TOMÁS DE AQUINO (Santo)
TEOLOGÍA FUNDAMENTAL

Santo Tomás representa el punto de madurez en la gran escolástica sobre el tema de la revelación, Después de él, hasta el siglo xx, la terminología se irá haciendo más precisa, más técnica; pero la reflexión no ganará mucho en profundidad. Lo que impresiona encanto Tomás, muerto en el 1274, es la multiplicidad y la riqueza de los aspectos que descubre en la realidad de la revelación: operación salvífica que procede del amor libre de Dios; acontecimiento histórico que se desarrolla en el tiempo y alcanza a los hombres de todos los siglos; acción divina que se inserta en la vida psicológica del profeta; doctrina sagrada comunicada por Cristo a sus apóstoles y, por medio de ellos, transmitida a la Iglesia; grado de conocimiento situado entre el conocimiento natural, el conocimiento de fe y el conocimiento de visión.

1. LA REVELACIÓN COMO OPERACIÓN SALVIFICA. Toda la teología, toda la vida de fe, todo el dato revelado procede de la revelación; pero este dato no se llama directamente revelación. Ésta es una acción que procede del amor libre de Dios, con vistas a la salvación del hombre. Pues bien, como esta salvación es Dios mismo, en su vida íntima, esto es, un objeto que supera absolutamente las fuerzas y las exigencias del hombre, era menester que Dios mismo se diera a conocer al hombre para indicarle este fin y el camino que conduce a él (S. Th., I, i-lc). Por otra parte, como el conocimiento de las verdades del orden natural sobre Dios y sobre nuestras relaciones con él resulta una empresa difícil, al alcance de pocos y con peligros de error, Dios se las ha revelado también a todos "para que todos, fácilmente, pudieran hacerse partícipes del conocimiento divino, y esto al abrigo de toda duda y de todo error" (C.G, I, 4; S. 7h., I, i-lc, texto recogido por.el Vaticano I: DS 3005). Así pues, santo Tomás considera la revelación en su aspecto activo, como la acción de Dios que ofrece libre y graciosamente al hombre las verdades necesarias y útiles para la consecución de su salvación sobrenatural. Lo revelado (revelatum) son esencialmente esos conocimientos sobre Dios inaccesibles a la razón, y que, por tanto, sólo pueden conocerse a través de la revelación. Lo revelable se entiende más bien de esos conocimientos, que de suyo no superan la capacidad de la razón, pero que Dios ha revelado porque son útiles a la obra de la salvación y porque la mayor parte dé los hombres, dejados a ellos mismos, no llegarían a conocerlos; de hecho, forman parte ahora del bloque de la revelación. En una palabra, lo revelatum debe ser revelado, mientras que lo revelabile podría serlo (S. Th., I, 1-3, ad 2).

2. LA REVELACIÓN COMO ACONTECIMIENTO HISTÓRIC0. Por este titulo, la revelación se presenta a santo Tomás como una operación jerárquica, marcada por la sucesión, el progreso y la multiplicidad de las formas y medios de comunicación.

a) Primeramente, una operación jerárquica. La verdad de la salvación nos llega como las aguas de una gran fuente, cuyo contenido no llegaría a la llanura más que después de haber formado embalses sucesivos: primero lbs ángeles, según el orden de las jerarquías celestiales; luego los hombres, y entre ellos los más grandes, a saber: los apóstoles y los profetas. A continuación se derrama por la multitud de los que la acogen por la fe, según una operación análoga: los que poseen un conocimiento más amplio deben transmitirlo y explicarlo-a los simples fieles, obligados a adherirse explícitamente sólo a los artículos de fe (S.Th., II-II, 2-6c). A1 momento de la revelación que se constituye sucede elde la revelación que se aplica.

b) En segundo lugar, la revelación se caracteriza por la sucesión: no es algo que se dé de antemano, sino según unas etapas que constituyen realizaciones parciales del designio divino total. La riqueza de la revelación era tan grande que el hombre necesitó siglos de preparación para ir tomando poco a poco posesión de ella y asimilaría (Ad Heb., l,l). Se pueden así distinguir en la historia de la revelación tres épocas, al frente de cada una de las cuales figura una revelación superior, de la que se derivan todas las demás: la revelación hecha a Abrahán de la existencia de un Dios único, que establece la revelación patriarcal y se dirige a unas cuantas familias sosamente; la revelación mosaica o la del nombre de Dios, que establece la era profética y se dirige a todo un pueblo; la revelación de Cristo, finalmente, con la revelación del misterio de la vida íntima de Dios en la Trinidad de personas, que establece la era cristiana y se dirige a toda la humanidad. Dios "condesciende" con la debilidad de la humanidad, dejando que se filtre tan sólo la luz que es capaz de recibir (S. Th. II-II, 1-7, ad 3).

c) Un doble movimiento atraviesa la economía de la revelación y constituye el dinamismo de su progreso. Por un lado, un movimiento que va constituyendo poco apoco el depósito de la revelación: de los patriarcas a los profetas y a lbs apóstoles. Por otro lado, un movimiento que va acercando poco a poco la humanidad a la encarnación. Cuanto más se acerca a Cristo, más se acerca a la plenitud de la revelación. Con Cristo llega la primavera de la gracia, el tiempo del cumplimiento. "La última consumación de la gracia se hizo con Cristo"; por eso se dice que el tiempo de Cristo es el tiempo de la plenitud (S. Th., II-II, i-'l, ad 4).

d) Finalmente, la revelación es polimorfa. Para darse a conocer, Dios no ha despreciado ninguna forma de comunicación¡ En su comentario a la carta a los Hebreos (Ep. ad Neb., 1,1), santo Tomás subraya la extraordinaria riqueza y diversidad de los caminos de Dios: multiplicidad y variedad de los personajes a los que se dirige; diversidad de los procesos psicológicos (visiones corporales, imaginativas, intelectuales); revelaciónes sobre el pasado, el presente o el futuro, que se dirigen al hombre bien para instruirlo, o bien para castigarlo por sus infidelidades; diversidad finalmente, en los grados de claridad u oscuridad. Con Cristo y los apóstoles alcanza su cima y su plenitud el acontecimiento de la revelación. No por ello, sin embargo, ha desaparecido el espíritu de profecía. Algunos hombres gozan de él; no para suplir a urca revelación deficiente, sino para iluminar la conducta humana a partir de la revelación ya dada (S. Th., II-II, 174-6, ad 3).

3. LA RREVELACIÓN PROFÉTICA COMO CARISMA DE CONOCIMIENTO. Santo Tomás se interesa ante todo por la revelación profética (De Ver., 12; II-II, 171 a 174; Contra Gentes 111,154). En tiempos del modernismo pudo cundir la leyenda de que la revelación católica sólo presenta verdades caídas del cielo; habría sido preferible leer entonces a santo Tomás, que varios siglos antes se interesaba por la revelación en su fase psicológica, como acción divina que se inserta en el psiquismo humano. Su De prophetia se caracteriza realmente por un asombroso respeto a los datos complejos de la experiencia profética.

Santo Tomás distingue en la profecía el conocimiento profético de su uso, ,a saber: la denuntiatio o la proclamación de la profecía (S. Th., IIII, 171-1c). En un primer tiempo, el profeta siente la acción de la luz divina sobre él (De Ver., 12-1 c). Luego, en un segundo tiempo, proclama: el profeta escoge entonces sus imágenes según su temperamento y su experiencia personal. En concreto, ¿cómo se realiza este desvelamiento que pone al profeta en posesión de la verdad divina? (S. Th., Il-lI, 171-6c). Como todo conocimiento humano, la profecía supone unas representaciones (acceptio rerum) y un juicio, pero los dos superelevados por el carisma-profético: el juicio se lleva a cabo bajo el influjo de una luz especial concedida al profeta. "El elemento formal en el conocimiento profético es la luz divina; de la unidad de esa luz es de donde la profecía saca su unidad específica, a pesar de la diversidad de objetos que esta luz manifiesta a los profetas" (S. Th., II1I, 171-3, ad 3): En, efecto, esta luz ilumina undato con una riqueza prodigiosa: acontecimientos históricos, comportamiento de las personas, visiones interiores, sueños, etc. Sin embargo, la esencia de la profecía no reside en ese elemento representativo, sino en la luz divina que se le concede al vidente para que pueda discernir, juzgar y expresar las intenciones de Dios. Gracias a la iluminación recibida, el profeta juzga, con certeza y sin error, los elementos presentes a su conciencia, y de esta manera toma posesión de la verdad que Dios quiere comunicarle. Por esta iluminación y este juicio se realiza verdaderamente, en el profeta, la manifestación del pensamiento divino. Una vez agraciado con ello, el profeta reacciona vitalmente. Pasivo en la inspiración que lo supereleva, percibe activamente en la revelación (S.Th., II-Il, 1711, ad 4). Por encima del plano de las imágenes, alcanza la verdad más profunda que éstas designan (S. Th., 1111, ,173-2, . ad 2). Por tanto, la luz concedida. por Dios es el elemento esencial que caracteriza al profeta. Pero el profeta, en sentido pleno, es el que recibe de Dios al mismo tiempo las representaciones y la luz para juzgar de ellas (S.Th., Il-II 173-2c). En la revelación en sentido fuerte, "el profeta posee la mayor certeza de las realidades que conoce por el don de profecía y tiene por cierto que esas verdades se le han revelado divinamente" (S. Th., IMI, 171-5c). Por eso Jeremías puede decir: "Es verdad que el Señor me ha mandado a vosotros a pronunciar todas estas palabras para que las escuchéis" (Jer 26,15). Bajo el esplendor de la luz que recibe, el profeta percibe sin razonamiento explícito, lo mismo que cuando se alcanza la causa en el efecto, que Dios es el autor de esa luz y el autor de la verdad que le descubre esta luz. El profeta no necesita más signos; la luz que recibe es tari intensa que tiene plena certeza de su origen. Tal fue el caso de Abrahán, dispuesto a inmolar a su hijo único sobre la base de la iluminación recibida (S. Th., II-1I, 171-5c). De este mismo modo se expresa también Teresa de Ávila (El castillo interior, morada sexta).

La acción por la cual Dios se comunica con el hombre mediante signos creados es designada por Tomás como palabra de Dios, debido a la analogía que presenta con la palabra humana, que es también comunicación del pensamiento por medio de signos. La palabra interior, en los profetas, no es sino la iluminación del espíritu (De Ver., 12-1; ad 3). La palabra entendida como comunicacion entre seres inteligentes, es una categoría que abraza a la vez la comunicación humana, la angélica y la divina (S.Th., I, 107-1c; 107-2; De Ver., 18-3). En cuanto sonido o gesto, la palabra, no se le puede atribuir a Dios más que por metáfora; pero en cuanto hecho espiritual y comunicación de pensamiento, no supone ninguna imperfección y se le puede atribuir: Lo mismo que por medio de la palabra exterior recurrimos a un vocablo portador de sentido, también Dios, cuando ilumina al profeta, le da una representación significante, un signo de su esencia espiritual. Así es como Dios habló a Adán, a los patriarcas, a los profetas. Estos signos, evidentemente, son representaciones deficientes del misterio divino; pero por ellos, gracias a la luz que los ilumina, Dios nos invita a su vida: nos haba.

4. LA REVELACIÓN POR CRISTO Y LOS APÓSTOLES. La reflexión de santo Tomás sobre la función reveladora de Cristo está menos elaborada que su análisis de la experiencia profética. Sin embargo, se encuentran en la Suma indicaciones muy sugestivas sobre el papel de Cristo y de los apóstoles. El prólogo de la III parte, que trata de Cristo salvador, comienza con estas palabras: Cristo "nos ha mostrado el camino de la verdad" para que, por él, vayamos al Padre. Para manifestar su pensamiento, el hombre lo enparna en unos sonidos o unas letras; lo mismo Dios, "al querer revelarse a los hombres, revistió de carne en el tiempo a su Verbo concebido desde toda la eternidad" (In Joh., 14-2). Por la carne que tomó, el Verbo nos habla y lo entendemos (In Joh., 8-3). Nadie mejor que él puede manifestar la verdad, ya que él es en persona luz y verdad (In Joh., 18-6). Cristo predica y enseña tanto con sus acciones como con sus palabras (In Joh., 11-6); pero a diferencia de los maestros humanos, él enseña por fuera y por dentro (In Joh., 13-1; 3-1). Cristo instruyó a sus apóstoles por su predicación y por su Espíritu (In Joh., 17-6), manifestándoles el sentido de su doctrina. Santo Tomás, sin duda alguna, destaca en la revelación el resultado de la acción reveladora, a saber: la verdad de la fe. La terminología no engaña: el conjunto de conocimientos que Dios reveló a los profetas y a los apóstoles recibe en él el nombre de "doctrina sagrada", "enseñanza según la revelación" que contiene la Escritura (S.Th., I, 1-lc).

5. DE LA REVELACIÓN A LA IGLESIA Y A LA FE. Dios propuso directamente su verdad a los profetas y a los apóstoles; a nosotros nos. la propone por la Iglesia. Ésta es, por tanto, la regla infalible en lo que atañe a la proposición de la verdad revelada (S.Th. II-II, 5-3c y ad 2, ad 3). Los símbolos de fe que van jalonando la historia de la Iglesia expresan una misma y única fe: explicitan el dato revelado teniendo en cuenta los errores o desviaciones que van brotando. La mayoría de los hombres no tienen acceso a la revelación más que mediatamente, por la predicación de la Iglesia. Dios nos ayuda a creer con una triple ayuda: la predicación exterior, los milagros que acreditan esa predicación y también "un atractivo interior, que no es sino una inspiración del Espíritu por la que el hombre se ve impulsado. a dar su asentimiento a lo que es objeto de fe... Esta llamada es necesaria, porque nuestro corazón no se inclinaría hacia Dios si Dios mismo no nos atrajese hacia sí" (In Rom, 8-6; S. Th., II-II, 2-9, ad 3). La llamada interior de la gracia es el "testimonio" de la "verdad primera que ilumina e instruye al hombre interiormente" (Quodl. 2,4-6, ad 3). De esta forma Dios concede al hombre un doble don: el de la doctrina de la salvación y el de la gracia para que la acoja en la fe. Santo Tomás no llama revelación a la-acción de esta gracia, al menos habitualmente, sino más bien llamada, atractivo, ayuda, moción, testimonio y, sobre todo, instinto interior, que viene de Dios como una llamada dirigida personalmente a cada uno:

6. LA REVELACIÓN COMO GRADO DE CONOCIMIENTO DE DIOS. La revelación y la fe no son para ellas mismas, sino para la visión, porque el fin del hombre es entrar algún día en la contemplación de Dios. En este sentido, la revelación histórica es un conocimiento imperfecto, un momento de nuestra iniciación en la visión. En el hombre se da un triple conocimiento de Dios: en el primer grado el hombre se eleva a Dios por medio de las cosas creadas; en el segundo, Dios desciende a nosotros, se inclina sobre el hombre y se revela a él; en el tercero el hombre "será elevado a ver perfectamente lo que se le ha revelado" (Contra Gentes IV, 1). La perfección de la revelación sólo se realizará en la parusía (S. Th., II-II, 5-1, ad 1). Tan sólo entonces "será conocida la verdad primera, no ya en la fe, sino en la visión... Entonces ya no se le propondrá al hombre la verdad envuelta en velos, sino totalmente al descubierto" (Contra Gentes IV, 1). Por su palabra, Dios nos hace entrar poco a poco en el misterio de su vida íntima.

Hasta el concilio de Trento, la controversia protestante, con su principio de la sola Scriptura como fuente de la revelación y con la intemperancia del iluminismo protestante que gratifica a cada uno de los fieles con una revelación inmediata del Espíritu, tuvo el efecto de apartar la atención de los teólogos del carácter histórica e incarnacional de la revelación, para preocuparse ante todo de la revelación objetiva, del mensaje de la fe y de la garantías de su origen divino.

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R. Latourelle