SAMUEL
DicTB
 

SUMARIO: I. Cuestiones historiográficas. II. El mapa del relato: 1. Siete cuadros; 2. Tres grandes actores; 3. Tres grandes cantos. III. La teología de la historia: 1. La alianza "mesiánica" con la "casa"davídica; 2. La elección del último; 3. El juicio sobre el pecado.


I. CUESTIONES HISTORIOGRÁFICAS. Reunidos en un volumen único en el TM (la división en dos libros sólo aparece con la edición de D. Bomberg en 1516-17), pero ya articulados en dos partes (A y B) por los LXX, donde se los denominaba "de los Reyes" (1-2Re, a los que seguían 3-4Re, es decir, los respectivos 1-2Re del TM), estos dos libros bíblicos son, obviamente, una obra compacta, que desemboca lógicamente en 1-2Re que les siguen. Su origen está ligado, como es sabido, a la tradición deuteronomista (Dt, Jos, Jue, 1-2Sam, 1-2Re), y en el lenguaje del canon hebreo pertenecen a los "profetas anteriores". Por algo el Talmud consideraba 1-2Sam obra de Samuel, Natán y Gad. M. Not, basándose en la uniformidad de estilo de estos siete libros, de su cadencia estructural y de su organicidad histórica, ha formulado la hipótesis de una unidad verdadera y profunda de redacción, incluso cronológica, después de la destrucción de Jerusalén. Ahora, en cambio, se tiende a pensar que esta redacción homogénea tuvo lugar en dos fases distintas, la primera en la época del rey Josías (muerto en el 609 a.C.) y la segunda durante el destierro. La determinación de esta duplicidad sólo se puede hacer a través de operaciones redaccionales complejas y pormenorizadas.

Desde este punto de vista, 1-2Sam se los puede leer divididos en dos grandes secciones. La primera es la de 1 Sam 1-15, y describe la transición no indolora de la institución de los jueces (Samuel) a la institución monárquica. Los materiales antiguos han sido coordinados en un único hilo narrativo, a pesar de que presentaban evidentes discrepancias (p.ej., las dos relaciones antitéticas sobre los orígenes de la monarquía, sobre las cuales volveremos). Las reconstrucciones de esta actividad redaccional, llevadas a cabo por los estudiosos, son- múltiples y dispares (M. Noth, H.J. Bócker, A. Weiser, H. Seebass, T. Veijola, etc.), y los resultados aún provisionales.

La segunda gran área es la que tiene por protagonista a David, y desde 1 Sam llega a l Re 2, con la subida de Salomón al trono. Esta "historia de David" se articula netamente en dos sectores distintos por contenido y por forma literaria: la subida al trono de David (1Sam 16-2Sam 5) y la sucesión (2Sam 7-1Re 2). En el centro está intercalado 2Sam 6, con el tema del arca en Sión. Contrariamente a L. Rost, el cual consideraba casi contemporánea de los acontecimientos la narración de la sucesión, ahora se piensa en una redacción más reciente, que ha desarrollado el motivo mesiánico ya presente en el relato de la subida al trono. También aquí los análisis para definir las vicisitudes de esta redacción son múltiples y varios (E. Würthwein, T. Veijola, F. Langlamet, E. Cortese, etc.), y los resultados son aún provisionales. Dada la finalidad de nuestra presentación, nos contentamos con señalar la complejidad de la aproximación historiográfica y literaria. Sin embargo, la homogeneidad final del texto bíblico nos permite en todo caso trazar un discurso teológico muy orgánico.

II. EL MAPA DEL RELATO. A partir de A. Gunkel, si bien dentro de los límites de su teoría literaria deudora de los modelos de la crítica romántica alemana, cada vez se está más convencidos de que el relato, sobre todo en ámbitos culturales orales, no es un simple vehículo que expresa los acontecimientos, sino una verdadera y auténtica hermenéutica histórica. El relato popular, con su "acción de presentación", su "reacción", sus protagonistas asistidos por héroes secundarios, no constituye un fenómeno sólo narrativo y literario, sino auténticamente historiográfico. Lo mismo vale para la "leyenda" (entendida en el sentido técnico de relato etiológico), que tiene por fin establecer el origen histórico de una praxis, de un recuerdo, de una memoria topográfica o cúltica (pensemos en la "leyenda real"). Nosotros, considerada la finalidad de nuestro análisis, nos contentamos ahora con aislar tres elementos significativos de la deliciosa narración de 1-2Sam. Pues la redacción deuteronomista sabe coordinar en un tejido literario homogéneo la complejidad de las fuentes y de los materiales.

1. SIETE CUADROS. El primer dato que debemos señalar es el estructural. Sin entrar en la cuestión de las varias hipótesis 'y de la compleja organización de los detalles, podemos notar, sin embargo, ya en la superficie del texto, algunas demarcaciones bastante nítidas. Cada una de las áreas resultantes está preferentemente confiada a un "héroe" protagonista rodeado de una multitud de personajes menores; en algún caso el protagonista es doble, tratándose de un auténtico duelo o dúo (Saúl-David).

El primer cuadro se contiene en ISam 1-7, y tiene como actor dominante a Samuel, que es seguido desde el nacimiento físico (c. 1) y espiritual (c. 3) hasta los comienzos del gran cambio institucional. El fondo está recorrido por sombras y pesadillas (los filisteos, el arca en el templo de Dagón). Con el capítulo 8 y hasta el capítulo 15 se abre el segundo cuadro, se desarrolla y concluye con la copresencia de dos actores, Samuel y Saúl. Como veremos, la mezcla de las dos relaciones sobre el nacimiento de la monarquía hace que, junto a escenas luminosas (victorias de Saúl, cc. 10-11), haya páginas negativas (c. 15). Con el capítulo 16 de 1 Sam hasta 2Sam 1 nos encontramos con una cerrada confrontación entre Saúl y David. El relato en este tercer cuadro es muy rico, lleno de golpes de escena y de personajes diversos (Goliat, Jonatán, Nabal, Abigaíl, los sacerdotes de Nob, Aquís, rey de Gat, etc.), y culmina en la trágica escena final de Saúl, que se suicida en los montes de Gelboé.

Con el cuarto cuadro entra plenamente en escena la figura de David, el protagonista de 2Sam entero. En los capítulos 2-6, David asume oficialmente el reino poniendo sitio a Hebrón, con la conquista de Jerusalén y con el traslado del arca a la nueva capital, mientras que en el horizonte se adivina la sombría presencia de Joab, el omnipotente y sanguinario sobrino de David, que tanta parte tendrá en la gestión política del reino. Los capítulos 7-12 del quinto cuadro son los más densos y tensos a nivel teológico, pues la narración gira en torno a la promesa divina y al pecado de David, a los esplendores y a las miserias de esta figura. Pero el relato se precipita luego en el drama con el sexto cuadro (2Sam 13-20), dedicado a la revolución de Absalón que, entre otras cosas, revela la fragilidad del reino (traiciones, espíasde doble juego, maniobras de poder de Joab, escándalos de harén, sangre, la rebelión de Sebá...). El texto de 2Sam se cierra en los capítulos 21-24, con un séptimo cuadro muy heterogéneo, que tiene el sabor de un apéndice y cuya finalidad es armonizar la narración de la vida de David con la de Salomón. En este apéndice se reconocen al menos seis perícopas: una síntesis de datos diversos (carestía y guerras contra los filisteos: 21,1-14), una primera lista de los "valientes" de David (21,15-22), la cita del Sal 18 (c. 22), otro cántico con el "testamento" de David (23,1-7), una segunda lista de los "valientes" (23,8-39), el censo, la peste, el altar, prefiguración del templo salomónico (c. 24).

2. TRES GRANDES ACTORES. Dentro de este relato que corre opulento, aunque muy ágil, se suceden in crescendo tres héroes, alrededor de los cuales se ordena y desarrolla toda la trama literaria (y teológica). El primero es, naturalmente, Samuel, prototipo de los profetas (con Abrahán y Moisés), último de los jueces, padrino poco entusiasta del giro institucional de la monarquía, sacerdote del santuario de Silo (pero ver 1 Crón 6,22.28). Entre paréntesis, a propósito del culto notamos que en 1-2Sam asistimos implícitamente al proceso de centralización cúltico tan querido del Dt (12,2-12): Silo, Mispá (1Sam 7,5-12; 10,17), Gálgala (lSam 11,14; 13,4-14; 15,12) y Hebrón (2Sam 2,4; 5,3; 15,7-9), clásicos santuarios locales, son suplantados con el traslado del arca a Sión (2Sam 6).

Samuel tiene su "evangelio de la infancia" en lSam 1-3, en el cual encontramos los elementos tradicionales de la madre estéril, del anuncio, del cántico de acción de gracias por el nacimiento, de la vocación descrita según un curioso esquema "pedagógico" de etapas progresivas (c. 3; cf l Re 19,9-18 para la segunda vocación de Elías). Dentro del espíritu de la judicatura está su función pública, sobre todo en el confuso período de las primeras ofensivas filisteas; dentro del espíritu del sacerdocio está su misión de consagrador del nuevo rey (ISam 10); dentro del espíritu de la profecía está su crítica del poder, sobre todo según los cánones del kerigma profético, que exigía coherencia entre culto y vida, entre fe y justicia: "¿Se complace tanto el Señor en los holocaustos y sacrificios como en la obediencia a sus palabras? La obediencia vale más que el sacrificio, y la docilidad más que las grasas de los carneros" (lSam 15,22). Y desde ese momento, su palabra será sólo de juicio, y se transformará en silencio hasta la célebre noche de la nigromante de Endor, cuando el espectro de Samuel se alce para anunciar sobre Saúl y sobre su reino la sentencia definitiva.

Saúl es la otra figura central del relato, descrita con vivos colores y con una buena dosis de simpatía humana, a pesar de la sombría tragedia que le envuelve. Mas no es el héroe solitario imaginado en la homónima tragedia de V. Alfieri. Su lúcida locura; el contraste no sólo maníaco, sino político con David, al que, sin embargo, está ligado por vínculos de simpatía y de parentesco; su crepúsculo desolado buscando consuelo en la magia; el fin en un abrazo suicida con su misma espada plantada en el suelo (1Sam 31) no son realmente elementos "patéticos" o épicos, sino antes de nada teológicos, destinados a ilustrar la crítica a la monarquía y a abrir el horizonte a David.

Y es justamente en conexión con el advenimiento de la monarquía, que tiene en él su primera y desafortunada realización, donde Saúl reviste una importancia particular. Como queda dicho, el nacimiento de la monarquía está representado en lSam de acuerdo con dos registros opuestos y discordantes. El primero, antimonárquico, es paradójicamente conservador y nostálgico, y está presente en 1Sam 8,1-22; 10,17-25; 12; 15. Se trata de una acerba crítica a la nueva institución, formulada en perspectiva profética y deuteronomista, pero anclada en el hecho histórico de la antigua estructura tribal, que perdurará en formas diversas incluso en épocas sucesivas. La novedad monárquica es vista como una veleidad del pueblo infiel a Dios y cansado de su reino justo; es vista como imitación idolátrica de los otros pueblos, gobernados justamente por regímenes monárquicos. Samuel insiste en que Dios es el único rey de Israel, y su único intermediario visible es el profeta. Renunciar a esta estructura significa quitarle la confianza a Dios para atribuírsela a un hombre, y por tanto confiar la garantía de la justicia a un individuo despótico y prepotente. Iluminadora en este sentido es la carta de los derechos reales proclamada por Samuel en 8,11-18; en ella resuena continuamente el pronombre posesivo de tercera persona, porque todo lo que era de la tribu es ahora suyo, del rey absoluto, como eran justamente todos los soberanos de Oriente. Los derechos reales legalizan en la práctica lo que prohibían el noveno y el décimo mandamiento (Ex 20,17): los tres capítulos fundamentales de la propiedad tribal: la familia, las tierras y los productos, quedan sometidos a la depredación legal del fisco real y, al final, Israel es descrito como cuando era un pueblo esclavo en Egipto y clamaba a Dios para que lo liberara.

A esta versión se yuxtapone en el relato una serie de páginas en las cuales se exalta el nuevo régimen como una innovación providencial bendecida por Dios (9,1-10,16; 11,1-15; 13; 14). Es ésta la orientación más "laica y progresista", que quería reestructurar el poder sacerdotal y religioso, y asegurar, a través de la línea dinástica, una continuidad de poder, mientras que la unificación de las tribus bajo un gobierno central haría más sólido al Estado contra los asaltos hostiles, sobre todo filisteos: "Saúl hizo la guerra a todos sus enemigos de alrededor, y siempre salía victorioso. Hizo verdaderas proezas, y libró a Israel de las bandas de salteadores" (1Sam 14,47-48). El advenimiento de la monarquía marcaría, pues, una era de triunfos militares y de libertad (ver al respecto la salmografía real: Sal 2; 72; 110) [/ Política 1].

El centro del libro lo ocupa, naturalmente, el tercer "héroe", sobre cuyas radicales onomásticas (dwd) se construirán preciosismos alegóricos ya en la Biblia; pensemos en dódí, "mi amado", que recorre todo el Cant y que Isaías coloca al principio de su "cántico de la viña" (Is 7,1); pensemos en el número 14, de acuerdo con el cual se distribuye la genealogía de Jesús en Mt, evocación simbólica del valor numérico de las tres letras hebreas de dwd... Su figura, desde el punto de vista estrictamente histórico, aparece en 1-2Sam fuertemente reestructurada: pensemos en sus miserias morales, subrayadas sin empacho (2Sam 10-12; 24); en las tragedias familiares (Absalón), en el poder paralelo de Joab frente al cual el rey sólo puede augurar una venganza póstuma (2Sal 19,23; 1Re 2,5-6), en la difícil sucesión y en las venganzas sangrientas que recorren todo su reinado. Las Crónicas sentirán la exigencia de purificar esta imagen de todas estas miserias, ofreciéndonos un retrato de David mucho más hagiográfico, dentro del espíritu de la tradición sucesiva.

En realidad, como veremos, David entrará en la teología como un "tipo", como un modelo idealizado de la perfección y de la esperanza mesiánica.

También la tradición cristiana lo rodeará de una interpretación cristológica (Mt l,lss; Lc 1,32-33; 3,31-35; Mc 11,10; 12,35; Jn 13,18-19; He 1,15-20; etc.). El arte cristiano lo exaltará en todos los momentos de su existencia: David ungido por Samuel del Veronés, David tocando el arpa para Saúl de Rembrandt, el David perfecto de Miguel Angel y de Donatello, el David con la cabeza de Goliat de Caravaggio, las infinitas miniaturas sobre los salterios... Por eso la mayor importancia de este fundador de la dinastía del reino de Judá ha de buscarse en el plano teológico.

3. TRES GRANDES CANTOS. Intercalados en la narración de 1-2Sam se encuentran tres espléndidas composiciones, que merecen, incluso por su riqueza espiritual, mención aparte. El primero es el cántico de Ana, la madre de Samuel (ISam 2,1-10), puesto en sus labios a causa del versículo 5b ("La mujer estéril tiene siete hijos, y la madre fecunda se marchita"). En realidad, se trata de un salmo real de victoria del rey hebreo contra enemigos más poderosos, que forma un tríptico con los Sal 20 y 21. El motivo teológico es el clásico del débil que vence por la intervención de Dios. El rey, inferior militarmente a los reyes idólatras, y la mujer estéril consiguen vencer a las superpotencias y a las rivales fecundas, celebrando así la fidelidad de Dios, que interviene en la historia humana. Pero la victoria divina supera también la historia y se extiende más allá del cosmos y del mismo se ol: "Yhwh hace morir y vivir, bajar al Se 'o1 y salir de él" (v. 6). Que el salmo es real es del todo manifiesto en el final litúrgico, donde se añade una jaculatoria por el rey mesías (v. 10). Recordemos, entre otras cosas, que el cántico, obra antológica basada sobre todo en el salterio, servirá de modelo literario y temático para el Magníficat de María.

Sublime es, en cambio, la elegía fúnebre de David por la muerte de Saúl y de Jonatán, "que se ha de enseñar a los hijos de Judá" (2Sam 1,19-27; cf 3,33-34). Sobre el panorama de los montes de Gelboé, los de la muerte de los dos héroes, sobre el júbilo frenético de las "hijas de los filisteos" en medio de las calles de Gat y de Ascalón, David hace descender el velo de sus lágrimas que todo lo cubren de niebla y lo ofuscan. Su grito angustiado, marcado por el "¿por qué?"de las súplicas, que indica el ritmo del poema como una antífona: "¿Por qué han caído los héroes?" (vv. 19.25.27). Toda la qinah (lamentación) por el rey enemigo pero amado, Saúl, está sostenida por pares de sustantivos: rocío y lluvia, sangre y óleo, arco y espada, águila y leones. Pero sobre todo resuenan dos nombres, Saúl y Jonatán, espasmódicamente invocados por cuatro veces.

Finalmente, hay que citar el monumental y difícil Sal 17 (18), reeditado en 2Sam 22, verdadero y auténtico Te Deum de David (la atribución es muy probable), oda real de liberación y de victoria (una síntesis aparece también en Sal 144,1-11). Basada en una variedad creativa de géneros (lamentación, teofanía, profesión de inocencia, agradecimiento, salmo real), esta composición lírica contiene fragmentos poéticos y religiosos inolvidables. Pensemos en Yhwh representado como el misterioso caballero envuelto en el manto negro de las nubes que, cabalgando sobre un querubín y desatando una tempestad, se inclina sobre las aguas del océano para recoger a su fiel "haciéndolo salir de las aguas caudalosas porque le ama" (vv. 5-20). Pensemos también en el simbolismo de Dios roca, fortaleza, refugio, escudo, baluarte, fuerza, liberador, potencia, con que se abre el salmo (vv. 2-3), o en la particularmente sugestiva del Dios instructor militar de su fiel: "Adiestra mis manos para la lucha y mis brazos para tensar arcos de bronce..." (v. 35). "Este admirable canto de victoria, incluso en su rudeza, es susceptible de una trasposición cristiana. El sentimiento del poder victorioso de que nos reviste el triunfo de Cristo sobre el mundo y sobre la muerte constituye uno de los elementos esenciales de toda espiritualidad cristiana" (E. Beaucamp).

III. LA TEOLOGÍA DE LA HISTORIA. Naturalmente, la historia deuteronomista posee una perspectiva precisa, desde la cual lee todo acontecimiento y cada documento recibido de la tradición. Tres son las pautas teológicas que presiden esta hermenéutica de la historia: la promesa-alianza con David, la elección del último, el juicio sobre el pecado. Intentemos definir ahora estos tres nudos hermenéuticos a través de algunas páginas típicas.

1. LA ALIANZA "MESIÁNICA" CON LA "CASA" DAVÍDICA. El texto fundamental es el célebre oráculo de Natán, registrado en 2Sam 7 y elaborado poéticamente también por el Sal 89 (es difícil decidir su mutua correlación o su eventual dependencia de una fuente preexistente). Al deseo de David de poseer un templo en la capital recién constituida, Jerusalén, así como de tener por ciudadano de su reino también a Yhwh, Natán opone la inesperada decisión de Dios. El Señor, más que ser encuadrado en el espacio sagrado de la "casa" del templo (bajit), prefiere estar presente en la realidad que más afecta al hombre, a saber, la historia, expresada en la "casa" dinástica (bajit) de David: "Yhwh te hará grande, porque una casa te hará Yhwh" (v. 11). "Afirmaré tu dinastía para siempre" (Sal 89,5). Tenemos aquí la configuración de dos grandes quicios de la teología bíblica.

El primero define estructuralmente una de las cualidades fundamentales: la revelación bíblica conoce como campo privilegiado la historia y la existencia del hombre. El segundo es, en cambio, el mesiánico. El oráculo de Natán, que anuncia una presencia especial de Dios en la estirpe de David, constituye el texto base de la esperanza mesiánica real. Dentro de este hilo dinástico, a menudo retorcido y oscuro, se entrevé la promesa de un "hijo de David" perfecto, que sea verdaderamente "Emanuel": "Dios con nosotros", presencia suprema de Dios y de su palabra en la historia.

A esta luz, el texto de 2Sam 7 se proyecta sobre muchas páginas bíblicas a partir justamente del retrato davídico de 2Sam. El motivo aparece en el "testamento de David" de 2Sam 23: "Mi casa es estable junto a Dios, porque hizo conmigo un pacto eterno bien reglamentado y garantizado en todo" (v. 5). Es celebrado por todo "el libro del Emanuel" de Is 7-11, tiene una reformulación en Jer 23,5-6 (= 33,15; cf Zac 3,8; 6,12) y una repetición en 33,20-22, donde se evocan también las alianzas cósmicas (Gén 9) y abrahamítica (Gén 15,5; 17; 22,17). El motivo reaparece en el Segundo Isaías (55,3); es muy querido también del cronista (2Crón 13,5; 21,7) y, según se ha dicho, en el Sal 89. Será esta página la que sostenga a Israel incluso en los momentos tenebrosos: el "consagrado" de Dios es el heredero de la promesa divina; promesa que no puede extinguirse, porque nace de Dios y se puede realizar incluso por caminos inesperados (Sal 132). Con el fin de la dinastía davídica en el 586 a.C. se abre entonces un nuevo horizonte para el oráculo de Natán: la genealogía del mesías davídico no será ya necesariamente biológica y dinástica, sino espiritual y teológica [/ Alianza II, 5; / Mesianismo III, 2].

2. LA ELECCIÓN DEL ÚLTIMO. Las extrañas elecciones de Dios, que dan la preferencia al débil, al menor, a la estéril, al pobre, son una constante dentro de toda la Biblia, naturalmente también en el mundo neotestamentario: "Dios eligió lo que el mundo tiene por necio para humillar a los sabios; lo débil, para humillar a los fuertes; lo vil, lo despreciable, lo que es nada, para anular a los que son algo" (1Cor 1,27-28). Este planteamiento es particularmente querido de la teología deuteronomista, que lo usa casi como un hilo teológico sutil en toda su obra (Jue, Jos, 1-2Sam, 1-2Re). Típica en este sentido es la página del duelo entre David y Goliat (lSam 17,40-51), que, en su vigorosa escenificación, parece ser justamente la demostración simbólica de la tesis.

Guerrero frente a pastor, violento frente a pequeño (v. 42), ideal humano e ideal divino se enfrentan en esta escena ejemplar. El discurso contenido en los versículos 45-47 es una profesión de fe que hace a Dios aliado invencible del hombre. A las tres armas del filisteo —espada, lanza y venablo— se contrapone la realidad del Señor expresada a través de sus tres nombres, el nombre por excelencia (Yhwh) y sus dos títulos antiguos más famosos: "Señor de los ejércitos" y "Señor de las huestes de Israel" (v. 45). Desde aquel momento, detrás de David se alza el Señor, que se convierte en el verdadero árbitro de la lucha (v. 47).

Pero este tema puede seguirse muy a menudo. Pensemos en el contraste inicial de 1 Sam: entre Ana, la estéril, y la orgullosa Peniná, la fecunda. Pensemos en el citado cántico de Ana (lSam 2), presidido justamente por el tema del poder del Señor, que en sus opciones prefiere al débil y al humilde. Pero sobre todo pensemos en la oposición David-Saúl. El segundo es "buen mozo. No había entre los israelitas quien le superase; a todos les sacaba la cabeza" (lSam 9,2). En cambio, el primero es pequeño y olvidado incluso por su padre. En efecto, es significativo el relato de lSam 16,1-13, cuando, en presencia de Samuel, Jesé hace pasar a sus hijos mayores. Pero "el Señor dijo a Samuel: `No consideres su aspecto ni su alta estatura, porque yo lo he descartado. El hombre no ve lo que Dios ve; el hombre ve las apariencias y Dios ve el corazón'" (v. 7). Y también en el contraste bélico entre David "partisano" en el desierto de Judá y el ejército de Saúl, el acento recae siempre en la bondad y en la magnanimidad del primero (1Sam 23-24). También cuando David haya alcanzado el nivel supremo de la realeza, el narrador estará siempre atento a subrayar su debilidad, e incluso su pecado, para hacer resaltar el primado de Dios, que puede usar también instrumentos imperfectos para la realización de su proyecto.

De este modo se perfila otro tema teológico que ahora desarrollaremos. Pero dentro de él aparece una vez más el esquema de la elección del débil: la víctima Urías, herido por la prevaricación del poder de David, no es olvidada, porque la voz de Dios a través del profeta Natán le da satisfacción y le hace justicia. Pero esto aparece más netamente en el breve análisis que vamos a hacer ahora de lSam 11-12.

3. EL JUICIO SOBRE EL PECADO. Orígenes escribió que el rostro de David irradiaba luz como el de Moisés, pero que esta luminosidad estaba atravesada por franjas de sombras, es decir, por el pecado. También Saúl es colocado muy pronto bajo el signo del pecado (lSam 15). Pero es curioso que la narración de 1-2Sam insista tanto en presentar la vida de David como surcada por el pecado. En efecto, su historia de rey está rodeada, en inclusión, por dos grandes cuadros de pecado.

El primero es el de los capítulos 11-12, construidos hábilmente a nivel literario en nueve pequeñas escenas recitadas siempre por dos actores (11,1-5: David y Betsabé; 11,6-13: David y Urías; 11,14-17: David y Joab; 11,18-25: David y Joab; 11,26-27: David y Betsabé; 12,1-14: David y Natán; 12,15-16: David y Dios; 12,17-23: David y los ministros; 12,24-25: David y Betsabé). El pecado de adulterio con Betsabé y del asesinato de Urías, justificado por el poder, está bajo el juicio de Dios, que se coloca siempre del lado de la justicia violada: "Pero esto que hizo David desagradó al Señor" (11,27). En medio del silencio cómplice y adulador de los súbditos se alza acusadora la voz de la profecía, que adopta el conocido método de implicar al pecador en un caso externo, que al final se revela estrictamente personal: de espectador que condena, el pecador se convierte en el autocondenado. Es el caso de la estupenda parábola del pobre y de su "corderilla" (12,1-4). En el fuerte grito: "Tú eres ese hombre" se oculta la implacable denuncia de Dios de las injusticias de los poderosos.

El que juzga entonces es Dios mismo, que es también la parte civil; porque no es sólo Urías el herido, sino el mismo Señor, defensor de los débiles. La condena está formulada según el canon de la justicia del talión: "Mataste con la espada... no se apartará nunca la espada de tu casa... Por haber tomado por esposa a la mujer de Urías..., tomaré ante tus propios ojos a tus mujeres y se las daré a tu prójimo" (12,9-11). David, vuelto a la sinceridad de la conciencia, se abre a Dios en la confesión: "He pecado contra el Señor" (12,13; cf Sal 51). Pero Dios, aunque perdona la culpa, debe ser el garante de la justicia, por lo cual ha de dar curso a la pena: David será castigado como padre perdiendo el hijo tenido de Betsabé. La muerte del hijo —en la visión veterotestamentaria— se convierte casi en el símbolo de la muerte del rey pecador justamente en su misma carne. Pero el nacimiento de Salomón será la señal del "renacimiento" de David y de su vuelta a la comunión con Dios y con su justicia.

El pecado aparece también al final del relato de 2Sam. El capítulo 24 está también presidido por el esquema pecado-arrepentimiento-perdón. El censo (vv. 1-9) es visto como un acto de orgullo por parte de David, acto instigado por Dios mismo según la arcaica concepción por la que a Dios se atribuye todo, bien y mal, para evitar el dualismo (ver, en cambio, lCrón 21,1). La peste (vv. 10-15) es el juicio de Dios por el pecado del rey; la súplica y la conversión de David tienen como exvoto el altar, que anticipará idealmente el templo salomónico (vv. 16-25). En todo caso, en las palabras de David aparece un fuerte sentido del pecado: "He cometido un gran pecado por haber hecho esto. Señor, perdona el pecado de tu siervo, porque he obrado como un insensato" (v. 10). Se introduce también el principio de la responsabilidad personal frente al tradicional de la culpa comunitaria, siendo el rey símbolo de la nación: "Yo soy quien ha pecado y ha obrado mal; pero estos otros, el rebaño, ¿qué han hecho? Que tu mano caiga sobre mí y sobre mi familia" (v. 17).

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G. Ravasi