SAN GREGORIO NAZIANCENO (328 - 389)
 

LOS CINCO DISCURSOS TEOLOGICOS

(Selección)

Los Cinco Discursos Teológicos. Ed. Ciudad Nueva, Madrid 1995.
Introducción, Traducción y Notas: José Ramón Díaz Sánchez-Cid. págs. 93-101

 

DISCURSO 28

SOBRE LA TEOLOGÍA

         1. Puesto que con nuestro discurso hemos purificado al teólogo, exponiendo cómo debe ser, con quiénes, cuándo y hasta dónde se debe discutir con personas puras en su grado máximo, a fin de que la luz sea asida por la luz, y con las más atentas, para que la palabra no sea estéril por caer en tierra estéril; cuando tengamos serenidad interior, lejos del bullicio de fuera, de modo que no se nos corte el aliento como a los que se enfurecen, y, finalmente, hasta qué comprendamos o seamos comprendidos. Puesto que esto es así y puesto que hemos arado los barbechos divinos en nosotros mismos para no sembrar sobre espinas y hemos allanado la faz de la tierra, modelándonos y modelando a los demás con la Escritura, demos un paso más y vengamos ahora al discurso de la teología.

         Pongamos a la cabeza de este discurso al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que son su objeto, de modo que el primero nos sea propicio, el segundo nos asista y el tercero nos inspire, o mejor, que de la única divinidad brote una única iluminación, distinta en la unidad y conjunta en la distinción. ¡Esto es lo extraordinario!

         2. Yo me dispongo a subir diligentemente a la montaña o, para decir la verdad, con diligencia y al mismo tiempo con angustia –lo uno, en razón de mi esperanza; lo otro, por causa de mi debilidad–, para entrar en el interior de la nube y encontrarme con Dios, pues Dios así lo manda. Si hay algún Aarón, que suba conmigo y se mantenga cercano, aunque tenga que permanecer fuera de la nube. Si hay algún Nadab o Abiud o cualquiera de los ancianos, que suba, pero que se mantenga a distancia, según el grado de su purificación. Y si hay alguno de la multitud, es decir, alguno de los que son indignos de tal altura y contemplación, si es totalmente impuro, que no se acerque siquiera a la montaña, pues no está seguro; pero si está al menos momentáneamente purificado, que se quede abajo, oiga la voz y la trompeta, esto es, las simples palabras de la religión, y mire la montaña humeante y relampagueante, amenaza y maravilla al mismo tiempo para los que no pueden subir a ella. Y si alguno es una bestia malvada y cruel y absolutamente incapaz de acoger las palabras de la contemplación y de la teología, que no se esconda malévolamente en la espesura para saltar de repente y apoderarse de alguna doctrina o palabra y desgarrar con calumnias las palabras sanas, sino que se quede aún más lejos y no se acerque a la montaña si no quiere ser apedreado y molido y perecer miserablemente, el malvado, porque las palabras verdaderas y sólidas son piedras para los hombres salvajes. Si es un leopardo, que muera con sus manchas; lo mismo cabe decir si es un león rapaz y rugiente, que anda buscando a quien devorar de entre nuestras almas o expresiones; o si es un cerdo que pisotea las hermosas y brillantes piedras preciosas de la verdad, o un lobo de Arabia o de otra procedencia, o aún más mordaz que estos por sus sofismas; o si es una zorra, es decir, un alma astuta y pérfida que adopta formas diversas según las circunstancias y las necesidades y que se alimenta de cuerpos muertos y hediondos o de pequeñas viñas, porque las grandes se le substraen; o si es cualquier otro de los animales carnívoros que son rechazados por la Ley y considerados impuros para la comida y el uso. Nuestro discurso, en efecto, manteniéndose a distancia de ellos, quiere estar escrito sobre tablas duras y de piedra y, además, sobre sus dos caras, entendiendo por tales lo manifiesto y lo oculto de la Ley: una es para la muchedumbre de los que se quedan abajo, y la otra, para los pocos que llegan arriba.


Sólo las "espaldas de Dios"

         3. ¿Cómo he experimentado esto, oh amigos, iniciados en los misterios y prendados conmigo de la verdad? Yo corrí como el que deseaba alcanzar a Dios y así subí a la montaña y penetré en la nube, metiéndome en su interior, lejos de la materia y de las cosas materiales, y concentrándome en mí mismo cuanto me era posible. Y cuando miré, apenas puede ver las espaldas de Dios, y eso a pesar de que yo estaba todavía protegido por la roca, es decir, por el Logos hecho carne por nosotros.

         Inclinándome un poco vi no la naturaleza primera y sin mezcla, tal como ella se conoce a sí misma –me refiero evidentemente a la Trinidad–, y todo lo que queda detrás del primer velo y se encuentra cubierto por los querubines, sino lo que está al final y llega hasta nosotros. Tal es, por cuanto yo conozco, la grandeza de Dios en las criaturas y en las cosas producidas y gobernadas por él o, como dice el mismo David, su magnificencia; pues espalda de Dios es todo lo que se puede conocer de él tras su paso, como las sombras del sol sobre las aguas y las imágenes que representan al sol para los ojos enfermos, puesto que a él mismo no es posible mirarlo, dado que la pureza de su luz sobrepuja nuestros sentidos.

         Así debes hacer teología, aunque seas un Moisés y un Dios para el faraón, aunque hayas llegado, como Pablo, hasta el tercer cielo y hayas oído palabras inefables, aunque estés por encima de él, en una situación y rango de ángel o de arcángel. Porque todo ser celeste o supraceleste, aun estando mucho más alto que nosotros por naturaleza y mucho más cerca de Dios, está sin embargo más lejos de Dios y de su comprensión perfecta que de nosotros, que somos mezcla compuesta, humilde e inclinada hacia abajo.


La incomprensibilidad de Dios

         4. Debemos empezar, pues, una vez más como sigue: entender a Dios es difícil, pero expresarlo es imposible, como enseñó, no sin habilidad –creo yo–, uno de los "teólogos" griegos. Parecía haber entendido lo difícil que es hablar de Dios y evitaba al mismo tiempo toda refutación para con lo que había definido previamente como inexpresable. Yo pienso que hablar de Dios es imposible, y entenderlo, más imposible todavía. Porque lo que se ha entendido, tal vez podría ser explicado por la palabra, si no suficientemente, sí al menos de una manera oscura, al que no ha viciado totalmente sus oídos ni ha vuelto indolente su inteligencia. Pero alcanzar con el entendimiento esta realidad es absolutamente imposible e irrealizable, no sólo para los que se dejan llevar por la indolencia y se inclinan hacia abajo, sino incluso para los más elevados y amantes de Dios; es igualmente imposible para toda naturaleza engendrada, es decir, para quienes estas tinieblas y esta espesura carnal interceptan el conocimiento de la verdad. No sé siquiera si lo será también para las naturalezas más altas y espirituales, que, por estar más cerca de Dios y ser iluminadas por la luz plena, podrían ser esclarecidas, si no enteramente, al menos más completa y nítidamente que nosotros, unas más y otras menos, en proporción a su rango.

         5. Quede, pues, aquí esta cuestión. Por lo que concierne a nuestro tema, no es sólo la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia y todo conocimiento, ni cuanto está reservado a los justos en las promesas: lo que ni puede ser visto con los ojos, ni oído con los oídos, ni contemplado con el entendimiento, sino un poco; tampoco es el conocimiento exacto de la creación, pues estoy convencido de que cuando oyes decir: Veré los cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas, sólo obtienes las sombras y la razón firme que se encuentra en todo esto; porque ahora no ves, pero algún día verás. Mucho antes que estas cosas está la naturaleza inasible e incomprensible que las sobrepasa y de la cual proceden –me estoy refiriendo no a su existencia, sino a su esencia; pues nuestra predicación no es vana, ni vana es nuestra fe, ni ésta es la doctrina que nosotros profesamos. Por tanto, no interpretes nuestra sinceridad como un principio de "ateísmo" y de "sofisma", y no te envalentones ante nosotros por haber reconocido nuestra ignorancia; porque una cosa es estar seguro de que algo existe y otra muy distinta saber lo que ese algo es.


Dios es el Creador del universo

         6. En efecto, que Dios sea la causa eficiente y conservadora de todas las cosas nos lo enseñan tanto los ojos como la ley natural: los ojos, aplicándose a las cosas visibles, que son perfectamente estables y móviles al mismo tiempo, es decir, que son como movidas y llevadas en la inmovilidad; la ley natural, deduciendo por medio de las cosas visibles y ordenadas al autor de las mismas. Porque ¿cómo hubiera podido existir y subsistir este universo si Dios no le hubiese dado la sustancia y le hubiese mantenido ? Si uno ve una cítara ornamentada con extrema belleza, su armonía y buena disposición, u oye el sonido de la misma, no podrá sino pensar en el artesano de la cítara y en el citarista; se remontará hacia ellos con el pensamiento, aunque no les conozca de vista. Así también se nos muestra el artífice de las cosas y el que mueve y conserva lo que ha hecho, aunque no sea comprendido por el entendimiento. El que no avanza espontáneamente hasta aquí y no sigue las indicaciones dadas por la naturaleza es necio en grado sumo. Con todo, yo no digo que Dios sea lo que nosotros imaginamos o nos representamos, o lo que esbozó nuestra razón.

         Y aunque alguien haya llegado a una cierta comprensión de este ser, ¿cómo podrá mostrarla? ¿Quién ha alcanzado así el último grado de la sabiduría? ¿Quién ha sido hallado digno alguna vez de semejante don? ¿ Quién ha abierto de este modo la boca de su inteligencia y ha aspirado el Espíritu, para que, por medio de este Espíritu que escruta todas las cosas y conoce hasta las profundidades de Dios, pueda entender a Dios y no tenga necesidad de ir más allá al poseer ya su último objeto deseable, aquel hacia el cual tiende toda la vida y todo el pensamiento del hombre elevado?