DISCERNIMIENTO MORAL
TEOLOGÍA MORAL

SUMARIO

I. Valores y límites de la ley.

II. Una moral más allá de la ley: el escándalo de la libertad cristiana.

III. El radicalismo de su mensaje: peligro de falsas interpretaciones.

IV. La esencia del pensamiento paulino: su sentido verdadero.

V. Hacia un personalismo ético: más allá de las obligaciones generales.

VI. La búsqueda de lo que agrada al Señor: necesidad del discernimiento.

VII. Condiciones básicas para efectuarlo: el abandono de los esquemas humanos.

VIII. Una nueva forma de conocer y experimentar.

IX. La única categoría fundamental: la identificación con Dios.

X. Los signos de una buena elección: el compromiso de vida.

XI. La función pedagógica de la moral: etapa introductoria y pasajera.

XII. Recuerdo de otras exigencias interiores.

 

1. Valores y límites de la ley

Los psicólogos han insistido en que, desde el comienzo de la vida humana, el hombre necesita de la ley. Es el principio de la realidad, que configura nuestro mundo pulsional, anárquico y caótico por su propia naturaleza, para hacer posible el paso aun nivel cultural, donde la conducta no está regida sólo por el principio del placer, del gusto, del capricho interesado. La ley, simbolizada en la figura del padre, limita y coacta la espontaneidad instintiva del niño, para introducirlo en un mundo diverso, en el que predominan otros criterios humanizantes reguladores del comportamiento. Es una exigencia que brota también de la dimensión comunitaria de la persona. Su conducta debe tener en cuenta los derechos y obligaciones de cada uno para que sea posible la sociedad. La ley marcará los límites que defienden tales espacios, con el deseo de que la instintividad o intereses individuales se configuren de acuerdo con el bien común y no sólo en función de las propias apetencias.

Desde una perspectiva religiosa, la ley encierra además un valor de extraordinaria importancia y profundidad, pues manifiesta al creyente la voluntad del Señor. No es extraño, por tanto, que este aprecio de la ley se haya mantenido en la espiritualidad cristiana. Si la moral nos enseña no sólo a realizarnos como personas, sino a vivir como hijos de Dios y responder a su palabra, lo más importante es encontrarse con esa voluntad del Señor en un clima de fe, hacerse dócil y obediente a esa llamada que nos viene de arriba. De ahí la pregunta básica y fundamental, en el campo de la praxis, de cómo es posible el descubrimiento de esa vocación. La respuesta más común y ordinaria remitía de nuevo a la moral: cumpliendo con los preceptos y normas de conducta expresamos nuestra obediencia a Dios. La ley se mantenía de esa manera como la señal más universal y explícita de su soberana voluntad, manifestaba el camino más corto y evidente para conocer sus designios concretos sobre cada persona. La vida cristiana equivalía al cumplimiento lo más exacto posible de los valores e imperativos éticos.

De ahí la excesiva y hasta ansiosa preocupación de los cristianos en torno a las obligaciones y leyes morales, tal y como se expresaban en los catecismos y libros de texto. Se quería describir en ellos lo bueno y lo malo, con sus fronteras y límites perfectamente definidos, para saber cómo acercarse al Señor y evitar su lejanía por el pecado. En caso de duda se acudía al técnico, para que él explicara el alcance y contenido de las diferentes obligaciones. Las alabanzas a la ley y la invitación a su más estricta observancia encontrarían aquí su justificación humana y espiritual. La ascética religiosa ha subrayado siempre este aspecto, aunque en algunas ocasiones lo haya hecho con excesivo énfasis y en otras no siempre por motivaciones transparentes y desinteresadas.

No pretendo negar que semejante presentación sea verdadera en su conjunto, sobre todo si se enmarca en un contexto mucho más matizado. Sin embargo, y a pesar de todas estas alabanzas psicológicas, comunitarias y religiosas, cuya objetividad nadie niega, la ley ha sido también objeto de importantes críticas desde esas mismas ópticas. El cumplimiento de la ley ha corrido siempre el riesgo de inclinarse hacia un legalismo que psicólogos y profetas de todos los tiempos no se han cansado de condenar. Podríamos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que la raíz de muchos conflictos humanos y espirituales encuentra aquí su más profunda explicación. La no aceptación de sí mismo, con la consecuente intolerancia que afecta también a los demás, y el fariseísmo del hombre piadoso tienen mucho que ver con la forma de relacionarse con la ley.

II. Una moral más allá de la ley:
     el escándalo de la libertad cristiana

Nadie está exento de estas desviaciones, nacidas de un legalismo que no tiene ningún valor humano ni religioso. En este sentido, la liberación de la ley se impone como una exigencia ineludible para vivir nuestra condición de hombres y de cristianos. Pero, sobre todo, cuando se busca cómo descubrir en serio la voluntad de Dios y cuál es la metodología cristiana para conseguir esa meta, ni la moral ni la ley constituyen la mejor manera de alcanzar ese objetivo. Sólo un discernimiento espiritual auténtico capacita de veras para una finalidad como ésta, por dos razones fundamentales que vamos a explanar.

En primer lugar, conviene insistir con fuerza en un aspecto demasiado olvidado de nuestra espiritualidad. La economía de la salvación se caracteriza por situar al cristiano en un clima de relaciones familiares con Dios, Jesús ha venido para darnos la gran noticia, que nos abre a un horizonte insospechado: somos hijos de Dios; y por eso, desde lo más hondo del corazón nace una exclamación jubilosa: Abba! (cf Gál 4,7). Con la misma palabra que tantas veces oyeron a Cristo en su oración, el cristiano puede ahora dirigirse al Señor 1. Ahora bien, en una familia, donde las relaciones deben ser afectivas y cordiales, lo que prevalece como factor más importante no será nunca la ley, sino el amor, que la supera y trasciende. De ahí el grito incontenible de san Pablo cuando recuerda a los cristianos su auténtica vocación: "A vosotros, hermanos, os han llamado a la libertad" (Gál 5,13). Sus palabras no se pueden interpretar como si fueran un género literario o un simple recurso oratorio. Son ideas que explicita de manera constante y con un lenguaje muy claro, pues no sólo las tiene profundamente asimiladas, sino que siente la obligación de proclamarlas como parte fundamental de su trabajo misionero 2.

Jesús aparece en su teología como el gran libertador. Nos ha rescatado de la esclavitud del pecado para que, a pesar de ese misterio de iniquidad que domina a la creación entera, el hombre pueda realizar el bien; nos ha librado de la muerte, sembrando una nueva esperanza que vence y supera la finitud de nuestra existencia, y nos ha dado una última y definitiva victoria, pues él también "nos rescató de la maldición de la ley" (Gál 3,13). Todo régimen legal ha caducado definitivamente con la venida de Cristo y queda sustituido por otro régimen de relaciones familiares: "... envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, sometido a la ley para que recibiéramos la condición de hijos" (Gál 4,45). En la economía actual de la salvación no existe nada más que una doble alternativa, sin ningún término medio que suavice su radicalismo: o vivir en un régimen de esclavitud que nos somete a la ley = `los que se apoyan en la observancia de la ley llevan encima una maldición" (Gál 3,10)- o seguir a Cristo para liberarnos de esa maldición, pues "si os dejáis llevar por el Espíritu, no estáis bajo la ley" (Gál 5,18).

El evangelio de la libertad fue motivo de escándalo para la gente piadosa de aquel tiempo. Convertirse al cristianismo suponía renegar de la tradición sagrada en la que el judío había sido educado. Las diversas sectas rivalizaban en su adhesión más incondicional a la ley y no podían comprender que un verdadero israelita se atreviera a defender una doctrina tan contraria a esta observancia religiosa. La reacción del pueblo frente a un movimiento que rompía su propia identidad histórica resulta bastante comprensible. Y no es extraño que, desde entonces, la misma literatura rabínica no haga ninguna mención de Pablo o lo considere como un auténtico hereje y cismático 3. No en vano su pensamiento chocaba de frente contra uno de los puntos básicos en la teología de aquel tiempo.

A pesar de ello, podemos catalogar su postura de intransigente, pues se trataba de un punto donde no caben concesiones de ningún tipo ni benévolas tolerancias si quería defender lo más específico de la experiencia cristiana. El cariño y la comprensión no debían disimular lo más mínimo un aspecto tan importante de la fe. El episodio de Antioquía revela esa actitud inquebrantable frente a la conducta más ambigua del mismo Pedro °. Es una doctrina que siempre va a mantener con una coherencia absoluta.

III. El radicalismo de su mensaje:
      peligro de falsas interpretaciones

Que la doctrina paulina sobre la libertad de la ley fue captada con todo su radicalismo se deduce de los intentos que, desde el comienzo, se hicieron de suavizar su pensamiento. No sólo hubo copistas bien intencionados que, por su cuenta y riesgo, quisieron limar las afirmaciones que juzgaron exageradas 5, sino que, hasta en épocas recientes, se han ofrecido interpretaciones que desvirtúan su auténtica originalidad y fuerza. Y es que la aceptación de este mensaje no fue ni ha sido nunca fácil, pues la tentación de acudir a la ley para encontrar en ella la salvación y la seguridad de un guía certero es demasiado frecuente en el hombre de todos los tiempos. Si sus afirmaciones admitieran una interpretación reductora, no habrían sido motivo de escándalo.

No es tanto su contenido más o menos trascendente, sino el significado general lo que plantea el problema. Numerosos pasajes demuestran que Pablo emplea el término nomos, con o sin artículo, para designar la ley como tal, que se caracteriza por ser un mandamiento exterior al hombre (cf Rom 3,27.31; 5,20; 13,8; etc.). Sus expresiones demuestran que no hace ninguna distinción entre los preceptos intangibles, como el decálogo, y las otras leyes y preceptos secundarios. La ley es un todo integral que revela la voluntad de Dios sobre los hombres, de la misma manera que para el judío piadoso tampoco cabían distinciones jurídicas entre mandatos más o menos importantes. La observancia constituía siempre la única respuesta posible, pues, por muy onerosa y pequeña que fuese, era un motivo de gozo responder con absoluta fidelidad al Dios de la alianza.

La ley para él era el símbolo de toda normativa ética impuesta desde fuera a la persona. El que vive en función de ella no ha penetrado todavía en la esfera de la fe ni se encuentra vivificado por la presencia del Espíritu. Su vida se mantiene todavía en una situación infantil, ya que "la ley fue nuestra niñera hasta que llegase Cristo" (Gál 3,23). Por eso el que permanece protegido por ella no será nunca un verdadero hijo de Dios, "porque hijos de Dios son todos aquellos que se dejan llevar por el Espíritu de Dios" (Rom 8,14). Tal vez la traducción más exacta de su pensamiento, para comprender el choque que supuso contra la mentalidad de su época, seria afirmar hoy que el cristiano es un hombre rescatado por Cristo de la esclavitud de la moral, un ser que vive sin la maldición de esta ley.

Ya sé que esta afirmación puede resultarnos aún demasiado desconcertante y prestarse a múltiples equívocos y falsas interpretaciones. De hecho, el mismo san Pablo tuvo que luchar y corregir ciertas conclusiones equivocadas, que algunos pretendieron deducir de esta enseñanza. El "todo me está permitido" (1 Cor 6,12) podía servir de justificación para comportamientos inaceptables, como si el sentirse liberado de la ley se convirtiera en un camino de inmoralidad que justificara la gula y la lujuria. Otros muchos, amantes y defensores de la ley, querían conservar, por el contrario, la fidelidad más absoluta a las tradiciones de sus mayores, y ya sabemos con qué energías se opuso a las prácticas judaizantes que empezaron a introducirse dentro, incluso, de las comunidades cristianas.

Y entre estos extremismos radicales no faltaban quienes confundían el mensaje de la libertad con un cambio sociológico que los convirtiera en ciudadanos libres para escapar de su condición de siervos esclavizados (1Cor 7,21-24)6 o se apoyaban en él para actuar sin ninguna discreción, olvidando el bien de los otros (1Cor 8,9). Pablo no era un iluminado ingenuo 7, que desconoce la situación del hombre pecador, ni tan realista y apegado a la condición humana que le impidiera abrirse a otros horizontes. La esencia de su pensamiento nos hará comprender cómo su enseñanza continúa siendo aplicable a nuestra situación actual.

IV. La esencia del pensamiento paulino:
      su sentido verdadero

La libertad de la ley tenía para él un sentido fundamentalmente soteriológico. Lo que no podía tolerar, de acuerdo con la teología vigente entre los fariseos y hasta entre los humildes fieles de Qumrán, es que la salvación ofrecida por Dios fuera fruto y consecuencia de los méritos personales, obtenidos con nuestra obediencia y sumisión; ni que sólo cuando el hombre supera sus culpas e infidelidades con el cumplimiento escrupuloso de la ley podrá sentirse salvado y obtener la amistad divina. El esfuerzo individual conseguiría de esa manera lo que sólo se puede esperar como don y como gracia. Aquí radicaba el punto decisivo de toda su predicación. Para san Pablo, al contrario que para toda la mentalidad judía, la ley queda despojada por completo de su carácter salvador.

Por la fe aceptamos que la justificación es obra exclusiva de la gratuita benevolencia de Dios. Cualquier intento de alcanzarla por otro camino desemboca irremisiblemente en una autosuficiencia que nos hace por completo impermeables a su gracia. Es una verdad latente en todas las páginas de la revelación, como condición básica e insustituible: Dios nunca podrá estar cerca del que se cree con méritos y posibilidades.

Y es que, bajo el imperio del pecado que nos atenaza, la observancia se vive como una garantía del premio, y todo cumplimiento termina entonces en una pseudojustificación, como si la gracia pudiera comprarse. Al liberarnos del pecado, nos rescata también de la muerte y de esta maldición de la ley. El don del Espíritu es el signo de la nueva economía. Animados por él, nuestra conducta se desarrolla con otra actitud radicalmente distinta.

Vivir sin ley significa sólo que la filiación divina produce un dinamismo diferente, que orienta la conducta no con la normativa de la ley, sino por la exigencia de un amor que radicaliza todavía más el propio comportamiento. Para el cristiano, vivificado por el Espíritu e impulsado por la gracia interna, no existe ninguna norma exterior que le coaccione o se le imponga desde fuera y ante la que se siente molesto. Colocar de nuevo la ley en el centro de su interés significaría la vuelta a un estadio primitivo e infantil: "ahora, en cambio, al morir a lo que nos tenía cogidos, quedamos exentos de la ley; así podemos servir en virtud de un espíritu nuevo, no de un código anticuado" (Rom 7,6).

La iluminación de la vida, para saber cómo actuar y comportarse, no se efectúa, pues, por el conocimiento de unos principios éticos ni por el análisis exacto y detallado de todos sus contenidos, sino sólo cuando, movidos por la fuerza interior del Espíritu y libres de toda coacción legal, nos dejamos conducir por la llamada del amor. Este dinamismo original y sorprendente es el que inventa la propia conducta del cristiano. El que tema vivir en este régimen de libertad no pertenece a la familia de Dios, donde la única ley existente está oculta en el interior: "Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en su corazón, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Jer 31,33) 8.

El miedo y recelo existente a utilizar este lenguaje de la revelación es un indicio de la esclavitud de muchos cristianos, que la prefieren para mayor seguridad y para eximirse de todo compromiso responsable. Y es que resulta duro comprender -tal vez porque no vivimos en ese climaque, para los hijos de Dios, no existe ya otra ley que la que nace de dentro, como imperativo del amor, y que lleva a una vida moral y honesta: "Proceded guiados por el Espíritu y nunca cederéis a deseos rastreros... Si os dejáis llevar por el Espíritu, no estáis sometidos a la ley" (Gál 5,16-18). El "ama y haz lo que quieras" de san Agustín 9 parece todavía demasiado peligroso. Pero olvidarlo equivale a eliminar el sentido más autentico de la diaconía cristiana: "Que el amor os tenga al servicio de los demás, porque la ley entera queda cumplida en un solo mandamiento, el de amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Gál 5,14).

V. Hacia un personalismo ético:
    más allá
de las obligaciones generales

La ética, en segundo lugar, como ciencia de principios válidos para todas las personas que la aceptan, no puede tampoco revelarnos las obligaciones concretas del cristiano en cada situación. Se necesita un personalismo más auténtico, que rompa los horizontes reducidos de una moral excesivamente legalizada. Tan erróneo y peligroso sería no encontrarle ningún sentido a la ley como creer que todo valor y obligación ética debe tener su origen en ella. Existe una zona íntima y exclusiva de cada persona, donde las leyes y normas universales no tienen entrada ni pueden tenerla. Se trata de una esfera de la vida moral y religiosa que por el hecho de no estar "reglamentada" no queda tampoco bajo el dominio del capricho ni de una libertad absoluta. Dios es el único que puede penetrar hasta el fondo de esa intimidad, oculta a cualquier otro imperativo, para hacer sentir su llamada de manera personal, exclusiva e irrepetible.

La negativa de esta posibilidad supondría la eliminación de una ética individual que, sin ir contra las leyes universales, nos afecta personalmente e impone unos deberes que no nacen de la aplicación de una ley, sino de la palabra de Dios escuchada en el propio corazón. Incluso el núcleo más íntimo de cada persona queda siempre sometido a su querer, pues sería absurdo e inadmisible que él no pudiera dirigirse a cada uno nada más que como miembro de una comunidad, y no de una forma única y exclusiva 10.

En la práctica, sin embargo, este personalismo ético quedaba muy difuminado en nuestra moral, ya que la verdadera obligación sólo podía deducirse de la exigencia concreta de una ley. Por eso se dejaba a otra disciplina el estudio de la espiritualidad y de aquellos consejos que, aunque se consideraban como llamadas y exigencias de Dios, no se presentaban como auténticas obligaciones. Parecía una ética demasiado "burócrata", pues su fundamentación se apoyaba sobre una base legal, sin dar ningún contenido obligatorio a la voluntad de Dios que se manifiesta a un individuo concreto. Como si su palabra no tuviese la fuerza suficiente para obligar a un cristiano_ cuando le sale al encuentro en calquier circunstancia de la vida.

De esta manera, aunque se obedeciese a todas las normas morales, el exacto cumplidor de ellas sería incapaz de responder a las llamadas personales de Dios sin un plus que vendría a ofrecerle la asignatura de espiritualidad. Ésta tenía como tarea dirigir a las personas que aspirasen a una mayor perfección, mientras que la moral presentaría sólo el mínimo requerido e indispensable para vivir como simple cristiano, sin perder la gracia y amistad de Dios. Lo menos que debe decirse de este planteamiento es que semejante ética no merece adjetivarse como cristiana y es ajena por completo a las enseñanzas radicales de la revelación. La distinción clásica entre preceptos y consejos está imbuida de esa mentalidad. Si los primeros son obligatorios, estos últimos no constituyen ninguna obligación, ya que no se imponen a todos los creyentes 11.

VI. La búsqueda de lo que agrada al Señor: 
      necesidad
del discernimiento

Si la moral es la ciencia que nos enseña a ser dóciles y obedientes a la Palabra, cualquier llamada que de ella provenga, por muy privada y original que sea, creará de inmediato una obligación de la que el cristiano tiene que sentirse responsable. Cuando Dios se acerca e insinúa su voluntad para llevar a cada uno por un sendero concreto, nadie puede defenderse con la excusa de que tales exigencias no pertenecen al campo de la ética o que no constituyen verdaderos y auténticos imperativos, aunque no sean válidos para los demás. Una ética cristiana debería ser siempre una ayuda para descubrir esta vocación personalizada. Pero cuando se trata de encontrarla, no basta el simple conocimiento y aceptación de todos los valores y principios éticos, incapaces por su universalidad de cumplir con una tarea semejante, sino que se requiere un serio discernimiento espiritual, "la clave de toda la moral testamentaria" 12. Por eso resulta desconcertante que el tema no se exponga en ningún tratado de moral, ni siquiera se hable de él en los escritos de ética relacionados con la Biblia 13.

Es san Pablo sobre todo quien otorga al discernimiento una importancia decisiva en la vida ordinaria de cada cristiano. "La expresión `lo que agrada al Señor' aparece siempre, en los escritos de Pablo, en relación y en función del discernimiento personal, no propiamente como aplicación de una norma o ley a los casos particulares y concretos..., es siempre el resultado de un descubrimiento personal, que tiene que hacer el propio creyente" 14. De ahí el interés que reviste el término dokimazein en orden a conocer la voluntad de Dios como el único camino válido y acertado 15.

No resulta extraño, por ello, que cuando se busca una caracterización en la fisonomía del adulto espiritual a diferencia de los rasgos específicos del niño, se nos dé precisamente este signo: "sensibilidad entrenada en distinguir lo bueno de lo malo" (Heb 5,14). Esto último sería suficiente para fijar, al menos en teoría dónde se encuetra el ideal de la vida cristiana, superando el miedo más o menos latente a que los cristianos caminen por ese sendero. Muchos creen todavía que la mejor manera de educar en la fe es mantener a los hombres en un estado de infantilismo espiritual permanente, arropados por la ley y la autoridad, sin ninguna capacidad de discernimiento. La afirmación bíblica es demasiado clara cuando considera como niños a los que no tienen este juicio moral (cf Heb 5,13)

El único peligro que existe en este campo, como en tantos otros, es darle al discernimiento un significado ajeno a lo que nos enseña la revelación. No se puede negar el riesgo de un subjetivismo engañoso y autosuficiente para acomodar la voluntad de Dios a la nuestra y guiar la conducta en función de nuestros propios intereses. Todos tenemos experiencias constantes de nuestras faltas de objetividad, que hacen ver las mismas cosas con perspectivas muy diferentes. Son múltiples los factores que pueden influir en el psiquismo y que dificultan la lucidez de nuestros puntos de vista.

El sujeto que discierne no es un absoluto incondicionado, sino que se encuentra ya con una serie de influencias que escapan de ordinario a su voluntad. Nunca se sitúa de una forma neutra ante sus decisiones, pues ya está afectado por su estructura psicológica, con todo el mundo de experiencias pasadas y de sentimientos frente al futuro, que le están condicionando. Esforzarse por reconocer la situación personal y concreta desde la que se efectúa es una condición imprescindible para no espiritualizar con exceso lo que se explica por otras raíces 17. La misma ideología política, la cultura ambiental, el nivel económico con los que cada uno se encuentra identificado influyen, más de lo que a veces se piensa, en que los análisis y juicios de una misma realidad sean divergentes 19. Si a esto añadimos el influjo de los mecanismos inconscientes, que operan de manera subrepticia y que condicionan con más fuerza la visión personal 19, el peligro de una deformación o engaño es fácil y comprensible.

VII. Condiciones básicas para efectuarlo:
       el abandono
de los esquemas humanos

Cuando se constatan, sin embargo, las exigencias básicas para efectuarlo con garantía, que aparecen en la revelación como condiciones previas y básicas, se comprende fácilmente que, a pesar de las dificultades, no quede tanto sitio para la anarquía, el engaño o el libertinaje. El mismo san Pablo aconseja a los fieles la prudencia y la reflexión: "No seáis irreflexivos, tratad de comprender lo que Dios quiere" (Ef 5,17). Y es que siempre que se habla de discernir, los textos manifiestan la urgencia y necesidad de una transformación profunda en el interior de la persona. La inteligencia y el corazón, como las facultades más específicas del ser humano, requieren un cambio radical, que las coloca en un nivel diferente al anterior y les posibilita un conocimiento y una sensibilidad que han dejado de ser simplemente humanas. Se trata ahora de conocer y amar de alguna manera con los ojos y el corazón de Dios.

El presupuesto fundamental, por tanto, es una previa conversión, en su sentido más auténtico, para recibir esa nueva forma de enjuiciar y sentirse afectado siempre que se necesite tomar una opción. Algunos textos paulinos señalan expresamente la urgencia de este cambio y renovación 20.

Al comienzo de la parte moral aparece una súplica vehemente a los cristianos de Roma a que respondan a la elección misericordiosa de Dios, haciendo de la propia vida una entrega y una oblación, que constituye la liturgia y el culto verdadero. Si los romanos han sido objeto de la mirada cariñosa y benevolente de Dios, ellos tienen que responder de una manera semejante "para ser capaces de distinguir la voluntad de Dios, lo bueno, agradable y acabado" (Rom 12,2). La única condición para conseguir esa meta es volverse intransigente con el estilo y los esquemas humanos = `no os amoldéis a este mundo" 21- y sentirse recreados por una inteligencia superior = `sino dejaos transformar por la nueva mentalidad".

Lo más significativo es la fuerza de los verbos utilizados. La asimilación superficial, pasajera y mentirosa (sjema), como la de los falsos apóstoles que se disfrazan de mensajeros de la luz (2Cor 11,13-14), es la que hace semejantes al mundo, mientras que para la renovación profunda y verdadera emplea siempre los compuestos de morfé. Una renovación que, en este caso concreto, afecta a la inteligencia (nous) no como simple facultad de conocimiento, sino como principio de un juicio práctico 22, y de tal manera la modifica que emplea la misma palabra para designar el cambio cualitativo y completo que se opera con el bautismo 23.

Sólo cuando se abandonan los criterios' mundanos, la propia escala de valores y se acepta un nuevo orden desconcertante, una sabiduría diferente (cf 1Cor 1,20-21), se está capacitado para discernir de verdad. Los hombres vendidos al mundo no podrán comprender nunca los criterios de Dios. Y es que la unidad profunda entre el ser y el actuar del cristiano tiene también aquí una perfecta aplicación. Mientras no se realice una conversión interna no es posible un discernimiento adecuado. La antítesis a esta postura la había recogido en el capítulo primero de la misma carta, al exponer el problema de la justificación. La vida malvada de los paganos, que han roto "toda regla de conducta" z4, llenos como están de toda clase de injusticia, perversidad, codicia y maldad..." (Rom 1 28-29), es una consecuencia del rechazo de Dios, que le provoca la perversión precisamente de la inteligencia para conocer. Como había explicado poco antes, "su razonar se dedicó a vaciedades y su mente insensata se obnubiló" (1,20-21). El desconocimiento y la lejanía de Dios les ha llevado a la degradación más espantosa, pues no pueden ya discernir lo que les conviene 25.

VIII. Una nueva forma de conocer y experimentar

Por eso su oración por los filipenses tiene un objetivo muy concreto: "Que vuestro corazón crezca más y más", pues la consecuencia de ese cariño será un crecimiento posterior "en penetración y sensibilidad para todo, a fin de acertar con lo mejor" (Flp 1,9-11). Según Spicq, "estos tres versos son los más densos y precisos del NT sobre la influencia de la agape desde el punto de vista intelectual y moral en este mundo y en el otro" zb El amor ejerce una función iluminante sobre la inteligencia (epígnosis), que posibilita un conocimiento más pleno y profundo -precisamente lo que les faltaba a los paganos, en el texto comentado con anterioridad-, y al mismo tiempo un afinamiento exquisito de la percepción espiritual (áiscesis), en el sentido moral práctico. El judío intentaba "acertar con lo mejor", valiéndose de la ley como norma orientadora, pero ese camino era falso y engañoso. El apoyo que en ella buscaba sólo le sirvió para convertirse en "guía de ciegos, luz de los que viven en tinieblas, educador de ignorantes, maestro de simples por tener el saber y la verdad plasmados en la ley" (Rom 2,19-20). El cristiano posee otra metodología en la búsqueda del bien cuando se siente renovado por dentro y el amor sustituye al antiguo régimen legal. Y es que, aun humanamente, nunca se puede conocer a fondo una realidad o una persona, ni juzgarla con objetividad y plenitud, mientras no se dé un acercamiento a ellas con una dosis grande de amor y comprensión.

En la carta a los Efesios dibuja también con extraordinaria nitidez la diferencia existente entre los hijos de la luz -"donde florece toda bondad, honradez y sinceridad, examinando a ver lo que agrada al Señor" (Ef 5,9-10)- y la vida de los paganos, los hijos de las tinieblas. Lo más característico de estos últimos, como su rasgo más distintivo, es justamente el hecho de encontrarse con una inteligencia (nous) vacía y a oscuras, con un corazón encallecido y con una falta de sensibilidad: "No viváis como los paganos, con la cabeza vacía, con el pensamiento a oscuras y ajenos a la vida de Dios; esto se debe a la inconsciencia que domina entre ellos por el encallecimiento de su corazón: perdida toda sensibilidad, se han entregado al vicio, dándose insaciablemente a toda clase de inmoralidad" (Ef 4,17-19). En cambio, a los cristianos les enseñaron a despojarse "de la vieja condición humana..., a cambiar vuestra actitud mental (nous) y a revestiros de esa nueva condición (nueva humanidad) creada a imagen de Dios, con la rectitud y santidad propias de la verdad (Ef 4,22-24). Es decir, la gran diferencia consiste de nuevo en la renovación, que afecta a lo más profundo de la persona para enjuiciar la realidad que nos rodea.

Podríamos decir entonces que la realización del discernimiento es el fruto y la consecuencia de una recreación ontológica: el nuevo ser del cristiano posibilita la búsqueda de "lo que agrada al Señor". "Esta metamorfosis interior; que capacita para apreciar y discriminar como por instinto lo que está bien o mal, opone la moral de la alianza a la regulación estricta y al automatismo de una ética legal, así como a las distinciones de la casuística"27. Los gentiles fueron incapaces a consecuencia de su desorden religioso, y los judíos no pudieron por su apego a la ley. Si el cristiano "acierta con lo mejor" es sólo por la fuerza de la agape, que lo transforma y renueva de tal manera por dentro que le lleva a descubrir "lo bueno, lo agradable, lo acabado". Vivificado por el Espíritu, adquiere una visión y una hipersensibilidad extraordinaria para saber lo que Dios pide en cada momento. Es una forma de captar, pero ya con una perspectiva diferente, lo que está de acuerdo con él, y no lo que gusta o apetece.

IX. La única categoría fundamental: 
     la identificación con Dios

Toda persona actúa en función de los esquemas de valores que jerarquizan su vida; pero aquí se trata de aceptar una subversión radicalizada, para vivir de acuerdo con la verdad de Dios y pensar no con la propia cabeza, sino con los criterios de Jesús. Esta purificación de elementos "mundanos" y la connaturalidad que produce la cercanía del evangelio realiza la primera transformación indispensable para el discernimiento. Mientras no seamos capaces de renunciar a las propias ideas excesivamente naturales, no es posible recibir la iluminación íntima que nos viene de arriba y "eleva la mente para percibir las cosas que el entendimiento no puede por su luz natural" 28. Y es que en todo discernimiento hay una incógnita que no cae bajo la observación de los sentidos ni es deducible por la lógica de la razón, sino que pertenece al ámbito de la fe y cuya revelación, utilizando palabras evangélicas, no es fruto de la carne o de la sangre (cf Mt 16,17).

Esto significa que el discernimiento tiene que ver muy poco con la democracia. Insta será la forma menos mala de gobernar una sociedad; pero la presencia del Espíritu, su invitación y su palabra no se detecta siempre allí donde vota la mitad más uno. Como tampoco está presente en los responsables de la Iglesia por el simple hecho de estar constituidos en autoridad, ni en los hombres de ciencia por mucha teología que dominen. Cuando se trata de discernir, son otras las categorías que entran en juego. A Dios lo captan fundamentalmente los que se encuentran comprometidos e identificados con él, los que han asimilado con plenitud los valores y las perspectivas evangélicas. "Por consiguiente, no se puede examinar por sí mismo simplemente cuál es la voluntad de Dios, partiendo del propio saber del bien y del mal, sino totalmente al contrario: sólo puede hacerlo aquél a quien se le ha privado del propio conocer el bien y el mal y que, por tanto, ha renunciado a saber por sí mismo la voluntad de Dios. Aquel que vive ya en la unión de la voluntad de Dios porque la voluntad de Dios se ha realizado ya en él 29.

La comunidad debería ser el espacio apropiado donde crece, madura y se realiza finalmente este discernimiento. Las experiencias, sentimientos e inspiraciones de cada uno aportarían un enriquecimiento global y una ayuda formidable en el caminar hacia ese objetivo. La dificultad mayor reside en el presupuesto indicado. Aquí también cada individuo debería estar desnudo de su propia mentalidad y querer, abierto de lleno y humildemente a esa renovación interior, para no convertir tantas reuniones "espirituales" en las que se examinan a veces problemas muy importantes relacionados con el reino, en un pequeño parlamento político, donde entran también en juego los intereses de grupos y las ideologías personales, para ver quién saca adelante su propio proyecto. En este caso, las proposiciones aprobadas por mayoría tendrán una fuerza jurídica, pero se podrá dudar con razón de si la voz de Dios se ha dejado sentir entre tanta política oculta y posturas tomadas con antelación

X. Los signos de una buena elección: 
    el compromiso de vida

De cualquier forma, siempre quedará presente una cierta doses de incertidumbre, propia de toda elección que opta entre diversas posibilidades 31. La racionabilidad espiritual no es tampoco sinónimo de obediencia o de seguridad absoluta, ni existe ningún criterio que garantice por completo nuestra fidelidad a Dios. Hay que admitir un margen de vacilación, mantener una actitud de apertura y ajustamiento posterior, en la medida en que se vislumbren otros horizontes. Un caminar siempre perfectible, que no puede cerrarse nunca de manera definitiva, pues queda abierto a cualquier nueva sorpresa 31.

El signo más cercano de haber hecho una buena elección no se detecta con las ideas o razonamientos aportados, sino que se deduce sobre todo de los sentimientos, que tanta importancia adquieren en el campo del discernimiento espiritual. La lista más completa aparece también en la carta a los Gálatas: "El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, tolerancia, agrado, generosidad, lealtad, sencillez, dominio de sí. Contra todo esto no hay ley que valga" (Gál 5,22-23) 33. Todos ellos se citan en los textos donde se habla sobre la capacidad de discernir, ya que toda experiencia subjetiva, si ha nacido por la fuerza de Dios, se convierte inevitablemente en frutos del Espíritu. El consuelo y la desolación, con sus diferentes manifestaciones, son los signos por los que se descubre el origen bueno o malo de tales afectos. Es llamativa la insistencia de Pablo y de todos los maestros espirituales en urgir y analizar siempre esta dimensión 34.

La legitimidad de los sentimientos, sin embargo, hay que verificarla también con el realismo de los hechos. Como Cristo había señalado, el único criterio para discernir los verdaderos de los falsos profetas es la autenticidad de vida: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7,16). Un principio que tiene validez general para todas las circunstancias y situaciones particulares, pues "el árbol se conoce por sus frutos" (Mt 12,33). La ortopraxis aparece así como la mejor garantía para juzgar y valorar la ortodoxia del discernimiento. La entrega de la vida a los demás termina siendo el criterio definitivo, como signo evidente de la presencia del Espíritu en cualquier decisión. Como veíamos poco más arriba, al tratar de la libertad cristiana, el amor se convierte en impulso y confirmación de la praxis. San Juan lo expresa con la frase bien conocida: "Si nos amamos mutuamente, Dios está con nosotros y su amor está realizado entre nosotros" (1 Jn 4,11-12) 35.

En un clima de libertad cristiana, que nos salva de la esclavitud de la ley y donde el discernimiento ocupa el lugar de preferencia, ¿tiene algún sentido entonces la moral como conjunto de normas? Para la persona creyente que vive en un régimen de amistad, impulsado por la gracia del Espíritu, ¿cuál será su función? Si el cumplimiento más exacto y observante de todas las normas éticas no sirve de ninguna manera para justificarnos y convertirnos en hijos de Dios, ni el conocimiento de todas las leyes basta para descubrir su voluntad, ¿no habrá perdido por completo su misión?

XI. La función pedagógica de la moral: 
     etapa introductoria y pasajera

Si todo lo que hemos dicho es verdadero, la moral, como conjunto de normas y leyes, debería representar para los cristianos un papel bastante más secundario y accidental de lo que ha significado para muchos. La metáfora que utiliza san Pablo conserva todavía una riqueza y expresividad extraordinaria. La ley ha ejercido la función de pedagogo, como un maestro que orienta y facilita la educación de las personas. "Así la ley fue vuestra niñera hasta que llegase Cristo" (Gál 3,24), por un mecanismo que nos conduce cerca del salvador.

La única condición, en efecto, para recibir la gracia es que el hombre experimente la necesidad de sentirse salvado por una fuerza trascendente. En la medida en que capta su pobreza, indigencia y pecaminosidad, buscará fuera la salvación que él no puede conseguir. Ahora bien, "la función de la ley es dar conciencia del pecado" (Rom 3,20). A1 confrontarnos con ella, aunque su cumplimiento no justifique, se comprende el margen de impotencia y limitación que la persona nunca supera por sí misma, pues "cuando quiero hacer lo bueno me encuentro fatalmente con lo malo en las manos" (Rom 7,21). Esta sensación dolorosa que la moral nos revela despierta un grito de esperanza: "¿Quién me librará de este ser mío, instrumento de muerte? Pero ¡cuántas gracias le doy a Dios por Jesucristo nuestro Señor!", quien "lo que resulta imposible ala ley... lo ha hecho" (Rom 7,24 y 8,3). A través del fracaso, experimentado por la inobservancia de la ley, se ha descubierto la necesidad de un salvador. Se reconoce la propia indigencia que nos abre la posibilidad de una gracia 36.

El régimen legal, que debería ser sólo una etapa pasajera e introductoria, no debe convertirse en algo absoluto y definitivo. Si en lugar de preparar al cristiano para una libertad adulta y responsable se prefiere seguir manteniéndolo en un estado infantil -con la ley como una niñera que no se aparte de su lado-, la crítica que aparece en la carta a los Hebreos tendrá en nuestro ambiente una perfecta aplicación: "Cierto, con el tiempo que lleváis, deberíais ya ser maestros y, en cambio, necesitáis que os enseñe de nuevo los rudimentos de los primeros oráculos de Dios; habéis vuelto a necesitar leche, en vez de alimento sólido; y claro, los que toman leche están faltos de juicio moral, porque son niños" (Heb 5,13).

XII. Recuerdo de otras exigencias interiores

Incluso para los justos, la moral puede servir como termómetro para medir el grado de nuestra vivificación interior. La afirmación de Pablo no deja lugar. a dudas: "Si os dejáis llevar por el Espíritu, no estáis sometidos a la ley" (Gál 5,18). Es decir, cuando existe una tensión interna, espiritual y dinámica, no se requiere ninguna reglamentación. Mientras los cristianos celebraban la eucaristía y comulgaban con frecuencia, no fue necesario que la Iglesia obligara al precepto dominical o impusiera la comunión por pascua. El precepto surgió a medida que el pueblo iba olvidando esta dimensión eucarística, como un intento de recordar lo que ya se había perdido. En este sentido puede afirmarse con toda propiedad que ninguna ley ó código ético "ha sido instituida para la gente honrada; está para los criminales e insubordinados, para los impíos y pecadores... y para todos los demás que se opongan a la sana enseñanza del evangelio" (1 Tim 1,9-11).

El día que la exigencia interior decaiga en el justo, la ley vendrá a recordarle que ya no se siente animado por el Espíritu. Desde fuera oirá la misma invitación, pero que ya no resuena por dentro. Es más, cuando la coacción externa de la ley se experimente con demasiada fuerza, cuando resulte excesivamente doloroso su cumplimiento, será un síntoma claro de que nuestra tensión "pneumática" ha ido en descenso progresivo. Si la ley se vivencia como una carga molesta, como una forma de esclavitud, habría que tener una cierta nostalgia, pues "donde hay Espíritu del Señor hay libertad" (2Cor 3,18). La moral, de esta forma, no sólo nos ayuda a sentirnos salvados por Cristo, sino que descubre a cada uno la altura de su nivel espiritual.

Finalmente, tampoco se debe olvidar que nuestra libertad, como nuestra salvación, se mantiene en un estado imperfecto, sin haber alcanzado la plenitud pues sólo tenemos la primicia (cf Rom 8,23) y la garantía (cf 2Cor 1,22) de la liberación definitiva. En este estado, la norma objetiva ayudará a discernir sin equívocos posibles las obras de la carne y los frutos del Espíritu. El homo viator está todavía sujeto a los engaños y a la mentira del mundo, y su libertad, por ello, es demasiado frágil e imperfecta. Tener delante unas pautas de orientación con las que poder confrontar la conducta es un recurso prudente y necesario. En aquellas ocasiones, sobre todo cuando la complejidad del problema y la falta de conocimiento impide una valoración más personal, las normas iluminan, dentro de sus posibilidades, el camino más conveniente. Pero nunca deberían ocupar el puesto de privilegio que tantas veces se les ha otorgado.

Lo mismo que el legalismo supuso un período de infancia en la historia de la humanidad hasta la liberación traída por Jesús (Gál 4,1-7), en la vida moral de cada persona se da también una etapa infantil -que se prolonga con frecuencia durante mucho tiempo o, hasta el final de la vida-, caractrizada por la preponderancia de lo moral y jurídico. Caminar hacia la libertad y el discernimiento supone un esfuerzo constante en busca de la madurez cristiana. Sólo los que consiguen esta meta viven el ideal evangélico. Para los demás únicamente queda elegir entre una doble esclavitud: la de la ley, cuando se quiere encontrar en ella el fundamento de nuestra conducta, o la del libertinaje, si se orienta la vida de acuerdo con los gustos humanos. La pregunta de san Pablo hay que seguir. repitiéndola: "¿Queréis ser sus esclavos otra vez como antes?" (Gál 4,10).

NOTAS: 1 J. JEREMIAS, El mensaje central del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 19722, 17-37 -2 Sin duda, la carta magna de la libertad cristiana es la escrita a los gálatas. Sobre el tema puede verse F-PASTOR, La libertad en la carta a los Gálatas, Eapsa, Madrid 1977, donde se encontrarán abundantes textos bíblicos y otra bibliografía. Con posterioridad, A.G. QUENUM, La liberté chrétienne: l énseignement de 1 ápótre Paul dans ses lettres aux Galates et aux Romains, en "EunDoc" 34 (1981) 267-286; AA. V V., Lo¡ et évangile, Labor et Fides, Génova 1981; J.M. ARRONIZ, Ley y libertad cristiana en san Pablo, en "Lumen"33 (1984) 385-411; R. YATES, Saint Paul and the Law in Galatians, en "IrTh Quar" 51 (1985) 105-124; Z.I. HERMAN, Liberi in Cristo. Saggi esegetici sulla libertó dalla Legge nella Lettera ai Galati, Antonianum, Roma 1986; AA.VV., La liberté chrétienne. Lép?tre aux galates, en "LetV" 192 (1989); H. PONSOT, La liberté chez Paul, en "VieSpir" 144 (1990) 1927; F. MARIN HEREDIA, Evangelio de la gracia. Carta de san Pablo a los Gálatas. Traducción y comentarios, en "Carthaginensia" 6 (1990) 3-137 - J Sobre la condena rabínica de san Pablo, cf diferentes textos y bibliografía en J.M. ARRONIZ, a. c. (n. 2), 389 -4 El problema de la circuncisión fue el más repetido. Sobre él recuerda a los gálatas su ida a Jerusalén para confrontar la veracidad de su evangelio: "Di este paso por motivo de esos intrusos, de esos falsos hermanos que se infiltraron para expiar la libertad que tenemos como cristianos. Querían esclavizaros, pero ni por un momento cedimos a su imposición, para preservarnos la verdad del evangelio" (Gál 2,4-5). Comentario de este texto en F. PASTOR, o. c. (n. 2), 51-76; cl`. Gál 2,11-14, donde se enfrenta a Pedro por no haber tenido el suficiente valor y energía, "temiendo a los partidarios de la circuncisión". A. MEHAT, "Quand K'ephas vint á Antioche... "Que s ést-il passé entre Pierre et Paul?, en "LetV" 192 (1989) 29-43. Sus diferencias con Mateo, en. D. MARGUENAT, El porvenir de la ley. Mateo puesto aprueba ante Palo, en "SelecTeol" 23 (1984) 196-204 - $ S. LYONNET, Libertad cristiana y ley nueva, Sígueme, Salamanca 1967, 87-91. Aquí resume la oposición abierta o latente que encontró, entre muchos, su evangelio de la libertad. Como poco después afirma (p. 94): "Muy pronto copistas bien intencionados intentaron mitigar" algunas de sus afirmaciones que resultaron escandalosas - 6 La opinión de los comentaristas sobre si san Pablo invita aquí a una nueva libertad espiritual o admite también una liberación civil del estado de esclavitud no es unánime. El texto parece ambiguo y la mayoría se inclina por el primer sentido. Cf E. WALTER, Primera carta a los Corintios, Herder, Barcelona 1971, 123-128; 0. KUN, Carta a los Corintios, Herder, Barcelona 1976, 228-230; W. SCHRAGE, Ética del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 1987, 285-289. Esta mística de la libertad aparece también con un sentido político en el fanatismo de los zelotes. Cf. J. LEIPOLDT y W. GRUNDWANN,El mundo del Nuevo Testamento, Cristiandad, Madrid 1973, 299-304; J. L. ESPINEL, Jesús y los movimientos políticos y sociales de su tiempo. Estado actual de la cuestión, en "CieTom" 113 (1986) 251-284 -IM. GILLET, Vivre sans loi? en "LetV" 192 (1989) 5-14, cree que la carta a los Gálatas, desde un punto de vista psicoanalítico, está marcada con un signo de regresión, como el adolescente que busca su absoluta independencia -la compara al mayo del 68-, ya que la ley del padre es necesaria para el proceso y maduración evolutiva. Me parece una lectura demasiado superficial, pues no tiene en cuenta la ley del amor, que radicaliza aún más el principio de realidad -sSanto Tomás, recordando el texto de Jer 31,33, afirma que "la ley nueva es principalmente la gracia del Espíritu Santo escrita en el corazón de los fieles" (S. n., 1-II, 106-1), y al citar el texto de san Pablo de que "la letra mata, nventras el Espíritu da vida" (2Cor 3,6), comenta, siguiendo a san Agustín: "Por la palabra 'letra' hay que entender cualquier ley exterior al hombre, incluso los preceptos morales y evangélicos. Por eso la letra misma del evangelio mataría si no existiera la gracia interior" (ib, 106-2). Cf G. SALET, La lo¡ dans nos coeurs, en "NouvRevTh" 79 (1957) 449-462 y 561-578; S. PINCKAERS, La lo¡ de Nvangile ou lo¡ nouvelle selon saint nomas, en AA.VV., o.c. (n. 2), 57-79; J. ETIENNE, Lo¡ et gráce. Le concept de la lo¡ nouvelle dans la Somme néologique de S. nomas d Aquin, en "RevThLouv" 16 (1985) 5-22; B. HXRING Vita in Cristo: il "si" riconoscente alla legge dello Spirito, en "StMor" 15 (1985) 279-299; R. KDcH, Il dono messianico del cuore nuovo (Ez 36,25-27), en "StMor" 26 (1988) 3-14; B. QUELQUEJEU, La "lo¡ de Nvangile "ou la lo¡ nouvelle: lo¡ de liberté chez saint nomas d Aquin, en "VieSpir" 144 (1990) 29-41 - 9In 1loannis, tr. 7,8; A.G. QUENuM L étre nouveau du chrétien, fondement de sa liberté, en "EunDoc" 34 (1981) 393-408 -'0 K. RÁHNER, Sobre el problema de una ética existencia formal, en ET II, 225-243 - 11 M. K. DUFFEY, Llamados a la santidad: moral cristiana y espiritualidad, en "SelecTeol" 27 (1988) 169172 - Iz 0. CULLMANN, Christ et le temps, Niestlé, París 19772, 164. En parecidos términos se expresa SPIcQ, Teología moral del Nuevo Testamento I, Eunsa, Pamplona 1973, 47-49. Para J. CAMBIER, Vie chrétienne en Égltse. Lépitre aux Ephesiens lue aux chrétiens d áujourd huí, Desclée, París 1966, 155-157, es el término técnico de la libertad cristiana. Como acto de la prudencia espiritual lo designa L. M. DEWAILLY, La jeune Église de nessalonique, Du Cerf, París 1963, 84. Y como una exigencia del mismo apostolado, I. RICART, El "discerniment cristiá"en la carta oís Gálates. Estudi de Gál 6,4.5, en "Rev CatTeol" 13 (1988) 1-22 - 13 Estudios como los de R. SCHNACKENBURG, El testimonio moral del Nuevo Testamento, 2 vols., Herder, Barcelona 1989-1991; J. M. CASABE, La teología moral en san Juan, Eapsa, Madrid 1970; W. SCHRAGE, a.c. (n. 11), u otros, como VTB o DTB, apenas si tienen alguna referencia. Como hecho aislado, A. CHOLLET, Discernement, en DthC IV, 13751415. Puede verse también AA.VV., en "Con" 139 (1978); G. PIGATO, A la ricerca dell ésperienza cristiana autentica: "il discernimento spiritua1e" en "CredOgg" 4 (1984) 55-65 - I4J.M. CASTILLO, El discernimiento cristiano. Para una conciencia crítica, Sígueme, Salamanca 1984, 43. Recomiendo su lectura- I1 Un estudio completo de este término en G. THERRIEN, Le discernement dans les écrits pauliens, Gabalda, París 1973 L. Asclurro, Decisione e libertó in Cristo (Dokimasefn in alcuni passi di s. Paolo), en "Riv TeolMor" 3 (1971) 229-245 - I6J.M. ROVIRA BELLOSO, ¿Quiénes capaz de discernir, en "Con" 139 (1978) 597-608; J.M. CAMBIER, La liberté chrétienne, une moral d ádultes. Visage actuel d `un christianisme vivant, Ed. Peeters, Lovaina (s. a.); J. THOMAS, Llamados a la libertad. Lo que está en juego en toda formación cristiana, Sal Terrae, Santander 1986- I7J. FONT, Discernimiento de espíritus. Ensayo de interpretación psicológica, en "Mantesa" 59 (1987) 127-147; J.A. GARCIA-MONGE, Estructura antropológica del discernimiento espiritual, en "Mantesa" 61 (1989) 137-145 - 28 J.B. LIBANIO, Discernimiento y política, Sal Terrae, Santander 1978; E. DUSSEL, Discernimiento: ¿Cuestión de ortodoxia u ortopraxisZ, en "Con" 139 (1978) 552-567; E. MENÉNDEZ UREFIA Ideología religiosa e ideología política, en "SaIT" 66 (1978) 263-271; M. DE FRANCA MIRANDA, Discernimento cristóo e contexto socio político, en "Convergencia" 19 (1984) 166-174 (resumido en "SelecTeol" 24 [1985] 171-174); F. LóPEz, Discernimiento cristiano de opciones y compromisos políticos, en "PersSoc" 3 (1989) 81-98 - 19 Desde este punto de vista es interesante L.M. RULLA, Discernimiento de espíritus y antropología cristiana, en "Mantesa" 51 (1979) 41-64. También E. M. URENA, Discernimiento cristiano, psicoanálisis y análisis marxista, en "Con" 139 (1978) 568-583; C.G. VALLE, Saber escoger. El arte del discernimiento, Sal Terrae, Santander 1986-zo Para un análisis más completo de otros textos, me remito al estudio de J.M. CASTILLO, o.c. (n. 14), y a la bibliografía de la nota 15. También J. GDUBERNAIRE, La práctica del discernimiento bajo la guía de san Pablo, Sal Terrae, Santander 1984 - zl Sobre el significado de este término puede verse un buen resumen en G. HAFFNER, Mundo, en SM IV, 827ss (con bibliografía) - 27 Cf M. ZERW ICK, Analysis philologica Novi Testamenti graeci, PIB, Roma 1960, 299 - z; El anakainosis aparece en Tit 3,5 con esta finalidad - 24Literalmente habría que traducirlo por "lo que no es conveniente", "lo que no es decente", como contrapuesto a lo bueno, agradable y acabado de 12,2 - 25 Cf la parte dedicada a los romanos en el estudio de G. TERRIEN, o. c. (n. 22), o su publicación anterior Le discernement dans 1 ép7tre aux Romains, en "StMor" 6 (1968) 77-135 -26 C. SPICQ, Agapé dans le Nouveau Testament II, Lecoffre, París 1959, 254 - 27 C. SPICQ, o.c. (n. 12), 48 - 28 SANTO TOMÁS, Suma contra los gentiles III 154 - 29 D. BONHUFFER Ética, Estela, Barcelona 1968, 24 - 31J.M. RAMBLA, El discernimiento, utopía comunitaria, en "Manresa" 59 (1987) 105-126; J.C. DHOTEL, Discernir en común. Guía práctica del discernimiento comunitario, Sal Terrae, Santander 1989 - %1 "En las cosas prácticas se encuentra mucha incertidumbre, porque el actuar sobre situaciones singulares y contingentes por su variabilidad resultan inciertas" (S. Th., I-II, 14-1) - 32 Es sensata y realista la ya antigua afirmación de B. HARING: "El cristiano, a pesar de ser discípulo de Cristo y miembro fiel de la Iglesia, se encuentra muchas veces fluctuando entre la incertidumbre y la audacia. El que un hombre sienta inquietud ante la inseguridad de sus decisiones indica a no dudarlo, que la conciencia moral está despierta. El soberbio no duda fácilmente de la certidumbre de sus juicios; se cree seguro en su poder; el hombre obtuso moralmente no advierte los escollos de la vida moral" (La ley de Cristo I, Herder, Barcelona 1965, 212) - 33 Pueden verse otras enumeraciones en Ef 5,8-9; Flp 1,10-11; Sant 3,17-18 - 3^ Cf las reglas de discreción de espíritus en las Ejercicios espirituales de SAN IGNACIO; P. PENNIGN DE VRIEs, Discernimiento. Dinámica existencial de la doctrina y del espíritu de san Ignacio de Loyola, Mensajero, Bilbao 1967; W. A. PETERS, Ignacio de Loyola y "la discreción de espíritus", en "Con" 139 (1978) 530-538; D. GIL, Discernimiento según san Ignacio, CIS, Roma 1980; B. JUANEs, La elección ignaciana según el segundo y tercer tiempo, CIS, Roma 1980; AANV., Lázione dello Spirito Santo riel discernimento, CIS, Roma 1980; J.C. FUTRELL, El discernimiento espiritual, Sal Terrae, Santander 1984 - ;5 J. SOBRINO, El seguimiento de Jesús como discernimiento, en "Con" 139 (1978) 516-529 - 36 AA. V V., Lo¡ el évangile, Labor et Fides, Génova 1981; G. LAFONT, Une lo¡ de foi. La pensée de la lo¡ en Romains 3,1931, en "RechSCRel" 61 (1987) 32-53.

E. López Azpitarte