SIGNOS DE LOS TIEMPOS
TEOLOGÍA FUNDAMENTAL

SUMARIO:
1. Recuperación de un término antiguo;
2. Nueva perspectiva del Vaticano II;
3. Líneas para una teología de los signos de los tiempos

R. Fisichella

La atención constante a la historia y la relación del evangelio con ella hacen surgir, teológicamente, el tema de los signos de los tiempos.

Signos de los tiempos es una expresión antigua; su origen evangélico remite a la necesidad que ha de tener el creyente de escrutar constantemente el mundo en que vive para poder comprender ante todo las expresiones positivas o negativas que se dan en él, verificar luego las orientaciones que asume y, finalmente, poder influir en él con la fuerza provocadora y renovadora del evangelio.

1. RECUPERACIÓN DE UN TÉRMINO ANTIGUO. La expresión aparece por primera vez en Mt 16,3 (Lc 12,5456). Más allá de la autenticidad o no del texto, que muy probablemente se resiente de una interpolación posterior, estamos frente a la dialéctica que opone continuamente Jesús a las exigencias de sus interlocutores: la necesidad de ver un signo como prueba de su divinidad. Como ya en 12,38-39, Jesús remite al "signo de Jonás", que será el único que hará comprender la realidad de su misterio. Aquí, sin embargo, recurriendo a un simple fenómeno meteorológico, el evangelista parece insertar una explicación ulterior que intenta destacar tanto el carácter absurdo de la exigencia que presentan a Jesús los "fariseos y saduceos" como su incapacidad para saber reconocer en él al mesías: "Por la tarde decís: Hará buen tiempo, porque el cielo se enrojece. Y por la mañana: Mal tiempo, porque el cielo se enrojece con sombras. Sabéis interpretar el aspecto del cielo, ¿y no sois capaces de interpretar las señales de los tiempos?"

Se trata de una invitación a ser perspicaces, esto es, a saber estar dispuestos a mirar en profundidad, en lo más íntimo, la realidad, para poder así reconocer lo esencial.

Se debe a la acción profética de Juan XXIII la recuperación del valor y del significado de esta categoría para la vida de la Iglesia y para la reflexión teológica. El sentido original del versículo de Mateo fue utilizado insistentemente por el pontífice con la intención de provocar a los cristianos a saber mirar los cambios del mundo contemporáneo para poder anunciar de nuevo el evangelio de Cristo de forma que pueda ser comprendido.

En el documento de convocatoria del concilio Vaticano II, Humanae salutis, fechado simbólicamente el 25 de diciembre de 1961, se dice textualmente: "Haciendo nuestra la recomendación de Jesús de saber distinguir los signos de los tiempos, creemos descubrir en medio de tantas tinieblas numerosas señales que nos infunden esperanza sobre los destinos de la Iglesia y de la humanidad" ("AAS" 54 [1962] 5-13).

Contra los "profetas de desventuras", siempre dispuestos a anunciar acontecimientos nefastos, como si el fin del mundo estuviera siempre acechando (cf Discurso de apertura del concilio, 11 de octubre de 1962), Juan XXIII proponía el optimismo evangélico para saber responder a los momentos de crisis de la Iglesia y de la sociedad con una renovada fuerza espiritual capaz de reconocer las virtualidades presentes en los hombres de buena voluntad y la acción constante del Espíritu.

Este mismo pathos puede vislumbrarse en la última encíclica de este papa, la Pacem in terris, escrita pocos meses antes de su muerte. Al final de cada capítulo Juan XXIII proponía la lectura de algunos signos de los tiempos. Nótese que el texto oficial latino, quién sabe por qué misterio redaccional, no lleva esta expresión, que puede encontrarse, sin embargo, en todas las traducciones oficiales de la encíclica.

También Pablo VI empleó esta expresión en su primera encíclica, Ecclesiam suam. En este texto se advierte que hay que "estimular en la Iglesia la atención constantemente vigilante a los signos de los tiempos y la apertura continuamente joven que sepa verificarlo todo y quedarse con lo que es bueno" ("AAS" 56 [1964] 609-610).

El concilio, con el nuevo clima que se estaba creando, especialmente en las relaciones Iglesia-mundo, no podía encontrar una solidaridad mayor con estos precedentes. En varias ocasiones aparece este término en los diversos documentos conciliares, hasta encontrar en la Gaudium el spes su formulación oficial. "Signos de los tiempos" puede ser considerada, en este horizonte, como una de las formulaciones más originales del concilio en su intención pastoral.

En este punto resulta útil mencionar algunos textos explícitos en los que aparece esta expresión, ya que son fundamentales para la comprensión de esta categoría y constituyen unos puntos muy útiles de referencia para su interpretación teológica.

Por orden cronológico, es fácil señalar el camino de los textos conciliares:

a) "Como quiera que hoy, en muchas partes del mundo, por inspiración del Espíritu Santo, se hacen muchos esfuerzos con la oración, la palabra y la acción para llegar a aquella plenitud de unidad que Jesucristo quiere, este santo sínodo exhorta a todos los católicos a que, reconociendo los signos de los tiempos, participen diligentemente en la labor ecuménica" (UR 4).

b) "Saludando con alegría los venturosos signos de la época presente y denunciando con tristeza estos hechos deplorables el sagrado concilio exhorta a los católicos y ruega a todos los hombres que consideren con suma atención cuán necesaria es la libertad religiosa, sobre todo en la presente situación de la familia humana" (DH 15).

c) "(Los presbíteros) oigan de buen grado a los laicos, considerando fraternalmente sus deseos y reconociendo su experiencia y competencia en los diversos campos de la actividad humana, a fin de que, juntamente con ellos, puedan conocer los signos de los tiempos" (PO 9).

d) "Para cumplir esta misión, es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza" (GS 4).

En estos textos puede verse un continuo progreso en la enseñanza conciliar: partiendo de una perspectiva de vida interna a la comunidad cristiana, mediante la cual se invita a los creyentes al compromiso por la unidad, se pasa progresivamente a reconocer la presencia de signos externos que provocan a la Iglesia en dos frentes: el primero, en el ámbito de la libertad religiosa; el segundo, en el reconocimiento de las conquistas del saber, de forma que se pueda anunciar el evangelio deforma comprensible.

Tras estos textos explícitos vienen otros muchos textos del concilio en donde es muy clara la referencia a los signos de los tiempos, aunque de forma implícita. Una breve ojeada a este punto podrá ayudar sucesivamente a la elaboración de una "teología de los signos de los tiempos" realizada por el Vaticano II.

Hay dos párrafos de la GS especialmente importantes en este tema: "El pueblo de Dios, movido por la fe, que le impulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios. La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre. Por ello orienta la mente hacia soluciones plenamente humanas" (GS I 1).

Y en el número 44 continúa: "Es propio de todo el pueblo de Dios, pero principalmente de los pastores y de los teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina, a fin de que la verdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor entendida y expresada en forma más adecuada".

2. NUEVA PERSPECTIVA DEL VATICANO II. Aunque recuerdan la enseñanza de siempre, es fácil constatar cómo estos textos implantan, ante todo en la reflexión teológica, algunos principios que son básicos para la verificación del intento conciliar sobre las nuevas relaciones que ha de asumir la Iglesia frente a la historia humana y la actuación de los hombres en las diversas situaciones socioculturales.

Las siguientes observaciones pueden permitir un cuadro más global de la teología de los signos de los tiempos realizada por el Vaticano II.

a) Como primer dato, hay que señalar el cambio de lenguaje, que revela una perspectiva diferente en la que se inserta la Iglesia. En efecto, la comunidad cristiana se autocomprende como sierva de la Palabra que se le ha confiado y que tiene la responsabilidad de transmitir en la historia. La Iglesia está, junto con sus contemporáneos, en constante y permanente camino en la búsqueda- y adquisición de la verdad entera (Jn 16,13). Se ofrece a todos y a cada uno como compañera en la búsqueda de la voluntad real de Dios, y por tanto del bien de la humanidad. A los hombres y mujeres de este tiempo que buscan a Dios les ofrece su "compañía de la fe", sabiendo muy bien que la acción del Espíritu que la guía actúa y se dilata también fuera de sus confines institucionales (LG 8).

b) Para cumplir la misión recibida de Jesucristo, la Iglesia pide la ayuda de los hombres de su tiempo, a fin de ser capaz de leer atentamente los fenómenos humanos y las tensiones.que se vienen a crear en la historia. Es una Iglesia "pobre" la que surge de estos textos, una Iglesia que ha perdido toda forma de presunción y arrogancia y que es consciente de que la verdad es búsqueda en común y que ella la posee sólo en la perspectiva dinámica de la escatología. Se deduce, por tanto, la responsabilidad de una solidaridad con todos y la conciencia de un compromiso universal para la consecución de la salvación, por lo que nos salvamos todos juntos o no correspondemos a la misión que hemos recibido.

Es una Iglesia que deja la perspectiva de ser maestra ante el mundo, para recuperar la categoría del discipulado, sabiendo que uno solo es el maestro, Cristo (Mt 23,10): "La Iglesia reconoce los muchos beneficios que ha recibido de la evolución histórica del género humano... La Iglesia necesita de modo muy particular la ayuda de quienes por vivir en el mundo, sean o no creyentes; conocen a fondo las diversas instituciones y disciplinas y comprenden con claridad la razón íntima de todas ellas" (GS 44). Nunca se habían oído en estos últimos siglos palabras tan claras y explícitas por parte del magisterio respecto al mundo y la ayuda que la comunidad creyente pide a todos, en virtud de su pertenencia a la humanidad y de su competencia en el ámbito científico. No es preciso demostrar a cuántos años luz están estas palabras de las fórmulas de perplejidad y de condena del siglo pasado frente al "mundo" y el progreso; la Iglesia, de esta manera, ha vuelto a descubrir valientemente un nuevo modo de ponerse ante las culturas y la sociedad. Negarlo equivaldría a olvidar los honrados esfuerzos que se han realizado en este sentido; y olvidarlo significaría traicionar el espíritu del Vaticano II.

c) La asunción de los signos de los tiempos obliga a la Iglesia, en su enseñanza, a la atención permanente ante las diversas situaciones de vida y las diferentes culturas que subyacen a los modelos de las sociedades. El mundo y su historia se modifican y varían a la vuelta de pocos años; cada vez más se imponen las formas de progreso y de técnica, y la información alcanza al mismo tiempo a pueblos muy distantes entre sí; el evangelio, sin embargo, tiene que ser anunciado y comprendido también en esas situaciones para que llegue a todos el mensaje de salvación.

Los signos de los tiempos pueden orientar entonces hacia una interpretación más universal y global del mensaje salvífico, ya que intentan presentar aspiraciones y concreciones de ideales que son patrimonio común de la humanidad. En cierto modo pertenecen a la pedagogía de la revelación puesto que pueden identificarse con aquellos gérmenes de vida, los logoi spermatikoi, tan apreciados por los padres de la Iglesia, que están colocados en el mundo y en el corazón de cada individuo, para capacitarlos a percibir más fácilmente la acción de Dios, que suscita continuamente fuerzas nuevas para la realización plena de lo creado.

d) Ante los signos de los tiempos, la Iglesia se ve provocada a desarrollar su acción profética, ya que está llamada a comprometerse a leer los signos y emitir el juicio de Dios sobre ellos. En el horizonte de la ! profecía que caracteriza a la comunidad cristiana, el juicio estará siempre en el horizonte de la salvación, en cuanto que proviene del centro mismo de la revelación, que presenta al crucificado como lugar definitivo de la salvación, al ser la expresión última del amor del Padre.

A1 emitir este juicio, la comunidad creyente se aparta de los diversos "profetas de desventuras" y reconoce, finalmente, la bondad de la creación en todas sus expresiones, igual que las conquistas positivas del hombre cuando están orientadas al bien de todos. Así pues, recoge cada una de estas expresiones en el escenario más omnicomprensivo de la palabra de Dios, para que puedan quedar plenamente iluminadas y orientadas (GS 40-90).

e) Finalmente, los signos de los tiempos mueven a considerar seriamente el horizonte escatológico que caracteriza a la fe cristiana. En efecto, con estos signos, todos, creyentes y no creyentes, se ven relacionados con un futuro como espacio y tiempo definitivo del cumplimiento de sí mismo y de toda la historia humana. 

Así pues, los signos de los tiempos representan aquellas etapas necesarias para los que viven todavía la condición de peregrinos, mediante las cuales es posible vivir con vigilancia y con espíritu atento la espera del esposo que ha de venir. Si la condición de vigilancia es un deber evangélico para la comunidad, es igualmente una obligación para el no creyente, ya que sólo así puede ser capaz de percibir la evolución de la historia y de la cultura y estar dispuesto a dar respuesta a los interrogantes que eventualmente tuvieran que surgir de ella.

A través de la asunción de esta categoría creemos que el concilio favoreció ulteriormente aquel procedimiento de personalización de una apologética del signo que ya había iniciado con la Dei Verbum y la Lumen gentium.

Para resumir la novedad de la enseñanza conciliar a este propósito, podemos decir que hay dos datos que resultan determinantes: 1) Jesucristo es el signo fontal de la revelación, y la Iglesia es, en fidelidad a él, su signo sinónimo; éstos son los signos permanentes de la presencia de Dios, y por tanto, fundamentalmente, los verdaderos signos de los tiempos. Estos signos de revelación orientan a la historia escatológicamente y permiten la finalización del devenir histórico. Son signos del tiempo para este tiempo, ya que llevan impresa dentro de sí la nota de la universalidad, que los hace plenamente accesibles a todo tiempo y normativos para cada uno. 2) Son igualmente signos de los tiempos todas aquellas aspiraciones de la humanidad que determinan el progreso y orientan hacia la adquisición de formas de vida más humanas.

3. LINEAS PARA UNA TEOLOGIA DE LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS. Recogiendo los diversos datos descritos con vistas a una "definición" de los signos de los tiempos que ayude a la comprensión del fenómeno, podemos decir que éstos son acontecimientos históricos que crean un consenso universal, por los que el creyente es confirmado en la verificación del obrar inmutable y dramático de Dios en la historia, y el no creyente se orienta hacia la individuación de opciones cada vez más verdaderas, coherentes y fundamentales en favor de una promoción global de la humanidad.

Esta "definición" intenta sintetizar algunas ideas constitutivas para la identificación de los signos de los tiempos. Se habla ante todo de acontecimientos históricos; esto significa que no todos los hechos pueden ser considerados signos de los tiempos, sino sólo aquellos que tienen la característica de ser acontecimientos. Acontecimiento es lo que constituye una etapa fundamental de la historia de todos; es tan-cualificante que marca una piedra miliar en la marcha de la humanidad. Es un punto de referencia tan necesario que sin él no se alcanzaría una plena comprensión de la historia de un período, de un pueblo o de una cultura. Por tanto, decir que los signos de los tiempos son acontecimientos equivale a darles una dimensión epocal.

Se dice además que se requiere el consenso universal; por eso estos signos deben ser catalizadores de alguna manera. Tienen que expresar una característica de universalidad; en efecto, su significado debe ser recibido por todas partes en su sentido más genuino. Por tanto, los signos de los tiempos están llamados a expresar el signo progresivo de unidad de los diversos elementos humanos que, prescindiendo de análisis propios de intereses privados, tienden hacia el bien de la humanidad.

En la "definición" que hemos dada se distingue expresamente entre la lectura del creyente y la del no creyente, bien para subrayar más la nota de la universalidad de los signos que, en cuanto tales, no deben estar sometidos a ningún prejuicio; bien para favorecer el encuentro sobre el alcance de los signos antes de su interpretación; bien, finalmente, para permitir al creyente llevar a cabo una verdadera compañía de la fe sin pretensión alguna respecto al "otro"(/ Teología fundamental: destinatario).

Así pues, por creyente entendemos al que está inserto en la comunidad cristiana y al que, en virtud de esto, está llamado a leer los signos de los tiempos a la luz de la palabra de Dios (GS 11; 44) y a ver en ellos una presencia peculiar del Creador. El creyente, en virtud de la fe, será llevado a identificar cada signo con las diversas manifestaciones del amor trinitario de Dios revelado en Cristo. Sin embargo, en el reconocimiento y en la lectura de los signos será llamado a realizar el mismo camino que el no creyente y tendrá que caminar con él hasta el fin; sin embargo, luego estará llamado a dar un paso más, puesto que tendrá que llegar a la interpretación cristológica y eclesial del signo.

Para el no creyente, los signos de los tiempos podrán expresar las tensiones y las aspiraciones de los hombres hacia una forma de vida más humana. Sin embargo, si los signos tienen que crear un consenso, esto significa que capacitan también al no creyente para aquel compromiso coherente, a fin de que la verdad única sobre el hombre y sobre la creación pueda ver finalmente la luz plena. Pero al actuar en compañía con el creyente, también el no creyente podrá verse provocado a una pregunta ulterior, que podrá desembocar en la cuestión sobre Dios y en la opción de fe cristiana.

Lo que hemos expuesto hasta ahora afecta principalmente a la descripción sobre la naturaleza de los signos de los tiempos. Para una visión global del fenómeno es conveniente añadir algunas observaciones sobre el discernimiento de los signos.

En cuanto signos, participan de la naturaleza del signo (/Semiología, I); son, por tanto, una relación entre un significante y un significado; su lectura y su interpretación están muchas veces sometidas a ambigüedad. ¿Cómo es posible señalar los signos de los tiempos? ¿Y a quién compete su interpretación?

El concilio había ya destacado algunos fenómenos particulares que, por sus características, parecen atestiguar la presencia de Dios en el mundo y pueden identificarse como signos de los tiempos; entre ellos se reconoce: la santidad personal del creyente, que atestigua la novedad del evangelio (LG 39-42), las aspiraciones profundas por la libertad religiosa (DH 15) y el respeto a la dignidad del hombre (GS 63-72), el martirio como signo supremo del amor y de la coherencia con el ideal de vida (LG 42), la tensión hacia formas de cultura más humanas y universales (GS 53-62), la búsqueda y la dinámica hacia la paz internacional (GS 7790). Todos estos signos, en la perspectiva de los padres conciliares, remiten casi intuitivamente a Dios y crean un consenso universal.

¿Pero cómo proceder en el reconocimiento y en la interpretación de otros signos que de vez en cuando propone la historia?

Puesto que, como se ha dicho, los signos de los tiempos son ante todo acontecimientos históricos, es necesario que su importancia quede confiada primariamente a las ciencias humanas. En varias ocasiones y de forma explícita, la Iglesia y la enseñanza del magisterio han manifestado su confianza en la ciencia y en los científicos (GS 15; 44); se les pide un reconocimiento preliminar de los fenómenos que crean consenso y que de suyo tienden a imprimir en la sociedad formas de vida más humanas. Una vez reconocidos los signos, hay que interpretarlos.

Consideramos que, como principio teológico, el intérprete cualificado de los signos de los tiempos tiene que ser la comunidad creyente. El concilio dice que el sujeto de la interpretación es la "Iglesia" (GS 4); pero inmediatamente después explicita esta afirmación hablando de "todo el pueblo de Dios", especialmente los "pastores y los teólogos" (GS 44). Como puede verse, se da una interpretación que, por una parte, hace referencia a la comunidad entera y, por otra, destaca a los pastores y a los teólogos, probablemente en virtud de su ministerio y de su competencia.

Más en conformidad con la descripción de los signos de los tiempos que se ha ofrecido, podría aplicarse aquí para su interpretación lo que sostenía Pablo VI en la Octogesima adveniens como método de lectura para los fenómenos sociales, en cuanto que se.destaca más a la comunidad particular. Leemos allí: "Corresponde a las comunidades cristianas analizar objetivamente las soluciones de su país, aclararlas a la luz de las palabras inmutables del evangelio, aplicar los principios de reflexión, los criterios de juicio, las normas de acción" (OA 3).

En unos pocos rasgos encontramos en este texto los principios fundamentales que determinan el modo de situarse ante los signos de los tiempos: reconocimiento, lectura, interpretación, juicio; pero dentro de la comunidad y con la competencia específica de cada uno.

Por tanto, toda la Iglesia local se hace intérprete de los signos de los tiempos, respetando las funciones y los carismas de cada uno, pero caminando "junto con toda la humanidad" (GS 40), ya que forma con ella la única familia de Dios.

Del mismo modo que la comunidad reconoce los signos de los tiempos, que como tales tienen siempre el elemento de la positividad, ya que tienden al progreso de la humanidad y de la comprensión de la verdad revelada, así también esa comunidad está llamada al reconocimiento de los anti-signos que, por el pecado de todos, impiden el verdadero progreso y retrasan la acción de liberación global.

El segundo momento que se debe poner en acto es el de la interpretación de los signos. Puesto que los creyentes y los no creyentes están unidos en el reconocimiento, es oportuno que una criteriología hermenéutica no anule la fuerza de este elemento.

Pensamos, por, tanto, que pueden asumirse ciertos criterios generales en cuanto que expresan la intención de compartir en común, y ciertos criterios específicos que caracterizan a la lectura cristológica y eclesial. de los creyentes.

Pueden asumirse como generales dos criterios: el de la dignidad humana, que favorece el reconocimiento de todas las formas que suponen la libertad y la promoción de cada persona, y el de la justicia, que debe considerarse como el punto mínimo e indispensable del amor, ya que con ella cada uno se pone en la condición de vivir una vida dignamente humana.

Bajo los criterios específicos es evidente que resulta más determinante la referencia teológica, ya que toca a la comunidad, que, de suyo, vive la realidad que anuncia. Pensamos en tres criterios, que expresamos con el lenguaje bíblico de:

a) Glorificar a Cristo (Jn 16,14): los signos de los tiempos, en cuanto que son irradiación de la gloria del Señor, tienenque encontrar su plena significación solamente en él. Por eso, cada uno de los signos tiene que volver a Cristo y tender a su gloria, para anunciar ulteriormente la victoria de su muerte sobre toda forma de injusticia y de pecado. Por consiguiente, los verdaderos signos de los tiempos pueden reconocerse porque llevan dentro de sí esta dinámica de superación de límites y capacitan para el reconocimiento de.la verdadera libertad.

b) Edificar la Iglesia (Ef 2,22): en cuanto que la comunidad creyente es mediación de la revelación, constituye también su signo histórico permanente que percibe cada uno. Los signos de los tiempos tienen que urgir a los creyentes a la construcción escatológica de la Iglesia, para que a través de las diversas formas de participación en la vida de la humanidad pueda realizarse en su misión. Si por un lado los signos de los tiempos capacitan a la humanidad para formas de vida más humanas, por otro tienen que sostener a la Iglesia en su camino hacia el encuentro con el esposo. La presencia de los diversos carismas y ministerios que se dan para la construcción de la Iglesia encuentran en este horizonte su ambiente más vital. Como expresión del amor y de la actuación de Dios, los signos de los tiempos se comprenden como tales, ya que son reconocidos como formas que permiten a la Iglesia saber corresponder a las exigencias de la historia con la fuerza del evangelio.

c) Recapitular todo en Cristo (Ef 1,10): los signos de los tiempos tienen que orientar a los creyentes para que sepan mirar permanentemente hacia "los cielos nuevos y la tierra nueva", en donde quedará definitivamente desterrada toda clase de muerte. Por tanto, los verdaderos signos de los tiempos abren a la plenitud de la realización cósmica, en donde todo, lo creado, la historia y la humanidad en ella, encontrará su cumplimiento. Si los signos de los tiempos tuvieran que detenerse tan sólo en la referencia inmediata o en la realización temporal, carecerían para los creyentes de toda su fuerza de propulsión hacia la construcción del futuro.

Con la lectura que hemos presentado, los signos de los tiempos pueden reducirse a su núcleo esencial, constituido por el acontecimiento mismo de la revelación: el amor trinitario de Dios. De la forma culminante de este amor, constituida por la muerte del Hijo, surgen otras expresiones y formas de amor, para que este único signo permanezca como normativo y reconocible para siempre.

La atención a los signos de los tiempos es una tarea irrenunciable para la Iglesia y una responsabilidad para cada uno. Con ello se hace más inmediato el descubrimiento de todo lo que hay de bello, de bueno y de verdadero en nuestra historia y en el mundo que formamos. Pero, para los creyentes, esos signos tienen un significado ulterior: la presencia permanente de un Dios que, incluso después del acontecimiento de la encarnación, sigue habitando en medio de nosotros y viviendo con nosotros.

La atención a los signos de los tiempos, con sus elementos de reconocimiento, lectura e interpretación, no puede, sin embargo, agotar la tarea de los creyentes de tener que crear continuamente nuevos signos a través de los cuales hacer visible la actualidad de la revelación. Una teología de los signos, que se detuviera tan sólo en su lectura, sin saber proseguir en la voluntad de suscitar nuevos signos, quedaría privada de algo esencial. Los criterios adoptados anteriormente exigen que los creyentes estén en disposición de mirar siempre hacia nuevos signos, por estar continuamente atentos a las diversas situaciones de la vida.

Por consiguiente, los signos de los tiempos constituyen un desafío que la Iglesia lanza al mundo; con ellos invita a vivir elpresente histórico con toda la intensidad que posee, pero sin olvidar que la mirada ha de orientarse siempre hacia el futuro que está delante.

La capacidad de percibir y de poner nuevos signos de los tiempos estará en proporción con la capacidad de saber hacer revivir también para el día de hoy los tiempos mesiánicos de la presencia de Dios entre nosotros. Es la palabra del Señor la que nos invita a ello: "Os aseguro que el que cree en mí hará las obras que yo hago y las hará aún mayores que éstas, porque yo me voy al Padre" (Jn 14,12). Esto supone para cada creyente que no puede permanecer como espectador pasivo; la fe es testimonio de un trabajo coherente y continuo que dura toda la vida, sin conocer el reposo del sábado.

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R. Fisichella