ROMANOS (Carta a los)
DicTB
 

SUMARIO: I. Ocasión de la carta, destinatarios, fecha de composición. II. La estructura literaria. III. El mensaje teológico de fondo: 1. Parte dogmática: a) Situación de pecado, b) La justificación en virtud de la fe, c) El comportamiento del justificado, d) El problema de los judíos; 2. Parte exhortativa.


I. OCASIÓN DE LA CARTA, DESTINATARIOS, FECHA DE COMPOSICIÓN. Mientras que las otras cartas que con seguridad son de ! Pablo fueron enviadas todas ellas a comunidades fundadas por él y con referencias precisas a problemas y situaciones, la carta a los Romanos es de más amplios vuelos. Pablo no sólo no fundó la comunidad cristiana de Roma, sino que tampoco la había visitado; sólo la conoce de oídas.

La acción que le impulsa a escribir es curiosa. Pablo proyecta un gran viaje misionero a España (cf Rom 15,23-24). Para dirigirse a España pasará por Roma. Así tendrá ocasión de conocer personalmente a esta comunidad, de la que tanto oye hablar. Y con aquella espontaneidad y confianza recíproca que unía entre sí a todos los cristianos en una única familia de hermanos aun antes de conocerse, Pablo siente a propósito de la comunidad cristiana de Roma que tiene algo que decir y que aprender. La carta representa, pues, el comienzo de un intercambio de fe (cf Rom 1,11-12), que se continuará y completará luego, cuando Pablo esté presente en persona en Roma. En este intercambio Pablo no olvida la vocación de fondo de anunciador del evangelio, que le hace deudor de todos (cf Rom 11,14). Aunque al escribir a los romanos no les lleva el primer anuncio del evangelio, Pablo hace de él objeto de una reflexión atenta y profunda, no condicionada, como ocurre en general, por problemas contingentes que resolver. Reflexiona sobre el evangelio como tal. Esto le lleva a una profundidad y a una amplitud que no tiene paralelo en sus otros escritos; la carta a los Romanos es la más teológica de las cartas paulinas, en el sentido preciso de una reflexión extensa y profunda. No sorprende que haya tenido un influjo cada vez más decisivo en el desarrollo de la teología de la Iglesia: desde san Agustín, que recibió de la lectura de la carta a los Romanos el último impulso a la conversión, hasta nuestros días "las grandes horas de la historia de la Iglesia han sido las grandes horas de la carta a los Romanos" (Althaus). Aunque dedicado a una reflexión sobre el evangelio, en este diálogo ideal con la comunidad de Roma no olvida Pablo los aspectos prácticos. En la segunda parte de la carta, como veremos al hablar de la estructura, el discurso se hace concreto, hasta afrontar, aunque sin entrar en detalles minuciosos, problemas de comportamiento como la relación entre "fuertes" y "débiles" —prácticamente, los cristianos maduros y los que se encuentran, en cambio, en los comienzos— en lo que se refiere a las prescripciones de la ley judía (cf Rom 14,1-15,23).

¿Quién componía la comunidad cristiana de Roma? Debía de haber un porcentaje de origen judío. Nos lo dice la presencia documentada en Roma en tiempo de Pablo de una colonia judía numerosa y activa —al menos 50.000 miembros con hasta 13 sinagogas— y el hecho de que justamente el anuncio del evangelio desencadenó inquietudes y contrastes entre los judíos romanos, hasta el punto de que Claudio, ya en el año 49, los expulsó de la ciudad. Aunque no se puede presumir que el anuncio cristiano fuera acogido por los judíos como una conversión en masa, ciertamente hizo presa en ellos, y un cierto número, que por lo demás no se puede precisar, debió adherirse a él. Teniendo presente este componente judeo-cristiano en el ámbito de la comunidad de Roma, se explica, ya sea la prolongada insistencia por parte de Pablo en el caso de los "fuertes" y de los "débiles" en el sentido indicado, ya el espacio dedicado a la reflexión de carácter teológico sobre la actividad de los judíos (cf Rom 9-11).

Aunque presente, y quizá en proporción considerable, el elemento cristiano judío no debía de constituir la mayoría. El discurso de Pablo supone en general cristianos provenientes del paganismo. Estos dos orígenes diversos entrañaban tensiones y planteaban también problemas específicos de comportamiento; pero, lejos de dividir a la comunidad en dos facciones, hacía de ella una Iglesia viva, en la cual había que vivir y gustar juntos la novedad, para unos y para otros, del evangelio de Cristo.

Las indicaciones cronológicas que el mismo Pablo nos proporciona en el cuerpo de la carta nos permiten situarla en el tiempo con una cierta precisión.

Pablo se encuentra en el final de su tercer viaje misionero, en Corinto; está a punto de partir para Jerusalén (cf Rom 15,25). Estamos, pues, con toda probabilidad en el invierno del año 57/58.

También del texto de la carta obtenemos un detalle interesante. Pablo confía la carta para que la lleve a Roma a Febe, conocida por su actividad de "diaconisa" ejercida en la iglesia de Cencreas, uno de los dos puertos de la Corinto de entonces.

II. LA ESTRUCTURA LITERARIA. No existen dudas sobre la autenticidad paulina del conjunto de la carta a los Romanos. Algún problema plantea la pertenencia originaria a la carta tanto de b,1-33, como (sobre todo) de 16,1-23 por las incertidumbres que sobre ellos encontramos en la tradición manuscrita. La doxología final, 16,25-27, aunque exquisitamente paulina como contenido, presenta particularidades lingüísticas y tal discontinuidad en la tradición manuscrita que hacen considerarla como una adición redaccional posterior.

Echando una mirada a la carta en su conjunto, destacan dos bloques literarios, que constituyen las dos grandes partes en que se divide la carta. Después del saludo (1,1-7) y la acción de gracias (1,8-15), se enuncia el gran tema de fondo: el "evangelio...", fuerza de Dios, que lleva a la salvación, en el cual "se manifiesta la justicia de Dios"(1,16-17).

El tema se desarrolla ante todo de manera preferentemente expositiva y reflexiva: tenemos la primera parte, el primer gran bloque literario (1,18-11,36). También el problema de los judíos (9-11) es visto en relación con su falta de aceptación del evangelio.

Sigue un segundo bloque literario (12,1-15,13), en el cual prevalece el tono exhortativo. Pablo ve el evangelio aplicado a los diversos aspectos de la vida.

Una mirada más de cerca a la estructura literaria de cada una de estas dos partes permite entrar también en el mundo teológico de la carta.

Mientras que la estructura de la segunda parte exhortativa no parece suscitar problemas, ha sido y sigue siendo objeto de disputa la estructura literaria de la primera. Y es que de las opciones que se hagan al respecto depende la explicación exegética de muchos puntos importantes. Valorizando algunos indicios literarios precisos que nos presenta el texto, podemos fijar en cuatro fases el movimiento literario de la primera parte: 1,18-2,16; 2,17-5,11; 5,12-8,39; 9,1-11,36. En cada una de estas fases se desarrolla el tema fundamental del evangelio que lleva a la salvación y a la justificación mediante un esquema idéntico, y que podemos resumir así: situación de pecado del hombre, intervención de Dios mediante el evangelio, situación de justificación inicial que sigue. Naturalmente, la vuelta reiterada sobre el esquema lleva a una profundización de sus tres componentes, que es diverso en las fases indicadas. En la primera (1,18-2,16) tenemos una exposición impresionante de la situación de pecado en que se encuentran los hombres de hecho. Sólo al final se hace alusión a la justificación y al comportamiento, alusión que, de no tener el resto de la carta, quedaría oscura y casi incomprensible. En la segunda fase (2,17-5,11) se reanuda el discurso sobre la situación de pecado; pero se insiste sobre todo en el hecho de que la justificación que lo supera es un don gratuito de Dios, don al cual el hombre se abre sólo con la disponibilidad de la fe. Se hace una referencia sugestiva, pero todavía concentrada y sintética, al nuevo tipo de vida que sigue a la justificación (Rom 5,1-11). En la tercera fase (5,12-8,39) se parte de nuevo de la situación de pecado vista desde la óptica de una participación de todos en el pecado de Adán; se insiste en la superación del pecado, consecuencia justamente de la justificación, comenzando por el bautismo, y, finalmente, en todo el capítulo 8, se ilustra el comportamiento típico del justificado bajo el influjo constante del Espíritu. En la última sección (9,1-11,36) trata Pablo el problema del cierre de los judíos a Cristo bajo el mismo aspecto temático: al no acoger aún el evangelio —aunque Pablo está seguro de que un día abandonarán esta postura de rechazo—, los judíos permanecen encerrados en su pecaminosidad y prisioneros de su justificación. Esto se expresa en un comportamiento que de hecho coloca al propio yo en el vértice de la escala de valores. Resulta ya evidente la riqueza teológica, realmente sin precedentes, de esta primera parte. Volveremos luego, al tratar específicamente de la teología de la carta, sobre los principales temas aquí señalados.

La segunda parte, de carácter preferentemente exhortativo, como lo hemos destacado antes, presenta un desarrollo más simple. Después de una exhortación de fondo sobre la liturgia de la vida (12,1-2), Pablo pasa revista a los varios aspectos de la vida cristiana concreta: el amor y sus implicaciones (12,3-21), la relación del cristiano con las autoridades civiles paganas, marcada sorprendentemente —alguien ha avanzado dudas sobre la autenticidad paulina del párrafo— por un espíritu de colaboración que obliga también en conciencia (13,1-7); luego se insiste de nuevo, pero acentuando la perspectiva escatológica, en la obligación del amor (13,8-14). Después, en un discurso largo y articulado (14,1-15,13) se afronta el tema de los "fuertes" y de los "débiles" en cuestión de fe: los "fuertes" —Pablo se coloca entre ellos— por una experiencia de vida eclesial más larga han madurado ya una visión de conjunto del evangelio aplicado a la vida, que les permite moverse con desenvoltura en las varias circunstancias concretas; en cambio, los "débiles" son los que se encuentran en los comienzos. Se trata de caminar juntos; entonces los "fuertes", evitando fugas presuntuosas hacia adelante, deberán respetar las exigencias de los "débiles", adaptándose a su ritmo de crecimiento.

En la parte final de la carta vuelve Pablo a hablar de sí mismo, de su actividad, de sus proyectos, interpretando toda su vida como un servicio litúrgico hecho al evangelio (15, 14-33).

En el capítulo 16 —pertenezca o no a la redacción originaria de la carta— se resalta el círculo amplísimo de amigos, colaboradores y colaboradoras de Pablo. Finalmente, la conclusión añadida (16,25-27), aunque no directamente paulina, sintetiza todo el movimiento del evangelio: parte de Dios, llega al hombre y lo transforma, refiriéndolo luego todo a Dios en forma de alabanza y de celebración.

III. EL MENSAJE TEOLÓGICO DE FONDO. Al examinar la estructura literaria de la carta, hemos subrayado reiteradamente el empeño con que Pablo, haciendo objeto de una reflexión atenta su experiencia judía y cristiana, afronta y profundiza una temática típicamente teológica.

El argumento de fondo es el evangelio. Para Pablo, el evangelio, según lo explica con detalle en la carta a los Gálatas, es el anuncio de Cristo muerto y resucitado, el cual, como tal, se cruza en el camino del hombre interpelándolo personalmente y poniéndolo ante una decisión. Si el hombre acepta el evangelio mediante la apertura incondicional de la fe, se coloca en el camino de la salvación. Si, en cambio, se cierra al anuncio y lo rechaza, se coloca por el hecho mismo en el camino de la que Pablo llama "perdición". Pablo enuncia este argumento justamente al comienzo de la carta (1,16-17).

De este argumento unitario se desarrolla un abanico teológico que toca muchos aspectos de los más importantes del pensamiento de Pablo.

1. PARTE DOGMÁTICA. El tema del evangelio adopta, como hemos visto antes, una articulación en tres partes, que aparece, aunque en proporción diversa, en cada una de las cuatro secciones.

a) Situación de pecado. Pablo mira al hombre con un sentimiento de confianza y simpatía. Pero su capacidad de observación, sensibilizada por la familiaridad con el AT, no le permite hacerse ilusiones: el hombre es de hecho pecador. Hay en él como una insuficiencia radical, por la cual sus opciones, lejos de perfeccionarlo, abren como lagunas en su sistema. El hombre, al pecar, se autolimita.

Pero ¿qué es propiamente el pecado del hombre? Pablo intenta descubrir su raíz: hay una "verdad" (Rom 1,18), propia de Dios y comunicada al hombre, que éste tiende de hecho a sofocar (cf Rom 1,18). A consecuencia de esta extraña actitud, que debilita en un primer momento la relación con Dios y termina luego eliminándola del todo, el hombre no se encuentra ya en su mundo propio. Confunde a Dios creador con sus criaturas, cayendo en la idolatría; se desliza hacia una situación de comportamiento recíproco que Pablo no vacila en calificar de vergonzosa (cf Rom 1,26-32).

Este discurso, válido en sentido pleno para los gentiles, tiene aplicación también en el mundo judío. Los judíos viven en una situación de insuficiencia y son pecadores no menos que los demás, porque, a pesar de tener una ley dada por Dios, de hecho no sólo no la observan, sino que hacen incluso de ella un título de orgullo personal, como un trampolín de lanzamiento del propio yo.

Esta condición de insuficiencia pecaminosa asume proporciones históricas impresionantes: "Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios" (Rom 3,23). Hay en todos una privación, un vacío de aquella imagen, de aquella "realidad" (gloria) de Dios que el hombre, justamente en cuanto tal, está llamado a realizar. Revive en los individuos y a nivel colectivo el Adán que peca (cf Rom 5,12-14). El pecado deja sentir sus consecuencias: el vacío que causa y expresa el pecado es un vacío de muerte. También la muerte física es una consecuencia del pecado. Lo es sobre todo, a los ojos de Pablo, la muerte en sentido espiritual, aquella especie de rigidez cadavérica moral que le impide al hombre realizar su verdadera identidad ya sea en la relación con Dios o en la relación con los demás. El hombre implicado en el pecado está en contradicción consigo mismo (cf Rom 7,1-24). Y la ley de Dios, mientras es un hecho externo, en vez de ayudar, aumenta de hecho la entidad del pecado, haciendo tomar conciencia de él (cf Rom 7,13).

b) La justificación en virtud de la fe. El evangelio le permite al hombre superar esta situación negativa, que de otra forma se haría crónica y sin salida.

Al acoger el anuncio, el hombre es bautizado, convirtiéndose así en cristiano. El bautismo establece entre el cristiano y Cristo un lazo estrechísimo de reversibilidad. La muerte de Cristo, con toda la capacidad de destrucción del pecado que le es propia, pasa al cristiano y lo libera de la pecaminosidad; la vitalidad típica de Cristo resucitado pasa igualmente al cristiano con toda la riqueza contextual que conlleva: el don del Espíritu, la filiación. Pablo, en el intento de unir en un solo hilo de comprensión en profundidad todos los elementos que van de la liberación del pecado a la vida según el espíritu típica del cristiano hijo de Dios, habla de "justificación" (dikaiosyne). La historia de la exégesis, particularmente compleja a este respecto desde el tiempo de la reforma protestante hasta nuestros días, impone la máxima cautela. De todos modos, se puede decir en términos generales que la justificación, como la entiende Pablo, es un equilibrio —en la línea del hebreo sedaqah, del que deriva— realizado por Dios, "justo y que justifica" (Rom 3,26), entre la que es la fórmula ideal del hombre —imagen de Dios en la forma de Cristo: cf Rom 8,29—y su realidad histórica. Podríamos decir que sólo la justificación actuada le permite al hombre realizarse plenamente tal como es. La justificación tiene lugar ya ahora, en el presente cristiano, pero sólo en estado inicial. El tan deseado equilibrio completo entre el proyecto de Dios relativo al hombre y su actuación concreta se podrá producir solamente a nivel escatológico.

Don gratuito de Dios, la justificación ha de ser aceptada por el hombre. Y la aceptación es, en sentido afirmativo y exclusivo, la apertura de la fe, mediante la cual el hombre acepta el evangelio sin condiciones. Lo que en el hombre precede a esta apertura carece de importancia. La apertura de la fe —Pablo habla por extenso de ella en la carta a los Gálatas— no es ciertamente fácil, de lo cual es una prueba dolorosa la actitud de los judíos, que no aceptaron el evangelio encerrándose en su justicia; ella compromete al hombre en una relación de confianza total, de vértigo, respecto a Dios, que es el único que posee el secreto de la verdadera identidad, de la "justicia" de cada hombre. Pablo ilustra la fe en detalle repensando la figura de Abrahán, "que creyó en el Dios que da la vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen" (Rom 4,17; cf todo el c. 4). [/ Evangelio II, 1;I Fe; / Justicia III, 2; / Pecado; / Redención IV; / Bautismo IV; / Espíritu II, 3-6].

c) El comportamiento del justificado. Una vez que el hombre es liberado de su pecaminosidad, hecho hijo de Dios y guiado por el Espíritu, se encuentra en condiciones de expresarse como tal en un comportamiento nuevo típico del justificado. Ese comportamiento no es cuantificable en una serie de prescripciones y preceptos justamente porque, en cuanto comportamiento característico de los hijos de Dios animados por el Espíritu, está determinado por el influjo del Espíritu, que tiende a reproducir en el cristiano los rasgos específicos de Cristo. Con este comportamiento el cristiano tiene autonomía respecto al exigido en el AT; pero recupera, en un contexto nuevo determinado por el Espíritu de Cristo, todos los elementos positivos: "Nosotros, que vivimos conforme al Espíritu y no conforme a los bajos instintos, podemos practicar la justicia que ordena la ley" (Rom 8,4). Pablo insiste entonces en la disponibilidad radical al influjo del Espíritu: "Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios" (Rom 8,14); surge una capacidad de amor, que sólo el Espíritu puede comunicar: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rom 5,5). En particular, hay una acción misteriosa del Espíritu que integra y corrige el contenido de nuestra oración, encuadrándolo en lo absoluto del proyecto de Dios (cf Rom 8,26-27). La presencia actual del Espíritu en la vida del cristiano con la carga de dinamismo que comunica impulsa a mirar al futuro: "En la esperanza fuimos salvados" (Rom 8,18). Hay una espera, una tendencia hacia la plenitud escatológica que, pasando a través del cristiano, se derrama también en el ambiente físico: la plena libertad de los hijos de Dios se realizará al final de los tiempos y tendrá su misterioso correlato también en el mundo físico, el cual, superando el estado presente, será transformado en proporción directa con la nueva condición del hombre (cf Rom 8,19-22).

d) El problema de los judíos. Aunque insertado orgánicamente en la parte dogmática de la carta, el párrafo de Rom 9-11 merece una atención particular por un tema que trata de una manera específica: ¿Qué hay del pueblo judío, que no ha acogido al mesías? Pablo se plantea el problema temblando (cf Rom 9,1-5); y, sin la pretensión de resolverlo todo, hace algunas puntualizaciones de gran interés teológico-bíblico.

Ante todo, Pablo se preocupa de establecer un punto firme, el pueblo de Dios continúa, dada la infalibilidad de la palabra de Dios. Dios se ha comprometido y es coherente con su compromiso. Procediendo según su lógica incomprensible de amor, Dios, en lugar del pueblo judío, se ha elegido otro pueblo, el cristiano, constituido por gentiles y judíos que han aceptado a Cristo y realizan la "justicia, la justicia de la fe, mientras que Israel, persiguiendo la ley de la justicia, no llegó a conseguir esa meta" (Rom 9,30).

Los judíos han permanecido extraños al movimiento de la fe buscando su propia justicia, derivada de la ejecución de la ley. Es éste el punto decisivo, y Pablo lo reitera con insistencia (cf 10,1-21).

¿Ha sido, entonces, repudiado el pueblo de Dios? Pablo no quiere ni siquiera hacerse una pregunta de esta clase; se lo impide el afecto que profesa a sus hermanos judíos y su conocimiento del AT. Si la clausura de los judíos en cierto sentido ha favorecido a los gentiles, habrá en el futuro una aceptación por su parte del mesías, lo cual contribuirá al enriquecimiento de todos: "Todo Israel se salvará" (Rom 11,26). Los gentiles convertidos al cristianismo deberán recordar siempre que han sido injertados en el olivo del antiguo pueblo judío, el cual sigue siendo la "raíz santa" (Rom 11,16).

Todo este cúmulo de reflexiones le lleva a Pablo a reconsiderar la trascendencia de Dios, el cual está presente y obra en la historia, aunque permaneciendo siempre inaccesible (cf Rom 11,33-36).

En resumen: el hombre, rehecho por Dios que lo "justifica", no sólo ha superado el vacío del pecado, sino que se encuentra inserto en un dinamismo nuevo, que alcanza su vértice en la capacidad de amar a Dios con el amor mismo de Dios.

2. PARTE EXHORTATIVA. El dinamismo del amor del que es capaz el cristiano encuentra en la parte exhortativa de la carta toda una serie de ejemplos aplicativos que merecen una atenta consideración. El cuadro teológico de la vida según el Espíritu se ve enriquecido y precisado. Seguimos el orden de la exposición.

Pablo exhorta ante todo, apelando directamente al amor de Dios que ha puesto en movimiento la salvación, a "que ofrezcáis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios; éste es el culto que debéis ofrecer" (Rom 12,1).

La que en la experiencia del AT —y que Pablo había hecho suya con entusiasmo— era la actividad litúrgica del templo y a él limitada, se extiende ahora a todo el conjunto de la vida. La oferta sacrificial viva y continuada, constituida por el "cuerpo" —o sea, en el lenguaje típico de Pablo, por todas las relaciones concretas de la persona que vive en el tiempo y en el espacio—, se convierte ahora en una verdadera liturgia de toda la existencia. Justamente esta actitud permanente de culto le da a la vida aquel sentido profundo, aquel valor de coherencia, aquella lógica que era una aspiración constante en el ambiente griego, y que en el fondo se encuentra en cada hombre. La vida adquiere sentido y valor en la medida en que es ofrecida a Dios.

La oferta de la vida a Dios no se desvanece en una actitud de un misticismo vago e intimista, y mucho menos saca al hombre de lo que es su realidad. La oferta prolongada por la vida se realiza —se apresura Pablo a precisar— con dos condiciones: la negativa a aceptar del ambiente en el que vive el cristiano aquellas propuestas de valores que van en sentido contrario al evangelio ("No os acomodéis a este mundo", Rom 12,2a) y, positivamente, una renovación continua de la mente para poder captar, en lo concreto de la vida, la voluntad de Dios, siempre nueva ("Al contrario, transformaos y renovad vuestro interior para que sepáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto" Rom 12,2b).

Sobre este fundamento de una liturgia nueva, que abraza toda la existencia proyectándola en la búsqueda incondicionada de la voluntad de Dios, adquieren relieve e interés las otras puntualizaciones concretas que presenta Pablo.

La voluntad de Dios se descubrirá mediante un discernimiento continuo. Pero hay modalidades constantes en las cuales se expresa ya la voluntad de Dios. Pablo recuerda, entre otras modalidades, la convergencia en la unidad cristiana de todos los dones particulares, los "carismas" que Dios ha otorgado (Rom 12,3-8). La voluntad de Dios se busca y se encuentra juntos, en la integración recíproca.

La constante más importante —hasta el punto de constituir la plenitud de la nueva ley (cf Rom 13, 10)— de la voluntad de Dios respecto al cristiano es "un amor sincero" (Rom 12,9). Participación y expresión del amor mismo de Dios, el amor del cristiano tendrá una apertura constante a todos, una disponibilidad y una capacidad de acogida sin límites, una creatividad gozosa. Lo mismo que el de Dios, el amor del cristiano no retrocede ante el mal: "No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien" (Rom 12,21).

La voluntad de Dios buscada en lo concreto de la vida impulsa al cristiano a mirar a su alrededor. Verá que vive en un contexto social determinado que, como en el caso de los romanos, está constituido también por una organización estatal, con una autoridad que es ejercida y que exige de todos contribuciones concretas. El cristiano mira de frente a esta realidad sin escapar verticalmente. Lo que la autoridad estatal, incluso pagana, exige para el bien de todos, encuentra al cristiano plena y activamente disponible (cf Rom 13,1-7) [I Política II, 4].

Volviendo al tema del amor como síntesis de la ley —seguimos en el ámbito de la voluntad de Dios respecto del hombre—, Pablo hace una aplicación articulada del mismo a la situación eclesial de Roma a propósito de los "débiles" y de los "fuert°s" en la fe. El discurso tiene un planteamiento teológico simple y lineal: "Nosotros, los fuertes, debemos sobrellevar las deficiencias de los débiles y no buscar lo que nos agrada a nosotros mismos. Cada uno de nosotros debe procurar agradar a su prójimo para su bien y su robustecimiento en la fe. Porque Cristo no buscó lo que le agradaba" (Rom 15,1-3). El respeto del ritmo de crecimiento propio de la fe ajena es encuadrado en una actitud global de amor, que desplaza hacia el otro el centro de gravedad del interés: el otro es más importante que yo. El amor que se desposee de sí para hacerse don ha sido el amor típico de Cristo. En el cristiano que ama al otro como otro, determinándose por él, revive la opción fundamental de Cristo. En la búsqueda de la voluntad de Dios encuentra el cristiano en su camino el ejemplo de Cristo.

Finalmente, merece una breve reflexión teológico-bíblica también el capítulo 16, que cierra la carta en la forma que, al menos desde un cierto tiempo en adelante, adquirió y que mantuvo constantemente.

Las recomendaciones de Febe (cf Rom 16,1-2), el elogio conmovido de Aquila y Prisca (16,3-4), la larga lista de saludos que, lejos de ser una enumeración árida y formal, presenta en cada nombre un rasgo de atención personal, todo esto nos muestra la amplitud del horizonte humano de Pablo. La viva conciencia de la trascendencia del evangelio y de su misión, la solicitud constante por todas las Iglesias, la reflexión teológica tan exigente y profunda como aparece en todas las cartas no le hacen olvidar la amistad, la cual, por el contrario, fue un coeficiente que inspiró su actividad y su vida. Pablo, incluso estimulante e incómodo, no fue nunca un misántropo aislado.

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U. Vanni