del mal. En síntesis, el problema de las relaciones entre Dios y el hombre, pero los términos no estaban aún claros para resolverlo. ¿Cómo hacer compatible una Providencia sabia con el sufrimiento? Si no está en su mano regir el "destino", Dios se muestra en su conciencia como el origen, la fuente de ese sufrimiento, es decir, como un Dios cruel. Pero esta conclusión es un sin-sentido, y no tardaría en quebrar de nuevo la seguridad alcanzada.

Durante el día 29, pensó que lo lógico era resignarse ante esa providencia "impersonal", pero después se dijo: "si Dios es el que hace los hechos de la vida y da y atribuye y regala al hombre, yo puedo en cambio rechazar el obsequio (...) y decididamente los rechazo, no los quiero; no me someto al destino que Dios quiere darme; no quiero nada con Dios, con ese Dios inflexible, cruel, despiadado. Fue una especie de furia, una como tempestad de ira alborotó mi alma; la rabia de la impotencia disconforme, de la libertad ineficaz. Me apareció claramente que sólo una cosa era libre para mostrar mi oposición a esa Providencia, que se me antojaba inaccesible y hostil: quitarme la vida". En esa opción encuentra "el acto de suprema libertad" como el estoico contempla el suicidio.

El Dios lejano, incognoscible y caprichoso, se le torna irracional. Un Dios que se confunde en su mirada intelectual con el Dios determinista que impide el ejercicio de la libertad, jugando inmisericorde con su vida. Se ve como el espectador de sus propios actos, y no como verdadero protagonista de su existencia. Pero el suicidio -pensó- no podía ser la verdadera solución pues nada resolvía y era un acto irracional: se encontraba en "un callejón sin salida".


2.5. El encuentro con el Dios-Hombre: la noche del 29 al 30 de abril


Morente, que razonando ha llegado a un punto muerto en sus reflexiones, decide volver atrás y repensar de nuevo todo su proceso mental. Después de este debate interno y de esta crisis se produce la conversión. El momento de su vuelta a Dios lo recuerda así: "haciendo un esfuerzo enorme de voluntad, me impuse la obligación de tomar algún descanso, de procurarme algunas horas de tregua en el pensamiento. Se me ocurrió poner en marcha la radio para ayudarme a la distracción. Estaban radiando música francesa (...) en orquesta, un trozo de Berlioz, intitulado L'enfance de Jesus (...) Cuando terminó, cerré la radio para no perturbar el estado de deliciosa paz en que esa música me había sumergido. Y por mi mente empezaron a desfilar -sin que yo pudiera oponerles resistencia- imágenes de la niñez de Nuestro Señor Jesucristo. (...) Seguí representándome otros periodos de la vida del Señor (...) Y así poco a poco, fuese agrandando en mi alma la visión de Cristo, de Cristo hombre, clavado en la Cruz, en una eminencia dominando un paisaje de una infinita llanura pululante de hombres, mujeres, niños, sobre los cuales se extendían los brazos de Nuestro Señor Crucificado".

Morente está tratando de relatar "lo mejor posible, lo más fielmente posible, la escueta verdad de los hechos que me acontecieron". Esa visión intensa de Dios encarnado y anonadado que esconde su divinidad para hacerse más accesible a los hombres, que ama y sufre en silencio, va a tener como consecuencia que logre vencer la barrera interior que le impedía hacer oración. Esa vecindad, es Dios cercano, invita a una relación personal, a un diálogo filial. E irá seguida de la recuperación de la fe, pues añade a continuación: "no me cabe la menor duda que esta especie de visión no fue sino producto de la fantasía excitada por la dulce y penetrante música de Berlioz. Pero tuvo un efecto fulminante en mi alma. Ése es Dios, ése es el verdadero Dios. Dios vivo; ésa es la Providencia viva -me dije a mí mismo-. Ése es Dios, que entiende a los hombres, que vive con los hombres, que sufre con ellos, que los consuela, que les da alimento y los trae a la salvación". Aquí vemos un cambio radical.

Jesucristo, que es Dios y hombre, franquea la distancia infinita e insalvable entre Dios y el hombre. En cambio, a esa "Providencia que hace y deshace la vida de los hombres" como en un juego sin sentido, a ese "Dios teórico de la filosofía" (de su filosofía) no podría entregarse sin reservas. Pero "Cristo sufriendo como yo, más que yo, muchísimo más que yo, a ése sí que lo entiendo y ése sí que me entiende. A ése sí que puedo entregarle filialmente mi voluntad entera, tras de la vida. A ése sí que puedo pedirle, porque sé de cierto que sabe lo que es pedir y sé de cierto que da y dará siempre, puesto que se ha dado entero a nosotros los hombres (?). Y puesto de rodillas empecé a balbucir el Padrenuestro", que tuvo que ir reconstruyendo. Lo mismo quiso hacer con el Avemaría.

La sensibilidad musical de Morente y la audición radiofónica de un trozo para orquesta, de Berlioz, L'enfance de Jesus será la vía por la que Dios se revelará como un Dios próximo para abrirle el corazón a la fe. Quedó sumido en un estado de gran paz, junto con la entrega confiada que se traduce en oración. Al fin, con la ayuda de la gracia ha recuperado su fe. "Permanecí de rodillas un gran rato ofreciéndome mentalmente a Nuestro Señor Jesucristo con las palabras que se me ocurrían buenamente". Comenta: "Es verdaderamente extraordinario e incomprensible cómo una transformación tan profunda pueda verificarse en tan poco tiempo". Se veía a sí mismo hecho otro hombre, tras el encuentro con Dios, tras abrirse a la acción de la gracia. Ha llegado por un camino que no preveía al final de sus reflexiones.

Ese Dios que al comienzo de sus análisis se presentaba como lejano, inaccesible, guardando silencio ante nuestros sufrimientos, como contemplándolos impasiblemente, le había dejado una sensación de que la vida carecía de sentido. Ese Ser supremo que se había forjado en su mente como rector de los acontecimientos humanos le llevó a sufrir una crisis de resentimiento, que le llevó a rebelarse. Pero ese Ser supremo no era el Dios vivo, que le salía al paso tras su atormentada búsqueda, y que le llevaría a la conversión. La irrupción de la belleza musical, la armonía de aquella clara idea unida a la presentación de un Dios que se hace menesteroso, como nosotros, y entregado a hacer el bien hasta su muerte en una cruz. Un Dios que irrumpe en la historia de los hombres pero que a la vez respeta la libertad. Lo que a él le aparecía como indiferencia o silencio respondía a un profundo respeto por la libertad del hombre. Que -como había dicho Pascal- no era justo que Dios apareciera de una manera tan manifiestamente divina que la adhesión del espíritu no fuera libre, ni de una forma tan oculta que no pudiese ser reconocido por quienes lo buscaran sinceramente. El misterio de Dios se hace franqueable a una razón que no se autolimita en su comprensión, encerrándose ante el acceso a la trascendencia.


2.6. La solución al problema planteado


Morente vuelve a los años de su infancia, cuando aún trataba a Dios confiadamente, como había aprendido de labios de su madre, y la hybris intelectual aún no se había apoderado de él, borrando los contornos de un Dios Personal y próximo. Aquel Dios que tantas veces se había revelado envuelto en una nube impenetrable, se le descubre ahora como a Elías bajo el silencioso aparecer de una brisa suave. La alegría interior desborda su alma. Abre la ventana de la habitación: allá lejos divisa en la penumbra de la noche parisina la cumbre de Montmartre. Piensa entonces en los mártires, hombres y mujeres llenos de Dios capaces de entregar la vida por su fe. Quiere buscar un sacerdote, pero no sabe a quién puede acudir a esas horas.

La humildad le había permitido el acceso al Dios vivo. Por fin había concluido el itinerario de su búsqueda, a "la solución más clara y neta del problema de la vida en mí y fuera de mí": "La vida y los hechos de la vida, que Dios providente hace y produce, Dios también nos los da y atribuye. Pero nosotros los aceptamos, los recibimos libremente, y por eso son nuestros tanto como suyos. Son suyos porque Él es su Autor, creador, distribuidor y provisor. Son nuestros porque nosotros libremente los aceptamos de su mano. Ahí está el toque, ahí está la esencia de la Humanidad: aceptar a la vez sumisa y libremente. El acto más propio y verdaderamente humano es la aceptación libre de la voluntad de Dios".

Y concluye: "Querer libremente lo que Dios quiera: he ahí el ápice supremo de la condición humana". He aquí el mejor uso de la libertad humana, pues ésta no se anula al entregarse a la Voluntad divina, sino que se potencia.

"Postrado de rodillas, perdida la mirada en el lejano horizonte del caserío de París, recité con íntimo fervor una vez más el Padrenuestro, entregando libremente toda mi voluntad en las manos llagadas de Nuestro Señor Jesucristo". Toma una firme resolución después de recitar el Padrenuestro: "Lo primero que haré mañana será comprarme un libro y algún buen manual de doctrina cristiana. Aprenderé las oraciones. Me instruiré lo mejor que pueda en las verdades dogmáticas, procurando recibirlas con la inocencia del niño, es decir, sin discutirlas ni sopesarlas por ahora. Ya tendré tiempo, cuando mi fe sea sólida y robusta, y esté por encima de toda vacilación, para reedificar mi castillo filosófico sobre unas nuevas bases. Compraré también los Santos Evangelios y una vida de Jesús". El nombre de Jesús, que repite una y otra vez, le evoca "una figura blanca, una sonrisa, un ademán de amor, de perdón, de universal ternura".

Su conversión concluye con una oración que es un acto de fe viva, y con la decisión de un nuevo modo de vida: ¡Querer libremente lo que Dios quería de él! Si era preciso, dar la vida, como habían hecho los mártires, gustosa y libremente; el sufrimiento tenía sentido con Jesús.

Era un hombre nuevo. En el reloj de la pared sonaban las doce. En su alma reinaba la paz. Sentado en su sillón pensaba lenta y reposadamente sobre su nueva condición y el modo de vida que debía adoptar. Había dado con la clave: el reconocimiento humilde de la realidad de su condición humana: creada, finita, pero amada por un Dios que se había encarnado para alcanzarle la dignidad de hijo suyo. Morente se abre al agradecimiento filial desbloqueando su espíritu, encerrado y resentido por su limitación, corta de raíz una de las causas fundamentales del ateísmo: la soberbia y el resentimiento.


2.7. Una cuestión en el candelero: Providencia divina y libertad humana


Precisamente en esos mismos años un filósofo sacerdote formado en el ambiente intelectual alemán, Romano Guardini se cuestionaba el carácter cristiano de la Providencia divina, como ha sabido apreciar García-Cuadrado. En efecto, en 1939 -en las vísperas del estallido de la II Guerra Mundial- publica su libro Mundo y persona en donde se propone sentar las bases de una concepción cristiana desde su particular personalismo filosófico. En el último capítulo se plantea la pregunta acerca del carácter de la idea de Providencia desde la perspectiva cristiana.

Según Guardini existen dos interpretaciones insuficientes que se han dado a lo largo de la historia acerca de la idea de Providencia. A la primera actitud la podríamos denominar como "numinosa" y se define a partir de la noción de "orden" que se experimenta en diversos niveles: en el mundo físico y biológico; en la esfera psicológica; en la esfera espiritual; y, por último en la esfera de la historia. Este último es el ámbito de la realidad que nace por el efecto de la libertad humana. La Providencia "sería entonces la contextura de orden de la existencia misma, tan pronto como es experimentado como un hecho de carácter numinoso: como un sentido y una potencia que provienen de Dios, en los que el hombre confía con confianza religiosa, y que, a la vez, están impuestos a la fe del hombre" [20]. Según esta visión, "un hombre se encuentra en la providencia, tan pronto le es claro que todo acontece en la naturaleza según leyes necesarias y reglas cognoscibles, y afirma estas leyes y reglas. El hombre se percata de que son expresión de realidad y sentido y, por tanto, inalterables; que no pueden ser ni modificadas ni eludidas. (...) El hombre experimenta que, tan pronto como se sitúa sinceramente en ellas, también ellas se lo incorporan y lo sustentan. (...) Quien reconoce y quiere esto, y no sólo como mera ley del ser y del acontecer, sino como expresión de un sentido divino y de una potencia primaria sagrada, vive en la providencia" [21].

La segunda explicación insuficiente hunde sus raíces en la Modernidad, y viene a ser el contrapunto de aquella visión estática del orden: ahora "no hay ya orden ninguno que exista en sí mismo, independiente del ser del ente. Lo único que existe es el torbellino caótico de fuerzas y materia que la voluntad tiene que conformar. (...) El hombre llegado a su mayoría de edad tiene que reconocer que sólo hay exactamente tantos órdenes como él mismo puede crear y mantener; que no tiene protección ninguna, sino que situado en un caos carente de sentido en sí, sólo puede confiar en lo que él tiene de ser y de fuerza. Aquí la Providencia MERGEFIELD providencia se convierte en algo distinto. Ya no significa, en absoluto, algo objetivo. La existencia misma no es, de ninguna manera, pre-visora, ni menos aún, existe en ella una potencia divina, sabia y bondadosa. Más aún, la realidad es lo contrario de ello, es algo caótico e indiferente. (...) La providencia sólo puede hallarse aquí en la clarividencia misma del hombre. (...) Significa que sabe perfectamente lo que quiere, que proyecta la imagen de su voluntad en el espacio de tiempo que le está concedido y que, apoyado sólo en su propia fuerza, impone aquella imagen de un modo preciso, precavido y duro a la vez. Si logra esto, si, gracias a su libertad interna, se pone de acuerdo con la vida, indiferente e implacable, si posee decisión y constancia bastantes, entonces la materia de la realidad se pliega a sus deseos y su visión y previsión se confirman. Lo religioso aquí está constituido por la audacia misma del proceso, por el carácter creador del impulso; un impulso sustentado quizá además por el imperativo secreto de la existencia, la cual espera que, forzada por hombres de voluntad fuerte, se verá obligada a producir lo más elevado" [22]. Los ecos del vitalismo nietzscheano parecen evidentes.

Frente a estas dos explicaciones insuficientes, Guardini coloca el sentido "bíblico" de Providencia. Según éste último no cabe una actitud resignada y fatalista de la Providencia; más bien parece afirmar: "Convierte en centro de tu vida el deseo de Dios, el cuidado por su reino, y el mundo cambiará en torno tuyo; los órdenes de la existencia se pondrán a tu servicio, los acontecimientos tendrán lugar y las cosas irán a tu encuentro en la forma mejor para ti" [23]. De esta manera, "la providencia no es, por tanto, algo inconcluso; no un orden del curso universal, oculto quizá y difícilmente accesible, pero, sin embargo, dado y cognoscible por el hombre, y en el que éste pudiera, por tanto, insertarse. La providencia es, más bien, algo en devenir, y que deviene en dirección al hombre que se abre camino a la pureza de la fe y al amor del reino de Dios... Pero tenemos que ser más precisos. Providencia es también algo que tiene lugar sin el hombre del que en el momento se trata; providencia es el conjunto del acontecer universal, el cual es un gobierno de Dios y está pensado por él, el creador y guía de la vida, en orden a la salvación del hombre. Sin embargo, esto sólo constituye el comienzo de la providencia. A su esencia propia y a su plenitud llega, cuando el hombre al que está dirigida entra con fe responsable en aquella transformación de la existencia de la que habla Jesús. Las cosas se comportan en derredor suyo de una manera diferente a como, en otro caso, lo harían; le son ordenadas por Dios de una manera especial. El mundo en su torno aparece en una conformación de sentido y de eficiencia, cuyo motivo está constituido por el amor del Padre por sus hijos" [24].

Me he detenido en examinar la propuesta de Guardini para intentar mostrar cómo por caminos muy distintos en unas fechas sorprendentemente cercanas, dos filósofos aparentemente desvinculados intelectualmente alcanzaron conclusiones parecidas. En el caso de Morente su pensamiento viene mediado por una fuerte experiencia interior de tipo religioso; en Guardini, por el contrario, nos encontramos con un filósofo cristiano que ha madurado intelectualmente una visión personalista de la historia y de la libertad. En ambos la Providencia aparece dotada de una finalidad, un sentido proveniente de una Sabiduría superior; pero la libertad humana forma parte decisiva del cumplimiento de esa Providencia. No se trata en modo alguno de un orden cerrado y estático, sino un orden abierto a la libertad humana. El verdadero protagonista de la Historia es realmente el hombre, pero no al estilo nietzscheano que intenta eliminar a Dios de la Historia. En la perspectiva de Morente (y como hemos visto, también de Guardini), Dios es el Señor de la Historia, pero el protagonista es también verdaderamente el hombre. Con otras palabras: dotando al hombre de conciencia, de capacidad de conocer y de actuar, Dios ha fundamentado toda historia; definiendo la esencia del hombre y dimanando de ella, la historia es implícita al hombre, ha sido "concreada" con él; y quien la ha creado es también el Señor de la historia.

 
 

Segunda parte

Una nueva visión de la vida



3. El "Hecho extraordinario": una gracia que le confirma en la fe


Escrito en septiembre del año 1940 el relato llega al momento culminante en el que consigna la presencia de Jesucristo o al menos un sentimiento de dicha presencia. Reconoce que, a continuación de lo relatado de aquella noche del 29 al 30 de abril de 1937, hay un hueco en sus recuerdos tan minuciosos. "Debí quedarme dormido. Mi memoria recoge el hilo de los sucesos en el momento en que despertaba bajo la impresión de un sobresalto inexplicable". Con una extraña sensación y el presentimiento de que algo inmenso, inenarrable iba a suceder, se puso de pie, abrió de par en par la ventana, recibiendo una bocanada de aire fresco, que le azotó el rostro, y a continuación lo que él mismo calificó de "hecho extraordinario":

"Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba Él". Seguidamente describe esta experiencia con que fue favorecido: "Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí (...). Y no podía caberme la menor duda de que era Él, puesto que le percibía, aunque sin sensaciones".

Más adelante, en el mismo relato, exponiendo su reflexión sobre el "Hecho", precisa que la formulación psicológica es la que ha señalado, "una percepción sin sensaciones"; es decir, una percepción por el alma sola, sin auxilio del cuerpo condicionante. Por eso, tratando de precisar lo define como "una intuición de presencia desprovista de toda condicionalidad corpórea (sensación)".

Sale al paso de cualquier otra explicación, como una posible alucinación, porque en ellas "las sensaciones no faltan nunca" como demuestra la ciencia psicológica. Después de reflexionar sobre lo sucedido, tan minuciosamente descrito, lo analiza lo más objetivamente posible, con el deseo exclusivo de proporcionar al sacerdote que le dirige espiritualmente en aquellos momentos, los pormenores de dicho acontecimiento. Buscando una comparación, aunque él no llegue a calificar de sobrenatural lo que ha vivido, acude a la vida de Santa Teresa, y deduce que de alguna manera la experiencia vivida en aquella madrugada coincide, con la experiencia teresiana: el "hecho" descrito por ella "es, pues, justamente, el que yo viví: una percepción sin sensaciones" o también "una percepción puramente espiritual".

Podríamos decir -como comenta Molina- que se trata de una "visión intelectual", según la terminología de San Agustín, y que consiste en un conocimiento sobrenatural que se produce sin impresión o imagen sensible, cuyo objeto está por encima de las fuerzas naturales del entendimiento y cuya duración puede perseverar largo tiempo. Así lo declara la Doctora de Avila en sus Moradas (Cfr. VI, 8,3). Identifica su experiencia con el fenómeno místico de Santa Teresa -no obstante la diferente terminología empleada por ella- en el capítulo XXVII de la Vida: "Una noticia tan clara, que no parece se pueda dudar (...) Queda gran certidumbre, que no tome fuerza la duda" [25].

Trata de averiguar el tiempo que duró la aparición. Efectuados varios cómputos para saber la duración de esta "presencia" del Señor ocurrida en el octavo piso de la casa del boulevard Sernier, llega a la conclusión de que el hecho "debió ocurrir hacia las dos de la madrugada", y "debió durar su presencia poco más de una hora". Piensa así porque cuando se terminó pasó cerca un tren y pudo averiguar su horario, aunque no sabía si había pasado o no con retraso. Pero a continuación duda y opina que quizás "su presencia no haya durado más que minutos o incluso un brevísimo instante. No tengo sobre esto ninguna convicción fuerte". Una presencia de Jesucristo que considera una merced que le llena de gozo sobrenatural, una gracia de la que se sabe indigno de ser favorecido. En Morente fue tan intensa la huella de lo percibido que "el recuerdo vivido por mí no se aparta de mi espíritu, y no ha habido día, desde que me aconteció, que no lo rememore y piense en él".

Aun distinguiendo claramente -como escribe Molina- las dos realidades de la conversión y la probable gracia mística de la "visita de Jesucristo", no es posible separarlas, pues forman una unidad en el conjunto de la experiencia religiosa de Morente [26]. Sin embargo Iriarte dirime la cuestión, separando en dos partes el camino conversional. Reconoce que el autor del relato no lo ve así, a pesar de haberlo considerado -a la altura de su vida en que lo escribe- y ponderado en numerosas ocasiones. Por eso nos parece que no cabe aceptar sin más la posición de Iriarte sin matizar su comentario: "Curioso es observar que el mismo autor no parece haberlo entendido así, pues éstas y las anteriores referencias las mira sólo como marco de introducción al relato del "Hecho extraordinario". Pero la lectura del documento descubre que, no obstante lo mucho que ese hecho representa en su futura vida, la vuelta a Dios, la fe recuperada, la oración y, en suma, la conversión, habíase realizado antecedentemente a él. Gracia singular fue el Hecho, pero de afirmación y confirmación definitiva de la entrega de sí hecha ya a Dios" [27].

Sin embargo la decisión de su entrega a Dios, y de hacerla como sacerdote es fruto de la maduración en su alma de esa gracia o intervención especial de Dios en su vida: "Al día siguiente del Hecho tomé ya la resolución de consagrarme a Dios y abrazar el estado sacerdotal", nos dice Morente. La sinceridad que rezuma el relato, los frutos duraderos que dejaron en él su encuentro con Jesucristo, la paz y el consuelo que alcanzó en medio de dificultades, la fe firme son señales de la autenticidad de esa experiencia extraordinaria y criterio para discernir la hondura de su conversión. La clave: "Él estaba allí presente" mirándole, y él reflejado en esos ojos llenos de bondad. En una carta del 15 de junio de 1938 escribe cómo aquella gracia le supuso la recuperación de la unidad interior como cohesión estructurante de la vida "que me hace feliz sin límites, y me concede por fin un sentimiento claro e inequívoco para la vida y orientación concreta" [28]. Como ejes vivos que estructuran a partir de entonces su existencia podemos considerar los siguientes. En primer lugar la idea consciente y unificante de una Providencia que todo lo dirige. Luego la presencia viva, iluminadora y salvadora de Jesucristo. Y por último la recuperación de la fe y de la vida nueva al servicio de la Iglesia [29].


4. La actividad de Morente después de su conversión


4.1. Un nuevo estilo de vida y reacciones


Recibe la noticia de que Negrín había formado un nuevo gobierno y había autorizado la salida de España de su familia, que llegaron a París el 9 de junio. Viaja a Argentina. En Tucumán impartió el curso publicado como Lecciones preliminares de filosofía. Allí llegó, cuenta él mismo, sin haber preparado el curso de filosofía y psicología [30].

En Buenos Aires pronunció una serie de conferencias que serían publicadas bajo el título de Idea de la Hispanidad y en la que figura como símbolo "el caballero cristiano". El 3 de junio de 1938 se embarcará para España. Acababa de recibir un telegrama como respuesta entusiasta del obispo de Madrid D. Leopoldo. En la noche del 11 de junio les abrirá el corazón a sus hijas, leyéndoles la carta que escribió al obispo, recogida en uno de sus cuadernos. Desembarcaron en Lisboa, y el 26 de junio llegaron a Vigo donde les espera D. Leopoldo. Allí se acercó al sacramento de la confesión y recibió lo que llamó su "segunda Primera Comunión".

Durante el curso 1938-39 residió en el monasterio de los padres Mercedarios de Poyo en Pontevedra, para prepararse para ingresar en el seminario de Madrid, una vez finalizada la guerra, decidido como estaba a recibir la ordenación sacerdotal con el consentimiento de D. Leopoldo.

En el curso 1939-40 fue ya alumno interno del recién abierto Seminario de Madrid, y poco después -por petición de su obispo- reanudaba también su magisterio en la cátedra de la Universidad de Madrid. Es fácil imaginar el interés que despertó su regreso a las aulas. Sin embargo, en ambos lugares sufrió mucho por la desconfianza y recelos de algunas personas. Por dispensa especial, en un año cursó todas las materias, asistiendo a las clases que podía y examinándose a medida que se consideraba preparado. Fue ordenado sacerdote el día 21 de diciembre de 1940. Celebró su primera Misa en la capilla del colegio de la Asunción de la calle Velázquez, donde había sido nombrado su capellán. Unía así su nueva vida el recuerdo de su esposa, formada en esta orden, igual que sus hijas. La menor poco tiempo después ingresaba en esta comunidad.

Poco dado a hacer confidencias, en ocasiones dejaba relucir algunas de sus "desilusiones". En una de sus clases de Filosofía contó cómo se disgustó con él, quien era "mi queridísimo maestro José Ortega". Un testigo presencial nos da a conocer: "Se enteró Ortega que Morente quería ser sacerdote en un pueblecito pequeño, una localidad en la provincia de Toledo de pocos vecinos. El maestro le escribió "No me extrañó nada tu conversión. La esperaba. Pero no me gusta nada eso de que quieras convertirte en un vulgar cura de misa y olla". Esto nos lo explicó a todos los alumnos. Sin embargo, había decidido que su puesto estaba en la Universidad, que siguiera acudiendo a su cátedra, a pesar de que algunos le pudiesen interpretar mal" [31].

En el "Hecho extraordinario", escrito tres años después de su acontecimiento le dice a Lahiguera: "He ofrecido a Dios todos los padecimientos morales que necesariamente mi conversión ha traído consigo, y que no han sido pocos". Entre ellos, es fácil de suponer, el distanciamiento o mejor la ruptura en la amistad que mantenía con Ortega y por parte de éste último. No fue el único que receló de su conversión.

Ayala atribuye la conversión -que considera sincera, es decir no oportunista- a su temperamento sensible en exceso y a la conmoción social de la guerra y declara que su conversión "merece compasión y simpatía". Así afirma: "Dije que esta conversión resultó en su día escandalosa. Se pensó que era un mero expediente oportunista para salir a flote en el naufragio de la guerra civil, expediente aceptado con gusto por las autoridades del régimen franquista, a quienes la abjuración de una personalidad tan destacada en el campo liberal servía como inapreciable testimonio a favor de su causa, brindándoles ocasión de ufano triunfo. ¡Nada menos que poder exhibir otra vez en su cátedra, pero ahora en calidad de sacerdote, al arrepentido profesor neokantiano! ¡Nada menos que poder mostrar, cantando ingenuas loas a la Virgen Santísima y derramando tiernas lágrimas a los pies del Niño Jesús, al antiguo librepensador y promotor activo de la enseñanza laica! Hasta la convencional ramplonería de las expresiones que emplea en su nueva devoción, propias de un colegio de monjas, vendría a abonar todavía esa sospecha.

"A destruirla se encaminaba el libro del padre Iriarte aludiendo discretamente, entre otras cosas, a la fuerte emotividad de García Morente para explicar su conversión. Yo, por mí, nunca dudé que fuese sincera, y me la he explicado desde el comienzo por los efectos de la terrible conmoción social de la guerra sobre un temperamento sensible en exceso, muy impresionable y regido ante todo por los impulsos cordiales". E interpreta: "En medio de semejante desarreglo mental, cuando experiencias devastadoras han derrumbado el edificio donde se alojaba la propia vida, cuando el mundo se le viene a uno encima, cuando uno ha tocado fondo y se siente incapaz ya de dominar la situación, no será demasiado extraño que, abdicando de sí mismo, se entregue de pies y manos a una autoridad en cuyo seno anonadarse en busca de una -por desdicha, ilusoría- felicidad prenatal. Esto, lejos de resultar vituperable, merece compasión y simpatía" [32].

Abellán escribe de Ortega: "Probablemente su temperamento estético-hedónico de hombre apegado a la plasticidad de las formas fue uno de los motivos que le impidieron la vivencia espiritual propiamente dicha. Su Defensa del teólogo frente al místico manifiesta claramente, aunque desde otro ángulo, lo que venimos diciendo. 'Mi objeción al misticismo -nos dice allí- es que de la visión mística no redunda beneficio alguno intelectual'. Paradójicamente, en aparente contradicción con su vitalismo, Ortega prefiere la teología, que nos ofrece un conocimiento racional y secundario de Dios, a la mística, que nos lleva a participar de forma directa y vivida en la realidad divina" [33].

Ortega nunca llegó a comulgar con la decisión de su colega de "hacerse católico", vivir sinceramente su fe recuperada, y menos con la de ordenarse sacerdote y simultanear sus estudios eclesiásticos con su trabajo docente en la nueva Facultad de Filosofía. Con respecto a lo primero, Ortega probablemente atribuyó aquella honda transformación tan radical a los acontecimientos graves en los que se vio inmerso. Pero lo segundo que conoció venía a ser un "resello" de esa nueva andadura, un giro en su antigua trayectoria, y para Ortega un retroceso en su afán por modernizar España.

Sainz Rodríguez, voz autorizada en la Mística española, y por aquel entonces ministro de educación, que recibió la solicitud de Morente de reintegrarse a su cátedra de Filosofía quedó también sorprendido. "No entendía yo aquella propuesta, como tampoco la entendió su amigo y compañero de estudios Ortega y Gasset, a quien pregunté cierto día en Lisboa: '¿Qué le parece la decisión de Morente?'. Y me respondió a la gallega: '¿Es que usted no sabía que fue siempre un epiléptico?'". No lo ve de este modo Sainz Rodríguez que comentando el relato de Morente concluye: "Por mis trabajos literarios he analizado muchos hechos extraordinarios de la vida mística y casi todos expresan con cierta oscuridad el fenómeno de las revelaciones divinas, debido a la utilización de metáforas o a la dificultad que encontraba el autor para narrar experiencias tan sublimes. Pero, leyendo la narración de García Morente, he descubierto tal claridad que bien podría servir su relato de la visión de Cristo para exponer en el aula el fenómeno místico de la llamada de Dios a una conversión total".

Y al considerar el trabajo realizado como pensador profundo y claro, luminoso y preciso en sus escritos y afirmaciones, concluye: "Me resulta difícil combinar su peculiar claridad de pensamiento y su afectividad equilibrada con el fenómeno epiléptico". Por el contrario para Sainz Rodríguez: "Su conversión fue un regalo divino para quien humanamente había hecho todo lo posible por descubrir y practicar el bien" [34].

Otro testimonio a tener en cuenta al analizar su conversión es el de López-Ibor, durante muchos años Catedrático de Psiquiatría y Psicología Médica en la Facultad de Medicina de Madrid. Psiquiatra de reconocido prestigio internacional ha analizado también el iter espiritual y filosófico del profesor de la Central. "Morente vivió muchos años de su vida como si el proyecto vital que la informase fuera una exclusiva creación suya. Estando en París surge una crisis en la que se le aparece claro que en la vida hay algo que se escapa. Una parte es obra de uno mismo. ¿Y la otra? A esta antinomia no encuentra más que una solución: 'Algo o alguien distinto a mí hace mi vida y me la entrega, la adscribe a mi ser individual. El que algo o alguien distinto a mí haga mi vida explica suficientemente el porqué mi vida, en cierto sentido, no es mía'.

"He aquí cómo aparece -prosigue López-Ibor-, en un filósofo, un conocimiento -que ya debiera tener o del que algo debería haber oído- que se ilumina con una luz nueva. Multitud de hechos, de conocimientos, llegan a nuestra mente todos los días, pero sólo algunos adquieren el carácter de verdades personales porque nos revelan las entrañas de nuestra propia existencia. Morente explica también en esas páginas su método de trabajo filosófico: toma una idea como punto de partida y examina sus pros y sus contras. En aquella ocasión también baraja su tesis el conocimiento filosófico que tenía de su existencia, aprendido como una lección de filosofía, y su antítesis: la nueva verdad existencial que se le revelaba. Dice: 'En seguida advertí -y esto es lo estupendo y extraordinario- que mi corazón no estaba con las tesis, sino con las objeciones, y que las puerilidades eran de mi agrado más que las supuestas sapiencias de una estricta determinación causal'. Basta decir que al llegar la noche había sufrido una pequeña crisis de mi dispositivo intelectual (...). El dispositivo intelectual se halla, pues, a merced de los estados de ánimo, éstos conceden carácter a las verdades que eligen porque las transforman en verdades operantes para la vida. Así se llega al verdadero saber que flota por encima de meridianos y paralelos históricos. He aquí como en una crisis vital lo trascendente aparece con nueva luz. No es un descubrimiento. Buena parte del occidente europeo cree y vive en una atmósfera cristiana, pero la situación actual, incluso en los ambientes religiosos, es que la creencia en Dios y sus verdades reveladoras no adquieren el suficiente carácter de realidad ni de valor" [35].

Pero ¿por qué el deseo de llegar al sacerdocio? Tenemos un testimonio que puede arrojar luz sobre esta intrincada cuestión, la de quién fue su director espiritual en el seminario de Madrid y más tarde Arzobispo de Valencia, Mons. Lahiguera comentando la decisión de Morente ("Al día siguiente del "hecho" tomé ya la resolución de consagrarme a Dios y abrazar el estado sacerdotal") dice "Era la mejor manera de "cristificarse". El sacerdote es "otro Cristo en la tierra". Morente comprende que ser sacerdote sin ser santo, no es identificase plenamente con Cristo. A su ser ontológico sacerdotal que recibe de Cristo al participar de su sacerdocio, tiene que vincular su santidad personal. El ser sacerdote le hace "otro Cristo", el ser santo le hace "como Cristo". El camino es el amor, virtud unitiva y transformante (...). Orgulloso de su sacerdocio (...) lo amaba con frenesí, y me decía que, una vez convertido, el sacerdocio se le apareció -vocación divina- como la única forma de corresponder a Dios, consagrándose a Él del todo y para siempre (...). Morente encuentra la expresión de su espiritualidad en Cristo sacerdote" [36].

Lahiguera sigue exponiendo que esa entrega le llevaba a una exigencia apostólica "La vida de García Morente girará en movimiento de rotación de sí misma sobre el polo norte de su sacerdocio y el polo sur de su apostolado". Por eso Morente dejará escrito "Por lo que a mí respecta cada día siento más profundo el afán de presentarles a Cristo, solución ayer, hoy y siempre como Verdad, Camino y Vida". Solución que era la luz que iluminó desde entonces toda su vida, y que se mostraba como la única que el hombre tiene para no caminar en tinieblas.


4.2. La transformación de la gracia


La conversión de Morente puede resumirse diciendo que fue un encuentro personal con Cristo, Camino, Verdad y Vida. Con Cristo que vive, presente en esa Historia que ha sido transformada, dotada de sentido, desde su venida al mundo. Por eso la espiritualidad de Morente será cristocéntrica desde ese acontecimiento singular que fue el toque de la gracia en su alma.

García Lahiguera expresa así el paso por esa frontera del alejamiento o indiferencia en relación con Dios a un trato personal, íntimo, amoroso. Hay un abismo insalvable, pero se le tiende un puente levadizo para llegar al Otro, al que ha de responder con la oración. El puente no es otro que la Humanidad Santísima de Cristo. "Creía poseer la verdad; andar por camino seguro; gozar plenamente de la vida. Tres palabras: verdad, camino y vida que su entendimiento, su ser todo poseía, a su juicio, en la mayor plenitud y seguridad. Pero estaba al acecho la gracia: Cristo.

La fe brillaba en su mundo intelectual, dándole a la vez un corazón nuevo para amar: hablando de su conversión dirá: "es cosa del corazón". Ha tenido lugar tras una larga preparación, de la que se ha servido el Señor para sembrar la semilla de la gracia, para que abriese libremente las puertas a Cristo: Verdad para su inteligencia, el Camino para su voluntad, la Vida para su corazón. Esa fe que luego deseará para los demás, de un modo particular para los intelectuales, pues sabe el lugar neurálgico que ocupan en la sociedad.

De entre esas almas -prosigue Lahiguera-, sus predilectas eran las que forman el mundo de los intelectuales. Él, el intelectual descreído, sin fe, una vez convertido y hecho sacerdote, ¿cómo no sentirse apóstol de ellos? ¿cómo no sentir en su alma la caridad de Cristo, la urgencia de llevar esta luz a sus almas, de presentarles a Cristo, solución ayer, hoy y siempre como Verdad, Camino y Vida?" [37].

De ahí que él siempre considere ese paso al "hombre nuevo" como un fruto de la gracia, de la oración de tantos, de la misericordia infinita de Dios. Cuando un especialista como Muro estudie la relación de la filosofía con la fe o la teología, que Morente trata en su disertación en Oviedo el verano de 1942, se extrañará que no mencione la presencia de la gracia sobrenatural, cuando en su caso la intervención de ella en el acceso a la realidad sobrenatural ha sido palmario [38].

Convendría precisar que Morente realiza su análisis sobre el acto de fe, en sus distintas dimensiones teológicas, psicológicas, lógicas y metafísicas. Para ello después de exponer la ontología o teoría del ser, hace ver que la realidad incluye a la realidad trascendente. En una filosofía abierta, objetiva, sin prejuicios, se da la posibilidad de abrirse a un ámbito nuevo, superior, que excede al conocer racional pero no lo contradice. En el "Análisis ontológico de la fe", que realiza tres meses antes de morir, se aproxima al fenómeno psíquico de la fe, no con el deseo de explicar los motivos del acto de fe como se hace en teología, sino examinándolo en cuanto acto. Utiliza para ello, las nociones de intencionalidad de Brentano y de intuición de Husserl; y sigue en todas las descripciones y análisis el método fenomenológico de este último. El mismo Morente ya había dicho, dos años antes, que en este nuevo periodo de su vida intelectual "Clemente Brentano me ha ayudado mucho y Husserl" [39].

En este sentido va más allá de la doctrina tomista, ayudándose de la actitud fenomenológica, para mostrar por parte del conocimiento una posibilidad de acceso a lo sobrenatural, a lo revelado: "lo sobrenatural no es antinatural". Así ve la conversión como "un proceso interno del alma con ayuda de la gracia de Dios. (...) Proceso del alma quiere decir proceso psíquico". La ascética nos recuerda -dice Morente- que la gracia opera en el alma según el modo natural del alma. Es la fe como acto, un acto humano, por el que el hombre se abre a lo revelado y se entrega enteramente a la Persona de Cristo porque en él se desvela el propio ser y su destino [40].

Su presencia en la Universidad una vez convertido ¿cómo fue recibida? Lora Tamayo nos responde: "¿Cómo fue acogido en ese mundo intelectual que él había cultivado? Con mal disimulado desvío de sus amigos de siempre, con escepticismo por parte de los que se consideran católicos "de toda la vida". Había comentarios recelosos y nada comprensivos: para unos, era un ardid que le libraba de depuraciones, para los cautos "había que esperar", alguno "muy de derechas" susurró a mi oído cuando pronunciaba su discurso en la Universidad Complutense: "Es un farsante". Pero ahí queda prevaleciendo, por encima de toda maledicencia, la ejemplaridad del caso García Morente del que él mismo anticipó: "La posibilidad de semejantes hechos sólo pueden negarla los psicólogos que están aferrados a una interpretación puramente naturalista de los hechos místicos"[41].
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Notas


1 GARCÍA MORENTE, M., Ejercicios Espirituales, Presentación por M. de Iriarte, Madrid 1961; cfr. GARCÍA LAHIGUERA, J. M., Espiritualidad de García Morente, en ABC, 7. XII. 1967.

2 El Hecho extraordinario, II-2, p. 438.

3 Ibidem.

4 En 1956, catorce años después de su muerte y dieciocho de su conversión se publicó en la obra de Iriarte El profesor García Morente, sacerdote, por vez primera el relato del Hecho extraordinario. El libro más que una biografía como tal, viene a ser -como escribe Lora Tamayo (ABC I.V.86)- "La relación documentada de las circunstancias que rodearon a García Morente", prosiguiendo el estudio iniciado por Quintín Pérez. Mons. García Lahiguera dejó escrito:

"Días antes, el padre Quintín me había visitado en el seminario, donde yo desempeñaba el cargo de director espiritual. El Señor me concedió la gracia (así lo considero) de dirigir espiritualmente el alma de García Morente, desde su entrada en el seminario hasta el día de su muerte (?).

Conocedor de mi trato íntimo espiritual con Morente, me pidió algunos datos con qué entretejer el capítulo destinado a él en la obra que preparaba sobre intelectuales convertidos. Quedé perplejo. Yo poseía un verdadero tesoro, todavía inédito. Nadie más que yo conocía el detalle íntimo de la conversión de Morente. Lo guardaba en el secreto más profundo. Y, dar pormenores sueltos para tan sólo unas páginas, más o menos anecdóticas, me pareció deshojar una hermosa flor.

Di largas, hasta entregar al patriarca-obispo Mons. Eijo y Garay las sesenta densas cuartillas que escritas de puño y letra por Morente, revelaban la historia minuciosa del proceso de su conversión. Pensé que había sonado la hora de Dios, el momento providencial de dar a conocer un secreto que, hasta entonces, guardé con pudor y santo respeto. Esa carta de conciencia, verdadera historia de su camino de Damasco, Morente la tituló con acierto "Hecho extraordinario". Lo era. Y, en sus primeras páginas, escritas con sencillez evangélica, con humildad profunda y sinceridad encantadora, se encuentra el nervio de la espiritualidad de su alma.

La gracia no destruye la naturaleza: la diviniza, la deifica. A cada alma, Dios la trata según es. Morente era ante todo un intelectual", GARCÍA LAHIGUERA, J. M. Espiritualidad de García Morente.

5 MILLÁN-PUELLES, A., "Prólogo" al libro GARCÍA MORENTE, M., El hecho extraordinario y otros escritos, Madrid 1986, p. 13.

6 GARCÍA MORENTE, M., II-2, pp. 395-396.

7 GARCÍA MORENTE, M., II-2, p. 509.

8 Entrevista a MILLÁN-PUELLES, A., Nueva Revista nº 57, Junio 1998, p. 32.

9 Cfr. "Diario de los ejercicios espirituales", II-2, pp. 458-484.

10 GARCÍA MORENTE, M., El hecho extraordinario, II-2, p. 39. En este apartado me inspiro en ideas que desarrolla Victor Sanz Santacruz en su "Fenomenología y Psicología de la Religión", (pro manuscripto). Pamplona 1998.

11 CLAUDEL, P., Mi conversión, en "Oeuvres en prose", Gallimard, Paris 1965, p. 1010.

12 CLAUDEL, P., Ibidem.

13 GALINDO, J. A., Del "sin-sentido" al "sentido" en la conversión de San Agustín, en "Agustinus", 32 (1987), pp. 310-311. El estudio del sentido ha sido un tema recurrente en estos últimos años al analizar la conversión.

14 Cfr. "Epílogo", II-2, pp. 573-577.

15 GARCÍA MORENTE, M., El Hecho extraordinario, II-2, p. 428. La otra vez que le ocurrió fue en 1914 al nacer su hija mayor, María Josefa. "Yo nunca he padecido trastornos nerviosos -narra Morente- salvo dos veces en mi vida; la una, en 1910 (tenía yo, veinticuatro años) estando en Alemania; sentíame fatigado de esfuerzos intelectuales, y fui a pasar un verano a una islita del mar del Norte, llamada Amrun. Allí tuve un día un ataque de nervios, con pérdida de conocimiento, y el médico de la localidad diagnosticó epilepsia. El diagnóstico era verdaderamente falso, pues yo regresé enseguida a Berlín, asustado y fui a consultar al doctor Lewandowsky, que refutó cumplidamente el diagnóstico y atribuyó todo sin vacilar al estado de fatiga intelectual en que me hallaba. Quedóme durante unas semanas una ligera agorafobia, que enseguida desapareció".

"También me encontraba muy cansado física e intelectualmente, y además la tensión nerviosa que un parto largo de mi mujer había producido en mí, fue sin duda la causa de que tuviera un ligerísimo ataque, que, desde luego, fue atribuido a la fatiga. Y desde entonces, efectivamente, no he vuelto a sentir nada".

16 El tribunal estaba compuesto por Gumersindo Azcárate, Ortega y Gasset, Bonilla San Martín, José de Castro y José de Caso. Predominan los miembros de la Institución Libre de Enseñanza.

17 GARCIA MORENTE, M. J., "García Morente, íntimo", Jaén 1987, Boletín IEG, p. 14.

18 Cfr. II-2, "Epílogo", p. 486.

19 GARCÍA MORENTE, M., Carta a Antonio Obregón. Poyo (2-XI-38), II-2, p. 523.

20 GUARDINI, R., Mundo y persona, Encuentro, Madrid 2000, p. 149.

21 Ibid., p. 150.

22 Ibid., p. 152.

23 Ibid., p. 157.

24 Ibid., pp. 157-158.

25 Cfr. MOLINA, A., "Valoración teológica del Hecho extraordinario", IEG, Jaén 1987, pp. 46-47. Morente expone que ha leído recientemente la descripción que hace Sta. Teresa de lo que le ocurrió y él lo encuentra en su caso "algo parecido": "Estando un día del glorioso San Pedro en oración, vi cabe mi, o sentí, por mejor decir, que con los ojos del cuerpo ni del alma no vi nada, más parecíame estar junto cabe mi Cristo y veía ser Él el que me hablaba, a mi parecer... Luego fui a mi confesor harto fatigada a decírselo. Preguntóme en qué forma le veía. Yo le dije que no le veía. Díjome que cómo sabía yo que era Cristo. Yo le dije que no sabía cómo, mas que no podía dejar de entender estaba cabe mí y lo veía claro y sentía...". SANTA TERESA DE JESÚS, Vida 27, 5.

26 MOLINA A., Valoración teológica del Hecho extraordinario. IEG, Jaén 1987, p. 41.

27 IRIARTE, M., El profesor García Morente, sacerdote, Espasa-Calpe, Madrid 1956, p. 56.

28 "Carta a Sergio Huici", II-2, p. 102.

29 Cfr. MOLINA, A., art. cit., p. 44.

30 Cfr. II-2, p. 510 .

31 Entrevista a MILLAN-PUELLES, A., en Nueva Revista, nº 57; (A. Llano y R. Llano), Junio 1998, p. 24.

32 AYALA, F., Recuerdos y olvidos, Madrid 1998, pp. 531-539.

33 ABELLÁN, J. L., Historia del Pensamiento español, Madrid 1998, p. 597.

34 SAINZ RODRIGUEZ, P., Morente, aula de honradez, ABC, 26. XII. 85, p. 3.

35 LÓPEZ IBOR, J. J., De la noche oscura a la angustia, Madrid 1973, cap. VI, "La llamada de Dios", pp. 156-157. (El subrayado es nuestro).

36 GARCÍA LAHIGUERA, J. M., Espiritualidad de García Morente.

37 GARCÍA LAHIGUERA, J. M., Ibid.

38 Cfr. MURO ROMERO, P., Filosofía, Pedagogía e Historia en Manuel García Morente, Sevilla 1977, p. 39.

39 Cfr. FORMENT, E., La interpretación de Santo Tomás en García Morente, Espíritu, XXXV (1986), p. 34.

40 Cfr. IRIARTE, M. El profesor García Morente, sacerdote, p. 202.

41 TAMAYO, L., El profesor García Morente, sacerdote, ABC (1. V. 86), p. 28.