II. Resurrección

El cristianismo se confirma o se destruye con la creencia de que, a través de la persona e historia de Jesucristo, Dios ha sido definitivamente revelado. El punto culminante de esta automanifestación se alcanzó, según la constitución dogmática sobre la divina revelación (Dei Verbum, n. 4) del Vaticano II, con la muerte y gloriosa resurrección de Cristo, que fueron seguidas por el envío del Espíritu Santo.

La resurrección del Jesús crucificado es el acto decisivo, que no solamente reveló de modo definitivo e insuperable el Dios tripersonal, sino que inauguró el final de la historia y la plenitud de nuestra salvación. Inmediatamente después de reconocer que el punto culminante y definitivo de autorrevelación divina tuvo lugar en la primera pascua y en pentecostés, la Dei Verbum señala enseguida la importancia salvadora de esta autocomunicación divina: "Él (Cristo) llevó a la plenitud toda la revelación... que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y la muerte y para hacernos resucitar a una vida eterna" (DV 4).

La TF debería abordar al menos cuatro grandes cuestiones aquí. ¿Qué querían decir los primeros cristianos con su afirmación sobre la resurrección de Jesús? ¿Cómo llegaron a saber de él y a creer en él como resucitado de entre los muertos? ¿Cómo trajo la resurrección del Jesús crucificado la definitiva autorrevelación del Dios tripersonal? ¿En qué sentido podemos legitimar hoy la fe pascual?

1. LA AFIRMACIÓN. La evidencia proveniente de la tradición kerigmática -citada por Pablo (p. ej., 1 Cor 15,3b-5), de las fórmulas prepaulinas sobre Dios (el Padre) que resucita a Jesús de entre los muertos (p.ej., Gál 1,1;1Tes 1,9-10), de las fórmulas primitivas insertadas en los discursas de Pedro en el comienzo de Hechos (p.ej., He 2,22-24.32-33.36) y de otro material tradicional citado por varios autores del NT (p.ej., Lc 24,34), demuestra que la afirmación acerca de la resurrección de Jesús de entre los muertos se remonta a los orígenes del movimiento cristiano. ¿Cómo se puede recapitular entonces el contenido primario de esa afirmación proveniente de los años 30-50 d.C., es decir, de las dos décadas cruciales antes de que Pablo y después otros autores del NT empezaran a escribir sus obras?

En esencia, los primeros cristianos afirmaban que por medio del poder divino Jesús mismo había resucitado a la vida. La tradición prepaulina hablaba de Dios que resucita a Jesús (o su Hijo) de entre los muertos (p.ej., Rom 10,9; ITes 1,10), o también hablaba de Jesús "que es resucitado" (p.ej., ICor 15,4; Mc 16,6), lo que implica que esto ha ocurrido "por medio del poder divino". La afirmación primaria no era que la causa de Jesús continuaba o que los discípulos habían sido "resucitados" a una nueva conciencia y a la vida de fe (cuando llegaron a ver que Jesús estaba en lo cierto sobre Dios), sino que el Jesús crucificado había sido traído personalmente desde el estado de muerte al de una vida nueva y perdurable. Por supuesto, las fórmulas prepaulinas reconocían que la resurrección de Jesús había tenido lugar para transformarnos y "justificarnos" ante Dios (Rom 4,25). Sin embargo, en primera instancia, la afirmación de la resurrección se refería a lo que le sucedió a Jesús mismo.

Es claro que los primeros cristianos no presentaban la resurrección de Jesús como una mera vuelta a la vida de un cadáver -el simple retorno a la vida esperado por 2Mac 7, implicado en la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5 35-43) o imaginado por el miedo de Herodes acerca del retorno a la vida de Juan el Bautista (Mc 6,16). Utilizando un modelo "vertical", espacial de "arriba y abajo" (en vez del modelo más "horizontal" o temporal del kerigma de Cristo coma crucificado, sepultado, resucitado, al tercer día y que se aparece a determinados individuos y grupos), los primeros cristianos hablaban también, o mejor cantaban, de Jesús como el que es "exaltado" o "elevado" a la gloria divina (p.ej., Flm 2,6-11; LTim 3,:16). Este lenguaje litúrgico, hímnico, de exaltación, citado de la tradición prepaulina, indica que los primeros cristianos concebían la resurrección de Cristo como su transformación gloriosa, final. Lejos de ser una mera reanimación, se entendía que su resurrección ha anticipado la gloriosa resurrección general que la literatura apocalíptica (p.ej., Is 26,7-21; Dan 12,1-4) espera que tendrá lugar al final de la historia.

Pablo y otros escritores del NT siguieron esta primitiva tradición en ambos sentidos. Presentaban la resurrección de Jesús como su definitiva transformación gloriosa (p.ej., 1Cor 15,20-58; Lc 24,26; He 13,34; IPe 1,11); en segundo lugar, sabían que su resurrección era el principio de la resurrección final, general (p.ej., 1Cor 15,20; Col 1,18). 

Hasta aquí he indicado las afirmaciones originales y esenciales sobre el hecho y la naturaleza de la resurrección de Jesús de entre los muertos. Volvemos ahora a la cuestión: ¿Cómo conocieron los primeros cristianos que este acontecimiento había tenido lugar?

2. LOS ORÍGENES DE LA FE PASCUAL. Durante su ministerio, Jesús ligó la norma presente y venidera de Dios a su propia persona y actividad (p.ej., Mc 1,15; Mt 6,10; 8,11; 12,28 Lc 12,8-9; 17,20-21). Al proclamar el reino de Dios, revelaba un marcado sentido de autoridad personal, que transforma en su propio nombre la ley divina (p.ej., Mc 10,9; Mt 5,2148). Actuaba con sorprendente confianza en sí mismo cuando rechazó varias interpretaciones del descanso del sábado (Mc 3,1-5), y afirmó el derecho a decidir lo que debería hacerse o no debería hacerse en ese día sagrado (Mc 2,28). Además, Jesús ejerció su extraordinaria autoridad de una manera profundamente compasiva, identificándose con la preocupación divina de perdonar y salvar definitivamente a los pecadores (p.ej., Mc 2,5-17; Lc 7,48; 15,11-32; 19,1-10). Lo mismo que entendía que su palabra y la palabra de Dios eran idénticas, del mismo modo entendía que su presencia y la salvación de Dios eran idénticas.

Añádase también: a) la conciencia filial única (p.ej., Mt 11,27) que mostró hacia Dios, al que se dirigía con asombrosa intimidad como Abba (Mc 14,36), y b) el sentido de su misión mesiánica que le llevó a ser crucificado (al menos en parte) con el cargo de ser un pretendiente mesiánico (Mc 15,26) (l Mesianismo).

Su muerte por crucifixión, después de la condena por parte de las autoridades tanto religiosas como políticas, parecía demostrar que era falsa la afirmación de Jesús de que en su persona y actividad habían llegado la revelación y la salvación divinas definitivas. Murió aparentemente abandonado (Mc 15,34), e incluso maldecido por Dios (Gál 3,13; 1Cor 1,23). Algunos investigadores han argumentado que los judíos de la época de Jesús no entendían que la muerte por crucifixión significara ser maldecido por Dios. Pero la evidencia a partir de Pablo y Qumrán (Rollo del Templo 64,12) deja claro que ésta, "la más despreciable de las muertes" (Josefo), a diferencia de la decapitación de Juan el Bautista y las formas de ejecución sufridas por otros profetas martirizados (cf Lc 13,34; Mt 23,35), simbolizaba rechazo por parte de Dios.

¿Qué se puede razonablemente sostener sobre la situación de los discípulos de Jesús después de su crucifixión y sepultura? Parece que durante su ministerio le habían reconocido en algún sentido como mesías (Mc 8,27-30), pero que no podían aceptar su destino de sufrimiento como Hijo del hombre (Mc 8,31-33; 9,32; 10,35-45). Los discípulos masculinos que habían permanecido con Jesús huyeron en el momento de su arresto, y Pedro le negó. Condenado y crucificado como un blasfemo y falso mesías, Jesús murió aparentemente abandonado y maldecido por el Dios al que había llamado "Padre amado". La evidencia que tenemos a partir de los evangelios coincide con lo que podíamos esperar: que el Calvario provocó una profunda crisis teológica en los discípulos y echó por tierra su fe en Jesús y en el Dios en cuyo nombre él había actuado.

Algunos escritores han afirmado un grado sustancial de continuidad entre la fe prepascual y la pospascual de los discípulos. Esta hipótesis sostiene que los discípulos, en su camino a través de la crisis del Calvario, reflexionaron y oraron, llegando a la conclusión de que Jesús estaba en lo cierto acerca de Dios y debía estar ahora vivo con su Padre. Al avanzar hacia su fe pascual, los discípulos fueron sustancialmente ayudados por las creencias judías generales sobre la reivindicación divina de los profetas escatológicos martirizados, y quizá por cosas específicas que Jesús había dicho sobre su propia reivindicación después de la muerte, por ejemplo, en términos del reino (Mc 14,25) y el Hijo del hombre (Mc 9,31; cf también 8,31; 10,33-34). En este sentido, algunos han defendido que las apariciones del Señor resucitado y el descubrimiento de su tumba vacía sencillamente no eran necesarias para suscitar la fe pascual de los discípulos. Quizá las "apariciones" no fueran más que una manera de expresar el progreso psicológico, cuando los discípulos finalmente vieron la auténtica verdad sobre Jesús y llegaron a la conclusión de que tenía que estar vivo y con Dios.

Por varios motivos, tales hipótesis sobre la continuidad sustancial entre la fe prepascual y pospascual de los discípulos no se tienen en pie. En primer lugar, la tradición prepaulina establece que ellos creyeron que el Jesús resucitado no era sencillamente un profeta reivindicado, sino el mesías (p.ej., 1Cor 15,3b). Las expectativas mesiánicas del AT incluían muchos elementos reales, sacerdotales, proféticos y escatológicos. Pero no hay evidencia real de que ningún judío esperara jamás un mesías que sería matado, y mucho menos uno que sería matado y después resucitado de entre los muertos. Todavía más indispensable y absurda era la idea de la resurrección de un mesías crucificado. Sin embargo, eso era lo que los primeros cristianos proclamaban. Sus creencias judías previas no pueden dar razón de tal afirmación particularmente nueva.

En segundo lugar, como W. Pannenberg y otros han subrayado correctamente, la proclamación cristiana de la resurrección gloriosa y final de una persona (Jesús) sólo era algo sorprendentemente nuevo. En aquella época la expectación de una resurrección general al final de la historia era sostenida por muchos judíos. La predicación de Jesús presuponía una resurrección general de ese tipo (p.ej., Mt 8,11; Lc 11,32), y al menos una vez entró en debate acerca de su naturaleza (Mc 12,18-27). A su grupo íntimo de seguidores puede haberle anunciado su reivindicación a través de la resurrección (Mc 9,31), pero ni esa predicción de la pasión ni las otras dos (Mc 8,31; 10,33-34) especifican la naturaleza de su muerte violenta (crucifixión) o la naturaleza escatológica gloriosa de su resurrección. De ahí que ni de sus creencias judías ni de Jesús mismo pudieron los discípulos haber sacado lo que empezaron a proclamar, la resurrección final, gloriosa, de una persona (Jesús)., anticipo de una resurrección general que estaba todavía por venir.

En tercer lugar, la interpretación de las apariciones pascuales como nada más que el progreso finalmente de los discípulos hacia la verdad sobre Jesús no se. corresponde con lo que los testigos del NTindican acerca de las aparicionés. Por estas y otras razones, la tesis de un paso relativamente suave para los discípulos de su fe de la precrucifixión a su proclamación pospascual no encaja con la evidencia.

Podemos prescindir también de la afirmación, que todavía se hace de vez en cuando, de que los discípulos habían sido preparados para hablar sobre la resurrección de Jesús por las historias que habían oído acerca de los dioses que mueren y resucitan. Desde los tiempos de Celso, crítico del siglo II del cristianismo, se ha afirmado que después de la muerte de Jesús sus discípulos sencillamente aplicaron a su maestro muerto el modelo de deidades tales como Dionisos, Isis y Osiris que se creía que resucitaban cada primavera encarnando la nueva vida y la abundancia de frutos que sucedía a la muerte y decadencia del invierno. No es difícil adivinar las diferencias entre estas historias y el caso de Jesús. A diferencia de Jesús (a quien los discípulos habían conocido personalmente), no hay razón para pensar que ninguna de estas deidades de la vegetación existiera jamás. En segundo lugar, los discípulos proclamaban que Jesús había resucitado de una vez para siempre de entre los muertos, no que volviera cada año del mundo de los muertos, como la naturaleza pasaba del invierno a la primavera. En tercer lugar, hubiera sido extremadamente difícil para los discípulos inspirarse en el modelo de deidades de la vegetación. En la Palestina del siglo I apenas existe huella de ningún culto de dioses que mueren y resucitan. Por estas y otras razones, es claro que las creencias previas acerca de deidades que mueren y resucitan no movieron a los discípulos a empezar a proclamar la resurrección de Jesús.

Nos quedamos, pues, con dos catalizadores de la fe pascual presentada en el NT: en primer lugar, el encuentro de los discípulos con el Señor resucitado; en segundo lugar, el signo negativo, confirmatorio, de la tumba vacía.

A diferencia del evangelio apócrifo de Pedro, del siglo II (9,35; 11,45), nuestras fuentes neotestamentarias nunca afirman que nadie fuera testigo del propio acontecimiento de la resurrección de Jesús. Más bien, la tradición prepaulina (p.ej., 1Cor 15,3b-5), Pablo (p.ej., 1Cor 15,6-8), los cuatro evangelios y las tradiciones en las que los evangelistas se inspiraron (p.ej., Lc 24,34) testifican que el Jesús resucitado y vivo se apareció a determinados individuos y grupos, sobre todo a "los doce" o "los once", como Lc 24,33, con más exactitud, llama al grupo después de la defección de Judas. Estas fuentes varían en cuanto al lugar en que ocurrieron las apariciones (¿Galilea? ¿En o en torno a Jerusalén?) o a veces no nombran para nada ningún lugar (p.ej., 1Cor 15,5-8). Las fuentes difieren en cuanto a: a) si Pedro (1Cor 15,5; Lc 24,34) o María Magdalena (Mt 28,910; Jn 20,11-18) fue el primero en ver a Jesús resucitado, y b) qué puede haberse dicho durante esos encuentros (p.ej., Mt 28,16-20; Lc 24,36-49; Jn 20,19-23). Pero de estas fuentes diversas tenemos atestación múltiple de apariciones a individuos (como María Magdalena, Pedro y Pablo) y grupos, en particular a "los once". Estas apariciones fueron el medio principal por el que los discípulos llegaron a saber que Jesús había resucitado de entre los muertos.

¿A qué se parecían estas apariciones? La evidencia a partir de Pablo, los evangelios y de otros apoya las siguientes conclusiones. Las apariciones, aunque, a), no abiertas a observadores neutrales, fueron, b), acontecimientos de revelación que manifestaron el, c), significado escatológico y, d), cristológico de Jesús, y, e), llamaban a quienes las recibían a una misión especial, f), a través de una experiencia que era única y, g), no meramente interior, sino que implicaba alguna percepción externa, visual.

Con respecto a a), a diferencia de la situación durante su ministerio terrenal, el Jesús resucitado no se apareció a enemigos, o extranjeros. Todos aquéllos a los que se apareció eran, o al menos llegaron a ser, creyentes por medio de esa experiencia. La única excepción (parcial) a está generalización se hallasen la versión de Lucas del encuentro de Pablo en el camino de Damasco. En dos de los tres relatos, las compañeros del apóstol oyen la voz (He 9,7).o ven la luz del cielo (He 22,9), pero en ninguna ocasión ven o se comunican con Jesús mismo. Se comportan no como testigos directos de la pascua, sino como testigos externos de la dramática experiencia de Pablo.

Pablo testifica la naturaleza reveladora, b), de su encuentro con el Jesús resucitado (Gál 1,12.16), que se manifestó a sí mismo, c), como quien vive ya la vida definitiva de los últimos tiempos (1Cor 15,20.23.45), y d), como Cristo e Hijo de Dios (1Cor 15,3b-5; Gál 1,12.16). En y a través de las apariciones, el Cristo resucitado, e), llamó y envió a Pablo (1Cor 9,1; Gál 1,11-17) y a los otros apóstoles (p.ej., Mt 28,16-20) a su misión. Algunos intentan interpretar las apariciones posteriores a la resurrección como simplemente los primeros ejemplos de experiencias accesibles a todos los cristianos posteriores. Pero el NT da testimonio de la naturaleza irrepetible de las apariciones (p.ej., Jn 20,29; 1Pe 1,8), que concluyó con la llamada de Pablo (1Cor 15,8). La naturaleza especial de las apariciones al grupo apostólico correspondía a sus funciones irrepetibles de testificar que el Cristo resucitado era/es personalmente idéntico al Jesús terreno y de fundar la Iglesia por medio de su mensaje pascual. Para hacer eso no se fiaron del testimonio de otros; ellos habían visto al Cristo resucitado por sí mismos y habían creído en él. Finalmente, g), a diferencia de las experiencias de los profetas mayores del AT, los encuentros que siguieron a la resurrección no fueron ante todo cuestión de oír (la palabra divina), sino de ver al Cristo resucitado. Las apariciones fueron ante todo visuales (p.ej., 1 Cor 9,1; 1Cor 15,5-8; Mc 16,7; Mt 28,17; Jn 20,18), más que auditivas.

La resurrección de Jesús fue confirmada por el descubrimiento de su tumba vacía (Mc 16,1-8; Jn 20,1-2). El NT es consciente de que la tumba vacía no demostraba claramente la resurrección. La ausencia del cuerpo de Jesús se podía explicar suponiendo que había sido robado, o al menos cambiado a cualquier otra parte (Mt 28,11-15; Jn 20,2.13.15). Pero una vez ofrecido el signo positivo principal (las apariciones del Jesús resucitado), el signo negativo secundario de su tumba abierta y vacía confirmaba la realidad de su resurrección.

Algunos han sostenido que Mc 16,1-8 y posteriores relatos de la tumba vacía ni expresan ni pretenden expresar ninguna información factual sobre el estado de la tumba de Jesús. Eran simplemente modos imaginarios de anunciar la fe de la Iglesia en la resurrección, totalmente derivados de la proclamación principal de la resurrección del Jesús crucificado y de las apariciones subsiguientes (1Cor 15,3-8). Normalmente se supone que esta elaboración legendaria ha tenido lugar en los diez o quince años que van del parco relato de las apariciones de Pablo (1Cor 15,5-8) y la redacción del evangelio de Marcos. Sin embargo, una cuidadosa exégesis de las dos tradiciones (sobre las apariciones y la tumba vacía) pone de manifiesto tales diferencias que es difícil ver que la primera tradición esté produciendo la segunda. Elementos importantes hallados en 1Cor 15,3b8 sencillamente no aparecen en Mc 16,1-8, mientras que la historia de Marcos contiene algunos puntos importantes de los que 1Cor 15,3b-8 no sabe absolutamente nada. Las tradiciones de aparición y la historia de la tumba vacía son independientes y tienen orígenes independientes. Pero ¿es de fiar desde el punto de vista histórico la historia de la tumba vacía?

Se puede aportar un caso razonable para la fiabilidad básica de la historia de la tumba vacía. Tanto la tradición que está detrás de Marcos como la que entró en el evangelio de Juan testifican que una (María Magdalena) o más mujeres hallan que el sepulcro de Jesús está abierto y el cuerpo ha desaparecido. La primitiva polémica contra el mensaje de su resurrección daba por supuesto que se sabía que la tumba estaba vacía. Naturalmente, los oponentes al movimiento cristiano justificaron el cuerpo desaparecido como un simple caso de robo (Mt 28,11-15). Lo que estaba en disputa no era si la tumba estaba vacía, sino por qué estaba vacía. No tenemos evidencia temprana de que nadie, cristiano o no cristiano, alegara jamás que la tumba de Jesús todavía contenía sus restos.

Además, el lugar central de las mujeres en los relatos de la tumba vacía habla de su fiabilidad. Si estas historias hubieran sido simplemente leyendas inventadas por los primeros cristianos, habrían atribuido el descubrimiento de la tumba vacía a los discípulos masculinos más que a las mujeres. En la Palestina del siglo I las mueres eran, en realidad, descalificadas como testigos válidos. Lo natural para alguien que inventaba una leyenda sobre la tumba vacía hubiera sido atribuir el descubrimiento a hombres, no a mujeres. Quienes fabrican leyendas, normalmente no inventan material positivamente inútil.

En resumen, la aceptación de la tumba vacía nos pone más en armonía con los datos conocidos. El hecho de estar vacío el sepulcro de Jesús confirmaba lo que los primeros cristianos sabían a partir de los testigos de las apariciones (p.ej., Lc 24,34; Jn 20,18).

En esta sección he esbozado el tipo de respuesta que debería darse a la pregunta: ¿Cómo llegaron a conocer los primeros cristianos la resurrección de Jesús? Podría añadirse mucho más; por ejemplo, rebatir la afirmación, hecha primero por Celso en el siglo II de que los testigos de las apariciones estaban, alucinados. Debería estudiarse con más detalle la naturaleza y función de las apariciones que siguen a la resurrección. Habría que añadir también la necesidad de examinar cómo las experiencias subsiguientes (p.ej., del Espíritu Santo y del éxito de su misión) confirmaron la fe pascual de los discípulos, que había sido originalmente provocada por las apariciones del Jesús resucitado y el descubrimiento de su tumba vacía. Aquella fe fue también robustecida por su nueva comprensión de la finalidad y propósito de la historia y de las Escrituras. La resurrección de Jesús crucificado daba a su religión un sentido de convergencia y consumación.

Pero es hora de completar la enseñanza de la constitución Dei Verbum de que la resurrección de Jesús, de la que los primeros cristianos dieron testimonio, fue el punto culminante definitivo de la autorrevelación de Dios. En otras palabras, volvemos del acontecimiento de la resurrección (y la credibilidad de los signos, tales como las apariciones, que lo manifiestan) al misterio mismo de la pascua, la plenitud de la autocomumcación del Dios tripersonal. Es éste un movimiento desde la historia (y de los asuntos accesibles a historiadores críticos) a la escatología y la revelación de Dios, que se acerca a nosotros en ese futuro definitivo ya inaugurado por la resurrección de Jesús de entre los muertos. 

3. LA REVELACIÓN PASCUAL. Cuando se la interpreta de manera apropiada, la resurrección de Jesús crucificado es la verdad sobre Dios de la que se sigue todo lo demás. Pablo entiende que la resurrección de Jesús (junto con la nuestra) es la forma específicamente cristiana de presentar a Dios. Estar equivocado sobre la resurrección es "desfigurar" a Dios esencialmente, puesto que Pablo define a Dios como el Dios de la resurrección (1Cor 15,15). Lo que el apóstol dice aquí de manera negativa se puede alinear con lo que a menudo escribe en forma positiva del Dios que ha resucitado a Jesús y nos resucitará a nosotros con él (p.ej., Rom 8;11; 1Cor 6,14; 2Cor 4,14; Gál 1,1; 1Tes 1,9-10; 4,14). De modo positivo o negativo, Pablo define al Dios revelado y adorado por los cristianos como el Dios de la resurrección.

Dé la revelación de este misterio pascual se sigue todo lo demás. Las verdades posteriores no hacen más que desvelar lo que está implícito en la resurrección del Jesús crucificado.

La cruz, desde luego, es el gran signo y la característica del cristianismo. Pablo resume su evangelio en Cristo crucificado (1Cor 1,18-24). Sin embargó, no afirma: "Si Cristo no hubiera sido crucificado, vuestra fe sería vana". Y menos aún dice: "Si Cristo no hubiera sido crucificado, apareceríamos como falsificadores de Dios". La crucifixión sin su continuación de la resurrección no revelaría a Dios, no llevaría a cabo nuestra salvación y no haría nacer la Iglesia. Y así reza el prefacio de la segunda plegaria eucarística: "Él, en cumplimiento de tu voluntad, para destruir la muerte y manifestar la resurrección, extendió sus brazos en la cruz". Al revelar la resurrección -es decir, al revelarse a sí mismo como resucitado de entre los muertos-, Cristo, por así decirlo, reveló todo. La automanifestación de Dios alcanzó su clímax con el domingo de pascua y en la venida del Espíritu Santo. Esta enseñanza de la constitución Dei Verbum necesita ser completada al menos en un pequeño detalle.

La resurrección reveló e iluminó la relación de Cristo con el Dios a quien él había llamado "Abba, Padre amado". Reveló que la vida de Jesús había sido la vida humana del Hijo de Dios. Por su resurrección de entre los muertos se sabía ahora que Cristo era "Hijo de Dios" (Rom 1,3-4). De ahí que para Pablo encontrar a Jesús resucitado fue recibir una revelación especial, personal, del Hijo, que hizo de Pablo el gran misionero de los gentiles (Gál 1,16).

Otro título clave del cristianismo primitivo, "Señor"; expresaba la revelación pascual de que Cristo participaba verdaderamente de la majestad y el ser divinos. La carta a los Romanos citaba una formulación prepaulina que ligaba la salvación á la confesión de la resurrección y señorío de Jesús: "Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás" (Rom 10,9). En la carta a los Filipenses, Pablo citó y adaptó un primitivo himno cristiano que invitaba a todos los que viven en el universo a adorar como Señor divino, al Jesús exaltado: ":.. se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por ello Dios le exaltó sobremanera y le otorgó un nombre que está sobre cualquier otro nombre, para que al nombre de Jesús doblen su rodilla los seres del cielo, de la tierra y del abismo, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios padre" (Flp 2,8-11).

Los relatos de la pascua de los evangelios declaran de una forma narrativa la llamada a adorar al Jesús resucitado, que se ha revelado ahora en su poder e identidad divinas. En el último capítulo de Mateo, María Magdalena y la otra María dejan la tumba, encuentran a Jesús y lo "adoran" (28,9). De igual modo los once discípulos acuden a la cita sobre el monte de Galilea y "adoran" a Jesús cuando lo ven (Mi 28,17). Según el último evangelio, es sólo en la situación pascual cuando cada uno reconoce a Jesús en los términos adoptados por Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!" (Jn 20,28). La resurrección empieza a revelar plenamente que Jesús debe ser identificado y adorado como divino Señor.

La esencia de la fe cristiana supone aceptar la buena noticia de que, por el poder del Espíritu Santo el Hijo de Dios encarnado y crucificado ha resucitado de entre los muertos. Así, la doctrina de la Trinidad señala y recoge la autorrevelación de Dios comunicada por medio de la resurrección de Cristo (entendida a la luz de los misterios "previos" de la creación, llamada del pueblo judío, encarnación y crucifixión, y los "posteriores" de pentecostés y del ésjaton).

Marcos recuerda un tipo de aparición de la Trinidad en el bautismo de Jesús. El Espíritu descendió "sobre él como una paloma; y se oyó una voz del cielo: `Tú eres mi hijo amado, mi predilecto- (Mc 1,10-I1; par.). En la resurrección el Dios tripersonal no aparece de ninguna de estas maneras, y sin embargo fue revelado. Veamos algunos detalles.

Las formulaciones prepaulinas entendían que "Dios" (p.ej., Rom 10 9) o "Dios Padre" (p.ej., Gál 1,1) había resucitado a Jesús de entre los muertos.. La adoración de Jesús después de la exaltación como divino Señor se realiza "para gloria de Dios Padre" (Flp 2,11), a la vez que el Espíritu Santo hace posible que, hombres y mujeres aclamen a Jesús como divino Señor (1Cor 12,3).

Puesto que Pablo no distingue plena y claramente entre el Cristo resucitado y el Espíritu Santo (cf 2Cor 3,17; Rom 8,9-i I), en ninguna parte dice como tal que Cristo envió o envía el Espíritu. Lucas, y más aún Juan; trazan una clara distinción entre el Cristo resucitado y el Espíritu. De ahí que puedan hablar del Cristo resucitado que envía el Espíritu como el don prometido del Padre (Lc 24,49) o "soplando" sobre los discípulos y dándoles el Espíritu. Santo (Jn 20,22).

Los cristianos del siglo I entendieron en estos términos trinitarios los acontecimientos del viernes santo y domingo de pascua. En esos acontecimientos experimentaron la revelación culminante de Dios. Esa revelación tenía algo triple en torno a sí, como el discurso de Pedro en pentecostés enfáticamente aprecia: "Dios ha resucitado a éste, que es Jesús, de lo que todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo; objeto de la promesa, lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo" (He 2,32-33).

Indudablemente tenemos que tener cuidado para no pecar de anacronismo aquí. Los cristianos tuvieron que afrontar problemas durante varios siglos antes de que llegaran a una doctrina precisa sobre la divinidad de Cristo y la identidad personal del Espíritu Santo. Sin embargo, encontramos en el origen del cristianismo un claro sentido de que el Padre, Hijo y Espíritu Santo eran revelados actuando en nuestra historia humana, sobre todo en los acontecimientos de viernes santo, domingo de pascua y en sus consecuencias.

Hasta aquí hemos visto cómo la resurrección de Jesús crucificado reveló finalmente el misterio de Dios. Se podría reflexionar sobre las maneras en que la pascua comunicó, o al menos iluminó, plenamente otras verdades reveladas, tales como la creación del mundo, la fundación de la Iglesia y su vida sacramental. Lo que precede y sigue al credo niceno puede ser rectamente contemplado en cuanto que introduce y revela el sentido pleno de la verdad central, que "resucitó otra vez".

En resumen, la teología fundamental tiene la tarea de ilustrar en qué sentido el misterio pascual es el punto culminante y la plenitud de la autorrevelación de Dios. Al hacer esto, los autores de TF toman su norma de los orígenes del cristianismo, que comenzó con los testigos de pascua a proclamar la resurrección del Jesús crucificado. Los primeros cristianos sabían que ellos mismos eran bautizados en el misterio pascual (Rom 6,3-Il). La eucaristía celebraba la muerte del Señor resucitado en espera de su venida final (1Cor 11,23-26). Es consecuente con todo esto entender la resurrección como el foco y centro organizador de la automanifestación divina que es expuesta y desvelada por los diversos artículos de fe.

Este tratamiento de la resurrección de Cristo ha seguido la trayectoria característica de la teología fundamental al moverse desde consideraciones históricas, apologéticas (secciones 1 y 2), hasta reflexiones dogmáticas (sección 3). Existe todavía un gran tema que debe ser abordado: ¿por qué creemos ahora en Jesús resucitado?

4. JUSTIFICACIÓN DE LA FE PASCUAL. ¿Es un acto razonable y responsable creer en Jesucristo como verdaderamente resucitado de entre los muertos? ¿Puede esta fe ser justificada racionalmente?

A menudo han estado operando dos factores en esta discusión sobre la fe pascual. Algunos (equivocadamente) sostienen que la razón histórica, y, ciertamente, todo uso de nuestra razón humana, jamás puede contribuir a la fe o legitimarla (l Razón-Fe). En otro caso, convertiríamos la fe en obra de nuestra inteligencia y negaríamos que es un don gratuito de Dios, que tiene que ser libremente aceptado. Esta noble opción "fideísta", sin embargo, ignora el hecho de que Dios opera a través de nuestro intelecto para dar credibilidad a la decisión de fe. La gracia divina y la razón humana son, o al menos pueden ser, fuerzas colaboradoras más que oponentes.

Una segunda dificultad viene del campo opuesto, de aquellos que no quieren emancipar la fe de la historia. Examinan a fondo y evalúan la evidencia de las apariciones de Jesús resucitado, el hallazgo de su tumba vacía, la dinámica aparición del cristianismo y otras pruebas de evidencia histórica relevante para la verdad de la resurrección de Jesús. Su dificultad, sin embargo, no desaparecerá fácilmente: ¿cómo pueden las conclusiones probables o altamente probables de tal investigación histórica legitimar la decisión de fe incondicional y cierta? La respuesta fácil es que, por sí mismas, las conclusiones históricas no pueden convalidar una decisión como ésa. Pero, según veremos, los signos convergentes que legitiman la fe pascual incluyen, pero no se limitan a los datos históricos relevantes del siglo I.

Una aproximación meramente histórica al caso de la resurrección de Jesús corre el riesgo de olvidar que es más que un asunto del pasado que hay que investigar, establecer (o refutar) para satisfacción personal propia. Aceptar la verdad de la resurrección y creer en Cristo resucitado es mucho más que un ejercicio puramente mental sobre afirmaciones y hechos pasados. La fe pascual va más allá de la aceptación del testimonio de los testigos de la pascua y de confesar ("al tercer día resucitó otra vez', para exigir compromiso ("creemos en un solo Señor, Jesucristo") y confianza ("esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro'.

¿Cómo, pues, podríamos justificar nuestra opción libre e inspirada por la gracia, opción de quienes "creen sin haber visto" (Jn 20,29) en el Jesús resucitado? Confiar en aquellos que vieron y creyeron (los testigos apostólicos de la resurrección) significa aceptar el testimonio de personas que se encontraron con el Jesús resucitado; de un tipo especial de experiencia que, al menos en parte, fue peculiar para ellos, y por tanto se sitúa más allá de la gama de posibles experiencias que pudiéramos simplemente repetir como tales y; por tanto, verificar por nosotros mismos. Aceptar el testimonio apostólico implica también responder a las cuestiones fundamentales, acerca de la naturaleza, significado y destino de nuestra existencia humana. En este sentido, esta doble aproximación a la legitimación de la fe pascual está ya prefigurada en 1 Cor 15. El capítulo se abre recordando el testimonio fiable de aquéllos a los que se apareció Jesús resucitado (1Cor 15,5-11). Después, la mayor parte del resto del capítulo aborda la cuestión de lo que esa resurrección significa para todos nosotros, que tenemos que encarar la muerte. Es un significado que da credibilidad a la verdad de la fe pascual.

En resumen, la validación de la fe pascual opera "desde fuera" y "desde dentro". Necesitamos oír el testimonio histórico, público, que llega a nosotros, en última instancia de Pedro, Pablo, María Magdalena y los demás testigos originales. Al mismo tiempo, buscamos signos "desde dentro", reconociendo las formas en que la creencia en el Jesús resucitado tienen correlación existencialmente con nuestras más profundas experiencias y nuestras esperanzas últimas. Nos ofrece vida, sentido y amor frente a la muerte, al absurdo y el odio que nos amenazan. Por una parte, el respeto del testimonio histórico preserva a la fe pascual de acabar cayendo en meras ilusiones. Por otra parte, el respeto de nuestra experiencia presente nos salva de la ilusión de poder vivir y encontrar la fe sólo mediante datos históricos.

Como indica el credo, afirmamos en común nuestra fe en el Señor resucitado. Somos el pueblo pascual que celebra y experimenta en comunidad la presencia del Señor resucitado hasta que venga de nuevo.

BIBL.: BROWN R.E., The Virginal Conceptian and Bodily Resurrection of Jesus, Nueva York 1973; CABA J., Resucitó Cristo, mi esperanza, Madrid 1986; CnRNLev P.F., The Structure oj Resurrection Belief, Nueva York 1987; GALVIIV J.P., The Origin of Faith in the Resurrection oj Jesus: Two Recent Perspectives, en "TS" 49 (1988) 25-44; O'CoLc.ms G., Jesús resucitado, Barcelona 1988; In, Interpreting the Resurrection. Nueva York 1988; PeRKms P., Resurrection, Nueva York 1984.

G. O'Collins