MISERICORDIA
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SUMARIO: I. Vocablos y conceptos: 1. En el texto hebreo; 2. En el texto griego. II. Dios, rico en misericordia: 1. Con todas las criaturas; 2. Con su pueblo; 3. Con los pecadores. III. Cristo, imagen del Padre misericordioso: 1. En su vida; 2. En sus palabras. IV. Sed misericordiosos.


I. VOCABLOS Y CONCEPTOS. En nuestras versiones de la Biblia, el término "misericordia" se utiliza para traducir varios vocablos, tanto hebreos como griegos, cada uno de los cuales tiene un significado propio con diversos matices que de ordinario no percibe el lector por considerar la misericordia eminentemente como un sentimiento de piedad o de compasión, que induce a la ayuda y al perdón. Por tanto es necesario partir de las lenguas originales para alcanzar una comprensión exacta y completa.

1. EN EL TEXTO HEBREO. El primero de los términos hebreos con que el AT indica la misericordia es rehamîm, que designa propiamente las "vísceras" (en singular, el seno materno); pero que en sentido metafórico se expresa para señalar aquel sentimiento íntimo, profundo y amoroso que liga a dos personas por lazos de sangre o de corazón, como a la madre o al padre con su propio hijo (Sal 103,13; Jer 31,20) o a un hermano con otro (Gén 43,30). Estando este vínculo situado en la parte más íntima del hombre (o sea, las vísceras, como cuando nosotros hablamos de amor entrañable o de odio visceral, aunque generalmente preferimos el término "corazón"), el sentimiento que de allí brota es espontáneo y está abierto a toda forma de cariño. Cuando lo requieren las circunstancias, se traduce espontáneamente en actos de compasión o de perdón (Sal 106,43; Dan 9,9).

El segundo término es hesed (con todos sus derivados), que a menudo va unido al anterior en forma de sinónimo o de precisión explicativa (Sal 25,6; 40,12; 103,4; Is 53,7; Jer 16,5; Os 2,21), aunque se distingue de él porque no nace de un sentimiento espontáneo, sino más bien de una deliberación consciente, como consecuencia de una relación de derechos y deberes, que generalmente se da por parte del superior para con el inferior (el marido para con la mujer, los padres para con los hijos, el soberano para con sus súbditos). El significado fundamental es el de bondad; pero de brdinario se manifiesta en forma de piedad, de compasión o de perdón, teniendo siempre como fundamento la.fidelidad a un compromiso que se siente como tal, ya sea por vínculos de naturaleza o en virtud de la propia posición o también por un deber jurídico libremente asumido.

A los dos vocablos señalados hay que añadir tres verbos con sus respectivos derivados, usados al lado o en paralelo con rehamfm. Son hanan, mostrar gracia, ser clemente (Éx 33,19; Is 27,11; 30,18; Sal 102,18); hamal, compadecer, sentir compasión, y por tanto perdonar (al enemigo) (Jer 13,14; 21,7); hus, conmoverse, sentir piedad, sentir lástima (Is 13,18).

2. EN EL TEXTO GRIEGO. El vocabulario griego de los LXX refleja fundamentalmente los conceptos del original hebreo, incluso cuando el significado original de los vocablos escogidos no es idéntico por la amplitud de su contenido y por sus matices. La observación vale también para el NT, que adopta el lenguaje de los LXX y, con él, toda la tradición religiosa subyacente.

El término griego utilizado con mayor frecuencia en los dos Testamentos es éleos (con sus respectivos derivados), que de ordinario traduce a hesed,• pero a diferencia del mismo no se sitúa en la esfera jurídica, sino en la psicológica, partiendo de una profunda conmoción de ánimo, que se traduce en gestos de piedad y de compasión, de bondad y de misericordia. En la práctica desemboca muchas veces en "limosna" (elemósyna, término derivado directamente de éleos) o beneficencia para con los pobres y los necesitados, tantas veces recomendada en la Biblia (Tob 4,7.16; Si 29,8; Mt 6,2-4; Lc 11,41; 12,33; He 3,2-3.10; 9,36; 10,2.4.31; 24,17).

Viene a continuación, pero con un uso muy reducido, oiktirmós, que subraya el aspecto exterior del sentimiento de compasión, en cuanto que se traduce en conmiseración y condolencia, y luego en piedad y misericordia. De ordinario traduce el hebreo rehamim, aunque también otros vocablos que significan mostrar gracia y favor. Hay que recordar, finalmente, aunque de uso todavía más reducido, splánjna, que literalmente equivale a rehamim ("vísceras"), aun cuando sólo en una ocasión traduce este vocablo (Prov 12,10). Partiendo de la sede misma de la cual, según los antiguos, brotaban los sentimientos, expresa condescendencia, amor, cariño, simpatía y benignidad, pero también misericordia y compasión.

Hay que tener en cuenta toda esta riqueza y variedad de vocabulario si se quiere obtener una acertada síntesis del concepto de misericordia en la Biblia.

II. DIOS, RICO EN MISERICORDIA. Trasladando el lenguaje de la experiencia humana y aplicándolo de manera antropomórfica a Dios, los autores sagrados han conseguido darnos, como nunca había sido posible hacerlo, una "imagen trepidante de su amor, que en contacto con el mal, y en particular con el pecado del hombre y del pueblo, se manifiesta como misericordia" (Dives in misericordia, n. 52). La confianza absoluta y constante de Israel en este amor misericordioso y tierno de Yhwh se manifiesta en cada una de las páginas del AT; pero se expresa de manera admirable en aquella fórmula contenida en Ex 34,6-7, que suena como una profesión de fe: "El Señor, el Señor, Dios clemente y misericordioso, tardo para la ira y lleno de lealtad y fidelidad, que conserva su fidelidad a mil generaciones y perdona la iniquidad, la infidelidad y el pecado". La acumulación de tantos sustantivos, estrechamente vinculados e intercambiables entre sí, es un índice de la intensidad del concepto que se quiere inculcar, mientras que los adjetivos que les acompañan cualifican al obrar divino, que, a diferencia del humano, no es instintivo, pasional, desconsiderado e impetuoso en su reacción contra el mal, sino lento, paciente y ponderado, así como rico en generosidad, en compasión y en tolerancia; tan rico que los gestos de su misericordia no se restringen ni siquiera al espacio de mil generaciones (Gén 32,5; Ex 20,6; Dt 5,10). De esta certeza es de donde dimana esa especie de estribillo que tantas veces se escucha en las páginas sagradas: "Su amor es eterno" (Sal 100,5; 106,1; 107,1; 118,1.4.29; 136; 1Crón 16,34. 41; Jer 33,11).

La fórmula de Ex 34,6-7 se recoge, en todo o en parte, en algunos otros lugares del AT (Núm 14,18; Sal 86,15; 103,8.13; 145,8; Neh 2,13; Jl 2,13; Jon 4,2), así como en la fórmula compendiada "rico en misericordia", de Ef 2,4. A menudo los orantes, necesitados de perdón, de ayuda y de protección, se dirigen a Dios invocando su piedad (Sal 4,2; 6,3; 9,14; 25,16; 51,3) y llamándolo padre (Is 63,16; cf Sal 103,13). Pero es en Is 49,15 donde encontramos la imagen más alta y significativa del amor inmutable e invencible de Dios cuando, al lamento de Sión que se duele de verse abandonada, el mismo Yhwh responde: "¿Puede acaso una mujer olvidarse del niño que cría, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues aunque ellas (las entrañas) lo olvidaran, yo no me olvidaría de ti". Si es verdad que en la realidad de los hombres no existe ningún vínculo tan fuerte y tan duradero como el amor de una madre por el fruto de sus entrañas, con esta atrevida apelación el profeta llega a decir que el amor de Yhwh trasciende cualquier tipo o modelo humano, ya que es infinito e indefectible.

1. CON TODAS LAS CRIATURAS. El primer relato de la creación nos muestra al Creador que, como un buen artista, al terminar cada una de sus obras se complace en el feliz resultado y en la bondad de todo lo que su palabra ha llamado a la existencia (Gén 1,10.12...31). Los salmistas, a su vez, celebran repetidamente, junto con su gloria y su sabiduría, que resplandecen en la magnificencia de lo creado, su amor, su fidelidad y su misericordia, de donde dimanó su acto creativo y por las cuales se regula su gobierno del mundo (Sal 103; 136; 145; 147). Reflexionando sobre esta longanimidad divina, el autor del libro de la Sabiduría afirma en forma de oración: "Tienes misericordia de todo porque todo lo puedes"; y a continuación añade: "Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que hiciste, pues si algo aborrecieras no lo hubieses creado. ¿Y cómo subsistiría nada si tú no lo quisieras? O ¿cómo podría conservarse si no hubiese sido llamado por ti? Pero tú perdonas a todos, porque todo es tuyo, Señor, que amas cuanto existe. Porque tu espíritu incorruptible está en todas las cosas" (Sab 11,23-12,1).

En realidad, si todo lo que hay en el mundo es obra de Dios, nada se sustrae a su gobierno, a su providencia, y por tanto tampoco a su amor compasivo. Por eso el salmista puede cantar: "La tierra está llena del amor del Señor" (Sal 33,5). Y, de forma específica para el hombre, el sabio puede decir que "la compasión del Señor envuelve a todas sus criaturas" (Si 18,13, con todos los vv. 1-14). Eneste sentido la historia de Jonás, con todas sus peripecias que rayan en lo grotesco, resulta sumamente instructiva, pues nos permite comprender cómo la misericordia divina es realmente universal y no conoce límites ni admite barreras de ninguna clase.

2. CON SU PUEBLO. Si el vínculo de la creación y de la "paternidad" divina de todo lo que existe se presenta en el AT como el motivo de fondo que mueve a Dios a rodear de un amor atento y misericordioso a todos los seres humanos sin distinción, el vínculo de la elección con que quiso ligarse gratuitamente a Israel con un pacto eterno de fidelidad hace que semejante amor sea visto casi como una obligación, en virtud de la palabra a la que se ha prestado juramento y que no puede fallar. El éxodo de Egipto y el don de la alianza sinaítica son dos hechos íntimamente relacionados entre sí, como causa y efecto; e Israel mantuvo siempre viva, durante toda su historia, la conciencia de haber experimentado de forma singularísima y casi sensiblemente los efectos vivificantes de la misericordia divina, no sólo en los momentos trágicos de la esclavitud, sino también en los que siguieron a su liberación hasta que logró entrar en la tierra prometida. Así, el salmo litánico 136, dirigido todo él a la celebración de Yhwh "porque es eterno su amor", después de haber recordado brevemente algunas de las maravillas realizadas en la creación (vv. 4-9), pasa a recordar, uno tras otro, todos los prodigios que ha llevado a cabo en la historia de Israel, desde la muerte de los primogénitos de Egipto hasta la liberación de los enemigos que se les oponían en la tierra de Canaán (vv. 10-24). La posterior historia bíblica, desde los jueces hasta los umbrales del NT, a pesar de estar toda entretejida de infidelidades, desviaciones, rebeliones y pecados por parte del pueblo elegido, no es más que la continuación ininterrumpida de este perenne despliegue de la misericordia divina, que es compasión, perdón, ayuda y protección.

Superando los estrechos límites de los derechos-deberes relacionados con la concepción jurídica del pacto de alianza, los profetas, con su sensibilidad afinada muchas veces por la experiencia amarga de su misión, llegaron a percibir su razón más profunda en el amor irresistible con que Yhwh rodea y rodeará siempre a su pueblo: "Con amor eterno te he amado" (Jer 31,3). Es un amor que va mucho más allá del amor, ya grande, de un padre o de una madre por su propio hijo, sobre todo si se trata del primogénito (cf Ex 4,22; Dt 1,31; Os 11,1.3), para colocarse en la esfera del amor entre los esposos (cf Cant), el cual, aunque se funda también en un pacto de alianza, subraya mejor la gratuidad por una parte y la intensidad por la otra. Esta idea es desarrollada sobre todo por / Oseas (cc. 1-3) quien, para expresar el carácter propio del amor divino a Israel, no vacila en recurrir a la imagen de una mujer adúltera y prostituta, a la que sigue buscando su esposo (Dios) a pesar de sus infidelidades, hasta lograr que se convierta, vuelva a él y lo llame de nuevo con el cariño del primer amor: "Marido mío" (2,18). Y entonces, dice el Señor, "me casaré contigo para siempre, me casaré contigo en la justicia y el derecho, en la ternura y el amor; me casaré contigo en la fidelidad y tú conocerás al Señor" (2,21-22).

La imagen del amor conyugal es recogida luego por Jeremías, y más tarde por Ezequiel (Je 2,2; 3,1; 31,20; Ez cc. 16 y 23). Pero cuando Israel haya pagado con el destierro sus infidelidades, el Déutero-Isaías volverá a consolarlo con palabras llenas de ternura y de compasión, que hacen comprender cómo el amor divino jamás desfallece, aun cuando castigue severamente: "Tu esposo será tu creador. Sí, como a una mujer abandonada y desolada, te ha querido el Señor. A la esposa tomada en la juventud, ¿se la puede rechazar? —dice tu Dios—. Sólo por un momento te había abandonado, pero con inmensa piedad te recojo de nuevo" (Is 54,5-7).

3. CON LOS PECADORES. En la segunda parte de la confesión que ya hemos recordado de Ex 34,6-7 se lee que Dios "conserva su fidelidad a mil generaciones y perdona lá iniquidad, la infidelidad y el pecado, pero que nada deja impune, castigando la maldad de los padres en los hijos y en los nietos hasta la tercera y cuarta generación" (v. 7). La culpa y el castigo son dos términos que, en el concepto humano de justicia, se implican mutuamente. Pero en Dios la distancia que corre entre la cuarta y la milésima generación muestra, con claridad matemática, cómo la misericordia supera en mucho a la / justicia, que exige el castigo del delito, para dilatarse hasta el infinito. Basados en esta certidumbre, los israelitas, lo mismo como pueblo que como individuos, no cesan nunca de apelar a la piedad de Yhwh para que perdone y olvide sus pecados por muy grandes que sean (Sal 25,7.11.18; 51,3-4.11; etc.). Saben que si Dios tuviera que sopesar nuestras culpas, nadie podría salvarse; sin embargo, confían siempre en su perdón, porque saben también que su bondad supera todos los límites (Sal 103,8-18; 130,3-4; Jer 31,20), pues no desea la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (Ez 18,21-23; 33,11; cf Is 55,7).

Lo que Dios quiere del pecador es ante todo el reconocimiento y la confesión humilde de su propio pecado, y consiguientemente la conversión (Sal 32,5; 38,19; 51,4-5; Prov 28,13).

Pero el Sirácida exhorta y advierte que no se debe abusar de la longanimidad divina: "Conviértete al Señor cuanto antes, no lo dejes de un día para otro. Porque de repente se desata la ira del Señor, y en el día de la venganza serás aniquilado" (Si 5,7). Incluso cuando castiga, Dios actúa siempre como un padre que no busca más que el bien de su hijo (Dt 8,5; Jer 3,19; 31,10), o como un pastor que guarda y cuida las ovejas de su rebaño (Sal 74,1; 80,2; Ez 34,12-22).

Reflexionando sobre la historia del éxodo y de la entrada en la tierra de Canaán, un autor de la época helenista percibe que también en estos momentos en que la justicia divina parece manifestarse de forma más severa con los enemigos de Israel, Dios se mostró manso y generoso, evitando su destrucción (Sab 11,17-22). Son dos las lecciones que saca entonces el mismo autor de este hecho: la primera es que Dios, castigando con moderación, intenta corregir al pecador con vistas a su arrepentimiento y su conversión (11,23; 12,2.10); la segunda, de orden pedagógico, es que a través de la prueba de los castigos los pecadores tienen que aprender cuánto cuesta alejarse del Señor (11,6), mientras que los justos deben sacar de allí motivos para portarse lo mismo que el Señor, teniendo con todos la misma generosidad y comprensión (Sal 12,19; cf Dt 8,3.5; Job 5,17; Prov 3,11-12; Heb 12,5).

III. CRISTO, IMAGEN DEL PADRE MISERICORDIOSO. "Imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación" (Col 1,15; cf 2 Cor 4,4), el Hijo unigénito del Padre, "el resplandor de su gloria y la impronta de su ser" (Heb 1,3), "haciéndose carne y habitando entre nosotros"(Jn 1,14), fue desde su aparición en el mundo el revelador del misterio de aquel a quien Pablo llama, con una locución muy de sabor semítico, "el Padre de las misericordias" (2Cor 1,3), es decir, aquel que es fuente de la misericordia y que la derrama generosamente sobre nosotros. Más que cualquier otro atributo divino, todo el NT muestra que Cristo és realmente la imagen viviente del Padre, "rico en misericordia" (Ef 2,4); pero antes con su vida que con sus palabras.

1. EN SU VIDA. El evangelista / Lucas, que entre otros apelativos se ha merecido también el de "scriba mansuetudinis Christi" (Dante, De monarchia 1,16), nos presenta a Jesús que en el acto de inaugurar su ministerio público en la sinagoga de Nazaret lee y hace suyas estas palabras de Is 61,1-2: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres, a anunciar la libertad a los presos, a dar la vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor" (Lc 4,18-19). Cuando más tarde el Bautista envíe a preguntar si él era el Cristo-mesías, responderá haciendo eco a las palabras del profeta: "Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia el evangelio a los pobres (Lc 7,22). En realidad, la vida pública de Jesús es todo un despliegue de amor y de misericordia frente a todas las formas de miseria humana, con todos aquellos que física o moralmente tenían necesidad de piedad y compasión, de ayuda y sostén, de comprensión y de perdón, por los que él no sólo acude a su poder taumatúrgico, sino que se enfrenta incluso con la mentalidad estrecha y hostil del ambiente con tal de hacer el bien y sanar a todos (He 10,38). Médico de los cuerpos, por consiguiente, pero sobre todo de las almas (Mc 2,17; Lc 5,21), como lo demuestra su actitud llena de indulgencia y de favor con los pecadores, que encuentran en él un "amigo" (Lc 7,34), y con los que no tiene ningún reparo en tratar, a pesar de los recelos de muchos, llegando incluso a sentarse a su mesa (Lc 5,27-32; 7,36-50; 15,1-2; 19,1-10).

En los evangelios vemos cómo se conmueve frecuentemente ante las necesidades de los hermanos y "siente compasión" por todos, sea cual sea su enfermedad o su necesidad (Mc 1,41; 5,19; 6,34; 8,2; Mt 9,36; 14,14; 15,32; 20,34; Lc 7,13). Por eso, todos los que recurren a él lo hacen como si se dirigieran a Dios mismo, invocando su misericordia (Mc 9,22; 10,47-48; Mt 9,27; Lc 17,13; 18,38-39), suplicándole: "¡Ten compasión de mí, Señor!" (Mt 15,22; 17,15; 20,30-31). Habiéndose hecho en todo semejante a los hermanos y habiendo experimentado en su propia carne la dureza del sufrimiento humano (Heb 2,17-18), con esta experiencia acepta libremente morir en la cruz por la redención del mundo. Es también éste —más aún, éste sobre todo— un testimonio de su amor misericordioso, que no ha disminuido con su ascensión al santuario celestial, en donde está sentado a la derecha del Padre como "sumo sacerdote misericordioso y fiel" (Heb 2,17), al que podemos dirigirnos "a fin de obtener misericordia y hallar la gracia del auxilio oportuno" (Heb 4,16).

2. EN sus PALABRAS. Para defenderse de las acusaciones de los fariseos y para justificar su comportamiento, lleno de compasión y de condescendencia con los publicanos y los pecadores (Lc 15,1-2), Jesús narra tres parábolas, todas ellas inmensamente bellas y significativas. Las dos primeras, la de la oveja extraviada y la de la dracma perdida (15,3-10), se cierran con una alusión a la alegría que causa en el cielo el hallazgo-conversión, aunque sea de un solo pecador. La tercera, llena de indicaciones de fina psicología paternal, muestra cómo un hijo pródigo y libertino es esperado afanosamente por su propio padre, que espía su retorno y que, al divisarlo de lejos, se llena de compasión y corre a abrazarlo (Lc 15,11-32). Es la imagen más viva del amor ilimitado del Padre celestial, que Jesús nos revela de una forma incomparable, como sólo él podía hacerlo. Los hombres tienen que conocer y experimentar este amor; y por eso Jesús, después de curar al endemoniado que quería seguirle por agradecimiento, le ordena con decisión: "Vete a tu casa con los tuyos y cuéntales todo lo que el Señor, compadecido de ti, ha hecho contigo" (Mc 5,19). Con estas palabras parece como si nos quisiera ofrecer la clave para entender todos sus / milagros en su significado más profundo. Es el Padre el que actúa en él (Jn 5,17) y el que en su persona manifiesta visiblemente su misericordia.

De esta manera, toda la obra de salvación realizada por Cristo, desde su llegada al mundo hasta el misterio pascual de su muerte y resurrección, ha de considerarse como la actuación del designio providencial concebido por el Padre en su gran amor a los hombres (la "filantropía" divina de Tit 3,4), como tan bien lo comprendió el evangelista de la misericordia en los dos cánticos del Magníficat y del Benedictus, donde por labios de María y del anciano Zacarías celebra la divina misericordia, que ha venido a difundirse de generación en generación sobre todos los que le temen (Lc 1,50.54.72.78). San Pablo, mientras que por un lado insiste en subrayar la absoluta gratuidad del don de la misericordia divina, que se lleva a cabo en la redención realizada por Cristo (Rom 9,15, con pa'abras sacadas de Ex 33,19; Rom 4,4, Tit 3,7), por otro lado llega a afirmar, paradójicamente, que en su providencia "Dios encerró a todos en la desobediencia para tener misericordia con todos" (Rom 1,32; cf Gál 3,22).

Para los bautizados, en particular, el mismo apóstol recuerda que "éramos, por naturaleza, objeto de la ira divina, igual que los demás. Pero Dios, rico en misericordia, por el inmenso amor con que nos amó, nos dio vida juntamente con Cristo..., a fin de manifestar en los siglos venideros la excelsa riqueza de su gracia mediante su bondad para con nosotros" (Ef 2,3-5.7). Por lo que a él se refiere, bendice y da gracias desde lo más profundo de su corazón a "Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, padre de las misericordias y de todo consuelo, que nos consuela en todos nuestros sufrimientos para que nosotros podamos consolar a todos los que sufren con el consuelo que nosotros mismos recibimos de Dios" (2Cor 1,3-4). Es maravilloso este despliegue del amor misericordioso del Padre, que en Cristo se derrama sobre los hombres bajo la forma de aliento y de consuelo y se difunde de un individuo a otro para remontarse luego a la fuente en forma de bendición y de acción de gracias.

IV. SED MISERICORDIOSOS. El mensaje de la misericordia en el NT se modela y se desarrolla recogiendo la parte mejor de la enseñanza del AT, profundizando en su concepto y enriqueciéndolo de contenidos, tanto en sentido vertical como en sentido horizontal. Contra los que, enredados en las mallas del formalismo jurídico, tardaban en comprender el valor de virtudes fundamentales, como "la justicia, la misericordia y la fe" (Mt 23,23: tres términos íntimamente relacionados entre sí), Jesús afirma decididamente la primacía del amor y del perdón sobre todas las ofrendas y sacrificios prescritos por la ley, remitiendo a la autoridad de las palabras que el profeta (Os 6,6) hacía pronunciar a Yhwh: "Misericordia quiero y no sacrificios" (Mt 9,13; 12,17). Con este espíritu, al comienzo del sermón de la montaña proclama: "Dichosos los misericordiosos,'porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5,7). Luego, después de haber insistido en la necesidad de practicar desde lo hondo del corazón y de modo universal el amor al prójimo, hasta conceder el perdón a los propios enemigos y perseguidores, concluye: "Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (5,48). La confrontación con el texto paralelo de Lc 6,35-36 permite comprender el sentido concreto de esta frase. En efecto, después de haber dicho que hay que hacer el bien a todos y amar incluso a los enemigos a semejanza del Altísimo, que "es bueno con los desagradecidos y con los malvados", añade: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso". Esto significa que el ideal de santidad y de perfección al que Cristo llama a sus seguidores se concreta en las obras de misericordia espiritual y corporal, que son las formas más elevadas del amor al prójimo, como lo muestra la parábola del buen samaritano (Lc 10,30-37), el cual, a diferencia de quienes le precedieron en el camino de Jerusalén a Jericó, "se compadeció" del desgraciado judío, "enemigo" de raza, y se cuidó de él, por lo que merece ser señalado como modelo de caridad con el prójimo por haberse "compadecido de él" (v. 37).

Jesús advierte además que el juicio final recaerá sobre las obras de misericordia y de bondad que hayamos practicado con el prójimo más necesitado y que él considerará c ;mo hechas o negadas a él mismo (Mt 25,31-46). Del mismo modo advierte que, si queremos que en el momento del juicio final nos perdone nuestras deudas, como el rey de la parábola del siervo despiadado, también nosotros tenemos que ser generosos (Mt 18,32-33), mientras que en el padrenuestro enseña a pedirle a Dios: "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden" (Mt 6,12.1415). Por eso Sant 2,13 afirma: "El juicio será sin misericordia para el que no ha tenido misericordia; pero la misericordia triunfa sobre el juicio".

A ejemplo del maestro, "afable y humilde de corazón" (Mt 11,29), que muere en la cruz invocando el perdón para sus verdugos (Lc 23,34), sus discípulos practican e inculcan la necesidad de practicar la misericordia como virtud esencial para el cristiano, lo mismo que el amor fraterno, el perdón de las ofensas, la hospitalidad y todas aquellas formas concretas de ayuda, que son su expresión visible (Rom 12,8; Ef 4,32; Flp 2,1; Col 3,12; lPe 3,8; 4,8-11; Jds 23). La razón de fondo se explica en 1Jn 3,17: "Si alguno tiene bienes de este mundo, ve a su _hermano en la necesidad y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede estar en él el amor de Dios?", donde se utiliza la palabra clásica "entrañas", como en Flm 7,12.20; cf l Re 3,26; Is 49,15; Jer 31,20; Os 2,25. Convencidos, finalmente, de que la falta de misericordia atrae la cólera divina (Rom 1,31; cf Didajé 5,2; Bernabé 20), la invocan del Señor deseándola a los destinatarios y lectores de sus cartas, junto con la gracia y la paz (Gál 5,16; 1Tim 1,2; 2Tim 1,2; Tit 1,4; 2Jn 5; Jds 2) [/ Amor III-IV; / Alianza].

BIBL.: BULTMANN R., éleos, etc., en GLNT III, 399-424; ID, oictíró, etc., en GLNT VIII, 449-456; CHIESA B., Un Dio di misericordia e di grazia (Es 34,4-6.8-9), en "BibOr" 14 (1972) 107-118; CONCETTI G. (ed.), Giovani Paolo II. Dio ricco di misericordia, Logos, Roma 1980; CONGAR Y., La misericorde attribut souverain de Dieu, en "La vie spirituelle" (1962) 380-395; ESSER H.H., Misericordia, en DCBNT 1013-1023; GHIDELLI C., Peccato dell'uomo e misericordia di Dio, Ed. Paoline, Roma 1983; KOESTER K., splánjnon, etc., en GLNT XII, 903-934; STOEBE H.J., haesaed - Bondad, en DTMAT I, 832-861.

A. Sisti