PASCAL, Blas
TEOLOGÍA FUNDAMENTAL

1. NUEVO TIPO DE APOLOGÉTICA. La apologética de Pascal representa algo inédito. Su empeño no está subordinado ni a una filosofía ni a una ciencia particulares. Sin embargo, es de tipo filosófico; más concretamente, es una antropología. En un mundo en donde el hombre fluctúa como un misterio para sí mismo y para los demás, Pascal intenta mostrar cómo la religión cristiana da un sentido a una existencia aparentemente absurda: es una antropología de carácter teológico. La clave del misterio del hombre está en Cristo, totalidad de sentido, que permite no solamente descifrar la condición humana, sino además ofrecerle un remedio.

Hoy se designaría de buena gana la apologética de Pascal como una hermenéutica, esto es, una búsqueda de sentido, menos preocupada de pruebas que de signos. Describe la existencia humana, intentando interpretarla a la manera de un texto. Por encima de las diferencias, las oposiciones, los cortes, las discontinuidades, las rupturas, Pascal intenta "desvelar" la condición humana. Por eso su apologética no sigue un orden lineal; es más bien multidireccional y multidimensional. Es la búsqueda y el descubrimiento de un sentido a partir de observaciones y de figuras que es posible distribuir y clasificar de varias maneras.

La búsqueda del sentido pasa por el análisis de las paradojas de la condición humana y por el descubrimiento de un punto superior que las asuma e ilumine.

La paradoja; que es la pieza privilegiada de la dialéctica de Pascal, no es en él una simple técnica de estilo, un juego de antítesis literarias: propone los términos de la misma realidad humana. La paradoja consiste en la coexistencia y hasta la alianza de los contrarios; amplifica los contrarios, pero sin resolverlos. El choque, que caracteriza a la escritura pascaliana, enfrentando los temas miseria-grandeza, finito-infinito, tiempo-eternidad, carne-espíritu, pertenece a Pascal como pertenece al evangelio, a san Pablo, y describe el movimiento mismo de la existencia humana: "Conoce, por tanto, soberbio, qué paradoja eres para ti mismo" (B 434; C 438). -

La inteligencia de la paradoja no debe buscarse en un equilibrio, en donde los contrarios, puestos en la balanza, acaben anulándose. No es un equilibrio ni una simetría lo que hay que buscar, sino un sentido que venga de un punto más alto, superior, capaz de iluminar y de ordenar dos visiones diferentes. Este punto superior, que permite descifrar la condición humana, lo proporciona el cristianismo, concretamente con el dogma del pecado original y el de la redención. El dogma, sin embargo, no anula los términos de la paradoja: los hace más bien aparecer bajo una luz más cruda. Cristo es un punto de ruptura más que de equilibrio. Misterio él mismo, ilumina el misterio del hombre por un paso a un orden superior: el de la caridad revelada por la cruz. Solamente Cristo descifra la condición humana.

2. DIALÉCTICA DE PASCAL. No podemos aquí más que esbozar a grandes rasgos el proceso de esta nueva apologética. Su originalidad consiste en tomar al hombre como figura central de su demostración. Para componer esta figura Pascal se inspira unas veces en imágenes sacadas de la física matemática (el hombre sin lugar en el espacio infinito, abandonado, a la deriva, sin punto de referencia), otras veces en la medicina (enfermedad, búsqueda de una terapéutica apropiada). En términos físicos, habrá que encontrar un "punto elevado"; en términos de medicina, una gracia medicinal, un "remedio".

En un fragmento clásico (B 72; C 84), Pascal muestra que el hombre vive en el seno de una desproporción espacial y temporal, signo de una desproporción más profunda todavía, que es la de su ser. En el universo el hombre no tiene un lugar natural en donde encuentre su equilibrio respecto a lo que le rodea, perdido entre los dos abismos de lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. El arriba, el abajo, el centro, la periferia pierden su sentido en un universo infinito. ¿Qué es esa esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna? A esta visión de los infinitos espaciales se sobrepone la visión de un ser que conoce, pero que está sometido a dos límites: lo que conoce no lo conoce ni con certeza ni totalmente.

El hombre encuentra la paradoja de lo finito-infinito en el abismo de miseria-grandeza que afecta a su ser. Busca la verdad, la justicia, la felicidad, pero en realidad no conoce más que la incertidumbre o el error, la injusticia o la fuerza, la desilusión o el espejismo de felicidad que es la diversión. Todo acaba con la muerte. Sin embargo, el hombre es grande: "Por medio del espacio, el universo me comprende y me absorbe como un punto; por medio del pensamiento, yo lo comprendo" (B 348: C 265). "El hombre no es más que una caña..., pero una caña que piensa" (B 347; C 264). Este espíritu está hecho para lo infinito. La miseria del hombre se deriva de una capacidad beatífica, abierta al infinito, pero nunca satisfecha; de un impulso que nunca alcanza su fin. "El hombre supera infinitamente al hombre" (B 434; C 438), porque en el hombre hay algo más que hombre. Pero entonces, ¿qué es el hombre? "¡Qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué sujeto de contradicciones, qué prodigio! Juez de todas las cosas, débil gusano de la tierra, depositario de la verdad, cloaca de incertidumbre y de error, gloria y desecho del universo. ¿Quién desenredará este embrollo?" (B 434; C438).

Hasta aquí Pascal ha observado al hombre, viéndolo vivir y pensar, con la mirada de un biólogo o de un experto contable ante un balance. Se puede protestar, si se quiere, ante los colores demasiado sombríos de su descripción. Pero los análisis de Nietzsche, Proust, Dostoyevski, Kafka, Mauriac, Malraux, Camus, Sartre no hacen más que prolongar y ampliar las intuiciones de Pascal y le dan la razón. El hombre, sin el evangelio, es algo odioso.

Fuera de la fe cristiana, el hombre no descifra en el mundo más que un destino absurdo que desemboca en la nada. ¿Qué hará ante su propio misterio? ¿Vivirá siempre en la indiferencia, inconsciente de su pasado y despreocupado de su porvenir? Pascal hace decir al indiferente: "No sé quién me trajo al mundo, ni qué es el mundo, ni qué soy yo mismo; estoy en una ignorancia terrible de todas estas cosas; no sé lo que es mi cuerpo, mis sentidos, mi alma y esa parte de mí que piensa lo que digo... Veo esos espacios terribles del universo que me encierran, sin que sepa por qué estoy colocado en este sitio más bien que en otro... No veo más que infinitos por todas partes, que me encierran como un átomo y como una sombra que no dura más que un instante sin retorno. Todo lo que sé es que me he de morir pronto; pero lo que más ignoro es qué es esa misma muerte que no puedo evitar. Como no sé de dónde vengo, tampoco sé adónde voy; sólo sé que, al salir de este mundo, caeré para siempre en la nada o en manos de un Dios irritado, sin saber cuál de estas dos condiciones he de compartir eternamente. Ése es mi estado, lleno de debilidad y de incertidumbre. Y de todo ello saco la conclusión de que he de pasar todos los días de mi vida sin intentar buscar lo que ha de pasarme" (B 194; C 335). De esta forma, el no creyente puede aceptar vivir en la más total indiferencia práctica. Puede ser que no sienta ninguna molestia en dejar de lado estos problemas que conciernen al sentido más profundo de su existencia. "Este descanso en la ignorancia es algo monstruoso; hay que hacer sentir su extravagancia y su estupidez a los que pasan así su vida, presentándosela para confundirles con la visión de su necedad" (B 195; C 334).

Pascal se dedica entonces a desinstalar al libertino para quitarle sus certezas. Espera sacarlo de su torpeza y ponerlo en busca de la verdad. De estos adeptos del confort intelectual quiere hacer unos "extraños", presas de la angustia y de la deriva, para llevarlos a plantearse las cuestiones últimas, a las que sólo el cristianismo dará una respuesta. Sin esa sacudida, no podría ningún argumento tener mordiente; todo se reduciría a un euro debate académico.

Pascal no pierde la esperanza de provocar en el alma del no creyente ese desgarrón existencial y esa búsqueda de sentido. En efecto, la conciencia de su miseria debería despertar al hombre a su verdadera vocación, ya que esta vocación es una llamada viva que él no puede apagar.

Pero la estrategia de Pascal no se detiene ahí. A la paradoja de la condición humana que hay que descifrar añade otra, más desconcertante todavía, que se refiere esta vez a las exigencias de un auténtico desciframiento de la condición humana. 

Lejos de hacer creer que la verdad del hombre se encuentra en una especie de naturalización de Dios, Pascal afirma crudamente: Lo que hace creer es la cruz" (B 588; C 828). Ninguna otra cosa puede hacernos conocer a Dios y conocernos a nosotros mismos. "Jesucristo no hizo otra cosa que enseñar a los hombres a no amarse a sí mismos; que eran esclavos, ciegos, enfermos, desgraciados y pecadores; era preciso que él los liberase, iluminase, hiciera felices y curase; esto se haría odiándose uno a sí mismo y siguiéndole a través de la miseria y de la muerte en la cruz (13 545 C 689). 

No hay más camino apologético que el de la cruz. Toda la descripción que hace Pascal del universo infinito y de la desorientación humana, del misterio de miseria y de grandeza que impregna y desgarra al hombre, no tiene otra finalidad que la de llevar al hombre a escoger este camino. La búsqueda de la verdad pasa por la cruz. Esta consideración constituye otro de los rasgos de la originalidad de Pascal. Más que un prenotando doctrinal (pruebas históricas del cristianismo), propone como "previa" la "conversión del corazón". De esta manera Pascal corta por lo sano las objeciones del libertino y lo prepara para leer los signos y las pruebas históricas. En efecto, por muy razonable que sea la decisión de fe con el conjunto impresionante de pruebas históricas, no se consigue nada si no domina uno las pasiones y si el corazón no está dispuesto a escuchar. "Dicen ellos: Dejaríamos muy pronto los placeres si tuviéramos fe. Y yo les digo: Tendríais muy pronto fe si dejaseis los placeres" (B 240; C 457). En efecto, para ver es necesario calmar las pasiones, purificarse.

Así pues, la apologética de Pascal pasa por la conversión del corazón y por la cruz. Se sirve de las pruebas históricas; pero intenta administrárselas a un hombre dispuesto mediante la conciencia que tiene de ser incomprensible a sí mismo, extraño a todo; a un hombre que, habiendo planteado correctamente la cuestión del sentido de la vida (su origen y su destino), desea encontrar la verdad a la luz únicamente de lo que pueda revelarlo. Pues bien, esa luz es la cruz de Jesucristo y uno se prepara a recibirla por la mortificación de sus pasiones. Este salto lleno de peligros, locura para el mundo, humillación para el orgullo de los filósofos, no puede expresarse más que por la consigna urgente: Ne evacuetur crux Christi.

Hasta ahora, Pascal se ha esforzado en inquietar al hombre, en suscitar en él la búsqueda de la verdad. Tiene que mostrarle además en qué condiciones puede tener éxito esta búsqueda: que el hombre se disponga a acoger la verdad, por muy desconcertante que sea, por medio de la conversión del corazón.

Pascal se dirige ante todo a los filósofos. Pues bien, éstos se muestran impotentes para iluminar verdaderamente el misterio. Los estoicos optaron por la grandeza, y cayeron en el orgullo; los escépticos prefirieron la miseria, y cayeron en una indiferencia lamentable (B 525; C 392). Lo que no pueden conseguir los filósofos, tampoco pueden conseguirlo las religiones de la humanidad. Pascal va preguntando sucesivamente, pero con brevedad, al budismo, al islamismo, a las religiones paganas. Pero es inútil. Por mucho que se examinen las religiones de todo el mundo, concluye Pascal, no hay ninguna que ofrezca una respuesta verdaderamente decisiva al misterio del hombre y de su destino Todas ellas dejan al hombre insatisfecho y no proponen ningún remedio a su miseria.

3. CRISTO, TOTALIDAD DEL SENTIDO. La iluminación definitiva de la condición humana no puede hacerse más que en Jesucristo: "En Jesucristo todas las contradicciones se ponen de acuerdo" (B 684; C 558). El es el punto de reconciliación de todas nuestras paradojas, no por equilibrio o simetría (pecado-gracia, grandeza-miseria), sino por cambio de orden. Cristo es esa imagen del hombre nuevo que solamente Dios podía presentar: una imagen que el mundo no podía exigir, ni sospechar, ni inventar. Adán se convierte en Jesucristo, cada uno de los hombres se hace hijo de Dios en Jesucristo. Para Pascal, Cristo es el centro de todo, la razón y el sentido de todo, el todo del hombre y de Dios (B 556; C 602). Cristo no depende de ninguna figura, ya que en él "la figura está hecha sobre la verdad" (B 673; C 572). Consiguientemente, la verdad del hombre no está más que en él. Sólo Cristo ilumina la paradoja de la grandeza-miseria del hombre. En efecto, por una parte la encarnación muestra al hombre la grandeza de su miseria "por la grandeza del remedio que ha sido necesario" (B 526; C 677); por otra, la cruz revela "la grandeza del alma humana" (Memorial), llamada, por misericordia, a compartir la vida misma de Dios.

Y no solamente Cristo ilumina la condición humana en su globalidad, sino que revela al hombre a sí mismo en su misterio personal. "No sólo conocemos a Dios únicamente por Jesucristo, sino que no nos conocemos a nosotros mismos más que por Jesucristo. No conocemos la muerte ni la vida más que por Jesucristo. Fuera de Jesucristo, no sabemos lo que es ni nuestra vida ni nuestra muerte, ni lo que es Dios, ni lo que somos nosotros mismos" (B 548; C 729). Cristo ha hecho comprender a los hombres que eran egoístas, duros, sometidos a sus pasiones, ciegos sobre. Dios y su destino (B 545; C 689). Pero desde que se vuelven a él, sus ojos se abren, aprenden lo que son y a quién se confían. De esta manera, Cristo es el mediador en un doble sentido: en el plano objetivo, ya que le revela al hombre la imagen del Dios vivo y la imagen del hombre según Dios; y también en el plano subjetivo, ya que le da al hombre que se abre a Dios el punto de apoyo sólido de su existencia; le confiere la actitud amorosa y filial que lo salva.

Cristo es verdaderamente la totalidad del sentido del hombre; descifra y salva. Él es luz y remedio, verdad y vida. El hombre no se descubre ni se realiza ni en la figura del sabio ni en la del héroe, sino en Jesucristo crucificado. En él el pecado es asumido, pero expiado y superado en el amor; nuestro pecado es reconocido, perdonado y superado por la gracia.

Así pues, para Pascal no existe más que una explicación del hombre: la de la fe cristiana. Y cuando la verdad cristiana se proyecta sobre el abismo del hombre, cuando da cuenta de su decadencia y de su grandeza, entonces es cuando el no creyente tiene más oportunidades de verse "tentado" por la solución cristiana. Se da una continuidad entre la descripción de la condición humana y las pruebas históricas; más aún: la descripción de la condición humana se articula con las pruebas históricas. Pascal es consciente, sin embargo, de que no basta con inspirar respeto por la religión; es preciso establecer su fiabilidad, su credibilidad, ya que Dios no quiere solicitar la fe sin razón. Su autoridad se basará en argumentos sólidos, constituidos por el propio mensaje, las profecías, los milagros, la santidad. Y éstos son suficientes, a los ojos de Pascal, para los que buscan sinceramente la verdad y están dispuestos a acogerla en la humildad de un corazón dócil a la gracia. Los que no han sido conquistados tendrán que enfrentarse con su endurecimiento, esto es, con su falta de interés por las cosas de arriba.

El hilo conductor de los Pensamientos es el cristocentrismo de Pascal. En este sentido existe una armonía perfecta entre el Memorial, el misterio de Jesús, los tres órdenes y los Pensamientos.

En los Pensamientos, Pascal, al menos en apariencia, no parte de Jesús para volver luego al hombre, como lo hace en el Memorial y en el Misterio de Jesús; al contrario, dirige largamente su mirada hacia el hombre, para conducirlo luego a Cristo. En realidad, el camino de Pascal en la Apología está mucho más cerca de lo que parece de los otros dos textos. En efecto, Pascal no es un moralista o un analista que se complazca en el análisis del hombre y de sus condiciones interiores; lo que él quiere ante todo es llevar a los hombres a Cristo. Pascal, como Agustín, es un "convertido", y su Apología es un proyecto de convertido. Pascal, como Agustín y san Pablo, escudriñó a la luz de Cristo la miseria y la grandeza del hombre, y esto es lo que confiere a su análisis una agudeza que nos asombra. Pascal mira al hombre, pero a través del hombre nuevo. En realidad, es el misterio de Cristo el que permite a Pascal penetrar en los abismos del hombre. Sin la cruz de Cristo, jamás habríamos sospechado la profundidad de estos abismos. El resumen de los Pensamientos de Pascal es Jesucristo. Y en Jesucristo lo esencial es la cruz y el amor que ésta revela.

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R. Latourelle