JONÁS
DicTB


SUMARIO: I. La persona y el libro. II. Su mensaje: 1. La interpretación; 2. La fecha.


I. LA PERSONA Y EL LIBRO. Jonás (en hebreo Yónah, "paloma"): la única persona con este nombre que conocemos en el AT es un hijo de Amitay, profeta de Gat Jéfer (2Re 14,25), en tiempos del rey Jeroboán II (783-743 a.C.). Pero no es ésta ciertamente la fecha de composición de nuestro libro. Para establecer una relación entre Jeroboán II y el autor de nuestro libro, algún autor ha propuesto admitir la existencia de una tradición según la cual el profeta del siglo viii se habría rebelado en contra de una misión divina (como leemos en ciertos trozos biográficos de Elías y de Jeremías), y sobre esa historia el autor del libro habría tejido la maravillosa narración que podemos leer nosotros. Pero no es necesario nada de esto. Es más natural pensar que "Jonás" no es el autor de la obra, sino el protagonista.

El libro es único en su género en toda la literatura profética, como veremos. Habiendo recibido la orden de dirigirse a predicar contra Nínive, Jonás huye "lejos de Yhwh", temiendo que la ciudad pueda convertirse y ser perdonada por Dios. Se embarca en Jafa en dirección a Tarsis (es decir, en dirección opuesta, ya que Tarsis es la fenicia Tartesos de la costa española); pero Yhwh suscita una violenta tempestad que los marineros y los viajeros no consiguen aplacar más que arrojando a Jonás al mar; se lo traga un pez enorme, y después de tres días lo deposita en la playa. Entretando, Jonás, en el vientre del pez, eleva a Dios un himno de alabanza. Al llegar a Nínive, predica que dentro de cuarenta días va a ser destruida la ciudad si no se convierte; pero por orden del rey toda la población se arrepiente, ayuna, se viste de saco; incluso las bestias se ven obligadas a ayunar. Yhwh perdona a la ciudad, y el profeta se retira indignado. Y entonces Yhwh le enseña al profeta que es un Dios que ama incluso a los pueblos paganos, que delante de él son como niños "que no saben distinguir su derecha de su izquierda" (4,11).

La narración muestra un arte bastante desarrollado, con medios muy simples: pocos discursos, pocos análisis psicológicos; pero los personajes están descritos con rasgos muy claros y precisos a través de sus mismas acciones. Por ejemplo: no se dice que, al recibir la orden de Dios, Jonás se haya indignado, sino que se narra su huida; no se dice que Yhwh se haya irritado por la desobediencia del profeta, sino que suscitó una tempestad; no se explica cómo el profeta se arrepintió de su obstinación, sino que se dice que se puso a rezar; no se dice que Yhwh lo perdonara, sino que ordenó al pez que lo devolviera a la playa. Jonás es descrito como una típica persona terca, egoísta, de corazón estrecho; Yhwh, como la bondad y la indulgencia paternal en persona. Ningún otro libro del AT ha sabido, con medios tan sencillos, poner de relieve con fuerza y con gracia este aspecto del carácter divino. Todo el libro está impregnado de cierto tono humorístico con su pizca de emoción y de sátira.

II. SU MENSAJE. Desde el punto de vista de la crítica literaria el libro presenta dos problemas. El primero es el del salmo de acción de gracias a Dios que el protagonista eleva mientras se encuentra en el vientre del pez, cuando se esperaría más bien una lamentación: más acertadamente, se trata de meterse dentro del ánimo del autor, de captar su perspectiva. Más complejo es el segundo problema: la indecisión sobre el nombre de Dios. Se le llama Yhwh, luego 'Elohim, más tarde Yhwh-'Elohim y de nuevo 'Elohim o Yhwh. En algunos pasajes esta indecisión tiene una explicación, pero no el conjunto de los textos, a no ser que se acepte este hecho como expresamente querido por el autor para tratar el gran tema dominante del libro, que por lo demás muestra una unidad ejemplar. Para subrayar la actitud negativa del profeta respecto a la voluntad divina, el autor entrelaza en la narración el motivo mitológico del pez (que se traga al profeta, pero lo vomita luego en la playa debida) y la irritación ante la demostración de la bondad de Dios; estos dos aspectos encaminan al lector a la comprensión de este libro profético tan singular.

Que el autor no pretende trazar una biografía de Jonás y mucho menos un cuadro de historia general, nos lo muestran algunas observaciones: no menciona el lugar de origen del profeta, ni dice dónde lo vomitó el pez ni cómo llegó a la ciudad de Nínive; se calla el nombre del rey bajo el cual se convirtió la capital asiria (ningún rey asirio se llamó nunca "rey de Nínive''); no explica cómo pudo conocer que Dios retiraba sus amenazas; no alude en lo más mínimo a lo que sucedió luego a la ciudad o al profeta. Todo hace creer que el autor no tenía la intención de ofrecer un episodio histórico, sino de inculcar una enseñanza. Y esto se vislumbra en el reproche dirigido por Dios al profeta (4,10-11) y en el objeto de la divina misericordia, es decir, la capital de un pueblo pagano que oprimió y llevó a la esclavitud a muchos ciudadanos del reino septentrional de Israel. Así pues, Yhwh es el Dios de toda la tierra, no solamente de Palestina; y no en teoría, sino de forma evidente y práctica, puesto que muestra su misericordia con todos los que se arrepienten de sus pecados. Por el contrario, el autor hace del profeta un representante típico del odioso y ridículo particularismo de algunos hebreos, escandalizados quizá del hecho de que no se veía todavía el cumplimiento de los oráculos proféticos contra las naciones vecinas.

El libro de Jonás se levanta por encima de los más grandes representantes de la religión del antiguo Israel. Amós había insistido en la igualdad de los pueblos ante la justicia de Dios, pero el autor de Jonás proclama la igualdad ante el amor de Dios (que Amós apenas había rozado en 9,7). Es también más profundo y generoso que el autor de Rut y el del capítulo 56 de Isaías, quienes exigen para los paganos convertidos el derecho a la naturalización (hebrea), ya que admite que los extranjeros, aun siguiendo tales, pueden convertirse en adoradores del verdadero Dios; el autor de Jonás recoge y desarrolla además un tema que sólo se había vislumbrado en la segunda parte del libro de Isaías (o Déutero-Isaías): el deber misionero de Israel con las naciones.

1. LA INTERPRETACIÓN. La negación de la historicidad del libro no depende de la narración de unos sucesos aparentemente inconcebibles, y por tanto tampoco de la fe en la posibilidad de los milagros, sino del talante literario del libro y de la atención dirigida a la voluntad del autor, a las enseñanzas que intenta dar. La historia de la interpretación de este libro, aparentemente difícil, manifiesta que las páginas escritas con la intención de demostrar la verosimilitud de algún relato han hecho que se perdieran totalmente de vista las enseñanzas reales que estaban en la intención de su autor y que supo expresar con tanta elocuencia. Muchos apologetas que han intentado explicar ciertas narraciones como posibles sucesos históricos, no han hecho otra cosa más que caer en un insólito racionalismo y en una lectura poco atenta del texto. En los antípodas de esta situación, el libro ha sido considerado también a veces como una alegoría: Jonás ("paloma") sería Israel, que tenía que llevar el mensaje divino a las naciones, pero que no pudo hacerlo por habérselo tragado Babilonia; liberado del destierro, se sintió desilusionado por la falta del castigo divino contra las naciones, y sólo con muchas reticencias aceptó la misión que se le había asignado. Según esta interpretación (bastante fantástica), el ricino (4,6ss) es Zorobabel (cf Esd), y Babilonia el monstruo marino. En favor de la historicidad se adujo muchas veces el texto evangélico de Mt 12,40, el llamado "signo de Jonás"; pero esta conclusión no se sigue de ninguno de los tres textos evangélicos (Mc 8,11-12; Mt 12,38-42; Lc 11, 29-32).

2. LA FECHA. La fecha de composición se deduce de los datos precedentes. Hasta ahora no ha sido posible señalar el material antiguo que probablemente utilizó el autor, pero se puede pensar sin duda alguna que el humanitarismo y el universalismo se deben a él y a su tiempo, lo cual nos ayuda a situar cronológicamente la obra. Las ideas expresadas son difíciles de imaginar en el período anterior al destierro; también el particularismo judío es característico de los tiempos inmediatamente posteriores al mismo (cf Neh). Algunos estudiosos piensan que el autor intenta combatir las medidas exclusivistas adoptadas por Esdras y Nehemías; pero el escrito es perfectamente comprensible sin esta referencia concreta, ya que se trata de un espíritu muy difundido en la época posterior. El autor vivía en una época en la cual no sólo Nínive había sido ya destruida (o sea, después del año 612), sino que esta ciudad había pasado ya a la leyenda: ¡se necesitaba un día entero para recorrerla, tenía 120.000 habitantes, etc.; ayunaron incluso las bestias! (3,4.7-8; 4,11).

Los primeros testimonios seguros son el texto del libro del Sirácida, que habla de los "doce profetas" (Si 49,10), y las palabras de Tobías, que recuerdan claramente nuestro libro al exhortar a su hijo a que huya de Nínive porque la ciudad habrá de ser destruida, como predijo Jonás (Tob 14,4.8: la ciudad estaba ya ciertamente destruida). Puesto que el Sirácida se remonta, como fecha aproximativa, al 190 a.C., nuestro libro tenía que gozar ya por aquella época de una notable antigüedad y prestigio, dado que formaba parte de la literatura sagrada. Por otra parte, la composición del libro de Tob se sitúa entre el siglo IV y III; es probable que el libro de Jonás se remonte a esta misma época. Además, su fisonomía tardía se confirma por los numerosos arameísmos que aparecen en él. También el mensaje del libro se adapta bien a esta época histórica.

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L. Moraldi