PECADO
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SUMARIO: I. El pecado en el AT: 1. Premisas; 2. Terminología; 3. Modelos literarios; 4. Diversas especies: a) Pecados involuntarios, b) Errores rituales, c) Culpas colectivas, d) Pecados graves; 5. Características: a) Ruptura con Dios, b) Ingratitud, c) "Hybris"; 6. Consecuencias: a) La cólera de Dios, b) La culpa, c) El endurecimiento, d) Las desventuras. II. El pecado en el NT: 1. Presupuestos; 2. Filología; 3. La actitud de Jesús: a) Los pecados concretos y el corazón, b) Bondad con los pecadores; 4. San Pablo: a) Listas de pecados, b) El pecado personificado, c) La came, d) La Ley, e) Satanás, f) Efectos; 5. La lilteratura joanea: a) Vocabulario propio, b) La incredulidad, c) El pecado del mundo, d) La herejía; 6. Otros escritos del NT. III. Universalidad del pecado: 1. Antiguo Testamento: a) Génesis 1-11, b) Los profetas, c) Los libros sapienciales; 2. Jesús; 3. San Pablo: a) La humanidad pecadora, b) El pecado de Adán, c) Pecados personales. IV. Origen del pecado: 1. Antiguo Testamento: a) La fuerza demoníaca, b) El corazón perverso, c) La inclinación al mal, d) El pecado de origen; 2. Evangelios sinópticos; 3. San Pablo; 4. La literatura joanea; 5. La tentación.

El pecado tiene una importancia fundamental en la Biblia; en efecto, las intervenciones de Dios en la historia tienden a establecer o a restaurar las relaciones de comunión con él, rotas o interrumpidas por el pecado del hombre. Jesús vino a este mundo para liberar al pueblo del pecado (Mt 1,21). La infidelidad del hombre en sus relaciones con Dios constituye el telón de fondo en el que se inscribe la acción redentora y salvífica de Dios. Por eso el discurso bíblico sobre el pecado y sobre la humanidad pecadora no presenta un interés por sí mismo, sino sólo en relación con la acción de recuperación llevada a cabo por Dios mediante el perdón y la concesión de su favor [/ Redención].

I. EL PECADO EN EL AT. 1. PREMISAS. El concepto de pecado en el AT es muy complejo y se percibe de diversas formas. No existe una verdadera reflexión teológica sobre esta experiencia humana, aun cuando la realidad entre profundamente en la fe de Israel. Las expresiones para indicar el pecado están sacadas de la vida profana; pero en su base se encuentra una concepción religiosa global, que liga al hombre con Dios, con el pueblo y con las instituciones. Por eso las faltas interesan a la vida del individuo y a la de la nación, a la observancia de un rito o de una ley, al comportamiento moral, social y político.

En Israel existía una legislación muy variada y desarrollada, que regulaba la vida de la comunidad y de cada uno de los fieles. Todas las leyes, sea cual fuere su origen, se atribuían a Moisés, y a través de él a Dios. La transgresión de estas leyes era cometer una falta.

El contexto en el que hay que considerar el pecado del AT es el de la / alianza, por lo que el acto pecaminoso ha de concebirse como una ruptura o como una negación de la relación personal con Dios. Los actos negativos realizados en detrimento de los demás hombres revisten un aspecto delictivo, ya que se consideran en relación con la voluntad de Dios. Además, el pecado se valora en la medida en que ofende directamente a la vida del pueblo y a los designios de Dios sobre él, por lo que asume también una dimensión comunitaria.

2. TERMINOLOGÍA. En contra de la general escasez de términos en la lengua hebrea, abundan en el AT los términos que indican el pecado. Muchos de ellos están tomados de la vida ordinaria del pueblo y describen unas situaciones concretas sacadas de la experiencia de Israel con sus resistencias y sus fracasos a lo largo de su historia.

Los principales términos que se utilizan para indicar el pecado son:

Hatta': significa una deficiencia; por ejemplo, fallar un objetivo (Jue 20,16), no encontrar lo que se busca (Job 5,24), dar un paso en falso (Prov 19,2). En sentido moral el término indica la transgresión de un uso, de una regla establecida (Gén 20,9; Jue 11,37; Lev 4,2.13.27). En sentido religioso denota la transgresión de una ley divina (Ex 9,27;1 Sam 2,25; 2Sam 12,13); en sentido cultual la expresión designa el medio para borrar el pecado (Núm 19,9) o el sacrificio por el pecado (Lev 4,23). Se puede fallar involuntariamente (Lev 4,2.27; Núm 15,27) o de forma deliberada (Núm 15,30).

— `Awón: proviene de un verbo que significa cometer una injusticia en sentido jurídico; el nombre indica una acción conscientemente contraria a la norma recta; por eso significa pecado (Sal 31,1; 51,7; Miq 7,19; Is 65,7), culpa, estado de culpa; por ejemplo, la culpa de los padres (Ex 20,5; 34,7); a veces designa las consecuencias de la culpa, la pena, el castigo (Gén 4,13; Is 5,18; Sal 40,13).

— Pesa': indica rebelión contra un superior político (1Re 12,19; 2Re 8,20), y se aplica también a la rebelión contra Dios (Is 1,2; Jer 2,29; Am 4,4; Os 7,13; Prov 28,2; 29,22). Sinónimos de este término son: marah, ser rebelde (Is 1,20; 50,5; Dt 1,26.43; Ez 5,6); bagad, ser infiel al rey (Jue 9,23) y al Señor (Os 5,7; 6,7; Jer 3,20).

— Rasa`: significa no tener razón, ser culpable, a menudo en sentido jurídico (l Re 8,47; Job 9,29; 10,7.15); el nombre se usa para indicar al impío, al criminal (Gén 18,23.25; Jer 12,1; Ez 3,18ss). En los libros sapienciales es éste el término más usado para indicar a los pecadores, en oposición a los justos y a los sabios (Sal 1,4.6; 3,8; 10,2; Prov 3,33; 4,14; etc.).

— Nebalah: indica locura en el sentido de impiedad, malicia (1Sam 25,25; Is 9,16; 32,6; etc.), realizada por un hombre mental y moralmente deficiente; este término se usa con frecuencia para designar una culpa de orden sexual (Gén 34,7; Dt 22,21; Jue 19,23s; 2Sam 13,12), contraria a las costumbres de Israel, y por eso mismo digna de reprobación.

— Diversos vocablos. Un grupo de vocablos (tum'ah, zonah, ta'ab, zimah) caracteriza al pecado como impureza, como acción detestable e ignominiosa, como prostitución. Otros términos ('awen, saw, seqer) acentúan el aspecto de vanidad, engaño, mentira, malicia. El grupo de palabras procedentes de las raíces segg, sgh, thl, usadas especialmente en Isaías, Jeremías y Job, subraya el carácter de desviación y de impiedad típico del pecado. El término asam indica la culpabilidad, como resultado de la mala acción que se ha cometido y por la que hay que ofrecer una expiación (Lev 5ss; Jue 21,22; ISam 6,3ss; Is 53,10; Jer 42,21). La voz hnf (mancharse de culpa) expresa de forma penetrante la naturaleza del pecado.

La abundancia y la diversidad de los términos usados para designar el poder demuestran que las acciones pecaminosas se consideran y se juzgan según diversos puntos de vista. Del término general de falta se pasa al concepto de transgresión de la norma ética que se deriva de la revelación. Al lado del aspecto jurídico del acto reprobable se subraya el aspecto moral y cultual. El grado de la culpa va desde la desviación casual hasta la abierta oposición a Dios.

3. MODELOS LITERARIOS. Las formas que asume la amartología veterotestamentaria en sus expresiones literarias están en relación con las diversas épocas históricas del pueblo de Dios y con el desarrollo de la revelación divina.

En los códigos morales, rituales, civiles, políticos, religiosos y penales del Pentateuco el pecado, es decir, la transgresión de la ley inserta en el contexto de la alianza sinaítica, se expresa mediante fórmulas negativas imperativas, que deberían apartar al creyente de la comisión de ciertas acciones. Esto aparece claramente en el / decálogo (Ex 20,2-17; Dt 5,11-21), en el código de la alianza (Ex 20,22s), en el decálogo ritual (Ex 34,11-16), en el código deuteronomista (Dt 5,6-11) y en el código de santidad (Lev 17-26). Esta misma forma se puede encontrar fuera del Pentateuco, en la formulación del código moral (Sal 15; Ez 39,25s).

En los libros históricos se encuentran algunas descripciones detalladas de diversos pecados, como la adoración del becerro de oro por,parte de los israelitas en el desierto (Ex 32), el adulterio y el homicidio de David (2Sam 11,1-27) y el robo de la viña de Nabot por parte del rey Ajab (IRe 21).

En los salmos de lamentación la experiencia del pecado aparece en la forma de una descripción desolada, de una confesión del mal cometido y de una súplica de perdón. En este sentido son característicos los salmos 51 (Miserere) y 130 (De profundis).

En los libros proféticos el pecado se considera en un contexto de denuncia y de amenaza. La culpa reviste un carácter más o menos estructural y colectivo, ya que queda desenmascarada la incredulidad práctica de los dirigentes y del pueblo, el formalismo del culto, la instrumentalización de la fe en orden a objetivos políticos, la opresión de los débiles por obra de los poderosos (Am 2,6ss; 8,4-7; Os 2,4-7.10-15; 4,1-14; Is 1,15-20; 5,8; 10,1-3; 22,8-11; Jer 5,26-29; 22,3-18; etc.).

En la literatura sapiencial los imperativos de los códigos, la oración de los salmos y el carácter perentorio de los oráculos proféticos se transforman en enseñanza gnómica. La reflexión sobre el pecado se inserta en un horizonte humanista y pedagógico propio también del mundo no judío (Prov 3,11-14; 6,16-19; Job 31). Los capítulos 2-11 de Gén presentan relatos etiológicos, que intentan explicar la causa del mal que reina en el mundo. En la historia de la caída de los progenitores (Gén 3,1-24) se sintetiza la experiencia general del pecado como acto individual que produce nefandas consecuencias. Gén 3 es el único pasaje del AT donde se trata el problema del pecado como un tema particular.

4. DIVERSAS ESPECIES. Se advierte en el AT una evolución en la concepción del pecado y en la admisión de diversas categorías de faltas. Del antiguo concepto de pecado ritual-cultual involuntario cometido por error se pasó, en tiempo de los profetas, al predominio de la noción de transgresión voluntaria y consciente.

a) Pecados involuntarios. En los tiempos más antiguos se admite que es posible pecar por error (Lev 4,2.27; Núm 15,27), violar un entredicho, transgredir una regla por inadvertencia o casualmente. Abimelec comete un pecado al tomar una mujer creyendo que era libre y actuando, por consiguiente, con sencillez de corazón (Gén 20,5.9). Uzá es herido mortalmente por haber tocado simplemente el arca de la alianza (2Sam 6,6ss), y los habitantes de Bet Semés son castigados con llagas mortales por el simple hecho de haber mirado con curiosidad el arca del Señor. Jonatán es declarado culpable y juzgado reo de muerte sólo por haber transgredido, sin conocerlo, un voto hecho por su padre Saúl (lSam 14,24-30.37-44). La mera transgresión material de una prohibición es considerada ya como pecado.

b) Errores rituales. Están luego las faltas que no guardan ninguna relación con la moralidad propiamente dicha y que son las que afectan a las prohibiciones relativas a las cosas santas o impuras. El simple tocar la extremidad de la montaña sagrada acarrea la muerte (Ex 19,12). Los hijos de Aarón mueren por haber presentado al Señor un fuego profano (Lev 10.1s). Comer la sangre es un pecado contra el Señor (Lev 17,10ss; Dt 12,21ss; ISam 14,33). Violar el reposo sabático es una falta grave, digna de la pena de muerte (Ex 20,8-11; 23,12; 34,21). No es posible saber si estos entredichos y estas sanciones seguían estando en uso en tiempo de los profetas o después del destierro en Babilonia; de todas formas, en la literatura profética y posexílica no se menciona la aplicación de estas sanciones. De aquí se puede deducir que el concepto de pecado se había ido afinando y había evolucionado.

c) Culpas colectivas. De una consideración comunitaria y colectivista del pecado se pasó en los siglos vii y vi a una concepción más personal e individualmente responsable. El pecado de Cam, padre de Canaán, afecta a toda su descendencia (Gén 9,20-27). Dios afirma que castiga las culpas de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación para los que le odian, y que concede su gracia millares de veces a los que le aman y observan sus mandamientos (Ex 20,5s); [/ Misericordia]. El error de Acán atrajo la maldición no sólo sobre él, sino sobre todos los israelitas (Jos 7). En 2Re 9 se narran las matanzas con que fueron eliminados todos los miembros de la casa de Ajab. Los profetas ponen juntos a los dirigentes y al pueblo en la transgresión de la ley del Señor y anuncian la salvación de un solo resto.

Sin embargo, Jeremías y Ezequiel proclaman el principio de la responsabilidad personal, que no suprime por completo el aspecto social y comunitario del pecado (Jer 31,29s; Ez 18,2).

d) Pecados graves. En el AT se advierte ya una distinción entre los pecados graves y las faltas ligeras cometidas por inexperiencia o fragilidad (Sal 25,7; Job 13,26). Aunque todo pecado cometido contra el prójimo es juzgado en relación con Dios, sin embargo se distingue entre los pecados cometidos personalmente contra Dios y los que se refieren al prójimo (2Sam 12,13). Entre los pecados más graves cometidos contra Dios hay que señalar la idolatría, la magia, la blasfemia (Ex 22,19; Lev 20,2; 24,11-16), mientras que entre los cometidos contra el prójimo se distinguen la rebeldía contra los padres (Lev 20,9), el secuestro de un hombre (Ex 21,16), el adulterio (Lev 18,6-23) y cuatro pecados que gritan al cielo: el asesinato (Gén 4,10), la sodomía (Gén 18,20), la opresión de las viudas y de los huérfanos (Ex 22,21ss) y la negativa a pagar el salario justo a los obreros (Lev 19,13).

5. CARACTERÍSTICAS. El aspecto principal del pecado en el AT es el vínculo que la acción pecaminosa tiene con una norma, que posee a menudo un fuerte aspecto jurídico, atribuido a Dios debido al régimen de la alianza. Por eso el concepto de pecado guarda una estrecha relación con la institución de la alianza sinaítica, considerada como elemento fundamental de la vida religiosa de Israel. La relación con Dios está determinada tanto por leyes éticas y sociales como por leyes cultuales y, rituales. El nexo existente entre los dos aspectos no debe separarse, aun cuando en los textos sagrados se acentúe cada uno de ellos de forma distinta. Según la antigua concepción oriental, la relación entre los dos contrayentes del pacto no se considera tanto desde el punto de vista político como desde el personal. Toda infracción de las cláusulas de la alianza significaba no sólo una ofensa jurídica, sino también una afrenta contra la persona, un insulto que excitaba la ira del otro. En este contexto, en Israel toda transgresión de la ley suponía una confrontación negativa con Dios, que es fiel y santo y que ha mostrado su benevolencia con el pueblo mediante la iniciativa de la alianza.

a) Ruptura con Dios. Por eso el pecado es una ruptura de las relaciones que ligan al hombre con el Señor, bueno y leal (cf Dt 4,29; 6,6ss; lSam 16,7; Os 2; Is 1,2s; 29,13; Jer 3,10; 17,9; Prov 3,3ss). La transgresión de una ley que expresa la voluntad de Dios es una desobediencia a la orden del Señor (Dt, passim; lSam 15, 22.26; Os 4,1s; Sal 119).

Los profetas analizaron agudamente la naturaleza del pecado utilizando a veces imágenes muy expresivas. Para Amós el pecado es un atentado contra el Dios de la justicia; para Oseas es una prevaricación contra el Dios de amor; por eso se le compara con la prostitución, con el adulterio y con la infidelidad conyugal (Os 2,1-3; 3,1; ls 48,8; Jer 3,1-5.20; 9,1; 11,10; Ez 16,8-18). El profeta Isaías trata el pecado como falta de fe y como obcecación voluntaria e infidelidad (Is 9,9s; 20,9s). Jeremías considera el pecado como un olvido del Dios de la alianza, como un dar las espaldas al Señor, como una incircuncisión del corazón, como una situación desesperada de la que es casi imposible salir (Jer 2,23; 4,22; 5,21; 8,6; 10,23; 13,10; 18,12; 22,16; 23,17).

b) Ingratitud. El pecado asume el aspecto de ingratitud para con el don de Dios, que quería crearse un pueblo que diera testimonio de la santidad de su Señor (Is 5,1-7; Miq 6,13; Jer 2,21). Además, los profetas leen en el pecado de Israel una malicia más profunda, la de instrumentalizar el don de Dios, creyendo que pueden prescindir de él. Pensando que Dios estaba demasiado apegado a su pueblo para poder deshacerse de él, creen que pueden impunemente infringir su ley, con el convencimiento de que Dios es incapaz de juzgar, de condenar y de castigar al pueblo que ha elegido (Os 11,1s; 13,5s; Jer 7,8ss; Miq 3,11). Esta arrogancia de Israel es la expresión de un rechazo práctico de la trascendencia divina.

Gén 3 se presenta como una síntesis de todo lo que el AT enseña sobre la naturaleza del pecado. El pecado consiste en apartarse personalmente de Dios, que se revela a través de una orden y de una sanción divina. En el origen del pecado se encuentra la pérdida de toda confianza en Dios; a continuación se comete una desobediencia con la intención de apoderarse con las propias fuerzas de lo que está reservado exclusivamente al Señor, para hacerse semejante a él. El ser humano rompe las relaciones personales con su más grande bienhechor. Dios se convierte para él en un extraño y en un ser temible. Es éste el aspecto más dramático de todo pecado, expresado de una forma popular.

En el AT se pone de relieve el aspecto tanto objetivo como subjetivo del pecado. El aspecto objetivo se deduce de la transgresión de una ley considerada como expresión de la voluntad divina, y de la consiguiente interrupción de las relaciones con el Dios de la alianza. El aspecto subjetivo y personal del pecado se deduce del hecho de que es considerado como un acto voluntario de rebelión contra Dios, como una negativa a escuchar la voz del Señor, como una deliberada desobediencia a las órdenes de Dios, que tiene su causa más profunda en el orgullo humano. En las invitaciones a la conversión que hacen los profetas se supone la responsabilidad personal en la comisión de los pecados y la posibilidad de evitarlos.

c) "Hybris": En algunos pasajes del AT se presenta el pecado como un intento desmesurado por parte del hombre de hacerse igual a Dios. Es el pecado del orgullo más desenfrenado, que no sólo se niega a someterse a Dios, sino que pretende apropiarse de los atributos divinos. Así es como aparece el pecado de los primeros padres, a los que la serpiente sugiere que llegarán a ser como Dios, conocedores del bien y del mal, desobedeciendo precisamente las órdenes divinas (Gén 3,5). De este mismo pecado se mancharon los constructores de la torre de Babel, que intentaron erigir un imperio mundial sin la intervención de Dios (Gén 11,1-9). Este mismo orgullo lo atribuyen los profetas al rey de Babilonia, que se proponía escalar el cielo y ser igual al Altísimo (Is 14,12-15), y al rey de Tiro, que se enorgulleció hasta decir: "Un dios soy yo, en la morada de un dios habito, en medio del mar" (Ez 28,1-19). La suerte de estos soberbios es la humillación más vergonzosa, dado que Dios no permite que un mortal pretenda equipararse a él.

En los textos apocalípticos se pone de relieve la hybris de los reyes paganos. Nabucodonosor reconoce que Dios humilla a los que caminan en el orgullo (Dan 4,34). El tipo de hombre presuntuoso que se levanta contra Dios es Antíoco IV Epífanes, el pequeño cuerno que "profiere palabras monstruosas contra el Altísimo" (Dan 7,25).

Sintetizando las características del pecado en el AT, se puede afirmar que tiene siempre una dimensión religiosa, suponiendo una ruptura de las relaciones personales con Dios y un gesto de ingratitud. Al alejarse de Dios, el hombre tiende a afirmarse a sí mismo contra Dios y a organizar su propia existencia en la autosuficiencia. La expresión más alta de esta actitud es la hybris. Además de la dimensión vertical, el pecado tiene también un aspecto horizontal, en cuanto que la ruptura de las relaciones con Dios se expresa de forma consiguiente en el desquiciamiento de las relaciones con el prójimo. Efectivamente, toda falta contra el prójimo es considerada como una desobediencia al Señor (2Sam 12,13; Sal51; Prov 30,9). Finalmente, el pecado asume siempre un perfil comunitario, ya que es juzgado en correspondencia con el influjo negativo que ejerce sobre la vida del pueblo y sobre el plan salvífico de Dios relativo a la nación elegida.

6. CONSECUENCIAS. a) La colera de Dios. El primer efecto del pecado es el de "contristar a Dios, irritarlo y moverlo a la cólera" (Núm 11,1; 12,9; 18,5; Dt 1,34; 9,8.19; Jos 9,20; 22,18; Os 5,10; 13,11; Is 47,6; 54,9; 57,17; Jer 4,4.8.26; 7,20; 17,4; 36,7; Ez 6,12; 14,19; 16,38; Sal 38,2; 102,11; 106,32). El Señor esconde su rostro al pecado para no escucharlo (Is 59,2) o se niega a responder cuando le pide un oráculo (1 Sam 14,37ss). Estas expresiones son metáforas antropomórficas que ponen de relieve la referencia del pecado al Dios personal, ya que en cierto sentido Dios no puede verse alcanzado ni "ofendido" por el pecado.

b) La culpa. En el pecador la acción pecaminosa produce un sentimiento de culpa. Los términos het', `awón y pesa` indican no solamente el pecado, sino también el efecto del pecado que es la culpa. Es como un peso que grava sobre la conciencia (Gén 4,13; Is 1,4; Sal 38) y "hace latir el corazón" (1 Sam 24,6; 2Sam 24,10); es un tormento del que el hombre no logra liberarse (Sal 51,5). El pecado de Judá está esculpido en su corazón, como una inscripción sobre la piedra (Jer 17,1); es como la herrumbre que roe una vasija metálica (Ez 24,6). Estas metáforas indican el daño que produce el pecado a la persona que lo comete. La culpa no es solamente una deuda que pagar al Señor, sino que corrompe además la conciencia del pecador.

El sentimiento de culpa engendra vergüenza; mueve a los primeros padres a esconderse cuando Dios se les aparece en el jardín del Edén (Gén 3,18), y le hace decir a David, cuando se da cuenta de la enormidad de sus crímenes: "¡He pecado contra el Señor!" (2Sam 12,13).

Los pecados manchan al hombre, lo hacen impuro para el ejercicio del culto e incapaz de acercarse al Dios santo (Sal 51,4ss). El pecado lleva consigo su propia sanción. Al rechazar al Señor, el pecador hace suya la inconsistencia de las cosas que ha preferido a Dios, haciéndose él mismo "vanidad" (cf Jer 2,5).

c) El endurecimiento. La multiplicación de los pecados puede conducir al hombre a esta situación, hundiéndolo en una actitud de rechazo de Dios que lo hace incapaz de levantarse del abismo en que ha caído, a no ser que se realice un milagro. Esta situación, designada como "obstinación en el pecado", se expresa en la Biblia mediante diversas imágenes: se habla de obcecación (Is 6,10; 29,9), de corazón embotado (Is 6,10), incircunciso (Dt 10,16; Jer 4,4; 9,25; Ez 44,9), de piedra (Ez 11,19; 36,26), de oídos tapados (Is 6,10; Jer 6,10; Zac 7,11), de dura cerviz (Ex 32,9; Dt 9,6; Jer 7,26). Este estado puede afectar tanto a los judíos como a los paganos. Es clásico el ejemplo del faraón, que no quiere dejar partir a Israel de Egipto y se endurece a sí mismo (Ex 7,13s.27; 8,15; 9,7.34s) o le endurece Dios el corazón (Ex 4,21; 7,3; 9,12; 10,1.20.27). Los profetas denuncian el endurecimiento de Israel, que se niega a convertirse (Is 6,9s; 1,23; 29,9s; Os 4,7; Jer 5,21ss; 6,10). En los libros sapienciales los malvados son presentados como endurecidos en el mal (Prov 28,14; 29,1).

En algunos textos este endurecimiento del corazón se atribuye a la iniciativa directa de Dios (Is 6,9ss). El hombre semítico difícilmente distingue entre la voluntad positiva de Dios y la permisiva. Además, endurecer no significa reprobar, sino expresar un juicio sobre un estado de pecado, ya que esto produce visiblemente sus frutos. La obstinación es la característica del pecador, que quiere permanecer separado de Dios y se niega a convertirse. El endurecimiento no suprime la responsabilidad humana. En otros textos la obstinación de Israel para no convertirse no se le atribuye a Dios, sino a la mala voluntad del pueblo (Sal 95,8).

En el NT se habla del endurecimiento de los discípulos de Jesús (Mc 6,52), de los judíos (He 28,27; 2Cor 3,14; Rom 11,7) y de los paganos (Ef 4,18). Se refiere a su negativa a creer en Jesús, a pesar de sus enseñanzas y de sus milagros. El apóstol Pablo intenta encontrar un significado teológico a esta situación. El endurecimiento del faraón sirve para hacer que brille la gloria de Dios (Rom 9,14-18); la obstinación de Israel en su rechazo de Cristo hace posible la entrada de las naciones paganas en la Iglesia (Rom 11,12-24).

d) Las desventuras. El primer pecado produce la ruptura de la amistad con Dios y los males que agobian ala humanidad (Gén 3,16-24). El homicidio de Abel es causa de la maldición y del rechazo de Caín (Gén 4,8.16); el diluvio presentado como universal fue provocado por la corrupción de todos los hombres (Gén 6,5ss); el orgullo de Babilonia es la causa de la dispersión y de la confusión de lenguas (Gén 11,1-9). Sodoma y Gomorra son destruidas por causa de su impiedad (Gén 18,20ss; 19,12ss).

Los profetas anuncian como consecuencia de los pecados del pueblo las desventuras naturales y los reveses militares, la destrucción de Jerusalén y del templo, así como el destierro en Babilonia. Ezequiel insiste en la muerte como efecto del pecado (Ez 18), ya que al alejarse de Dios el hombre se enajena de la salvación y corre hacia la ruina y la perdición. La historia deuteronomista presenta todas las desgracias sufridas por Israel como un castigo por sus infidelidades a la alianza, según el esquema de las maldiciones propuesto por Dt 27,15-26.

Los libros sapienciales ponen de relieve el principio de que la impiedad es la raíz de todos los males, mientras que el temor de Dios y la práctica de la justicia procuran los bienes de esta vida (Prov 1,32; 2,10-19; 2,20ss; 3,16ss; 18,31; Qo 7,16ss).

El nexo entre el pecado y sus consecuencias se percibió de una forma tan radical que se exigió un castigo para cada culpa. De aquí surgió la opinión de que toda calamidad era consecuencia de una falta.

Los libros históricos y proféticos atribuyen directamente a Dios el castigo de una acción pecaminosa. El puede castigar inmediatamente al impío o al pueblo culpable (Núm 16, 32s; Am 8,1-2), retrasar el castigo e incluso renunciar a él (Am 7,1 ss.4ss). Cuando el pecador se arrepiente, Dios puede cambiar su propósito (Am 5,15), mostrarse misericordioso y perdonar las culpas (Os 11,8; Jer 3,12; 18,8ss; Ex 18,23-32), Dios paciente y misericordioso (Ex 34,6; Jl 2,13; Sal 86,15; 103,8; 145,8) ofrece al pecador el tiempo para convertirse; a veces envía una desgracia para que el impío se enmiende o para probar al que ama (Am 4,5-11; Is 1,5ss); Job 5,17-26; Prov 3,12).

En el AT se prevé también la remisión del pecado mediante el aborrecimiento de la culpa, la conversión y la sumisión a Dios, el ofrecimiento de sacrificios, la reparación de los daños causados y la intercesión de los hombres que son agradables a Dios.

II. EL PECADO EN EL NT. 1. PRESUPUESTOS. También en el NT falta una presentación completa y sistemática de la dolorosa realidad que es el pecado. El tema se trata casi siempre de pasada, intentando dar cuerpo a ciertas intuiciones profundas. Con esta finalidad se utilizan las experiencias personales y algunas concepciones típicas de los ambientes rabínicos y apocalípticos de la época.

Se recogen diversos elementos del AT, como la naturaleza del pecado, algunas de sus consecuencias, su poder maléfico. Sin embargo, el NT representa un progreso esencial en la comprensión del pecado. Se insiste en el hecho de que el lugar y la fuente del pecado es la intimidad del hombre; la naturaleza específica del pecado consiste en ser una falta contra la bondad del Padre celestial. Se sondea el abismo en el que se precipita el pecador destinado a la perdición eterna; se ofrece una explicación más profunda de la condición pecaminosa que une solidariamente a todos los hombres y se anuncia la liberación definitiva del pecado gracias a la muerte redentora de Cristo.

2. FILOLOGÍA. El término más frecuente en el NT para indicar el pecado es hamartía, usado especialmente en plural, para indicar diversas acciones culpables. Son típicas las frases "confesión de los pecados" (Mt 3,6; Mc 1,5; lJn 1,9), "perdón de los pecados" (Mt 26,28; Mc 1,4; Lc 1,77; 3,3; 24,47; He 5,31; Col 1,14), "salvar de los pecados"(Mt 1,21). San Pablo utiliza este término en plural en las citas explícitas (Rom 4,7-8; 11,27) e implícitas del AT (1Tes 2,16; cf Gén 15,16; 1 Cor 15,17) y en las fórmulas litúrgicas (1Cor 15,31; Gál 1,4; Col 1,14). A menudo san Pablo usa el término hamartía en singular para indicar una fuerza maligna personificada que reina en el mundo (Rom 5,12ss). En el cuarto evangelio el término en singular designa una disposición interior permanente del hombre y de la humanidad (Jn 8,21; 9,41).

Hamártema indica el efecto de un acto pecaminoso libre y consciente. Generalmente se usa en plural (Mc 3,28; ICor 6,18; Rom 3,25); en singular se utiliza para el pecado imperdonable contra el Espíritu Santo (Mc 3,29).

Paráptóma significa caída, paso en falso, y se utiliza muchas veces en plural (Mt 6,14; Mc 1,25; 2Cor 5,19; Gá16,1; Rom 4,25; 5,15.16.18.20; Ef 1,7; 2,1; Col 2,13).

Parábasis, transgresión, se encuentra en las epístolas paulinas y en la carta a los Hebreos (Gál 3,19; Rom 2,23; 4,15; 5,14; 1Tim 2,14; Heb 2,2; 9,15).

Ofeilema, deuda, término raro en el AT, se deriva del lenguaje jurídico del judaísmo tardío. El primer evangelista lo utiliza en la oración del padrenuestro (Mt 6,12) para indicar algo que le debemos a Dios. El pecado se asemeja a una deuda que hay que pagar al Padre, lo mismo que la que tenemos que perdonar nosotros a nuestros deudores. En san Pablo este concepto aflora en la metáfora del "quirógrafo", esto es, del pagaré que ha quedado suprimido por la cruz de Cristo (Col 2,14).

Anomía, injusticia, sirve para designar un estado general de hostilidad contra Dios en un contexto escatológico, y equivale a una condición general de perversión religiosa (Mt 7,23; 13,41; 23,28; 24,41). Pablo usa este término en las fórmulas derivadas de la catequesis primitiva (2Tes 2,7; 2Cor 6,14).

Adikía, término afín al anterior, indica un estado de injusticia (Lc 13,27; 16,8s; 18,6; He 1,18). Es frecuente en la carta a los Romanos (Rom 1,18.29; 2,8; 3,5; 6,13; 9,14).

3. LA ACTITUD DE JESÚS. De los evangelios sinópticos se deduce que Jesús no se detuvo en describir la naturaleza del pecado, sino que considera a todos los hombres alejados de Dios, entregados al poder del demonio, y por tanto necesitados de conversión y de salvación (Mt 13,38; Lc 13,16; 22,31). La predicación del reino de Dios acompañada de la invitación a la conversión y del ofrecimiento de perdón va dirigida a todo el pueblo (Mc 1,14). El nexo entre la llegada del reino y el perdón de los pecados se pone de relieve en el relato de la curación del paralítico (Mt 9,1-8; Mc 2,1-12; Lc 5,17-26) y en la perícopa de la unción de Jesús por parte de la pecadora (Lc 7,36-50).

a) Los pecados concretos y el corazón. Jesús conoce y denuncia los pecados concretos, como la vanidad, el orgullo, la mentira, el apego a las riquezas, la explotación de los demás, el robo, el adulterio, el homicidio (Mt 23,1-26; Mc 7,20ss; 12,38ss; Le 11,37-52; 16,14ss; 19,9-14; 20, 45ss). Sin embargo, para Jesús el elemento constitutivo del pecado es un desorden interior, una disposición perversa del corazón. Efectivamente, el corazón, como sede de los pensamientos y de los deseos, representa la facultad espiritual del hombre, en la que se toman las decisiones relativas a la actividad exterior (Mt 15,10-20; Mc 7,14-23). En esta línea Jesús denuncia como pecados también los actos internos, que están en el origen de las acciones públicas (Mt 5,22.28). El pecado contra el Espíritu Santo, es decir, la negativa obstinada a creer en Jesús, no se perdonará ni en esta vida ni en la otra, debido a la dificultad que se encuentra en cambiar la actitud básica negativa frente a Cristo. Las polémicas con los fariseos y los escribas sobre el sábado y las demás observancias rabínicas muestran que Jesús concedía mayor importancia a las exigencias de la persona que a la de las instituciones (Mt 12,1-8; Mc 2,23-3,25; Le 6,1-11; 11,14-32).

b) Bondad con los pecadores. Cristo asumió una actitud benévola con los judíos que no practicaban las prescripciones rabínicas y que eran despreciados por los fariseos y considerados como pecadores. Proclama que ha venido a llamar a la conversión no a los justos, sino a los pecadores (Mt 9,13; Mc 2,17; Lc 5,32). Al discernir en la miseria religiosa y moral de esos hombres un valor escondido y despreciado, es decir, un reconocimiento fundamental de la propia impotencia y la necesidad de la gracia divina, Jesús reconoce en ellos una aptitud para acoger la llamada a la conversión, y por tanto para recibir la gracia de la justificación (Lc 15,7.10; 18.9-14). En este sentido los pecadores son los verdaderos clientes del reino. Por eso no es tanto el pecado en sí mismo lo que constituye un obstáculo para la salvación, sino la obstinación en rechazar la invitación divina a la conversión y la confianza puesta en sí mismo y en las propias posibilidades. La condición de pecador que va acompañada del sentimiento de la propia miseria espiritual representa un terreno propicio para la obtención del perdón y de la salvación. Lo demuestran las parábolas de la dracma perdida, de la oveja extraviada y del padre misericordioso o del hijo pródigo (Lc 15). Esta última parábola enseña que el abandono de la casa paterna por parte del hijo más joven indica el rechazo de unas relaciones filiales con el padre, es decir, la negativa a recibir todos los bienes del amor paterno, pretendiendo que no se tiene ninguna necesidad de él. Cuando regresa el hijo, el padre, superando todas las imposiciones de la justicia humana, perdona generosamente al hijo y lo trata con especial cariño, hasta el punto de suscitar la envidia del hermano mayor.

Jesús prevé su propia muerte y le atribuye un valor expiatorio (Mt 26,28; Mc 14,24; Lc 22,20; Mc 10,45). Por eso la muerte de Jesús en la cruz es una especie de condenación divina del pecado. Su resurrección como victoria sobre la muerte aparece igualmente como una victoria sobre el pecado y sobre las fuerzas diabólicas.

La enseñanza y el comportamiento de Jesús con los pecadores contienen una nueva revelación sobre la naturaleza del pecado. Este nace de la intimidad del hombre, de su corazón perverso; es un desconocimiento voluntario del amor de Dios y una negativa a acoger la invitación a la conversión, esto es, a creer en Cristo; el pecado somete al hombre a la esclavitud del demonio. Acogiendo el anuncio del reino de Dios, se obtiene el perdón de los pecados y se entra en una relación amorosa con el Padre celestial. El pecado del hombre queda superado por el sacrificio redentor de Cristo en la cruz.

4. SAN PABLO. Más que cualquier otro autor del NT, san Pablo desarrolla el tema del pecado. El pecado es realmente el presupuesto de su soteriología, que constituye el corazón de la teología del apóstol. De diversas formas y bajo diversos puntos de vista se menciona al pecado en todas las cartas paulinas. En efecto, el apóstol considera el pecado desde el punto de vista psicológico, individual, social e histórico. En las cartas a los Gálatas y a los Romanos la exposición es doctrinal y polémica. Sin embargo, san Pablo no nos ofrece un cuadro completo y ordenado de la realidad que es el pecado. El principal interés del apóstol se centra en hacer brillar sobre el fondo tenebroso de la maldad humana la obra redentora de Cristo, "entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación" (Rom 4,25).

Usando una decena de términos para indicar las acciones pecaminosas, Pablo considera el pecado como una desobediencia a la voluntad de Dios, como una rebelión contra su ley, como un error culpable, como una acción injusta que se opone a la verdad, como una negación de la sabiduría divina. La naturaleza específica del pecado es la oposición a Dios, que se puede manifestar de varias maneras, referirse a diversos objetos, pero considerados siempre en relación con Dios y en contraste con la ley revelada por él (Rom 7,12.22), así como en antítesis con la razón y la conciencia, en la que está inscrita la ley de Dios (Rom 2,15; 14,23), y con el evangelio (lCor 8,12; 6,1-18).

a) Lista de pecados. En el epistolario paulino, incluidas las cartas pastorales, se recogen 12 listas de pecados (1Cor 5,10s; 6,9s; 2Cor 12,20s; Gál 5,19ss; Rom 1,29ss; 13,13; Col 3,5-8; Ef 4,31; ITim 1,9s; 6,4s; Tit 3,3; 2Tim 3,2-5). Estas listas no están ordenadas según una disposición lógica; algunos términos indican actos concretos; otros, más bien, una actitud pecaminosa general. En total se llegan a mencionar 92 vicios, que corresponden a las faltas cometidas más corrientemente en las comunidades eclesiales fundadas por el apóstol. Se enumeran los pecados de los paganos (Rom 1,29ss), los de los cristianos antes de su conversión (1Cor 6,11; Col 3,5-8; Ef 5,3ss; Tit 3,3) y los de los cristianos ya bautizados (ICor 5,IOs; 2Cor 12,20s; Gál 5,19ss). En las diversas listas ocupan el primer puesto los pecados contra la caridad, luego los pecados contra el sexo, en tercer lugar los cometidos directamente contra Dios y, finalmente, la búsqueda de sí mismo. Se le atribuye una gravedad especial al deseo de poseer cada vez más, lesionando los derechos del prójimo (pleonexía: 2Cor 9,5; Rom 1,29; Col 3,5; Ef 4,19; 5,3). Esta ambición se equipara a la idolatría, el vicio típico de los paganos, siendo la antítesis de la moderación, de la misericordia y de la caridad. Efectivamente, el ambicioso utiliza al prójimo como instrumento en beneficio propio y del propio placer. También se les da mucha importancia a los pecados contra la castidad, ordinariamente en forma genérica (fornicación, impureza, falta de pudor), pero también específica (adulterio, homosexualidad). Especialmente las faltas contra naturam se consideran como un castigo de la idolatría (Rom 1,24).

Los pecados contra Dios, aunque no se mencionan con frecuencia, aparecen como la matriz de todos los demás (Rom 1,18-23). La idolatría es la negativa a glorificar a Dios conocido por la razón a través de las criaturas. Esta negativa, arraigada en el orgullo del hombre, atribuye a uno mismo y a las criaturas el honor que se debe tan sólo al Creador de todas las cosas. De este pecado característico del paganismo proceden todas las desviaciones y perversiones, tanto en el terreno social como en el individual y familiar.

A veces se presenta como pecado por excelencia la concupiscencia (epithymía: lCor 10,6; Rom 7,7). Supone la negación a depender de Dios y la pretensión de conseguir con las propias fuerzas lo que no se puede acoger más que como don.

Los actos pecaminosos enumerados en los catálogos de vicios y expresados a menudo con términos abstractos son siempre la manifestación de una actitud moral íntima dominada por la corrupción. Las faltas particulares no se consideran como efecto de una debilidad moral momentánea, sino como signo y expresión de una orientación personal, que se encuentra en franca oposición con la voluntad de Dios.

b) El pecado personificado. En las cartas a los Corintios (lCor 15,26; 2Cor 5,21), a los Gálatas (2,17; 3,22) y sobre todo a los Romanos (cc. 5-8) Pablo utiliza el término hamartía en singular en un sentido muy particular. Este término aparece más de 40 veces en la carta a los Romanos. La hamartía se presenta como una fuerza personificada, como un rey tirano que hace su entrada solemne en el mundo debido a la desobediencia del primer hombre (Rom 5,12). Esta fuerza malvada se difundió en todos los hombres, alcanzando incluso a la criatura irracional (Rom 8,12-22); es inmanente al hombre, habita en él, actúa en él por medio de ciertos cómplices; como fuerza perversa de dominación, produce toda especie de concupiscencias y de deseos viciosos, seduce al hombre por medio del precepto, opera en él el mal y le procura la muerte (Rom 7,7). Lo mismo que en Gén 3,13 la serpiente sedujo a la mujer, así también este "pecado" seduce al hombre. La hamartía no puede identificarse con Satanás, que representa una potecia hostil, pero externa al hombre; sin embargo, se le atribuye el papel que Sab 2,4 atribuye al demonio.

c) La carne. La sede, el órgano y el instrumento del pecado es la carne (sárx), término usado por san Pablo en varios sentidos. En el contexto de la hamartía, la palabra "carne" tiene un significado moral: indica al hombre decaído y frágil, que alberga tendencias y deseos hostiles contra Dios, y conducentes por tanto a la muerte (Gál 5,16; Rom 6,13; 7,14.20.25; Ef 2,3). Estos malvados apetitos tienen sujeto al hombre y lo dominan de tal manera que viola conscientemente la voluntad de Dios y comete el pecado. Pero el poder que la carne ejerce sobre el hombre no es constringente; tiene que vencer primero la resistencia del hombre interior, lo debe seducir y, a despecho de su libertad y responsabilidad personal, impulsarlo a cometer el pecado.

d) La ley. Existe una relación muy estrecha entre la hamartía, la carne y la ley, concretamente cualquier ley que se le imponga al hombre desde fuera. La hamartía revela su propio poder mediante ley expresada positivamente en forma de precepto. De suyo la ley, como expresión de la voluntad de Dios, es buena y santa; pero solamente da el conocimiento del deber moral, sin comunicar la fuerza de cumplirla, después de haber vencido los asaltos de la carne. Por eso, de hecho, la ley no hace más que activar y excitar las pasiones escondidas en nuestros miembros; no hace más que proporcionar a la concupiscencia la ocasión y el punto de apoyo para cometer una transgresión consciente y cualificada, y por tanto imputable al pecador. De esta manera la hamartía revela por medio de la ley toda su funesta energía (lCor 15,56; Rom 3,20; 4,15; 5,20). La lucha encarnizada entre la pasión y la razón humana, entre la.tendencia al bien y la tendencia al mal en la intimidad del hombre, queda magistralmente descrita en Rom 7: la hamartía, la carne y la ley están todas unidas y movilizadas contra el hombre que aspira al bien y a la justicia.

e) Satanás. Otro cómplice del poder nefasto del pecado personificado es Satanás. La debilidad del espíritu en los paganos, impedidos de abrir los ojos a la luz del evangelio, es atribuida por san Pablo al "dios de este siglo" (2Cor 4,3s). Los no cristianos, que infringen la voluntad de Dios, viven en conformidad con el curso de este mundo, según "el príncipe de las potestades aéreas" (Ef 2,2). Gracias a la conversión, los paganos han sido arrancados del poder de las tinieblas y tienen que combatir ahora contra los principados, las potencias, el soberano de este mundo tenebroso, Satanás, el enemigo de la causa de Dios (lTes 2,18; 2Cor 2,11; Rom 16,20). El tentador por excelencia (lTes 2,18; 2Cor 2,11; Rom 16,20) sabe transformarse en ángel de luz; los falsos apóstoles y los doctores de mentira son sus auxiliares (2Tes 2,9; 2Cor 11,13). Lo mismo que Satanás no fue extraño a la introducción del pecado en el mundo, así también ahora actúa oscureciendo la inteligencia de los hombres, manteniendo la idolatría entre los paganos y moviéndolos a cometer los pecados carnales.

f) Efectos: 1) La esclavitud. El pecado personificado, confirmado por los actos pecaminosos personales, separa al hombre de Dios y lo reduce a una condición de esclavitud. Abandonado a solas sus fuerzas, el hombre está vendido al poder del pecado (Rom 7,7-14), se ve entregado al pecado (Rom 1,24). La esclavitud del pecado es tal que el hombre es fundamentalmente incapaz de realizar el bien aunque quisiera. Pablo admite expresamente que el pecador tiene todavía la posibilidad de conocer y de desear el bien, e incluso de complacerse interiormente en la ley del Señor; pero que, por falta de fuerzas suficientes, el mal acabará infaliblemente dominando sobre él.

2) La ira de Dios. El pecado está bajo la cólera de Dios (Rom 1,18), es decir, se encuentra en una situación de hostilidad con Dios. Él quiso separarse del Señor, y Dios permite esta separación. La metáfora de la cólera divina denota el abismo que aísla al que comete el mal de la fuente del bien, que es Dios. Privado de la gracia de Dios (Rom 3,23), el pecador se ve sometido a la angustia, a la tribulación y a la corrupción (Gál 6,8). Alejado de Dios, el hombre multiplica los pecados y cae en el abismo de la demencia. En efecto, el aumento de los pecados acaba corrompiendo el juicio moral del hombre (Rom 1,28) y haciendo que se obstine en una situación de enemistad con Dios. Es éste el primer castigo que el pecado lleva consigo. El abismo que separa al hombre de Dios se hace cada vez más profundo. Esta manifestación de la cólera divina aguarda el momento final, cuando en el juicio el hombre se fije definitivamente en su rebelión contra Dios (Rom 2,5-8; 3,5; 4,15; 5,9; cf lTes 1,10; 5,9). A este propósito, Pablo cita el ejemplo de los judíos (Rom 2,5; 2Cor 3,14) y de los paganos (Ef 4,18).

3) La muerte. Además el pecado engendra la muerte, ya que Dios es la fuente de la vida y, al apartarse de él, el pecador se aleja de la vida. El estrecho nexo que existe entre la muerte y el pecado se pone de relieve especialmente en Rom 5-8. En lCor 15,56 se indica que el pecado es el aguijón de la muerte. No se trata solamente de un castigo ultraterreno, sino de un salario normal que se recibe ya en la existencia terrena. En efecto, ya desde ahora los pecadores se encuentran en el camino de la perdición, dominados por la fuerza del pecado y esclavos de Satanás (1Cor 1,18; 2Cor 2,15; Rom 7,14s). La muerte se presenta también como recompensa y consumación del pecado (Rom 6,21) en el sentido de que lleva a su término la separación de Dios. Esta muerte es ante todo la perdicióneterna, el alejamiento definitivo de Dios; en segundo lugar designa también la condición desgraciada en que se encuentra el pecador ya en esta vida, y, finalmente, señala la muerte biológica, desgarrada por la angustia y por las tinieblas producidas por la ausencia de una perspectiva radiante de futuro. San Pablo concibe la muerte como un conjunto unitario, que comprende la muerte corporal, la espiritual y la eterna.

La amartología del apóstol Pablo es penetrante y profunda. Va sondeando los recovecos del corazón humano, en donde anida una fuerza maligna que induce al hombre infaliblemente al mal, con la complicidad de la carne, de la ley y de Satanás. Tiene delante de sí el cuadro desolador de la corrupción del mundo pagano y de la infidelidad del pueblo de Israel, y registra a menudo los actos pecaminosos concretos. Insiste en las consecuencias ruinosas del pecado, que aleja de Dios y produce la muerte. Pero todo esto sirve para exaltar el amor de Dios, que envió a su Hijo a liberar a los hombres del pecado y de la esclavitud del demonio.

5. LA LITERATURA JOANEA. a) Vocabulario propio. El término hamartía (pecado) se encuentra 18 veces en el cuarto evangelio (14 en singular y cuatro en plural) y 17 veces en 1Jn (11 veces en singular y seis en plural). En el Apocalipsis aparece tres veces, siempre en plural. El verbo hamartánó (pecar) se usa tres veces en Jn y cuatro veces en 1Jn.

La palabra "pecado" puede significar las diversas acciones pecaminosas (Jn 8,3.34), como la mentira, el odio, la injusticia, la falta de acogida a los hermanos, o bien la culpa que permanece en la conciencia incluso después de haberse cometido el acto malo. En este sentido hay que entender las expresiones: tener pecado (Jn 15,22.24), morir en el pecado (Jn 8,24), convencer de pecado (Jn 26,8 s).

A menudo en el evangelio y en la lJn el término usado en singular indica una condición o disposición individual y social, que se imprime en toda acción o palabra pecaminosa y que equivale a una potencia hostil a Dios y a su revelación.

En el evangelio y en lJn se establece una distinción en lo que se refiere al verbo "pecar", entre la forma de aoristo, que significa cometer un pecado (Jn 9,2s), y la de presente o de perfecto, que significa perseverar en el estado de pecado (lJn 1,10; 2,1; 3,6.8s; 5,16.18).

b) La incredulidad. El cuarto evangelio no habla del pecado de forma abstracta, sino presentando la actitud de los diversos personajes frente a Cristo. Estos personajes asumen un carácter típico. El evangelista valora el pecado dentro de las antítesis que constituyen una de las características de sus escritos: luz/tinieblas, verdad/mentira, amor/ odio, esclavitud/libertad, vida/ muerte. En este contexto, el discurso de Juan sobre el pecado presenta un carácter dramático y una radicalidad impresionante.

Para Jn, el pecado por excelencia consiste en negarse a acoger a Cristo, que es la luz del mundo; es decir, en la incredulidad frente al enviado del Padre, el Hijo unigénito de Dios. Esta negativa aparece no sólo como un acto concreto, sino como una opción fundamental y una actitud permanente negativa que decide de toda la existencia del hombre. La aparición en el mundo de la lúz reclama una toma de posición y lleva a cabo un crisis; en caso de rechazarla, se establece uno en las tinieblas, esto es, en la condición de no salvación. Esta situación no es neutral, sino que supone una lucha contra la luz; por eso mismo se caracteriza por la aversión contra la luz, por el odio y la condenación (Jn 3,19s). Por eso la incredulidad es impiedad y anarquía (1Jn 3,4). Tal es el pecado de los judíos, que son también el tipo de los paganos no creyentes y del mundo (Jn 5,10.16.18; 6,41.52; 10,31.33; 11,8; 16,6).

Al no acoger a Cristo, renegamos del Padre y formamos en las filas del demonio, que es el príncipe de este mundo (Jn 12,31). El pecador es un esclavo de Satanás (Jn 8,34), ya que participa en las obras de aquél, que es homicida y mentiroso desde el principio (Jn 8,44). El demonio es la cabeza de la humanidad pecadora. En el rechazo de Cristo el evangelista descubre una acción satánica, ya que es una opción en favor de la mentira, de la esclavitud y de la muerte espiritual y eterna.

Entre las otras causas que suponen el rechazo de Cristo, Juan subraya también el aspecto subjetivo personal: no se cree en Cristo, porque se presume de sí mismo y se desea permanecer en la situación precedente, pensando que se está sin pecado y que es posible alcanzar la salvación fuera de Cristo (Jn 3,19ss; 5,36-46).

c) El pecado del mundo. El evangelista habla también del pecado del mundo (Jn 1,29). En la literatura joanea, el término "mundo" tiene también, entre otros, un significado negativo, designando a todos los hombres, judíos y paganos, que rechazan la revelación definitiva traída al mundo por el Hijo de Dios. El pecado del mundo no significa el pecado de los hombres en general, ni la suma de los pecados individuales, sino el mal en sí mismo, en toda su extensión y en sus consecuencias. Es una fuerza que ciega a la humanidad y se encuentra en la base de todas las tomas de posición contrarias a Dios.

d) La herejía. El pecado por excelencia en la lJn es el rechazo de la tradición apostólica, que confiesa a Cristo como Hijo de Dios venido en la carne (1Jn 2,22s). Esta negación supone la ruptura de la comunión eclesial y engendra el odio contra los que se adhieren a la primitiva predicación apostólica (lJn 2,19; 4,1; 2,9.11; 3,15; 4,20). Este pecado conduce a la muerte espiritual y eterna. Es llamado iniquidad e injusticia (lJn 3,4; 5,17); en efecto, va acompañada de una perversión que no deja ningún resquicio al arrepentimiento; es algo que hace suya la rebelión y la hostilidad de las fuerzas del mal en los últimos tiempos. Por eso este pecado es llamado anomía, término técnico que designa la iniquidad de los tiempos que preceden al fin. La negación de Jesús como Cristo e Hijo de Dios implica el rechazo de la realidad última y definitiva, ya que se cierran los ojos a una luz meridiana. A este pecado se le atribuye una gravedad excepcional y un valor escatológico.

Entre los creyentes se dan también pecados que no conducen a la muerte, es decir, pecados de fragilidad humana, que no suponen una auténtica opción fundamental negativa frente a Cristo (1Jn 5,16s). Estos pecados se perdonan con facilidad. Los fieles han de tener la conciencia de ser pecadores en este sentido; negarlo constituiría una mentira comparable a la de los herejes (1Jn 1,8). Pero los que han nacido de Dios están en la condición de no pecar, esto es, de no separarse de Cristo (1Jn 3,9; 5,18). Al haber vencido Jesús al príncipe de este mundo (Jn 12,31; 16,33), derrotó también al pecado. Mientras permanezca uno unido a Cristo, interiorizando su palabra y permaneciendo fiel a la comunión eclesial, no podrá pecar (1Jn 3,9; 5,18), es decir, separarse de él.

6. OTROS ESCRITOS DEL NT. En los Hechos de los Apóstoles se señalan algunas acciones pecaminosas, como la traición de Judas (He 1,15-20), la negativa de los habitantes de Jerusalén a escuchar la palabra de Dios (He 3,14.17), la mentira de Ananías y Safira, presentada como un ultraje cometido contra el Espíritu Santo y una alianza pactada con Satanás (He 6,1-11). El pecado de Simón mago consistió en querer reducir el don de Dios a una realidad controlable por los hombres y puesta bajo su dominio (He 8,18-24). La persecución de la Iglesia por parte de Saulo antes de su conversión se debió a su persuasión de que había que permanecer cerrado en el estrecho sistema de la ley mosaica, sin aceptar la cruz de Cristo como causa de la verdadera justicia y como indicación de una nueva norma de vida.

Los Hechos mencionan a menudo el perdón de los pecados gracias a la fe en Cristo y al bautismo (He 2,38; 5,31; 10,43; 13,38; 26,18).

En la carta a los Hebreos el pecado es considerado en sus aspectos concretos de rebelión contra Dios (Heb 10,27), de apostasía, de incredulidad y de desobediencia (Heb 3,12; 6,6; 10,26). Acecha al pueblo de Dios en todas las fases de su peregrinación hacia la Jerusalén celestial, como desviación de la meta asignada y detención en el camino, debido al enflaquecimiento espiritual. Los pecados son llamados "obras muertas" (Heb 6,1; 9,14), porque manchan la conciencia e impiden un culto agradable a Dios. Se habla de la apostasía como de un pecado irremisible (Heb 6,4ss; 10,26s), en el sentido de que el sacrificio expiatorio de Cristo no puede repetirse y el pecador no puede verse reintegrado a su inocencia; pero no se excluye la posibilidad de un remedio de forma absoluta.

La conducta y la acción pecaminosa del individuo es capaz de contagiar a la comunidad (Heb 12,15). Culpables ante Dios y ante los hermanos son todos los que descuidan la asistencia a las asambleas litúrgicas o las abandonan (He 10,25), induciendo a los demás a seguir su mal ejemplo.

En la carta de Santiago se destacan algunos aspectos sociales del pecado; la riqueza puede conducir a una explotación brutal del prójimo (Sant 4,5s); el hablar irresponsable influye negativamente en la relación mutua entre los hombres (Sant 3,4-8). La ira, la envidia, los juicios negativos sobre los demás se derivan del egoísmo y de una falsa búsqueda de uno mismo (Sant 3,14; 4,Iss).

En la lPe se nos habla de los pecados típicos de los que no han sido bautizados todavía (lPe 1,14). Pero también los cristianos tienen experiencia de "las pasiones carnales, que hacen la guerra al espíritu"(1 Pe 2,11; 4,2). El pecado parece ser connatural al hombre, vinculado a su ser corporal; pero mediante el bautismo y la unión con Cristo puede ser combatido y vencido.

En las cartas de Jds y 2Pe se habla de los pecados de los maestros de error: conciernen a los desórdenes morales en el matrimonio (2Pe 2,14), a la adulación y a las lisonjas empleadas para imponerse a los demás (Jds 16; 2Pe 2,1518).

III. UNIVERSALIDAD DEL PECADO. 1. ANTIGUO TESTAMENTO. En la Biblia aparece la convicción de que todos los hombres pertenecen a una raza pecadora.

a) Génesis 1-11. En Gén 1-11 se describe la situación universal de pecado. Con algunas excepciones (Abel: Gén 4,41; Henoc: Gén 5,22ss; Noé: Gén 6,9; 7,1), ya desde los orígenes la humanidad se rebeló contra Dios. El diluvio, presentado como universal, fue provocado, según la tradición J, por la maldad del hombre (Gén 6,5), mientras que, según la tradición P, el motivo de este castigo es la corrupción general de todos los mortales (Gén 6,12s). Existe una cierta solidaridad en el mal. Toda la estirpe de los cainitas es una raza de pecadores (Gén 4,17-23). La generalización del pecado se explica como un proceso de imitación: una generación hereda el mal de la anterior. La influencia del pecado de los primeros padres sobre su descendencia se considera dentro del ámbito de las consecuencias del pecado, que acarrean la muerte, el trabajo fatigoso y la expulsión del jardín, símbolo de la interrupción de la familiaridad con Dios.

b) Los profetas. El rey Salomón confiesa que no existe ningún hombre que no caiga en alguna culpa (1 Re 8,46). Los profetas de Israel denuncian los pecados de todo el pueblo (Os 4,2; Is 1,4; 5,7; 30,9). El profeta Isaías se siente solidario de la impureza del pueblo (Is 6,5). Para Miqueas no existen hombres piadosos en el país; todos están corrompidos (Miq 7,1-7). Jeremías describe con tintas oscuras la perversidad general del país (Jer 5,1; 5,28ss; 9,1-8), que anida en el corazón malvado y endurecido de cada individuo (Jer 13,23; 17,9). Ezequiel considera toda la historia de Israel como una serie de infidelidades. Se dirige a Jerusalén bajo la figura de una niña encontrada en el camino, que a pesar de la solicitud del Señor desde su juventud siempre se mostró infiel a Dios, que había hecho alianza con ella (Ez 16). En el capítulo 23 el mismo profeta interpela a las dos hermanas, Jerusalén y Samaria, es decir, a los reinos de Judá y de Israel, divididos pero hermanos, que ya desde la salida de Egipto cometieron toda clase de abominaciones. Esta misma concepción de la historia de Israel se encuentra en Is 54. En algunas plegarias penitenciales posteriores al destierro los portavoces de la comunidad expresan su arrepentimiento por las faltas de sus antepasados (Esd 9,6-15; Neh 1,6s; Is 63,7-64,11; Sal 78). Esta concepción se ve rubricada por la convicción de que la acción de un individuo repercute en la vida del grupo, ya que la existencia del grupo está profundamente marcada por las acciones de cada uno de sus miembros. Esto sucede no solamente en un momento determinado de la historia, sino a través de todo el curso de la existencia de un pueblo. Un grupo social como la familia, la tribu y la nación es considerado a la manera de una persona concreta, que sobrevive en el tiempo y en el espacio debido a una especie de unidad biológica (personalidad incorporante).

c) Los libros sapienciales. Los sabios de Israel, que dirigen su atención más allá de los confines del pueblo elegido, interesados como están por la condición humana en general, afirman la fragilidad y la impureza de todo ser humano frente a Dios (Job 4,17s; 15,14ss; 14,4; Prov 20,9; Qo 7,20; cf Sal 143,2; 2Crón 6,36). Todos los hombres han cometido faltas, aunque sólo sea pronunciando palabras imprudentes (Si 19,16). Más aún, el pecado alcanza al hombre ya antes de su juventud, desde el primer momento de su existencia (Sal 51,7). La corrupción es un fenómeno humano general, del que los mismos hombres piadosos no son capaces de sustraerse por completo (Sal 12,1-5; 14,1-4; 140,2-6).

2. JESÚS. En su predicación, Jesús supone que todos los hombres son pecadores, ya que dirige a todos su invitación a la conversión (Me 1,14s; Lc 13,3.5); en efecto, no hay nadie que no tenga culpa (Le 13,2-5; Jn 8,7). Jesús denuncia toda forma de orgullo y de autojustificación (Le 15,25-32; 18,10-14).

Aun insistiendo en el aspecto interior y personal del pecado, Jesús admite también un vínculo colectivo en el mal a través de las generaciones, adecuándose a la mentalidad del AT y del judaísmo. Las generaciones precedentes mataron a los profetas considerándolos como seductores y traidores a la causa nacional, y por tanto como criminales. La generación contemporánea de Jesús lleva a su cumplimiento lo que habían emprendido los padres al matar a los profetas (Mt 23,29-36.37ss; Lc 11,47-51; 13,34s). En la parábola de los viñadores homicidas, el asesinato de los profetas y del hijo del propietario de la viña, realizado en varias épocas de la historia, se atribuye a los mismos oyentes de Jesús (Mt 21,23-45). Las culpas de las generaciones anteriores, que entregaron a la muerte a los enviados de Dios, pesan sobre el grupo alejado en el tiempo y cuya perversidad va creciendo continuamente. No se trata simplemente de una pura vinculación genealógica, sino de una cierta asimilación moral entre los descendientes de un mismo tronco. Esta misma concepción es la que aflora en He 7,51 y en ITes 2,15.

3. SAN PABLO. El autor sagrado del NT que más ha insistido en la universalidad del pecado, a fin de subrayar la necesidad absoluta de la gracia de Cristo, es san Pablo. Su pensamiento queda expresado sobre todo en las cartas a los Romanos y a los Efesios.

a) La humanidad pecadora. Prescindiendo de la gracia de Cristo, que actúa en el mundo ya desde los comienzos de la humanidad, el apóstol presenta a los paganos y a los judíos de su tiempo —las dos categorías en que se dividía el mundo antiguo desde el punto de vista religioso— como profundamente hundidos en el pecado. Se trata de una constatación que se basa en la experiencia y en el testimonio de la Escritura. Por su nacimiento, los paganos se encuentran en una situación de ignorancia de Dios y de su ley; por eso se los llama "ateos y sin ley" (Gál 2,15; Ef 2,1-4.12); están muertos por causa de sus delitos y no buscan la justicia (Rom 4,30). Los judíos no han observado tampoco la ley (Rom 9,30), y son hijos de la cólera lo mismo que los paganos (Ef 2,3). En Rom 1,18-3,19 el apóstol presenta un cuadro impresionante de la abyección moral en que había caído la sociedad pagana y, con las debidas reservas, también la sociedad judía, sin el influjo benéfico de Cristo. Todos están sometidos al pecado; no son solamente capaces de pecado ni están solamente inclinados al mismo, sino que son auténticos pecadores, sin excluir a los judíos, que se consideraban justos (Rom 3,23). Al aducir el ejemplo de los dos grupos, paganos y judíos, Pablo piensa en toda la humanidad que se encuentra fuera de la influencia de Cristo.

b) El pecado de Adán. Con una intuición genial, el apóstol relaciona el pecado personificado —es decir, la inclinación inherente a la naturaleza humana, opuesta a Dios y que induce a los pecados personales de manera infalible al hombre capaz de actos humanos— con la transgresión cometida por el primer hombre (Rom 5,12-21). Utilizando un lenguaje complejo, desde las alusiones a Gén 2-3 hasta las referencias a los libros apócrifos y las argumentaciones de tipo rabínico, Pablo admite una causalidad misteriosa y una influencia real del pecado de Adán sobre todos los hombres que se derivan de él (Rom 5,12; ICor 15,22). Las malas inclinaciones de que está infectada la naturaleza humana deben reducirse, como a su fuente común, al pecado del primer hombre; por eso mismo todos los hombres se encuentran en la condición descrita para los paganos en Rom 1,18-25 y para los judíos en Rom 2,1-24. En efecto, prescindiendo del influjo de la redención de Cristo, que actuó en la historia incluso antes de la muerte y de la resurrección de Jesús, todos los hombres han pecado y pecan personalmente, por lo que están privados de la salvación y están condenados a la perdición (Rom 5,12). La rebelión del primer hombre contra Dios situó a todos los hombres en un estado tal que no sólo resulta inalcanzable la salvación, sino que sin Cristo no es posible evitar la condenación eterna. Pero lo mismo que es universal la causalidad pecaminosa de Adán, así también —¡y con mayor razón! es universal y eficaz la obra redentora de Cristo (Rom 5,15-21).

c) Pecados personales. En Rom 7,7-25, las afirmaciones del apóstol se aplican a cada hombre en particular, ya que se describe la condición del pecador que, libre y responsable de sus actos, no es capaz de realizar el bien y está condenado a pecar. Tal es la situación de todos los hombres que se encuentran fuera de la influencia benéfica de la obra salvadora de Cristo.

En Ef 2,3 el hagiógrafo afirma que tanto los judíos como los paganos, por el mismo hecho de su origen humano, son objeto de la cólera divina. Se trata de una conclusión que el autor deduce de la universalidad del pecado, al que se designa suficiente-mente como fuente de las inclinaciones pecaminosas con las que está ahora contaminada la naturaleza humana.

IV. ORIGEN DEL PECADO. 1. ANTIGUO TESTAMENTO. La Biblia no ofrece respuestas uniformes a la misteriosa cuestión del origen del pecado.

a) La fuerza demoníaca. En Gén 2-3, relato sapiencial y etiológico que tiende a explicar la actual condición humana señalando sus causas en un acontecimiento primitivo, se enseña que la miseria humana y el mal no provienen de Dios, sino de una rebelión del hombre contra Dios ocurrida en los comienzos de la humanidad. Como causa extrínseca que indujo al pecado se presenta también a la serpiente, identificada más tarde con la potencia del demonio (Gén 3; Sab 2,24). En lSam la causa de la locura homicida de Saúl es un ser divino; en I Re 22,21 un espíritu divino impulsa a los reyes de Judá y de Israel a la irremediable derrota. Los males de Job se le atribuyen al influjo de Satanás (Job 1,6).

b) El corazón perverso. Los profetas descubren el origen de la malicia humana en la perversión radical del corazón. La resistencia a la voluntad de Dios es, según el profeta Jeremías, una revelación de las profundas disposiciones antidivinas arraigadas en el ánimo de todos los hombres, tanto judíos (Jer 13,23) como paganos (Jer 3,17; 9,25). Ezequiel habla de un corazón de piedra, sordo a todas las advertencias y rebelde a todas las enseñanzas (Ez 11,19; 36,26).

c) La inclinación al mal. Los sabios de Israel con sus severos consejos (Prov 13,24; 15,10; 19,18; 23,13s; 29,17; Si 7,23s; 30,1.7-13; 42,5-11) su-ponen como origen del pecado una inclinación al mal arraigada en lo más profundo del ser del hombre, a la cual es posible resistir a pesar de todo. En dos pasajes se habla de un designio perverso, en el sentido de una tendencia al mal, que más tarde recibirá el nombre de concupiscencia (Si 15,4; 37,3). Los profetas y los sabios se muestran explícitos a la hora de admitir una depravación congénita de la intimidad del hombre.

d) El pecado de origen. En dos textos se menciona expresamente el pecado de los primeros padres para explicar la miseria actual de la condición humana. En Sab 2,24 se afirma que el hombre quedó privado de la incorruptibilidad, a la que había sido destinado por Dios, por causa de la envidia del demonio. En Si 24,23 se relaciona expresamente el origen del pecado y de la muerte con el comportamiento presuntuoso de la primera mujer.

2. EVANGELIOS SINÓPTICOS. En los tres primeros evangelios no hay más que una vaga alusión al origen del pecado en el mundo. Insistiendo en las disposiciones internas de las acciones humanas, Jesús considera el corazón como la causa última del bien y del mal (Mt 7,6-13; 12,34s; 15,8-20; Mc 7,6-13; Lc 6,45). El que tiene el corazón malo es un árbol malo, que no puede menos de dar frutos podridos (Mt 12,33ss; Lc 6,43ss). Para Jesús la raíz profunda del pecado es la facultad espiritual del hombre, en donde se toman las decisiones de las acciones exteriores (Mt 5,22.28). Además, Jesús no excluye la influencia de Satanás, ya que los pecadores son hijos del maligno (Mt 5,37; 13,38s; Mc 4,15).

3. SAN PABLO. La enseñanza de Pablo sobre el origen del pecado es la más difundida de toda la Biblia. El apóstol remite al pecado de los primeros padres, que ejerce un influjo deletéreo en toda su descendencia (Rom 5,12-21); considera la naturaleza caída del hombre (sárx) con su tendencia al mal; investiga el papel de la ley que da solamente el conocimiento de la ley de Dios, pero no la fuerza para cumplirla, y no excluye la influencia del demonio en las acciones malas que realiza el hombre.

4. LA LITERATURA JOANEA. Según los escritos joaneos, la raíz del pecado es de índole moral: una praxis perversa (Jn 3,19ss), la búsqueda de la propia gloria (Jn 5,44), la pretensión de establecer por sí mismo las modalidades de la búsqueda de la salvación, la presunción de estar libre de pecado y de gozar ya de libertad (Jn 7-8). Se menciona además el atractivo del mundo, con la concupiscencia de la carne y de los ojos y la soberbia de la vida (1Jn 2,15ss).

5. LA TENTACIÓN. Un elemento importante en el origen del pecado es el papel que juega la tentación. No se trata de la prueba a la que Dios puede someter al hombre para experimentar su fidelidad y su perseverancia en el bien, cuyos clásicos ejemplos son la tentación de Abrahán (Gén 22,1-9) y la de Job (Job 1-2). En nuestro caso se trata del intento realizado para hacer que el hombre se desvíe del camino recto y para inducirlo a cometer pecados.

El AT conoce la tentación que proviene del demonio. En Gén 3 la desconfianza de Dios y la rebelión contra su voluntad son provocadas ante todo por la serpiente, en la que la tradición posterior vio el símbolo del demonio (Sab 2,24). El modo con que el tentador procuró arrastrar a la mujer se describe de una forma psicológicamente muy fina y sagaz. El censo de la población ordenado por David se presenta también como una seducción del demonio.

Con mayor amplitud se describe la influencia del tentador satánico en el NT. El poder maligno puede suscitar males físicos para inducir ál pecado; se sirve de las persecuciones y de los sufrimientos morales para provocar la apostasía (1 Tes 3,4s; l Pe 5,8s); este esfuerzo será más palpable en la era escatológica (Ap 20,7).

San Pablo subraya el papel de la concupiscencia, presente en lo íntimo del hombre, al comentar el mal (Gál 5,16; Rom 7,14-25; 6,12). Asimismo, algunos acontecimientos o circunstancias históricas pueden ser no sólo un obstáculo para la fe, sino también una incitación a la infidelidad con Dios: la humilde actitud de Cristo (Mt 26,41; Mc 14,38; Lc 22,28), la enfermedad corporal (Gál 4,13s), la oposición al evangelio por parte de los no creyentes (lTes 3,4s). Sin embargo, Dios no permite que la tentación supere las fuerzas del hombre (1Cor 10,13; 2Pe 2,9). Mediante la vigilancia y la oración es posible vencer los estímulos internos y externos, que arrastran al hombre hacia el mal (Mt 26,41; Mc 14,38; Lc 22,40.46; Mt 6,13; Lc 11,4; Ap 3,10).

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S. Virgulin