MATRIMONIO
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SUMARIO: I. Ideal y realidad en el matrimonio: 1. Sombras...; 2. ... Y luces en la experiencia matrimonial. II. La enseñanza matrimonial de los profetas: 1. La alegoría nupcial para expresar la alianza de Dios con Israel; 2. Alcance teológico de la alegoría; 3. El matrimonio como alianza. II1. La literatura sapiencia[: 1. El "don" de los hijos; 2. La mujer virtuosa y la mujer adúltera; 3. El mensaje nupcial del Cantar de los Cantares. IV. El proyecto original de Dios sobre el matrimonio: 1. La tradición yahvista; 2. La tradición sacerdotal. V. La doctrina sobre el matrimonio en el NT: 1. El interés de Jesús por la familia; 2. La familia puede trascenderse; 3. Matrimonio y divorcio en el pensamiento de Jesús. VI. El matrimonio en la doctrina de san Pablo: 1. La dignidad del matrimonio; 2. "Privilegio paulino": ¿excepción a la ley de la indisolubilidad?; 3. Matrimonio y virginidad; 4. Matrimonio como signo sacramental de la unión de Cristo con la Iglesia; 5. Pastoral familiar en san Pablo; 6. Interés por las viudas. Conclusión.

La constitución pastoral Gaudium et spes, del Vaticano II, enfrentándose con algunos problemas urgentes de la sociedad contemporánea, comienza precisamente por el matrimonio y por la familia: "La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana va estrechamente unida a una situación feliz de la comunidad conyugal y familiar". Pero inmediatamente después afirma que "no en todas partes brilla con la misma claridad la dignidad de esta institución, ya que está oscurecida por la poligamia, la plaga del divorcio, el llamado amor libre y otras deformaciones" (n. 47).

I. IDEAL Y REALIDAD EN EL MATRIMONIO. Podemos decir que algo parecido encontramos en la Biblia, donde se nos ofrece indudablemente un cuadro teológico muy elevado del matrimonio y de la familia, que se deriva del matrimonio y se fundamenta en él; pero nos hace ver además cómo no siempre se realiza ese ideal, tan difícil de conseguir. Así que en la Biblia coexisten el "proyecto ideal", que es en el que insistiremos más, ya que es el mensaje teológico válido para siempre, y la "realidad", que, sobre todo en el AT, es más bien decepcionante.

Por otra parte, la experiencia bíblica quiere ser didáctica y pedagógica al mismo tiempo: lentamente, a través de errores y de abusos de personajes incluso de relieve (pensemos en David), Dios quiere enseñar a los creyentes el verdadero sentido del matrimonio y de la familia, hasta llegar al altísimo mensaje del NT.

1. SOMBRAS... Procederemos sólo por breves alusiones, al menos en lo que se refiere al aspecto histórico de la experiencia matrimonial y familiar.

Inmediatamente después de describir el cuadro ideal del matrimonio, Gén nos describe el asesinato de Abel a manos de Caín: ¡el hermano mata al hermano! En la familia de Caín, su hijo Lamec es el primero en violar la ley de la monogamia tomando dos mujeres (Gén 4,19). Pero, a diferencia de Lamec y de los llamados "hijos de Dios" (Gén 6,1-4), que se entregan sin ningún recato a las intemperancias sexuales, Noé es monógamo ytiene tres hijos (5,32; 8,15). Precisamente por su bondad y rectitud Dios, justo juez, lo salva del diluvio "con toda su familia" (7,1), a la que, como germen y símbolo de la humanidad nueva, renueva la bendición que ya se había concedido a la primera pareja humana: "Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra" (9,1; cf 1,28).

Con Abrahán comienza una cadena directa de familias, que pasa a través de la de David, para desembocar en la de Nazaret.

Gén tiene como espina dorsal tres familias: las de Abrahán, Isaac y Jacob. Al presentar a estas tres familias, el autor sagrado se muestra más interesado en hacer resaltar el plan divino a través de ellas que su ejemplaridad.

Así, por ejemplo, Abrahán practica una especie de poligamia uniéndose a la esclava Agar para tener un hijo, Ismael. Tampoco es correcto su comportamiento al presentar a Sara como hermana suya, y no como esposa, a fin de no tener problemas cuando se la piden para satisfacer los apetitos de Abimelec (Gén 12,10-20) o del faraón (Gén 20).

Menos ejemplar todavía es la familia de Jacob, a quien Dios mismo cambió el nombre por el de Israel (Gén 32,23-32; 35,10) para convertirlo en patriarca de su pueblo; sus hijos, que dan origen a las doce tribus, nacen de dos mujeres de primer grado, Lía y Raquel, y de otras dos de segundo grado, Zilpa y Bihlá (Gén 29,15-30).

Si pasamos a David, la situación es peor todavía. Valiente soldado y guerrillero, hábil diplomático, de fuerte religiosidad, se siente, sin embargo, fácilmente atraído por la seducción de las mujeres y es débil con sus hijos. Tuvo consigo un verdadero "harén" de mujer-1s y concubinas (2Sam 3,2-5.15; 1. ,2-27; 15,16). Sus numerosos hijos, que fueron causade enormes sufrimientos para el padre, más que las virtudes heredaron sus vicios: Amnón viola a su hermanastra Tamar (2Sam 13,1-22), a la cual venga Absalón asesinando a su hermano (12,23-38). Absalón se rebela contra su padre, disputándole el trono y obligándole a huir de Jerusalén (cc. 15-19). Del rey Salomón se dice que tenía 700 mujeres y 300 concubinas (lRe 11,3).

2. ... Y LUCES EN LA EXPERIENCIA MATRIMONIAL. Pero junto a estas familias que hemos recordado hay otras que viven el matrimonio de manera ejemplar, con todas las riquezas de amor, de fidelidad, de fecundidad y de educación de los hijos que se derivan del proyecto original de Dios. Pensemos en la familia de Rut, que se nos describe en el libro homónimo. O pensemos en el elevado sentido del matrimonio que respira el libro de Tobías. Es especialmente significativa la plegaria que Tobías y Sara dirigen al Señor al comienzo de su convivencia nupcial: "Tú creaste a Adán y le diste a Eva, su mujer, como ayuda y compañera; y de los dos ha nacido toda la raza humana... Ahora, Señor, yo no me caso con esta mujer por lujuria, sino con elevados sentimientos. Ten misericordia de los dos y haz que vivamos larga vida" (Tob 8,6-7).

¿Y qué decir de la madre de los Macabeos (2Mac 7), que con gran fuerza de ánimo exhorta a sus siete hijos para que arrostren el martirio antes que ceder a los halagos del tirano profanador Antíoco IV Epífanes?

Esto significa que, a pesar de las muchas sombras debidas al ambiente cultural que rodeaba al mundo hebreo, el ideal del matrimonio monogámico, vivido en el amor y en la alegría de los hijos, no sólo era sentido por algunos, sino que se practicaba normalmente en Israel.

II. LA ENSEÑANZA MATRIMONIAL DE LOS PROFETAS. Para que este ideal permaneciera siempre limpio, los profetas se encargaron de ofrecer una aportación decisiva, presentando la alegoría nupcial como expresión de las relaciones de amor y de fidelidad entre Dios y el pueblo de Israel.

Si es ésta la imagen que utilizan los profetas con mayor frecuencia, hay que decir que, en realidad, todas las imágenes que emplean para expresar las relaciones entre Dios y el pueblo están de algún modo sacadas del ambiente familiar. Así, para anunciar de antemano la salvación inesperada y la repoblación de Jerusalén, Isaías hace decir al Señor: "¿Iba yo a abrir el seno para no hacer nacer?... O yo, que hago nacer, ¿lo iba a cerrar?" (Is 66,9). Dios se presenta aquí como una madre que da a luz a sus hijos. En otro texto, el amor de Dios por Israel se compara de nuevo con el de una madre: "¿Puede acaso una mujer olvidarse del niño que cría, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella lo olvidara, yo no me olvidaría de ti" (Is 49,15). Para expresar la alegría de la liberación del destierro, se pone el ejemplo de la exultación nupcial (Is 61,10; cf 62,5).

1. LA ALEGORÍA NUPCIAL PARA EXPRESAR LA ALIANZA DE DIOS CON ISRAEL. Este último texto nos devuelve a la imagen nupcial, que los profetas utilizan preferentemente para describir las relaciones de Dios con Israel: él es el "esposo", o también el "novio", siempre fiel; mientras que Israel es la "esposa" o la "novia", que con frecuencia cae en la infidelidad.

Oseas es el primero en emplear esta imagen, partiendo quizá de su propia experiencia matrimonial fracasada. En efecto, su mujer, Gomer, se entrega a la prostitución (Os 1,2). La "prostitución" de la mujer se convierte en símbolo de la infidelidad de Israel, que llega incluso a rendir culto a las divinidades extranjeras, lo cual solía llevar consigo auténticas aberraciones sexuales. Pero Dios, siempre fiel, no se rinde y proyecta un nuevo noviazgo con su pueblo: "Pero yo la atraeré y la guiaré al desierto, donde hablaré a su corazón" (Os 2,16).

El recuerdo del "desierto" nos trae a la memoria el período del enamoramiento, cuando Israel seguía más de cerca a su Dios. El nuevo noviazgo, sin embargo, no deberá ya romperse por nuevas infidelidades: "Entonces me casaré contigo para siempre, me casaré contigo en la justicia y el derecho, en la ternura y el amor; me casaré contigo en la fidelidad, y tú conocerás al Señor" (Os 2,21-22).

Jeremías recoge este mismo tema de Yhwh esposo, pero de una forma todavía más tierna, recordando sobre todo las efusiones del primer amor: "Me he acordado de ti, en los tiempos de tu juventud, de tu amor de novia, cuando me seguías en el desierto, en una tierra sin cultivar" (Jer 2,2). Precisamente por esto es más agudo el reproche que se dirige al pueblo infiel (Jer 2,32).

Esta imagen es recogida por Ezequiel, que nos presenta a Israel bajo la imagen de una muchacha abandonada, de la que Dios se enamora hasta hacerla suya: "Yo pasé junto a ti y te vi. Estabas ya en la edad del amor; entonces extendí el velo de mi manto sobre ti y recubrí tu desnudez; luego te presté juramento, me uní en alianza contigo, dice el Señor Dios, y tú fuiste mía" (Ez 16,8).

Esta imagen aparece todavía con mayor frecuencia en el Segundo y en el Tercer Isaías, en donde las dificultades tanto del destierro como del reasentamiento en la patria se ven suavizadas precisamente por el recuerdo de que Yhwh es el esposo, y por tanto no podrá abandonar a su pueblo: "No temas, pues no tendrás ya que avergonzarte... Pues tu esposo será tu creador, cuyo nombre es Señor todopoderoso; tu redentor, el santo de Israel, que se llama Dios de toda la tierra" (Is 54,4-6; cf 62,4-5; etcétera).

2. ALCANCE TEOLÓGICO DE LA ALEGORÍA. La imagen nupcial es importante por un doble reflejo: por un lado, Dios no habría podido tomar como símbolo de su amor a Israel la realidad matrimonial si esta realidad no hubiera sido sentida y vivida, al menos normalmente, como realidad de amor y de fidelidad total. El símbolo es siempre algo aproximativo; pero carecería de sentido si, en principio, tuviera ya alguna cosa que obnubilase la comprensión de la comparación. Por otro lado, Dios quiere dar una auténtica enseñanza sobre el matrimonio: el matrimonio tiene significado en la medida en que refleja las "costumbres" de Dios, imita sus actitudes, asume sus valores. Se da una recíproca trabazón entre la "realidad" matrimonial tomada como símbolo y el "proyecto" matrimonial que Dios propone a los creyentes.

3. EL MATRIMONIO COMO"ALIANZA". Quizá sea precisamente por este motivo por lo que Malaquías, en un pasaje que ofrece no pocas dificultades de crítica textual, presenta el matrimonio como "alianza".

Efectivamente, recriminando al pueblo, que se lamenta de no ser escuchado a pesar de que ofrecía sacrificios irreprensibles, Dios le acusa precisamente de infidelidad en el matrimonio: "Y decís: `¿Por qué?' Porque el Señor es testigo entre ti y la esposa de tu juventud, a la que tú fuiste infiel, siendo así que ella era tu compañera y la mujer de tu alianza (berit)..." (Mal 2,14-15). De este modo la alianza, que es la espina dorsal de las relaciones entre Dios y su pueblo, se proyecta, y de alguna manea se encarna, en la familia.

III. LA LITERATURA SAPIENCIAL. Todo el filón de la literatura sapiencial exalta, incluso con referencias a la vida cotidiana, los valores del matrimonio y de la familia.

1. EL "DON" DE LOS HIJOS. Así el Sal 127 afirma que la "bendición" de Dios está en la base de la familia y que los hijos son un "don": "Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los que la construyen... Los hijos son un regalo del Señor; el fruto de las entrañas, una recompensa" (Sal 127,1.3-4).

A propósito de los hijos, se insiste mucho tanto en el deber de educarlos —incluso con rigor, si es necesario—como en la obligación que ellos tienen de respetar a sus padres: "El que ama a su hijo no le escatimará los azotes, para que al fin pueda complacerse en él. El que educa bien a su hijo se gozará en él, y en medio de sus conocidos podrá enorgullecerse" (Si 30,1-2; cf Prov 1,8). "Porque el Señor honra al padre en sus hijos, y confirma el derecho de la madre sobre las hijas. El que honra al padre repara su pecado, el que honra a su madre amontona tesoros" (Si 3,2-4).

2. LA MUJER VIRTUOSA Y LA MUJER ADÚLTERA. El Sirácida exalta la felicidad del hombre que ha encontrado una mujer virtuosa: "Dichoso el marido de una mujer buena; el número de sus días se duplicará. La mujer animosa es la alegría del marido, que llenará de paz sus años. La mujer buena es una gran herencia; será dada en dote a los que temen al Señor" (Si 26,1-3).

Al mismo tiempo condena con toda severidad el adulterio, tanto si proviene del hombre como de la mujer: "El hombre infiel al lecho conyugal, que dice para sí: `¿Quién me ve? La oscuridad me envuelve y las paredes me ocultan; ¿qué tengo que temer? De mis pecados no se acordará el Altísimo', sólo teme los ojos de los hombres, pero no advierte que los ojos del Señor son mil veces más claros que el sol, ven todos los pasos de los hombres y penetran los rincones más secretos" (Si 23,18-19).

Más duro es todavía el juicio sobre la mujer adúltera: "Así también la esposa que abandonó a su marido y tuvo un hijo con otro. Porque, primero, desobedeció la ley del Altísimo; en segundo lugar, pecó contra su marido; en tercer lugar, se manchó con adulterio dándole hijos de otro hombre" (Si 23,22-23).

El libro de los Proverbios habla con frecuencia del peligro que representan las seducciones de la mujer "extraña" (zarah) y de la mujer "forastera" (nokriyyah), términos que deberían expresar la misma cosa, es decir, la mujer que pertenece a otro hombre. Pero si la "sabiduría" entra en el corazón del hombre, Dios lo librará "de la mujer ajena, de la desconocida que halaga con palabras; ella ha abandonado al compañero de su juventud, se ha olvidado de la alianza (berit) de su Dios" (Prov 2,16-17). En una palabra, la mujer "forastera" tiene que ser evitada por el hecho de que el matrimonio guarda relación con la alianza; y como no es lícito traicionar la alianza sinaítica, tampoco es posible violar la matrimonial.

3. EL MENSAJE NUPCIAL DEL CANTAR DE LOS CANTARES. Pero hay en la literatura sapiencial un libro dedicado por completo al amor humano, al impulso del deseo que desembocará luego en el matrimonio: el Cantar de los Cantares.

Entre los exegetas no reina unanimidad sobre la clave interpretativa de este pequeño poema, que es todo él un diálogo entre dos "enamorados" que se buscan mutuamente con gozo y con temblor: ¿se trata de la exaltación del amor humano o bien de una alegoría del amor de Dios a Israel? Nosotros creemos que se trata a la vez de ambas cosas, lo cual hace todavía más grande el amor, al vincularlo con el tema de la alianza. Por esto precisamente el amor no puede menos de ser duradero, como se expresa la esposa al final con imágenes atrevidas: "Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo; porque es fuerte el amor como la muerte; inflexibles, como el infierno, son los celos. Flechas de fuego son sus flechas, llamas divinas son sus llamas. Aguas inmensas no podrían apagar el amor ni los ríos ahogarlo" (Cant 8,6-7). Las últimas palabras se refieren a las aguas del caos primitivo, amenazantes y destructoras: ¡pero ni siquiera esas aguas podrían extinguir las "llamas" del amor auténtico!

Es un mensaje indudablemente muy profundo, en el que se funden entre sí la experiencia humana, capaz ya de vislumbrar las exigencias del amor verdadero, que es preciso purificar y reforzar continuamente, y el mensaje profético, que asumió esta experiencia como símbolo del amor indefectible de Dios a su pueblo.

IV. EL PROYECTO ORIGINAL DE DIOS SOBRE EL MATRIMONIO. Una visión tan elevada del amor conyugal, incluso en sus elementos de atracción física, tal como nos lo transmite el Cantar de los Cantares, corresponde al proyecto original de Dios, que encontramos delineado en el segundo relato de la creación transmitido por el libro del t Génesis (2,18-23).

1. LA TRADICIÓN YAHVISTA. Este relato se remonta a la tradición yahvista (siglo x a.C.) y nos atestigua cómo durante algún tiempo se reflexionó en Israel sobre el sentido de la sexualidad y sobre la misteriosa fuerza de atracción entre el hombre y la mujer. Todo ello expresado con el lenguaje plástico del yahvista, que con su simbolismo expresa unas realidades teológicas muy profundas.

En primer lugar, el hombre es llamado a salir de su soledad: "No es bueno que el hombre esté solo; le daré una ayuda apropiada" (2,18). Pero los animales que Dios crea y pone a disposición del hombre no son una ayuda adecuada para él. "Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un sueño profundo, y mientras dormía le quitó una de sus costillas, poniendo carne en su lugar. De la costilla tomada del hombre, el Señor Dios formó a la mujer y se la presentó al hombre" (vv. 21-22).

Está claro que el lenguaje, todo él cargado de imágenes, no intenta narrar un suceso histórico, sino afirmar simplemente que la mujer no es extraña al hombre, que es más bien una parte de él, con la misma dignidad, capaz de dialogar y de amar. Por eso el hombre entona lo que se ha llamado el primer "canto nupcial" de la humanidad: "Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada hembra porque ha sido tomada del hombre" (v. 23). La última frase contiene en hebreo un juego de palabras que no puede reproducirse adecuadamente en castellano: 'is = hombre, 'issah = mujer. Incluso con esta asonancia lingüística el autor intenta expresar la unidad de los dos sexos, a pesar de su distinción.

El versículo final describe, en estilo sapiencial, no sólo el hecho de la mutua atracción del hombre y de la mujer, sino sobre todo el sentido de esta atracción: "Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y son los dos una sola carne" (v. 24). Aunque se exalta sobre todo el amor, que en la unión sexual tiende casi simbólicamente a reconstruir la unidad primordial ("carne de mi carne"), no está ni mucho menos ausente la dimensión procreativa. Sobre todo se pone de relieve la unicidad exclusiva de las relaciones (contra la poligamia) y su indisolubilidad: la frase "son los dos una sola carne" expresa una situación permanente de unidad de los espíritus, más allá de los cuerpos.

2. LA TRADICIÓN SACERDOTAL. El primer relato de la creación, que se remonta a la tradición sacerdotal (por el siglo vi a.C.), expresa de una forma más solemne todavía la unidad del hombre y de la mujer, aun dentro de la diferenciación de los sexos, que es querida por Dios en primer lugar para la procreación del género humano. Por eso mismo el sexo es una realidad "integradora", que se comprende sólo en diálogo con la pareja.

En efecto, como coronación de la obra de la creación, Dios crea al "hombre", que es tal solamente en cuanto macho-hembra: "`Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Domine sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las fieras campestres y los reptiles de la tierra'. Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó. Dios los bendijo y les dijo: `Sed fecundos y multiplicaos, poblad la tierra...'" (Gén 1,26-28).

Sin entrar en detalles exegéticos, nos interesa aquí poner en evidencia dos cosas en relación con el tema que estamos tratando.

La primera es que el hombre es "imagen de Dios" en la dualidad de "macho y hembra": ni el varón ni la mujer, tomados por separado, son imagen de Dios. El carácter "dialogal" de los sexos distintos abre ya al don, al amor, a la fecundidad, reproduciendo de este modo la "imagen de Dios", que es esencialmente amor que se da.

Lo segundo que hay que subrayar es la orden de tener hijos: "Sed fecundos y multiplicaos...". Esto significa que la sexualidad tiene indicado aquí su desenlace y su finalidad específica, es decir, la transmisión de la vida; función ésta tan grande que, para realizarla, tiene necesidad de la "bendición" de Dios.

Aunque acentúa la finalidad procreativa, este texto no excluye la finalidad afectiva, que se subraya de manera particular, como hemos visto, en el yahvista: "Y son los dos una sola carne". El hecho de que Dios haya creado al hombre a su "imagen" precisamente en cuanto "macho y hembra" incluye necesariamente en sí la fuerza atractiva del amor.

Es el equilibrio de estos dos elementos (unitivo y procreativo) lo que debe marcar para siempre al matrimonio, tal como Dios lo ha concebido en su designio original.

Pero sabemos que el pecado "original" rompió este equilibrio alterando la serenidad de las relaciones entre el hombre y la mujer; efectivamente, también la sexualidad quedará apartada de sus propios fines, como se insinúa poco después, al describirse el castigo de Dios a la mujer: "Multiplicaré los trabajos de tus preñeces. Con dolor parirás a tus hijos; tu deseo te arrastrará hacia tu marido, que te dominará" (Gén 3,16). En vez de ser don recíproco y sereno, la sexualidad se convertirá en instrumento para tiranizarse mutuamente.

Sobre este fondo de pérdida de sentido de la sexualidad se explican todas las desviaciones que marcaron la historia de Israel y de la humanidad en general: poligamia, divorcio, explotación de la mujer, violencia sexual, etc., tal como recordábamos al principio.

V. LA DOCTRINA SOBRE EL MATRIMONIO EN EL NT. Cristo, como revelador último de la voluntad del Padre, nacido entre los hombres para llevar a cabo nuestra salvación, será sobre todo el que intentará situar de nuevo el matrimonio dentro del proyecto original de Dios.

1. EL INTERÉS DE JESÚS POR LA FAMILIA. En este sentido resulta ya interesante el hecho de que Jesús acepte nacer dentro de una familia, aunque sea una familia muy particular, en donde el elemento determinante es la aceptación de la voluntad de Dios, como medida de las acciones y de los comportamientos de los miembros que la componen.

Pensemos en María, que ante el anuncio asombroso de su maternidad virginal pronuncia unas palabras que manifiestan una fe incondicionada: "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). 0 pensemos también en José, que en todas las circunstancias, incluso las más embarazosas, obedece a las palabras del ángel: "José, hijo de David, no tengas ningún reparo en recibir en tu casa a María, tu mujer, pues el hijo que ha concebido viene del Espíritu Santo" (Mt 1,20-24). El mismo Jesús, en el episodio de su extravío en el templo, reivindicará para sí la primacía absoluta de la voluntad de Dios, incluso frente al sufrimiento de sus padres (Lc 2,49).

Así pues, la familia de Jesús es una familia en la que la palabra de Dios goza de una primacía absoluta y en la que el amor, totalmente desinteresado, es la regla para todos.

Incluso en su actividad pública, Jesús manifestará todo su interés por la familia, demostrando que conoce sus ventajas y sus defectos, sus gozos y sus sufrimientos.

Pensemos en el episodio de las bodas de Caná, donde su presencia no es solamente bendición, sino también ayuda material para que no se viera turbada la alegría de aquel día (Jn 2,1-11): el primero de sus milagros es para una pareja de esposos. Es igualmente conmovedora su amistad con Lázaro y con sus hermanas: amistad que él exalta resucitando incluso al hermano muerto (Jn 11,1-44). Cura también a la suegra enferma de Pedro (Mc 1,29-31). Conoce el drama de un padre que se ve abandonado por el hijo para seguir los caminos de la perversión, como lo demuestra la parábola del hijo pródigo (Le 15,11-32). Ama a los niños con un cariño más que maternal y reprende a los discípulos cuando intentan apartarlos; más aún, los propone como ejemplo para todos los que quieran entrar en el reino de los cielos: "Os aseguro que el que no reciba el reino de Dios como un niño no entrará en él" (Mc 10,13-16).

2. LA FAMILIA PUEDE TRASCENDERSE. A pesar de ello, Jesús no hace de la familia un absoluto; quiere que la familia esté abierta a las exigencias superiores de Dios, que puede incluso exigir en algunas ocasiones abandonarla o, de todas formas, subordinarla siempre a sus proyectos. Es lo que responde a quien le anuncia que su madre y sus parientes lo estaban buscando: "¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?... El que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc 3,31-35 y par).

Con esto Jesús asienta las premisas de una opción de vida distinta del matrimonio: si la familia es la máxima expresión del amor entre los hombres, ¿por qué no va a ser posible renunciar a la propia familia para cooperar en la formación de la "familia" más amplia de los hijos de Dios, en la que todos puedan ser para mí "hermanos, hermanas y madres"?

3. MATRIMONIO Y DIVORCIO EN EL PENSAMIENTO DE JESÚS. Pero examinemos ahora el texto clásico en que Jesús manifiesta su pensamiento sobre el matrimonio, en la redacción de Mt, incluso por las dificultades particulares que plantea esta redacción. Durante su viaje a Jerusalén, algunos fariseos, "para ponerlo a prueba", le preguntan si está permitido al hombre repudiar a su mujer "por cualquier motivo"(Mt 19,3). La insidia de la pregunta estaba en el intento de obligar a Jesús a tomar partido por una de las dos escuelas que se enfrentaban a propósito de la interpretación de la ley sobre el divorcio (Dt 24,11: la de Hillel, más rigurosa, y la de Sammai, más ancha, que admitía prácticamente el divorcio "por cualquier motivo".

Pero Jesús se sitúa por encima de toda controversia y, apelando al "principio", proclama que no es lícita ninguna forma de divorcio: "`¿No habéis leído que el Creador desde el principio los hizo macho y hembra, y que dijo: Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne? De tal manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre'. Le replicaron: `Entonces, ¿por qué Moisés ordenó darle el acta de divorcio cuando se separa de ella?' Les dijo: `Moisés os permitió separaros de vuestras mujeres por la dureza de vuestro corazón, pero al principio no era así. Por tanto, os digo que el que se separe de su mujer, excepto en el caso de concubinato, y se case con otra, comete adulterio'"(Mt 19,4-9).

Las afirmaciones más destacadas de este párrafo son tres. La primera es que el matrimonio estable entra en el proyecto primordial de Dios, el cual no prevé ninguna excepción a la indisolubilidad, precisamente por estar inscrita en la naturaleza misma del hombre y de la mujer en cuanto que son seres complementarios. Citando los dos pasajes de Gén 1,27 y 2,24, Jesús intenta referirlo todo al cuadro original. La segunda afirmación es que la disposición mosaica sobre el divorcio (Dt 24,1) tenía un valor transitorio, y mostraba no tanto una condescendencia de Dios como la "dureza" de corazón de los hebreos, cerrados a las exigencias de la voluntad auténtica divina. La tercera afirmación es que el divorcio, con la transición a otro matrimonio, es simplemente "adulterio", bien sea el hombre el que da este paso o bien la mujer, como se especifica mejor en Mc 10,11-12. Y el adulterio está expresamente prohibido por el sexto mandamiento (Ex 20,14; Dt 5,18).

Pero el texto de Mateo parece prever una excepción a la ley de la indisolubilidad ("excepto en el caso de concubinato"), en contra de lo que se dice en Marcos (10,11-12), en Lucas (16,18) y en Pablo (2Cor 7,10-11), que no conocen ninguna excepción. Este testimonio concorde en contra de Mt nos puede ayudar a comprender mejor el texto mateano: en realidad, no debería tratarse de una excepción, sino más bien de un caso particular que se verificaba en la comunidad a la que Mateo dirige su evangelio. Por tanto, se trataría de un añadido introducido por el evangelista.

El término griego que se emplea en esta ocasión no es moijeía (adulterio), sino porneía ("excepto en el caso de porneía", cf también 5,32), que tiene un significado más genérico y puede designar cualquier unión ilegítima, debida, por ejemplo, a un cierto grado de parentesco (cf Lev 10,6). Estas uniones, consideradas como legítimas entre los paganos y toleradas por los mismos judíos en relación con los prosélitos, debieron crear algunas dificultades, cuando algunas de esas personas se convirtieron, en algunos ambientes judeo-cristianos legalistas, como el de la comunidad de Mateo; de aquí la orden de romper esas uniones irregulares, que eran solamente falsos matrimonios, es decir, una especie de "concubinato", que debía simplemente ser eliminado.

Sin embargo, para algunos se trataría de una auténtica excepción, y se referiría al adulterio; en ese caso, por respeto a la sacralidad del matrimonio (C. Marucci), debería disolverse la unión conyugal. Esta es también, al menos en parte, la interpretación de las Iglesias ortodoxas y protestantes; interpretación que, a nuestro juicio, no logra dar razón del texto, y sobre todo va en contra de la línea rigurosa de los otros evangelistas, y especialmente de Pablo, el cual, a pesar de introducir ciertas mitigaciones en la praxis del matrimonio, no conoce una excepción de este género.

VI. EL MATRIMONIO EN LA DOCTRINA DE SAN PABLO. San Pablo habla del matrimonio para responder a una pregunta que le habían planteado los cristianos de Corinto, entre los que parece ser que cundía cierta forma de encratismo, tendente a despreciar el matrimonio y a privilegiar la virginidad. Aun exaltando la virginidad por sus valores de libertad interior y de anticipación de la situación escatológica, Pablo reafirma la dignidad del matrimonio y recuerda sus derechos y sus deberes, entre los que se encuentra el deber de la fidelidad y de la indisolubilidad.

1. LA DIGNIDAD DEL MATRIMONIO. "Sobre lo que me habéis escrito, os digo lo siguiente. Está bien renunciar al matrimonio; pero para evitar la lujuria, que cada uno tenga su mujer, y cada mujer su marido. Tanto el marido como la mujer deben cumplir la obligación conyugal. La mujer no es dueña de su cuerpo, sino el marido; igualmente, el marido no es dueño de su cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro esa obligación, a no ser de común acuerdo y por cierto tiempo, para dedicaron a la oración... A los casados les mando (es decir, no yo, sino el Señor) que la mujer no se separe del marido; y si se separa, que no se case o que se reconcilie con su marido; y que el marido no se divorcie de la mujer" (lCor 7,1-10).

En este texto, por lo que a nosotros se refiere, hay que destacar dos cosas: La primera es que el marido y la mujer tienen los mismos derechos y deberes, y por tanto deben sentirse cada uno de ellos como parte del otro; no son ya dos seres, sino un solo ser. La segunda es que el apóstol se refiere a una orden expresa de Jesús: "A los casados les mando (es decir, no yo, sino el Señor)..." (v. 10), para recalcar la condenación del divorcio; la única solución, en caso de emergencia, es la "separación", que debería ser tan sólo temporal. La meta final sigue siendo la "reconciliación" con el marido (v. 11).

2. "PRIVILEGIO PAULINO": ¿EXCEPCIÓN A LA LEY DE LA INDISOLUBILIDAD? Otro caso, totalmente especial, pero que podía verificarse fácilmente en una ciudad como Corinto, era el del matrimonio con un pagano o una pagana. San Pablo lo admite, y admite incluso una cierta sacralidad del mismo, previendo sus riesgos. Pero en la hipótesis de que la parte pagana no consienta ya la convivencia con la parte cristiana, se pueden "separar". La iniciativa tiene que partir del cónyuge no cristiano: "Si el cónyuge no cristiano se separa, que se separe; en ese caso el otro cónyuge creyente queda en plena libertad, porque el Señor nos ha llamado a vivir en paz" (vv. 15-16).

Se trata del llamado "privilegio paulino", que todavía sigue vigente en el derecho canónico (can. 1143). A nuestro juicio, aunque da la impresión de ser una excepción a la ley de la indisolubilidad, de hecho no lo es, en el sentido de que debería tratarse de una situación tan anormal que la parte cristiana no se encuentre ya en condiciones de vivir su propio matrimonio; en este punto se hace como nulo, precisamente por estar privado de un significado cristiano, que la otra parte quizá había reconocido inicialmente, pero que ahora no reconoce. La fe es un hecho determinante también en el matrimonio.

3. MATRIMONIO Y VIRGINIDAD. Igualmente resulta determinante la fe para captar el razonamiento que hace Pablo sobre la t virginidad precisamente en conexión con el matrimonio; si éste es un "don" (járisma), lo es mucho más aún la virginidad, que permite ampliar los espacios del amor y trabajar, "sin estar dividido", por el reino de los cielos.

No es nuestro propósito en esta ocasión desarrollar el tema de la "virginidad", sino señalar simplemente cómo el apóstol lo pone en relación con el tema del matrimonio, no ya para contraponerlo a él, sino como superación; tanto el uno como la otra se han de desarrollar en la línea del amor, aun cuando la virginidad, como ofrenda total de uno mismo a Dios y a los hermanos, se abre a un amor "más grande".

Por lo demás, san Pablo no hace otra cosa que proponer de nuevo la enseñanza de Jesús, quien, precisamente frente a ciertas dificultades de los apóstoles relativas al matrimonio, propone una meta más elevada: "Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, los hay que fueron hechos eunucos por los hombres y los hay que a sí mismos se hicieron tales por el reino de Dios. ¡El que sea capaz de hacer esto, que lo haga!" (Mt 19,13). Si hay algunos que "por el reino de Dios" se hacen voluntariamente "eunucos", es decir, renuncian al matrimonio, los que viven en el matrimonio deberían superar con mayor facilidad las dificultades inherentes a su estado. La virginidad se convierte de este modo en estímulo para vivir mejor el mismo matrimonio.

4. MATRIMONIO COMO SIGNO SACRAMENTAL DE LA UNIÓN DE CRISTO CON LA IGLESIA. Pero hay otro texto en san Pablo en donde nos ofrece una teología más profunda todavía del matrimonio.

Al hablar de los deberes de la familia cristiana, en la carta a los Efesios comienza precisamente por los deberes mutuos entre los esposos: "Respetaos unos a otros por fidelidad a Cristo. Que las mujeres sean sumisas a sus maridos como si se tratara del Señor... Maridos, amad a vuestras esposas, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó él mismo por ella, a fin de santificarla por medio del agua del bautismo y de la palabra... Así los maridos deben también amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie odia jamás a su propio cuerpo, sino que, por el contrario, lo alimenta y lo cuida como hace Cristo con la Iglesia, pues somos miembros de su cuerpo. Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Este es un gran misterio (mystérion), que yo aplico a Cristo y a la Iglesia..." (Ef 5,21-33; cf Col 3,18-19; 1Pe 3,1-8).

Este texto es muy denso en teología y no podemos analizarlo detalladamente. Subrayemos tan sólo algunos de los conceptos que nos parecen más relevantes.

En primer lugar, hay que decir que el discurso sobre el matrimonio se desarrolla por completo bajo el signo del amor; por eso mismo la "sumisión" del uno al otro no es signo de dependencia de esclavitud, sino de dependencia en el amor, de la que ninguno se escapa, ni siquiera el marido, a pesar de que se le presenta abiertamente como "cabeza de la mujer" (v. 23).

En segundo lugar, la relación marido-mujer se define sobre la relación Cristo-Iglesia, que es esencialmente una relación de amor: "Cristo amó a la Iglesia y se entregó él mismo por ella" (v. 25). ¿Qué significa esto? ¿Solamente que la relación Cristo-Iglesia se convierte en un modelo de amor recíproco entre los esposos? ¿O bien que, además de esto, Cristo asume el amor humano de los bautizados, lo hace fermentar desde dentro, lo purifica de todas las escorias inevitables que lleva consigo todo amor humano, para convertirlo en un reflejo, en una imagen de su relación con la Iglesia? Creo que éste es exactamente el pensamiento de Pablo.

Y he aquí entonces la tercera idea que se deriva del texto: el matrimonio cristiano se sumerge en el / "misterio" mismo de Dios (v. 32), el cual, según el lenguaje paulino, es su proyecto de salvación que culmina en la encarnación, de la que es dilatación la Iglesia en cuanto "esposa" de Cristo. Por eso mismo el matrimonio no es un asunto privado, sino que entra en la dimensión de la "eclesialidad" y tiene que servir para el crecimiento de la Iglesia, de la que es como un comienzo en la medida en que sabe crear relaciones de amor y de fe entre todos sus miembros. Es aquí donde se perfila la "sacramentalidad" del matrimonio cristiano, como fuente y reserva de gracia para vivir en el amor y educar en el amor [/ Iglesia II].

5. PASTORAL FAMILIAR EN SAN PABLO. Me parece que en esta dirección se mueve san Pablo en los versículos siguientes al dirigirse a todos los demás miembros de la familia, incluidos los esclavos: "Hijos, obedeced a vuestros padres por amor al Señor, porque esto es de justicia... Y vosotros, padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino educadlos en la disciplina y en la corrección como quiere el Señor. Esclavos, obedeced a vuestros amos temporales con respeto, lealtad y de todo corazón, como si fuera a Cristo... Y vosotros, amos, haced con ellos las mismas cosas, dejándoos de amenazas, considerando que vosotros y ellos tenéis un mismo amo en el cielo, para el que todos son iguales" (Ef 6,1-9).

Como se ve, no se olvida a nadie; la familia no se agota en la pareja, sino que se abre necesariamente a los hijos, como fruto del amor mutuo, a los que hay que dar también una justa "educación" que responda a las exigencias de la fe cristiana: "Educadlos en la disciplina y en la corrección como quiere el Señor" (v. 4). Con la educación cristiana los padres engendran por segunda vez a sus hijos.

También las relaciones, no siempre fáciles, entre amos y esclavos se enseñan dentro del marco familiar, cuya ley fundamental es el amor: aun permaneciendo esclavos, se exalta su dignidad de hijos de Dios, que ha de ser reconocida por los "amos", que tienen también "un mismo amo en el cielo", el cual no siente preferencias por nadie. En este punto es evidente que el problema de la esclavitud queda abierto a una solución radical.

La valoración de la familia en su conjunto, para que se desarrolle armoniosamente en el amor, se pone de relieve en un párrafo de la carta a Tito, donde se ofrece una verdadera "catequesis" familiar, dirigida a las diversas categorías de personas que componen la familia: "Que los ancianos sean sobrios, hombres ponderados, prudentes, sanos en la fe, en el amor, en la paciencia; que las ancianas, igualmente, observen una conducta digna de personas santas; que no sean calumniadoras ni dadas a la bebida, sino capaces de instruir en el bien, a fin de que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, honestas, cuidadosas de los quehaceres domésticos, buenas, sumisas a sus maridos, de modo que no den ocasión a que se blasfeme contra la palabra de Dios. A los jóvenes, de la misma manera, exhórtalos a que sean prudentes en todo, presentándote como ejemplo... Los esclavos, que se muestren sumisos en todo a sus amos..., para hacer honor en todo a la doctrina de Dios, nuestro salvador" (Tit 2,1-9).

El motivo de esta conducta íntegra de los diversos miembros de la familia es esencialmente religioso: "Hacer honor a la doctrina de Dios" (v. 10), "no dar ocasión a que se blasfeme contra la palabra de Dios" (v. 5). Esto presupone, lógicamente, que la gracia matrimonial impregna a toda la familia, derramándose de los esposos sobre las demás personas que la componen..

6. INTERÉS POR LAS VIUDAS. Nadie queda excluido de esta preocupación "pastoral" por la familia; especialmente las viudas son objeto de atención por su situación precaria y llena de peligros, sobre todo si son jóvenes.

La 1Tim considera tres categorías de viudas. Las que tienen familia y viven con ella; se les recomienda sobre todo que cumplan con sus obligaciones familiares (5,4). Las que son "verdaderamente viudas", es decir, que están solas, y que por eso mismo necesitan ser asistidas por la Iglesia (5,5-16). Finalmente, las viudas que, asistidas o no, desempeñan funciones particulares en la Iglesia, y por eso mismo deben tener cualidades especiales (5,9-15).

Estas sugerencias concretas tienen la finalidad de valorar a la viuda, que estaba bastante marginada en la sociedad de la época, dentro de la actividad pastoral, abriéndola a la preocupación de aquella otra familia mayor que es la Iglesia. De esta manera podrá recuperar la confianza en sí misma y descubrirá que puede ser útil a muchos de sus hermanos.

CONCLUSIÓN. Si es verdad que la sociedad es normalmente el espejo de la familia, la Biblia nos enseña cómo es posible darle un nuevo fundamento, inspirándole aquel aliento de amor totalmente gratuito y desinteresado que es el único capaz de hacer más humano el mundo en que vivimos.

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S. Cipriani