PALABRA
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SUMARIO: I. Importancia de la palabra en Israel. II. La palabra hablada en el AT 1. Significado de la preeminencia concedida a la palabra: 2. Instrumentos de comunicación de la palabra: a) Los sueños, b) Los sacerdotes, c) Los profetas, d) Los sabios; 3. La acción de la palabra: a) Creadora de comunión, b) Instrumento de comunicación, c) Exhortación, d) Instrumento ejecutivo de Yhwh. III. Hacia la palabra escrita (A T). IV. La palabra en los evangelios sinópticos: 1. Palabra y acción de Jesús; 2. Contenidos o efectos específicos; 3. Palabra autorizada y eficaz; 4. Importancia de la palabra humana. V. La palabra en los Hechos de los Apóstoles. VI. La palabra en las epístolas paulinas: 1. La evidencia de las cartas mayores; 2. Expresiones sinónimas: a) Evangelio, b) Predicación, c) Testimonio; 3. La eficacia de la palabra; 4. La referencia fundamental; 5. El punto de partida; 6. El fin de la palabra; 7. Condicionamientos y límites. VII. La palabra en los escritos de Juan: 1. En el cuarto evangelio; 2. En el Apocalipsis. VIII. La palabra en la carta a los Hebreos. IX. Hacia la palabra escrita (NT).

Es imposible entender la importancia y la función que tiene la palabra en la Biblia si no se prescinde de la valoración negativa que tiene el hombre moderno de la "palabra" en contraposición a los "hechos" y a las "acciones". Hechos y no palabras: éste es el criterio con que se juzga al prójimo y a partir del cual se considera auténtico y creíble un compromiso. Naturalmente, esto equivale a una infravaloración de la palabra, pudiendo tener incluso consecuencias éticas negativas (si la palabra no cuenta para nada, no es fundamental mantener la palabra que se ha dado, se puede mentir, ser incoherentes, etc.)

I. IMPORTANCIA DE LA PALABRA EN ISRAEL. La eficacia de la palabra se deriva —según J. Pedersen— de que es la expresión corporal de los contenidos del espíritu. El que dirige una palabra a otra persona transmite a su espíritu lo que ha creado en su misma alma; si es una palabra mala, crea infelicidad; si es buena (p.ej., una palabra de bendición), no hay que considerarla como un simple buen deseo de su parte, comparable a un cuerpo sin alma o a una caja vacía, sino que es más bien una palabra que crea algo bueno, que produce la felicidad de aquel a quien se dirige (Pedersen, Israel 1-II, 167s).

Este valor que atribuye Israel a la palabra está comprobado por numerosos testimonios. Adán da nombre a los animales, con lo cual expresa su superioridad sobre ellos. Las últimas palabras de un moribundo están cargadas de consecuencias, poseen una energía y por eso mismo se recogen y se guardan con cuidado (Gén 49; Dt 33; 2Sam 23,1-7). Cuando Salomón sube al trono, le pide a Dios "un corazón prudente [lit.: un corazón que escucha: leb somed] para gobernar [lispót] al pueblo" (1Re 3,9). La importancia que se le atribuye al saber escuchar guarda proporción con la importancia de la palabra.

Estas valoraciones caracterizan también a la sabiduría popular: "El que da una respuesta antes de haber escuchado muestra su insensatez para oprobio suyo" (Prov 18,13). En las relaciones del hombre con Dios el escuchar ocupa igualmente un puesto de primer orden: "Tú no quieres sacrificios ni ofrendas...; en cambio, me has abierto el oído" (Sal 49,7); "No sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor" (Dt 8,3). Los seres divinos no dicen su nombre, ya que, al pronunciarlo, el hombre podría ejercer una especie de dominio sobre ellos (Gén 32,30; Jue 13,18).

El valor de la palabra se ve confirmado, por contraste, por la valoración fuertemente negativa de la mentira: el que miente reniega de sí mismo, desmiente la sustancia de su propia alma. Esto distingue a Yhwh de los hombres: "No es Dios un hombre para que mienta, ni un ser humano para que cambie de opinión" (Núm 23,19; véase también ISam 15,29). Por eso él mismo declara en el Sal 89,34 que no puede desmentir su fidelidad.

El término técnico por excelencia con que el AT indica la palabra es dabar (utilizado casi 1.500 veces). El verbo que de allí se deriva (dibber) se utiliza con la misma frecuencia: indica el acto de hablar, y por eso no puede tener un sujeto figurado; por el contrario, el verbo 'amar (decir) puede tener también como sujeto a la tierra, al mar, a los árboles, al fuego, etc. Cerca de 400 veces (de 4.500) tiene como sujeto a Dios. La construcción debar Yhwh (palabra del Señor) aparece 241 veces, ordinariamente en los escritos proféticos, sobre todo en Jeremías y en Ezequiel.

A veces se ha creído posible fundamentar la importancia de la palabra en Israel en la etimología de dabar; se ha relacionado este término con el de debir (la cámara sagrada, el sancta sanctorum mencionado en l Re 6,5. 16.19s.22s; 7,49; 8,6.8 y en Sal 28,2 (donde se traduce por "templo"), para indicar el otro lado, es decir, la parte posterior y más secreta del templo. De este significado, atestiguado también en otras lenguas (arameo, árabe, etiópico) se deducía que "en dabar hay que ver el otro lado, o mejor aún, el fondo de una cosa..., el significado bien definido de una palabra, su contenido, su fondo conceptual... La cosa como acontecimiento tiene en su dabar el elemento histórico, por lo que la historia está contenida en los debarim como fondo de las cosas" (GLNT VI, 261). "El que ha alcanzado el dabar de una cosa ha alcanzado la cosa misma" (ibid, 262).

Aplicado a Dios y a su palabra, esto significaba que "Yhwh manifiesta su esencia en el dabar; el que tiene el dabar de Yhwh conoce a Yhwh; dabar es un modo de aparecer, el más elevado, de Yhwh; Yhwh es dabar en cuanto que puede ser conocido por los mortales: Rom 1,20" (Boman, Hebrdische Denken, 53). Pero J. Barr ha demostrado la debilidad de esta manera de fundamentar unas conclusiones a partir de etimologías superficiales (Semantica, 186-200). Más que a la etimología, hay que referirse al uso y al contexto.

Sobre este fondo tiene un relieve muy especial lo que dice el AT de la palabra de Dios, ante todo como palabra hablada.

II. LA PALABRA HABLADA EN EL AT. En el AT la relación entre Dios y su pueblo tiene lugar sobre todo mediante la palabra. Este hecho tiene implicaciones negativas y también dimensiones positivas.

1. SIGNIFICADO DE LA PREEMINENCIA CONCEDIDA A LA PALABRA. Al presentar a Yhwh como un Dios que comunica mediante la palabra, el AT se contrapone, excluyéndolos, a todos los otros tipos de relaciones naturalistas entre la divinidad y los seguidores de las religiones cananeas del ambiente circundante. El encuentro con Yhwh no se realiza a través de la fertilidad de los campos o de la fecundidad del ganado, ni a través de las relaciones sexuales, que sirven, sin embargo, para la reproducción de la vida; por lo tanto, los ritos dirigidos a celebrar o a fomentar el despertar de la naturaleza y su fertilidad no tienen cabida en el culto.

Positivamente, el hecho de que el encuentro con Dios se realice a través de su palabra significa en primer lugar el respeto a la iniciativa divina (ya que nadie puede convertirse en el poseedor exclusivo de su palabra). Significa además que las relaciones con Dios exigen algo que posee toda persona humana: la capacidad de escuchar su palabra. Pero esto no implica la divinización del hombre.

Lo mismo que la palabra es el medio principal de comunicación entre las personas, así también entre Yhwh y sus criaturas la palabra es el instrumento que establece una relación pluriforme, pero que se compendia esencialmente en la comunión mutua. Podríamos decir que crea un conocimiento de Dios entendido no en sentido filosófico, sino —hablando de forma figurada— en sentido bíblico, como relación interpersonal, de reconocimiento y de amor, con un profundo sentido de reverencia (bíblicamente: temor de Dios) por la santidad y la alteridad de Dios. El creyente israelita sabe que Dios está en el cielo y el hombre en la tierra (Qo 5,1); la comunión entre él y Yhwh, por realizarse primordialmente a través de la palabra, es ciertamente directa, pero no sacrifica la trascendencia de Dios.

Hay pasajes en el AT que presentan esta palabra como algo objetivo, que parece gozar de una existencia propia distinta de la existencia de Dios: "El Señor ha lanzado una orden [lit.: ha enviado una palabra] contra Jacob y va a caer sobre Israel" (Is 9,7). En otros pasajes se compara la palabra con una lluvia que baja del cielo para fecundar la tierra, a fin de volver luego al cielo después de cumplir con su misión (Is 55,11); o con la nieve, la escarcha y el granizo, y los efectos que producen (Sal 147,15-18). Se trata de una tendencia que se desarrollará en la sabiduría hebrea. Pero sería un error deducir de estos pasajes que la palabra es una hipóstasis de Dios. Incluso cuando el judaísmo utiliza el término Memra, lo hace sobre todo para evitar o para explicar ciertos antropomorfismos especialmente crudos o para no pronunciar el nombre de Dios en su relación con el mundo y con los seres humanos. Normalmente, en el AT la palabra de Dios establece una relación entre Dios y su pueblo a través de algunos vehículos o instrumentos particulares.

2. INSTRUMENTOS DE COMUNICACIÓN DE LA PALABRA. a) Los sueños. En los antiguos relatos de E (Gén 20,3.6; 28,12; 31,I0s.24), en la historia de José (Gén 37,1-11) y en la de Salomón (1Re 3,5-15) encontramos a Dios hablando en sueños. El libro de Job reflexiona sobre esta forma divina de hablar al hombre: "Dios habla una vez, y dos no lo repite. En sueños, en visiones nocturnas, cuando un letargo a los hombres invade, reclinados en su lecho, entonces abre él el oído del hombre y con apariciones le estremece" (33,14-16). También se menciona al sueño en otra lista, parecida a la anterior, de las diversas maneras como habla Dios: en lSam 28,15 dice Saúl: "(Dios) no me responde ni por medio de los profetas ni por los sueños". lSam 28,6 añade a los profetas y a los sueños los 'ur"im. Dt 18,9ss hace una lista de prácticas prohibidas en Israel (la adivinación, los sortilegios, los augurios, la magia, los encantamientos, la evocación de los difuntos, la consulta a espectros y adivinos), pero en esta lista no figuran los sueños ni las visiones nocturnas. Según Dt 13,2-4, hay que negar al profeta y al soñador todo crédito cuando emplean sus facultades para inducir a Israel al seguimiento de otros dioses. Así pues, el sueño sigue siendo admitido como vehículo de la palabra divina. Más adelante dan también fe de ello el libro de Daniel y el de Zacarías (cf Dan 7,1 y Zac 1,8). Pero el uso de visiones por parte de los falsos profetas contribuirá a desacreditar este vehículo de la palabra divina (cf p.ej. Jer 23,16).

b) Los sacerdotes. La palabra de Dios llega también a Israel a través de los sacerdotes. Uno de los instrumentos sacerdotales para conocer la voluntad divina era el llamado ur'itm y tummîm: el sacerdote los guardaba en el 'efod (bolsa o pectoral). En el relato de 1 Sam 14,36-46 figura, al lado del rey Saúl, un sacerdote. El versículo 41 sugiere a Dios la forma de expresarse: "Si el pecado está en mí o en mi hijo Jonatán, Señor, Dios de Israel, salga cara [lit.: da ur"im]; y si este pecado está en tu pueblo Israel, salga cruz [lit.: da tumm?m]". No está claro si urîm y tummîm indicaban, respectivamente, asentimiento o negación, o bien si llevaban grabados algunos signos o letras del alfabeto. De todas formas, después de la pregunta hecha por el rey Saúl se designa antes a Saúl y a Jonatán; luego, entre los dos, se designa a Jonatán, que confiesa su pequeña transgresión.

También en la época del rey David se refieren algunas consultas sacerdotales de la voluntad de Dios, por ejemplo, en lSam 23,9: "Cuando David supo que Saúl tramaba el mal contra él, pidió al sacerdote Abiatar que le llevara el efod"; a continuación, David plantea su pregunta: quiere saber si los habitantes de Queilá lo van a entregar en manos de Saúl. La respuesta del Señor es: "Te entregarán". Tras esta respuesta, David abandona la ciudad y Saúl desiste de su persecución.

Después de David, esta manera de solicitar y de obtener mensajes divinos queda suplantada por otras más espirituales. Pero esto no significa que los sacerdotes cesasen de la función de hablar por cuenta de Yhwh. Todavía en Ag 2,11 se lee: "Haz esta consulta (tórah a los sacerdotes". Los LXX, al traducir tórah por nómos (ley), destacarán el aspecto legal del término tórah, que, sobre todo en su origen, significaba más bien indicación, instrucción dada por Dios en una circunstancia concreta: cf Is 1,10: "Prestad oído a la ley [tórah, enseñanza] de nuestro Dios". También la enseñanza de los sabios de Israel podía indicarse con tórah (Prov 13,14: "La enseñanza del sabio es fuente de vida").

c) Los profetas. No cabe duda de que la palabra de Dios llegaba al pueblo de Israel sobre todo por medio de los profetas. Para Dt 18,8-20 ellos son los únicos vehículos autorizados de la palabra de Dios, pero hay que tener en cuenta la fecha relativamente tardía (finales del siglo vi a.C.) de este libro. En lSam 28,6 se lee que "Saúl consultó al Señor; pero el Señor no le respondió ni por los sueños, ni por las urim, ni por los profetas". Estos últimos se sitúan en el mismo plano que los sueños y los instrumentos de adivinación; probablemente, en los comienzos del movimiento profético no eran muy diferentes de los sacerdotes que practicaban la adivinación dentro del marco del culto. Las relaciones entre profetas y sacerdotes se deducen también de algunas personalidades, cuya pertenencia a ambas categorías se indica: Samuel es profeta y sacerdote en Siló (lSam 3); Elías, el profeta, sacrifica en un altar elevado en la cima del Carmelo (lRe 18,32); Jeremías y Ezequiel son sacerdotes o de familia sacerdotal (Jer 1,1; Ez 1,3). No hay que acentuar excesivamente la distinción entre los primeros profetas y los del siglo vui y siguientes; también de estos últimos se refieren numerosas visiones que los vinculan con el profetismo de los primeros tiempos: cf lSam 10,4s: "...Te encontrarás con un grupo de sacerdotes que bajan del alto, precedidos de arpas, tambores, flautas y cítaras, profetizando. Entonces se apoderará de ti el Espíritu del Señor, profetizarás con ellos y serás transformado en otro hombre". Esta forma de éxtasis profético alcanza niveles de paroxismo en los profetas de Baal que se enfrentan con Elías en el Carmelo (iRe 18,26ss). Estos profetas primitivos se reunían de ordinario en grupos, llamados a veces escuelas de profetas, alrededor de un jefe o maestro, como Elías o Eliseo (2Re 6,1-2; 4,38; 4,1; 2,3). lRe y 2Re refieren muchas empresas extraordinarias o benéficas atribuidas por la tradición a estos profetas. Pero con el paso del tiempo el profeta se fue distinguiendo de los otros mediadores entre Dios y el pueblo por su especialización como vehículo de la palabra de Yhwh (cf Jer 18,18: "No ha de faltar por eso del sacerdote la enseñanza, ni del sabio el consejo, ni del profeta la palabra"). El es el portavoz de la palabra de Yhwh, ya que la palabra llega hasta él y lo aferra; la expresión "llegó la palabra de Yhwh a..." se encuentra 123 veces, de forma más o menos idéntica, en el AT (G. von Rad, Teología II, 140). Los que son alcanzados por esta palabra quedan atados por ella y no pueden menos de transmitirla. / Amós compara la voz del Señor con un rugido que viene de Sión (1,2), y deduce de ello esta consecuencia personal: "El león ruge; ¿quién no temerá? El Señor Dios habla; ¿quién no profetizará?" (3,8). / Jeremías dice lo mismo con imágenes todavía más atrevidas: "Tú me has seducido, Señor, y yo me he dejado seducir; has sido más fuerte que yo, me has podido... Había en mi corazón como un fuego abrasador encerrado en mis huesos; me he agotado en contenerlo y no lo he podido soportar" (Jer 20,7-9).

El tormento de estos profetas viene de la naturaleza de la palabra que tienen que llevar a sus contemporáneos de parte de Dios, y también en parte de la hostilidad o indiferencia con que se recibe esta palabra.

Los profetas saben que las palabras que pronuncian por orden de Dios no son un comentario suyo, sino un acto de Dios mismo; es Dios el que se acerca a su pueblo mediante la palabra y en el acto mismo en que se proclama su palabra. Cf Os 6,5: "Por eso te hice pedazos; por medio de los profetas te he matado con las palabras de mi boca". Mientras que los profetas de tipo extático parecen haber tenido la función de fomentar el bienestar de aquellos por los que trabajaban (el pueblo, el rey, ocasionalmente la familia con la que vivían), en un determinado momento el profeta se hace cada vez más autónomo del ambiente social y cada vez más vinculado a una palabra externa al ambiente, que se contrapone al mismo y de la que es prisionero el profeta. La palabra del Señor hace del profeta una especie de "fiscal" que, por cuenta de Yhwh, instruye contra el pueblo un proceso por desobediencia o infidelidad. El anuncia la condenación por estos delitos, y a veces sus oráculos llegan a tomar la forma de requisitorias forenses (Is 1,2-20; Miq 6,1-8; Jer 2,4-29).

Es la palabra lo que da a los profetas su conciencia vocacional. Si a veces llega a ser un peso intolerable (ya hemos visto el ejemplo de Jeremías), por otra parte les da la fuerza y la convicción que necesitan para cumplir su mandato: los profetas saben que tienen la misión de anunciar la palabra (Am 3,7: "Porque el Señor no hace nada sin que manifieste su plan a sus siervos los profetas") y perciben toda su responsabilidad (Ez 3,16-21: el profeta es comparado con el centinela que tiene que despertar a los ciudadanos; si éstos se despiertan y no reaccionan, la culpa no será del profeta; pero si no los despierta, Dios le pedirá cuenta de la vida de los ciudadanos. Cf también Ez 33,1-9: "De su sangre te pediré cuentas a ti" (v. 7).

Después del destierro hay varios pasajes bíblicos que aluden al agotamiento y a la desaparición de la palabra profética en el país. Sal 74,9: "Ya no hay ningún profeta, y nadie sabe lo que esto durará"; 1 Mac 4,46: hubo que esconder las piedras del altar profanado, que había sido demolido "hasta que viniera un profeta y dijera lo que había que hacer con ellas". La falta de la palabra profética está ya preanunciada para un tiempo venidero en Am 8,11s: "Vienen días, dice el Señor Dios, en que enviaré hambre al país; no hambre de pan, no sed de agua, sino de oírla palabra del Señor. Y andarán errantes... buscando la palabra del Señor, y no la encontrarán". Sin embargo, es posible que el oráculo original anunciase simplemente una carestía, y que fue más tarde cuando se espiritualizó.

El cese de la / profecía no es tanto un fenómeno de "silencio de Dios" como un momento de transición de la palabra de Dios hablada a la palabra de Dios escrita... El peso de la tradición de las intervenciones de Dios en el pasado era tan grande que impedía que surgieran nuevos portavoces de su palabra. Por eso mismo, y no sólo por cuestiones de prestigio o de deseo de clandestinidad, la apocalíptica favorecerá la pseudonimia, atribuyendo sus escritos a las grandes figuras del pasado.

d) Los sabios. En la literatura sapiencial dabar no aparece con el significado de palabra de Dios. La palabra se hace prácticamente equivalente a la / sabiduría (sophía) de Dios. El autor de Prov 3,19 puede parafrasear el Sal 33,6 ("Con su palabra el Señor hizo los cielos") diciendo: "El Señor con sabiduría ha fundado la tierra". Aquí el término sophía (sabiduría) ha ocupado el puesto de dabar. Lo que el prólogo de Juan dice del Verbo (Lógos: infra, / VIII, 1), se le atribuye en los libros sapienciales no ya al lógos, sino a la sophía: Sab la define como emanación de la fuerza de Dios, irradiación de la luz eterna (7,25-27), afirmando que convive con Dios (8,3) y que está sentada junto a su trono (o al lado de él en el trono: 9,4), presente ya en el mismo momento de la creación del mundo (9,9). Pero, aun siendo premundana, sigue siendo —a diferencia del Lógos de Juan— una criatura de Dios (Si 1,9: "El Señor la creó, la vio, la midió").

La frecuencia con que se habla de la sophía (sabiduría) en esta literatura no significa que no tenga sitio el lógos en ella: aparece en Sab 9,1 ("Con tu palabra hiciste todas las cosas"), en paralelo con sophía ("y con tu sabiduría formaste al hombre": 9,2a). En Sab 18,15 se le atribuye al lógos el exterminio de los primogénitos de Egipto: "Tu palabra omnipotente se lanzó desde el trono real del cielo como guerrero despiadado en medio de la tierra entregada al exterminio" (cf Ex 12,29-30).

3. LA ACCIÓN DE LA PALABRA. Hemos de preguntarnos ahora, sincrónicamente, qué aspectos y funciones atribuye el AT a la palabra de Dios.

a) Creadora de comunión. La palabra se nos presenta ante todo como creadora de comunión: mediante la palabra es como Dios establece su alianza con el pueblo. El pacto tiene un fundamento personal y una finalidad moral; no marca el establecimiento de una relación impersonal de poder, sino el comienzo de una comunión entre Yhwh y los descendientes de Abrahán: "Por esto tiene una importancia decisiva el hecho de que el establecimiento del pacto no se realice en un acto puro, privado de palabras y que posea toda su validez ab intrínseco, sino que vaya acompañado de la palabra que expresa la voluntad divina" (Eichrodt, Teología, I, 37).

b) Instrumento de comunicación. La palabra es además el medio de comunicación de un mensaje. La fórmula "Así dice el Señor" (2Sam 12,11; 24,12 y a continuación muy frecuente en los libros proféticos), igual que la otra "oráculo del Señor" (167 veces tan sólo en el libro de Jeremías, menos frecuente en los demás profetas), lo atestigua con claridad.

La característica de la religión de Israel es que este mensaje presenta muy a menudo a la palabra como mensaje de condenación: en el mundo ambiental se encuentran ejemplos de palabra de salvación, pero no de condenación (Mari), mientras que en Israel se desarrolla toda una escuela de oráculos de juicio (Westermann, Grundformen, 70ss): la palabra no tiene la función de promover el consenso popular en favor del poder, sino de criticar tanto al pueblo como al poder mismo (Natán interviene cuando David quiere decidir la construcción del templo: 2Sam 7,1-17; pero Natán le reprocha al mismo soberano su conducta con Betsabé y su marido Urías: 2Sam 12,1-15; Elías reprocha a Ajab la prevaricación cometida contra Nabot: 1Re 21,17-24; Miqueas, hijo de Yimlá, señala a Ajab y a Josafat a dónde habrá de conducirlos una empresa insensata: I Re 22,6-28).

A partir del Déutero-Isaías, junto a las palabras de juicio predominan las palabras de misericordia, de promesa y de aliento: "Consolad, consolad a mi pueblo..." (Is 40,1).

c) Exhortación. No sólo en los profetas, sino también en los escritos sapienciales y sobre todo en la ley se encuentra la palabra en función de advertencia y de indicación ética. En esta función puede asumir formas diversas, desde las más sencillas a las más complejas (como la tórah profética).

d) Instrumento ejecutivo de Yhwh. Hemos de recordar además la palabra como instrumento que lleva a su cumplimiento la voluntad divina. Es la palabra de Dios la que hace obrar a los ángeles (Sal 103,20) y la que crea el mundo (Sal 33,6: "Con su palabra el Señor hizo los cielos"; cf v. 9: "Él lo dijo, y todo fue hecho; él lo ordenó, y todo existió"). Esta actividad dinámica y creadora de la palabra aparece igualmente en el frecuente paralelismo entre palabra y obras; por ejemplo, en Sal 33,4: "La palabra del Señor es eficaz, y sus obras demuestran su lealtad"; o Sal 106,12s: "Entonces creyeron en sus palabras y cantaron sus alabanzas. Pero pronto se olvidaron de sus obras". La palabra preside también el ciclo de las transformaciones de la naturaleza, como la del hielo que se transforma en agua del río: "Envía su palabra y las derrite [las aguas congeladas], hace soplar el viento y las aguas vuelven a correr" (Sal 147,18). Pero preside sobre todo el curso de la historia según la voluntad de Yhwh: "Devastada será, devastada la tierra, totalmente saqueada, porque el Señor así lo ha decretado" (Is 24,3; cf también Jer 39,16 y 44,29s). El salmista está convencido de que Yhwh dirigió también la historia personal de José (naturalmente, en función del episodio de sus hermanos y de la historia futura de sus descendientes). Pero también la historia de los otros pueblos está sometida al juicio y a la acción de la palabra de Yhwh: "¡Ay de vosotros, que habitáis el litoral, nación de los quereteos! La palabra del Señor es contra vosotros, Canaán, tierra de filisteos" (Sof 2,5). Así es como Yhwh puede "silbar" a un pueblo lejano, Asiria, para utilizarlo como instrumento suyo en la historia (Is 5,26ss) y hablar "a Ciro, su ungido, a quien yo tomé de la mano para someter a las naciones" (Is 45,1ss).

Esta noción activa, dinámica, de la palabra tiene su expresión más solemne en el relato sacerdotal de la creación (Gén 1,1-2,4a), con los diversos "y dijo Dios" (vv. 3.6.9.11. 14.20.24.26; así lit. el hebreo; en las traducciones la monotonía del "dijo Dios" se atenúa a veces alternando el verbo "decir" con otros, como mandar y ordenar). La palabra no aparece aquí como un instrumento en las manos de Dios, casi separado de su persona, sino que se identifica rigurosamente con su iniciativa: Dios crea hablando. Esta unidad tan rigurosa entre Dios y su palabra ha de tenerse en cuenta en todos los pasajes que hablan de la palabra como de algo eficaz; no lo es por sí misma, sino en cuanto que la pronuncia Dios: "Pues yo, el Señor, hablaré. Todo cuanto yo diga será dicho y hecho sin tardanza... Ninguna de mis palabras se diferirá más. Será cosa dicha y hecha" (Ez 12,25.28).

III. HACIA LA PALABRA ESCRITA (AT). La formación de la / Escritura y del canon son tema de otra exposición de este diccionario. Aquí hemos de recordar tan sólo que los primeros pasos hacia la formación de una palabra escrita están constituidos por las exhortaciones a conservar la palabra recibida del Señor y por las promesas de indefectibilidad de la palabra misma: "Mi espíritu, que reposa en ti, y mis palabras, que he puesto en tu boca, no faltarán de tu boca, ni de la boca de tus descendientes, ni de la boca de los descendientes de tus descendientes —dice el Señor— desde ahora y por siempre" (Is 59,21). En otras palabras, es el pensamiento de la permanencia fructuosa de la palabra lo que inspira el pasaje difícil de Dt 30,11-14. El mandamiento de Dios no es excesivo ni inalcanzable, ni se encuentra en el cielo ni al otro lado del mar, sino que "la palabra está muy cerca de ti; está en tu boca, en tu corazón, para que la pongas en práctica". La mención del corazón y de la boca debería traducir la idea de la accesibilidad de la palabra, que todos están en disposición de comprender y de repetir, haciéndola propia con vistas a su aplicación en la existencia concreta. La palabra de Dios está pasando así de la etapa de palabra contingente, ligada a una situación específica en la que interviene un profeta o algún otro enviado de Dios con una interpretación, un juicio, un estímulo o una exhortación, a la etapa de palabra fijada en la tradición, y luego escrita, a la que hay que referirse en todas las circunstancias.

Esta transición se anticipa en algunos casos esporádicos en que una palabra se repite en épocas sucesivas y en labios de personajes diversos, testimonio del hecho de que la palabra del Señor era recibida con reverencia y no como palabra efímera. Recordemos 1 Re 14,11, seguido de l Re 16,4 y 21,24; o bien la imagen del árbol plantado junto al agua corriente, que en el Sal 1 describe la felicidad del hombre que se deleita en la ley del Señor, y en Jer 17,7-8 la del hombre que pone en el Señor su confianza y su esperanza (para los oráculos paralelos, como Is 2,2-4 y Miq 4,1-3, se pueden dar otras explicaciones).

A través de estos primeros pasos y a través de la concesión del título de dabar a colecciones cada vez más amplias de oráculos o de exhortaciones de Yhwh (el / decálogo; colecciones de palabras proféticas; más tarde, el libro del / Deuteronomio) se llegará a la noción de que toda la Escritura de Israel es palabra de Dios.

IV. LA PALABRA EN LOS EVANGELIOS SINÓPTICOS. En los evangelios la palabra tiene un relieve especial, sobre todo como palabra de Jesús. Pero puesto que la tradición evangélica hereda del AT la noción de la palabra como algo sustancioso y lleno de eficacia, veremos que también la palabra del hombre es significativa.

1. PALABRA Y ACCIÓN DE JESÚS. La imagen evangélica de Jesús se nos presenta en parte a través de su hablar y en parte a través de su obrar. Desde la antigüedad, el contenido de los evangelios se subdividió en estas dos grandes categorías: "las cosas dichas" y "las cosas hechas" por Jesús (Papías, siglo II d.C.). Pero entre las dos categorías no hay ninguna oposición: Jesús habla también a través de lo que hace. A la pregunta de Juan Bautista: "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?", Jesús responde dando este encargo a los discípulos de Juan: "Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído" (Mt 11,4; cf Lc 7,22). También en la valoración de la gente, sus actos (un exorcismo, en este caso concreto) se definen como didajé (el sustantivo que se deriva del verbo didáskein, enseñar; es decir, / enseñanza, instrucción, doctrina: Mc 1,27). Cf Lc 24,19: "Profeta poderoso en obras y palabras" (definición parecida a la de Moisés en He 7,22). En el cristianismo primitivo se subrayó unas veces uno de estos aspectos y otras el otro, según las situaciones: así Pablo, en sus cartas, que tienen un carácter eminentemente didáctico y se compusieron para uso interno de las comunidades, se refiere a las palabras de Jesús, y no a sus acciones (cf, p.ej., las palabras de la última cena en 1 Cor 11; las palabras sobre la fidelidad conyugal en 1Cor 7,10; Rom 12 parece contener alusiones a ciertas frases de Jesús incluidas en el sermón de la montaña). Por el contrario, los discursos de los Hechos subrayan las obras de poder de Jesús: "Dios acreditó ante vosotros a Jesús el Nazareno con los milagros, prodigios y señales que hizo por medio de él" (He 2,22), debido, lógicamente, a la situación misionera en que están ambientados esos discursos. Pero es justo recordar que, incluso cuando Jesús realiza sus obras, éstas reciben su significado de las palabras que las preceden, las acompañan o las siguen [/ Milagros III, 6].

Los evangelistas, y ya en algunos casos sus fuentes, utilizan genéricamente el término "palabra" (lógos) para indicar los discursos pronunciados por Jesús o las antologías de dichos y máximas de Jesús reunidas en bloques literarios (Mt 7,28; 19,1; 26,1; cf Lc 9,28), o bien para indicar, siempre de forma genérica (en forma de sumario o compendio, con los verbos en imperfecto) su actividad de enseñanza y/o predicación (Mc 2,2; 4,33). No muy distinta es la función del término lógos cuando el sujeto, en vez de ser Jesús, es la gente que escucha su palabra (Lc 5,1.15).

2. CONTENIDOS O EFECTOS ESPECÍFICOS. De este uso genérico se apartan aquellos casos en los cuales la palabra tiene un contenido específico, por ejemplo "la palabra del reino" (Mt 13,19) o, con un término distinto, "el evangelio del reino" (Mt 4,23; 9,35), y aquellos en que una palabra particular produce cierto efecto: podemos así encontrar una palabra que suscita interés (Lc 5,1: "la gente se agolpaba en torno a él para oír la palabra...), una palabra que suscita el asombro (Mc 1,22: "todos se maravillaban de su doctrina"; cf también Lc 4,22). En Marcos el asombro de la gente se atribuye a la autoridad con que enseñaba Jesús, mientras que en Lucas se debe a la belleza de su elocuencia: "Todos daban su aprobación, admirados de las palabras tan hermosas que salían de su boca".

En un caso se recuerda la palabra de Jesús como palabra de predicción: "Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho..." (es decir, de que lo negaría: Mc 14,72; cf par Mt 26,75 y Lc 22,61). En otro lugar se recuerda como palabra que aflige: "Al oír esto, el joven se fue muy triste" (Mc 10,22). Pero esa palabra aflige porque es al mismo tiempo una palabra que exige: "Anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres...; después, ven y sígueme" (Mt 19,21).

Hay un caso en que Jesús, con una intervención suya, se propone poner en apuros a sus interlocutores: "Yo también os haré una pregunta" [griego, lit.: "Os preguntaré una palabra", o sea: "También yo os pondré una palabra de pregunta"] (Mt 21,24 y par).

Mc 8,38 (y par Lc 9,26) sugiere la idea de que es posible avergonzarse de las palabras de Jesús. En realidad, esta frase asocia las palabras de Jesús a su misma persona; por tanto, más que de vergüenza convendría hablar de vileza o de cobardía. El pasaje se refiere a la hipótesis de una negación de Cristo o de sus palabras por miedo a los perseguidores: "Si alguien se avergüenza de mí y de mi doctrina..., también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre". La fuente Q tiene una amonestación análoga, pero sustituyendo la vergüenza por la negación: Mt 10,32s y par Lc 12,8s usan la pareja de verbos "reconocer y negar". Sin embargo, en estos dos pasajes el objeto es solamente la persona de Jesús y no su palabra.

Lc 5,1 describe a Jesús que predica la "palabra de Dios". Esta expresión es rara en los evangelios sinópticos: da la impresión de una analogía entre este predicar de Jesús y el de la Iglesia primitiva, como se deduce de diversos pasajes de los Hechos. Si recordamos que la escena descrita en Lc 5,4-11 se encuentra exclusivamente en Lucas y es probablemente una creación suya, podemos pensar también que el mismo evangelista retocó el preámbulo (que tiene algunas analogías con Mc 1,16ss y Mt 4,18ss, por un lado, y con Mc 4,1 y Mt 13,1ss, por otro), introduciendo en él una fórmula corriente en su segundo libro a Teófilo (los Hechos de los Apóstoles). Se pueden citar aquí otros dos pasajes en donde, siempre en el tercer evangelio, se atribuye a Jesús el uso de la expresión "la palabra de Dios", se trata de Lc 8,21 y 11,28: "Los que oyen la palabra de Dios y la cumplen". También en estos dos casos el lenguaje de Lucas podría haber asumido algunos matices del lenguaje eclesiástico primitivo. La falta de paralelos para el segundo caso no permite comparaciones; pero para el primero, el pasaje paralelo de Marcos dice: "El que hace la voluntad de Dios" (Mc 3,35), y el de Mateo: "El que hace la voluntad de mi Padre celestial" (Mt 12,50). La comparación hace resaltar el carácter secundario de la formulación lucana.

3. PALABRA AUTORIZADA Y EFICAZ. Los pasajes que aluden al interés o al asombro con que era escuchada y buscada por la gente la palabra de Jesús (supra, l IV, 2) atestiguan ya implícitamente la autoridad de esa palabra. Pero hay además un caso en que esto se afirma expresamente: "Todos se maravillaban de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los maestros de la ley" (Mc 1,22). El carácter autoritativo de las palabras de Jesús se deduce también de la parábola final del sermón de la montaña: "El que escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a un hombre sensato que ha construido su casa sobre roca" (Mt 7,24; cf también par Lc 6,46), y del pasaje de las antítesis, en el mismo sermón: "Sabéis que se dijo a los antiguos... Pero yo os digo..." (Mt 5,21s.27s.31s.33s.38s.43s). Esto es tan evidente que Mateo deja para el final del sermón de la montaña la observación sobre la autoridad de la enseñanza de Jesús, que en Marcos se encuentra en 1,22: él no enseñaba como los escribas (Mt 7,29; cf también Lc 4,32).

Un aspecto particular de la autoridad intrínseca de la palabra de Jesús es el de su eficacia. En este punto los evangelios coinciden con el AT y con el valor que allí se atribuía a la palabra. Mt 8,16 refiere que Jesús "con su palabra echó a los espíritus y curó a todos los enfermos". Es solamente Mateo el que recoge este detalle: "con su palabra". El pasaje paralelo de Lc 4,40 dice: "Jesús imponía las manos sobre cada uno de ellos y los curaba". Marcos, por su parte, no indica el modo de la intervención de Jesús (1,32-34).

La eficacia de la palabra está atestiguada también por la petición atribuida al centurión (fuente Q): "Di una palabra, y mi criado se curará" (Lc 7,7: cf par en Mt 8,8), y por la réplica de Simón a la orden de echar las redes para pescar: "Ya que tú lo dices, echaremos las redes" (Lc 5,5).

4. IMPORTANCIA DE LA PALABRA HUMANA. Incluso cuando no tiene una eficacia dinámica, la palabra no es nunca insignificante: tiene su peso aun cuando no se trate de la palabra de Jesús. Es el mismo Jesús el que recuerda a los discípulos la importancia de sus palabras: "Por tus palabras serás justificado y por tus palabras serás condenado" (Mt 12,37). Por eso los hombres, el día del juicio, tendrán que dar cuenta de sus palabras (Mt 12,36). En efecto, la palabra no es una cosa extemporánea y fugitiva, a la que no haya que atribuir ninguna importancia; al contrario, es la expresión de la realidad interior del hombre: "El hombre bueno saca el bien de la bondad que atesora en su corazón, y el malo saca el mal de la maldad que tiene, porque de la abundancia del corazón habla la boca" (Lc 6,45). Por eso, cuando la palabra del hombre es buena, bien fundada y bien orientada, es eficaz. A la mujer cananea, que había replicado atinadamente a su observación, Jesús le respondió: "Vete, pues por tus palabras ya ha salido de tu hija el demonio" (Mc 7,29). En este caso es Marcos el que pone de relieve la importancia de la palabra en la respuesta de Jesús. Mt 15,28 tiene simplemente: "¡Oh mujer, qué grande es tu fe!"

V. LA PALABRA EN LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES. Aquí predomina ampliamente el uso de lógos para indicar la predicación cristiana, ordinariamente en pasajes donde equivale prácticamente a evangelio (más de 30 veces). En otros casos el término "palabra" se refiere de forma específica a una predicación hecha por una persona (cf 2,22.40.41).

Como equivalente de evangelio, "palabra" se utiliza a veces sin ninguna especificación (nueve veces), o bien se precisa con un complemento: "palabra de Dios" (12 veces), "palabra del Señor" (siete veces), "palabra del evangelio" (una vez), "palabra de su gracia" (dos veces), o con un pronombre relativo a Dios ("tu palabra": 4,26). No todos los manuscritos concuerdan en el uso de "palabra de Dios" y "palabra del Señor"; cierto número de variantes atestigua la facilidad con que los copistas alternaban estas dos fórmulas.

VI. LA PALABRA EN LAS EPÍSTOLAS PAULINAS. El número de pasajes paulinos que hablan de la palabra es sorprendentemente escaso, y hasta muy diferenciado entre carta y carta.

1. LA EVIDENCIA DE LAS CARTAS MAYORES. En la carta a los Romanos Pablo habla de la palabra casi solamente en relación con las afirmaciones bíblicas (AT), pero esto no significa que la noción de palabra (de Dios) sea marginal; baste pensar en el tema desarrollado en Rom 9-11 sobre la elección y la suerte final del pueblo de Israel, en donde las referencias bíblicas ocupan un lugar de primer plano, y que es introducido por una hipótesis existencial como la de 9,6: "No es que las promesas [lit. la palabra] de Dios no se hayan cumplido". Pablo niega esta hipótesis en el mismo momento en que la propone; pero la presupone en su exposición, que está orientada por completo a demostrar que las cosas no son así. Fuera de esos tres capítulos, "palabra" aparece en citas del Génesis, del Deuteronomio, de los Salmos, de Isaías —o en relación con ellas—, pero también en una importante referencia legal: "No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás y cualquier otro mandamiento, todo se reduce a esto (gr., a esta palabra): Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Rom 13,9).

En la primera carta a los Corintios el tema de la palabra se desarrolla sobre todo en la contraposición entre la palabra de sabiduría y de conocimiento, que los corintios aprecian y buscan, y la predicación de la cruz (1,18), sobre la que Pablo ha asentado su actividad de evangelización en Corinto (cc. 1-2). Un aspecto derivado de esta contraposición es también el contraste entre "la palabrería de estos engreídos" y el reino de Dios, que "no consiste en la palabrería, sino en la virtud" (4,19-20); y el contraste entre los dones de profecía y de sabiduría (12,8) y el don de lenguas (14,19), que, aunque proceden del mismo Espíritu, no tienen la misma eficacia para la edificación de la comunidad.

En la segunda carta a los Corintios, Pablo opone la limpieza de su predicación a los que falsifican la palabra de Dios (4,2) o rebajan el precio de su interpretación con técnicas de charlatanes (2,17), recurriendo incluso al sistema de desacreditar al "rival" y haciendo circular voces malévolas contra Pablo ("mi palabra lamentable": 10,10; "soy torpe de palabra"; 11,6).

2. EXPRESIONES SINÓNIMAS. Más que el término lucano de "palabra", Pablo prefiere usar otros sustantivos o expresiones equivalentes, que acentúan algunos aspectos particulares.

a) Evangelio. Muy frecuentemente define su predicación con el término euanghélion (/ evangelio). Al hacerlo así, la caracteriza como buena nueva, como buena noticia. iCor 15,3-5, que es quizá el sumario más antiguo del kérigma apostólico, es presentado por Pablo con estas palabras introductorias: "Hermanos, os recuerdo el evangelio que os anuncié" (15,1); en 9,19 resume de este modo su actividad apostólica: "¡Ay de mí si no evangelizare!" Tiene conciencia de haber sido "elegido [gr., apartado, separado] para predicar el evangelio de Dios" (Rom 1,1). Jesús exhortaba a no avergonzarse de sus palabras, y Pablo afirma que no se avergüenza del evangelio (Rom 1,16). El evangelio es el eje y el criterio de todo su obrar: "Todo lo hago por el evangelio" (iCor 9,23), y por consiguiente lo impone también como criterio para la fe y la predicación en sus comunidades: "Si yo mismo o incluso un ángel del cielo os anuncia un evangelio distinto del que yo os anuncié, sea maldito" (Gál 1,8; cf también 2Cor 11,4, donde se pone en paralelo la predicación de un Jesús distinto y de otro evangelio). En Filipenses habla del combate por el evangelio (4,23), del servicio del evangelio (2,22), de la colaboración [gr., comunión o participación] en el evangelio (1,5), de fortalecerse en el evangelio (1,7), de creer en el evangelio (1,27), con expresiones que recuerdan las que se usan en los Hechos a propósito de la palabra. Véase en particular la correspondencia entre iCor 15,1 y He 8,4.

Es instructiva la confrontación entre Rom 1,16 y iCor 1,18. En el primer pasaje el evangelio se define como una energía activa de Dios [gr. dynamis]; en el segundo, la palabra de la cruz es llamada poder o fuerza de Dios [gr., de nuevo, dynamis]. Se puedé deducir de aquí que evangelio y palabra de la cruz son equivalentes entre sí, ya que los dos son dynamis de Dios.

b) Predicación. Otro término paulino es akoé, predicación. Subraya, en la predicación, el momento de su acogida o audición (de akoúein, escuchar). En Rom 10,17 Pablo está quizá influido por la cita de Is 53,1 que se hace en el versículo 16; por eso prosigue (v. 17) afirmando que "la fe proviene de la predicación (akoé), y la predicación es el mensaje (rhéma) de Cristo". En Gál 3,2 y 3,5 contrapone las obras de la ley a la escucha de la predicación; éste es ef camino por el que los gálatas han recibido el Espíritu, y no aquél. Tiene especial importancia 1Tes 2,13: "Al recibir la palabra de Dios [gr., la palabra de la predicación de Dios, o bien: la palabra de la predicación, o sea, de Dios] que os predicamos, la abrazasteis no como palabra de hombre, sino como lo que es en verdad, la palabra de Dios, que permanece vitalmente activa en vosotros, los creyentes". Ciertamente, los tesalonicenses oyeron las palabras humanas pronunciadas por el hombre Pablo; pero la percepción de que a través de aquellas palabras ellos habían sido alcanzados y aferrados por la iniciativa y por la gracia de Dios se había producido en ellos por la fe con que recibían la predicación. Este aspecto de las relaciones entre el apóstol y sus oyentes se recoge en las últimas palabras citadas: "vosotros, los creyentes", y quizá también en el uso del término akoé, predicación. En efecto, este término indica no sólo la audición física, sino también la acogida sumisa y obediente.

c) Testimonio. Otro de los términos es el de martyrion (testimonio). Más adelante, al multiplicarse los casos en que se daba el testimonio supremo de los creyentes con ocasión de las persecuciones, este término adquiriría el sentido de "martirio" que tiene ahora en las lenguas modernas derivadas del latín. En Corinto, el "testimonio de Cristo" se estableció con gran solidez (1Cor 1,6); se trata, como es evidente, de la predicación del evangelio hecha por Pablo.

3. LA EFICACIA DE LA PALABRA. Mientras que en el caso de Jesús la eficacia de su palabra se derivaba sobre todo de la descripción de sus efectos (debido al género literario de los evangelios, centrados en la narración y predicación de los Hechos), en las cartas la eficacia de la palabra se señala de forma más teórica: no ya mediante la descripción de los efectos de la palabra, sino con su enunciación. Así Pablo puede hablar de "palabra de fe" (Rom 10,8), de "palabra de la vida" (Flp 2,16), de "palabra de la reconciliación" (2Cor 5,19), de "palabra de verdad" (Col 1,5). A través de la palabra es como la verdad de Dios y del anuncio evangélico alcanza a los oyentes. Lo mismo ocurre con los otros términos sinónimos: a través de la "buena noticia" (evangelio) y a través del testimonio, Dios mismo y su Hijo salen al encuentro de los que escuchan la predicación apostólica. Cf "evangelio de Dios" (1Tes 2,2.8.9; 2Cor 11,7; Rom 1,1), "evangelio de Cristo"(ITes 3,2; iCor 9,12.18; 2Cor 2,12; 9,13; 10,14; F1p 1,27; Gál 1,7; Rom 15,19), "evangelio de su Hijo" (Rom 1,9; cf Rom 1,3), "evangelio de la gloria de Cristo" (2Cor 4,4), "testimonio de Dios" (iCor 2,1), "testimonio de Cristo" (iCor 1,6).

4. LA REFERENCIA FUNDAMENTAL. Si quisiéramos resumir en un concepto central la riqueza de especificaciones con que Pablo describe la palabra que él lleva a los creyentes y al mundo, deberíamos orientarnos por iCor 1,23: "Nosotros anunciamos a Cristo crucificado". A los corintios, que buscan enseñanzas de sabiduría y se fían con agrado de propagandistas orgullosos de su elocuencia humana, Pablo opone la superioridad de su evangelio, definiéndolo como "palabra de la cruz" (1 Cor 1,18). También en otras cartas el testimonio y la predicación de Pablo se definen en estos términos (cf 2Cor 4,5): "No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor"; Gál 3,1, y para la predicación de otros: Flp 1,15-18 y Col 1,27. Predicar a Cristo no significa anunciar una sabiduría humana, sino que corresponde a "lo que el ojo no vio, lo que el oído no oyó, lo que ningún hombre imaginó, sino que preparó Dios para los que le aman" (iCor 2,9).

5. EL PUNTO DE PARTIDA. El papel central de Cristo en la actividad apostólica de Pablo guarda relación directa con el acontecimiento del camino de Damasco, que transformó al fariseo Saulo en testigo de Jesucristo. A ese acontecimiento es al que él hace remontar su predicación. En un famoso pasaje autobiográfico da esta interpretación del mismo: Dios "me dio a conocer a su Hijo para que yo lo anunciara [gr., euanghelízomai: lo evangelizara, esto es, llevara su buen anuncio] entre los paganos" (Gál 1,16; cf también 1 Cor 9,1 y 15,8-10). Pero los pasajes autobiográficos son muy raros en los escritos de Pablo: cf en relación con su pasado, además de Gál 1,13-2,14, también F1p 3,5-8; en relación con su actividad apostólica véase 2Cor 11,22-33; 6,4-10; iCor 4,9-13; 1Tes 2,1-2; 3,1-4. Naturalmente, no hay que tener en cuenta los pasajes en que Pablo habla de sus planes de actividad y de sus viajes, ya que se trata de detalles relativos a la naturaleza misma de la comunicación epistolar y no de una descripción autobiográfica. En este recato en poner en primer plano su persona, Pablo se muestra coherente con su afirmación programática de 2Cor 4,5.

Puede sorprender el hecho de que el evangelio predicado por Pablo, a pesar de tener su origen dinámico en el encuentro con el resucitado en el camino de Damasco, no sea designado nunca como "evangelio de la resurrección". Es verdad que en iCor 15,14 Pablo escribe: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana es nuestra fe". Pero él habla muy poco de la resurrección, a pesar de que en He 17,18 hace de ella, junto con Jesús, el tema de su predicación (cf además del c. 5 de 1 Cor, las alusiones de Rom 6,5 y Flp 3,10). Pablo se veía obligado a combatir al mismo tiempo en dos frentes: por un lado contra la Iglesia de Jerusalén, que tendía a minimizar la novedad del evangelio; y, por otro, contra los espiritualistas de Corinto, que, apelando a ciertas experiencias carismáticas, supervaloraban los efectos del conocimiento de Cristo y de la comunión con él. De aquí su insistencia en la "palabra de la cruz" (iCor 1,18; cf también el v. 17).

6. EL FIN DE LA PALABRA. El fin que Pablo se propone con su insistencia en la palabra es llevar a sus oyentes o lectores a acoger el anuncio del evangelio, a interiorizarlo hasta quedar transformados por él. De esta manera la palabra de Dios renovará el milagro de la creación de Gén 1. La comparación es del mismo Pablo: "El mismo Dios que dijo: `Brille la luz de entre las tinieblas', iluminó nuestros corazones para que brille el conocimiento de la gloria de Dios, reflejada en el rostro de Cristo" (2Cor 4,6). Lo mismo que Dios hizo brillar la luz en las tinieblas del caos primordial, también la hace brillar ahora activando la predicación apostólica. Frente a este milagro, que es creativo, todo queda relativizado: "Da igual estar o no estar circuncidado" (Gál 6,15); lo único que importa es la "nueva creación" (ibid) que se lleva a cabo en Cristo (2Cor 5,17). Por eso Col 3,16 puede expresar este deseo: "Que la palabra de Dios viva entre vosotros con toda su riqueza".

7. CONDICIONAMIENTOS Y LÍMITES. La excelencia de la palabra predicada por Pablo, la fuerza que atribuye a su evangelio, podría también dejarnos perplejos e inclinados a considerar como verosímil la crítica de todos los que han definido a Pablo como un líder ambicioso y autoritario. Pero no hemos de olvidar que su teología de la palabra tiene un condicionamiento y un límite. El condicionamiento es el del Espíritu: "Nadie puede decir: `Jesús es el Señor', si no es movido por el Espíritu" (iCor 12,3), lo mismo que nadie puede invocar a Dios como Padre (Abbá) si no es el Espíritu el que da testimonio de que somos hijos de Dios (Rom 8,15s). Por consiguiente, la teología de Pablo en sentido estricto ("locus de Deo") y su cristología dependen del Espíritu y están sólidamente ancladas en su testimonio. Y esto vale también para la comunidad y sus miembros, a quienes van dirigidas las palabras citadas (cf también 1 Cor 12,11).

Por otra parte, el límite de la palabra es la escatología: "Ahora conozco de una manera imperfecta; entonces conoceré de la misma manera que Dios me conoce a mí... "Desaparecerán las profecías, las lenguas cesarán y tendrá fin la ciencia..." (iCor 13,8.12). Aunque llamada a desempeñar una función fundamental, la palabra apostólica sigue siendo provisional, partícipe de la naturaleza de quien la pronuncia, tesoro en vasos de barro (2Cor 4,7). Las únicas "palabras inefables" son las que Pablo oyó cuando fue arrebatado al paraíso (v. 2: el tercer cielo), "palabras que el hombre no puede expresar" (2Cor 12,4). Todas las palabras humanas, las del apóstol lo mismo que las de sus colaboradores y las de todos los que pronuncian en la Iglesia una palabra de profecía o de exhortación o de enseñanza (Rom 12,6-8; 1Cor 12,8-10; 14,1-6; 1Tes 5,14.20) tienen que valorarse en relación con la revelación de Cristo, crucificado y resucitado (cf iCor 15,3s; Gál 1,16). Si no son testimonio de esa revelación, serán palabras vanas.

VII. LA PALABRA EN LOS ESCRITOS DE JUAN. Consideremos ahora el cuarto evangelio, las epístolas de Juan y el Apocalipsis, sin entrar en la cuestión de si el autor es uno solo o son varios; el carácter relativamente homogéneo de estos escritos nos lo permite [t Juan: Cartas, Evangelio].

1. EN EL CUARTO EVANGELIO. En lenguaje joaneo puede llamarse "palabra" un dicho de los judíos (19,8.13: lo que dicen a Pilato), una frase de la mujer samaritana (4,39: su testimonio a sus paisanos sobre Jesús), los rumores de personas pertenecientes al círculo de los primeros discípulos después de la resurrección (21,23, a propósito de la suerte del discípulo amado).

También puede tratarse de una palabra del AT: "Así se cumplió la palabra que había dicho el profeta Isaías" (12,38; cf 15,25). Estas dos fórmulas no reflejan toda la riqueza de las referencias de Juan al AT, puesto que Juan no utiliza nunca el AT como un depósito de dichos probatorios, sino que suele referirse a él más bien de una forma alusiva: menciona a los patriarcas y a Moisés como personajes conocidos de los lectores y habla de las instituciones y acontecimientos salvíficos del antiguo pacto (el maná, el agua viva, la serpiente de bronce, la tienda, la gloria, el cordero, el templo) como si todo ello fuese depositario de una palabra de testimonio en favor de Cristo o de una interpretación de su persona y de su obra.

En algunos casos la palabra es la de Dios: esa palabra es verdad (17,17); Jesús la guarda (8,55) y se la da a los discípulos (17,14) para que también ellos la guarden (17,6). Los demás, por el contrario, no tienen la palabra morando dentro de ellos, puesto que no han creído en aquel que ha enviado el Padre (5,38). Por eso Jesús puede decir también: "La palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado" (14,24), afirmación que corresponde ala de 14,9: "El que me ha visto a mí ha visto al Padre".

Sobre este fondo, que confiere a la palabra de Jesús una autoridad divina, adquiere especial relieve la fórmula de 18,9 y 18,32, donde el cumplimiento de las palabras de Jesús se introduce de la misma forma que el cumplimiento de las palabras de la Escritura ("Para que se cumpliera la palabra que había dicho", muy parecido a la fórmula de cumplimiento de Mateo).

En cuanto a las palabras de Jesús, el cuarto evangelio habla de ellas en contextos y con expresiones bastante distintas de las de los evangelios sinópticos. Habla de ellas como de algo que es o que debe ser escuchado (14,24) o que no lo es (8,43). Y si no es escuchada esa palabra, entonces resulta imposible comprender el mensaje de Jesús, su discurrir sobre Dios ("mi lenguaje", gr., latía: 8,43). Por eso, en 5,24 escuchar la palabra de Jesús es paralelo a creer en el que lo ha enviado: escucharle quiere decir tener la vida eterna (ibid), haber pasado ya a través del proceso de purificación realizado mediante su palabra (15,3). El tiene "palabras (rhémata) de vida eterna" (6,68).

Lo mismo que en los evangelios sinópticos, la palabra de Jesús tiene todas las características de la palabra eficaz y dinámica que eran ya propias de la palabra de Dios en el AT: no sólo purifica, como hemos visto, sino que juzga: "El que me rechaza y no acepta mis palabras ya tiene quien lo juzgue; la palabra que yo he enseñado lo condenará en el último día" (12,48).

El término lógos (palabra) se utiliza en el prólogo de Juan para enseñar el carácter incomparable de la persona de Jesús. En clara referencia a Gén 1,1, la primera proposición enseña que "in principio" no existió el acto creativo de Dios porque ya antes "era el Verbo" (Lógos). La segunda y la cuarta proposición (l,lb y 2a) enseñan la comunión personal del Verbo con Dios. La tercera proposición alcanza el nivel más alto de la cristología, afirmando la naturaleza divina del Verbo: "Y Dios era el Verbo", en donde el sujeto es "el Verbo", mientras que Dios, sin artículo, es el predicado. No en el sentido de que los dos se identifiquen (a pesar de 10,30 y de 14,9, que tienen, sin embargo, un sentido más profundo que el inmediatamente aparente), sino en el sentido de que el Verbo es Dios en su obrar (Cullmann, Cristología, 398); es Dios que se revela, comunicando a los hombres el don de la verdad (1,14.17) mediante el Verbo que se hace carne (1,14), permitiéndonos contemplar su gloria (ibid) y trayéndonos la luz y la vida (1,4). En este uso de lógos han podido confluir el lógos estoico (principio racional del universo), la palabra creadora del AT, la sabiduría personificada del judaísmo posterior al destierro, las especulaciones de Filón de Alejandría, que traduce en términos de lógos lo que el judaísmo del siglo anterior expresaba en términos de sophía (sabiduría); pero "para entender rectamente los primeros versículos del prólogo debemos tener siempre en el oído el versículo 14 sobre el Lógos hecho carne" (Cullmann, ib, 295): no se trata del lógos abstracto de los estoicos, sino de "un Lógos que se hace hombre, y que precisamente por eso es Lógos" (ib). La identificación de Jesucristo con la palabra se encuentra también en 1Jn 1,1 ("el Lógos de la vida") y en Ap 19,13 ("el Lógos de Dios"). Por el contrario, no se puede tomar en consideración aquí la fórmula trinitaria de IJn 5,7, que enumera al "Padre, al Verbo y al Espíritu Santo", pues es probablemente una glosa marginal no anterior al año 400 d.C., que penetró luego en el texto de la Vulgata.

También en Juan, como en los evangelios sinópticos, gracias a la palabra el hombre llega a la fe: no solamente gracias al testimonio de la samaritana sobre Jesús ("Me ha adivinado todo lo que he hecho"), sino mucho más por la palabra misma de Jesús: "No creemos ya por lo que tú nos has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y estamos convencidos de que éste es de verdad el salvador del mundo" (Jn 4,39-42). El que ha acogido las palabras de Jesús sabe que Jesús ha salido de Dios y cree que el Padre es el que lo ha enviado (17,8). Pero no basta con escuchar, aun cuando se trate de un escuchar particular, que limita por un lado con el creer y por otro con el obedecer; recuérdese la frecuencia con que aparece en Juan la expresión "guardar mi palabra"(cf, p.ej., 8,51; 14,23; 17,6). Con la observancia de la palabra de Jesús están vinculadas promesas grandiosas: "El que me ama guardará mi palabra, mi Padre lo amará y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él" (14,23).

Otra expresión típicamente joanea para expresar la adhesión agradecida y sumisa a la palabra de Jesús es la de "permanecer" o "mantenerse firme" (ménein): "Si os mantenéis firmes en mi doctrina, sois de veras discípulos míos" (8,31). También a esto va unida una promesa: sólo a través de esta adhesión a la palabra (que se contrapone a un entusiasmo efímero y superficial) se puede llegar a la plenitud de la verdad y de la libertad: "Si os mantenéis firmes en mi doctrina..., conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (8,31). Para que esto suceda es preciso que la palabra logre conquistar para sí un puesto en el hombre: "Intentáis matarme porque no os entra mi palabra" (8,37); o con otra expresión típica de Juan, es preciso que el hombre haya nacido de Dios, sea de la verdad, sea de arriba y no de abajo: "El que es de Dios acepta las palabras de Dios. Vosotros no las aceptáis porque no sois de Dios" (8,47); cf el coloquio de Jesús con Nicodemo: "El que no nace de nuevo [o de arriba, es decir, del cielo, de Dios: cf 3,31] no puede ver el reino de Dios" (3,3) [/ Juan, Evangelio; / Jesucristo II, 2b].

2. EN EL APOCALIPSIS. El Apocalipsis merece una atención especial por su manera de usar el término "palabra" (además de 19,13, del que se habló ya, / VII,1); Juan lo utiliza para aludir al libro del Apocalipsis (1,2; 22,6.7.9.10.18). Pero nunca se lo define como "palabra de Dios", sino todo lo más como palabra profética. "Palabras de Dios" (en plural) se usa en 19,9 y 17,7 en relación con cosas específicas dichas por Dios, aunque por medio de los profetas (10,7). Por el contrario, en singular se usa "palabra de Dios" para indicar el testimonio dado por los mártires (20,4) o por el mismo autor del Apocalipsis (1,2), que se encontraba en la isla de Patmos, confinado "por haber predicado la palabra de Dios y por haber dado testimonio de Jesús" (1,9). Aquí "de Dios" y "de Jesús" son genitivos subjetivos, no objetivos: no describen lo que Juan predicaba, sino la palabra dicha por Dios y el testimonio dado por Jesús: llamado a la fe por esa palabra y por ese testimonio, Juan se ha convertido también en un testigo de ese mensaje de salvación. Es el mismo mensaje de salvación que conservó la Iglesia de Filadelfia (3,8.10). En el griego se usa aquí el mismo verbo que ya vimos en el cuarto evangelio, y que se tradujo allí por "guardar la palabra".

VIII. LA PALABRA EN LA CARTA A LOS HEBREOS. El tema de esta carta se indica así ya en los primeros versículos: "Dios, después de haber hablado muchas veces y en diversas formas a nuestros padres por medio de los profetas, en estos días, que son los últimos, nos ha hablado por el Hijo" (1,1-2a). Más que una carta, Hebreos es un tratado religioso, que intenta presentar a Jesucristo como palabra definitiva de Dios, superior a las anteriores.

En el capítulo 4 encontramos una digresión sobre la palabra de Dios, que podría ser muy bien un himno en dos estrofas, reconstruido así por A. Vanhoye: "La palabra de Dios es viva y eficaz,/ más aguda que espada de dos filos, que penetra/ hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula;/capaz de juzgar los sentimientos y los pensamientos./No hay criatura alguna que escape a su vista,/sino que todo está desnudo y descubierto a sus ojos./A él es a quien debemos dar cuenta".

Otros prefieren referir este "él" de la segunda estrofa a Dios y no al Verbo; pero incluso en este caso se sigue acentuando fuertemente la identidad divina del Verbo, que coincide prácticamente con Dios mismo.

En el resto de la carta, "palabra" puede indicar el AT (2,2), o bien la predicación cristiana (13,7) o la misma epístola (13,22).

IX. HACIA LA PALABRA ESCRITA (NT). Ocasionalmente, con lógos los evangelios sinópticos se refieren a veces a textos escritos del AT, por ejemplo en Lc 3,4. En las citas de cumplimiento, características del evangelio de Mateo, por el contrario, no se encuentra lógos en la fórmula de introducción, aunque está implícito en los participios tó réthen (lo que fue dicho) y légontos (que dijo). Este último genitivo sigue habitualmente al nombre del escritor bíblico citado. Las citas y la fórmula tienen una finalidad cristológica: demostrar que Cristo es la conclusión de lo que se dijo antes de él. La palabra pronunciada por Dios en el pasado encuentra ahora su cumplimiento (cf Mt 5,17). Nos encontramos en una situación intermedia, en donde la palabra se refiere a lo que "dijeron" los profetas u otros autores bíblicos, pero el evangelista tiene conocimiento de ello a través del texto escrito de sus profecías. De este modo este uso puede representar una transición hacia el empleo de lógos para indicar la predicación apostólica no sólo en su forma oral, sino también en la escrita. Lucas, como hemos visto ya, indica con lógos la predicación y la enseñanza de la Iglesia, por ejemplo: "Para que conozcas el fundamento de las enseñanzas (lógon)" que has recibido (Lc 1,4); pero en el prólogo de los Hechos desplaza este significado a la palabra escrita: "En mi primer libro (lógon) traté de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio"(He 1,1). Por el contrario, es presinóptico el uso de lógos en la explicación de la parábola del sembrador (ya que la encontramos en las tres redacciones de esta parábola: Mc 4,14-20; Mt 13,19-23; Lc 8,11-15). En estos tres pasajes el interés de Lucas recae en la identificación semilla/palabra, es decir, en la predicación y enseñanza de la Iglesia, mientras que el de Marcos, incluso en su explicación, se orienta más bien hacia la figura del sembrador: "El sembrador siembra la palabra" (Mc 4,13), dirigiendo al lector hacia una interpretación personal (sembrador = Cristo, o sembrador = apóstoles)

Tampoco en las cartas de Pablo, a pesar de que su interés se dirige especialmente hacia la palabra predicada, faltan alusiones que abren a la consideración de la palabra escrita, que se convertirá más tarde en el canon neotestamentario.

En Pablo es posible citar como etapa preparatoria el uso que hace del AT, a la luz de lo que escribe en 2Cor 3. Pablo cita el AT 93 veces (Ellis, 11), prescindiendo de una cantidad incalculable de reminiscencias bíblicas. Pablo usa el AT, no leyéndolo literalmente, en una búsqueda mecánica de "pruebas escriturísticas", como sucedería luego en muchos escritores cristianos; más que del AT a Cristo, Pablo va de Cristo al AT, para volver luego desde allí a la vida cristiana (Campenhausen, Bibel, 37).

La segunda etapa preparatoria es el uso de tradiciones prepaulinas: profesiones de fe (lCor 12,3; Rom 10,9; ICor 8,6; Rom 4,25; 1,3b-4a), himnos (Flp 2,6-11; Col 1,13-20), textos litúrgicos (1Cor 11,23-26). Al citar esos documentos, Pablo no parece tener ningún complejo de inferioridad: a pesar de ser tradicionales, no tienen aún el carácter fijo y la autoridad de un escrito canónico. No parecen ser "palabra de Dios" más de cuanto lo es la predicación oral (l Tes 2,13).

Otro paso hacia la palabra escrita es la existencia misma de las cartas. Es verdad que ni Pablo ni quienes las recibieron pensaban en algo más que en un escrito ocasional, ciertamente precioso, debido a la relación de conocimiento mutuo que ligaba a Pablo con sus corresponsales. Una prueba de ello es el hecho de que durante casi todo el siglo i d.C. no fueron citadas nunca; y el mismo Lucas, al componer los Hechos de los Apóstoles, no parece conocer su existencia, ni siquiera como simples fuentes de información, y mucho menos como primeros documentos de las futuras Escrituras cristianas. Pero representan un posible paso en esa dirección aquellos pasajes en que el mismo Pablo se refiere a sus escritos dentro de su epistolario: lCor 5,9, con la alusión a una carta escrita anteriormente; 2Cor 2,2-4; 7,8ss, donde Pablo se refiere a una carta de reproches, escrita con muchas lágrimas. No sólo este pasaje, sino los anteriores presuponen igualmente que las cartas de Pablo se guardaban, o por lo menos se recordaba su contenido.

Sin quitarle nada al valor canónico que se confirió con el correr de los años al epistolario, no hemos de olvidar su carácter original de palabra contingente, inmediata, dirigida a unos destinatarios concretos. Este carácter original es el que nos permite designar también con el término de "palabra" su colección canónica.

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B. Corsani