REDEMPTOR HOMINIS
TEOLOGÍA FUNDAMENTAL

Lo mismo que Ecclesiam suam había sido la encíclica programática de Pablo VI la Redemptor hominis (RH) es el texto programático dé Juan Pablo II. Pero mientras que la Ecclesiam suam, aparecida en pleno concilio, estaba centrada en la Iglesia, la RH, publicada en 1979, está centrada en Cristo, y no sin motivo, ya que, después de quince años, el contexto histórico había sido profundamente modificado. Los problemas más agudos que la Iglesia y la teología tenían que arrostrar eran los de la cristología. Bajo el impulso de la RH y poco después de ella, la Comisión teológica internacional consagró las tres sesiones de 1981, 1983 y 1985 a los problemas de la cristología. En efecto, los hombres de hoy se plantean la cuestión de las cuestiones: ¿Cristo es verdaderamente Dios entre nosotros en la carne y en el lenguaje de Jesús? ¿Es él el único que puede dar sentido a nuestra vida y una respuesta a nuestros problemas (soledad, alteridad, sufrimiento, mal, muerte)? ¿Puede iluminar las profundidades en que estamos y descifrar ese enigma que somos cada uno de nosotros para nosotros mismos? ¿Es Jesucristo realmente, en el sentido riguroso de la palabra, "salvador del hombre",'la "salvación" en persona? La encíclica RH sale al paso de estas cuestiones del hombre.

Desde sus primeras palabras la encíclica propone a _ Cristo como "el centro del cosmos y de la historia" (n. 1), coma el redentor del hombre y del mundo (n. 7). Esta encíclica es como la carta de la dignidad del hombre nuevo creado por la sangre de Cristo.

Por la encarnación, Dios ha entrado en la historia de la humanidad: "como hombre, se ha hecho sujeto suyo, uno entre millones, a pesar de ser el único. Por la encarnación, Dios le dio a la vida humana la dimensión que quería dar al hombre desde su primer instante, y se la dio de manera definitiva" (n. 1). Por la redención quedó reanudado en el Hombre-Cristo el lazo de amistad con Dios que había roto el hombre Adán (n. 8). Más que ningún otro, el hombre del progreso necesita ser salvado. "El mundo de la nueva época, el mundo de los vuelos cósmicos, el mundo de las conquistas científicas y técnicas jamás alcanzadas hasta ahora" es al mismo tiempo un mundo que gime y espera, también él, la liberación (n. 8). El redentor del mundo es aquel que penetró de forma única y singular "en el misterio del hombre, entrando en su corazón" (n. 8). Juan Pablo II cita entonces la Gaudium et spes: "En realidad, el misterio del hombre no se ilumina de veras más que en el misterio del Verbo encarnado" (n. 22). Sólo Cristo, concretamente por su muerte en la cruz, revela al hombre el amor infinito que tiene el Padre por él (n. 9). "El hombre, que desea comprenderse a sí mismo hasta el fondo..., debe acercarse a Cristo con sus inquietudes, sus incertidumbres y hasta con su debilidad y su pecado. Debe, por así decirlo, entrar en Cristo con todo su ser, tiene que apropiarse y asimilar toda la realidad de la encarnación y de la redención para encontrarse a si mismo" (n. 10). Esta conciencia de la dignidad y del valor del hombre está "ligada al cristianismo" (n. 10). Y la Iglesia, que no deja de meditar el misterio de Cristo, "sabe, con toda la certeza de la fe que la redención realizada por medio de la cruz ha devuelto definitivamente al hombre su dignidad y el sentido de su existencia en el mundo" (n. 10). Familiarizarse con el misterio de la redención es el modo de alcanzar la zona más profunda del hombre, que es la de su corazón, la de su conciencia, la de su vida.

La tercera parte de la encíclica concierne no solamente al hombre y a la condición humana en general, sino más específicamente al hombre contemporáneo. En efecto, para Juan Pablo II no cabe duda de que Cristo es el camino de la humanidad a finales del segundo milenio, ya que "solamente en él se encuentra la salvación" (n. 7).

El único objetivo de la Iglesia de hoy es que "todo hombre pueda encontrar a Cristo, para que Cristo pueda recorrer el camino de la existencia en compañía de cada uno, con el poder de la verdad sobre el hombre y sobre el mundo contenida en el misterio de la encarnación y de la redención, y con el poder del amor que irradia de allí" (n. 13). La solicitud de la Iglesia se dirige a conducir al hombre hacia Cristo. Por eso la encíclica, por una parte, puede afirmar que Cristo "es el camino principal de la Iglesia, que es a su vez el camino para todo hombre" (n. 13), y, por otra parte, que el hombre es "el primer camino y el camino fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, camino que de forma inmutable pasa por el misterio de la encarnación y de la redención" (n. 14). En efecto, el Hijo del Padre, por su-encarnación y su redención, es el único camino del. hombre y de la Iglesia hacia el Padre, así como el hombre es el camino por donde pasa necesariamente la misión de la Iglesia de reunir y de salvar a todos los hombres" (n. 14).

El hombre contemporáneo necesita de Cristo y de su evangelio, ya que, a pesar de sus progresos técnicos, no es evidente que se haya hecho más hombre. Vive con miedo: tiene miedo de que los frutos de su técnica se conviertan en instrumentos de su destrucción. El progreso, dice la encíclica, ¿ha hecho al hombre más "humano", más maduro espiritualmente, más responsable? ¿Las conquistas del hombre van a la par con su progreso espiritual y moral? ¿Progresa la humanidad en el egoísmo o en el amor? La noción de progreso es muy ambigua. Para ser fiel al evangelio, la Iglesia se plantea esta cuestión, ya que su misión consiste en encargarse del hombre (nn. 15-16).

Según todas las apariencias, el mundo del progreso técnico parece estar todavía muy lejos de las exigencias del orden moral, de la justicia, del amor, de la "prioridad de la ética sobre la técnica, en la primacía de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la materia". Porque lo esencial no es "tener más", sino "ser más". El mundo contemporáneo se parece cada vez más a una gigantesca ilustración de la parábola del pobre Lázaro y del rico epulón: contraste escandaloso de las sociedades opulentas frente a las sociedades que pasan hambre. La categoría del "progreso económico" no debe convertirse en el único criterio del "progreso humano". Se impone enderezar la situación; pero esto no es posible más que sobre la base de la responsabilidad moral del hombre, del respeto "a la libertad y dignidad" de cada uno (n. 16). La Declaración de los derechos del hombre no debe quedarse en "letra muerta", sino acceder a su realización en "el espíritu" (n. 17).

R. Latourelle