LA IGLESIA PASCUAL EN EL EVANGELIO DE MARCOS

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

 

1. JESÚS Y LA MUJERES.

2. LAS MUJERES JUNTO A LA CRUZ.

3. LAS MUJERES EN LA PASCUA.
 


 

1. JESÚS Y LA MUJERES.

La sociedad del tiempo de Jesús era androcéntrica, machista. La mujer era una posesión de los varones. Jesús se enfrenta con esta mentalidad, tratando a las mujeres como seres humanos, acogiéndolas entre sus discípulos, enseñándolas, liberándolas. (Lo mismo hace con los leprosos, los pecadores, los niños... en definitiva, con todos los débiles, los excluidos de la sociedad, los que no cuentan). En el Evangelio no se idealiza a las mujeres, pero tampoco se las subordina a los varones. No hay diferencia de pureza ni distinción de Jerarquía entre unos y otras.

Jesús cura a las mujeres igual que a los varones y al hacerlo las presenta como símbolo del mundo judío (5, 21-43) y pagano (7, 24-30) que espera la llegada del Mesías.

Las mujeres son verdaderas Discípulas. Sirven (1, 29-31) y al hacerlo ofrecen lo que tienen, hasta su propia vida (12, 41-44), ungiendo a Jesús para su entrega (14, 3-9), formando parte de su Evangelio.

Hermanos y hermanas integran por igual la Comunidad o nueva familia de Jesús (3, 31-35; 10, 28-30), con prioridad -si debiera haberla- para las mujeres, pues en ambos casos se incluyen en la Iglesia a los hermanos y hermanas y a las madres, pero no la figura de los padres. Esposo y esposa son iguales y tienen los mismos derechos en el matrimonio (10, 1-12; 12, 18-27).

Están en la cruz, entierro y sepulcro vacío como culminación histórica del discipulado. Llegan donde nadie ha llegado, se mantienen donde todos han caído.

2. LAS MUJERES JUNTO A LA CRUZ.

En el momento de la muerte del Señor, cuando parecía que Jesús estaba completamente solo, "algunas mujeres contemplaban la escena desde lejos. Entre ellas María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que habían seguido a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea. Había, además, otras muchas que habían subido con él a Jerusalén" (Mc 15, 40-41). Cuando los varones fallan (Judas, Pedro, los discípulos, que le han vendido, negado, abandonado), aparecen unas mujeres que han seguido y servido a Jesús. Desde el fondo de la dura soledad de la muerte, controlada por varones, emergen ellas, como signo de la verdadera Iglesia, formada por aquellos que siguen y sirven a Jesús, en el camino de la Cruz. Ellas son el principio y el sentido de la Iglesia.

José de Arimatea entierra el cuerpo de Jesús. "María Magdalena y María, la madre de José, observaban dónde lo ponían" (15, 47). En el silencio del Calvario, cuando todos se retiran, quedan ellas, como signo de fidelidad por encima de la muerte.

Ellas han permanecido en un segundo plano a lo largo del camino hacia Jerusalén, en el que los varones parecían ocupar el primer puesto. Han dejado la iniciativa a los Discípulos. Pero ahora que ellos han fracasado, rechazando a Jesús, emergen ellas, como encarnación del Evangelio, principio y centro de la Iglesia Mesiánica. Ciertamente, son valiosos el centurión que confiesa a Jesús como Hijo de Dios, Simón de Cirene y sus amigos enterradores, pero no bastan para edificar la Iglesia y no pueden recibir la palabra fundante de la Pascua. La comunidad mesiánica sólo podrá fundarse sobre el testimonio y la palabra débil de estas mujeres, que:

1- Han seguido a Jesús, cumpliendo hasta el final aquello que habían iniciado y no cumplido sus Discípulos (1, 18; 2, 14; 6, 1). Ellas también han escuchado su palabra y le han acompañado, pero han permanecido en silencio, no han discutido, no se han opuesto a los proyectos de Jesús, no han presumido de su fidelidad ni han pretendido ser las más importantes. Quizás por eso han podido mantenerse fieles hasta la muerte, conforme a la palabra de Jesús: "Quien quiera venirse en pos de mí, que tome su cruz y me siga" (8, 34).

2- Le han servido, en gesto que recoge la más honda inspiración del Evangelio, como los ángeles (1, 13) y la suegra de Pedro (1, 31). Han seguido las enseñanzas de Jesús (9, 35; 10, 43) imitando al mismo Hijo del hombre que ha venido a servir, no a ser servido (10, 45). Como servidoras fieles quieren ofrecer a Jesús el último homenaje funerario.

- Han subido con él a Jerusalén. También lo han hecho los varones (10, 32-33), pero éstos no se han mantenido. Sólo ellas han subido "con" Jesús, compartiendo su ascenso de muerte. Han culminado su camino, están a su lado, forman su verdadera familia, porque escuchan su palabra y la cumplen (3, 31-35).

3. LAS MUJERES EN LA PASCUA.

"Pasado el sábado, María Magdalena y María la de Santiago y Salomé compraron perfumes para ir a embalsamar a Jesús..." (Mc 16, 1-8). En este texto, Jesús no aparece de manera directa tras su muerte. Estamos ante la historia de unas mujeres que buscan su cadáver en la tumba para embalsamarlo y llorar por su fracaso. Al llegar, descubren la tumba vacía y reciben la palabra de un mensajero que las manda a Galilea, para reiniciar allí, con los Discípulos y con Pedro, el camino del seguimiento de Jesús, la vida de la Iglesia. Han quedado solas ante el monumento funerario y piensan que no tienen más función sobre la tierra que llorar al amigo y maestro muerto. Como miles y millones de mujeres, en rito siempre repetido, van hacia el sepulcro de aquél a quien amaban. Han sido más fieles que los hombres (se han mantenido firmes ante la muerte) y han amado más que ellos (para ellas la vida es Cristo y ya no tiene sentido cuando él no está), pero aún no han descubierto el poder de Dios.

"Pasado el sábado, el primer día de la semana, muy de madrugada, antes de salir el sol". Cuatro referencias al tiempo que pasa, repetidas de dos en dos. Las mujeres han cumplido con la obligación del reposo en aquél sábado tan solemne. Han pasado el día recordando, asimilando todo lo que sucedió el viernes. El tiempo que pasa se ha llevado todas sus ilusiones, todas sus alegrías. Con Jesús habían descubierto un mundo nuevo, maravilloso. Pero él ha muerto y el tiempo sigue pasando. Posiblemente su cuerpo se esté descomponiendo en el sepulcro.

"María Magdalena, María la de Santiago y Salomé". Todos los nombres son femeninos. No hay varones que las acompañen y puedan descorrer la piedra del sepulcro. Todos han huido y no se atreven a salir de sus escondrijos para no acabar como su maestro. Los varones del entierro han cumplido su misión y ahora piensan en rehacer sus vidas. El centurión ha desaparecido: a Roma le falta mucho tiempo para convertirse. Sólo quedan ellas, las fieles de Jesús, mujeres del recuerdo y del sepulcro, dispuestas a iniciar el rito interminable de la unción y de los llantos fúnebres.

"Compraron aromas para embalsamar a Jesús". Traen perfumes, van al sepulcro, entendido como lugar de recuerdo de Jesús. Él es el único que las trató como personas, que las liberó de ser catalogadas como objetos propiedad de los varones, que las estimó por lo que son y las enseñó a estimarse. Ahora que él no está nada merece la pena. No piensan en volver a la vida nterior a su encuentro con Cristo. Sólo las queda el recuerdo. Ellas mismas se sienten muertas con Cristo. Caminan a sepultarse con él.

"Iban comentando: ¿quién nos correrá la piedra?". Buscan un cadáver para ungir. Para ellas no hay futuro. Sus ilusiones se estrellan contra la losa pesada que cierra el sepulcro. Por eso, cuando ven la puerta del sepulcro abierta, se aterran. Han aceptado con dolor la muerte del amigo. No son capaces de recordar sus promesas y de acoger la Pascua. Todo ha sido tan traumático que les cuesta comprender la novedad de la vida anunciada y realizada por Jesús desde el principio de su actividad en Galilea.

"Entraron en el sepulcro". Vencen su miedo y penetran en la cueva. Descienden hasta lo más profundo de su desaliento, hasta la oscuridad más grande, hasta la muerte más profunda. La madre tierra las recibe en su seno, como recibe a la semilla, que ha de morir para dar fruto.

"Vieron a un joven con una túnica blanca". Se encuentran con un muchacho joven (signo de vida) vestido de blanco (signo de victoria, de fiesta) y reciben un mensaje desconcertante: el anuncio de la Pascua.

"Buscáis a Jesús, el Nazareno, el crucificado". Tres referencias a la persona histórica de Jesús, subrayando que buscan a un personaje real, con el que ellas han convivido, pero del pasado: el que murió en la cruz y fue sepultado en aquel mismo lugar. Viven del recuerdo de una historia de esperanzas truncadas por la violencia y por la muerte. Pero Jesús ha roto la espiral de la violencia. La tumba está vacía, por eso deben de liberarse de los recuerdos con criterio únicamente humano. Otras cosas, otras palabras deberían recordar: Las de Jesús, que hablaban de futuro y de novedad, y que parecen haber olvidado.

"No está aquí. Ha resucitado". Buscáis su cadáver, la presencia física, material de sus despojos. Pero él no está en el sepulcro, entre los muertos. Tenéis que seguir buscando. Ahora de una manera nueva, distinta. El vacío del cadáver, la soledad que deja el muerto se ha convertido en lugar de proclamación de una presencia y vida superior: ¡Ha resucitado! Sobre esa certeza pascual, no sobre una fijación de muerte, se funda la Iglesia de Cristo.

"Id a decir a Pedro y a sus Discípulos". Con estas palabras de envío, de misión, se convierten en mensajeras, en Apóstolas de los Apóstoles. La fe de la Iglesia naciente se va a construir sobre la fragilidad de su testimonio (que en su momento no era válido en los tribunales civiles). Dios elige a lo débil del mundo para confundir a lo fuerte.

"Él os presede en Galilea. Allí le veréis". Tienen que volver a los orígenes. Tienen que volver a recorrer los mismos caminos que antes hicieron en compañía de Jesús. Tienen que reinterpretar, con una comprensión nueva y más profunda, todas las experiencias anteriores, las enseñanzas de Jesús, sus signos poderosos. Los capítulos 9-15 han sido un caminar de Jesús hacia Jerusalén, donde debían cumplirse las promesas de los profetas. Pero la Iglesia no puede centrarse en una tumba, entre ritos de muerte, vinculada a los ritos y promesas de los judíos. Todo eso ya se ha cumplido. Ahora hay que salir de Jerusalén, para que la Iglesia se extienda por el mundo.

"Tal como os dijo". Las palabras de Jesús, que no fueron escuchadas, comprendidas o conservadas en su momento, se cumplen, porque sólo él tiene palabras de vida eterna, que permanecen para siempre. La fe de la Iglesia surge de la débil palabra de las mujeres que es un recuerdo de la débil palabra de Jesús. El sepulcro está vacío. Nadie ha visto el momento de la resurrección. Todo lo que poseemos es un anuncio, un mensaje, un Evangelio: "Ha resucitado y os precede en Galilea, tal como os había anunciado". Lo único que importa ahora es lo que él había anunciado, su mensaje, que a través de las mujeres que lo propagan y de los discípulos que lo reciben y lo anuncian también, tiene que llegar a todos.

El camino de Jesús no se ha cerrado en una tumba de Jerusalén, junto a su templo, bajo las leyes judías. El sepulcro vacío y la palabra pascual del joven llevan a las mujeres al lugar geográfico y teológico de Galilea, donde Jesús sembró su palabra. Lo que deben dejar las mujeres es mucho más que un lugar geográfico: deben superar las leyes de pureza y separación del judaísmo ritual, anclado en la embalsamación de cadáveres. De esta forma pueden ir a Galilea, lugar de la palabra sembrada en toda la tierra (parábola del sembrador: 4, 3-9). Jesús mismo había afirmado: "Es preciso que el Evangelio se predique a todos los pueblos" (13, 10). Precisamente las mujeres de la tumba fracasada (no han podido ungir a Jesús) reciben la misión de decir a los Discípulos y a Pedro la Buena Noticia de la Pascua. Pero al llegar aquí (16,8), el texto se complica.

"Ellas salieron huyendo, llenas de temos y asombro, y no dijeron nada a nadie, pues tenían mucho miedo". La muerte había detenido a los varones y la Pascua parece detener a las mujeres. Tampoco ellas comprenden el misterio de la vida que brota de la muerte. Todo lo que pueden decir resulta insuficiente, todo lo que hagan será inadecuado, porque el mensaje del Jesús pascual desborda el nivel de las acciones y palabras de la tierra. En el principio de la Pascua surge el miedo: con la muerte de Jesús ha terminado una etapa de la historia. Lo que viene ahora es radicalmente nuevo, distinto a todo lo conocido y -como todos los misterios de Dios- infunde un sagrado temor.

De algún modo ellas fueron a Galilea y contaron a los Discípulos esta historia para la que faltan palabras. Por eso han sido y siguen siendo las hermanas primeras, garantes del principio de la Iglesia, del Cristo hecho palabra que se anuncia a todos los hombres. (en los versículos siguientes se dice: "María Magdalena fue y anunció a los discípulos lo que le había sucedido...")Pero este final enigmático es una invitación personal para los lectores del Evangelio: Somos nosotros los que hemos de escuchar el anuncio del joven vestido de blanco, poniéndonos en el lugar de las mujeres y decidiendo por nosotros mismos: ¿Nos fiamos de la palabra? ¿Queremos ir a Galilea?