VOCACIÓN
DicTB
 

SUMARIO: I. La vocación en el AT: 1. En general: Israel y el "resto"; 2. La vocación de los profetas. II. La vocación en el NT: 1. La vocación del Padre en Cristo es la vida misma cristiana; 2. Algunas vocaciones particulares.


Manifestación de la profunda y misteriosa naturaleza de Dios que se revela como amor, la vocación interpela al hombre en su totalidad y hasta en su intimidad, poniendo de manifiesto sus dotes de generosidad y aceptación del don divino o descubriendo, por el contrario, las opuestas facultades de egoísmo y rechazo. Primordial por su misma definición, no menos de lo que lo es la realidad expresada con / elección, ese don marca paso a paso las diferentes etapas de la revelación divina y del camino del hombre, del que consiente como del que rehúsa. Israel, el pueblo de eminentes personajes en relación con el "pacto" del AT; Cristo, la Iglesia su cuerpo y sus componentes en sus diferentes funciones en el NT, ambas realidades, que en fin de cuentas no constituyen más que una sola, expresan concretamente el alcance excepcional de esta sorprendente iniciativa de Dios respecto a sus criaturas, desde aquella primera vocación divina que llamó a la existencia al universo entero (Gén 1-2) hasta la que, al final de Ap, declara "dichoso al que guarde las palabras proféticas de este libro" (Ap 22,7), y a la de Jesús, que en el epílogo mismo del Ap se dirige "a todo el que escuche las palabras de la profecía de este libro" y al que las altere de algún modo, considerando los diferentes resultados (Ap 22,18s).

Es un tema que hoy se impone fácilmente a la atención por su actualidad, y hasta por su extrema necesidad; basta reflexionar sobre la escasa importancia reservada en la actual sociedad "civil" a la llamada que viene de Dios y a las exigencias del espíritu en general, mientras que nos proclamamos comprometidos en favor de la promoción y el crecimiento de la dignidad humana. Solicitado por la vocación divina y asociado al proyecto salvífico con el encargo de una misión especial, el hombre estará mejor equipado para llevar a cabo sus cometidos, que no pueden confinarse dentro de la sola dimensión terrena y provisional del hombre, sino que abrazan necesariamente también su realidad y sus exigencias sobrehumanas y eternas, a las que es constantemente llamado por el amor de Dios, manifestado en la plenitud de los tiempos en Cristo Jesús y en el don del Espíritu.

I. LA VOCACIÓN EN EL AT. 1. EN GENERAL: ISRAEL Y EL "RESTO". La vocación (concepto expresado principalmente en hebreo por qara ; gr., kaléó, "llamar") representa la primera manifestación explícita de la relación de t elección que el amor eterno de Dios va a establecer con Israel y —en función del mismo misterio de amor y de salvación—con los diferentes personajes de la historia bíblica: "Cuando Israel era niño, yo lo amaba, y de Egipto llamé a mi hijo. Yo los he llamado. (...) Yo enseñaba a Efraín a caminar" (Os 11,lss; cf Dt 14,1). La alianza que luego se estipulará en el Sinaí ratificará la respuesta positiva del pueblo y la sellará con la elección. Entretanto, antes de la alianza sinaítica, la palabra de Dios se dirige a Moisés para que no haya equívocos acerca de la vocación del pueblo: invocando la reciente experiencia trágica de los enemigos de Dios, propone la dignidad y la misión del pueblo que Dios mismo había definido como "mi hijo primogénito" (Ex 4,22): "Habéis visto cómo he tratado a los egipcios y cómo os he llevado sobre alas de águila y os he traído hasta mí. Si escucháis atentamente mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad especial entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; vosotros seréis un reino de sacerdotes, un pueblo santo" (Ex 19,4ss). La llamada de Dios se sitúa entre una sanción para los rebeldes o despreciadores de la palabra divina y una promesa. Espera ante todo una respuesta del llamado: "escuchar la voz" y "observar la alianza" de Dios que se va a estipular. Obtenida la respuesta (cf v. 8: "Todo lo que el Señor ha dicho, lo haremos"), el amor de Dios verificará la condición para proceder a una profunda transformación de su interlocutor, haciéndolo así idóneo para la misión a que lo ha destinado. Ahora el pueblo será "mi propiedad", pertenencia peculiar de Dios, en el cual Dios mismo pone su sello, que lo distinguirá de cualquiera otro pueblo. No sólo eso; como "reino de sacerdotes" se le conceden ulteriores privilegios: está dedicado de modo especial al servicio de Dios, a la pureza de su culto en la tierra, a su conocimiento y a su adoración. De ahora en adelante todo israelita será responsable de la presencia misma de Dios en la tierra. De ahí también la / santidad, es decir, la separación de todo lo que no es Dios y de Dios, de todo lo profano. La vocación sacerdotal de toda la nación en cuanto tal caracterizará siempre la vida de Israel, incluso cuando éste no se identifique más que con el "resto". Esto se notará de modo particular en la existencia de los profetas, entregados completamente a Dios y a sus exigencias en la tierra, a hacer que el pueblo guarde —o que lo recupere—a Dios mismo y la observancia de su presencia [/ Alianza], a indicar sus planes de salvación.

Por otra parte, justamente la nota profética es lo que Moisés —también él llamado "profeta"— desea para Israel: "¡Ojalá que todo el pueblo del Señor profetizara y que el Señor les diera su espíritu!" (Núm 11,29). Y Baruc la describe: "Felices somos, Israel, pues podemos descubrir lo que agrada al Señor!" (Bar 4,4). Es el contenido de la relación especial que existe entre Dios e Israel cuando se exclama: "Todos los pueblos de la tierra verán que el nombre del Señor está sobre ti y te temerán" (Dt 28,10). Vocación que se sobreentiende también en el conocido pasaje de Is 41,14, donde lo que destaca es la nulidad de Israel, que lo debe todo al amor gratuito de Dios y a su poder transformador: "No temas, gusanillo de Jacob, larva insignificante de Israel; ya vengo yo en tu ayuda, dice el Señor: tu redentor es el Santo de Israel" (cf Is 41,14; 48,12). Vocación, pues, por así decirlo, verdaderamente profética, como por lo demás se advertirá que está presente en todas las vocaciones particulares del AT.

2. LA VOCACIÓN DE LOS PROFETAS. Ella representa el prototipo de las vocaciones en el AT: Dios se dirige a la conciencia más recóndita del individuo, a lo íntimo de su corazón, alterando su existencia y haciendo de él un individuo nuevo. Habitualmente le acompaña una misión, que constituye también una constante precisa; e igualmente constante es la aceptación (no siempre exenta de dificultades) del cometido por parte del profeta, con las programaciones divinas, las promesas de tribulaciones, la poderosa presencia divina en las tribulaciones que esperan al mismo profeta. La vocación de los profetas no se opone a la de todo Israel; al contrario, se inserta en ella y a ella se refiere, sintiéndose los profetas no solamente profundamente anclados en el pueblo, sino como su conciencia, vengadores de sus compromisos religiosos y de sus verdaderos intereses: cf, por ejemplo, Elías en 1Re 18,30ss; 2Re 2,12; Eliseo en 2Re 13,14; Isaías, que, "hombre de labios impuros", vive "en medio de un pueblo de labios impuros" (Is 6,5); cf también Is 8,18; 20,3; Jer 8,18s.21.23; 14,17; 23,9s; Ez 12,6.11; 24,16.21.24.

En el aspecto literario, las vocaciones de los profetas del AT presentan tres formas principales: la primera consiste en una teofanía, a la que sigue inmediatamente la confirmación divina. Es el caso de Is 6,1-3, con la respuesta pronta y generosa en el versículo 8 y la misión en el versículo 9. Similarmente para Ezequiel: en Ez 1,4s "una visión divina", hasta la "forma de la gloria del Señor" (1,28); luego, en 2,2-8, la misión a la "casa rebelde", con el refuerzo del "espíritu" que entra en el profeta (2,2) y el alimento que toma comiendo "un libro escrito" que le da el Señor antes del envío (2,8s; 3,1 ss). De una segunda forma literaria de vocación profética —Dios se dirige al profeta para confiarle una misión, proporcionándole también un signo inequívoco de la misma vocación— es ejemplar la narración de Jer 1: "Antes de formarte en el seno de tu madre..." (1,5), a lo que sigue la respuesta de la incapacidad del profeta (v. 6) y la confirmación divina (vv. 7s) con la llamada decisiva consolidada con una señal (v. 9), Finalmente, en la tercera es el Señor mismo el que representa a su elegido, como ocurre en el caso del "siervo de Dios" en Is 42,1.6 (con la descripción en los vv. 2s y la misión en el v. 7).

Pero hay también otras formas de vocación, diríamos mixtas, es decir, con uno u otro de los elementos de las tres principales indicadas; por ejemplo, en la vocación de Miqueas, hijo de Yimlá, al cual se le comunica la palabra en el curso de una grandiosa epifanía (l Re 22,19-23); Os 1,2-8 y 3,1-5, donde la experiencia personal del profeta se convierte en símbolo de la experiencia misma de Dios con Israel; la vocación que se hace cotidiana para el "siervo de Dios" en Is 50,4s; la llamada que resuena en lo profundo del propio ser, lo que cambia totalmente la vida (Am 7,14s), aunque el llamado se sienta como abrumado, como si fuese obligado a ejercer su oficio profético (Jer 20,7ss; cf Ez 3,14; Am 3,7s), hasta intentar sustraerse a él mediante la fuga (Jon 1,3) o lamentarse de ello amargamente (Jer 1,6). La vocación del profeta requiere además y asegura una constante protección divina; lo hemos recordado para Ezequiel (también Ez 3,8s); igualmente podríamos citar "el espíritu del Señor" para el profeta de Is 61,1s; el aliento explícito en Jer 1,8, reiterado en los versículos 18s; la "alegría de mi corazón" porque el profeta ha "devorado tus palabras", y la consiguiente seguridad, pues "tu nombre se invocaba sobre mí, oh Señor Dios omnipotente" (Jer 15,16). Se puede recordar también la vocación profética del joven Samuel en I Sam 3,4-11, "profeta" de Dios y "reconocido profeta por su fidelidad", que dio muestras de ser "vidente veraz" y que "profetizó incluso después de su muerte" (Si 46,13.15.20; cf 1Sam 3,20s); aunque estaba en el santuario, se encontraba muy poco dispuesto a la llamada vocacional, y exige, precisamente porque esa llamada le envuelve completamente, estar seguro de ella. Tanto más que esto ocurre porque, habitualmente, la vocación profética aísla al llamado de los suyos, hace de él un extraño o incluso un enemigo (cf Is 8,11; Jer 12,6; 15,10; 16,1-9; etc.), causándole no pocas tribulaciones. Por su parte, el profeta se presentará como intercesor del pueblo (cf, para Samuel, lSam 7,5.8s; 12,19.23ss; Jer 15,1; Si 46,16).

Idéntica tipología profética e indicaciones temáticas análogas se refieren a personajes de por sí no proféticos, aunque a veces una tradición posterior puede haberlos denominado tales. Es el caso ante todo de t Abrahán, también él llamado (cf Is 41,8s; 52,2), separado de los suyos y de su patria, enviado a la "tierra que yo te mostraré" (Gén 12,1), es decir, con el mandato específico de la fe. De él como de una roca será tallado Israel, será extraído como de una cavidad (Is 51,1). "Amigo de Dios" (Is 41,8; Dan 3,35), Gén 20,7 lo llama explícitamente "profeta" y le atribuye la función de interceder ante Dios, lo cual hace Abrahán también en favor de Sodoma y Gomorra (Gén 18, 23-33).

Lo mismo vale para el caudillo / Moisés, al cual se le "aparece" Dios en la zarza y le llama por el nombre (Ex 3,4), con la pronta respuesta "aquí estoy" por parte del llamado y la misión por parte de Dios (Ex 3,9s) y el signo sucesivo (3,12.14; 4,1-9; etcétera). Justamente la tradición deuteronomista lo definirá "profeta", y hasta afirmará que "no volvió a aparecer en Israel un profeta como Moisés" (Dt 34,10; Si 45,1-5). También él intercede a menudo por el pueblo y es intermediario suyo delante de Dios (cf Éx 32,11-14.31s; etc.; para Aarón ver Ex 8,4.8.26.27). Es también "amigo de Dios" (Sab 7,27), con el cual habla "cara a cara" (Ex 33,11; Núm 12,8), y en nombre del cual incluso llama a su vez, es decir, da la investidura a Josué para la sucesión, transmitiéndole la misión divina (Dt 31,7s). Por otra parte, Núm 27,18 pone a Josué en el mismo plano que los profetas, describiéndolo como "hombre en el cual está el espíritu", no menos que Si 46,1, para el cual Josué "sucedió a Moisés en el oficio profético".

A la primera forma de vocación profética se reduce también la misión del juez Gedeón (Jue 6,11-23), así como la doble teofanía para la vocación de Sansón (Jue 13,3ss), y de algún modo es asimilado a un profeta el no israelita Balaán (Núm 23,3ss.16). A la tercera forma típica de vocación se reduce la del "siervo" de Dios Nabucodonosor, presentada por Jer 27,4-7, así como la del rey persa Ciro, "al que el Señor ama" y que "cumplirá su querer" (Is 48,14; cf 41,2; 45,3s; 46,11), no menos que la de "mi siervo Eliaquín, hijo de Jelcías" (Is 22,20).

Recuerdos claros de vocación profética están presentes también en no pocas investiduras reales, especialmente para los llamados reyes carismáticos. Hay una diferencia constante: la intervención no es nunca directamente de Dios al rey o al designado tal, sino que pasa siempre a través de un intermediario, que obviamente, por su mismo oficio, no es más que el profeta. Así las narraciones de investidura de Saúl (por Samuel, lSam 9-10), de 1 David (por medio de Samuel y Natán), que es considerado como el llamado por excelencia (cf Am 7,15; Sal 78,70s). Esto no sorprende en absoluto, si se tiene presente que el rey, como era frecuente en el cercano Oriente, es considerado una especie de lugarteniente de la divinidad, y que ésta, al menos en Israel, es la que se ha formado a su propio pueblo, a cuyo frente se pone al rey como una especie de delegado divino (o mediante intermediario de Dios). Véase, en esta línea, la justificación "profética" del usurpador Jeroboán en IRe 11, 37; igualmente la voz calumniadora contra Nehemías, supuesto pretendiente al trono (Neh 6,7). De un modo u otro, es la presencia de Dios, su voluntad y su amor lo que se manifiesta en la vocación, sea profética o real.

II. LA VOCACIÓN EN EL NT. En el NT la vocación intenta ante todo colocar al hombre en la esfera de la salvación, la ligada a Cristo y a su obra: Dios "os llamó por nuestra predicación del evangelio para que alcancéis la gloria de nuestro Señor Jesucristo" (2Tes 2,14). Es el punto inicial, envuelto en misterio, en el l bautismo, y a la vez la etapa final o el último acto de la vocación cristana. Por tanto, ésta es una vocación a la esfera de lo divino, a ser "criatura nueva" (2Cor 5,17), "partícipes de la naturaleza divina" (2Pe 1,4).

1. LA VOCACIÓN DEL PADRE EN CRISTO ES LA VIDA MISMA CRISTIANA. Dirigiéndose a los fieles de Corinto, Pablo los describe como "santificados en Cristo Jesús, por vocación santos, con todos los que invocan en cualquier lugar el nombre de nuestro Señor Jesucristo" (1Cor 1,2). Es el dato fundamental de la vocación cristiana. A primera vista, el texto parece omitir el recuerdo del que llama. Pero no es así; además de ser un dato del todo elemental de la teología ya del AT, lo expresaban con toda claridad las primeras palabras de la carta; en efecto, está incluido en el empleo del término ekklesía, justamente traducido por l "iglesia", pero que propiamente equivale a "convocación", pues se deriva del mismo verbo kaléó con el que se expresaba habitualmente vocación (cf ITes 1,1; 2Tes 1,1; ICor 1,2; 2Cor 1,1; etc.). Se puede decir incluso que la vocación constituye una propiedad de Dios; él es "el que llama" (Rom 9,12; cf Gál 5,8).

Esta llamada está ligada en el NT al "misterio de Cristo", es decir, a la revelación del plan salvífico divino "formulado en Cristo Jesús, nuestro Señor", "misterio que Dios, creador del universo, ha tenido en sí oculto en los siglos pasados", pero que ahora "se lo ha manifestado a sus santos apóstoles y profetas por medio del Espíritu". Consiste en el hecho de que ahora "los paganos comparten la misma herencia con los judíos, son miembros del mismo cuerpo y, en virtud del evangelio, participan de la misma promesa en Jesucristo" (Ef 3,5s.9.11). La vocación es para todos los hombres; pero no tomarán parte en ella sino a condición de dar su consentimiento, es decir, mediante la fe en Cristo (v. 12).

También en 1Cor 1,2 es explícita la relación con Cristo Jesús. Se sigue del "santificados en Cristo Jesús" antes citado, reiterado por el elemento de la santidad del sucesivo "santos", que a su vez enlaza con la vocación. La santidad y "en Cristo Jesús resumen el contenido de la vocación. Además, esa vocación no es propia sólo de los corintios, sino que es compartida "con todos los que en cualquier lugar..." —es decir, todos los cristianos— "el Señor Dios vuestro llame" (He 2,39). Así pues, la vocación a la santidad por parte de Dios en Cristo Jesús es la llamada que caracteriza al cristiano y marca sus pasos para toda la vida (cf l Tes 2,12: peripatéó, caminar).

La vocación cristiana —explicando mejor lo que se entiende por "santidad"— por una parte separa al hombre de los demás,•lo "llama de", como para sacarlo ya sea del mundo de los judíos, ya del de los paganos (Rom 9,24; Col 3,11; cf He 2,39 y Is 57,19). No es que quien es llamado deba, por así decir, escapar de todo y de todos, porque de otra manera... "deberíais salir del mundo" (1Cor 5,10). Al contrario, Pablo prescribe que "cada uno permanezca en la condición en que estaba cuando Dios lo llamó", y explica cómo por medio de la vocación cristiana la vida adquiere un valor del todo nuevo, estableciendo de hecho una relación exclusiva con Dios (1Cor 7,20.22). Por otra parte, es decir, positivamente, la vocación cristiana reserva al hombre para Dios solo: los "llamados según el plan de Dios" son como consagrados a él (y por él), y colaboran a la manifestación de su mismo designio salvífico (Rom 8,28-30). A su modo, los "llamados" gozan ya del atributo esencial de Dios (y de Cristo), que es ser "santo". Pablo lo recordaba enérgicamente desde su primera carta: "Esta es la voluntad de Dios (respecto a vosotros): vuestra santificación"; y poco después, concluyendo el tema: "Dios no nos ha llamado a la impureza, sino a vivir en la santidad" (1 Tes 4,3.7).

También al exhortar con energía a los cristianos de Efeso a la unidad, el apóstol vincula toda la vida cristiana a la vocación y la nueva relación establecida por éste con la misma Trinidad: "Os pido que caminéis de una manera digna de la vocación que habéis recibido. (...) Un solo cuerpo y un solo espíritu, como una es la esperanza a la que habéis sido llamados..." (Ef 4,1-6).

Durante la vida presente, el cristiano deberá "caminar de manera digna de su vocación..." (Ef 4,1). Esto lo expresa también globalmente el precepto de lPe 1,15 y su argumentación: "Sed santos en toda vuestra vida, como es santo el que os ha llamado". Este camino requiere una constante atención y poner en práctica los grandes dones recibidos: salvación, paz, libertad... y todo lo que nosotros llamamos gracia.

La vocación, acto de amor divino dirigido al individuo y en una circunstancia particular, no se agota en modo alguno en sí misma, como si dejara al que es llamado a merced de sí mismo, en una dimensión de exterioridad. La exhortación de 2Pe 1,10 ("Esforzaos más y más por asegurar vuestra vocación y elección") no contradice la permanencia y la eficacia de la vocación por parte de Dios, sino que, aunque no la exprese, acaso la supone. Recuérdense al respecto las dos claras afirmaciones paulinas que reiteran la continua presencia activa y salvadora de Dios en nuestra vocación: "El que os ha llamado es leal y cumplirá su palabra" (ITes 5,24); "Los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables" (Rom 11,29).

2. ALGUNAS VOCACIONES PARTICULARES. Por "particulares" entendemos aquellas vocaciones al ejercicio, por ejemplo, de "ministerios (diaconías) o dones (carismas) u operaciones (potencias), que persiguen, determinan y expresan la vocación cristiana más general (cf 1Cor 12,7-26; Ef 4,7.11 ss). En la Iglesia de Dios la vocación general a la santidad y a la gloria se expresa en concreto en la vida; y en la vida de la Iglesia las diaconías, los carismas y las operaciones, distribuidos cada uno a su modo, se derivan igualmente de Dios. Finalmente, no hay que infravalorar nunca el carácter paradigmático de las narraciones bíblicas, debidamente entendidas a través de un atento proceso hermenéutico; es posible, e incluso a menudo obligado, que un dato dirigido originariamente a un particular pueda o deba ampliarse a un horizonte más general.

Diversamente narrada, la vocación de los apóstoles [l Apóstol/ Discípulo] converge en los puntos esenciales: Jesús pasa delante de alguien; encuentra, ve o fija la mirada en alguno; invita perentoriamente con un "Sígueme"; el llamado deja inmediatamente todo y sigue a Jesús. Los pasajes son conocidos: Mc 1,16-20 y par; Mc 2,14 y par; Mc 10,28 y par ("Lo hemos dejado todo..."); Jn 1,38-51; 6,70; 15,16.19; He 1,12. Habría que añadir Mc 3,13ss y par, donde Jesús "llama", constituye y da el nombre a los "doce".

Dentro de la evidente variedad, no falta una notable uniformidad, aunque expresada con diversos acentos. Así, acerca de la iniciativa de Jesús: mantenida siempre y en discreto relieve, habrá que estimar lógicamente que debe formar parte de una precisa intención de los evangelistas (también en He 1,2). Llamada que se propone sin ningún interés, si acaso sólo en orden a los intereses de los "hombres" ("pescadores de hombres" para Mt-Mc, "vivificadores de hombres" para Lc), lo cual constituye la misión salvífica de los llamados, en asociación o a semejanza de la del Maestro y dependiendo de ella. Después de la resurrección será más determinada la misión misma (cf Mt 28,19s; Jn 20,21ss). Lo que se desprende con toda claridad y no deja de... sorprender es la disponibilidad total e inmediata de los llamados a dejar todo lo que hasta entonces constituía sus hábitos, su ambiente, su vida, para seguir únicamente al Maestro y compartir su existencia. Jn 6,68 nos da el motivo, obviamente teológico: "Tú tienes palabras de vida eterna". Además, en tales vocaciones falta cualquier perspectiva de tipo humano, cualquier "garantía" del futuro que no sea la sola palabra del que llama; también en esto es fácil percibir una amplia resonancia del AT.

Don gratuito por parte de Dios (y, respectivamente, de Cristo), a la vocación le corresponde por parte del hombre una aceptación de fe, una adhesión incondicional, por estar fundada en la sola certeza de Dios, en su fidelidad y bondad. De hecho, a la fe se refieren a menudo, directa o indirectamente, las diferentes instrucciones que da Jesús a sus discípulos (Mt 17,19ss; 21,21; Mc 9,28s; 11,22s; Lc 17,5s). La vocación se irá enriqueciendo luego progresivamente en su realidad con pruebas y persecuciones, ya sea durante la vida del Maestro, ya después de su resurrección, como se lo había anunciado durante la vida terrena. Por tanto, una vocación que cambia totalmente la vida de los llamados, los pone en el seguimiento-escuela-imitación de Jesús hasta la muerte ("Tome su cruz") y la resurrección, puesto que también la gloria y el reino están previstos, pero sólo para después (Mt 19,28; Lc 22,30; Jn 13,36).

La vocación de / Pablo se merece ciertamente una consideración especial dentro de las vocaciones de los apóstoles. Son numerosísimos los pasajes que se podrían aducir; desde los lucanos de Hechos (9,4ss.15ss con los par de los cc. 22 y 26; además, 13,2ss; 15,26; 16,9) a los autobiográficos en las mismas cartas paulinas (especialmente Gál 1,1.12-16; Flp 3,12; 1 Tim 1,12-16). Por otra parte, toda su predicación está bajo el signo de aquel formidable acontecimiento que llamamos impropiamente "conversión", pero que en realidad fue una verdadera y auténtica vocación-misión, en particular del tipo que hemos llamado profético, que incluye a la vez referencias al pasado, visión y palabras de investidura, lo mismo que el fin de la misión con las previsiones anejas de tribulaciones y persecuciones que se han de afrontar. Esa vocación-misión la define Pablo como "revelación" (Gál 1,12.16), "iluminación" (2Cor 4,6), "gracia" (Gál 2,9; Ef 3,7s). El es "apóstol por vocación" (ICor 1,1; Rom 1,1), llamado por Dios "por su gracia" (Gál 1,15), o por Jesús (He 9,5 par) o por el Espíritu Santo también (cf He 13,2).

También en / María podemos y debemos hablar de vocación. Aunque falta el término específico de vocación, el contenido de su "anunciación" narrada por Lc 1,26-38 (cf Mt 1,18-25), leída desde nuestra óptica e iluminada por el resto del NT, manifiesta una vocación-misión específica y precisa. Ello es evidente por cada uno de sus elementos y por el orden de los mismos. María será la madre de Jesús mesías y salvador y madre de la Iglesia. Ver también las perspectivas indicadas por Lc 1,39-56; 2,22ss.33ss.48ss; 8,21; 11,27s; Jn 2,1-11.; 19,26s; He 1,14. "Figura" ella misma de la Iglesia, se convierte incluso en "la llamada" por excelencia, en cuanto constituida "madre de los creyentes", "dichosa por haber creído" (Lc 1,45; 11,28; Jn 19,26s).

Pero no menos se deberá hablar de vocación a propósito de los diferentes / carismas, de los que se habla expresamente en Rom 12,6s; 1Cor 12,7-11.28ss y Ef 4,7.11ss. Don de Dios (o de Cristo o del Espíritu), constituyen al cristiano en un determinado servicio "para la utilidad común" (1 Cor 12,7), "a fin de edificar el cuerpo de Cristo" (Ef 4,12). Todo ello vale también para los esposos cristianos, a cuyo amor se confía una misión específica de representación cristológica y eclesiológica de múltiples matices e implicaciones, pero en todo caso totahzante y exclusiva (cf Ef 5,22-33). Sin multiplicar las referencias bíblicas, recuerdo globalmente las relativas a los epískopoi, a los "pastores", a los "presbíteros", a los diákonoi, a las "viudas" y a todos los que están en el ministerio. Ello excluye del cristianismo toda posibilidad de ministerios de tipo meramente "burocrático" u ocasional. Es verdad que se abre el camino a una infinidad de interrogantes, y de hecho es extremadamente abundante la problemática acerca de los "carismas", pero no acerca de su realidad de vocación, puesto que son don de Dios y presencia suya en el hombre y en su historia.

BIBL.: COENEN L., Llamada (kaléo), en DTNT 1I1, 9-14; EMONNET G., Vocación cristiana en la Biblia, Paulinas, Madrid 1970; DE FRAINE J.G.,1969 Vocazione ed elezione ne/la Bibbia, Ed. Paoline 1968; GALOT J., La vocation dans le Nouveau Testament, en "Revue du Clergé Africain" 19 (1964) 417-436; 20 (1965) 125-147; ID. La vocazione nel Nuovo Testamento, en "Vita Consacrata" 14 (1978) 133-148; 197-214; HELEWA, La vocazione d Israel a popolo di Dios, en A. FAVALE, Vocazione comune o vocazioni specifiche. Aspetti biblici, teologici e psico-pedagogici-pastorali, LAS, Roma 1981, 57-83; MOLONEY F.J., The Vocation of the Disciples in the Gospel of Mark, en "Salesianum" 43 (1981) 487-516; ROMANIUK C., La vocazione nella Bibbia, Ed. Dehoniane, Bolonia 1973. Para otros aspectos, cf A. AM. MASSARI, I dodici. Note esegetiche Bulla vocazione degli apostoli, Cittá Nuova, Roma 1982; GREGANTI G., La vocazione individuale nel NT. L úomo di fronte a Dio, Pont. Univ. Lat., Roma 1969.

L. de Lorenzi