4. LOS AÑOS DEL HOLOCAUSTO: 1933-1945. a) Preludio del exterminio. Si existen días en la historia humana de los que nada podría venir excepto mal, el 30 de enero de 1933 debe seguramente ser contado entre ellos. Este fue el día en que Adolf Hitler, el líder del partido nacionalsocialista alemán de los trabajadores, fue nombrado canciller de Alemania de modo totalmente legal y democrático, aunque no sin emplear resortes entre bastidores y de negociar entre los partidos de la derecha política. Para clarificar esa situación se tuvieron elecciones el 5 de marzo, que dieron al partido una abrumadora victoria.

Desafortunadamente, mucha gente de la clase media estaba mal preparada para los acontecimientos del 30 de enero y para lo que iba a seguir. Hubiera ofendido su dignidad trabar conocimiento con aquel estrepitoso y turbulento ex cabo austriaco, pintor de brocha gorda, luchador callejero y orador en las bodegas de cerveza. Había escrito incluso un libro, publicado en 1925 Mein Kampf (Mi lucha); pero ¿por qué iba a tomársele en serio? Estaba lleno de exageraciones y de lenguaje hiperbólico acerca de cosas que jamás podían suceder en Alemania, como: "Ciudadano sólo puede serlo quien es miembro de la nación; miembro de la nación sólo puede ser quien tiene sangre alemana sin hacer caso de la confesión religiosa; ningún judío, por tanto, puede ser miembro de la nación". ¿Por qué debería uno preocuparse por tales cosas? En primer lugar, ¿no había muchos judíos por todas partes y no había declarado el párrafo 24 del programa de 1923 del partido que "el partido defendía el cristianismo positivo sin atarse él mismo en materia de credo a ninguna confesión particular"? Eso era suficiente como garantía de conducta cristiana civilizada, aun cuando la siguiente afirmación del programa había establecido que "el partido combate el espíritu judío del materialismo dentro y fuera". No debería olvidarse tampoco que, como consecuencia de la derrota de Alemania en la primera guerra mundial, las condiciones económicas, políticas y sociales a lo largo de los años veinte pedían a gritos un líder fuerte que pudiera poner orden en el caos existente y condujera a la gente y al país hacia un futuro de paz y seguridad. Otra razón para desear un salvador político era el "peligro bolchevique' , el miedo a que el comunismo ruso pudiera extenderse a Alemania y a Occidente mientras las condiciones fueran tan inestables.

Los acontecimientos se desarrollaron rápidamente y de acuerdo con la ideología nazi. El 1 de abril de 1933 se declaró en todo el país un boicot a las tiendas propiedad de los judíos; a los que querían entrar en ellas se les impedía por la fuerza el hacerlo por parte de los camisas negras nazis apostados en el exterior, o eran anotados sus nombres. Unos días después, el 7 de abril, se aprobó la primera ley antijudía; era una "ley para la restitución de la burocracia oficial profesional", excluyendo a todos los judíos (excepto a quienes habían servido en la primera guerra mundial). El ejercicio de los abogados judíos fue severamente restringido, como lo fue el de los médicos; se negó el ingreso en escuelas y universidades a los niños y jóvenes de extracción judía o semijudía (dos abuelos judíos), incluyendo a aquellos que fueran cristianos por haber sido bautizados. Todo esto era perfectamente legal, con leyes y reglamentos aprobados al modo parlamentario usual.

Los incidentes locales de naturaleza antisemita fueron abundantes; la prensa nazi publicaba artículos y comentarios contra los judíos todos los días, y el Der Stuermer (El soldado de la sección de asalto), del líder de distrito Streicher, no pudo caer más bajo en sus viles y deliberadamente sucios artículos y caricaturas antijudíos. En 1933 vivían en Alemania unos 500.000 judíos. En los años sucesivos muchos de los que tuvieron la oportunidad abandonaron el país, trasladándose a veces sólo a un Estado vecino, donde, después de estallar la guerra, los nazis los cogieron. De los que se quedaron, un buen número creyó que su situación no podría ser peor.

El siguiente hito en las medidas antijudías se alcanzó en 1935. Durante el congreso anual del partido en Nuremberg se proclamaron las más duras leyes antijudías. A partir de entonces sólo los miembros de la nación, es decir, los llamados arios, eran ciudadanos de pleno derecho y con privilegios; los judíos sólo podían ser ciudadanos del Estado con deberes que cumplir, pero sin ningún derecho. No se permitían ya matrimonios entre judíos y arios; los matrimonios entre arios y semijudíos necesitaban de un permiso especial, que se tardaba en conceder meses e incluso años (a no ser que se pudiera y se quisiera hacer una contribución financiera muy sustancial al tesoro del partido). A los solicitantes se les decía que sus hijos serían mestizos, y que por tanto no se les permitiría casarse. Las relaciones sexuales entre judíos y arios eran punibles, y a ninguna mujer aria por debajo de los cuarenta y cinco se le permitía realizar tareas domésticas en una casa judía.

Poco después, a todos los ciudadanos judíos se les retiró el derecho a participar en elecciones parlamentarias; pero durante los juegos olímpicos del verano de 1936, los signos, carteles y otros indicios de antisemitismo oficial fueron cuidadosamente retirados para causar una buena impresión en los extranjeros visitantes y para decirles que lo que ellos habían leído en la prensa de su país no era cierto o era al menos enormemente exagerado. En noviembre de 1937 se suprimió el privilegio de obtener pasaportes para viajar al extranjero, excepto en casos especiales, como la emigración. En julio del año siguiente se canceló el derecho a ciertos empleos y se promulgó la orden de que, a partir del 1 de enero próximo, tenían que llevar tarjetas de identidad especiales. Desde julio de 1938 los médicos judíos podían actuar sólo como "acompañantes médicos", y en agosto de ese año a todos los judíos se les exigió añadir a sus nombres bien el de Israel o el de Sara, si no eran reconocibles ya como nombres judíos. A1 comenzar ese octubre los pasaportes judíos debían imprimirse con una "J" mayúscula.

En octubre de 1938 comenzó la deportación de judíos a gran escala. Quince mil judíos, que habían sido declarados apátridas, fueron enviados a Polonia, que estaba muy poco dispuesta a recibirles. Tuvieron que pasar meses en la región entre los dos países, en tierra de nadie, hambrientos y sufriendo espantosas condiciones físicas y sanitarias. Entre ellos se encontraban los padres de un joven judío que vivía en esa época en París. En su desesperación intentó asesinar a un consejero de la embajada alemana, que murió dos días después del atentado. Promovido por Goebbels, ministro de propaganda nazi, siguieron varios días de amotinamiento antijudío, que culminaron en la "noche de los cristales" (8 de noviembre de 1938), durante la cual calles, plazas públicas y patios traseros se llenaron de cristales de las ventanas de las sinagogas, tiendas y casas judías privadas.

Como "reparación" por el asesinato de París se exigió de toda la comunidad judía mil millones de marcos y se condenó a los judíos a reparar todos los desperfectos de la noche de los cristales a sus propias expensas. Como consecuencia posterior, los judíos no podrían ya poseer negocios, y se les prohibió asistir a conciertos, teatros u otros acontecimientos culturales. Poco más tarde los nazis cerraron definitivamente todos los establecimientos comerciales judíos y se los apropiaron. Algunos distritos fueron cerrados a los judíos durante ciertas horas del día, y a las áutoridades locales se les autorizó a excluir a los judíos de las calles en las fiestas y conmemoraciones nazis. Se les prohibió el acceso a las universidades hacia finales de 1938. Los bienes raíces, títulos y joyas tenían que ser entregados a las autoridades. Hacia la primavera de 1939 el número de judíos en Alemania se había reducido a 215.000.

b) Los años de la guerra. Al comienzo de la guerra, en septiembre, se instituyó un toque de queda, y los judíos tenían que apagar sus radios. Inmediatamente comenzaron las atrocidades contra los judíos en Polonia, llevadas a cabo por el ejército alemán invasor y por destacamentos especiales de las fuerzas de seguridad nazis. Los judíos de Austria comenzaron a ser deportados a Polonia, donde todos los judíos eran obligados a llevar una estrella de David amarilla.

Con la invasión de Rusia en junio de 1941 comenzó la última fase de lo que se refiere a la "cuestión judía". Un decreto de ese mismo mes obligaba a todos los judíos a declararse a sí mismos "no creyentes": los judíos en Alemania, en lo sucesivo, también tenían que llevar la estrella de David y no podían abandonar ya sus lugares de residencia sin el permiso de la policía. Los judíos no iban a tener ya ningún contacto social con los alemanes, ni se les iba a permitir utilizar los teléfonos públicos. En octubre comenzaron las deportaciones de judíos a gran escala a los campos de concentración. Hacia enero de 1942 su número en Alemania había descendido a 130.000.

El 20 de enero de 1942 se celebró un congreso en Wannsee, unos pocos kilómetros a las afueras de Berlín, para proponer planes para la "solución final" de la cuestión judía tanto en Alemania como en toda la Europa ocupada. Todas las medidas secretamente planeadas, que Hitler y sus ayudantes habían siempre tramado, se pusieron en práctica. Sólo después de la guerra llegaron los alemanes y el mundo en generala conocer todo el alcance de este genocidio organizado. Más de seis millones de judíos, gitanos, polacos y otros "indeseables" en Alemania y en la Europa ocupada, que eran un estorbo en el camino de la raza nórdica pura que los nazis, y otros antes que ellos, habían estado soñando, fueron brutal e inhumanamente asesinados. A1 congreso habían asistido altos funcionarios de varios ministerios alemanes, del partido y de los servicios especiales de seguridad, y fue dominado por Heydrich, que había sido señalado por el mariscal del, Reich Goering como el hombre para ejecutar todos los planes. La emigración y los campos de concentración no habían sido suficientes; por eso había que encontrar una nueva solución: la evacuación de los judíos de toda Europa para internarlos en campos en la Europa del Este. Pocos meses antes, en el otoño de 1941, había tenido lugar la muerte experimental de presos en cámaras de gas en los campos cerca de Posen y en Auschwitz. Ahora se exigía un máximo esfuerzo. El esfuerzo requerido para construir los campos de exterminio podía ser aportado por aquellos judíos que estuvieran físicamente fuertes. Trabajarían hasta que se desplomaran y murieran de agotamiento o se les diera un tiro. A todos los transportados al Este se les decía que tenían que trabajar para contribuir al esfuerzo de la guerra. La razón última de su viaje sería mantenida en secreto para ellos y para la población alemana. Europa fue sistemáticamente registrada con minuciosidad buscando judíos.

En total se construyeron seis campos de exterminio. Eran diferentes de los campos de concentración ordinarios, que al principio del período nazi al menos eran anunciados como "campos de protección", en los que los prisioneros iban a ser protegidos por su propio bien de la furia de la población. Eran también denominados "campos de reeducación".

Muchas de las medidas tomadas por Hitler contra los judíos habían sido utilizadas antes en la historia: guetos, vestido especial, la estrella amarilla, toque de queda, restricciones en el viajar, supervisión por parte de la policía y de los vecinos. Lo nuevo era la escala masiva y la aplicación sistemática y científica de modernas tecnologías, técnicas de control y refinamiento burocrático. La marcha de la guerra era menos importante que la destrucción de los judíos en Alemania y en toda la Europa ocupada. Se desviaron trenes, se tendieron nuevas líneas de ferrocarril y se las proveyó de personal; se requisaron miles de vagones de mercancías, en los que fueron hacinados hombres, mujeres y niños judíos. Unidades de las fuerzas armadas y guardias de seguridad nazis fueron enviadas a Polonia y otros distritos donde había campos de exterminio. Se apartó a ingenieros, químicos y físicos del esfuerzo de la guerra para que trabajaran en aquellos campos en inventar y después supervisar los diabólicos medios de destrucción de millones de personas. ¡La ideología tenía que vencer a toda costa! Algo parecido a un fanatismo religioso dictaba la política. Para crear el anhelado cielo sobre la tierra, que iba a durar al menos mil años, había que crear primero el caótico infierno del que vendría el asesinato de seis millones de judíos.

Difícilmente podemos imaginarnos las reacciones de los primeros que entraron en los campos en la primavera de 1945. Debió parecerles increíble, inhumano, impío. ¿Por qué nadie hizo nada por ellos y ayudó a salvar al menos algunas de las víctimas de esta brutalidad masiva? Los gobiernos de Moscú, Londres, París y Washington eran bien conscientes de ello, pero por razones políticas, militares y estratégicas fueron incapaces o se mostraron poco dispuestos a hacer algo. ¿Y la gente de Alemania? El pleno alcance del genocidio puede que fuera desconocido para la mayoría; pero la gente sabía al menos vagamente lo que se estaba haciendo, cómo la persecución de judíos y "no arios" se había hecho más fuerte, más abierta y "legal". La gente tenía parientes que volvían a casa del frente del Este, soldados y personal de las SS directamente implicados en las atrocidades. Deben haber hablado a sus mujeres, sus médicos, quizá a sus pastores; pero les habían dicho también: "Mantened la boca cerrada sobre esto, no lo mencionéis, o vosotros y yo tendremos que pagar por ello con nuestras vidas o ser enviados a un campo de reeducación". En la atmósfera general de terror y falta de libertad en la que la gente vivía, funcionaba. Muchos guardaron silencio.

Desde luego hubo otros muchos, aunque por la naturaleza del caso las estadísticas se han perdido. Hubo gente que protegió a judíos, fueran amigos, vecinos o simplemente judíos, escondiéndolos o pasándolos de contrabando por las fronteras a países neutrales como Suiza o Suecia. Hubo gente que habló alto: los nombres de los cardenales arzobispos de Munich y Müüster, Faulhaber y von Galen, no deben ser olvidados; ni el de Bernhard Lichtenberg, el valeroso deán romano católico de Berlín, que protestó frecuentemente en su revista parroquial y que murió mientras era deportado a un campo de concentración. Ni el del pastor Dietrich Bonhdffer, que en los primeros días del régimen escribió contra la persecución de los judíos, ayudó a no pocos a salir del país y que, desesperado por el tratamiento nazi de los judíos, se vio envuelto en el movimiento clandestino de las fuerzas armadas, por lo que fue ahorcado una semana antes de que acabara la guerra oficialmente. La actitud de la Iglesia hacia la cuestión judía, escribió, determinará si todavía es cristiana o no. La expulsión de los judíos de Occidente traería necesariamente con ella la expulsión de Cristo, porque Cristo era judío; "y el pueblo de Israel seguirá siendo para siempre el pueblo de Dios; el único pueblo que no pasará, porque Dios se ha convertido en su Señor, Dios ha puesto su residencia en él y ha construido su casa".

Hubo otros dos hombres, ambos pastores luteranos, cuyos nombres fueron frecuentemente mencionados por ayudar a judíos y cristianos no arios lo mismo a esconderse en Alemania que a emigrar: Grueber en Berlín y Maas en Heilderberg. Y no deberíamos olvidar a personas como Maximiliano Kolbe, el sacerdote católico romano que eligió morir en el campo de Auschwitz con la esperanza de que de ese modo se pudiera salvar la vida de otro preso. Todo esto puede que parezca, y de hecho lo fue, más que gritar en el desierto; pero incluso un pequeño grito es mejor que no gritar nada.

Todos los nombres mencionados hasta aquí lo eran de personas muchas de ellas en posiciones prominentes, pero que hablaron o actuaron no como representantes de sus organizaciones sino con su capacidad individual. Las Iglesias, tanto protestantes como católico-romana, prefirieron permanecer en silencio. No estaban interesadas en el destino de los judíos como tal. La antigua historia de los judíos que han perdido su posición ante Dios no había sido todavía olvidada; la teoría de la sustitución todavía se tenía por buena. Había relativamente pocos judíos bautizados entre sus miembros y todavía menos entre el clero. Existía la tendencia a no interferir en lo que se consideraba dominio del Estado, y existía la tendencia totalmente humana de guardar silencio cuando hablar puede costar caro. No se prestó atención al mandato de Prov 31,8.9, que tanta importancia tuvo en los círculos de Bonhtiffer: "Abre tu boca en favor del mudo..., por el desventurado y el pobre". Considerando que la mayoría de la gente que trabajaba en los campos de exterminio había sido probablemente bautizada, o al menos afirmaba creer en lo que Hitler llamaba "cristianismo positivo", y considerando el silencio de ambas Iglesias y de la población en general, seguramente no es una exageración por parte de Franklin H. Littell hablar y escribir de "apostasía general" y de la "a postasía de los millones que colaboraron".

Desafortunadamente, esos millones no estaban sólo en Alemania y en los países ocupados por Alemania o aliados con ella. La colaboración indirecta vino después por parte de aquellos que simplemente no hicieron nada o rehusaron hacer más. El asesinato en masa de judíos tuvo un paralelo en la apostasía en masa de cristianos fuera de Alemania que rehusaron alzar sus voces en favor de los perseguidos y forzar a sus gobiernos a abrir sus fronteras y dejarles entrar. Estados Unidos no quiso cambiar su sistema de cuota de inmigración en favor de los judíos perseguidos. Gran Bretaña al comienzo de la guerra dio cobijo sólo a 70.000 "refugiados de la opresión nazi". No sería justo a este respecto olvidar a un hombre de Inglaterra que no se cansó nunca de mencionar la situación de los judíos, y que empleó muchísimo tiempo y energía en ayudar a aquellos que habían sido capaces de emigrar de Alemania a Gran Bretaña, George K.A. Bell, obispo de Chichester. Australia admitió sólo a unos miles, Sudáfrica permitió la entrada en su territorio a 26.000, Argentina y Brasil admitieron cada una a unos 64.000. Canadá, por consejo del director de la Sección de inmigración, Fredericlc Charles Blair, obró de acuerdo con el principio de que "ninguno son demasiados", con la excepción de varios cientos que llegaron por equivocación, porque habían sido tomados como prisioneros de guerra y como tales embarcados rumbo a Canadá. Debería hacerse, sin embargo, mención aquí de una "Resolución respecto a la persecución de los judíos" aprobada por el Sínodo General de la Iglesia de Inglaterra en Canadá (como se llamaba todavía entonces), reunido en Montreal del 12 al 21 de septiembre de 1934. El único país deseoso de recibir judíos en gran número era Palestina, y se le prohibía hacerlo por parte de la potencia mandataria, Gran Bretaña. En un libro rojo de 1939 el número de gente que se podía admitir por año fue fijado en 15.000, y por temor a la reacción árabe esa cifra no podía modificarse bajo ninguna circunstancia.

Hay muchas preguntas surgidas del holocausto que todavía hoy se hacen quienes se sienten afectados por aquella cruel tragedia y los que están interesados en la historia de nuestro siglo. ¿Cómo fue posible que los nazis desviaran de la guerra tan gran parte de su esfuerzo para perseguir, contra todas las consideraciones estratégicas, el intento de borrar del mundo a los judíos? ¿Por qué no intervinieron los aliados, e incluso guardaron completo silencio? ¿Por qué precisamente en Alemania y por obra de alemanes:, cuando el antisemitismo había sido mucho más fuerte en el pasado en Francia y Rusia? ¿Por qué no existió allí resistencia activa a las leyes antisemitas y a la deportación de los judíos de Alemania y de lbs países ocupados por Alemania?

c) Reflexiones judías. Está también, por supuesto, la cuestión de cómo reaccionó la comunidad judía. Tras el primer silencio de pasmo, aparecieron varias reacciones. En la extrema derecha hasídica europea -lo que quedaba de ella- se oyeron algunas voces en términos de la ley del Deuteronomio (Dt 30,15ss) de pecado y castigo. Aunque uno no puede menos de quedar impresionado por semejante visión fundamentalista, bíblicamente ortodoxa, incluso al afrontar un mal tan increíble como el holocausto, no debería olvidarse que la mayoría de los pensadores europeos estaban más cercanos en su apreciación a lo que se pensaba en Norteamérica. En los Estados Unidos, Richard Rubistein, en su libro After Auschwitz, sostenía, en efecto, que Dios había muerto; sólo asumiendo esto podía entenderse Auschwitz. Emil Fackenheim responde: ¡No! Asumir que Dios ha muerto equivale a conceder a Hitler una victoria póstuma destruyendo el alma judía después de haber gaseado los cuerpos en los campos de exterminio. Consideraba que la ley judía 614 no podía admitir eso. Elie Wiesel guardó silencio durante mucho tiempo. Como superviviente no podía ni quería hablar, especialmente cuando Dios mismo había permanecido en silencio de una manera tan patente. ¿Por qué? ¿No nos cuida y no nos cuidaba Dios? ¿Es Dios indiferente al sufrimiento del pueblo de Dios? ¿Está loco Dios? ¿Puede alguien razonar y discutir con un Dios así? En general, se está de acuerdo en que ser capaz de entender Auschwitz sería peor que no entenderlo en absoluto. Significaría el fin de la Visión religiosa del mundo de uno. El rabino hacia el final del libro de Wiesel The Gates of the Forest dice: "¿Cómo puedes creer en Dios después de lo que ha pasado?" Los judíos después de Auschwitz se sienten, por supuesto, justificados para mantener que el mesías todavía no ha llegado, y después de la miseria y el mal de Auschwitz están obligados a preguntarse con más urgencia que antes: ¿Cuándo vendrá? Los cristianos, por otra parte, que sostienen que ha venido, están también avocados a la pregunta: ¿Por qué existe todavía tanto mal en el mundo?

Esta pregunta acerca del mesías es algo que, más que separarles, une a cristianos y judíos. Es algo que debe figurar en el orden del día de cualquier diálogo, presente o futuro, entre las dos comunidades de fe.

5. EL JUDAÍSMO: UNA CELEBRACIÓN DE LA VIDA. El judaísmo es una celebración de la vida, y la vida es especialmente una celebración de una comunidad de personas. A pesar de los extremados infortunios afrontados por los judíos a lo largo de los últimos trescientos años y a pesar de la catástrofe del holocausto, acontecimiento inmensamente doloroso y que destruyó una de cada tres comunidades judías del mundo de entonces, la tradición ha mantenido una aproximación positiva a la vida y una visión positiva del individuo humano, defendiendo una inversión en la experiencia de este mundo de la persona corriente en cualquier momento de la existencia.

a) Conceptos. Un sinnúmero de conceptos interactúan en la experiencia de una persona judía y configuran la experiencia vital.

Un concepto clave en la tradición es Dios. Como Creador, Dios es singular y único. Dios es eterno y no está atado a ningún lugar. El antiguo nombre bíblico de Dios Yhwh, o "Ehyeh Asher Ehyeh" es decir, "Yo soy el que soy", o "Seré lo que seré", sugiere existencia eterna; el nombre bíblico Elohim sugiere fuerza para ser aplicada en un sentido constructivo, y la apelación Adonai indica el señorío que deriva del ser creador de Dios. En el judaísmo de la época greco-romana se hicieron corrientes otras apelaciones: hasem, "el nombre", sugiere el especial poder creador de Dios, que hace ser, que imparte identidad específica a objetos animados e inanimados por medio de su palabra (p.ej., Haya luz...), mientras Hamaqom, "el Lugar", sugiere omnipresencia. Dios es el lugar para existir.

El compendio de la creación de Dios es el ser humano.

El judaísmo considera la referencia al ser de la humanidad creada a imagen de Dios más como un desafío que como una simple afirmación de hecho. La gente del Próximo Oriente antiguo adoraba ídolos-formas. La teoría que subyacía al uso de la forma era que debía ser colocada en medio de la comunidad humana, en una casa especial (templo) diseñada para su comodidad. Si la forma era una correspondencia perfecta, el dios habitaría en ella, la in-formaría, y por eso habitaría en medio de la comunidad humana, que se beneficiaría de la presencia del dios.

El judaísmo considera el individuo humano, creado a imagen de Dios, como la forma que debe ser informada por Dios. Todos nosotros recibimos el desafío de actuar a la manera divina. El judaísmo pone un gran énfasis en el valor del individuo corriente. Vivimos como colaboradores de Dios en la creación en curso del mundo.

En el incidente del jardín del Edén, el judaísmo ve no "la pérdida de la gracia", sino más bien un paso hacia el cumplimiento del plan de Dios al crearnos. El conocimiento adquirido del árbol de la ciencia es conocimiento que nace de un acto de libre albedrío humano, yen sí mismo es liberador. Es entendido de diversas maneras: como conocimiento sexual, clave de la procreación; como el conocimiento de la certeza de la muerte, que debe ser un estímulo mayor para una actividad productiva en todo momento; como el conocimiento general que nos permite, en cuanto criaturas que probamos, examinamos y creamos, a nosotros criaturas creativas, aplicar los frutos de nuestro examen e investigar con vistas a la mejora de nuestro entorno humano, es decir, el mundo en el que Dios nos ha colocado.

A pesar de todo su deleite, el jardín de Génesis 3 es un lugar excesivamente limitado para la expresión humana. Este mundo -nuestro mundo- es nuestro jardín. Gozamos de su fruto a causa de nuestra dedicación a su producción. La mujer de Génesis 3 es "maldecida" con dolores de parto. El dolor es ciertamente grande; pero el gozo es grande también, como lo es el aprecio del gran potencial que cada nueva vida humana conlleva. La misma experiencia del nacimiento -la enérgica expulsión del nuevo ser humano del vientresupone para el nuevo ser humano una descarga que anima a tomar conciencia de la vida. Esta conciencia se desarrollará, crecerá y hará posibles grandes hechos. La expulsión del Edén puede entenderse de modo parecido. Es el estímulo necesario para colocar a la humanidad en el proceso deseado por Dios.

La relación entre el ser humano y Dios, entre una persona y otra, y el complejo de la experiencia personal y "sentimientos" del individuo como respuesta a su entorno total se describe en su forma más esencial mediante la idea de la alianza, que es la esencia de la Torah.

La noción de alianza -un convenio, acuerdo o tratado para describir las complejas relaciones mencionadas antes- es una noción modelada a partir de alianzas que existían en el mundo político del Próximo Oriente antiguo. En su revolucionaria apropiación de esta idea del reino de lo político al reino de las relaciones humano-divinas, el judaísmo liberó al mundo de la experiencia en última instancia limitadora del mundo antiguo, con sus muchos dioses caprichosas con intereses en conflicto, exigiendo cada uno lealtad humana. En la Torah se revela la voluntad de Dios y se establece lo que Dios espera de la humanidad. Somos liberados de la ineficacia de la adivinación. El gran estudioso Abraham Joshua Heschel describe a nuestro Dios como un "Dios a la búsqueda del hombre". La primera pregunta de. Dios al ser humano (Gén 3) es: "¿Dónde estás?" Dios está preguntando: "¿Dónde estás en tu relación conmigo, dadas las acciones que has cometido?" La acción humana es significativa a los ojos de Dios, y la responsabilidad es un aspecto clave de la existencia humana. Dios ama a la humanidad, creada a su propia imagen, y a través de la historia bíblica Dios demuestra prontitud para acomodarse a la criatura humana.

Las alianzas de promesa con Noé (que el mundo jamás volvería a sufrir una destrucción global) y con David (que el linaje davídico será siempre la fuente del liderazgo humano definitivo) proporcionan una medida de seguridad y confianza ala comunidad humana. La alianza del Sinaí, en la que se describe el plan de Dios de una comunidad humana productiva y en progreso, es la base para el definitivo desafío humano de hacer de nuestro mundo un lugar divino, en el que toda la humanidad y todo el mundo natural pudiera experimentar el placer y gozo completos. Las expectativas rituales y éticas de la alianza son complementarias, y todo sirve al propósito de una celebración de la vida.

La Torah es revelada al pueblo judío; es el anteproyecto de una comunidad modelo. La Torah no es en modo alguno estática, sino que evoluciona acorde con la cambiante experiencia humana. Está destinada al uso cotidiano, a cualquier persona. El Deuteronomio dice: "No está en el cielo": no está distante o inalcanzable. Es un plan realista, y propone desafíos realistas. En particular, percibe que los logros humanos más importantes tendrán lugar cuando los humanos trabajen juntos, en comunidad, para hacer de nuestro mundo un lugar más hermoso. La expresión productiva de cualquier comunidad contemporánea es la expresión acumulada de decisiones creativas de la comunidad histórica: todos los judíos que nos han precedido. Existe un profundo sentido en el judaísmo de unión simultáneamente de un judío con todos los demás judíos contemporáneos y con todos los judíos que han existido. Todos los judíos se identifican con los gozos y el dolor de la existencia judía a lo largo de los siglos.

Aunque el judaísmo no se ocupa de modo predominante de consideraciones de espacio o lugar, siendo Dios el espacio esencial (Hamaqom, como dijimos antes), la tierra de Israel es un lugar del todo especial, porque es allí donde la comunidad modelo descrita por la Torah encuentra su primera expresión. A través de su ocupación por la comunidad modelo, la tierra ha de ser una tierra modelo. Su variada topografía y su situación central en el mundo antiguo sugieren que sea la respuesta o reflejo en el mundo real del jardín de Génesis 3. La tierra es el jardín en el que, por medio de nuestro conocimiento, guiados por la alianza y articulados en una acción comunal, somos capaces de alcanzar grandeza para ser compartida y gozada por toda la humanidad. El fin, en 1948, de la larga separación de la mayoría de judíos de su tierra especial es considerado por muchos judíos como el comienzo de un proceso que conducirá a la expresión más productiva de todos los ideales encarnados en este complejo de conceptos que hemos discutido. En expresión contemporánea judía, el día de la independencia de Israel (1948; en el calendario hebreo, el día quinto del mes de Iyyar) y el aniversario de la liberación y reunificación de Jerusalén (1967; en el calendario hebreo, el vigésimo octavo día de Iyyar) están señalados en la vida ritual y social de la comunidad judía porque tienen una significación muy especial. Se trata de un nuevo y especial desafío para los judíos, particularmente para aquellos que viven fuera del Estado de Israel, de considerar el Estado de Israel como casa, y al mismo tiempo gozar, apreciar y contribuir a la experiencia de otra casa (Canadá o cualquier otro sitio en el que los judíos puedan vivir), a menudo más familiar y, en muchos aspectos, más confortable.

b) La articulación de los conceptos de la vida. Mientras los conceptos que hemos descrito -Dios, el individuo, Torah y comunidad, la tierrainteractúan y, en su interacción, informan toda la existencia judía, la mayoría de los judíos aprecian estos conceptos de un modo indirecto. La vida judía consiste en vivir hasta. el fin de la interacción de estos conceptos a menudo inconscientes. -La tradición judía, aunque ciertamente aprecia el significado de la contemplación, está principalmente enfocada a la acción. El vasto complejo de interacciones humanas, de unas con otras, dentro del yo y con el cosmos, son dirigidas por la Torah y, específicamente, por los mandamientos o instrucciones (mitzvot) basados en las antiguas Escrituras judías y ampliados en cada generación y en cada lugar donde los judíos viven. La elaboración es parte y parcela de la tradición misma. Responde a los nuevos desafíos de tiempo y lugar para beneficio de la experiencia acumulada de la comunidad judía mundial, y también de la comunidad mundial de todos los pueblos, pues los judíos han vivido entre muchos pueblos y se han beneficiado de sus intuiciones también.

El complejo de los rüitzvot es, en su totalidad, expresión religiosa judía. Para un judío vivir una vida judía es vivir una vida de servicio a Dios. En algún sentido, cada acto es litúrgico, cada acción un acto de oración o de alabanza. A1 mismo tiempo, varios mitzvot, particularmente en el área del ritual, son específicos en cuanto al tiempo -la hora del día para las oraciones diarias o la estación del año para las fiestas estacionales- o lugar -la sinagoga para la oración o el estudio comunitarios, aunque cualquier lugar donde se reúna un grupo de diez es idóneo, o la casa para los muchos rituales basados en la casa-. Cuando cumplimos los mitzvot, cuando actuamos en los términos de nuestra alianza con Dios, aceptamos el desafío de nuestro ser creado a imagen de Dios. Completamos esa imagen a través de nuestras acciones. A1 hacerlo así, servimos a la meta del tikkun olam, esbozando la unidad y totalidad de nuestro mundo.

La tradición judía identifica tres tipos de mandamientos o mitzvot, que cubren el campo de la experiencia humana. No todos los judíos, en su vida, en el contacto con los demás o con el entorno natural, son conscientes de en qué mitzvot específicos están implicados. Aunque la tradición aprecia la relevancia de la conciencia del lugar especial en el complejo de lá, existencia que cada interacción cubre, laque es importante en última instancia es la acción, no la conciencia de su ajuste en el sistema.

Los tres tipos de mitzvot son identificados como: 1) ben adam Lammaqom, es decir, entre un ser humano y Dios; 2) ben adam lehavero, es decir, entre el ser humano y otros seres humanos; y 3) ben adam 1'atzmo, es decir, entre un ser humano y el yo (dentro del propio yo).

La categoría ben, adam Lammaqom abarca el vasto conjunto de la ley ritual, incluyendo la indicación de días especiales (fiestas, Sabbath), las reglas de la dieta y reglas de armonía con los ciclos de la naturaleza. Esta categoría aborda partes de la vida que tienen aspectos cósmicos, así como comunitarios.

Un judío experimenta la historia judía como un equilibrio de gozo y dolor, de aceptación y rechazo por parte de los otros. El holocausto aparece en gran medida como ejemplo catastróficamente horripilante, y en última instancia triste, de ese rechazo. Es horripilante en su dolor y en su destrucción de un modo de vida. Es triste en cuanto que trastornó, y para muchos judíos sigue trastornando, la inquebrantable fe en la bondad esencial de los demás. Es un hecho que las Iglesias permanecieron esencialmente silenciosas durante los años de la destrucción de uno de cada tres judíos, y que los nazis señalaron con orgullo a los dos milenios de historia cristiana como precedente al articular decretos cada vez más hostiles. Es profundamente triste que en una época de tan gran necesidad, tan pocas manos que habían tomadó-la comunión se tendieran para ofrecer vida. No es fácil recobrarse de tantas cicatrices físicas y emocionales como el holocausto infligió. En muchos aspectos no existe recuperación posible. El gran desafío consiste en que esas cicatrices no nos incapaciten.

Como tradición que ama la vida, ama a todo el mundo y aspira al mejoramiento dé nuestro mundo, la vida cotidiana es un equilibrio entre tradición y cambio, y el mismo cambio es resultado de una dinámica interna y también, significativamente, interacción con toda la gente y todo el mundo natural. Para el judaísmo; los desafíos y los excitantes potenciales de la existencia son lo esencial de la vida, y el sendero hacia esos desafíos positivos o la lealtad a la tradición es una obligación social que es preciso transmitir. El Deuteronomio grita: "Por tanto, elige la vida". ¡Nosotros elegimos la vida! Y nuestro compromiso con la vida, como individuos y en comunidad, es motivo de celebración.

6. - HACIA UN FUTURO DISTINTO DEL PASADO. Comencemos con un pasaje de la novela de André Schwarz-Bart El final del Justo, ambientada en el París ocupado por los nazis. Los dos personajes aquí aludidos son jóvenes judíos:

"]Él (Jesús) fue realmente un buen judío o sea, un hombre compasivo y amable. Los cristianos dicen que lo aman, pero yo creo que lo odian sin saberlo. Y así cogen la cruz por el extremo opuesto y hacen de ella una espada y nos atacan con ella. Ya comprendes, Golda..., toman la cruz y la cambian completamente, la cambian completamente, ¡Dios mío!... Pobre Jesús; si volviera a la tierra y viera que los paganos han hecho de ella una espada y la utilizan contra sus hermanas y hermanos, se pondría triste. Estaría afligido para siempre. ¡Y quizá realmente lo vea!"

Así resume el novelista de modo patético lo que desafortunadamente ha sido una pauta común en las actitudes y conducta del mundo cristiano hacia los judíos y el judaísmo durante casi veinte siglos. ¿Qué hay del futuro de la relación cristiano judía? A la luz del pasado verdaderamente terrible, ¿existe alguna esperanza real de un futuro radicalmente distinto de ese pasado?-Si existe, ¿sobre qué base debe construirse ese futuro; y existe a la vez el conocimiento y la voluntad de hacerlo, particularmente por parte de aquellos de nosotros que están comprometidos con la fe cristiana? Si estamos preparados para hacerlo, ¿tenemos el coraje y la honestidad indispensables para perseguir lo que creemos que Dios y la humanidad exigen de nosotros?

Estas preguntas están inspiradas tanto en la pasada historia de la relación cristiano judía como en el conocimiento accesible en la actualidad, que, si es tomado en serio por nosotros los cristianos, debe conducir a un replanteamiento radical de nuestra propia manera de autoentendernos como seguidores del judío fiel, Jesús, al que reconocemos como nuestro salvador y Señor. Entre los muchos factores interrelacionados que han llevado a prominentes pensadores cristianos, así como a laicos corrientes, a comprometerse en esta tarea, pocos pueden haber sido tan significativos como el horror que nos es conocido con el término de "holocausto", así como el fenómeno único conocido para nosotros como el nacimiento del moderno Estado de Israel. A estos dos acontecimientos deberíamos añadir el descubrimiento de los documentos de Qumrán y el respectivo desarrollo de la investigación bíblica, con sus metodologías cada vez más sofisticadas, tanto en la rama romano católica como en las ramas del cristianismo no romano católico.

Debemos, desde el principio, tener firmemente en la mente dos puntos. Primero, el antisemitismo en cuanto fenómeno histórico es anterior a la entrada del cristianismo en la escena del mundo. En segundo lugar, el antisemitismo cristiano se ha mostrado mucho más duradero y pernicioso que cualquier otro conocido por nosotros por la historia "pagana" (especialmente grecorromana). Esto último apenas sorprende, cuando se considera el potencial de un prejuicio basado en la teología; porque ¿qué podía ser peor que apoyar una propensión humana a temer (y de ahí a odiar) "al otro" con una sanción supuestamente divina? Los ejemplos proporcionados por las denominadas "guerras religiosas" -como las cruzadas, la guerra de los treinta años y conflictos más recientes en lugares como Irlanda del Norte, la India y el Oriente Medió- son bien conocidos. Por eso la mezcla de competitividad humana y racionalización teológica patente en la relación de la Iglesia con los judíos fue claramente desastrosa para los últimos en consecuencias históricas.

a) Racionalizaciones teológicas. Los apartados precedentes de este artículo han descrito esas consecuencias históricas. Si queremos asegurarnos de que esas actitudes y conducta trágicas jamás vuelvan a producirse, los cristianos debemos en primer lugar ser conscientes, y desentendernos de determinadas racionalizaciones teológicas distorsionadas inherentes a nuestra tradición; sólo entonces estaremos en condiciones de construir un modelo positivo de futuras relaciones con nuestros hermanos y hermanas judíos. Resumamos, pues, las racionalizaciones teológicas más significativas de nuestro pasado cristiano, y para hacerlo sigamos la exposición de "Impresiones antijudías generadas por primitivos escritos cristianos", preparada por el doctor Michael Cooke:

1) Existe el cargo -quizá el más pernicioso de todos desde un punto de vista histórico- de que el pueblo judío, tanto de la época de Jesús como de toda la posteridad, fue colectivamente culpable de su muerte; y como Jesús es, en la creencia cristiana ortodoxa, la encarnación de Dios, el cargo se convirtió no en el de mero homicidio, sino en el de "deicidio". Además de ser la acusación antisemita más potente, este cargo es -desde una perspectiva estrictamente histórica- absurdo y sin base. La mayoría de los judíos de la época de Jesús en Palestina, así como la inmensa mayoría de judíos dispersos por el mundo grecorromano, no supieron nada de Jesús. La afirmación de culpa colectiva es insostenible a la luz de la ética desarrollada tanto a partir de las Escrituras hebreas como del mismo NT.

2) Se ha alegado también que los infortunios históricos del pueblo judío -particularmente su dispersión por todo el mundo- fueron el justo castigo por el acto del "deicidio". Este cargo es igualmente, desde una perspectiva histórica, infundado. La diáspora judía es muy anterior al advenimiento del cristianismo y tuvo lugar, de modo principal, aproximadamente quinientos años antes del nacimiento de Jesús. Como la mayoría de judíos residían ya fuera de Palestina durante el ministerio de Jesús, es difícil ver cómo puede ponerse honestamente esto en la lista para apoyar una teoría teológica en quiebra.

3) Otra arma del arsenal polémico cristiano ha sido el cargo de "desplazamiento" o "sustitución", según el cual la alianza de Dios con el pueblo de Israel había sido abrogada en vista del rechazo de los judíos de Jesús como Mesías (=el término griego, "Cristo', instituyéndose una "nueva alianza" con los cristianos, que ahora desplazan o sustituyen a los judíos como pueblo de Dios. Es esta forma de pensar la que produjo la expresión "Antiguo Testamento" como una descripción intrínsecamente peyorativa de las Escrituras hebreas. La nulidad bíblica de la "teoría del desplazamiento" será mencionada más adelante.

Además de estos tres cargos, debemos señalar otros dos nuevos, que tendían a reforzar los anteriores y a aumentar su aceptación entre los fieles cristianos.

4) Llegó a ser práctica cristiana común -evidenciada ya en el NTdarse a una metodología interpretativa particularmente maliciosa e inconsiderada, por la cual -particularmente en el caso de la literatura profética de la Biblia- las críticas negativas realizadas por los profetas de sus hermanos judíos sobre el amor y la preocupación por la fidelidad religiosa se las apropiaron los cristianos -la mayoría de los cuales eran, en última instancia, gentiles de origen- como armas polémicas con las que golpeara los judíos. Encontraste con este procedimiento, los pasajes positivos de la literatura profética que tratan de las promesas de esperanza y redención fueron aplicados por los cristianos, no a los judíos, a quienes los profetas habían dirigido estas palabras, sino a la Iglesia, que había ahora reemplazado al "antiguo Israel" convirtiéndose en el "nuevo Israel". Como muy bien ha dicho la estudiosa católica romana Rosemary Radford Ruether:

"En la exégesis cristiana del AT, la historia judía se parte por la mitad. La dialéctica de juicio y promesa se vuelve esquizofrénica, aplicándola no a un pueblo elegido, sino a dos pueblos: el pueblo réprobo, los judíos, y el futuro pueblo elegido de la promesa, la Iglesia... El rechazo y asesinato del mesías es el punto culminante lógico de la historia de mal del pueblo judío. Es la Iglesia la que es la verdadera heredera de la promesa hecha a Abrahán.

Podemos también señalar que este mismo método de una hermenéutica selectiva se puede ver en el uso posterior de la Iglesia de las críticas hechas por Jesús sobre algunos de los hombres religiosos de su tiempo. Estas críticas, motivadas también por una auténtica preocupación y amor a su pueblo, se convirtieron más tarde en un recurso polémico, por el cual una autocrítica puramente interna (judía) se hizo externa y fue utilizada como medio de "desjudaizar" al mismo Jesús.

5) Se ha alegado también que el judaísmo de los tiempos de Jesús se había vuelto corrupto y sin vida, sin poder de autorregeneración, y que su rasgo más notable era un estéril y cruel "legalismo"desprovisto de contenido o motivación espiritual. Este cargo llegó a cristalizar en la presentación notoria y casi uniformemente negativa del partido religioso conocido por nosotros como los fariseos. Este cargo, como los precedentes, afortunadamente ha sucumbido igualmente a los hechos históricamente demostrables, a la cordura teológica y al puro sentido común. Ahora se sabe que el judaísmo de los tiempos de Jesús era de hecho una mezcla rica y viva de diversas escuelas de pensamiento, como queda demostrado por lo que sigue: a) la variada literatura canónica y extracanónica desde c. 200 a.C. hasta la época de Jesús; b) los documentos de Qumrán, descubiertos a finales de la década de 1940 y popularmente conocidos como los Rollos del mar Muerto, y e) el cuadro inmensamente mejorado que ahora poseemos de los mismos fariseos. La "rehabilitación" de éstos en los últimos decenios ha sido extraordinaria, como lo ha sido el efecto de los descubrimientos de Qumrán en revolucionar nuestro conocimiento de la historia tanto del judaísmo precristiano como del mismo cristianismo primitivo.

Debe subrayarse una vez más que la polémica antijudaica que acabamos de perfilar se puede encontrar no sólo en un cuerpo específico de literatura patrística, sino también, en un grado significativo, en el fundamento primordial del mismo NT. Este último hecho, aunque reconocido por muchos teólogos cristianos competentes y respetados de nuestros días, es sin embargo desconocido o eludido por gran número de cristianos, que tienen que adaptarse aún a sus implicaciones para la Iglesia y el mundo. Ciertamente, incluso ciertos pasajes del NT que, cuando son comprendidos históricamente, pueden ser menos peyorativos hacia los judíos de lo que pudiera parecer a primera vista, son a menudo leídos sin una exégesis correcta y, en consecuencia, mal entendidos y mal aplicados; en cambio, ciertos pasajes de un valor potencialmente grande para restaurar un respeto cristiano apropiado hacia los judíos y el judaísmo han recibido hasta hace relativamente poco atención inadecuada por parte de los investigadores cristianos de la Biblia, por no decir nada del laico medio.

b) Corregir los errores del pasado. ¿Qué se está haciendo, entonces, para que vayan quedando anticuados, para corregir los errores del pasado, y qué queda por hacer? Si se vieran obligados a elegir un acontecimiento de particular importancia para albergar alguna esperanza de una futura relación cristiano judía radicalmente distinta de la del pasado, muchos citarían sin vacilar la declaración del concilio Vaticano II sobre las "relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas", usualmente llamada (por las palabras latinas con las que comienza) Nostra aetate, sección 4; esta última sección trata de modo específico de la relación de la Iglesia con los judíos y el judaísmo, y fue oficialmente promulgada el 28 de octubre de 1965. Detrás de este pasaje relativamente breve hay, desde luego, una historia muy larga y, en algunos puntos, controvertida; pero el hecho de que fuera promulgada finalmente se debe, en gran parte, a los esfuerzos singularmente persistentes y pacientes del investigador judío francés Jules Isaac, cuyas investigaciones sobre la pasada historia de la "doctrina de desprecio" del cristianismo respecto a los judíos y el judaísmo tuvo un significativo impacto en la resolución del papa Juan XXIII de ver esta declaración aprobada por el concilio. Quizá sus afirmaciones más importantes tratan de dos de los cargos más perniciosos resumidos antes, a saber: el cargo de "deicidio" y la "teoría del desplazamiento".

Nostra aetate afirma: "Según el apóstol (Pablo), los judíos son todavía muy amados de Dios a causa de sus padres, porque Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación" (cf Rom 11,28-29).

Estas palabras, si se toman en todo su significado, eliminan cualquier fundamento de una teoría de "desplazamiento" o "de sustitución" del judaísmo en relación con el cristianismo; implican de hecho un replanteamiento muy significativo por parte de los cristianos del lugar y el papel de los judíos y del judaísmo en la redención del mundo, en el contexto de una alianza que sigue en vigor, válida, entre Dios y el pueblo de Israel.

Igualmente significativo es el siguiente rechazo explícito del cargo de "deicidio":

"Lo que en su pasión (de Jesús) se hizo no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían ni a los judíos de hoy...; no se ha de señalar a los judíos como réprobos de Dios y malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras" (NA 4).

Es también digno de notar que esta sección de Nostra aetate reconoce la gran importancia de la predicación correcta y de la exégesis bíblica como una saludable base para la instrucción religiosa. Es precisamente esa exégesis cuidadosa y erudita la que ha proporcionado los medios para demoler de una vez por todas el mito difundido de una diáspora como castigo, así como de una interpretación histórica de las Escrituras hebreas, consideradas como una mera "preparación" para el evangelio cristiano. Y tales investigaciones eruditas pueden acabar también con el mito de un estado del judaísmo supuestamente degenerado en la época de Jesús. Igualmente importante es el hecho de que las lineas orientativas emitidas posteriormente tanto por el Vaticano como por los obispos católico romanos-de USA, relativas a la puesta en práctica de la declaración Nostra aetate, hayan hecho incluso más explícita y precisa la aplicación de este documento fundamental a la liturgia, la predicación y la catequesis.

Debido a la magnitud y lugar histórico de la Iglesia católica romana dentro de la cristiandad todos estos pasos hacia la mejora de la trágica relación pretérita entre cristianos y judíos deben ser de profundo significado para todos los cristianos: a este respecto, se debería ser también consciente de que muchas de las principales Iglesias protestantes y anglicanas han hecho de modo similar afirmaciones explícitas sobre las raíces teológicas del antisemitismo cristiano histórico (incluyendo su formulación teológica como antijudaísmo).

El papel del predicador es también crucial; él puede prestar quizá el mayor servicio, no "hablando" constantemente de los peligros del antisemitismo, sino más bien estando suficientemente sensibilizado e informado para expresar con claridad, donde proceda, los valores positivos de la herencia judía en la que los cristianos deben inspirarse. La catequesis exige igualmente estar basada en materiales desprovistos a cualquier nivel de los elementos antijudíos del pasado y que refleje nuestro corriente modo de entender el valor y validez de la matriz judía de donde nosotros, los cristianos, hemos venido. Con relación a lo último debe acentuarse el desarrollo y continua vitalidad del judaísmo posbíblico, tanto en cuanto disuasivo contra todos los restos persistentes de los mitos del "desplazamiento" y de la "degeneración" como en cuanto rica fuente de penetración espiritual y esperanza en nuestro continuo peregrinar como descendientes espirituales de Abrahán, nuestro común padre en la fe.

Estas nuevas valoraciones de nuestra liturgia, predicación y catequesis implican una necesidad continua, a nivel de investigación, de una teología del judaísmo desarrollada y positiva, y un replanteamiento de la cristología, de modo que la Iglesia y el pueblo de Israel puedan ser vistos, no uno frente a otro, sino al lado uno de otro, ya que cada uno intenta ser fiel a su alianza con el único Dios, a quien ambos reconocemos e intentamos servir.

c) Mejorando el mundo. Este último punto nos recuerda que todavía quedan muchas áreas en las que, como cristianos y judíos comprometidos, podemos aunar nuestros esfuerzos honradamente y sin compromiso en la persecución de la noble meta del "tikkun olam" (mejorar el mundo). Es aquí donde nuestros valores éticos comunes pueden expresarse, puesto que procuramos solidariamente esforzarnos en resolver los serios problemas de justicia social tan manifiestos en nuestro mundo.

Aunque cristianos y judíos difieren entre sí en cuanto a la identidad y advenimiento del mesías, debemos, sin embargo, confesar que nuestro mundo, en su estado actual, está todavía muy lejos de esa redención total que es nuestra común esperanza para la humanidad. Es esta esperanza y valerosa visión lo que debe mantenernos juntos en los años venideros.

Existe todavía una última área que debemos tener en cuenta los cristianos si verdaderamente deseamos comprender y respetar a nuestros hermanos y hermanas judíos, a saber: el extraordinario significado del moderno Estado de Israel para el pueblo judío en su conjunto. Desde el renacimiento de Israel en 1948, la valoración del mundo cristiano de la importancia de este acontecimiento ha sido muy ambivalente. Sin duda las razones de tal ambivalencia son complejas; pero, a la luz del pasado, no parece en absoluto inverosímil sugerir que parte de esta ambivalencia es debida, incluso a nivel inconsciente, a la persistencia entre muchos cristianos de las ideas de "deicidio" y de una "diáspora de castigo". Un serio replanteamiento de estos supuestos teológicos insostenibles, junto con una comprensión mucho mayor del papel de la nacionalidad entre los judíos, contribuirá grandemente a que los cristianos miren de forma más justa y positiva el hecho del moderno Israel. Como cristianos, podemos no estar de acuerdo con determinadas políticas de un concreto gobierno israelí. Esa diversidad de perspectivas se encontrará en la comunidad judía también. Como cristianos, nos preocupará naturalmente que se dé una atención adecuada a los diversos grupos cristianos (y a otras minorías) dentro de Israel. En cualquier caso, no debemos abandonarnos a un "tipo de crítica que utilizara el fracaso de Israel en vivir de acuerdo a los más altos niveles morales de vida como excusa para negar su derecho á existir". Lo que debemos afirmar es nuestra inequívoca aceptación del derecho de Israel a vivir en paz y justicia con sus vecinos; la falta de tal aceptación haría sencillamente imposible el diálogo y amistad efectivos entre cristianos y judíos.

Nuestro diálogo debe estar basado en la mutua aceptación y respeto como iguales. Este respeto supondrá buena- voluntad para permitir que cada comunidad se defina a sí misma en sus propios términos, libres de los preconcebidos estereotipos del pasado. El diálogo nunca debe ser utilizado como un intento encubierto de proselitismo, sino que más bien será la base sobre la cual desarrollar y mantener esa confianza que es tan necesaria para llevar adelante nuestra común tarea del "tikkun olam". Por eso este diálogo debe hacerse realidad a nivel local y comunitario, si han de producirse cambios dé actitud y de conducta duraderos en nuestras relaciones ligadas de modo inextricable.

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