DEPÓSITO DE LA FE
TEOLOGÍA FUNDAMENTAL

SUMARIO

1. Introducción; 

2. Noción bíblica; 

3. Percepciones históricas; 

4. La moderna enseñanza católica; 

5. Perspectivas ecuménicas; 

6. Otras cuestiones.

 

1. INTRODUCCIÓN. Una carta tardía de la era apostólica animaba a sus lectores a continuar luchando "por la fe, que de una vez para siempre ha sido transmitida a los creyentes" (Jds 3). El "depósito" es el término que engloba esta fe y el estilo de vida legado por los apóstoles y sus colaboradores a las Iglesias fundadas por su proclamación de la buena noticia sobre Jesucristo. Los apóstoles dejaron como herencia suya un modelo coherente de fe, enseñanza y modos de interpretación bíblica, de culto y estructuras comunitarias de servicio y de vida en el mundo según la palabra y ejemplo del Señor Jesús. Ateniéndose al patrimonio apostólico, expresado de manera especial en los escritos del NT, el pueblo de Dios sustenta su fe en cada época, se esfuerza por vivir en santidad y renueva su percepción de la verdad revelada (cf DV 8). Por su propia virtualidad, el legado apostólico viene a revestirse de formas diferentes en sucesivas épocas, pues la Iglesia es guiada por el Espíritu para vivir según la norma e inspiración dada al principio. Pero la fuente y norma de la enseñanza y vida de la Iglesia sigue siendo el "depósito" dejado por aquéllos a los que Jesús envió como emisarios suyos para anunciar su revelación y sus dones divinos.

2. NOCIÓN BÍBLICA. En la antigüedad, los códigos legales, tanto de Grecia como de Roma, estipulaban las obligaciones de las personas que reciben objetos o sumas de dinero depositados por otro, por ejemplo, cuando el último iba a emprender un viaje. El depositario estaba sobre todo obligado a la custodia fiel, que excluía cualquier uso personal del depósito. La restitución in specie al propietario debía ser hecha a petición. La violación de estas disposiciones podía conducir al procesamiento y la ira de los dioses. Los administradores de santuarios religiosos eran considerados guardianes de depósitos, y tal servicio redundaba en beneficio del buen nombre del dios del santuario. Las Doce Tablas romanas establecían que un depositario negligente o de algún modo infiel tenía que devolver el doble del valor del depósito original.

Las Escrituras de Israel estipulan leyes sencillas de depósito como parte de los decretos mosaicos de la alianza del Sinaí (Éx 22,6-12). Cuando un depósito es deteriorado o perdido, el depositario debe certificar bajo juramento que él no ha malversado lo que le fue entregado para su custodia. Un depositario infiel debe llevar a cabo una compensación doble cuando sea declarado culpable de un abuso de confianza a propósito de un depósito. La ley ritual de Israel establecía el modo en que un depositario infiel, arrepentido, tenía que restituir al impositor y ofrecer un sacrificio expiatorio para conseguir el perdón del Señor, que es el garante del contrato del depósito (Lev 5,26). El templo mismo recibía los depósitos de los pobres como una obligación sagrada bajo la protección del Señor del mismo templo (cf 2Mac 3,7-30).

A finales del siglo I d.C., Flavio Josefo se refería a los depósitos en su informe sobre el código que Moisés dio para regular la vida de los israelitas en la tierra que iban a ocupar. Un depositario está ligado por una solemne obligación: "El que recibe un depósito estímelo digno de custodia como un objeto sagrado y divino, y nadie se atreva a defraudar a aquel que se lo confió, ... ni aun cuando él pudiera ganar con ello una indecible cantidad de oro" (Antigüedades judías, IV, 38, n. 285).

Con este trasfondo de la obligación sagrada del depositario ante Dios de la custodia concienzuda y fiel transmisión, las epístolas pastorales se refieren a la tradición paulina como un depósito (paratheke) que debe mantenerse intacto y ser preservado de la falsificación (1Tim 6,20; 2Tim 1,12.14). Además, el antiguo colaborador de Pablo, Timoteo, ha de confiar él mismo lo que ha recibido a personas dignas de confianza, que sean a su vez capaces de transmitir más adelante lo que les fue una vez entregado por el fundador apostólico (2Tim 2,2).

La moderna investigación considera las epístolas pastorales como expresiones persistentes de la validez normativa de la tradición paulina, escritas por un autor desconocido en los últimos años del siglo i d.C. Las cartas, al mismo tiempo, reafirman y reinterpretan la herencia de Pablo para Iglesias que afrontan crisis que su fundador-misionero no tuvo que hacer frente él mismo. Las pastorales actualizan doctrina, ética y, especialmente, los deberes ministeriales de los pastores, con el fin de rechazar la subversiva influencia de falsas doctrinas, mitos y supuesto "conocimiento" (gnosis), que amenazan con destruir la línea de continuidad con Pablo, por la cual estas comunidades tienen su identidad como "la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo" (1Tim 3,15).

Las cartas pastorales conciben el "depósito" como el resultado del polifacético ministerio fundador de Pablo. No catalogan el contenido del depósito de Pablo, sino que insisten más bien en su constante idoneidad y normatividad para la vida de la comunidad, bastante después de la muerte del apóstol. Los pastores de la Iglesia contemporánea son depositarios que deben proteger enérgicamente el patrimonio del apóstol con la propia fidelidad en el anuncio de su evangelio (p.ej., Tit 3,4-7), ofreciendo instrucción sólida (passim), enseñando las Escrituras inspiradas y eficaces (1Tim 4,3; 2Tim 3,14-17), regulando la oración de la comunidad (ITim 2,1-6), eligiendo con todo cuidado a otros ministros (1Tim 3,113; 5,15-22; Tit 1,5-9; 2Tim 2,2) y oponiéndose a doctrinas subversivas y extrañas (ITim 3,4; 4,1-3; 6,3-5.2021; Tit 3,9-11; 2Tim 2-14). La actual situación, con su poder de confusión, requería la auténtica reformulación de determinadas doctrinas; por ejemplo, el significado de la ley (lTim 1,81 l), la universalidad de la redención de Cristo (1,15; 2,3-7) y el valor del matrimonio y de todos los alimentos (4,1-5). Todavía tiene una importancia fundamental el ejemplo de la propia vida de Pablo, tanto como pecador perdonado por la gracia de Dios (ITim 1,12-16) como aquel que sufrió por la causa del evangelio (2Tim 1,815; 2,3).

Así, del depósito del NT es la tradición apostólica en su forma amplia y compleja, en comunidades para las que es la norma de fe y fuente de vida. La pervivencia en la identidad entregada una vez a estas comunidades depende ahora de la fidelidad al depósito recibido. Lo que Pablo transmitió se ha realizado de hecho en la vida de estas comunidades. Ahora las cartas pastorales insisten sobre la renovada atención a guardar su depósito intacto y transmitirlo en su integridad. Para esta tarea, el esfuerzo humano no es suficiente; por eso el autor expresa la confianza de Pablo en el divino protector de los depósitos (2Tim 2,12) y en un poder que capacita, otorgado a las comunidades y a sus pastores: "Guarda este preciado depósito con la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros" (1,14; cf 1,6-7).

Otras obras tardías del NT comparten la preocupación de que las Iglesias permanezcan enraizadas en el vivificante suelo del depósito apostólico y lo preserven de la contaminación. En Hechos, el último discurso de la obra misionera de Pablo encomienda de modo tajante su herencia al colegio de ancianos de la Iglesia de Éfeso (20,17-35). Como Pablo' presiente el fin de su ministerio (20,24), los pastores de Éfeso deben cuidar de lo que él ha enseñado sobre el arrepentimiento y la fe en el Señor Jesús (20,20-21). Por él conocen ellos el entero designio de Dios, y a su luz deben "cuidar... dé todo el rebaño del que el Espíritu Santo os ha constituido como guardianes (episkopoi)" (20,27-28). La verdadera doctrina de Pablo es puesta en peligro por aquellos que tratan de pervertir la verdad (20,29-30); por eso se imponen una vigilancia y cuidado renovados.

Los evangelios de Lucas y Mateo pueden considerarse como auténticas formulaciones de la herencia apostólica en los años ochenta del siglo i, en formas que le dan a esta herencia un perfil definido en esa época de confusión. En una línea similar, el que es probablemente el último escrito del NT condena a los falsos maestros (2Pe 2), a la vez que alaba a la Escritura interpretada rectamente (1,1921). Más directa en su referencia a un depósito es la insistencia de la segunda carta de Pedro sobre el redoblado recuerdo de lo que ha sido transmitido como enseñanza básica, es decir, "las palabras que os anunciaron los santos profetas y el mandamiento del Señor y salvador transmitido por vuestros apóstoles" (3,2).

3. PERCEPCIONES HISTóRICAS. El magnum opus de Y. Congar sobre la tradición examina los modos cambiantes de entender el depósito apostólico y su modo de presencia en la Iglesia en los últimos tiempos. Nuestra exposición será selectiva, citando sólo los puntos de vista de tres autores que, hablaron perspicazmente del depósito de la fe en lo que se refiere a su constitución interna y a su relevancia para la Iglesia: l Ireneo de Lyon, Vicente de Lerins y l John Henry Newman.

Al final del siglo II, san Ireneo impugnó la legitimidad de una serie de doctrinas gnósticas muy extendidas, apelando a la "regla de fe" recibida de los apóstoles de Cristo y accesible ahora en la predicación y profesión de fe bautismal de las Iglesias de fundación apostólica (cf ! Regla de fe). Los gnósticos, por el contrario, propagan sus confusos mitos sobre la caída cósmica y el conocimiento redentor en conventículos secretos, mientras que la tradición única que viene de los apóstoles es preservada como una posesión pública en numerosas Iglesias, en las que los apóstoles de Cristo habían nombrado presbíteros y obispos muy instruidos para proseguir su ministerio de enseñanza. En Roma, por ejemplo, en la Iglesia fundada por Pedro y Pablo, se puede aprender la economía de salvación en Cristo y compartir "la única y la misma fe vivificante que ha sido preservada en la Iglesia desde los apóstoles hasta ahora, transmitida en verdad" (Adversus haereses III, 3,3).

Así, a la vez que la Iglesia comenzaba a delimitar su lista oficial de escritos apostólicos auténticos (cf l Canon bíblico), Ireneo enunciaba un principio correlativo, a saber: un modelo de fe en Dios creador, en el Hijo de Dios, que en nuestra carne llevó a cabo la obra de salvación, y en el Espiritu Santo, enviado a los creyentes como "prenda de incorrupción el poder confirmante de nuestra fe y la escala de ascensión a Dios" (III, 24,1). Ateniéndose a esta fe, en la Iglesia una persona puede leer todas las Escrituras de ambos Testamentos con la firme seguridad de conocer su significado, es decir, el alcance pleno del designio divino del que ellas dan testimonio. Fuera del ámbito de la regla de fe apostólica y eclesial, los textos bíblicos no ofrecen alimento sólido, porque han sido desmenuzados por los sabios gnósticos y sus trozos forzados a servir al extraño propósito de demostrar sus mitos.

La "regla de fe" de Ireneo está presente en las Escrituras, y encuentra recta expresión en la catequesis de las Iglesias y en sus diversos modelos de profesar la fe. Pero la regla no es sin más idéntica a cada uno de éstos ni está formulada de modo exhaustivo por ellos. La regla da origen a expresiones diversas en diferentes lugares, pero "el poder de la tradición (dynamis tés paradoseos) es uno y el mismo" (1, 10,2). No es sólo el verdadero significado de la enseñanza apostólica lo que estas Iglesias reciben y transmiten, pues también "reconocen el mismo don del Espíritu, se esfuerzan por caminar en los mismos mandamientos, preservan la misma forma de configuración eclesiástica, esperan la misma venida del Señor y anhelan la misma salvación de la persona entera, es decir, cuerpo y alma a la vez" (V, 20,1; cf IV, 33,8).

Ireneo, pues, pensaba en un depósito apostólico completo; pero, a diferencia del autor de las cartas pastorales, él no ponía el acento en los deberes de los depositarios episcopales. Subrayaba, en cambio, el gran beneficio derivado para los creyentes de la herencia de los apóstoles, que "como en un rico almacén dejaron en la Iglesia copiosísimamente todo lo que pertenece a la fe, de modo que todo el que lo desee pueda inspirarse en esta fuente y beber el agua de la vida" (III, 4,1). La tradición apostólica de la verdad está en la Iglesia, donde los cristianos creen en el pleno designio de Dios. "Guardamos y protegemos la fe recibida de la Iglesia; pero ella actúa continuamente, por el Espíritu de Dios, como un valioso depósito en una preciosa vasija, para rejuvenecerse a sí misma y a la propia vasija que la contiene" (I1I, 24,1). El depósito apostólico, en opinión de Ireneo, es una posesión espiritual global y vigorizante, hallada en el ámbito de la Iglesia, como un modelo de creencia y como un estilo de vida.

Vicente de Lerins, que escribe en el sur de la Galia en el año 430 d.C., es principalmente conocido por formular los criterios clásicos para comprobar si una doctrina pertenece a la verdad revelada: "En la Iglesia católica debe ponerse todo cuidado en sostener firmemente lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos (quod ubique, quod semper, quod ab omnibus)" (Commonitorium, 2). Las nuevas doctrinas son excluidas por su falta de conformidad con lo que ha sido transmitido desde el principio como parte de la regla de fe tradicional. Esta regla es el "sentido católico y eclesial de la Escritura" (ib), que los decretos de los concilios generales dan a conocer. Sin embargo, Vicente no hace referencia al concilio de Nicea y a su norma dogmática para entender los textos bíblicos sobre la relación del Padre y el Hijo. Vicente atribuye gran importancia al desenmascaramiento de opiniones particulares descaminadas, mostrando su divergencia de un conjunto de los puntos de vista de maestros católicos venerados, cuyo consenso demostrará la autenticidad de la verdad que transmiten (Comm., 27-28).

Vicente no excluye el desarrollo progresivo en la Iglesia; pero éste tiene lugar dentro del ámbito estricto de la tradición pasada. No se puede renunciar a ningún principio del dogma católico; lo que crece es la comprensión, el conocimiento y la sabiduría e la misma doctrina: "in eodem scilicet dogmate, eodem sensu eademque sententia" (Comm.,23). Sin embargo, si el depósito se toma como doctrina formulada, uno se pregunta naturalmente cómo aplicar esta noción de progreso en el caso de una cuestión nueva que surge en una época y en una cultura enormemente diferentes de la de la era apostólica.

No sorprende que Vicente de Lerins se sintiera ungido grandemente por el mandato dado a Timoteo de guardar el depósito apostólico. Esta palabra, para Vicente, se aplica en su época tanto a la Iglesia universal como a todos sus dirigentes, y debía imprimir un marcado carácter. Porque el depósito "es lo que te ha sido confiado, no lo que tú has inventado; lo que has recibido, no lo que tú has ideado; no un asunto de creatividad, sino de doctrina; no una adquisición privada, sino una tradición pública; algo que te han entregado, no producido por ti; un asunto que tú no creaste, sino que debes guardar; no como el maestro, sino como quien se adhiere; no guiando, sino siguiendo. Guarda este depósito, dice. Preserva el talento de la fe católica inviolado y totalmente intacto" (Comm., 22).

Como anglicano, John Henry Newman se opuso a la idea de que la Escritura fuera su propio y suficiente intérprete. Contra la fragmentación doctrinal que surge del principio protestante del criterio privado de interpretación, Newman apeló a la tradición y regla de fe derivadas de los apóstoles, por las que la Iglesia comprende, libre de error, el "único sentido directo y definido" de la enseñanza bíblica revelada.

Escribiendo sobre la tradición apostólica en 1836, Newman citaba la primera carta de Timoteo para demostrar que los apóstoles entregaron a sus sucesores un depósito doctrinal para una nueva transmisión. Newman citó la explicación de depositum de Vicente de Lerins (cf más arriba), pero añadió una descripción característica, que apunta más allá de una primitiva colección de dogmas. Lo que los apóstoles transmitieron no puede ser compendiado en documentos. Era "demasiado vasto, para levantar acta; demasiado complicado, demasido implícito, demasiado fértil para ser puesto por escrito, al menos en tiempos de persecución; fue en su mayor parte transmitido oralmente, y la salvaguarda contra su corrupción fue el número y unanimidad de sus testigos". El credo catalogaba los principales apartados, pero en las Iglesias la sustancia de la tradición "era múltiple, variada e independiente en su manifestación local" (Essays Critical and Historical,Londres 1871, 1, 126s). Para Newman, la tradición apostólica era el resultado de un contacto vivo, y en modo alguno un adoctrinamiento, lo que dio como resultado el profuso cuerpo de verdades que penetran la Iglesia como su verdadera atmósfera.

Cuando Newman se hizo católico romano, la amplitud y fecundidad del depósito apostólico ocupó un lugar central en sus reflexiones. Sus investigaciones sobre la crisis arriana y de Calcedonia le convencieron de que la verdad revelada estaba llamada a desarrollarse bajo la guía de una autoridad que enseña libre de error. Como explicó en An Essay on the Development of Christian Doctrine (1845), el cristianismo es un hecho que queda grabado en la mente que cree de una forma que conduce a una multitud de consecuencias. Es dogmático, devocional, social y práctico a la vez, y ninguna expresión aislada sirve para definirlo. La Escritura nos introduce en un vasto territorio que no podemos organizar o describir en un simple catálogo. En el tiempo de la Iglesia, la exploración de muchas partes de la revelación es una tarea de investigación, contemplación y la resolución de la controversia. A veces han de declararse nuevos dogmas; pero, fundamentalmente, éstos sólo manifiestan el conocimiento recién alcanzado por la Iglesia de lo que estaba implícito en el depósito entregado al principio.

Lo que los apóstoles transmitieron tenía su propia unidad y cohesión; y así, una percepción conduce con el tiempo a otra. Las grandes ideas, señala Newman, no se comprenden todas a la vez, sino que se llega a su perfecta comprensión con el paso del tiempo. Las mentes ilustradas y piadosas ofrecen campo a la palabra de Dios con su fuerza expansiva, ya que genera nuevo conocimiento de sí misma en sus diversas partes y multiformes relaciones con las diferentes esferas de la vida. La propia Escritura está llena de cuestiones que los apóstoles no contestaron de forma inmediata. Pues dejaron que muchas decisiones maduraran con el tiempo; por ejemplo, el canon bíblico, el bautismo de los niños recién nacidos y el perdón de los pecados cometidos después del bautismo. Las respuestas a estas cuestiones llegaron con los desarrollos graduales y homogéneos del depósito. Newman consideraba que este dinamismo hacia el crecimiento por la explicitación del contenido no debería ser aislado declarando que algún punto en el tiempo es el final de una supuesta era clásica. De forma muy semejante a como la Palabra eterna se hizo hombre, así también la palabra reveladora de Dios ha entrado decididamente en la historia.

Las mentes humanas, naturalmente, pueden torcer y deformar la verdad revelada; por ejemplo, afirmando con imprudencia una sola doctrina en detrimento o exclusión de otras verdades de fe. Por eso, Newman estableció sus famosos criterios o pruebas para cribar el trigo de la doctrina de la paja, es decir, para discernir los verdaderos progresos del depósito de las corrupciones. Los verdaderos desarrollos doctrinales preservan el mismo tipo de doctrina que se halla en formulaciones más rudimentarias; se conforman a ciertos principios permanentes profundamente enraizados en la mente que cree; asimilan con éxito otras realidades valiosas, por ejemplo, sistemás filosóficos; dicen relación lógica a posturas primitivas, incluso aunque el mismo desarrollo fuera un crecimiento más espontáneo; completan anticipaciones anteriores y fragmentarias de lo que viene después; actúan de modo conservador con respecto a desarrollos precedentes, ilustrando y confirmando el cuerpo entero de pensamiento del que surgen; finalmente, los verdaderos desarrollos manifiestan vigor y resistencia constantes, mientras que las corrupciones rápidamente desaparecen de la escena.

Las pruebas de Newman eran principalmente un instrumento apologético para demostrar que las enseñanzas católicas posteriores mantienen una continuidad dinámica con la palabra apostólica primitiva. Pero también suscitan la cuestión correlativa sobre el modo apropiado de descubrir el depósito apostólico en medio de la gran variedad de lo que la Iglesia transmite en una época dada. ¿Cómo capta el creyente la tradición entre las tradiciones? G. O'Collins (cf bibliografía) ha propuesto una vía que supera las severas restricciones, en la clasificación del canon de Vicente de Lerins, de antigüedad, universalidad y consenso, aunque sin pasarse al otro extremo de identificar sencillamente la tradición apostólica con las declaraciones de su intérprete magisterial vivo. Aquí al sentido de la fe, a los escritos del NT y al mismo Cristo resucitado se les da su debido lugar, sin negar las dificultades de interpretar rectamente estas realidades de espíritu, palabra y vida.

4. LA MODERNA ENSEÑANZA CATóLICA. Entre los dos concilios Vaticanos, la Iglesia magisterial manifestó un agudo sentido de ser la depositaria designada de la herencia apostólica de la verdad revelada. Lo que Cristo y sus apóstoles le confiaron para salvaguarda y declaración infalible es el Verbum Dei scriptum vel traditum, cuyo significado se encuentra sobre todo en las declaraciones dogmáticas de la Iglesia. Los desarrollos se pueden dar; pero el camino preferido para describir el progreso doctrinal procede de Vicente de Lerins, no de John Henry Newman (cf Vaticano 1, Dei filius: DS 3011, 3018, 3020).

La crisis modernista después dio lugar a una poderosa corriente de respuesta oficial que configuró la teología normal de instrucción católica en los seminarios hasta 1960. Aquí el depósito era considerado como la summa de verdades contenidas en la Escritura y en la tradición apostólica. Este corpus doctrinal objetivo se cerró con la muerte del último apóstol, y de ahí saca la Iglesia su enseñanza, encargada como está de preservar y explicitar el significado de la herencia apostólica. Los factores personales e interiores en las vidas espirituales de los creyentes son sólo incidentales para la propia revelación sobrenatural, como lo es cualquier noción de una evolución histórica del verdadero significado de las doctrinas (DS 3420-22, 3541).

En la encíclica Humani generis (1950), el papa Pío XII acentuó el papel normativo del magisterio jerárquico en la formulación del contenido del depósito para la aceptación por parte de creyentes y teólogos. Los últimos deben sumergirse en las fuentes apostólicas, pero su investigación y enseñanza es estrictamente auxiliar: "Su tarea consiste en mostrar cómo las enseñanzas del magisterio vivo se encuentran, bien sea explícita o implícitamente, en la Sagrada Escritura y en la tradición divina" (DS 3886). Así, el depósito es un terreno sobre el que la autoridad de la enseñanza jerárquica tiene determinados derechos exclusivos. "Pues junto a estas sagradas fuentes, Dios dio a su Iglesia el magisterio vivo, que está para clarificar y elaborar aquellos asuntos contenidos en el depósito de la fe sólo de modo oscuro o implícitamente. La tarea de interpretar de modo auténtico el depósito fue confiada por nuestro divino redentor, no a los cristianos individuales ni a los teólogos, sino solamente al magisterio de la Iglesia" (DS 3886).

Entre 1959-62, la hostilidad al modernismo y una preocupación a la defensiva sobre el trabajo independiente con las fuentes dominaron la preparación oficial de materiales para el concilio Vaticano II. Pero las decisivas intervenciones del papa Juan XXIII, especialmente su discurso de apertura Gaudet mater Ecclesia (11 de octubre de 1962), dieron al Vaticano II un espíritu fresco y una orientación creativa. El papa Juan declaró enfáticamente la responsabilidad del magisterio de transmitir una doctrina de gran utilidad potencial para la gente en todos los sectores de sus vidas. La Iglesia es la depositaria de un mensaje de enorme potencial para nutrir la fe en Dios y ofrecer guía e inspiración para la vida en este mundo. Naturalmente, el concilio enseñará en continuidad con el corpus doctrinal elaborado por los concilios anteriores. Pero es indispensable una comunicación más eficaz, porque la propia enseñanza tiene un poder beneficioso en su afirmación de la dignidad más personal y en su contribución a humanizar la vida en este mundo. Los tiempos exigen un nuevo intento de comunicar el precioso depósito de verdad salvadora, no una preocupación ansiosa por condenar errores. Así el Vaticano II comenzó con una invitación autorizada a volver a exponer la doctrina fundamental de la Iglesia, el depósito de la fe, de una forma apropiada para elevar las vidas de los creyentes y de toda la gente de buena voluntad.

La constitución dogmática sobre la Iglesia, del Vaticano II, habló del depósito de la fe, primero en conexión con el carisma especial de la infalibilidad, siendo esta última esencialmente protectora del depósito contra el error y la desfiguración mediante expresiones solemnes de la enseñanza de la Iglesia (LG 25,3). Los maestros oficiales, los obispos y el papa, deben, sin embargo, estudiar atentamente los testimonios proféticos y apostólicos sobre el depósito entregado de una vez para siempre, porque su enseñanza no cae del cielo como nueva revelación, sino que pretende más bien clarificar y actualizar la revelación definitiva ya dada (LG 25,5).

El decreto sobre ecumenismo afirma que la continua reforma eclesial puede, de vez en cuando, exigir poner al día la manera en que la doctrina.es enunciada. El depósito de la fe permanece definitivo y perenne, pero su articulación por la Iglesia puede estar necesitada de adaptación, basada en una mejor comprensión de las inagotables fuentes primitivas o de las necesidades de una comunicación más efectiva (UR 6). En 1973 la Congregación para la doctrina de la fe habló sobre el tema de la reformulación doctrinal. Esta actualización magisterial puede necesitarse, primero, a causa de la trascendente sublimidad de los propios misterios de salvación, que no se han comunicado de manera plena en ninguna expresión aislada de la verdad. Segundo, porque siendo el lenguaje una realidad histórica, incluso las formulaciones más penetrantes pueden con el paso del tiempo perder en su eficacia comunicativa. Por eso pueden necesitar complementación o revisión, en orden a resaltar más claramente esa beneficiosa fecundidad del mensaje de Cristo transmitido por sus apóstoles (Mysterium ecclesiae, 5; EV 4,1674-76).

La constitución pastoral del Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual se ocupa en un capítulo del desarrollo cultural humano (GS 5362). Sin duda determinadas dificultades han impedido una plena influencia creativa de la enseñanza cristiana y eclesial sobre la cultura moderna. Aquí la constitución subraya la necesidad para la teología de contribuir a superar estos obstáculos favoreciendo una mejor comunicación entre la Iglesia y la gente del mundo moderno. Como señaló el papa Juan, el depósito y las verdades de fe son una cosa en su significado y sustancia, pero la manera en que están formuladas puede evolucionar y hacerse más enriquecedora para los diversos aspectos de la vida humana (GS 62,2).

Las principales afirmaciones del Vaticano II sobre el depósito de la fe tienen lugar en el capítulo 2 de la constitución dogmática sobre la divina revelación (DV 7-10). Puesto que estos densos párrafos son tratados en los comentarios sobre la l Dei Verbum, nos limitamos a entresacar sólo tres puntos de enseñanza que hablan de un modo nuevo del depósito apostólico y de su modo de presencia en la Iglesia.

Primero, el patrimonio apostólico entregado a la Iglesia es más que un corpus doctrinal que se deriva de la revelación. Jesús enseñó y sus discípulos después llevaron a cabo un ministerio de instrucción en las Iglesias que ellos fundaron. Pero los apóstoles fueron personalmente formados también, siendo testigos de las obras de Jesús y compartiendo la vida (conversatio) con él. Después, en las comunidades de aquellos que aceptaron el evangelio, los apóstoles transmitieron los dones divinos por lo que decían, por cómo vivían y por las estructuras (ministerios, formas de culto) que instituyeron (DV 7). Su multifacética influencia creó un rasgo distintivo, que conforma tanto la creencia como la conducta: "Lo que los apóstoles transmitieron comprende todo lo necesario para una vida santa y para una fe creciente del pueblo de Dios". Después de la era apostólica, lo que se transmite es una forma global de fe y vida compartidas: "La Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree" (DV 8). La tradición, pues, crea un ámbito de la vida en comunión, con una multiplicidad de concretizaciones ordenadas a la formación personal en sabiduría y santidad.

Segundo, aunque la revelación fundante de Dios, que fue otorgada de una vez para siempre, se completó en Jesús y con sus apóstoles (DV 4), está intrínsecamente ordenada al desarrollo y al progreso. Los mismos apóstoles fueron gradualmente conducidos por el Espíritu Santo a esa plena comprensión de la salvación en Cristo expresada en los escritos del NT (DV 7). En la era de la Iglesia, el significado del depósito apostólico también emerge gradualmente y se va expresando de manera progresiva. Con el paso del tiempo, numerosos factores influyen en el pleno proceso histórico de su desarrollo, no siendo el menor de ellos la continua influencia del Espíritu Santo. "Crece la comprensión de las palabras e instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón (cf Lc 2,19. 51), y cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores dé los apóstoles en el carisma de la verdad" (DV 8).

El Vaticano II, sin embargo, no fue víctima de un optimismo propio del charlatanismo sobre el progreso en la Iglesia, pues el mismo concilio estableció también la necesidad de constantes intervenciones para reformar la disciplina y doctrina de la Iglesia (UR 6). Sin embargo, Newman ha hecho, sin duda, una contribución decisiva, y se han aceptado modos históricos de pensamiento que tienen que ver con la presencia del depósito apostólico en la Iglesia. Discretamente, el estático clasicismo de Vicente de Lerins ha sido desechado.

Tercero, la importancia atribuida a la reflexión sobre la experiencia vivida, junto al sentido de la fe sobrenatural de todo el pueblo de Dios (LG 12), manifiesta un notable cambio con respecto a la enseñanza de Pío XII en la Humani generis. El depósito, declara el concilio, es entregado a la Iglesia entera como base e inspiración de su vida, a imagen de la comunidad apostólica ideal de Hechos 2,42: "La tradición y la Escritura constituyen el depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado ala Iglesia. Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica y en la unión, en la eucaristía y la oración" (DV 10,1).

El magisterio jerárquico tiene una contribución clave que realizar, a saber: la de interpretar con autenticidad la palabra entregada, una palabra, sin embargo, a la que el propio magisterio está subordinado, como oyente, protector y expositor oficial. Toda doctrina oficial, propuesta en la Iglesia para ser creída, deriva de un depósito de fe dado por los apóstoles (DV 10,2). Por eso, el magisterio no es un oficio aislado y soberano, ni crea la enseñanza de la Iglesia ex nihílo. El propio depósito afecta a los creyentes de muy diversas maneras y es accesible a través de la variedad de sus expresiones. Pero los peligros de imprecisión que surgen de la auténtica abundancia de lo que se ha transmitido pueden, cuando es necesario, obviarse mediante intervenciones magisteriales clarificadoras. Así, el magisterio está al servicio de la contribución continua del depósito a la fe y la vida, ya que cambia críticamente las expresiones eclesiásticas y teológicas y adapta la enseñanza de la Iglesia a situaciones nuevas.

Una perspicaz referencia al depósito fue hecha por el papa Pablo VI en su discurso de clausura del Vaticano II (7 de diciembre de 1965). El concilio estaba en ese momento ofreciendo al mundo una imagen renovadora de la Iglesia, y al mismo tiempo una presentación más clara, definida y ordenada de la herencia recibida de Cristo como un depósito. "`Depósito'... meditado en el curso de los siglos, vivido y expresado, y ahora aclarado en tantas de sus partes, establecido y ordenado en su integridad; depósito vivo por la divina virtud de verdad y gracia que lo constituye, y por eso idóneo para vivificar a quienquiera que lo acoja piadosamente y que aumente con él su propia existencia humana" (CON. VATICANO II, Constituciones. Decretos. Declaraciones, BAC 252, Madrid 19674, 1067).

En la doctrina católica moderna, el depósito apostólico es complejo, pero vivificante; una realidad de crecimiento natural a través de nuevas expresiones, un tesoro de familia que ciertamente debe ser guardado en la comunidad, pero -todavía más importante- una fuente abundante que debe hacerse accesible a todos los que tengan necesidad de su luz y guía.

5. PERSPECTIVAS ECUMÉNICAS. La doctrina ortodoxa oriental de la revelación está centrada en la encarnación del Hijo de Dios, en su gloriosa resurrección y en la transformación continua de la vida presente por el Espíritu Santo. La Iglesia es la presencia de la salvación escatológica ya proyectada en el tiempo y realizada en la celebración sacramental. El mundo renovado, centrado en Cristo y sus santos, se manifiesta a los ojos de la fe de modo especial en la sinaxis eucarística. La revelación y los sacramentos efectúan así la deificación del hombre y del mundo en el Espíritu Santo.

La revelación histórica en Cristo fue confiada como un depósito salvador por los apóstoles a la Iglesia, tanto por escrito como en forma de tradición, que expresa el verdadero sentido de las Escrituras. Los primeros concilios expresaron de forma dogmática el misterio central de Cristo, mientras que los padres orientales, hasta Máximo el Confesor, expusieron la misma revelación de modo sintético, y subrayaron la verdad de la divinización humana por el Espíritu de Cristo resucitado. Hoy la tradición se actualiza en la Iglesia, y en cierto sentido es la Iglesia, como forma de presencia revelada de Cristo a la fe (Staniloe). La tradición es revelación salvadora, completa en sí misma; pero abre un espacio en el tiempo para nuestra gradual apropiación por la fe y para la penetración teológica en su significado esencial.

El pensamiento católico occidental comparte la convicción ortodoxa de que la revelación se transmite a través de la Escritura leída en la Iglesia a la luz de la tradición. Pero el catolicismo contempla a la Iglesia profundamente inmersa en la historia humana, donde continúa mirando al futuro, anhelando la plenitud escatológica, todavía-no-realizada, de la verdad divina.

El evangelio apostólico de Cristo es para los católicos la única fuente de toda verdad salvadora y guía para la vida (DV 7, reafirmando el concilio de Trento); pero ya en la época apostólica el evangelio produjo una riqueza de instrucción y formas diferentes de creencia y de vida en el mundo. Este evangelio y enseñanza apostólica deben ser más adelante expresados y aplicados a las vidas de los creyentes en medio de una gran variedad de culturas. Así, para los católicos, el desarrollo dogmático continúa ofreciendo nuevas expresiones del depósito original hasta mucho después de la edad patrística. Aquí se abre un espacio para la continua interpretación del depósito tanto a través de la experiencia espiritual como a través de la reflexión erudita y de oportunas intervenciones del magisterio episcopal y papal.

El pensamiento protestante entiende la revelación desde su centro, principalmente el evangelio de misericordia que proviene de Dios y su don gratuito de salvación propter Christum. Este evangelio creó la Iglesia, y así lo sigue haciendo, como la asamblea de aquellos que por la fe permanecen fieles al mensaje evangélico. En el ámbito de las Iglesias más primitivas, el evangelio se formuló de una vez para siempre en las escrituras del NT. Después de la era apostólica, el ministerio eclesial de la palabra y el sacramento siguen comunicando el evangelio, sirviendo así de motivación para la fe salvadora en Cristo. Se puede decir incluso que la revelación continúa en la Iglesia; pero, cuando ocurre, no tiene el valor normativo propio de la Biblia. Los libros bíblicos mantienen una autoridad insuperable como regla de verdad y, lo que es más importante, como fuente de la viva vox del evangelio en cada época.

Las Iglesias, efectivamente, continúan formulando e interpretando el evangelio en credos, doctrinas, catecismos y teologías. El evangelio puede muy bien resonar de modo genuino en estas formas posapostólicas, pero son en sí mismas vulnerables, es decir, capaces de error. En realidad, todo discurso y acción eclesiales deben ser críticamente examinados por su conformidad con la norma bíblica original del evangelio y por su verdadera contribución a alimentar la fe en los dones gratuitos de Dios en Cristo.

Las Escrituras, para los protestantes, son el depósito apostólico, y tienen su centro luminoso en el evangelio de la salvación no merecida. Éste les da capacidad de autointerpretación, que hace superflua cualquier hermenéutica de tradición o magisterio. En opinión del prestigioso Oscar Cullmann, la Iglesia del segundo siglo d.C. reconoció el peligro de perder el evangelio y respondió subordinando su vida entera, es decir, toda la tradición eclesiástica, a la clara regla de tradición apostólica expresada en los libros del canon del NT. Desde esa época en adelante la fe no osa expresarse con seguridad fuera de este ámbito estrictamente trazado del depósito apostólico.

La doctrina católica considera también el evangelio de Cristo como un mensaje de eficacia salvadora y reconoce que el NT tiene valor único como expresión de la predicación y fe apostólicas. Pero los católicos están convencidos de que los abundantes dones transmitidos por los apóstoles forman una compleja unidad en la que el evangelio no es más que una parte. La herencia apostólica creó comunidades, es decir, centros de vida colectiva iluminados por la enseñanza, inspirados por un ejemplo vivo, estructurados institucionalmente y que realizan el culto según formas transmitidas. El evangelio es central; pero es desde el comienzo prolífico, creando vida compartida y testimonio.

Después de la edad apostólica, el depósito se desarrolló a través de expresiones que manifiestan su significado intrínseco. Guardar el depósito no es mantenerlo inalterado, sino aplicarlo fructuosamente a la fe y a la vida en cada época. La transmisión de la revelación implica adaptación a nuevas necesidades y lleva a nuevas percepciones del don original. Para efectuar este desarrollo obran de modo recíproco varios factores: contemplación y reflexión sobre la experiencia, estudio erudito del testimonio bíblico, predicación y la actividad magisterial de los obispos y del papa. De vez en cuando, las definiciones formulan puntos clave de la revelación misma para su aceptación en la fe, como parte de la sustancia del depósito de la fe.

La fe católica es optimista con respecto al potencial de verdadero crecimiento en la Iglesia. Por eso insiste sobre el contexto comunitario de los encuentros de los creyentes con la herencia apostólica. Una gama completa de testigos influyen sobre el cristiano en la comunidad que profesa su fe, celebra el memorial de Cristo y procura servir a toda la humanidad. Según la visión católica, sólo en esta red de interacciones sale a luz el significado integral del depósito apostólico original.

En 1990 se puede considerar que el diálogo ortodoxo-católico ofrece razones para prever una futura reconciliación y restauración de la comunión. Las diferencias sobre la revelación y el depósito parecen abiertas a una unión final en diversidad reconciliada, basada en un futuro reconocimiento mutuo de la realidad eclesial de cada uno. El diálogo debe todavía promover una mayor prontitud para ver la esencia cristiana que las dos comunidades revisten de formas diversas, aunque no contradictorias, de predicación, sacramentos y ministerio.

El ecumenismo protestante-católico está fragmentado en numerosos diálogos bilaterales, y la mayoría de éstos no han abordado todavía el conjunto de temas surgidos de la consideración del depósito apostólico y su desarrollo en la enseñanza y vida de la Iglesia. Se han producido importantes avances, por ejemplo, en los diálogos luterano-católicos sobre sacramentos, ministerio y justificación. Lo que en otro tiempo se consideró obstáculos significativos para la unidad se ha demostrado prácticamente inexistente. Pero es mucho todavía lo que queda por tratar en el área de la eclesiología, donde un punto central es la respectiva "doctrina sobre la doctrina" de las Iglesias, donde siguen apareciendo serias divergencias. La mayoría de los protestantes están poco dispuestos a ver comprometido el poder salvador del evangelio por una serie de pronunciamientos magisteriales, u ofuscado mediante apelaciones al sensus fidelium. Los católicos, por su parte, sienten que el pleno alcance de las disposiciones apostólicas puede quedar comprometido por determinados llamamientos reduccionistas al evangelio original. Igualmente rehúsan dejar la interpretación del significado de la revelación de Dios únicamente en manos de exegetas bíblicos. El patrimonio apostólico completo es un tesoro espiritual demasiado precioso para abandonarlo a la pluralidad indisciplinada de quienes intentan reconstruirlo a partir de los libros bíblicos con los instrumentos de la crítica histórica y literaria. El diálogo debe continuar.

6. OTRAS CUESTIONES. La luminosa enseñanza sobre el depósito apostólico de grandes figuras como san Ireneo y el cardenal Newman contribuyeron a los nuevos acentos con los que el Vaticano II habló del depósito de la fe. Una reducción de la herencia apostólica a una serie de doctrinas que anticipen el dogma posterior ha sido superada por una relación más amplia de cómo contribuyeron los apóstoles, y continúan contribuyendo, a la formación de los cristianos en comunidad. El patrimonio apostólico no es considerado ya como la posesión solamente de la jerarquía, sino como una presencia portadora de vida que afecta a las vidas de los creyentes para fortalecerlas en la sabiduría de la fe y ayudarlas a caminar en esperanza. Todavía, sin embargo, ciertos temas que se refieren a este depósito de fe y vida necesitan de clarificación teológica posterior. Nos ocupamos de tres de ellos aquí.

a) Aunque la Iglesia en su conjunto vive del depósito en su enseñanza, culto y vida, existe también una presencia contemporánea de partes del depósito apostólico en los libros escritos del NT. Las cartas apostólicas y evangelios tienen un lugar privilegiado en la vida cristiana, especialmente en la oración personal y en la liturgia.

Pero las expresiones originales de la fe e instrucción apostólicas son también accesibles para el estudio analítico de su significado mediante los métodos de crítica histórica y literaria. El uso de estos métodos ha sido recomendado de modo autorizado (Pío XII, Divino afflante Spiritu; DV 12). Tal análisis erudito puede dar como resultado la recuperación de la intención didáctica particular de Jesús o de un autor apostólico, por ejemplo, en un comentario erudito sobre un evangelio o una epístola. Este estudio de la "página sagrada" es una manera de recobrar fragmentos del depósito apostólico.

Pero ¿cómo concuerdan la exégesis crítica con la experiencia de gracia de los creyentes que viven de las riquezas del depósito? ¿Cómo se relaciona la interpretación histórica y literaria de la enseñanza de los autores apostólicos con la tradición doctrinal de la Iglesia resultante de las intervenciones de aquellos que interpretan el depósito en virtud de su oficio pastoral y "el seguro carisma de verdad"? El Vaticano II era sabedor de esta dualidad de métodos interpretativos, y en DV 12 recomendó ambos. Pero la enseñanza del concilio en este punto es más una yuxtaposición que una relación de cómo concuerdan los diferentes métodos como una unidad coherente. Parece precisa mayor clarificación teológica sobre la interrelación de los diversos caminos en los que percibimos hoy el contenido de la herencia apostólica.

b) El depósito de la fe, cualquiera que sea el medio de hacerse presente, es también un depósito de inspiración y guía, que da vida a la praxis cristiana. La enseñanza apostólica da testimonio, tanto de la autocomunicación de Dios de modo gratuito como de una gama de formas de responder a su palabra y sus dones. La herencia apostólica ha sido, en consecuencia, considerada a menudo como portadora de una enseñanza moral articulada. En el NT encontramos, sin duda, numerosas expresiones tanto de principios éticos como de orientaciones concretas para la vida como seguidores de Jesús. La Iglesia no ha vacilado en especificar numerosos deberes cristianos en su catequesis y en su enseñanza oficial.

Surgen, sin embargo, preguntas en primer lugar sobre el carácter normativo de orientaciones apostólicas particulares en su fuerza vinculante para las conciencias cristianas hoy, por ejemplo, la enseñanza de san Pablo sobre el matrimonio de 1Cor 7. ¿Continúa teniendo todo lo contenido en la herencia apostólica relevancia de norma para configurar la conducta cristiana en épocas posteriores? En segundo lugar, lo que concierne al magisterio eclesial en su papel de guardián y expositor del depósito parece necesitar nueva clarificación. ¿Con qué tipo de competencia formula el magisterio normas morales para los cristianos? ¿Están las porciones de la ley natural incluidas en el depósito apostólico? ¿Hasta dónde está el magisterio autorizado a ir, tanto al enunciar principios morales, solamente implícitos en la enseñanza apostólica, como al aplicar tal enseñanza a casos particulares que surgen de las circunstancias cambiantes de la historia posterior?

c) Finalmente, existe la conexión entre el depósito apostólico en su mediación de comunión con Dios y en su potencial para realzar la vida humana en el mundo. La relevancia social y terrestre del mensaje de Jesús no debe, por supuesto, eclipsar nunca los dones de la vida divina derramados por el Espíritu Santo. Los apóstoles dieron testimonio de lo que ellos habían visto y oído con Jesús; precisamente por eso podían los creyentes formar comunidad con ellos y compartir el gozo de la comunión con Cristo y su Padre (cf Un 1,1-3). Los apóstoles y los maestros cristianos que les sucedieron se dedicaron primordialmente a expresar el significado trascendente de este don.

Pero hay una nueva irradiación de la luz de este mensaje religioso sobre el conjunto de la vida humana -en las familias, en la sociedad política, en las profesiones-. El papa Juan XXIII, en la apertura del Vaticano II, subrayó los beneficios potenciales del depósito para humanizar y realzar la vida en este mundo. La constitución pastoral del concilio afirmó de modo explícito esta conexión y representa un intento, de amplio alcance, de irradiar la luz de Cristo sobre.una multitud de problemas humanos. El depósito, precisamente en su condición de regalo y camino de divina salvación, realza también la dignidad humana, conlleva obligaciones sociales y da al trabajo humano una nueva profundidad de significado (GS 40,3).

Así, la enseñanza cristiana, en cada nivel, debe intentar mantener el equilibrio, ya que pretende ofrecer una articulación global de la verdad que libera y ennoblece, traída al mundo por Jesús y formulada por sus apóstoles como su preciado depósito entregado a la Iglesia.

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J. Wicks