LA IGLESIA PASCUAL EN EL EVANGELIO DE S. JUAN

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

 

1. MARÍA Y EL DISCÍPULO AMADO A LOS PIES DE LA CRUZ (Jn 19, 25-27).

2. LA LANZADA (19, 31-37)Y EL SEPULCRO (19, 38-42).

3. LOS SIGNOS DE LA PRESENCIA DEL SEÑOR EN SU IGLESIA (Jn 20).

3.1: El camino hacia el sepulcro (vv. 1-10).

3. 2: María Magdalena y Jesús (vv. 11-18).

3. 3: Jesús entre los suyos (vv. 19-23).

3. 4: Jesús y Tomás (vv. 24-29).

3. 5: La primera conclusión (vv. 30-31).

4. LA IGLESIA DE LOS PRESBÍTEROS (Jn 21).

4. 1: La manifestación de Jesús en el lago (vv. 1-14).

4. 2: Jesús y Pedro (vv. 15-19).

4. 3: La comparación entre Pedro y Juan (vv. 20-23).

4. 4: La segunda conclusión (vv. 24-25).

 


 

1. MARÍA Y EL DISCÍPULO AMADO A LOS PIES DE LA CRUZ (Jn 19, 25-27).

Cuando llega "la hora" de Jesús su madre está junto a él, como al inicio de su actividad pública (Jn 2, 1-12). En ambos casos, Jesús se dirige a María con el título de "mujer", que apunta a María como nueva Eva, en referencia al protoevangelio: "Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendiente y el suyo. Él te pisará la cabeza cuando tú le muerdas el talón" (Gn 3, 15). Las relaciones entre Dios y su pueblo se describen como unas relaciones matrimoniales desde Oseas. El primer signo de Jesús se realiza en este contexto, por intercesión de su madre que, de alguna manera, adelanta "la hora" de su manifestación. Ella también se encuentra presente en el momento definitivo. "La hora" de Jesús es también la hora de María, figura y realización de la Iglesia, que permanece de pie junto a la cruz y que recibe el encargo del Señor de acoger a los discípulos como hijos. En el momento supremo, "Jesús, inclinando la cabeza, entregó el Espíritu" (Jn 19, 30) sobre María (la Iglesia) y el discípulo amado (los creyentes).

2. LA LANZADA (19, 31-37)Y EL SEPULCRO (19, 38-42).

Del costado de Cristo brotó sangre y agua. La sangre es el misterio de la vida. Nos recuerda que hemos recibido la existencia de Dios y que somos débiles, sometidos a la muerte. Jesucristo da su vida -su sangre- por sus amigos, tal como había anunciado en la última cena (15, 13). El agua es símbolo del Espíritu que recibirían los creyentes cuando Jesús fuera glorificado (7, 37-39). Jesús da su Espíritu en el acto de darse a sí mismo.

Agua y sangre hacen referencia también al parto que se está realizando: Del costado de Cristo -nuevo Adán- que reposa en la cruz, surge la Iglesia -nueva Eva-, verdadera madre de los que viven, renovándose el rito de Gn 2, 22. En la vieja creación (Gn 1), el hombre fue hecho el día sexto (viernes). En este día Jesús es presentado ante el pueblo como el hombre verdadero (19, 5), aquél que refleja la imagen de Dios, según su proyecto original. Este mismo día muere Jesús después de exclamar "todo está cumplido" (19, 30). Toda la obra de la creación antigua, que quedó concluida en viernes ha llegado hoy a su plenitud y a su final. Todo muere con Cristo y todo renace de su costado. El día séptimo (sábado), Dios descansó de su obra y Cristo reposa en el sepulcro. El día primero (domingo) Dios hizo la luz y el Señor surge de la tumba como luz nueva que vence las tinieblas del pecado y de la muerte e inicia la nueva creación.

Además, el agua y la sangre hacen referencia al Bautismo y a la Eucaristía, sacramentos que brotan del costado de Jesús y que construyen la Iglesia y por medio de los que la Iglesia (esposa sin arruga ni mancha) genera hijos para Dios.

3. LOS SIGNOS DE LA PRESENCIA DEL SEÑOR EN SU IGLESIA (Jn 20).

El capítulo 20 tiene cuatro episodios: el camino hacia el sepulcro, María Magdalena y Jesús, Jesús entre los suyos, Jesús y Tomás. En ellos, los discípulos toman conciencia de que la crucifixión no ha sido un fracaso, sino el comienzo de la plenitud de la gloria, del triunfo de Cristo, de su regreso al Padre. Estamos ante una comunidad herida por el escándalo de la cruz, a la que el Señor ayuda a superar su tristeza y el propio encerramiento, aprendiendo a reconocer los signos de su presencia llena de poder y gloria entre los suyos. La muerte de Jesús, a pesar de sus advertencias, había sido para los discípulos un fracaso que les había desconcertado. En el Señor crucificado no vieron la gloria del Padre, sino el fin de sus esperanzas. Este capítulo nos muestra cómo Jesús les enseña a descubrir la verdadera realidad, escondida más allá de las apariencias. A continuación viene la primera conclusión del Evangelio.

3.1: El camino hacia el sepulcro (vv. 1-10). María va con solicitud al sepulcro, cuando todavía está oscuro. Ve la piedra movida y busca una explicación natural, no logra ver el significado de lo que está ocurriendo. Avisa a Pedro y a Juan, que salen corriendo. Vislumbramos los anhelos de la Iglesia, que busca los signos del resucitado en medio de la oscuridad. Juan ve los lienzos, pero no entra en el sepulcro por respeto a Pedro. Cuando éste llega entran los dos. Pedro se queda confundido y Juan, más intuitivo, comprende inmediatamente que no han robado al Señor.

"El otro discípulo, que había llegado antes, entró vio y creyó. Y es que hasta entonces, no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús tenía que resucitar de entre los muertos" (vv. 8-9). Si el discípulo hubiera comprendido la Escritura, conociendo cómo obra Dios en la historia, le habría bastado lo que decía la Magdalena para creer. Pero como le faltaba esa comprensión tuvo que ser llevado más cerca, hasta ver y tocar, para empezar a comprender algo. A nosotros nos enseña a estudiar las Escrituras, para encontrar en ellas las claves de lectura de nuestra vida y las pistas necesarias para descubrir la presencia del resucitado entre nosotros.

En la Iglesia que busca los signos de la presencia de su Señor hay varios temperamentos, distintas mentalidades: el afecto de María, la intuición de Juan, la lentitud de Pedro. Pero todos, si están verdaderamente en la Iglesia, tienen el anhelo de la presencia de Jesús entre nosotros. En este episodio encontramos el ejemplo de una colaboración en la diversidad: cada uno le comunica al otro ese poco que ha visto, y juntos reconstruyen la orientación de la existencia cristiana, allí donde los signos de la presencia del señor parecen haber desaparecido.

3. 2: María Magdalena y Jesús (vv. 11-18). María Magdalena es la que más ama, la primera que busca y la que lo hace con más intensidad. No comprende, pero es la primera que recibe la visita del Señor, de tal manera que entre la afectividad de la Magdalena, la intuición del discípulo amado o el carácter decidido de Pedro, su actitud parece ser la preferida. En este texto descubrimos el comportamiento que Jesús había manifestado con Nicodemo, con la samaritana, con el paralítico, con el ciego de nacimiento: una profunda amabilidad y cercanía. Se acerca a la amiga y le hace preguntas sobre su situación: "¿Por qué lloras?, ¿a quién buscas?" (v. 15). Jesús parte de su situación para iluminarla gradualmente en lo que debe comprender por sí misma; luego se manifiesta y le da una misión.

El texto nos recuerda que Jesús quiere suscitar en la Iglesia la fe de una manera gradual, con paciencia, acercándose al corazón, abriendo los ánimos a la confianza, de la que después nace la posibilidad de reconocerlo. Jesús añade "subo a mi Padre y a vuestro Padre" (v. 17). Jesús ha cumplido su misión y, aunque permanece con los suyos, sube a su Padre para prepararnos un lugar y enseñarnos lo que nos espera. El "subo" nos recuerda que "en la casa de mi Padre hay muchas moradas; ahora voy a prepararos sitio" (14, 2). Éste es nuestro destino y no tenemos que olvidarlo.

3. 3: Jesús entre los suyos (vv. 19-23). Frente al miedo (y posiblemente a los remordimientos), Jesús ofrece el perdón y la paz. Hay que tener en cuenta que los discípulos se encuentran reunidos en oración, a pesar del temor y de no comprender nada de lo que ha sucedido. En este ayudarse mutuamente y consolarse recíprocamente, a pesar de estar en la noche, es donde se hace presente el Señor con sus dones de consuelo y alegría, con el regalo del Espíritu y con una misión para los suyos.

3. 4: Jesús y Tomás (vv. 24-29). Tomás representa a los hombres que se cierran al testimonio de la Iglesia, al anuncio ministerial, a las mediaciones. Él no se fía de lo que le dicen. Quiere ver por sí mismo. Pero sólo verá cuando acepte humildemente estar con los otros, aunque no les entienda ni se fíe de ellos. La narración termina con la bienaventuranza de la fe: "Dichosos los que crean sin ver" (v. 29) que complementa la bienaventuranza del obrar: "Dichosos vosotros si practicáis lo que ya sabéis" (13, 17); las dos únicas bienaventuranzas que recoge Juan en su Evangelio.

No es fácil ver los signos de la presencia de Dios en el mundo: algunos los ven antes (tal vez las personas afectivas, como Magdalena), luego los intuitivos (como Juan), después los que tienen una decisión firme y tenaz (como Pedro o los otros discípulos); pero también están los escépticos, que llegan los últimos, pero que también pueden llegar. Nadie está excluido, con tal de que se tenga buena voluntad. Jesús se revela a todos amablemente, a cada uno según su propio modo, adaptándose a nuestra capacidad y a nuestro ritmo. Tomás no busca como Magdalena o como Juan y Pedro y el Señor tampoco se le manifiesta de la misma manera que a ellos. No todos los medios son aptos para todos, pero para todos hay un medio y un tiempo que el Señor conoce. El Evangelio nos enseña a confiar que Jesús quiere revelarse a todos, incluso a los que le rechazan.

3. 5: La primera conclusión (vv. 30-31). Nos indica la finalidad que se propuso el evangelista al escribir su obra: no contarlo todo en orden, con criterios de la historiografía actual, sino seleccionar aquellos acontecimientos que puedan llevar a la fe en Jesús, subrayando su significado, interpretándolos para encontrar su sentido último, viendo en ellos la flecha indicadora que nos descubre la identidad de Jesús, Mesías e Hijo de Dios. La consecuencia de tal descubrimiento y de la fe en Jesús es la vida eterna.

4. LA IGLESIA DE LOS PRESBÍTEROS (Jn 21).

Este capítulo consta de tres episodios: la manifestación de Jesús en el lago después de una noche de pesca, el coloquio entre Jesús y Pedro y la comparación entre Pedro y Juan. Por último, viene la segunda conclusión del Evangelio. Posiblemente, los presbíteros de la comunidad recogieron, después de la muerte de Juan, algunas tradiciones que se remontaban hasta el apóstol. Los tres episodios hacen referencia a Pedro: Pedro y los siete, Pedro y Jesús, Pedro y Juan. Ya hemos visto en el cap. 20 que Juan llegó antes que Pedro al sepulcro pero, por respeto a él, le esperó para entrar. En estos episodios se subraya el puesto de Pedro en la Iglesia primitiva.

4. 1: La manifestación de Jesús en el lago (vv. 1-14). El Señor se hace presente en la prueba de la comunidad que, a pesar de todo, se encuentra unida. El desánimo sugería a cada uno volver a sus quehaceres, buscando una seguridad personal y abandonando la empresa común. Nos encontramos con los amigos de primera hora, con los que Jesús inició su aventura (Pedro, Tomás, Natanael, los hijos del Zebedeo y otros dos) y que ahora se ayudan en lo material, colaborando en los trabajos de la pesca, aunque con poco éxito. El primero de la lista es Pedro. Dato importante para la comunidad, que tiene que madurar la disponibilidad a la colaboración en torno a Pedro para vencer las dificultades del momento.

Aunque la noche sea larga, aunque el trabajo parezca pesado y sin fruto, aun cuando el tiempo triste le sugiera a cada uno irse a su casa, sigue siendo necesaria la presencia y la colaboración de todos. En esta perseverancia común, en la fatiga aceptada conjuntamente, la presencia del Señor, que parecía perdida, vuelve a manifestarse. El Señor se manifiesta por la mañana, aunque bien podía haber estado toda la noche entre ellos, sin que se dieran cuenta.

Jesús se manifiesta con tres signos complementarios: en primer lugar, premia la constancia de quienes han perseverado unidos, en grupo, a pesar de las dificultades, con su misma presencia. En segundo lugar premia con una pesca abundante el esfuerzo de quienes siguen sus indicaciones, aunque no las terminen de comprender; en contraste con su largo e infructuoso trabajo nocturno. En tercer lugar Jesús se manifiesta a los suyos con su acostumbrada benignidad y amistad, como quien siempre nos sale al encuentro reparando nuestras fuerzas, sirviéndonos, ofreciéndonos el alimento que necesitan nuestros cuerpos cansados. El texto recuerda a la Iglesia que el Señor siempre está cerca, compañero y amigo generoso; hay que abrir los ojos y el corazón, obedeciendo a su palabra.

4. 2: Jesús y Pedro (vv. 15-19). Jesús pregunta por tres veces a Pedro sobre su amor y por tres veces le encarga el pastoreo de su rebaño. La misión pastoral que Jesús confía a Pedro no se basa en cualidades humanas (ni aun en la misma capacidad de gobierno) sino en la relación de confianza e intimidad con el Señor. En Jn 10 se recoge la enseñanza de Jesús-Pastor del rebaño: camina delante de las ovejas, que reconocen su voz; conoce a cada una por su nombre y las cuida y alimenta; las protege y da su vida por ellas. Ahora Jesús pide a Pedro que continúe su obra, que haga lo mismo que él ha hecho hasta ahora, cumpliendo el encargo de su Padre. Jesús había dicho: "Tengo otras ovejas que no están en este redil; también a éstas tengo que atraerlas para que escuchen mi voz y se forme un solo rebaño con un solo pastor" (10, 16). Pedro tendrá que llegar a ellas para que escuchen la palabra de Jesús, para que lleguen a formar parte de su pueblo (en otro lugar le había encargado lo mismo diciendo: "Te haré pescador de hombres" ). Amar a Jesús y hacer lo que hizo él culmina en el dar la vida como él. Por eso el texto termina con un anuncio del martirio de Pedro (vv. 18-19).

La comunidad está llamada a descubrir la presencia de Jesús en aquellos signos que él ha querido regalarnos: el pan y la palabra, el don del Espíritu en el agua bautismal... y la presencia de Pedro ejercitando el servicio que Jesús le ha encargado. Un servicio de apacentar el rebaño desde el amor. Esta tarea conlleva prueba, hasta la necesidad de dar la vida por las ovejas, si fuera necesario. La comunidad debe estar entonces especialmente unida a Pedro, como hicieron los primeros cristianos. Recordemos como, mientras Pedro era juzgado en el tribunal, "la Iglesia oraba incesantemente por él" (Hch 12, 5).

4. 3: La comparación entre Pedro y Juan (vv. 20-23). Pedro pregunta a Jesús sobre Juan: "¿Qué será de éste?" y recibe una respuesta enigmática: "Si quiero que él se quede hasta que yo vuelva, ¿a ti qué te importa? Tú sígueme". Pedro amaba con toda su fuerza a Jesús, pero sabía que Juan le amaba más y se pregunta: "¿Él también dará testimonio de su amor hasta morir por Cristo? Si yo debo cumplir el encargo de pastorear, amando a Jesús más que a mi vida, ¿qué debe hacer el discípulo amado?". Jesús afirma una vez más su libertad en la elección de los discípulos y en sus planes para ellos; libertad que conserva, incluso después de haber encargado una misión a Pedro o a los otros. A Juan se le pide que "permanezca", que sea testigo de la Palabra hecha carne mediante una larga presencia en la Iglesia. Pedro, el impulsivo, dará testimonio de su amor con su muerte. Juan, el fiel, dará testimonio de su amor con su vida. Lo importante no es el cómo, sino la afirmación final de Jesús: "Tú sígueme". Llamada que recuerda aquella inicial, junto al lago, cuando Jesús encontró por primera vez a los que habían de ser sus discípulos. Todos hemos de aprender a estar disponibles para lo que Dios nos pida en la Iglesia, incluso para un destino que no nos merecemos o que no esperábamos. Todos dispuestos a seguir a Jesús, cada uno de la manera que él le mostrará.

El texto, además, tranquilizó a los discípulos de Juan, que se quedaron desconcertados después de la muerte de aquél, el último de los discípulos que vivieron con el Señor. Ellos pensaban que el Señor volvería pronto, antes de la muerte de los últimos testigos presenciales de su manifestación en la carne. En las primeras cartas de S. Pablo encontramos la misma creencia (1Tes 4, 13-18). Por eso, al fallecer Juan quedaron confundidos: "Estas palabras fueron interpretadas por los hermanos en el sentido de que este discípulo no iba a morir..." (v. 23). La clarificación última ayudará a comprender que aun tenía que pasar mucho tiempo antes de la Parusía. Afirmaciones similares las encontramos en las últimas cartas de S. Pablo (2Tes 2, 1ss).

4. 4: La segunda conclusión (vv. 24-25). Garantiza que todo lo escrito en el cuarto Evangelio se halla rubricado con la autoridad del discípulo amado. Muchas cosas las escribió él directamente, otras las escribieron sus discípulos después de su muerte, basados en el recuerdo de sus enseñanzas (como los últimos párrafos). Igual que Jesús, por estar en el seno del Padre (Jn 1, 18) habla con conocimiento sobre Dios; el discípulo amado, que vivió en intimidad con Jesús, hasta reclinar su cabeza en el pecho del maestro (Jn 13, 25) habla con conocimiento sobre el Señor. Insiste, además, en lo que ya se había dicho en la primera conclusión: aquí no se recoge todo lo que Jesús hizo y dijo, sino aquellas cosas que el Evangelista ha considerado oportunas y necesarias para nuestra edificación.